HISTORIA DE LA IGLESIA PRIMITIVA: 10. La Iglesia en el Imperio Cristiano
a) Constantino,
primer emperador cristiano
b) Juliano, el apóstata
c) De Joviniano a Teodosio II
d) El imperio bizantino
e) El
cristianismo como religión del Imperio
a) Constantino, primer emperador cristiano
La segunda mitad del siglo III es un período de transición en todos los
órdenes. En el plano político, comienza un período de anarquía tras la
dinastía de los Severos, se derrumban las antiguas instituciones romanas
y se prepara un nuevo tipo de régimen. La civilización greco-romana, que
desde tiempos de Alejandro venía ejerciendo una supremacía sobre una
parte del mundo habitado, se ve amenazada en todas partes por fuertes
movimientos de pueblos. Los godos en el Danubio y los persas en Oriente
amenazan las fronteras del Imperio. Se despiertan deseos de
independencia en Egipto, Africa y Galia. En la Iglesia repercuten tales
acontecimientos. Pero, al mismo tiempo, aumenta su prestigio. La Iglesia
pasa a ser la máxima fuerza espiritual del Imperio. Está a punto de
sonar la hora de sustituir al antiguo paganismo y animar la nueva
civilización con la fe cristiana.
El hecho fundamental para la Iglesia en esta segunda época es el cambio
radical de sus relaciones con el Estado. De religión proscrita y
perseguida a muerte, se convierte en religión oficial del Estado, que
domina sus leyes y penetra en la vida pública. Sólo así podrá enseguida
sostener la nueva prueba a que la somete la Providencia con la invasión
de los pueblos llamados bárbaros, que asolan a Europa y destruyen el
Imperio occidental. Estos pueblos invasores entrarán poco a poco en el
cristianismo, dando origen a la cristiandad medieval.
Cuando Diocleciano toma el poder en el año 285 emprende la restauración
completa de la administración imperial. Divide el imperio en cuatro
partes: dos emperadores en Oriente, Diocleciano y Galerio, y dos en
Occidente, Maximiano y Constancio Cloro. El imperio vive bajo la
tetrarquía. Las 96 provincias se agrupan en 12 diócesis. Sobre los
ciudadanos se abate una fiscalidad implacable para financiar una gran
armada y construcciones monumentales. El culto al soberano alcanza su
apogeo: el emperador lleva la diadema y el cetro, y la "adoración" forma
parte del ceremonial de la corte. Así, esta restauración toma una doble
forma, política y religiosa: "Es criminal cuestionar lo que ha sido
establecido desde antiguo". Los disidentes religiosos son perseguidos,
primero los maniqueos (año 292) y luego los cristianos.
La negativa de algunos soldados cristianos a realizar los ritos del
culto imperial disgusta a Diocleciano. Para Galerio, el socio de
Diocleciano en Oriente, el cristianismo pone en peligro la vieja
sociedad tradicional. Esta es la explicación de la última y más terrible
de las persecuciones. Desde febrero del 303 hasta febrero del 304, se
suceden los edictos, cada vez más rigurosos: destrucción de los libros
sagrados, de los lugares de culto, pérdida de derechos jurídicos de los
cristianos, condena a las minas o a muerte... La aplicación de estos
edictos varía de una región a otra. En las Galias, el emperador
Constancio Cloro se contenta con demoler algunas iglesias. En Italia,
España y Africa la persecución es violenta, pero corta (303-305). En
Oriente, en los territorios de Galerio, es dura y prolongada, desde el
303 hasta el 313.
A partir del año 306, el sistema político de Diocleciano toma un nuevo
giro. En vez de cuatro, pronto son siete emperadores en lucha los unos
contra los otros. Constantino, el hijo de Constancio Cloro y de la
cristiana Elena, elimina uno tras otro a sus competidores de Occidente.
Al final la lucha se reduce a un duelo a muerte entre Constantino y
Majencio. Constantino, atravesando a marchas forzadas el norte de
Italia, se presenta ante Roma y fuerza a Majencio a entablar la batalla
junto al puente Milvio sobre el Tíber, el 28 de octubre del año 312.
Majencio, derrotado, perece ahogado en el Tíber. Constantino es recibido
en Roma triunfalmente, y el Senado le erige un arco triunfal, que
todavía se conserva.
La victoria sobre Majencio pone término a la guerra civil. Los autores
cristianos, sobre todo Lactancio y Eusebio, explican esta victoria por
una intervención milagrosa. También los paganos atribuyen la victoria a
una ayuda especial del cielo. Constantino asegura a Eusebio bajo
juramento que antes de la batalla ha visto sobre el sol, ya en su ocaso,
una cruz con la inscripción: "Con esta señal vencerás". Constantino
manda grabar la cruz en los escudos de los soldados y hace inscribir en
la bandera imperial el monograma de Cristo. Como vencedor manda también
erigir en el Foro de Roma su propia estatua con la cruz.
En Occidente hace ya varios años que ha cesado la persecución.
En Oriente, Galerio, a punto de morir de una terrible enfermedad, firma
el año 311 un edicto de tolerancia para los cristianos, que no aplica su
sucesor. Pero Licinio, el nuevo amo de Oriente, impone la paz religiosa.
El año 313, los dos emperadores, Constantino y Licinio, se ponen de
acuerdo para una política religiosa común, que expresan en una carta
dirigida al gobernador de Bitinia, llamada tradicionalmente el "edicto
de Milán": "Yo, Constantino Augusto, así como yo, Licinio Augusto,
reunidos felizmente en Milán para discutir de todos los problemas
relativos a la seguridad y al bien público, hemos juzgado que debíamos
ante todo regular, para el bien de la mayoría, aquellas disposiciones en
las que reposa el respeto a la divinidad, o sea, dar a los cristianos
como a todos la libertad y la posibilidad de seguir la religión que han
elegido, para que todo cuanto hay de divino en la celestial morada pueda
ser benévolo y propicio a nosotros mismos y a todos cuantos se hallan
bajo nuestra autoridad. Por eso hemos creído, con un designio saludable
y recto, que había que tomar la decisión de no rehusar esta posibilidad
a nadie, de que se adhiera con toda su alma a la religión de los
cristianos o a la que crea más conveniente para él, a fin de que la
divinidad suprema, a la que rendimos un homenaje espontáneo, pueda
atestiguarnos en todo su favor y su benevolencia acostumbrada. Así,
pues, conviene que sepas que hemos decidido, suprimiendo por completo
las restricciones contenidas en los escritos enviados anteriormente a
tus oficinas sobre el nombre de cristianos, abolir las estipulaciones
que nos parecen totalmente contrarias y extrañas a nuestra mansedumbre,
y permitir en adelante a todos los que estén determinados a observar la
religión de los cristianos que lo hagan libremente y por completo, sin
verse inquietados ni molestados".
En esta carta se reconoce la plena libertad de culto para todos los
ciudadanos del Imperio de cualquier religión y se establece la
devolución de los edificios confiscados a los cristianos. Aparentemente,
todas las religiones del Imperio se encuentran en un plano de igualdad.
Sin embargo, muy pronto se rompe el equilibrio, esta vez a favor del
cristianismo. En el 313, empieza una nueva era para la Iglesia y para el
Imperio. En adelante, se habla de "Iglesia constantiniana" y de "Imperio
cristiano". El Edicto de Milán tiene para la Iglesia un efecto
trascendental. Pero, de hecho, no llega de repente, sino que tiene una
lenta preparación. Constantino, educado al lado de su padre Constancio
Cloro, ha visto siempre el respeto con que su padre trata al
cristianismo, y aunque está imbuido en la religión pagana, adora al Sol
Invictus, que es una especie de monoteísmo, que lo prepara para abrazar
la fe cristiana.
Constantino aún no se convierte, sino que continúa igual que hasta
entonces, realizando oficialmente las prácticas paganas del Estado; pero
en su interior se realiza un cambio y aumentan sus simpatías e
inclinación hacia el cristianismo. Las esperanzas de los cristianos no
quedan fallidas. Constantino mantiene sus promesas. Con todo empeño
procura realizar la igualdad absoluta de todos los ciudadanos y la
libertad del cristianismo al lado de otras religiones. Sobre esta base,
se conceden multitud de privilegios a los cristianos, como los tenían
los sacerdotes de los cultos paganos. Su favor para con el cristianismo
sigue en aumento constante. Esto se manifiesta de un modo especial con
el llamado foro eclesiástico, y, sobre todo, con la esplendidez con que
hace construir las basílicas de San Pedro y de San Pablo extramuros,
Santa Inés y San Lorenzo y con la donación del palacio de Letrán, que en
adelante es la residencia del Papa.
Estas disposiciones favorables al cristianismo aumentan después de la
derrota de Licinio, el 323. El año 313, Constantino reina en Occidente y
Licinio en oriente. Los dos emperadores chocan enseguida y Licinio
empieza a castigar a los cristianos. Al marchar contra él, Constantino
da la impresión de emprender una guerra en defensa de la Iglesia.
Licinio es derrotado y asesinado; Constantino queda como único emperador
el año 323. Se puede considerar esta fecha como el verdadero comienzo
del "Imperio cristiano". Su manifestación más tangible es la fundación
de la nueva capital de Oriente, Constantinopla, toda ella enteramente
cristiana, y la empresa de las excavaciones de Palestina, alentadas por
su madre Santa Elena. Constantino devuelve el nombre de Jerusalén a la
ciudad santa, quitándole el nombre de Aelia Capitolina. En las
excavaciones se encuentra la cruz de Cristo, cuyo hallazgo adorna la
leyenda con diversos prodigios. Asimismo se construyen las basílicas del
Santo Sepulcro, Belén y Monte Olivete.
A fines del año 335 Constantino divide la administración del Imperio
entre sus tres hijos: Constantino II, Constante y Constancio, y en mayo
de 337 muere, después de ser bautizado por Eusebio de Nicomedia. Sobre
Constantino se han dado juicios muy diversos. A pesar de las alabanzas
de Eusebio, Constantino no es nunca un modelo de cristiano. Se bautiza
en su lecho de muerte y sus numerosos crímenes atestiguan unas
costumbres poco cristianas. Es el verdugo de su propia familia, haciendo
ejecutar a su suegro, a tres de sus cuñados, a un hijo y a su mujer. Sin
embargo, se le debe considerar como el hombre providencial para la
Iglesia, merecedor del título de el Grande que le ha dado la Historia.
b) Juliano, el apóstata
Apenas desaparece Constantino comienzan las tragedias entre sus hijos.
Todos los miembros de su familia son asesinados, quedando únicamente
Gallo y Juliano, que apostata de la fe cristiana. A la muerte de
Constantino, el Imperio queda dividido de esta manera: Constantino II,
en el Occidente; Constante, en el centro (Italia, Africa, Ilírico), y
Constancio, en el Oriente. El año 340, Constantino II muere en lucha
fratricida con Constante. Desde el 340 al 350 reinan Constante en
Occidente y Constancio en Oriente. Pero asesinado Constante el año 350
por Majencio, Constancio derrota al usurpador y queda como dueño
absoluto del Imperio. Desde entonces renueva la batalla contra el
paganismo, aunque daña mucho a la Iglesia por el favor que presta al
arrianismo.
En realidad el paganismo no ha muerto. Las tradiciones no desaparecen de
repente. Especialmente los núcleos sociales, en los que esas tradiciones
están más arraigadas, las antiguas familias nobles, siguen adheridas a
la vieja religión, bajo la cual había surgido la gloria del Imperio. Aún
bajo Teodosio (+ 395), que constituye la nueva fe en religión del
Estado, son paganos la mitad de los súbditos del Imperio. Determinadas
profesiones son centros de resistencia al cristianismo. Para sacerdotes,
maestros y artistas está en juego su existencia. Por eso, el esplendor
de las obras culturales del paganismo sigue ejerciendo su fuerza de
atracción.
Antes de llegar a la realización del Imperio cristiano, la Iglesia pasa
por un breve período de prueba con el reinado de Juliano el Apóstata
(361-363). La brutalidad, que empaña la imagen de Constantino, la
heredan sus tres hijos. Arrastrados por el miedo a sus competidores,
igual que su padre, eliminan a sus parientes varones, excepto a sus dos
primos más jóvenes, Galo y su hermano Juliano. Cuando Constancio queda
como soberano absoluto, manda matar también a Galo, a quien él mismo
había nombrado César, mientras que, a instancias de la emperatriz,
perdona la vida a Juliano, permitiéndole continuar su actividad en el
servicio monástico eclesiástico, donde le ha confinado. Esta obligada
profesión le resulta, no sólo antipática, sino odiosa, por ser la
religión profesada por el asesino de su padre. Le parece más simpática
la religión pagana. Además, la presencia de los obispos arrianos en la
corte, así como la desunión de los cristianos, no le causa muy buena
impresión.
Sin embargo, la causa principal de su distanciamiento del cristianismo,
que sólo conoce en la forma de arrianismo, se debe al influjo pagano de
sus maestros. En particular el neoplatónico Máximo despierta su
entusiasmo, siendo aún estudiante, por la antigua filosofía. A los
veintidós años abjura secretamente del cristianismo y se inicia en los
misterios eleusinos. Constancio lo nombra César y lo envía a la Galia.
Allí logra tales éxitos que sus tropas lo proclaman Augusto. Con ello la
lucha contra Constancio es inevitable. La muerte de éste, ocurrida antes
del desenlace bélico, convierte a Juliano en soberano absoluto. Siendo
emperador, apostata públicamente del cristianismo. Se adhiere al
paganismo y se propone hacerlo renacer. Juliano no desea provocar una
persecución sangrienta contra los cristianos, ya que los mártires sólo
favorecerían a la Iglesia. Sin embargo, en su reinado hay martirios,
debido al furor de la plebe pagana, al capricho de ciertos gobernadores
y a la misma ira de Juliano contra algunos cristianos particulares. Pero
de modo ambiguo e insidioso Juliano trata de llevar a los cristianos a
la adoración externa de los dioses, bajo el pretexto del culto debido al
emperador.
Priva a la Iglesia de todos los privilegios de que gozaba desde
Constantino. Intenta también debilitar espiritualmente a la Iglesia,
promoviendo que en las escuelas cristianas se enseñe el patrimonio
cultural del paganismo y promueve todo lo que pueda hacer competencia al
cristianismo: sectas cristianas, judaísmo y paganismo. Sobre todo, hace
todo lo posible por levantar al paganismo de la postración en que se
halla. Le devuelve todas sus libertades y privilegios, intenta darle
nuevo esplendor, introduce una especie de jerarquía y trata de darle
algunas cosas imitadas de los cristianos, como ciertas instituciones de
caridad. La orden dada por Juliano de reconstruir el templo de Jerusalén
y promover el judaísmo es una tentativa más de reducir ad absurdum las
profecías cristianas. El mismo participa todos los días en el sacrificio
pagano y activa sus planes como orador y escritor. Escribe algunas obras
anticristianas, como su escrito Contra los galileos.
La pretensión de Juliano no pasa de ser un episodio. Nadie es capaz de
imaginarse las inmensas dificultades que hubieran podido acarrear al
cristianismo las "magnificas cualidades" del Apóstata, dice san Agustín.
Pero, a pesar de sus valores, no logra imponer su criterio ni sofocar al
cristianismo. Juliano no obtiene el resultado apetecido. Es verdad que
comienzan a florecer multitud de instituciones paganas; pero él mismo ve
cómo, no obstante su empeño contrario, la Iglesia sigue prosperando. De
este modo, cada vez más exacerbado, el año 363, apenas cumplidos los
treinta y dos años, emprende la guerra contra los persas, en la que
muere atravesado por una flecha. La leyenda refiere que, al sentirse
herido de muerte, exclama: "Venciste, Galileo".
c) De Joviniano a Teodosio II
A la muerte de Juliano el Apóstata es proclamado emperador Joviniano
(363-364), que, aconsejado por Atanasio, vuelve las cosas al estado del
tiempo de Constantino. Le sigue Valentiniano I (364-375), profundamente
cristiano, que continúa el mismo plan. Desea atenerse exactamente al
edicto de Milán y a la absoluta libertad, sin perseguir positiva y
directamente al paganismo. Graciano (375-383), hijo de Valentiniano I,
aconsejado por san Ambrosio, se lanza a una política enavor del
cristianismo y de eliminación del paganismo. En este sentido, toma
varias medidas importantes: depone las insignias de Pontífice Máximo y
saca del Senado la estatua de la Victoria, lo que da origen a grandes
discusiones. Tiene el acierto de asociarse al trono en Oriente al
valiente militar de origen español Teodosio.
Valentiniano II, hermano de Graciano, es asesinado por el usurpador
Máximo, que gobierna algún tiempo en Occidente. Pero, el 388 es
derrotado por Teodosio I, que queda como único emperador. El reinado de
Teodosio I (379-395) marca el paso más decisivo del cristianismo. Como
emperador de Oriente, desde 379, se muestra decidido defensor de la
Iglesia. Poco a poco va dando leyes y disposiciones diversas, en las que
aparece el cristianismo como única religión del Imperio, al mismo tiempo
que el culto pagano queda eliminado. Dueño asimismo de Occidente,
introduce en él toda esta legislación. Sin embargo, Teodosio tiene un
carácter irascible, como se manifiesta en los acontecimientos de
Antioquia (llamados de las estatuas), y en el de Tesalónica de 392. Pero
en estos mismos casos prueba su temple de verdadero cristiano,
atendiendo a los ruegos del obispo Flaviano y sometiéndose a la
penitencia de San Ambrosio. Muere cristianamente el año 395. A la muerte
de Teodosio I, sus dos hijos, Arcadio y Honorio, se dividen el Imperio,
quedando Arcadio en Oriente y Honorio en Occidente. La lucha contra el
paganismo, el avance y consolidación del cristianismo siguen a la par en
ambos imperios, no obstante las deficiencias de ambos emperadores en el
gobierno de sus Estados.
En Oriente, Arcadio (395-408) sigue, como Honorio, una política débil,
pero enteramente religiosa, y sabe mantener el Oriente libre de las
incursiones exteriores. Teodosio II (408-450) tiene muchos altibajos. En
general, se muestra débil y deja el gobierno a sus favoritos. Gracias a
su hermana Pulqueria, insiste en la campaña contra el paganismo, si
bien, por otra parte, favorece al nestorianismo. Su mejor timbre de
gloria es la publicación del Codex Theodosianus, que reúne toda la
legislación romano-cristiana.
En Occidente, el reinado de Honorio (395-425) es un conjunto de
debilidades de autoridad. Frente a las invasiones de los pueblos
germanos, Estilicón defiende al Imperio; pero, al desaparecer éste, ya
no se consigue contenerles. Valentiniano III (425-455) continúa la misma
política de debilidad. Adopta para el Occidente el Codex Theodosianus.
Al ser asesinado, en 455, su esposa llama a los vándalos, cuyo rey,
Genserico, entra y saquea Roma. Los siguientes emperadores son puestos y
quitados por los mismos invasores, hasta que el último, Rómulo
Augustulo, es eliminado definitivamente el año 476.
d) El imperio bizantino
Constantino decide quedarse en Oriente y fundar una nueva capital para
el Imperio. Escoge la pequeña ciudad de Bizancio en el Bósforo, que toma
el nombre de Constantinopla, "ciudad de Constantino". La fundación
solemne tiene lugar el 11 de mayo del año 330, durante una ceremonia
cristiana. Constantinopla es la primera ciudad cristiana, en la que
desde un principio no hay sacrificios paganos, mientras que en Roma aún
continúa el culto idolátrico. Este cambio de capital trae consecuencias
importantes para el Imperio y para la Iglesia. El centro de gravedad del
Imperio se desplaza hacia Oriente y los emperadores se desinteresan de
Occidente. La Iglesia de Roma, lejos del emperador, goza de mayor
libertad. Pero, por otra parte, Constantinopla quiere ser la "segunda
Roma" y polariza en torno a ella a los cristianos de cultura griega. La
fundación de la nueva capital contiene en germen la división futura de
la Iglesia.
Mientras el Imperio de Occidente se desmorona, el de Oriente va
adquiriendo cada vez más esplendor, y poco después llega a su apogeo.
Pulqueria (450-457) sabe defender con valentía al Imperio y a la
Iglesia, y León I (457-474) tiene el gran mérito de haber sabido
mantener la cohesión del Imperio frente a la presión exterior. En lo
religioso sigue fielmente al Concilio de Calcedonia de 451. Al mismo
tiempo se va constituyendo el Imperio bizantino en sus características,
que son, en primer lugar, gran fastuosidad y exuberancia, que hallan su
expresión en el ceremonial de la corte y en el arte bizantino; en
segundo lugar, el absolutismo de los emperadores, manifestado en sus
intromisiones en asuntos religiosos.
Zenón (474-518) favorece la ortodoxia. Anastasio, en cambio, se deja
llevar de su afición al monofisismo. Justino (518-527) inicia un cambio
decidido en favor de la ortodoxia. Ya en su tiempo interviene
activamente Justiniano I (527-565). Este gran emperador personifica al
Imperio bizantino. En unión y colaboración con la emperatriz Teodora, lo
eleva política y religiosamente a su máximo esplendor. Territorialmente,
ensancha sus limites hasta Italia y España. Su obra legislativa queda
inmortalizada con la publicación del Codex Justiniani, las Novelas y el
Digesto. Estas obras constituyen el esfuerzo mayor realizado hasta
entonces. En lo religioso defiende siempre a la Iglesia y fomenta las
misiones. Aunque con el celo mejor intencionado, tiene algunas
intervenciones en asuntos eclesiásticos, que más bien dañan a la
Iglesia. Pero, en general, su reinado constituye el punto culminante del
Imperio bizantino cristiano.
Con sus sucesores, el Imperio bizantino pierde mucho de su brillo
exterior. Comienza la serie de intrigas que lo caracterizan en lo
sucesivo; pero, no obstante esto, se protege a la Iglesia. Por
desgracia, los grandes emperadores del siglo VII, Heraclio (610-641) y
Constante II (641-668), favorecen directamente a la herejía monoteleta.
Constantino IV Pogonato (668-685) cierra este período gloriosamente con
el Concilio Trullano I, en que se condena al monotelismo.
e) El cristianismo como religión del Imperio
La paz de la Iglesia del 313 marca el comienzo de la llamada "Iglesia
constantiniana". Se entiende por este término un nuevo modo de
relaciones entre la Iglesia y la sociedad: la Iglesia se integra en un
Estado que se considera cristiano. De aquí se siguen múltiples
interferencias. El Estado interviene en la vida de la Iglesia y espera
de ella un apoyo ideológico. El emperador intenta regular los conflictos
doctrinales que perturban el orden público y toma la iniciativa en la
convocatoria de los concilios. Al mismo tiempo, la Iglesia obtiene del
Estado ciertas ventajas económicas, materiales y jurídicas. Cuenta con
el emperador para luchar contra la herejía y el paganismo. En realidad
la evolución comienza antes de Constantino y prosigue hasta mucho más
tarde. El cristianismo no pasa a ser religión de estado hasta los
tiempos de Teodosio en el año 380. Pero, con la libertad que otorga le
Constantino, la Iglesia comienza una lenta impregnación cristiana de
todos los ambientes en que se desenvuelve.
Constantino proclama la libertad de conciencia para todos los súbditos,
permitiendo practicar todos los cultos. Aunque van perdiendo influencia,
las antiguas creencias siguen todavía vigentes. Si prescindimos de
Oriente, la mayor parte de las regiones del Imperio tienen una mayoría
no cristiana. La religión tradicional todavía está fuertemente arraigada
en los dos extremos de la escala social. Los ambientes senatoriales
romanos y los intelectuales siguen apegados a la tradición cultural y
política con su dimensión religiosa. El pueblo campesino sigue
practicando los ritos que aseguran la fecundidad de los campos y del
ganado. Paganismo viene de paganus, habitante del campo.
Sin embargo, a lo largo del siglo IV, la legislación es cada vez más
desfavorable al paganismo. Por propia iniciativa y a menudo bajo la
presión de los cristianos, los emperadores prohíben poco a poco los
cultos paganos. Constantino prohíbe la magia, los haruspicios
(adivinación por la consulta de las entrañas). Luego las prohibiciones
se hacen cada vez más duras. Constancio, en el año 356, prohíbe los
sacrificios, cierra los templos y decreta la pena de muerte contra
quienes contravengan sus órdenes. Pero esta legislación no se aplica
rigurosamente y tiene ciertas resistencias.
Los emperadores conservan el título de pontífex maximus, es decir,
cabeza de la religión tradicional. Y, una vez cristianos, quieren
desempeñar un papel semejante en la Iglesia. En las monedas, los signos
cristianos aparecen ya en el año 315 (monograma de Cristo). La moneda es
entonces un instrumento de propaganda universal. El emperador se
considera como "igual a los apóstoles" o "el obispo de fuera". Esto
explica sus intervenciones. Para Eusebio y la mayor parte de los
cristianos, este cambio, después de las persecuciones, les parece
providencial. El reino de Dios baja a la tierra.
Los cristianos aceptan el carácter sagrado del emperador, a quien
consideran como jefe del pueblo cristiano: nuevo Moisés, nuevo David.
Bajo este título convoca los concilios. Los cristianos le agradecen sus
favores. El les concede algunos edificios oficiales y sus palacios para
el culto. Hace construir hermosos lugares de culto: la basílica de San
Pedro del Vaticano, la del Santo Sepulcro, la de Belén, todas las
iglesias de Constantinopla, etc. Hace regalos importantes a los obispos.
La iglesia conseguir así un inmenso patrimonio. El clero obtiene
privilegios jurídicos. Los tribunales eclesiásticos tienen jurisdicción
civil y los obispos son considerados lo mismo que los gobernadores.
Muerto Juliano, sus sucesores multiplican las medidas contra el
paganismo y contra los herejes cristianos. El año 379 Graciano rechaza
el título de sumo pontífice. El año 380, Teodosio proclama el
cristianismo religión de estado. Los herejes son perseguidos, lo mismo
que los paganos. Es el golpe de gracia contra la vieja religión. Dejan
de celebrarse las fiestas paganas; los templos son demolidos. Los
cristianos se creen autorizados a cometer actos de violencia contra las
personas y los lugares paganos. Desde principios del siglo IV, el cambio
es completo. De perseguidores, los paganos han pasado a ser perseguidos,
y los cristianos pasan de perseguidos a perseguidores. El poder estatal,
antes al servicio del paganismo, se pone ahora al servicio del
cristianismo.
El emperador no puede desinteresarse de los asuntos religiosos, sobre
todo cuando ponen en peligro el orden del Imperio. Por otra parte, los
cristianos apelan al emperador como árbitro en sus disputas, como en la
crisis arriana del año 325. Ya antes, en el 313, algunos cristianos de
Africa solicitan su ayuda en el asunto donatista, que envenena la vida
de la Iglesia de Africa a lo largo de todo el siglo IV. En el año 312,
la elección de Ceciliano como obispo de Cartago es muy criticada. Los
obispos consagrantes han sido apóstatas en la persecución de
Diocleciano. Se designa otro obispo, Donato. La contestación se extiende
por toda el Africa romana. En muchas ciudades hay dos obispos opuestos y
rivales. El emperador sólo concede subvenciones a los obispos legítimos,
en este caso a Ceciliano y sus amigos. Pero los donatistas apelan a
Constantino para que reconozca sus derechos. El emperador encomienda el
asunto a los obispos de Italia y luego a los de la Galia, que condenan a
Donato. Los partidarios de Donato se sublevan y Constantino hace que sus
tropas los desalojen de las iglesias que ocupan.
Los emperadores, al ser considerados como servidores de Dios, ostentan
una alta dignidad en la Iglesia, por lo que se arrogan un amplio poder
sobre los concilios o pronuncian la palabra decisiva en las
controversias doctrinales de la época. Esta influencia llega a su culmen
con Justiniano (527-565), el último emperador de Oriente y Occidente.
Justiniano marca el punto culminante del cesaropapismo. El emperador del
derecho declara a los no bautizados fuera de la ley y a los herejes
inhábiles para desempeñar cualquier cargo. Con ello anticipa ya
básicamente la concepción medieval de que sólo el católico es un
ciudadano completo, y que todo ataque a la fe o a la Iglesia significa
asimismo un ataque al Estado.
¿Aceptan los cristianos la ayuda de las autoridades en la lucha contra
el paganismo y los movimientos heréticos? Ese es el deseo de la mayoría,
de la que los emperadores no son más que intérpretes. Sin embargo,
algunos obispos se muestran reticentes con la condenación de
Prisciliano. Este obispo de Avila, en España, ha formado por el año 380
una comunidad fervorosa, de gran austeridad, pero un poco secreta. Dos
obispos españoles lo acusan de maniqueísmo ante las autoridades
eclesiásticas y luego ante el emperador Máximo en Tréveris. Martín,
obispo de Tours, exhorta al obispo acusador a que desista y al emperador
a que no derrame sangre, pues "sería una novedad inaudita y monstruosa
hacer que un juez secular juzgue un asunto eclesiástico". Sin embargo,
el emperador, el año 385, condena a Prisciliano a muerte con muchos de
sus partidarios bajo la acusación de inmoralidad y de magia. Son los
primeros herejes que mueren bajo la justicia del Estado. Ambrosio,
obispo de Milán, rompe las relaciones con los obispos acusadores. La
indignación entre los paganos cultos es grande. Otras veces la situación
es más compleja. Agustín, obispo de Hipona, en una iglesia de Africa
turbada por el cisma donatista, acepta la colaboración de las
autoridades imperiales para luchar contra los disidentes que practican a
menudo la violencia armada.
¿Penetra el espíritu cristiano en las instituciones del Imperio? No cabe
duda de que el calendario cristiano pone ritmo desde entonces a la vida
social. Desde el 325, el domingo es día feriado, así como las grandes
fiestas cristianas. Se ve una influencia cristiana en la legislación
familiar: la ley prohíbe ahora el adulterio con una esclava, se ponen
obstáculos al divorcio sin llegar a suprimirlo. No se pone en discusión
la esclavitud. Incluso la Iglesia tiene esclavos; pero se prohíbe
separar a las familias de los esclavos; se facilita la liberación por
declaración en una iglesia en presencia del clero. Se muestra mayor
humanidad en las cárceles: los carceleros no pueden dejar morir de
hambre a los prisioneros: éstos tienen que ver la luz del sol una vez al
día; el clero tiene derecho a visitar las prisiones.
A falta de una transformación profunda de las estructuras, las
preocupaciones cristianas se manifiestan en la creación de instituciones
caritativas. Gracias a ellas, a largo plazo, se van transformando
también las estructuras. La limosna, tradicional desde los Hechos de los
apóstoles, se desarrolla en el Imperio cristiano. Basilio, obispo de
Cesarea de Capadocia, organiza una verdadera ciudad cristiana, compuesta
de iglesia, monasterio, hospicio y hospital, donde se acoge a los
viajeros, a los enfermos y a los pobres. Los monjes son su personal
cualificado. El obispo de Alejandría dispone de un cuerpo de quinientos
enfermeros. El puerto de Ostia tiene un asilo de acogida de peregrinos.
Sin embargo, la cristianización de la sociedad tiene sus límites. La
afluencia de grandes masas a la Iglesia tiene sus consecuencias
negativas. Ahora ser cristiano no representa un peligro, sino una
ventaja. Con ello el nivel moral desciende grandemente. Los nuevos
bautizados no siempre cambian sus costumbres al recibir el bautismo. La
legislación prohíbe el infanticidio, pero no la exposición de los niños.
La prohibición de las luchas de gladiadores sigue siendo letra muerta en
el siglo IV. Se borran las reticencias de los cristianos contra el
servicio militar. El bajo Imperio se convierte en un régimen cada vez
más totalitario. La justicia recurre frecuentemente a la tortura. Los
obispos se oponen a menudo a esta violencia. En el año 390 Ambrosio
exige hacer penitencia a Teodosio, antes de participar de nuevo en la
Eucaristía, después de que ha hecho matar a 7.000 personas en
Tesalónica.
Los ritos del bautismo y de la penitencia no cambian, pero su práctica
se ve seriamente modificada. Hay muchos que reciben el signo de la cruz,
son instruidos en las verdades elementales gracias a una precatequesis,
toman la sal bendita, y se quedan ahí. Su catecumenado se eterniza.
Retrasan el bautismo hasta su ancianidad o su muerte. Como el bautismo
perdona todos los pecados y la penitencia sólo se concede una vez en la
vida, más vale aguardar a que se calmen la pasiones antes de bautizarse.
Los que aceptan recibir el bautismo se inscriben al principio de la
cuaresma, que se convierte en el marco temporal de la preparación. Las
catequesis, aseguradas por el obispo o su delegado, van exponiendo
progresivamente el contenido de la fe a través del símbolo de la fe o
credo. Por razones pedagógicas -se trata de valorar la enseñanza que
debe ser también vivida-, se les pide a los catecúmenos que guarden el
secreto de lo que han aprendido, ante los no bautizados. En el curso de
las reuniones litúrgicas, los catecúmenos se someten a exorcismos, se
les lee solemnemente el símbolo de los apóstoles que deben proclamar el
sábado santo. En ciertas Iglesias se hace lo mismo con el Padrenuestro.
El rito de la vigilia pascual sigue siendo el mismo. Las catequesis
continúan en la semana siguiente al bautismo. Por eso se distingue entre
catequesis bautismales, anteriores al bautismo, centradas en el credo y
la conversión moral, y catequesis mistagógicas, posteriores al bautismo,
orientadas a la comprensión del propio bautismo y de la eucaristía.
San Cirilo de Jerusalén, en su catequesis de acogida a los inscritos
para el bautismo les dice: "Nosotros, servidores de Cristo, hemos
recibido a todo el que se ha presentado; como porteros, hemos dejado la
puerta abierta. Por tanto, has podido entrar con el alma manchada de
pecados, con una intención impura. Has entrado, porque te han creído
digno de ello; se ha inscrito tu nombre. ¿No ves el hermoso espectáculo
de nuestra asamblea? ¿Ves el orden y la disciplina que aquí reina?
¿Observas la lectura de las Escrituras, la presencia del clero, el orden
de nuestra enseñanza? Baja los ojos en este lugar y déjate instruir por
todo lo que estás viendo. Sal luego y vuelve mañana bien dispuesto.
Si tuvieras el alma llena de avaricia, vuelve vestido de otra manera.
Despójate del hábito que llevas y no lo cubras con otro. Despójate del
libertinaje y de la impureza y vístete el traje deslumbrante de la
pureza. Por lo que a mí se refiere, os doy estas advertencias antes de
que entre Jesús, el esposo de vuestras almas, y vea vuestras vestiduras.
Tienes tiempo, porque tienes una penitencia de cuarenta días; ¡excelente
ocasión para desnudarte y lavarte, y luego vestirte de nuevo y volver!
Pero si permaneces en tu mala disposición, el que te está hablando no
será responsable de ello. Pero no esperes tú recibir la gracia, ya que
te recibirá el agua, pero el Espíritu no te acogerá. Si alguien está
herido, que procure curarse; si alguien ha caído, que se levante. Puede
ser que hayas venido con otro pretexto. A veces un marido desea agradar
a su mujer y viene para ello. Lo mismo podría decirse de alguna mujer.
A veces se trata de un esclavo que desea agradar a su amo, o de un amigo
por agradar a su amigo. Acepto tragar el anzuelo; te acepto a ti que has
venido con una mala intención; espero que te salves. Puede ser que no
supieras a dónde venías y en qué red ibas a caer. Has caído en las redes
de la iglesia. Déjate prender vivo, no huyas, porque es Jesús el que te
tiende el anzuelo, no para hacerte morir, sino para darte la vida
después de haberte hecho morir. Necesitas morir y resucitar. En efecto,
has oído decir al apóstol: Muertos al pecado, pero vivos para la
justicia. Muere a tus pecados y vive para la justicia; vive así desde
hoy".
Menos fervorosos, los cristianos caen con mayor frecuencia en pecados
graves. Pero, como la penitencia es única en la vida, los pecadores la
retrasan lo más posible, a menudo hasta la hora de la muerte. La
penitencia oficial o canónica es una práctica excepcional. No están
sometidos a ella más que los que han cometido un pecado grave y
escandaloso que los excluye de la Eucaristía. Los que ha pecado
gravemente hacen la confesión de su culpa ante el obispo, que les impone
las manos y les entrega el cilicio -vestido de piel de cabra-; éstos
desde ese momento constituyen el orden de los penitentes. No participan
de la ofrenda ni de la comunión. Durante la cuaresma, los sacerdotes
imponen de nuevo las manos a los penitentes. Al final de un tiempo que
varía según la gravedad de la falta y que puede durar varios años, el
obispo reconcilia a los penitentes con una imposición de manos,
generalmente el jueves santo.
Las exigencias que se imponen al penitente son muy duras. Tiene que
llevar vestidos pobres, andar desaseado, ayunar, no comer carne, dar
limosna. Tiene prohibidos algunos oficios. Ha de renunciar a las
relaciones conyugales. Incluso después de la reconciliación, los
entredichos profesionales y matrimoniales duran hasta la muerte. El que
no los respeta es considerado como apóstata, que no puede ya
reconciliarse, dado que la penitencia es única. Todo lo más puede
esperar el viático antes de morir.
El rigor de esta penitencia oficial recae sobre la institución misma.
Los catecúmenos retrasan su bautismo para que los pecados se les
perdonen un día sin exigencias particulares. Los pecadores bautizados
retrasan todo lo posible la penitencia, para no tener que abandonar la
profesión y la vida conyugal. Por otra parte, se niega la penitencia a
los que aún son jóvenes. Con vistas a la penitencia en el último momento
de la vida, se invita a los pecadores a gestos de penitencia en su vida
cotidiana: mortificación, oración, ayuno, etc. En el siglo V, la orden
de los penitentes es cada vez más abandonada por los pecadores que no
pueden aceptar aquellos rigores. Al contrario, otros cristianos más
exigentes se someten a la penitencia oficial por espíritu de humildad.
La Eucaristía reviste cada vez más fastuosidad con la suntuosidad de los
edificios, las basílicas, lo ornamentos y objetos litúrgicos. Se
multiplican las lecturas, las procesiones y los sermones. Cada vez hay
mayor interés por los lugares de la historia bíblica y de la vida de
Cristo. Nacen entonces las peregrinaciones; la más famosa es la de
Egeria a Jerusalén por el año 400.
Constantino había abierto al cristianismo el camino de la vida pública,
poniéndolo en situación de convertirse en religión del Imperio. Tanto
por su íntimo impulso misionero como por el apoyo de los emperadores, la
Iglesia realiza poco a poco esta tarea. Una a una convierte todas las
regiones del Imperio a su gozoso mensaje; progresivamente transforma sus
organizaciones en una estructura de considerable importancia política.
Dentro de las fronteras del Imperio, las ciudades pasan a ser en su
mayoría cristianas. Los cristianos se van olvidando de los tiempos en
que sus mayores eran perseguidos y se dedican ahora a destruir los
últimos templos paganos. Los obispos dirigen su interés a la
evangelización de las aldeas, que siguen apegadas a la religión de las
fuerzas de la naturaleza. San Martín, obispo de Tours (370-397), es el
más célebre de estos misioneros del campo. La evangelización del campo
tiene como consecuencia la creación y la multiplicación de las
parroquias, territorios autónomos confiados a sacerdotes desligados de
la ciudad episcopal. En muchas regiones, poco cristianizadas a comienzos
del siglo IV, se multiplican las sedes episcopales a lo largo del siglo.
Más allá del Imperio, la Iglesia de Persia, duramente perseguida a
mediados del siglo IV, se reorganiza a partir del concilio de Seleucia
del año 410 y demuestra una gran actividad misionera por todo el
Oriente: golfo Pérsico y Asia central. La Iglesia armena se organiza en
el siglo IV y el armenio se convierte en lengua cultural en el siglo V
con san Mesrop (+ 441), creador de un alfabeto. El cristianismo se
implanta en los países del Cáucaso: santa Nino, una esclava raptada a
los romanos, convierte Georgia. Son igualmente unos cautivos los que
evangelizan Etiopía y vinculan su Iglesia a la de Alejandría. Wulfila
(+383) convierte a los germanos al cristianismo arriano. En el siglo V,
la mayor parte de estas Iglesias de fuera del Imperio no aceptan las
decisiones de los concilios de Efeso y Calcedonia. Se separan de las
Iglesias del interior del Imperio, pero no por eso cesa su impulso
misionero.
Este nuevo período de la historia de la Iglesia, que se abre con
Constantino, tiene su manifestación más significativa en los escritos de
los Santos Padres, los grandes concilios y las grandes discusiones
doctrinales, hasta el último de los concilios cristológicos del año
680-681. En Oriente como en Occidente se inicia la gran época de la
teología.