21. SUBLEVACION DE ABSALON: David un hombre según el Corazón de Dios según la Escritura y el Midrash
Emiliano Jiménez Hernández
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De todos los sufrimientos que pasó David, como consecuencia de su pecado,
ninguno le afligió tanto como la rebelión de su propio hijo Absalón.
No había en todo Israel hombre tan apuesto y tan admirado como Absalón. De
los pies a la cabeza no tenía un defecto. Cuando se cortaba el pelo
-acostumbraba hacerlo de año en año-, el cabello cortado pesaba más de
doscientos siclos en la balanza del rey.
David ha perdonado a Absalón, pero no le devuelve su favor. Reside en
Jerusalén, pero sin ser recibido por el rey. De este modo Absalón, el
primogénito, queda al margen de la vida de la corte y no puede pensar en
suceder a David. Para las ambiciones de Absalón la lejanía forzada de
palacio es intolerable. Aceptando el riesgo, enfrenta a su padre a una
decisión extrema: o la muerte o el favor pleno. Llamó a Joab y le dijo:
-Quiero ver el rostro del rey y, si soy culpable, que me mate.
Joab se lo refirió al rey. El rey llamó a Absalón, que se presentó ante él y
se postró rostro en tierra en presencia del rey, quien, sin exigir
disculpas, abrazó al hijo. Pero Absalón, que se considera con derecho a la
sucesión, no quiere esperar. Teme que el rey se elija otro sucesor entre sus
muchos hijos. ¿Acaso no muestra preferencias por Salomón y, sobre todo, por
su madre, Betsabé? Absalón se hizo con una carroza, caballos y cincuenta
hombres de escolta. Cada mañana, temprano, se ponía a las puertas de la
ciudad, para intrigar contra su padre. A los que iban con algún pleito al
tribunal del rey les decía:
-Mira, tu caso es justo; pero nadie te va a atender en la audiencia del rey.
¡Ah, si yo fuera juez del país! Podrían acudir a mí los que tuvieran pleitos
y yo les haría justicia.
Así se iba ganando el afecto del pueblo. Al cabo de cuatro años, Absalón
decidió bajar a Hebrón, que David había postergado al poner su residencia en
Jerusalén. Ahora es cuando empieza abiertamente la rebelión de Absalón.
Envió mensajeros a todas las tribus de Israel, diciendo:
-Cuando oigáis el sonido de la trompeta, gritad: ¡Absalón se ha proclamado
rey en Hebrón!
Desde Jerusalén marcharon, inocentemente y sin sospechar nada, doscientos
hombres invitados al sacrificio que iba a ofrecer. Allí convocó también a
Ajitófel, el sabio consejero de David. Así la conspiración de Absalón contra
su padre fue tomando fuerza y los partidarios de Absalón iban aumentando.
Alguien llevó la noticia a David:
-El corazón de los hombres de Israel va tras de Absalón.
David, para salvarse de su hijo Absalón, que quería matarlo para usurpar el
trono real, subió al monte de los Olivos y allí lloró amargamente la triste
suerte que Dios le había reservado. Allí, en las alturas, David repasaba su
vida y la de su hijo Absalón. En largas meditaciones fue desgranando los
hechos a la luz del Señor:
-A todo el que honra a su padre y a su madre, el Señor se lo tendrá en
cuenta como si lo honrara a El, pero al que desprecia a su padre y a su
madre, el Señor se lo contará como si lo despreciara a El. Pues también el
Señor participa en la formación del hijo. Del padre se forman el cerebro y
los huesos, los tendones y las uñas y lo blanco de los ojos. De la madre se
forman la carne, la piel, lo negro de los ojos y la sangre. Y el Señor pone
en él el aliento, el alma, el conocimiento, la ciencia y la inteligencia.
Si se hubiera tratado de otro adversario, incluso más fuerte y astuto que
Absalón, David no hubiera huido de él, sino que lo habría enfrentado,
liquidándolo como se merecía. Pero, tratándose de su hijo, la piedad paterna
no le permitía atacar al hijo. En su corazón se decía:
-¿Qué clase de victoria sería encontrarse entre los caídos al hijo de mis
entrañas y del favor del Señor?
Era tal la depresión de David, que se culpaba a sí mismo de lo que estaba
sucediendo, que buscó la forma de disculpar a su hijo Absalón, al menos ante
el pueblo. Un día, después de dar vueltas en su mente a sus pensamientos,
llamó a sus fieles seguidores y les dijo:
-Buscadme un ídolo y tradmelo.
Ellos, sin sospechar en absoluto el propósito de David, se fueron
inmediatamente a cumplir el deseo del rey. Según descendían del monte, se
encontraron con Husaí, consejero del rey. Éste les preguntó:
-¿Dónde vais?
Le respondieron:
-El rey nos ha mandado a buscarle un ídolo.
Husaí quedó tan sorprendido que, sin decir nada, se apresuró a subir en
busca del rey. Apenas alcanzó la cumbre, se acercó a David y, sin reverencia
alguna, exclamó:
-¿Acaso es verdad lo que me han dicho tus hombres? ¿Es cierto que quieres un
ídolo?
David, sin levantar los ojos a su consejero, le respondió:
-Sí, es cierto. Y no sólo eso, sino que en cuanto me lo traigan me inclinaré
ante él públicamente.
Esta respuesta del rey turbó completamente a Husaí. Se rasgó los vestidos y
se cubrió de ceniza la cabeza. Su tristeza era mayor que la que podía
haberle producido un luto familiar. En estas trazas, se dirigió al rey:
-¿Cómo ha podido pasarte por la mente algo semejante? ¿Cómo puedes postrarte
ante una imagen tú que has sido elegido por el Señor como rey de su pueblo?
Los hijos de Israel tienen puestos sus ojos sobre ti y toman siempre tu
comportamiento como ejemplo para ellos... ¿Te das cuenta lo que significa tu
conducta?
Con calma inusitada, le respondió el rey:
-Sé perfectamente que todo el pueblo me aprecia y me admira, que me
considera piadoso y temeroso de Dios. Sé muy bien que el pueblo reconoce que
actúo siempre en honor del Señor, tanto cuando trato de infundir en el
pueblo la piedad como cuando lucho contra los enemigos de su pueblo...
David hizo una pausa y levantó los ojos a su consejero, que le miraba
asombrado. David prosiguió algo más agitado:
-Si después de dedicar toda mi vida y energías al Señor y a engrandecer y
embellecer a Jerusalén, como su ciudad, ¿qué pensarán de El mis súbditos
cuando oigan decir que, en recompensa de todos estos méritos, mi hijo se ha
levantado contra mí y me quiere matar? ¿No se sentirán confundidos y les
entrarán dudas sobre la justicia divina?
El rostro de Husaí pasaba de un color a otro, de una sorpresa a otra. El rey
no se fijaba en él, sino que seguía desahogando ante él su corazón:
-Esta es la preocupación que ahora me embarga. Si he llegado a la decisión
de postrarme ante un ídolo es para que el pueblo, al saberlo, encuentre una
explicación a la desgracia que me ha caído encima y piense mal de mí, que
soy un pecador, y no de Dios, que es justo.
Este razonamiento increíble del rey, fruto de su incomparable piedad, dejó
emocionado a Husaí. Sin decir nada al rey, Husaí mandó un mensajero a buscar
a los enviados del rey para que les explicaran la situación. Ellos
comprendieron la intención del consejero del rey y regresaron
inmediatamente. David, al verles ante sí con las manos vacías, intuyó que su
consejero se había metido por medio. Después de una corta meditación, David,
satisfecho en el fondo de lo ocurrido, levantó la vista hacia Husaí y con la
mayor ingenuidad le dijo:
-¡Ah, no te he dicho que pensaba, después de postrarme ante el ídolo,
hacerle pedazos yo mismo...!
Absalón, con el ejército formado por gente descontenta del pueblo, se
encaminó hacia Jerusalén. El hijo se ha alzado contra el padre. David
entonces decidió abandonar Jerusalén con su pueblo:
-¡Huyamos! No sea que Absalón nos alcance y precipite la ruina sobre
nosotros, pasando a cuchillo la población.
El rey dejó diez concubinas para cuidar el palacio y salió acompañado de
toda su gente, que lloraba y gritaba. El rey estaba junto al torrente
Cedrón, mientras todos iban pasando ante él por el camino del páramo. Sadoc,
con los levitas, llevaba el Arca de la alianza del Señor, mientras la gente
atravesaba el Cedrón. Luego el rey dijo a Sadoc:
-Vuélvete con el Arca de Dios a la ciudad. Si alcanzo el favor del Señor,
volveré a contemplar el Arca y su morada. Pero si El no lo desea, haga de mí
lo que le parezca bien.
David, que ha pasado tantos años huyendo de Saúl, vuelve otra vez a huir
como un prófugo, ahora de su propio hijo. Pero ante el drama familiar, David
se siente humilde y pone toda su confianza en Dios:
Yahveh, ¡cuán numerosos son mis adversarios,
cuántos los que se levantan contra mí!
¡Cuántos los que dicen de mí:
"Ya no hay salvación para él en Dios".
Pero tú, Yahveh, eres mi escudo y mi gloria,
tú mantienes alta mi cabeza.
No temo al pueblo innumerable
que acampa en torno contra mí.
¡Levántate, Yahveh!
¡Dios mío, sálvame!
De ti, Yahveh, viene la salvación
y la bendición sobre tu pueblo.
Sadoc y Abiatar volvieron con el Arca de Dios a la ciudad y se quedaron
allí. David subió la cuesta de la colina de los Olivos. La subía llorando,
con la cabeza cubierta y los pies descalzos, lo mismo que todos sus
acompañantes. Todos llegaron rendidos al Jordán y allí descansaron. Mientras
tanto, Absalón y sus seguidores entraban en Jerusalén. Ajitófel iba con él.
Absalón le preguntó:
-¿Qué me aconsejas que haga?
Ajitófel, que le ha vuelto la espalda a David, confiando en arrebatarle el
poder, busca, al mismo tiempo, hacer odioso a Absalón ante el pueblo para
usurpar él el trono. Por ello respondió:
-Acuéstate con las concubinas que ha dejado tu padre al cuidado del palacio.
Todo Israel sabrá que has roto con tu padre y todos tus seguidores cobrarán
confianza.
Entonces instalaron una tienda en la terraza y Absalón se acostó
públicamente con las concubinas de su padre, a la vista de todo Israel. Se
cumple la profecía de Natán, hecha a David después de su adulterio en
secreto. Con este gesto, Absalón se proclama sucesor en el trono. Tomando
posesión del harén de su padre se proclama el nuevo rey. Es su investidura
real.
Esto es lo que piensa Absalón, pero no es ese el designio de Dios. Los
sabios, bendita su memoria, han enseñado: Cuando el Señor ve a un hijo que
honra a su padre y a su madre, le alarga los días y los años. En cambio, el
que deshonra a su padre merece ser colgado de un madero y lapidado con
piedras, como le ocurrió a Absalón, hijo de Maaka, que, por deshonrar a su
padre David, se quedó colgado de una encina, fue arrojado a una gran fosa y
echaron sobre él un montón de piedras.
También está escrito: "No matarás". No te unirás a asesinos. Aléjate de su
compañía para que no aprendan tus hijos el oficio de matar. Una vida que no
puede ser devuelta, ¿por qué va a ser destruida antes de haber sido
decretado por el Señor? Una lámpara que no puedes volver a encender, ¿por
qué la vas a apagar? El que hace perecer a un solo hombre es como si hiciese
perecer al mundo entero. Es tan elevado el precio de una vida que no hay
indemnización posible para quien peque contra ella.
El asesino, que destruye una vida, podrá esconderse de la vista de los
mortales, pero no se podrá ocultar de la vista del Señor, pues sus ojos
observan todas las acciones de los hombres; no hay tinieblas ni obscuridad
en las que se pueda ocultar el malvado. ¿Cómo va a poder ocultarse del
Santo, bendito sea, que vierte y forma al niño en el vientre de su madre?,
según lo dicho: "¿No me vertiste como leche y cual queso me cuajaste?".
El hombre es una criatura divina, obra de Dios. En el mundo futuro el
asesinado se levantará ante el Señor y pedirá gracia ante El, diciendo:
-Señor del universo, tú me has creado. Tú me hiciste crecer. Tú me
resguardaste en el vientre y me sacaste de él a la luz del mundo. Tú me
alimentaste con tu gran misericordia, pero vino éste y mató a una de las
criaturas que Tú creaste. Señor de todos los mundos, hazme justicia de este
impío que no se apiadó de mí.
Entonces el Santo, bendito sea, se encolerizará con el asesino y lo arrojará
al infierno y lo hará arder durante el mundo futuro. El muerto verá así
cumplida su justicia y se alegrará, como está escrito: "Se alegrará el justo
al ver la venganza, sus pies bañará en la sangre del impío. Y se dirá: Sí,
hay un fruto para el justo; sí, hay un Dios que juzga en la tierra".
En su huida, entre sollozos, David eleva la súplica del salmo que le
acompaña desde su pecado con Betsabé:
Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores,
Tú, que salvas de los adversarios a quien se refugia en ti.
Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas
me escondo de los malvados que me asaltan y me cercan.
David no puede quitarse de la mente a su hijo Absalón. Le imagina rodeado de
consejeros, que le encaminan a la perdición con sus adulaciones: ¿Quién nos
hará ver la dicha, si la luz del rostro del Santo se ha apartado del rey,
adúltero y asesino? ¿Hasta cuándo ultrajarán mi honor, esos amantes de la
falsedad, que se complacen en el engaño? Sabedlo: el Señor, que ha hecho
tantos milagros en mi favor, él me escuchará cuando lo invoque. Temblad y no
pequéis, reflexionad en el silencio de vuestro lecho... El Señor ha puesto
en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y vino.
Han cerrado sus entrañas y hablan con arrogancia,
como un león ávido de presa me persiguen sus pasos.
Llena con tus bienes su vientre, que se sacien sus hijos.
Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia
y al despertar me saciaré de tu semblante.