27. DAVID EN EL PARAISO: David un hombre según el Corazón de Dios según la Escritura y el Midrash
Emiliano Jiménez Hernández
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La muerte de David no significó el fin de su gloria. En el reino celeste,
David está, como había estado en la tierra, entre los primeros. La corona de
su cabeza deslumbra a todas las demás y cada vez que se mueve, para
presentarse ante Dios, soles, estrellas, ángeles y demás seres celestes le
hacen séquito. En el salón celestial se erige en estas ocasiones un trono de
fuego para él enfrente del trono de Dios. Sentado en este trono y rodeado
por los reyes de su dinastía, él entona sus salmos al Altísimo. Al final
siempre proclama el verso:
El Señor reina por siempre y para siempre.
Y los ángeles le replican:
Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos.
Entonces los santos todos del cielo se unen a la alabanza:
El Señor reinará sobre todos
y en aquel día el Señor será uno
y su Nombre uno.
Pero la mayor distinción concedida a David en el paraíso es la de pronunciar
la bendición en el banquete celestial. Sentados en tronos están los
patriarcas, los reyes y profetas de Israel. Y David enfrente del trono de
Dios. Al final del banquete, Dios pasa la copa de vino a Abraham y le
invita:
-Pronuncia la bendición sobre el vino tú, que eres el padre de los piadosos
del mundo.
Pero Abraham declina la invitación, diciendo:
-No soy digno de pronunciar la bendición, porque también soy el padre de los
ismaelitas, que provocan la cólera divina.
Dios entonces se vuelve hacia Isaac y le dice:
-Di tu la bendición, ya que fuiste atado y ofrecido como un sacrificio.
Pero replica:
-No soy digno, porque los hijos de mi hijo Esaú destruyeron el templo.
Entonces Dios se lo pide a Jacob:
-Pronuncia la bendición tú cuyos hijos son intachables.
Jacob también declina la invitación, alegando que se casó con dos hermanas
simultáneamente, cosa que más tarde será estrictamente prohibida por la
Torá. Entonces Dios se vuelve hacia Moisés y le dice:
-Di la bendición tú, que recibiste la Torá y cumpliste sus preceptos.
Pero Moisés recordará al Señor:
-Recuerda que no fui digno de entrar en la tierra prometida, no me
corresponde a mí la bendición.
Entonces Dios se dirige a Josué, que mereció introducir al pueblo en la
Tierra Santa. Pero él también rehusará pronunciar la bendición porque no
mereció tener hijos. Y finalmente, Dios se vuelve hacia David y le dice:
-Alza la copa y pronuncia la bendición, tú el más dulce cantor y rey de
Israel.
Y David responde:
-¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la
salvación, invocando su nombre. Yo te daré gracias con las cuerdas del arpa,
Dios mío, para ti salmodiaré al son de la cítara, oh Santo de Israel.
Y, alzando la copa, entona la bendición:
¡Bendito sea Yahveh, Dios de Israel,
el único que hace maravillas!
Bendito sea su nombre glorioso,
que toda la tierra se llene de su gloria.
Y todos los ángeles y santos a coro responden:
-Amén, Amén.