San Ignacio de Loyola: 5. BARCELONA, ESTUDIAR PARA AYUDAR A LAS ALMAS
EMILIANO JIMENEZ HERNANDEZ
a) Vino pensando ¿qué hacer?
b) De Venecia a Barcelona: Loco por Cristo
c) Las trampas del enemigo
d) El buen olor de Cristo
a) Vino pensando ¿qué hacer?
La nave deja a Ignacio en Venecia. Pero Venecia no es la meta. Habiendo
renunciado a quedarse en Jerusalén, "vino consigo pensando qué debía hacer".
El inicio de la conversión de Ignacio ha sido una experiencia de soledad, un
encuentro a solas con Dios. Sus primeros planes han sido hacer penitencia de
su vida anterior de pecado. Ha querido peregrinar solo a Jerusalén; a
Manresa se retiró para orar y escribir en un cuaderno sus notas íntimas. Y
ya antes, cuando en Loyola pensaba en su futuro, le atraía la Cartuja,
viviendo solo, desconocido, alimentándose de hierbas. Su inquietud no era
otra que su perfección espiritual personal. En el fondo era un buscarse a sí
mismo.
Pero Dios tiene otros planes para él, aunque tarde un poco en descubrirlos.
Ya en Loyola, en medio de sus sueños de convaleciente, Dios le dio el gusto
de las conversaciones con los demás sobre "cosas de Dios". Más tarde Dios
suscita en él el deseo de encontrar a otras personas que le puedan ayudar, a
las que comunica su experiencia de Dios. Y ahora, a la vuelta de Jerusalén,
le queda en el espíritu el secreto deseo, surgido en Manresa, secretamente
acariciado y no comunicado a nadie: ayudar a las almas.
Ignacio ha pasado su etapa de desierto. Las largas horas de silencio,
soledad, oración y penitencia de Manresa, cara a cara con Dios y consigo
mismo, le han abierto a los demás. Ya, recordando su estancia en Manresa,
nos dice en la Autobiografía: "En este tiempo conversaba algunas veces con
personas espirituales, las cuales le tenían crédito y deseaban conversar con
él, porque, aunque no tenía conocimiento de cosas espirituales, todavía en
su hablar mostraba mucho fervor y mucha voluntad de ir adelante en el
servicio de Dios". Este comunicar a los demás los dones que Dios le concede
le enciende más el fervor espiritual. Hablando de Dios, su corazón se
enciende en amor a Dios. Esta experiencia va grabando en él lo que, en
adelante, repetirá incansablemente: el deseo de "ayudar a las almas".
El impulso creciente, que invade el corazón de Ignacio, de ayudar a los
demás no ha nacido de él. Es fruto de la comunicación de Dios. Comentando la
ilustración de Dios recibida en Manresa, Jerónimo Nadal escribe: "A partir
de esta ilustración pasó a un deseo e inclinación insaciable de ayudar al
prójimo, de modo que se esforzaba no sólo en aprovecharse él mismo, sino en
hacer bien a los demás". Y, más adelante, dice: "Después de que se inflamó
en él la devoción del alma, se inclinó y afanó intensamente en procurar la
salvación del prójimo".
Para esta misión, después de dar muchas vueltas en su mente y en la oración,
"al fin se inclinaba a estudiar algún tiempo". Barcelona le parece el lugar
adecuado para emprender ese camino inesperado de los estudios. Con sus
treinta y tres años, descubre que necesita prepararse para "mejor ayudar a
las almas". Ignacio, cuenta Polanco, "no se sentía atraído al estudio por
afición, sino que lo llevaba muy cuesta arriba; con la única intención de
servir a Dios y a los demás estudió doce años".
b) De Venecia a Barcelona: Loco por Cristo
Con esta intención, a pie y solo, inicia el retorno a España. Desde Venecia
llega a Ferrara y de Ferrara parte para Génova, cruzando toda Italia, de mar
a mar. En Venecia le han dado algún dinero para el viaje, pero al poco
tiempo lo ha distribuido todo entre los pobres. Antes de partir de Ferrara,
"estando un día en la iglesia principal cumpliendo sus devociones, un pobre
le pidió limosna, y él le dio un marquete, que es moneda de 5 ó 6 cuatrines.
Y después de aquel vino otro, y le dio otra monedilla que tenía, algo mayor.
Y al tercero, no teniendo sino julios, le dio un julio. Y como los pobres
veían que daba limosna, no hacían sino venir, y así se acabó todo lo que
tenía. Y al fin vinieron muchos pobres juntos a pedirle limosna. El
respondió que le perdonasen, que no tenía más nada". Así vuelve, una vez
más, a experimentar la alegría de la pobreza, mendigando el pan de cada día.
En el tramo de Ferrara a Génova se encuentra con la guerra entre franceses y
españoles, debiendo pasar "casi por medio de ambos ejércitos". Por ambos
ejércitos es detenido y tratado como espía: "Lo empezaron a examinar, como
se suele hacer cuando hay sospechas". Le desnudan, y hasta le registran los
zapatos y todas las partes del cuerpo para ver si lleva algún mensaje
escrito. Así, con solo su jubón y calzones, le conducen por las calles. Y
él, en vez de lamentarse, se acuerda del apresamiento de Cristo y le inunda
la alegría. Y la alegría alcanza su plenitud cuando el capitán le trata de
loco y lo despide: "Este hombre no tiene seso; dadle lo suyo y echadlo
fuera". Asemejarse a Cristo es su deseo y su gozo. "Contaba él después
-escribe Ribadeneyra- que con la memoria y representación que allí tuvo de
la afrenta y escarnio que el Señor recibió de Herodes y de sus soldados, el
mismo Señor había regalado su alma con un admirable y extraordinario
consuelo".
Ignacio, siguiendo a Cristo, está descubriendo el significado y valor de la
cruz en la vida de los elegidos de Dios. La persecución, el desprecio, la
enfermedad y dolores, son visitas de Dios a sus amigos. Con ellas Dios busca
que sus elegidos se humillen con el conocimiento de sí mismos, juzgándose
dignos de cuanto les acontece, pues sus pecados y deficiencias han merecido
más de las penas que pasan. Y, como repite en varias de sus cartas, con los
padecimientos de este mundo, Dios va desligando a sus servidores del amor a
las cosas de esta vida y llevándoles al deseo de la vida eterna. "Como la
tierra polariza y atrae hacia sí, es necesario ser ayudados con los
sinsabores del mundo para elevarnos hacia el cielo. ¡Bendito sea nuestro
sapientísimo Padre, tan bueno cuando nos castiga, tan misericordioso cuando
nos visita con la cruz!".
En las Constituciones Ignacio señala seis experiencias, como pruebas
necesarias, para formarse en este espíritu antes de ser admitido en la
Compañía: Un mes de Ejercicios, revolviendo toda la vida pasada, meditando
sus pecados; un mes de servicio en hospitales, comiendo y durmiendo en
ellos, ayudando y sirviendo a todos, enfermos y sanos, "para más abajarse y
humillar", y "así renunciar al mundo con sus pompas y vanidades"; un tercer
mes peregrinando sin dinero, pidiendo por las puertas por amor de Dios, para
avezarse a mal comer y mal dormir, para que, dejando toda confianza en
dineros u otras cosas criadas, ponerla enteramente en el Señor; una vez
entrado en la casa, ejercitarse en los oficios más bajos y humildes; enseñar
la doctrina cristiana a muchachos y a otras personas rudas; y en sexto
lugar, predicando y confesando o trabajando en todo a disposición de todos.
Al despedirlo como loco el capitán, "saliendo de palacio, luego halló un
español que allí vivía, el cual lo llevó a su casa y le dio con que se
desayunase y todo lo necesario para aquella noche. Y partido a la mañana,
caminó hasta la tarde, que le vieron dos soldados que estaban en una torre,
y bajaron a prenderle. Y llevándolo al capitán, que era francés, el capitán
le preguntó, entre otras cosas, de qué tierra era; y entendiendo que era de
Guipúzcoa, le dijo: -Yo soy de allí cerca. Y luego dijo: Llevadle y dadle de
cenar, y hacerle buen tratamiento". Dios le protege en su camino con sus
ángeles. Añade Ignacio en la Autobiografía: "En este camino de Ferrara a
Génova pasó otras muchas cosas menudas, y al fin llegó a Génova, donde
conoció a un vizcaíno que se llamaba Rodrigo Portuondo, que otras veces le
había hablado cuando él servía en la corte del Rey Católico. Este le hizo
embarcar en una nave que iba a Barcelona, en la cual corrió mucho peligro de
ser tomado de Andrea Doria, que le dio caza, el cual entonces era francés (a
servicio de los franceses)".
c) Las trampas del enemigo
En Génova se embarca, pues, para Barcelona, donde llega a finales de febrero
de 1524. En su autobiografía, Ignacio narra los pormenores de su largo viaje
como una canto a la Providencia, que guía sus pasos y le pone en el camino
las personas adecuadas, como ángeles custodios. En Barcelona también
encuentra esperándolo estos ángeles de Dios en las personas amigas que le
acogen. Antes de determinarse a seguir su inclinación de dedicarse al
estudio lo consulta con su protectora, Isabel Roser, y con el maestro
Ardévol, profesor de gramática. Ambos aprueban su propósito. Isabel Roser se
ofrece a proveerle el sustento, y el maestro Ardévol a enseñarle de balde la
gramática. Isabel Roser había conocido ya a Ignacio en su primera
permanencia en Barcelona. Es su gran bienhechora durante todo el tiempo de
sus estudios en Barcelona y seguirá siéndolo cuando Ignacio se traslade a
París. Desde París, nueve años más tarde, Ignacio podrá escribirle: "Os debo
más que a cuantas personas en esta vida conozco".
A ellos se unen otros ángeles, sobre todo Inés Pascual, que lo acoge en su
casa, única mujer a quien Ignacio llamó "madre" en este mundo. En una carta
de este tiempo, Ignacio se muestra humanísimo con su madre adoptiva: "El
Señor no os manda que hagáis cosas, que en trabajo ni detrimento de vuestra
persona sean, mas antes quiere que en gozo en él viváis, dando las cosas
necesarias al cuerpo. Y vuestro hablar, pensar y conversar sea en él, y en
las cosas necesarias del cuerpo, anteponiendo los mandamientos del Señor
adelante; que él esto quiere y esto nos manda...Que más presto nos hartamos
nosotros en recibir sus dones que El en hacérnoslos. Quiera nuestra Señora
interceder por nosotros pecadores ante su Hijo para que nuestros espíritus
flacos y tristes nos los convierta en fuertes y gozosos en su alabanza. El
pobre peregrino, Iñigo".
Así "comenzó a estudiar con harta diligencia". A sus treinta y tres años
comienza una nueva etapa de su vida. Mediada ya su vida no le importa
empezar los estudios con los latinos, apenas unos niños de diez a doce años.
Pero no le queda otro remedio si quiere llegar a la universidad. A las
dificultades de la edad para aprender la gramática y el latín, Ignacio
agrega otra mayor. Su espíritu no logra concentrarse en el estudio; su mente
vuela de las declinaciones y los verbos a la contemplación de Dios. En vez
de estudiar se deja transportar hacia Dios con tal fuerza que le es
imposible reprimir. No progresa en el estudio. Y esto le preocupa y recurre
a su experiencia en el "discernimiento de espíritus". Al examinar el asunto,
lo primero que descubre es que esos gustos espirituales le sobrevienen
cuando se pone a estudiar y no en las horas de oración o en la misa. Esas
devociones inoportunas, que experimenta en el estudio, ¿no serán una
tentación de Satanás vestido de ángel de luz?
Con su duda se va a Santa María del Mar a buscar a su maestro, se sienta con
él y le confía la causa oculta de su poco aprovechamiento en los estudios.
Satanás queda al descubierto y ya con ello está vencido. Ignacio se siente
libre de la tentación: "Yo os prometo de nunca faltar de oíros estos dos
años, en cuanto en Barcelona hallare pan y agua con que me pueda mantener. Y
como hizo esta promesa con harta eficacia, nunca más tuvo tentaciones".
Ignacio dirá después que el enemigo es como una mujer, que huye cuando el
varón le hace frente con fuerza, mientras que se siente fuerte cuando el
varón se da por vencido. Asimismo se hace como vano enamorado que no quiere
ser descubierto, pues apenas "la hija al padre o la mujer al marido descubre
sus vanas palabras e intención depravada, se da cuenta que no puede lograr
su propósito; del mismo modo, el enemigo desea que sus astucias sean
recibidas y tenidas en secreto, pues apenas el alma las descubre al confesor
o a otra persona espiritual, el enemigo se da cuenta que no podrá salir con
su malicia comenzada". También se parece, dice Ignacio, a un caudillo, que
estudia el castillo que quiere conquistar para atacar por la parte más
floja..., así el enemigo mira y da vueltas en torno al alma para atacar y
conquistar su castillo por donde nos halla más flacos.
Ignacio se va haciendo experto en desvelar las trampas del enemigo. La
primera regla para discernir los espíritus, propia de la primera semana de
los Ejercicios, dice: "En las personas que van de pecado mortal en pecado
mortal, el enemigo acostumbra proponerles placeres aparentes, haciendo
imaginar delectacio-nes y placeres sensuales, para mejor conservarles y
aumentar sus vicios y pecados; en estas personas el buen espíritu usa el
modo contrario, punzándoles y remor-diéndoles la conciencia". Pero, luego,
con los que se han puesto en camino y quieren seguir a Jesucristo, usa otras
artimañas más sutiles. Ignacio, años más tarde, escribe a los estudiantes
jesuitas de Alcalá: "Una de las tentaciones frecuentes del enemigo es
prospectarnos perfecciones futuras para inducirnos a despreciar el momento
presente... También suele el enemigo tentar a los que están en el desierto
con deseos de comunicarse con el prójimo para ayudarlo; y a los que se
dedican a ayudar al prójimo les hace ver la gran perfección del desierto y
la vida solitaria: de este modo nos engaña con lo lejano, para impedirnos
vivir lo presente".
Es el combate que él tiene en este momento. Sólo el amor de Dios, que le
infunde el gran deseo de servir al prójimo, logra que Ignacio venza esta
dificultad para los estudios. El P. Laínez escribe: "Y porque en las cosas
espirituales gustaba mucho y se hallaba a ellas muy inclinado, sentía mucha
contrariedad en el estudio por ser de gramática y de cosas humanas y
desabridas respecto de las celestes. Pero, como había tomado este estudio
por servicio de nuestro Señor, no obstante lo dicho, y la edad algo grande,
y la pobreza, y la enfermedad, se vencía en ello con gran constancia".
Es lo que él mismo escribe, años más tarde, a sor Teresa Redajel, religiosa
del monasterio de Santa Clara, de Barcelona, en dos largas cartas. En la
segunda le dice: "Acaece a muchos, dados a la oración, que antes de ir a
dormir, por ejercitar mucho el entendimiento, no pueden después dormir,
pensando las cosas contempladas o imaginadas. Donde el enemigo procura
entonces tener cosas buenas, porque el cuerpo padezca, cuando el sueño se le
quita, lo que totalmente se ha de evitar. Con el cuerpo sano podréis hacer
mucho, con él enfermo no sé qué podréis hacer". Y si hay que evitar dar
vueltas a las cosas buenas que el enemigo sugiere, mucho más es preciso no
darle oídos en lo contrario: "Pensad que el Señor os ama y respondedle con
el mismo amor, sin hacer caso alguno de pensamientos malos, torpes o
sensuales, poquedades o tibiezas, cuando son contra nuestro querer... Porque
así como no me tengo de salvar por las buenas obras de los ángeles buenos,
así no me tengo de dañar por los malos pensamientos y flaquezas que los
ángeles malos, el mundo y la carne me representan".
Otra convicción que ha sacado Ignacio es que "el mejor modo de examinar si
el espíritu viene o no de Dios, es ver si le sería duro o molesto someterlo
a la obediencia", porque Dios no necesita de ninguno, se sirve de los que él
quiere y como él quiere. "Y ¿cómo se puede pensar que Dios llame a un
trabajo del que le aparta la obediencia a quien se ha elegido como
intérprete de su divina voluntad? Dejando, pues, el camino incierto y
peligroso del propio juicio, siga el cierto y seguro de la santa
obediencia".
d) El buen olor de Cristo
Con los cuidados de Isabel Roser, "el dolor de estómago, que le comenzó en
Manresa, por el que tomó zapatos, le dejó". Por ello, "estando en Barcelona
estudiando, le vino deseo de tornar a las penitencias pasadas; y así empezó
a hacer un agujero en las suelas de los zapatos. Ibalo ensanchando poco a
poco, de modo que, cuando llegó el frío del invierno, ya no traía sino la
pieza de arriba".
Dos años dura su estancia en Barcelona. El maestro Ardévol cree que sabe ya
bastante latín como para pasar a la universidad a estudiar Artes. Ignacio no
está tan seguro de sus conocimientos y pide que le examine un doctor en
teología. Este no hace más que confirmar la opinión del maestro Ardévol. Ha
llegado la hora de dejar Barcelona y pasar a Alcalá.
En Barcelona deja amistades y personas tocadas por su vida singular, lugares
y personas impregnadas de su presencia, y también posibles compañeros. En
los Procesos de Beatificación se multiplican los testimonios sobre la vida
de Ignacio en Barcelona. Sor Estefania, priora de las Carmelitas Descalzas,
dice: "Contaba mi madre..., si le hubieras visto andar por Barcelona al
Padre Ignacio, te hubieras hecho devotísima de él como yo misma lo fui. Y
esto porque andaba y trataba con una santidad y humildad extraordinaria.
Cuando respondía a los que le hablaban, eran tan eficaces sus palabras que
quedaban como grabadas en el corazón de cuantos se las escuchaban".
Y Juan Pascual, hijo de Inés Pascual, que ha compartido la cámara con
Ignacio, cuenta: "Todo el tiempo que estuvo en mi casa me hablaba a la noche
mil cosas de nuestro Señor, del menosprecio del mundo y de sus bienes, y de
la estima de los verdaderos bienes del alma. Casi todas las noches dormía en
el suelo sin echarse en cama y pasábalas la mayor parte de ellas en oración
arrodillado a los pies de su cama; que yo muchas veces me lo miraba y veía
la alcoba toda resplandeciente, y a él arrodillado, que, llorando y
suspirando, decía: ¡Dios mío, y cuán infinitamente bueno sois, pues lo sois
para sufrir a quien es tan malo y perverso como yo!".
Lo que Juan Pascual, fingiéndose dormido para expiar a Ignacio, ve y oye es
lo que, en los Ejercicios, él mismo llama el tercer modo de orar: "con cada
suspiro o resuello". El suspiro es la voz del amor; es la forma más
elocuente de oración. Es el modo con que oran las almas, que están heridas
de amor de Dios y que tienden a la unión con él. No saben ya hablar y sólo
les queda suspirar.
Como dice el P. Polanco: "En Barcelona, en este tiempo de su estudio, no
dejaba de dar de sí buen olor y ayudar con el ejemplo y conversaciones con
muchas personas. Comenzó desde allí a tener deseos de juntar algunas
personas a su compañía, para seguir el diseño que él desde entonces tenía de
ayudar a reformar las faltas que en el divino servicio veía y que fuesen
como trompetas de Jesucristo".