17. DAVID COMO JUEZ: David un hombre según el Corazón de Dios según la Escritura y el Midrash
Emiliano Jiménez Hernández
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David se distinguía por su amor a la justicia. Un día llevaron a su tribunal
el caso de un pobre que no tenía con qué pagar la deuda contraída con un
rico vecino suyo. El deudor contó que en el pasado los dos vecinos habían
vivido en amistad, de acuerdo en todo. Dijo que, lo mismo que su vecino,
también había sido propietario de un buen terreno. A ninguno de los dos le
faltaba nada, más aún, con frecuencia su vecino le había solicitado diversos
favores, que él siempre había otorgado, sin hacérselo pesar. Esto fue así
hasta que, por desgracia, él había perdido toda su fortuna, quedando en la
miseria hasta el punto de no tener con qué mantener a su familia.
Y, como por entonces su vecino se hacía cada día más rico, se dirigió a él
para pedirle un préstamo. Aunque no de buena gana, el vecino le había
concedido la ayuda solicitada. Pero, desde aquel momento, olvidando los
favores recibidos, le presionaba sin descanso para que le restituyera el
dinero prestado, aunque bien sabía que estaba en la más absoluta miseria.
Terminada la exposición de los hechos, concluyó el pobre deudor:
-Estando las cosas así, y habiéndome dado cuenta de que me hallaba ante un
malvado, me pareció que estaba en mi derecho pretender la restitución de
cuanto anteriormente le había ido dando y de este modo mostrarle que no le
debía nada.
David escuchó el relato atentamente. Luego llamó a los testigos y comprobó
que las cosas estaban tal como había dicho el deudor. Sin embargo David lo
condenó a pagar su deuda:
-No hay razón alguna que justifique la no restitución de una suma tomada
como préstamo.
El pobre hombre reconoció que el rey había estado inspirado en su sentencia,
dictada según un elemental y fundamental principio de justicia, que siempre
debía ser afirmado y respetado. No importaba su estado de miseria. La
sentencia era justa y la aceptó con ánimo sereno. Sin embargo, aún aceptando
la sentencia, preguntó a David:
-Explíqueme el rey, ¿de dónde saco el dinero para pagar la deuda? Me doy
cuenta que, si no la pago, cometo una injusticia con mi acreedor, pero
también es verdad que no puedo pagarle, pues en casa no tenemos ni para
matar el hambre...
Sin inmutarse en absoluto, el rey tomó de su bolsa la suma de la deuda y se
la dio al acreedor, cancelando la deuda. De este modo, David no sólo emitió
una sentencia justa, sino que también dio prueba de su misericordia.
David era más severo consigo mismo que con los demás. Se cuenta que en una
ocasión, durante una de sus guerras con los filisteos, tuvo la inspiración
de hacer una libación en honor del Señor, pero, al ir a hacerla, se dio
cuenta de que no había agua en el campamento.
Tres de sus más valientes soldados se ofrecieron para ir a buscarla:
-No se entristezca el rey, detrás de las líneas enemigas hay una fuente; nos
abriremos paso a través del campo enemigo y conseguiremos el agua que el rey
desea.
Salieron, pues, en busca del agua. Los filisteos, al verles, se dijeron:
-¿Qué pretenden esos tres desventurados que se acercan a nuestras filas? Les
liquidaremos y así sabrán todos los israelitas con quienes se enfrentan.
Mientras los filisteos estaban confabulando, los tres entraron en el
campamento. Uno, con su espada, se abría paso cortando la cabeza a cuantos
se le ponían delante; el segundo, iba desembarazando el camino de cadáveres
y el tercero cuidaba del cántaro para el agua. Aterrorizados, los filisteos
se retiraron y les dejaron pasar. Los tres valientes llegaron a la fuente,
llenaron el cántaro de agua y regresaron sin más problemas al campamento,
donde les esperaba David.
Se trataba de un día extremamente caluroso. El sol quemaba. Al entrar en el
campamento encontraron al rey cansado y sediento por el calor sofocante y,
sin dudarlo un momento, le ofrecieron del agua para que bebiera. Pero David
lo rechazó del modo más absoluto:
-Dios me guarde de hacer algo semejante. Habéis arriesgado la vida para
conseguir el agua para hacer una libación en honor del Señor. No la probaré;
sólo será para el Señor.
Se acercó al altar, que otros soldados habían ya preparado, y celebró el
rito con toda devoción, sin que una sola gota de agua tocase sus labios. El
fuego de las hogueras le encendía los ojos, pero tomó el arpa y elevó su
canto, mientras a su lado, el profeta Gad acompañaba en silencio su oración:
A ti, Señor, me acojo, no quede defraudado,
Tú, que eres justo, ponme a salvo,
sé tú la roca de mi refugio,
sácame de la red que me han tendido,
porque Tú eres mi amparo.