Historia de la Iglesia Edad Media: V. EL ISLAM Y LAS CRUZADAS
Emiliano Jiménez
2. Lucha contra el Islam en
España
El escenario donde se desarrolló la historia de la Iglesia medieval fue
el Occidente. Esta circunscripción fue provocada, primero, por el Islam
desde el siglo VII y, segundo, por la separación de la Iglesia oriental
(Bizancio, Balcanes, Rusia) desde el siglo XI.
La irrupción del Islam fue de una rapidez sorprendente. En menos de una
generación el Islam inundó grandes sectores de la cristiandad oriental.
Aunque hay que decir que esta avalancha se debió a que grandes espacios
de la cristiandad estaban dominados por los árabes. A lo largo de la vía
comercial que conducía de Damasco a la Arabia meridional, llamada ruta
del incienso, se había desarrollado notablemente un régimen urbano,
debido al animado tráfico de mercancías. Estas ciudades desempeñaban un
papel importante como etapas de viaje y como depósitos de mercancías de
las caravanas de la Meca, que se había convertido en el centro del
comercio árabe. Ante los muros de estas ciudades de la ruta comercial se
alzaban caravasares -albergues para las caravanas- con personal
árabe. Y estos centros de vida árabe atraían a un gran número de
seminómadas del desierto colindante. Además de esto, el gran desierto en
torno al Mar Muerto, en Transjordania y al este de Damasco hasta el
Golfo Pérsico, se había convertido también en punto de confluencia de
tribus árabes.
Muchos de estos árabes, atraídos por lo vida ascética de los monjes,
cansados de su dura vida de beduinos, se hicieron monjes. Los grandes
Padres monásticos Eutimio y Sabas, de procedencia árabe, acogieron con
benevolencia a los árabes, que llamaban a sus monasterios. Los árabes
llegaron incluso a tener un obispo propio, sin sede fija, ya que en su
calidad de obispo de los campamentos del desierto estaba encargado de la
misión entre las diversas tribus. Este cristianismo árabe fue avanzando
hacia el sur, hacia los oasis de arabia septentrional, a lo largo de las
rutas caravaneras que se dirigían a la Meca y Medina. Así, al surgir
Mahoma, conocía perfectamente el cristianismo, al igual que el judaísmo,
a los que en un principio consideró como aliados, hasta que tanto judíos
como cristianos se negaron a seguir al profeta de Alah. A la muerte del
profeta, se inició una marcha incontenible del Islam. En la batalla del
20 de agosto del 635 en el Yarmuk, afluente del Jordán, quedó decidida
la suerte de la Siria bizantina, que cayó bajo el Islam. En el 638 cayó
Jerusalén; Alejandría, la puerta de Egipto, cae en el 640;tres años
después la Pentápolis y en el 647 se inician las incursiones hacia
Capadocia. Con frecuencia la Iglesia principal se transformaba en
mezquita, pero en principio las iglesias y conventos gozaban de relativa
libertad, aunque esto dependía, en cada caso, del talante o capricho de
los gobernadores.
Así, pues, mientras la Iglesia se extendía por las regiones del norte de
Europa, la irrupción del Islam le arrebataba regiones enteras de
profunda raigambre cristiana. Con la idea islámica de la conquista del
mundo se hizo realidad la migración de los pueblos árabes hacia el
noroeste y el nordeste, incoada ya muchos siglos antes de Mahoma. Desde
el punto de vista de la historia de la Iglesia, el Islam fue como un
huracán aniquilador que hizo que se perdieran para la Iglesia las
provincias cristianas más antiguas: Siria, Palestina, Egipto y norte de
Africa. Además, un siglo después de la primera aparición de Mahoma, en
el 611, cayó víctima del Islam el reino cristiano visigodo de España. El
Islam acabó con la equiparación entre el Imperio y la Ecumene
cristiana.
La patria de origen del Islam es Arabia. Y su fundador es Mahoma (570-632),
que tiene su primera aparición en el 611. Toda su vida está entretejida de
visiones y leyendas. En sus viajes conoció el cristianismo y el judaísmo.
Por ello desarrolló su doctrina -recogida en el Corán, el libro
sagrado del Islam- influido por el pensamiento judío y por el pensamiento
escatológico cristiano. El reconoce a Cristo y a Moisés como verdaderos
profetas. Pero a partir del 611 se consideró a sí mismo como enviado de
Alah, el Unico. Predicó su doctrina en la Meca, de la que tuvo que huir,
trasladándose a Medina con un grupo de seguidores. En diez años consiguió
dominar toda Arabia, implantando su religión, barriendo todo vestigio de
paganismo. Las victorias musulmanas siguen un ritmo sorprendente: Damasco,
Siria, Jerusalén (638), Alejandría; Constantinopla es asediada dos veces
(en 673 y en 717). Lo mismo sucede con las poblaciones cristianas de Africa.
En el 698 conquistaron Cartago y toda el Africa romana cayó en sus manos,
desapareciendo por completo el cristianismo; los cristianos bereberes
apostataron en masa y se pasaron al islamismo. Las iglesias fueron
convertidas en mezquitas; desaparecen los obispados, de los que sólo
subsisten los títulos episcopales. Y de Africa pasan a España, cuya
población visigoda está en lucha con los bizantinos hasta el punto que,
mientras son atacados por un enemigo común como el Islam, en vez de unirse
para defenderse de él, se hacen la guerra mutuamente. De este modo se
derrumbó la Iglesia española ante el asalto musulmán. La Iglesia española,
ocupada en los asuntos políticos, se había identificado con el Estado y cayó
con él. La dominación árabe en España duraría hasta el año 1492. Se
destruyeron iglesias; se impedía a los cristianos las reuniones de culto,
suscitando la reacción de los cristianos, que se atrevían a insultar
públicamente a Mahoma y eran martirizados, como Adulfo, Juan y otros
compañeros en el 824, Perfecto y los monjes Juan, Isaac y Pedro, los fieles
Aurelio y Félix con sus esposas, los presbíteros Fandila, Félix, Abundio,
etc, las vírgenes Columba, Pomposa, Digna, etc. Y San Eulogio, defensor de
los mártires con su obra Apología de los mártires, fue degollado en
el 859, cuando ya había sido nombrado arzobispo de Toledo. En el 732 las
fuerzas de Occidente fueron capaces de mantener alejada de la Galia aquella
oleada de infieles, logrando así salvar el naciente Occidente cristiano, es
decir, Europa con la victoria de Carlos Martel en Tours y Poitiers.
b) LUCHA CONTRA EL ISLAM EN ESPAÑA
Pero también en España, poco a poco, la persecución fue cediendo y los
cristianos, se fueron habituando a vivir con los musulmanes, acabando por
colaborar con los dominadores y aceptando sus costumbres y cultura, sin
perder su fe. Y mientras en el Occidente cristiano rebrotaba la barbarie, en
España florecía una elevada cultura arábigo-musulmana. Los cristianos
empezaron a gozar de libertad de religión, aunque los obispos eran
nombrados o confirmados por los árabes. Mientras tanto, en la España no
dominada por los árabes, desde el siglo IX, Santiago de Compostela se
convirtió en un centro de irradiación de piedad cristiana. Y, cuando los
reinos cristianos de la península fueron ampliando sus dominios, la mayoría
de los cristianos mozárabes se fueron pasando a tierras cristianas.
La Iglesia se fue reorganizando en la medida en que la reconquista avanzaba
hacia el sur. La lucha contra los enemigos de la fe llenaba de
entusiasmo religioso a los españoles. Bajo el Papa Alejandro II (1061-1073)
los reinos españoles, que han vivido desconectados de Europa, vuelven a
adquirir importancia en la historia de la Iglesia, quedando más
estrechamente vinculados a Roma; el Papa apoya la reconquista contra los
árabes con la primera indulgencia de cruzada. Cluny sirvió de lazo entre
España y el resto de la Iglesia en lo espiritual y Santiago de Compostela en
el orden cultural.
A partir del año 1072 los españoles emprendieron con más decisión la
reconquista. Auxiliados por cruzados europeos, de Francia y Alemania,
Alfonso VI conquistó en 1085 la ciudad de Toledo; famosas son las conquistas
del Cid Campeador (+ 1099). Durante el siglo XII se formaron las
Ordenes militares españolas para luchar contra los musulmanes: la de
Santiago, la de Calatrava y la de Alcántara, aprobadas
por Alejandro III. En 1212 tomaron parte en la batalla de las Navas de
Tolosa cruzados convocados por el Papa Inocencio III y se quebrantó
realmente el poder musulmán en España. A partir de esa victoria les fue
fácil a Fernando III el Santo (1217-1252) y a Jaime I de Aragón (1213-1276)
conquistar casi toda la península. El poder musulmán quedó limitado al reino
de Granada. A medida que iba avanzando la reconquista se iban restaurando
las diócesis y las iglesias visigodas y se fundaron otras nuevas.
Cuando los musulmanes conquistaron Jerusalén (637), los cristianos de
Palestina, a costa de fuertes impuestos, conservaron su libertad religiosa.
También fueron toleradas por los musulmanes las peregrinaciones a Tierra
Santa, cuyo origen se remonta a los primeros siglos del cristianismo. Pero
esta situación cambió radicalmente cuando los fatimistas se
adueñaron de Jerusalén (969) y sobre todo en tiempos del califa Hakem (1009)
que hizo destruir la iglesia del Santo Sepulcro y persiguió a los
cristianos y a los peregrinos. Y el colmo fue cuando los turcos
seléucidas entraron a sangre y fuego en Jerusalén el año 1076.
Si bien la separación de la iglesia oriental y occidental fue un hecho
funesto para la vida del cristianismo, las cruzadas pusieron de manifiesto
que no había desaparecido del todo el sentimiento de unidad. A Gregorio
VII, a la vez que la recuperación del sepulcro del Señor, le "impulsaba
ardientemente" la reunificación de las dos Iglesias. Por ello deseó
intervenir en ayuda de los griegos, pero no pudo hacerlo por sus luchas con
Enrique IV. Pero desde Urbano II (+1099) hasta Clemente V (1314) el papado
fue el animador de las cruzadas
[2].
Los Papas se dieron cuenta del peligro que para occidente suponían los
musulmanes y quisieron contenerlos dentro de sus fronteras. Por eso las
cruzadas, en su intención, fueron más defensivas que ofensivas.
Con la reforma gregoriana había despertado la conciencia cristiana y
eclesial de Occidente. El espíritu de Occidente había comenzado a expresar
la plenitud y armonía del patrimonio cristiano-eclesial con la primera
Escolástica y con el gótico primitivo. Se anunciaba ya la época de
esplendor de la Edad Media. Era necesario defender a Occidente de la
invasión del Islam, que continuaba presionando constantemente sobre
Constantinopla como primer paso para llegar a Occidente. Es cierto que en
las cruzadas se mezclaron muchos motivos, como la codicia, la ambición, el
afán de aventura, pero el fin primero era rescatar el Santo Sepulcro. La
devoción a la humanidad de Cristo, la defensa de los Santos Lugares
[3]s,
donde Cristo nació, vivió y murió es lo que movió a la multitud de
cristianos que se pusieron en marcha, dispuestos a dar la vida. Morir
en defensa de Tierra Santa se equiparó al martirio. Junto con la veneración
de las reliquias, típica de la Edad Media, la piedad occidental se había
manifestado en el ansia de visitar los Santos Lugares. En el siglo XI se
multiplicaron las peregrinaciones a Tierra Santa. Hasta entonces, a pesar
del mahometanismo imperante desde el año 637, los peregrinos y los
cristianos de Palestina apenas habían sido molestados. Pero cuando los
musulmanes fueron expulsados de Sicilia y la reconquista española obtuvo
sobre los moros la victoria de Toledo, la presión enemiga sobre
Constantinopla se hizo tan fuerte, que Alejo I (1081-1118), emperador
bizantino, pidió ayuda a la Iglesia latina. Las lamentaciones de los
peregrinos por la intolerancia y fanatismo de los seléucidas ya se habían
hecho sentir. Con frecuencia las narraciones sobre los padecimientos de los
cristianos en Palestina se convertía en canto de lamentación que estremecía
las conciencias.
El núcleo religioso fue evidente en el período inicial y, particularmente
con Bernardo de Claraval. La pérdida de la tierra de Dios conmovió
profundamente a los cristianos. La cruzada se vio como oferta de la infinita
misericordia de Dios a la humanidad pecadora, la oferta de luchar por él
contra sus enemigos y de este modo expiar los propios pecados. Esto estaba
en consonancia con el sentido de la penitencia como expiación propia de la
Edad Media por influencia de la mentalidad germánica. Occidente se había
constituido en una unidad de carácter cristiano-eclesiástico. Por ello toda
acción realizada en favor de él entraba en el ámbito cristiano de la
salvación. Esto llevó incluso a la convicción de que cualquier acción
guerrera en favor de esta cristiandad era meritoria para la
bienaventuranza, se trataba de la "guerra de Cristo" con la que se "salva el
alma". El que moría en la "guerra santa" moría como testigo de Cristo y
contaba con la gloria de los mártires. La vinculación entre el Imperio y el
Sacerdocio, lo espiritual y lo temporal, propio de toda la Edad Media,
alcanzó en las cruzadas su máxima expresión.
El Papado en este momento se convirtió de hecho en la voz que tenía eco en
toda la cristiandad, que con ocasión de las cruzadas secundaba esa voz. Y,
por lo que se refiere a la asociación entre lo religioso y la guerra, la
Iglesia estaba por aquel momento intentando superarla entre los cristianos
con la imposición de la "tregua de Dios". Esta idea de la limitación de la
guerra se irradió desde Cluny: "el que mata a un cristiano derrama sangre
de Cristo". Pero, como contrapartida, la guerra contra los enemigos de la fe
estaba en pleno auge, hasta a veces como un sustitutivo para los guerreros:
"Quienes antes han luchado contra los fieles en pequeñas guerras, deberán
combatir ahora contra los infieles, para obtener la victoria en una guerra
que ya debía haber comenzado; que quienes hasta ahora han sido bandidos, se
hagan soldados; que los que han combatido contra los hermanos, lo hagan
contra los bárbaros". Como consecuencia de la historia de las persecuciones
y luchas contra los invasores se había formado la conciencia de la
legitimidad de una lucha que resultaba defensiva más que ofensiva. La
cruzada era, pues, una guerra santa, no tanto de conquista material, sino de
recuperación de los Santos Lugares, convocada y dirigida por los legados
del Papa y enriquecida con gracias espirituales.
Se suelen señalar ocho cruzadas principales, ya que durante el siglo XII
hubo otras muchas expediciones espontáneas e informales, como la "cruzada
de los pastores" o la "cruzada de los niños", con su lamentable desastre.
1)
En el año 1095 el Papa Urbano II, antiguo prior de Cluny y sucesor de
Gregorio VII como Papa, en el Concilio de Piacenza, al que acudió el
emperador Alejo I, lanzó la idea de la cruzada. Y en el mismo año la
confirmó en el sínodo de Clermont. Para ella fue comisionado, como legado
pontificio, Adamaro, Obispo de Puy. El Occidente entero se puso en pie de
guerra al grito de ¡Dios lo quiere!, inflamado por la predicación de
Pedro el Ermitaño. Toda Europa se siente convocada al servicio de una gran
idea. Occidente no puede aceptar que se cierre el acceso de los cristianos
a los Santos Lugares. La Iglesia concedía una indulgencia plenaria a todos
los cruzados. La expedición, según lo anuncia el papa, debía ser una
expiación de la cristiandad mancillada por el robo, el asesinato y la
opresión de los infieles. Incluso los ermitaños y los solitarios salieron de
su soledad para tomar parte en la piadosa empresa. Hasta el mismo Papa
Urbano II tuvo que intervenir para frenar esta participación demasiado
numerosa de monjes, obispos y religiosos.
Capitaneados por Pedro el Ermitaño y Gualterio se pusieron en marcha masas
de gente desocupada, labriegos, mendigos y aventureros, que murieron en el
camino o cayeron al filo de la espada de los turcos seléucidas al llegar al
Asia Menor. Otro ejército, compuesto por unos 600.000 guerreros,
emprendieron la marcha más organizados, divididos en cuatro grupos, todos
ellos bajo el jefe espiritual Adamaro de Puy. Este ejército conquista Nicea,
asedia y conquista por dos veces Antioquía, aunque allí la peste acabó con
muchos soldados y murió también Adamaro de Puy. De Antioquía partieron para
Jerusalén que, después de mes y medio de asedio, cayó en sus manos
(15-7-1099). Después de esta primera cruzada el pensamiento misionero
cristiano adquirió una fisonomía especial dentro de la caballería. Los
estados cristianos surgidos en Palestina y sus alrededores, por la
inseguridad de las circunstancias, hicieron necesario que las órdenes de
caballería se dedicaran permanentemente a su protección. Los caballeros se
hicieron monjes, o mejor, fueron mitad monjes y mitad soldados, uniendo la
cruz y la espada.
2)
El toque de alarma de la nueva cruzada fue el hecho de que en 1144 Edesa cae
en manos de los musulmanes, sacudiendo de nuevo a Europa. El Papa Eugenio
III encarga a San Bernardo, ya en edad avanzada, pero en plenitud de
prestigio, la predicación de la segunda cruzada. Europa central se
convirtió en púlpito para su inflamada predicación. Esta cruzada contó con
dos ejércitos, capitaneados uno por Conrado III de Alemania y el otro por
Luis VII de Francia. El resultado fue un total fracaso, muriendo o
quedando prisioneros muchos cruzados. La enorme aflicción que causó el
fracaso de esta cruzada, que San Bernardo predicó con tanto entusiasmo,
quedó plasmada en su exclamación: "¡Benditos sean tus juicios, Señor!".
3)
Jerusalén volvió a caer en manos de los musulmanes en tiempos del sultán
Saladino. La noticia llegó con toda rapidez y el Occidente se conmovió. El
anciano Papa Urbano III no superó la triste noticia y murió. Los Papas
Gregorio VIII -cuyo pontificado duró únicamente dos meses- y Clemente III
predicaron una tercera cruzada a la que respondió todo el Occidente.
El Emperador Federico Barbarroja, con 100.000 hombres partió por tierra y
venció a los turcos en Iconio (1190). Pero al atravesar el río Cidno pereció
ahogado y entonces muchos de los cruzados se volvieron a Alemania. Por
otra parte Ricardo Corazón de León de Inglaterra y Felipe II de Francia
marcharon juntos por mar. Asediaron y conquistaron San Juan de Acre
(1191). Pero surgieron disensiones entre ambos reyes y no siguieron
adelante. Sólo Ricardo Corazón de León permaneció en Palestina durante dos
años. Venció a Saladino en dos batallas, pero no conquistó Jerusalén. Lo
único que logró fue firmar un pacto con Saladino por el que se aseguraba la
libertad de los peregrinos a visitar los Santos Lugares.
4)
Para neutralizar las ambiciones de los sucesores de Enrique VI, muerto
cuando preparaba una poderosa flota con no muy piadosos objetivos contra
Oriente, Inocencio III quiso fijar nuevamente la verdadera inspiración de
las cruzadas. Al morir Saladino (1194), el Papa Inocencio III pensó que
había llegado el momento de liberar Jerusalén y encomendó a Pedro de Capua y
a Fulco de Neuilly la predicación de la cuarta cruzada. Pero ésta se
le escapó de las manos. Los intereses de los Estados estaban muy lejos de la
orientación religiosa. Por otra parte, la situación era complicada: cisma
en Bizancio, ambiciones de Felipe de Sicilia al Imperio, reivindicaciones
del usurpador Alejo, intereses de Bonifacio de Monferrato... Contra la
prohibición expresa del Papa Inocencio III de combatir en ningún país
cristiano, la cuarta cruzada terminó en el asedio y saqueo de Constantinopla
(1204), distanciando aún más a los griegos de los cristianos de Occidente.
Los cruzados proclamaron el Imperio latino de Oriente, cosa que ni los
griegos aceptaron ni el Papa quería lograr por esos medios, aunque una vez
consumados los hechos los aceptó, entendiendo que es Dios quien "cambia los
tiempos y traslada los imperios". El Imperio latino de Oriente duró hasta
que Constantinopla fue recuperada por Miguel VIII en 1261.
5)
La quinta cruzada fue promovida por el Papa Inocencio III en el
concilio de Letrán (1215) y por su sucesor Honorio III. Su resultado fue
prácticamente nulo, fuera del pacto firmado por el califa para que los
cristianos pudieran visitar libremente Jerusalén.
6)
La sexta cruzada no fue propiamente cruzada. Federico II de Alemania
se dirigió en 1228 a Palestina y, en vez de luchar, con negociaciones logró
firmar un pacto con el Sultán de Egipto (1229) por el que las ciudades de
Jerusalén, Belén, Nazaret, Tiro y Sidón pasaban al rey alemán con la
condición de que la mezquita de Omar en Jerusalén quedase en manos de los
musulmanes. Estos tratados de Federico II con el Sultán no fueron
reconocidos en Occidente.
7 y 8)
En 1244 Jerusalén volvió a caer en poder de los musulmanes y el Papa
Inocencio IV promovió la séptima cruzada en el concilio I de Lyón (1245).
Al llamamiento del Papa sólo respondió San Luis de Francia, que conquistó
Damieta, pero al dirigirse a conquistar el Cairo él mismo cayó prisionero y
tuvo que devolver Damieta como rescate. Al enterarse de la muerte de su
madre, Doña Blanca de Castilla, regresa a Francia sin ningún resultado. De
nuevo San Luis, la más noble figura de toda la historia de las cruzadas,
pese al desastre de su primera expedición, se puso en camino hacia Túnez con
la intención de convertir al Sultán y proseguir hacia Jerusalén. Pero muere
de peste en Túnez (1270), sellando su vida con la exclamación "Jerusalén,
Jerusalén". Era el epitafio de una empresa que agotó el entusiasmo de la
mística peregrinante de las generaciones de dos siglos.
Los efectos de las cruzadas, a pesar de las escasas y efímeras conquistas
territoriales, fueron incalculables. A pesar de las muchas deficiencias de
las cruzadas, -discordias, envidias, espíritu aventurero, afán de lucro-, la
vida religiosa experimentó un fuerte impulso. La imagen del Salvador pobre,
peregrinando por Palestina y, sobre todo, sufriente hasta la cruz, cobró una
gran fuerza en los cristianos. La historia entera de la salvación se acercó
y se hizo más viva para todos los occidentales. Igualmente, las cruzadas
despertaron el sentido comunitario de la fe cristiana, lo mismo que el
espíritu misionero de la Iglesia. San Bernardo, en la predicación de la
segunda cruzada, dio el sentido de ellas: "Por todo el mundo vuela la fama
del nuevo género de milicia que se ha establecido en el mismo país que el
Hijo de Dios, hecho visible en la carne, honró con su presencia".
Las cruzadas favorecieron y expresaron una devoción a Cristo más viva y
distinta a la de tiempos anteriores. La predicación de los monjes, obispos y
clérigos seculares, familiarizados con la Sagrada Escritura, sobre todo con
el Nuevo Testamento, llevó a ver a Cristo, más que como rey y señor, como
Jesús de Nazaret, que peregrina por la tierra, que sufre y está cerca de los
hombres, redime más que dominar. La historia de la salvación culminada en
Jesús, que nace y muere por nuestra salvación, se hace viva y concreta. El
espíritu de las cruzadas inserta a los cristianos en esta historia de la
salvación. Seguir a Cristo, defendiendo los lugares de su peregrinación en
la tierra, es algo que llena la predicación y la piedad de los cruzados. Las
Gesta Francorum, compuestas por un laico, comienzan con este párrafo:
"Cuando fue llegado aquel tiempo que el Señor Jesús señalaba diariamente a
sus fieles, especialmente cuando en el Evangelio se dice: 'El que quiera
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame' (Mt 16,24),
un poderoso movimiento sacudió a todas las tierras francas, de forma que
todo el que deseaba seguir a Dios con corazón puro y espíritu fervoroso y
llevar fielmente la cruz tras él, no vacilaba en tomar lo antes posible el
camino del santo sepulcro".
[1]
El nombre de cruzada proviene de la pequeña cruz de
paño rojo que los soldados llevaban sobre el hombro derecho.
[1]
Hoy las naciones (ONU) aprueban la guerra contra Iraq y, sin
embargo, se juzga sin consideración la empresa de las cruzadas que
entusiasmó a Europa durante dos siglos.
[1]
Hoy, con las falsas teologías de la inculturación o el indigenismo,
que hacen del cristianismo un mito o una ideología, olvidando la
historicidad del cristianismo, la encarnación de Cristo en una
historia y en una geografía, no se comprende el valor de las
cruzadas. Los Franciscanos, custodios de los Santos Lugares, hijos
del cruzado San Francisco, con su presencia en Tierra Santa,
defendiendo las piedras, mantienen vivo el valor de la historicidad
del cristianismo.