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1. Ha, pues, el espiritual de mirar mucho que no se le comience a
asir el corazón y el gozo a las cosas temporales, temiendo que de
poco vendrá a mucho, creciendo de grado en grado, pues de lo poco
se viene a lo mucho, y de pequeño principio, al fin es el negocio
grande; como una centella basta para quemar un monte y todo el
mundo. Y nunca se fíe por ser pequeño el asimiento, si no le corta
luego, pensando que adelante lo hará; porque, si cuando es tan
poco y al principio, no tiene ánimo para acabarlo, cuando sea
mucho y más arraigado, ¿cómo piensa y presume que podrá?,
mayormente diciendo Nuestro Señor en el Evangelio (Lc. 16, 10) que
el que es infiel en lo poco, tambien lo será en lo mucho; porque
el que lo poco evita, no caerá en lo mucho. Mas en lo poco hay
gran daño, pues está ya entrada la cerca y la muralla del corazón;
y como dice el adagio: el que comienza, la mitad tiene hecho. Por
lo cual nos avisa David (Sal. 61, 11), diciendo que, aunque
abunden las riquezas, no les apliquemos el corazón.
2. Lo cual, aunque el hombre no hiciese por su Dios y por lo que
le obliga la perfección cristiana, por los provechos que
temporalmente se le siguen, demás de los espirituales, había de
libertar perfectamente su corazón de todo gozo acerca de lo dicho.
Pues no sólo se libra de los pestíferos daños que habemos dicho en
el precedente capítulo, pero, demás de eso, en quitar el gozo de
los bienes temporales adquiere virtud de liberalidad, que es una
de las principales condiciones de Dios, la cual en ninguna manera
se puede tener con codicia.
Demás de esto, adquiere libertad de ánimo, claridad en la razón,
sosiego, tranquilidad y confianza pacífica en Dios, y culto y
obsequio verdadero en la voluntad para Dios.
Adquiere más gozo y recreación en las criaturas con el desapropio
de ellas, el cual no se puede gozar en ellas si las mira con
asimiento de propiedad; porque este es un cuidado que, como lazo,
ata al espíritu en la tierra y no le deja anchura de corazón.
Adquiere más, en el desasimiento de las cosas, clara noticia de
ellas para entender bien las verdades acerca de ellas, así natural
como sobrenaturalmente; por lo cual las goza muy diferentemente
que el que está asido a ellas, con grandes ventajas y mejorías.
Porque este las gusta según la verdad de ellas, esotro según la
mentira de ellas; (este según lo mejor, esotro según lo peor; este
según la sustancia, esotro que ase su sentido a ellas, según el
accidente; porque el sentido no puede coger ni llegar más que al
accidente, y el espíritu, purgado de nube y especie de accidente,
penetra la verdad y valor de las cosas, porque ese es su objeto).
Por lo cual el gozo anubla el juicio como niebla, porque no puede
haber gozo voluntario de criatura sin propiedad voluntaria, así
como no puede haber gozo en cuanto es pasión, que no haya tambien
propiedad habitual en el corazón; y la negación y purgación de tal
gozo deja al juicio claro, como al aire los vapores cuando se
deshacen.
3. Gózase, pues, este en todas las cosas, no teniendo el gozo
apropiado a ellas, como si las tuviese todas; y esotro, en cuanto
las mira con particular aplicación de propiedad, pierde todo el
gusto de todas en general; este, en tanto que ninguna tiene en el
corazón, las tiene, como dice san Pablo (2 Cor. 6, 10), todas en
gran libertad; esotro, en tanto que tiene de ellas algo con
voluntad asida, no tiene ni posee nada, antes ellas le tienen
poseído a el el corazón; por lo cual, como cautivo, pena; de
donde, cuantos gozos quiere tener en las criaturas, de necesidad
ha de tener otras tantas apreturas y penas en su asido y poseído
corazón.
Al desasido no le molestan cuidados, ni en oración ni fuera de
ella, y así, sin perder tiempo, con facilidad hace mucha hacienda
espiritual; pero a esotro todo se le suele ir en dar vueltas y
revueltas sobre el lazo a que está asido y apropiado su corazón, y
con diligencia aun apenas se puede libertar por poco tiempo de
este lazo del pensamiento y gozo de lo que está asido el corazón.
Debe, pues, el espiritual, al primer movimiento, cuando se le va
el gozo a las cosas, reprimirle, acordándose del presupuesto que
aquí llevamos: que no hay cosa en que el hombre se deba gozar,
sino en si sirve a Dios y en procurar su honra y gloria en todas
las cosas, enderezándolas sólo a esto y desviándose en ellas de la
vanidad, no mirando en ellas su gusto ni consuelo.
4. Hay otro provecho muy grande y principal en desasir el gozo de
las criaturas, que es dejar el corazón libre para Dios, que es
principio dispositivo para todas las mercedes que Dios le ha de
hacer, sin la cual disposición no las hace; y son tales, que aun
temporalmente, por un gozo que por su amor y por la perfección del
Evangelio deje, le dará ciento (por uno) en esta vida, como en el
mismo Evangelio (Mt. 19, 29) lo promete Su Majestad.
Mas, aunque no fuese por estos intereses, sino sólo por el
disgusto que a Dios se da en estos gozos de criaturas, había el
espiritual de apagarlos en su alma. Pues que vemos en el Evangelio
(Lc. 12, 20) que, sólo porque aquel rico se gozaba porque tenía
bienes para muchos años, se enojó tanto Dios, que le dijo que
aquella misma noche había de ser su alma llevada a cuenta. De
donde habemos de creer que todas las veces que vanamente nos
gozamos está Dios mirando y diciendo algún castigo y trago amargo
según lo merecido, que, a veces, sea más de ciento tanto más la
pena que redunda del (tal) gozo que lo que se gozó. Que, aunque es
verdad que en aquello que dice por san Juan en el Apocalipsis (18,
7) de Babilonia, diciendo que cuanto se había gozado y estado en
deleite le diesen de tormentos y pena, no es para decir que no
será más (la pena) que el gozo (que sí será, pues por breves
placeres se dan eternos tormentos), sino para dar a entender que
no quedará cosa sin su castigo particular, porque el que la inútil
palabra castigará (Mt. 12, 36), no perdonará el gozo vano.
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