13. JOAB: David un hombre según el Corazón de Dios según la Escritura y el Midrash
Emiliano Jiménez Hernández
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La vida de David, rey de Israel, está ofuscada por la sombra de una figura
misteriosa y turbia. Desde lo escondido su influencia pesa sobre David. Se
trata de su sobrino, el general Joab, hijo de su hermana Sarvia. Hábil
guerrero, pero implacable y ambicioso.
David busca recomponer la unidad de todo Israel. Ofrece la reconciliación a
los seguidores de Saúl. Matará al amalecita que, mintiendo, se arroga haber
dado muerte a Saúl y Jonatán, pensando que David se lo recompensará.
Desgarrando sus vestidos, David proclama su sentencia de muerte:
-Tu sangre sobre tu cabeza, pues tu misma boca te acusó cuando dijiste: "Yo
maté al ungido de Yahveh".
Lo mismo hará con los dos jefes de banda, Baaná y Rekab, que mataron
mientras dormía a Isbaal, el hijo cojo de Saúl, y tuvieron el atrevimiento
de cortarle la cabeza y llevársela a David:
-Aquí tienes la cabeza de Isbaal, hijo de Saúl, tu enemigo, el que buscó tu
muerte. Hoy ha concedido Dios a mi señor, el rey, venganza sobre Saúl y
sobre su descendencia.
Pero David, encendido en ira, les replicó:
-¡Vive Yahveh, que ha librado mi alma de toda angustia! Si al que me anunció
la muerte de Saúl, creyendo que me daba una buena noticia, lo prendí y
ordené matarlo, dándole ese pago por su noticia, ¿cuánto más ahora que
hombres malvados han dado muerte a un hombre justo en su casa, sobre su
lecho? ¿No deberé pediros cuenta de su sangre y exterminaros de la tierra?
Para David, Saúl no es su rival, sino el ungido del Señor, y Jonatán, no es
el heredero del trono, sino el amigo del alma. No se alegra David por la
muerte de Saúl, lo llora y hace duelo. Las lágrimas, que fluían
copiosamente, iban desatando los nudos de sus ansiedades. Y apenas se entera
que los hombres de Yabés de Galaad han dado sepultura a Saúl, David les
envía mensajeros para decirles:
-Benditos seáis del Señor por haber hecho esta misericordia con Saúl,
vuestro señor, dándole sepultura. Que el Señor sea con vosotros
misericordioso y fiel. También yo os trataré bien por haber hecho esto. Y
ahora, tened fortaleza y sed valerosos, pues murió Saúl, vuestro señor, pero
la casa de Judá me ha ungido a mí por rey suyo.
Sin embargo, no son estos los sentimientos del general de su ejército. Joab
mancha de sangre los primeros tiempos del reinado de David. Y la sombra de
Joab acompañará y amargará a David hasta la hora de su muerte.
En la gran derrota del ejército de Saúl en los montes de Gelboé logró
salvarse el general Abner, un valiente guerrero, que goza de una fama
merecida. David lo busca y le ofrece su confianza, con el deseo de atraer a
la unidad a cuantos podían soñar con reconstruir un ejército de fieles a
Saúl en torno a su capitán.
Abner está al corriente de la palabra del Señor a David: "Le pasaré el reino
de Saúl y afianzaré el trono de David sobre Israel y Judá, desde Dan hasta
Berseba". Muerto Saúl, tras un corto período en que apoya a Isbaal, el único
hijo vivo de Saúl, Abner decide unirse a David. Para ello, despachó unos
emisarios a Hebrón, para hacer a David esta propuesta:
-Haz un pacto conmigo y te ayudaré a poner a todo Israel de tu parte.
David, complacido, le respondió:
-Está bien. Yo haré un pacto contigo, pero te pido una cosa: cuando vengas a
verme sólo te recibiré si me traes a Mikal, hija de Saúl, mi mujer.
Abner recuperó a Mikal, habló en favor de David a los ancianos de Israel de
los lugares por donde pasaba y, finalmente, se dirigió a Hebrón a hablar
personalmente con David, que lo acogió y lo convidó a un banquete, hablaron,
le despidió y Abner marchó en paz.
Pero Joab, con sus soldados, regresó de una correría poco después y alguien
le dio enseguida la noticia:
-Ha venido Abner a visitar al rey y el rey lo ha despedido y se ha marchado
en paz.
Joab, que teme que un general como Abner pueda hacerle sombra en la estima
del rey, se sintió ofendido. Se presentó a David y le dijo:
-¿Qué has hecho? ¿Por qué lo has dejado irse en paz? ¿No sabes que Abner ha
venido a engañarte, espiando tus movimientos, y a enterarse de lo que
piensas?
Joab salió de palacio y, sin decir nada a David, mandó emisarios a llamar a
Abner. Cuando Abner volvió a Hebrón, Joab lo llevó aparte, como para hablar
a solas con él, y allí lo mató. David se enteró y dijo:
-Ante el Señor y para siempre, yo y mi reino somos inocentes de la sangre de
Abner. ¡Respondan de ella Joab y su casa! ¡No falten nunca en su familia
enfermos, muertos a espada y muertos de hambre!
El rey David caminaba apesadumbrado detrás del féretro de Abner. Y cuando lo
enterraron, el rey gritó y lloró junto a su tumba. David entonó este lamento
por Abner:
¿Tenía que morir Abner
como muere un insensato?
Sus manos no conocieron las cadenas
ni sus pies los grilletes.
Caíste como se cae
a manos de traidores.
Es lo único que David puede hacer frente a su terrible sobrino: maldecirle.
No puede hacer otra cosa. El rey dijo a sus servidores:
-¿No sabéis que hoy ha caído un gran caudillo de Israel? Yo he sido blando,
aunque ungido como rey, mientras que los hijos de mi hermana Sarvia han sido
más duros que yo. Que el Señor les de su merecido.
Pero los sabios, bendita su memoria, han cantado también las glorias de
Joab, el gran guerrero de Israel, brazo derecho de David en todas sus
batallas. Sin Joab, dicen, David no hubiera tenido tiempo para dedicarse al
estudio de la Torá y a componer salmos. Joab era frío y duro soldado, pero
siempre sirvió al pueblo de Israel.
Se cuenta de él que, cuando escuchó las palabras del rey de David: "Como un
padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por aquellos
que le temen", se extrañó de que David comparara el amor de Dios con el de
un padre y no con el de una madre, que normalmente es considerado más fuerte
y sacrificado. Entonces quiso verificar si las palabras de David
correspondían a la realidad. En uno de sus viajes entró en casa de un pobre
que tenía doce hijos. El padre apenas podía sustentarlos con el trabajo de
sus manos. Joab le propuso que le vendiera uno de sus doce hijos,
diciéndole:
-Así tendrás una boca menos que alimentar y, además, con el alto precio que
te ofrezco por él, tendrás para sustentar mejor a los otros.
El padre rechazó bruscamente su proposición. Entonces, al ver que el hombre
había salido para su trabajo, se presentó a la madre, ofreciéndole lo mismo.
Ella al principio se resistió a la tentación, pero terminó cediendo. Cuando
el padre volvió a su casa al atardecer, cortó el pan, como solía hacer, en
catorce trozos, para él, para su mujer, y para sus doce hijos. Pero, al
distribuir las porciones, notó que le sobraba un trozo de pan, es decir, que
le faltaba uno de los hijos. Preguntó por él y la madre le confesó lo
sucedido en su ausencia. El padre ni comió ni bebió. A la mañana siguiente,
temprano, salió de casa dispuesto a conseguir que Joab le devolviera el
hijo, restituyéndele su dinero, o a degollarlo, si se rehusaba a devolverle
su hijo.
Joab le devolvió el hijo y, con admiración por David, exclamó:
-Sí, David tenía razón al comparar el amor de Dios con el amor de un padre
por su hijo. Este pobrecillo, que tiene doce bocas que alimentar, está
dispuesto a luchar conmigo hasta la muerte por uno de sus hijos, cosa que no
ha hecho la madre.
Este es el modo rudo de razonar de Joab, que entiende más de la guerra que
de los sentimientos humanos. Es de la familia de David, pero sus almas son
muy distintas. Hasta el lecho de muerte se llevará David esta amargura.
Morirá confiando que Salomón, su sucesor, vengue todos los delitos del
sanguinario hijo de su hermana Sarvia. Así lo consigna en su testamento:
-Yo me voy por el camino de todos. Ten valor y sé hombre. Guarda las
enseñanzas del Señor, caminando por sus sendas... Ya sabes, hijo mío, lo que
me hizo Joab, hijo de Sarvia, lo que hizo a los jefes de los ejércitos de
Israel: a Abner, hijo de Ner, y a Amasá, hijo de Yéter, a quienes mató en
plena paz vengando sangre vertida en la guerra. Esa sangre inocente manchó
el cinturón de mi cintura y la sandalia de mis pies. Obra según tu
prudencia, pero no dejes que sus canas bajen en paz a la tumba.
Y Salomón no olvidó las palabras de su padre. Al poco de subir al trono,
llamó a Benayas y le dijo:
-Ve y mata a Joab. Mátalo y entiérralo. Así quitarás de encima de mí y de la
casa de mi padre la sangre inocente que vertió Joab. ¡Que el Señor haga
recaer su sangre sobre su cabeza por haber matado a dos hombres más justos y
mejores que él, matándolos a espada sin que lo supiera mi padre! ¡Que la
sangre de estos hombres caiga sobre la cabeza de Joab y de su descendencia
por siempre! ¡Y que la paz del Señor esté siempre con David, con sus
descendientes, su casa y su trono!