INTRODUCCIÓN
A LA VIDA DEVOTA
por
PRIMERA
PARTE DE LA INTRODUCCIÓN
Los
avisos y ejercicios que se requieren para conducir al alma, desde su primer
deseo de la vida devota, hasta una entera resolución de abrazarla
CAPÍTULO
I
DESCRIPCIÓN
DE LA VERDADERA DEVOCIÓN
Tú
aspiras a la devoción, queridísima Filotea, porque eres cristiana y sabes que
es una virtud sumamente agradable a la divina Majestad; mas, como sea que las
pequeñas faltas que se cometen al comienzo de una empresa crecen infinitamente
en el decurso de la misma y son casi irreparables al fin, es menester, ante
todo, que sepas en qué consiste la virtud de la devoción, porque, no
existiendo más que una verdadera y siendo muchas las falsas y vanas, si no
conocieses cuál es aquélla, podrías engañarte y seguir alguna devoción
impertinente y supersticiosa.
Aurelio
pintaba el rostro de todas las imágenes que hacía según el aire y el aspecto
de las mujeres que amaba, y cada uno pinta la devoción según su pasión y
fantasía. El que es aficionado al ayuno se tendrá por muy devoto si puede
ayunar, aunque su corazón esté lleno de rencor, y -mientras no se atreverá,
por sobriedad, a mojar su lengua en el vino y ni siquiera en el agua-, no
vacilará en sumergirla en la sangre del prójimo por la maledicencia y la
calumnia. Otro creerá que es devoto porque reza una gran cantidad de oraciones
todos los días, aunque después se desate su lengua en palabras insolentes,
arrogantes e injuriosas contra sus familiares y vecinos. Otro sacará con gran
presteza la limosna de su bolsa para darla a los pobres, pero no sabrá sacar
dulzura de su corazón para perdonar a sus enemigos. Otro perdonará a sus
enemigos, pero no pagará sus deudas, si no le obliga a ello, a viva fuerza, la
justicia. Todos estos son tenidos vulgarmente por devotos y, no obstante, no lo
son en manera alguna. Las gentes de Saúl buscaban a David en su casa; Micol
metió una estatua en la cama, cubrióla con las vestiduras de David y les hizo
creer que era el mismo David que yacía enfermo. Así muchas personas se cubren
con ciertas acciones exteriores propias de la devoción, y el mundo cree que son
devotas y espirituales de verdad, pero, en realidad, no son más que estatuas y
apariencias de devoción.
La
viva y verdadera devoción, ¡oh Filotea!, presupone el amor de Dios; mas no un
amor cualquiera, porque, cuando el amor divino embellece a nuestras almas, se
llama gracia, la cual nos hace agradables a su divina Majestad;
cuando
nos da fuerza para obrar bien, se llama caridad; pero, cuando llega a un tal
grado de perfección, que no sólo nos hace obrar bien, sino además, con
cuidado, frecuencia y prontitud, entonces se llama devoción. Las avestruces
nunca vuelan; las gallinas vuelan, pero raras veces, despacio, muy bajo y con
pesadez; mas las águilas, las palomas y las golondrinas vuelan con frecuencia
veloces y muy altas. De la misma manera, los pecadores no vuelan hacia Dios por
las buenas acciones, pero son terrenos y rastreros; las personas buenas, pero
que todavía no han alcanzado la devoción, vuelan hacia Dios por las buenas
oraciones, pero poco, lenta y pesadamente; las personas devotas vuelan hacia
Dios, con frecuencia con prontitud y por las alturas. En una palabra, la
devoción no es más que una agilidad y una viveza espiritual, por cuyo medio la
caridad hace sus obras en nosotros, o nosotros por ella, pronta y
afectuosamente, y, así como corresponde a la caridad el hacernos cumplir
general y universalmente todos los mandamientos de Dios, corresponde también a
la devoción hacer que los cumplamos con ánimo pronto y resuelto. Por esta
causa, el que no guarda todos los mandamientos de Dios, no puede ser tenido por
bueno ni devoto, porque, para ser bueno es menester tener caridad y, para ser
devoto, además de la caridad se requiere una gran diligencia y presteza en los
actos de esta virtud.
Y,
puesto que la devoción consiste en cierto grado de excelente caridad, no sólo
nos hace prontos, activos y diligentes, en la observancia de todos los
mandamientos de Dios, sino además, nos incita a hacer con prontitud y afecto,
el mayor número de obras buenas que podemos, aun aquellas que no están en
manera alguna mandadas, sino tan sólo aconsejadas o inspiradas. Porque, así
como un hombre que está convaleciente anda tan sólo el camino que le es
necesario, pero lenta y pesadamente, de la misma manera, el pecador recién
curado de sus iniquidades, anda* lo que Dios manda, pero despacio y con fatiga,
hasta que alcanza la devoción, ya que entonces, como un hombre lleno de salud,
no sólo anda sino que corre y salta «por los caminos de los mandamientos de
Dios», y, además, pasa y corre por las sendas de los consejos y de las
celestiales inspiraciones. Finalmente, la caridad y la devoción sólo se
diferencian entre sí como la llama y el fuego; pues siendo la caridad un fuego
espiritual, cuando está bien encendida se llama devoción, de manera que la
devoción nada añade al fuego de la caridad, fuera de la llama que hace a la
caridad pronta, activa y diligente no sólo en la observancia de los
mandamientos de Dios, sino también en la práctica de los consejos y de las
inspiraciones celestiales.
CAPÍTULO
II
PROPIEDAD
Y EXCELENCIA DE LA DEVOCIÓN
Los
que desalentaban a los israelitas, para que no fueran a la tierra de promisión,
les decían que era una tierra que «devoraba a sus habitantes», es decir que
su ambiente era tan dañino, que era imposible vivir allí mucho tiempo y que
sus moradores eran gentes tan monstruosas, que se comían a los demás hombres
como a las langostas. Así el mundo, mi querida Filotea, difama tanto cuanto
puede a la devoción, pintando a las personas devotas con aire sombrío, triste
y melancólico, y diciendo que la devoción comunica humores displicentes e
insoportables. Mas, así como Josué y Caleb aseguraban que no sólo era buena y
bella la tierra prometida, sino también que su posesión había de ser dulce y
agradable, de la misma manera el Espíritu Santo, por boca de todos los santos y
Nuestro Señor por la suya propia, nos aseguran que la vida devota es una vida
dulce, feliz y amable.
El
mundo ve que los devotos ayunan, oran, sufren las injurias, cuidan a los
enfermos, dominan su cólera, refrenan y ahogan sus pasiones, se privan de los
placeres sensuales y practican éstas y otras clases de obras que de suyo y en
su propia substancia y calidad, son ásperas y rigurosas. Mas el mundo no ve la
devoción interior y cordial, que hace que todas estas acciones sean agradables,
suaves y fáciles. Contemplad las abejas sobre el tomillo: encuentran en él un
jugo muy amargo, pero, al chuparlo, lo convierten en miel, porque ésta es su
propiedad. ¡Oh mundanos!, las almas devotas encuentran, es cierto, mucha
amargura en sus ejercicios de mortificación, pero, con sólo practicarlos, los
convierten en dulzura y suavidad. El fuego, las llamas, las ruedas y las espadas
parecían flores y perfumes a los mártires, porque eran devotos; y, si la
devoción puede endulzar los más crueles tormentos y la misma muerte ¿que no
hará con los actos de virtud?
El
azúcar endulza los frutos verdes y hace que no sean desagradables ni dañosos
los excesivamente maduros. Ahora bien, la devoción es el verdadero azúcar
espiritual, que quita la aspereza a las mortificaciones y el peligro de dañar a
las consolaciones; quita la tristeza a los pobres y el afán a los ricos, la
desolación al oprimido y la insolencia al afortunado, la melancolía a los
solitarios y la disipación a los que viven acompañados; sirve de fuego en
invierno y de rocío en verano; sabe vivir en la abundancia y sufrir en la
pobreza; hace igualmente útiles el honor y el desprecio, acepta el placer y el
dolor con igualdad de ánimo, y nos llena de una suavidad maravillosa.
Contempla
la escala de Jacob, que es una viva imagen de la vida devota: los dos largueros
por entre los cuales se sube y que sostienen los escalones, representan la
oración, que nos obtiene el amor de Dios y los sacramentos que lo confieren;
los escalones no son otra cosa que los diversos grados de caridad, por los
cuales se va de virtud en virtud, ya sea descendiendo, por la acción, a
socorrer y a sostener al pobre, ya sea subiendo, por la contemplación, a la
unión amorosa con Dios. Te ruego ahora que contemples quiénes están en la
escala; son hombres, con corazón de ángeles, o ángeles con cuerpo humano; no
son jóvenes, pero lo parecen, porque están llenos de vigor y de agilidad
espiritual; tienen alas, para volar, y se lanzan hacia Dios, por la santa
oración, mas también tienen pies, para andar entre los hombres, en santa y
amigable conversación. Sus rostros aparecen bellos y alegres, porque todo lo
reciben con dulzura y suavidad; sus piernas, sus brazos y sus cabezas están
enteramente al descubierto, porque sus pensamientos, sus afectos y sus actos no
tienden a otra cosa que a complacer. Lo restante de su cuerpo está vestido,
pero con elegante y ligero ropaje, porque es cierto que usan del mundo y de sus
cosas, pero de una manera pura y sincera, tomando estrictamente lo que exige su
condición.
Créeme,
amada Filotea, la devoción es la dulzura de las dulzuras y la reina de las
virtudes, porque es la perfección de la caridad. Si la caridad es la leche, la
devoción es la nata; si es una planta, la devoción es la flor; si es una
piedra preciosa, la devoción es el brillo; si es un bálsamo precioso, la
devoción es el aroma, el aroma de suavidad que conforta a los hombres y
regocija a los ángeles.
CAPÍTULO
III
QUE
LA DEVOCIÓN ES CONVENIENTE A TODA CLASE
DE
VOCACIONES Y PROFESIONES
En
la creación, manda Dios a las plantas que lleven sus frutos, cada una según su
especie; de la misma manera que a los cristianos, plantas vivas de la Iglesia,
les manda que produzcan frutos de devoción, cada uno según su condición y
estado. De diferente manera han de practicar la devoción el noble y el
artesano, el criado y el príncipe, la viuda, la soltera y la casada; y no
solamente esto, sino que es menester acomodar la práctica de la devoción a las
fuerzas, a los quehaceres y a las obligaciones de cada persona en particular.
Dime, Filotea, ¿sería cosa puesta en razón que el obispo quisiera vivir en la
soledad, como los cartujos? Y si los casados nada quisieran allegar, como los
capuchinos, y el artesano estuviese todo el día en la iglesia, como los
religiosos, y el religioso tratase continuamente con toda clase de personas por
el bien del prójimo, como lo hace el obispo, ¿no sería esta devoción
ridícula, desordenada e insufrible? Sin embargo, este desorden es demasiado
frecuente, y el mundo que no discierne o no quiere discernir, entre la devoción
y la indiscreción de los que se imaginan ser devotos, murmura y censura la
devoción, la cual es enteramente inocente de estos desórdenes.
No,
Filotea, la devoción nada echa a perder, cuando es verdadera; al contrario,
todo lo perfecciona, y, cuando es contraria a la vocación de alguno, es, sin la
menor duda, falsa. La abeja, dice Aristóteles, saca su miel de las flores sin
dañarlas y las deja frescas y enteras, según las encontró; mas la verdadera
devoción todavía hace más, porque no sólo no causa perjuicio a vocación ni
negocio alguno, sino, antes bien, los adorna y embellece. Las piedras preciosas,
introducidas en la miel, se vuelven más relucientes, cada una según su propio
color; así también cada uno de nosotros se hace más agradable a Dios en su
vocación, cuando la acomoda a la devoción: el gobierno de la familia se hace
más amoroso; el amor del marido y de la mujer, más sincero; el servicio del
príncipe, más fiel; y todas las ocupaciones, más suaves y amables.
Es
un error, y aun una herejía, querer desterrar la vida devota de las compañías
de los soldados, del taller de los obreros, de la corte de los príncipes y del
hogar de los casados. Es cierto, Filotea, que la devoción puramente
contemplativa, monástica y propia de los religiosos, no puede ser ejercitada en
aquellas vocaciones; pero también lo es que, además de estas tres clases de
devoción, existen muchas otras, muy a propósito para perfeccionar a los que
viven en el siglo. Abrahán, Isaac, Jacob, David, Job, Tobias, Sara, Rebeca y
Judit nos dan en ello testimonio en el Antiguo Testamento, y, en cuanto al
Nuevo, San José, Lidia y San Crispín fueron perfectamente devotos en sus
talleres; las santas Ana, Marta, Mónica, Aquila, Priscila, en sus casas;
Cornelio, San Sebastián, San Mauricio, entre las armas, y Constantino, Santa
Helena, San Luis, el bienaventurado Amadeo y San Eduardo, en sus reinos. Más
aún: ha llegado a acontecer que muchos han perdido la perfección en la
soledad, con todo y ser tan apta para alcanzarla, y otros la han conservado en
medio de la multitud, que parece ser tan poco favorable. Lot, dice San Gregorio,
que fue tan casto en la ciudad, se mancilló en la soledad. Dondequiera que nos
encontremos, podemos y debemos aspirar a la perfección.
CAPÍTULO
IV
DE
LA NECESIDAD DE UN DIRECTOR PARA ENTRAR
Y
AVANZAR EN LA DEVOCIÓN
Cuando
el joven Tobías recibió el encargo de ir a Rages, dijo: «Yo no sé el
camino». «Ve, pues -replicó su padre-, y busca algún hombre que te guíe».
Lo mismo te digo yo, mi Filotea:¿Quieres emprender con seguridad el camino de
la devoción? Busca un hombre que te guíe y acompañe. Esta es la advertencia
de las advertencias. «Por más que busques -dice el de. voto Juan de Avila-,
jamás encontrarás tan seguramente la voluntad de Dios como por el camino de
esta humilde obediencia, tan recomendada y practicada por todos los antiguos
devotos».
La
bienaventurada madre Teresa, al ver que doña Catalina de Cardona hacía grandes
penitencias, deseó mucho imitarla en esto, contra el parecer de su confesor,
que se lo prohibía y al cual estaba tentada de desobedecer en este punto, y
Dios le dijo: «Hija mía, tienes un camino recto y seguro. ¿Ves la penitencia
que ella hace? Pues bien, yo hago más caso de tu obediencia». Por su parte,
gustaba tanto de esta virtud, que, además de la obediencia que debía a sus
superiores, hizo un voto especial de obedecer a un excelente varón, y se
obligó a seguir su dirección y guía, de lo que quedó infinitamente
consolada; cosa que, después de ella, han hecho muchas almas buenas, las
cuales, para mejorar sujetarse a Dios, han sometido su voluntad a la de sus
siervos, lo que Santa Catalina de Sena alaba en gran manera en sus Diálogos. La
devota princesa Santa Isabel se sujetó, con extremada obediencia, al doctor
maestro Conrado, y uno de los avisos que el gran San Luis dio a su hijo, antes
de morir, fue éste: «Confiésate con frecuencia, elige un confesor idóneo,
que pueda enseñarte con seguridad las cosas que te son necesarias».
«El
amigo fiel, dice la Sagrada Escritura, es una excelente protección; el que lo
ha encontrado, ha encontrado un tesoro. El amigo fiel es una medicina de vida y
de inmortalidad; los que temen a Dios la encuentran». Estas divinas palabras se
refieren, principalmente, a la inmortalidad, para alcanzar la cual es menester,
ante todo poseer este amigo fiel que guíe nuestras acciones con sus avisos y
consejos, y nos guarde, por este medio, de las asechanzas y engaños del
maligno. Este amigo será, para nosotros, como un tesoro de sabiduría en
nuestras aflicciones, tristezas y caídas; medicamento, que aliviará y
consolará nuestros corazones, en las dolencias del espíritu; nos librará del
mal y procurará nuestro mayor bien, y, si alguna vez caemos en enfermedad,
impedirá que sea mortal y nos sacará de ella.
Mas,
¿quién encontrará este amigo? Responde el Sabio: «Los que temen a Dios»; es
decir, los humildes, que sienten grandes deseos de avanzar en la vida
espiritual. Pues, si es para ti cosa de tanta monta, ¡oh Filotea!, caminar
junto a un buen guía, durante este santo viaje hacia la devoción, pide a Dios,
con gran insistencia, que te procure uno según su corazón, y no dudes; porque,
aunque fuere menester enviarte un ángel del cielo, como lo hizo con el joven
Tobías, te dará uno bueno y fiel.
Ahora
bien, este amigo ha de ser siempre para ti un ángel, es decir, cuando lo hayas
encontrado, no lo consideres como un simple hombre, y no confíes en él ni en
su saber humano sino en Dios, el cual te favorecerá y te hablará por medio de
este hombre, en cuyo corazón y en cuyos labios pondrá lo que fuere necesario
para tu bien. Debes, pues, escucharle como a un ángel, que desciende del cielo
para conducirte a él.
Háblale
con el corazón abierto, con toda sinceridad y fidelidad, y manifiéstale
claramente lo bueno y lo malo, sin fingimiento ni disimulación, y, por este
medio, el bien será examinado, y quedará más asegurado, y el mal será
remediado y corregido; te sentirás aliviada y regulada en los consuelos. Ten,
pues, en él una gran confianza y, a la vez, una santa reverencia, de suerte que
la reverencia no disminuya la confianza, y la confianza no impida la reverencia.
Confía en él, con el respeto de una hija para con su padre, y respétalo con
la confianza de un hijo para con su madre: en una palabra, esta amistad ha de
ser fuerte y dulce, toda ella santa, toda sagrada, toda divina, toda espiritual.
Y,
para esto, escoge uno entre mil, dice Ávila, y añado yo: entre diez mil,
porque son muchos menos de lo que parece los capaces de desempeñar bien este
oficio. Ha de estar lleno de caridad, de ciencia, de prudencia: si le falta una
sola de estas tres cualidades, es muy grande el peligro. Pero, te lo repito de
nuevo, pídelo a Dios, y, una vez lo hayas alcanzado, sé constante, no busques
otros, sino camina con sencillez, humildad y confianza, y tendrás un viaje
feliz.
CAPÍTULO
V
QUE
ES MENESTER COMENZAR POR LA PURIFICACIÓN DEL ALMA
«Las
flores,dice el sagrado Esposo, apareen en nuestra tierra; el tiempo de podar y
cortar ha llegado». ¿Qué son las flores de nuestros corazones, ¡oh Filotea!,
sino los buenos deseos?
Ahora
bien, en cuanto aparecen, es menester poner la mano a la segur, para cortar, en
nuestra conciencia, todas las obras muertas y superfluas. La doncella
extranjera, para casarse con un israelita, había de quitarse los vestidos de
cautiva, cortarse las uñas y rasurar los cabellos: y el alma que aspira al
honor de ser esposa del Hijo de Dios debe «despojarse del hombre viejo y
revestirse del nuevo», dejando el pecado, cortando de raíz toda clase de
estorbos, que apartan del amor del Señor. El comienzo de nuestra santidad
consiste en purgar los malos humores del pecado.
San
Pablo quedó enteramente purificado, en un instante, y lo mismo le acaeció a
Santa Catalina de Génova, a Santa Magdalena, a Santa Pelagia y a algunos otros
santos; pero esta clase de purificación es absolutamente milagrosa y
extraordinaria, en el orden de la gracia, como la resurrección de los muertos
lo es en el orden de la naturaleza, por lo que no hemos de pretenderla. La
purificación y la curación ordinaria, así de los cuerpos como de las almas,
no se hace sino poco a poco, paso a paso, por grados, de adelanto en
adelanto, con dificultad y con tiempo. Los ángeles de la escala de Jacob tienen
alas, pero no vuelan, sino que suben y bajan ordenadamente de grada en grada. El
alma que se remonta del pecado a la devoción, es comparada a la aurora, la
cual, cuando aparece, no disipa en un instante, las tinieblas, sino lentamente.
Dice un aforismo que cuanto menos precipitada es la curación, es tanto más
segura: las enfermedades del corazón, como las del cuerpo, vienen a caballo y
al galope, pero se van a pie y al paso.
Conviene,
pues, ¡oh Filotea!, que seas animosa y paciente en esta empresa. ¡Ah! qué
pena da ver a ciertas almas que, al sentirse todavía sujetas a muchas
imperfecciones, después de haberse ejercitado en la devoción, se turban y
desalientan y se dejan casi vencer por la tentación de abandonarlo todo y de
volver atrás. Mas, por el contrario, ¿no es también un peligro para las
almas, el que, por una tentación opuesta, lleguen a creer, el primer día, que
ya están purificadas de sus imperfecciones y, teniéndose por perfectas, echen
a volar sin alas? ¡Oh Filotea, es demasiado grande el peligro de caer, para
desasirse tan pronto de las manos del médico! ¡Ah!, «no os levantéis antes
de que llegue la luz -dice el profeta-; levantaos después de haber
descansado»; y él mismo, después de haber practicado este consejo y de
haberse lavado y purificado, pide a Dios que le lave y purifique de nuevo.
El
ejercicio de la purificación del alma no puede ni debe acabarse sino con la
vida. No nos turbemos, pues, por nuestras imperfecciones, porque nuestra
perfección consiste precisamente en combatirlas, y no podremos combatirlas sin
verlas, ni vencerlas sin encontrarlas. Nuestra victoria no estriba en no
sentirlas, sino en no consentir en ellas, y no es, en manera alguna, consentir
el sentirse por ellas acosado. Es muy provechoso, para el ejercicio de la
humildad, que, alguna vez, seamos heridos en este combate espiritual; sin
embargo, nunca somos vencidos, sino cuando perdemos la vida o el valor. Ahora
bien, las imperfecciones y los pecados no pueden arrebatarnos la vida
espiritual, pues ésta sólo se pierde por el pecado grave; importa, pues, que
no nos desalienten: «Líbrame, Señor -decía David-, de la cobardía y del
desaliento». Es, para nosotros, una condición ventajosa, en esta guerra, saber
que siempre seremos vencedores, con tal que queramos combatir.
CAPÍTULO
VI
DE
LA PRIMERA PURIFICACIÓN, QUE ES LA DE LOS PECADOS MORTALES
La
primera purificación que se requiere es la del pecado mortal; el medio para
lograrla es el sacramento de la Penitencia. Busca el confesor más digno que te
sea posible; toma en tus manos algunos de los libritos que se han escrito para
ayudar a las conciencias a confesarse bien, como Granada, Bruno, Arias, Auger;
léelos con atención, y advierte punto por punto, en qué has pecado, desde que
llegaste al uso de la razón hasta la hora presente; si no te fías de la
memoria, escribe lo que hubieres notado. Después de haber repasado y
amontonado, de esta manera, los pecados de tu conciencia, detéstalos y échalos
lejos de ti, por una contrición y un pesar tan grande como pueda soportarlo tu
corazón, considerando estas cuatro cosas: que, por el pecado, has perdido la
gracia de Dios, has perdido el derecho a la gloria, has aceptado las penas del
infierno y has renunciado al amor eterno de Dios.
Ya
entiendes, Filotea, que me refiero a una confesión general de toda la vida, la
cual, si bien reconozco que no siempre es absolutamen
te
necesaria, con todo considero que te será sumamente útil en los comienzos; por
lo mismo, te la aconsejo con gran encarecimiento. Acontece, con harta
frecuencia, que las confesiones ordinarias de las personas que llevan una vida
común y vulgar están llenas de grandes defectos, porque, muchas veces, la
preparación es deficiente o nula, y falta la contrición exigida; al contrario,
suele acudirse a la confesión con una voluntad tácita de volver a caer en
pecado y sin la resolución de evitar las ocasiones y de poner los medios
necesarios para la enmienda de la vida; en todos estos casos, la confesión
general es necesaria para la tranquilidad del alma. Pero, además, de esto, la
confesión general nos conduce al conocimiento de nosotros mismos, provoca en
nosotros una saludable confusión por nuestra vida pasada, nos hace admirar la
misericordia de Dios, que nos ha aguardado con tanta paciencia; sosiega nuestros
corazones, alivia nuestros espíritus, excita en nosotros buenos propósitos, da
ocasión a nuestro padre espiritual para que nos haga las advertencias que mejor
cuadran con nuestra condición, y nos abre el corazón, para que nos
manifestemos con toda confianza, en las confesiones siguientes.
Tratando,
pues, ahora, de una renovación general de nuestro corazón y de una conversión
total de nuestra alma a Dios, para emprender la vida devota, me parece, ¡oh
Filotea!, que tengo razón, si te aconsejo esta confesión general.
CAPÍTULO
VII
DE
LA SEGUNDA
PURIFICACIÓN, QUE ES LA DEL AFECTO AL PECADO
Todos
los israelitas salieron de Egipto, pero no todos partieron de corazón, por lo
cual, cuando estaban en medio del desierto, muchos de ellos echaban de menos las
cebollas y los manjares de aquella tierra. De la misma manera, hay penitentes
que salen, en efecto, del pecado, pero no todos dejan la afición a él; es
decir, proponen no pecar más, pero con cierta mala gana de privarse y
abstenerse de los deleites pecaminosos; su corazón renuncia al pecado y se
aleja de él, mas no por ello deja de volver, de vez en cuando, la cabeza hacia
aquel lado, como la volvió la mujer de Lot hacia Sodoma. Se abstienen del
pecado, como los enfermos de la fruta, que no comen de ella porque el médico
les amenaza con la muerte sí no saben privarse; pero se inquietan, hablan de
ella y de la posibilidad de comer; quieren, a lo menos, olfatearla y tienen por
dichosos a los que la pueden gustar. También estos débiles y cobardes
penitentes se abstienen, por algún tiempo, del pecado, pero a regañadientes;
quisieran poder pecar sin condenarse, hablan con afecto y gusto del pecado, y
consideran felices a los que lo cometen. Un hombre decidido a vengarse cambiará
de resolución en la confesión, pero enseguida se le verá entre los amigos,
complaciéndose en hablar de su querella, diciendo que, si no hubiese sido por
el temor de Dios hubiera hecho esto o aquello y que el artículo de la
ley
divina que nos manda perdonar, es difícil; que ojalá fuese permitido vengarse.
¡Ah! ¿quién no ve que este Pobre hombre, si bien está libre del pecado,
continúa encadenado por el afecto al mismo, y que, hallándose fuera de Egipto,
con el cuerpo, está todavía allí, con el deseo, y suspira por los ajos y las
cebollas que allí solía comer? Tal hace también la mujer que habiendo
detestado sus perversos amores, gusta todavía de ser festejada y cortejada.
¡Ah! ¡Qué peligro más grande no corren estas personas! ¡Oh Filotea! puesto
que quieres emprender la vida devota, es necesario no sólo que dejes el pecado,
sino que purifíquese enteramente tu corazón de todos los afectos que de él
dimanan, porque, aparte del peligro de reincidir, estas desdichadas aficiones
debilitarían continuamente tu espíritu y lo gravarían de tal suerte, que no
podría hacer las buenas obras con aquella prontitud, celo y frecuencia que
constituyen la esencia de la devoción. Las almas que, habiendo salido del
pecado, tienen todavía estos afectos y estas debilidades, se parecen, a mi modo
de ver, a las doncellas de pálido color, cuyas acciones sin estar ellas
enfermas son todas enfermizas; comen sin gusto, duermen sin reposo, ríen sin
gozo, y andan a rastras, en vez de caminar. De la misma manera hacen estas almas
el bien, con una dejadez espiritual tan grande, que quita toda la gracia a sus
buenos ejercicios, que son pocos en número y de muy reducida eficacia.
CAPÍTULO
VIII
DE
COMO SE HA DE HACER ESTA
SEGUNDA PURIFICACIÓN
El
primer motivo para llegar a esta segunda purificación es el vivo y fuerte
conocimiento del gran mal que nos acarrea el pecado, conocimiento que excita en
nosotros una profunda y vehemente contrición; pues, así como la contrición,
con tal que sea verdadera, por pequeña que sea, sobre todo si se junta a la
virtud de los sacramentos, nos purifica suficientemente del pecado, asimismo,
cuando es grande y vehemente, nos purifica de todos los afectos que del pecado
se derivan. Un odio o un rencor flojo y débil nos hace antipática la persona
odiada y nos induce a evitar su compañía; mas, cuando el odio es mortal y
violento, no sólo huimos de la persona aborrecida, sino que nos disgusta, y no
podemos sufrir el trato de sus compañeros, amigos y parientes y su imagen y
todo cuanto a ella se refiere. Así, cuando el penitente odia el pecado, movido
de una ligera, aunque verdadera contrición, resuelve sinceramente no volver
más a pecar; pero cuando el aborrecimiento es fruto de una contrición vigorosa
y potente, no sólo detesta el pecado, sino todos los afectos, relaciones y
caminos que a él conducen. Conviene, pues, Filotea, que acrecentemos nuestra
contrición y nuestro arrepentimiento, a fin de que llegue a extenderse hasta
las más insignificantes manifestaciones del pecado. Magdalena, en su
conversión, de tal manera perdió el gusto por el pecado y por los placeres que
en él había hallado, que jamás Pensó en ellos; y David no sólo aborreció
el pecado, sino también todos sus caminos y senderos: en esto consiste la
renovación del alma, que el mismo profeta compara con la renovación del
águila.
Ahora
bien, para llegar a este conocimiento y contrición, es necesario que te
ejercites en las siguientes meditaciones, las cuales, bien practicadas,
desarraigarán de tu corazón, mediante la gracia de Dios, el pecado y las
principales aficiones al mismo; precisamente con este fin las he compuesto. Las
harás por el orden indicado, y solamente una cada día, por la mañana, a ser
posible, porque es el tiempo más a propósito para todas las actividades del
espíritu, e irás rumiándola durante todo el día. Y, si todavía no estás
acostumbrada a meditar, atiende a lo que diremos en la segunda parte.
CAPÍTULO
IX
Meditación
1ª : DE
LA CREACIÓN
PREPARACIÓN.
1. Ponte en la presencia de
Dios.-2. Pídele que te ilumine.
CONSIDERACIONES.
1. Considera que sólo hace
algunos años que no estabas en el mundo y que tu ser era una verdadera nada.
¿Dónde estábamos, ¡oh alma mía!, en aquel tiempo? El mundo era ya de larga
duración, y de nosotros todavía no se tenía noticia.
2.
Dios te ha hecho salir de esta nada, para hacer de ti lo que eres, sin que te
hubiese menester, únicamente por su bondad.
3.
Considera el ser que Dios te ha dado; el primer ser del mundo visible capaz de
vivir eternamente y de unirse perfectamente a la divina Majestad.
AFECTOS
Y RESOLUCIONES. 1. Humíllate
profundamente delante de Dios y
dile de corazón con el salmista: «¡Oh Señor!, soy una verdadera nada delante
de Ti. Y, ¿ cómo te has acordado de mí para crearme?» ¡Ah!, alma mía, tú
estabas sumida en el abismo de esta antigua nada, y todavía estarías allí, si
Dios no te hubiese sacado de ella; y ¿qué harías en esta nada?
2.
Da las gracias a Dios. ¡Oh
mi grande y buen Creador, cuánto te debo, pues me has sacado de la nada, para
hacer de mí lo que soy por tu misericordia! ¿Qué podré hacer jamás para
bendecir tu santo Nombre y agradecer tus inmensas bondades?
3.
Confúndete. Pero, ¡oh
Creador mío!, en lugar de unirme a Ti por el amor y sirviéndote, me he
rebelado con mis desordenadas aficiones y me he separado y alejado de Ti para
juntarme con el pecado, dejando de honrar a tu bondad, como si no fueses mi
Creador.
4.
Humíllate delante de Dios. «Has
de saber, alma mía, que el Señor es tu Dios; Él es quien te ha hecho» y no
tú. ¡Oh Dios mío!, soy obra de tus manos.
5.
No quiero, en adelante, complacerme más en mí misma, ya que, por mi parte,
nada soy. ¿ De qué te glorias, ¡oh! polvo y ceniza? 0 mejor dicho, ¿de qué
te ensalzas, ¡oh¡ verdadero nada? Para humillarme, quiero hacer tal o cual
cosa, soportar este o aquel desprecio. Deseo cambiar de vida, seguir, en
adelante, a mi Creador,
y
honrarme con la condición del ser que Él me ha dado, empleándola toda en
obedecer a su voluntad, por los medios que me serán enseñados, acerca de los
cuales preguntaré a mi padre espiritual.
CONCLUSIÓN.
1. Da gracias a Dios. «Bendice, ¡ oh alma mía!, a tu Dios y que todas
mis entrañas alaben su santo Nombre», porque su bondad me ha sacado de la nada
y su misericordia me ha creado.
2.
Hazle ofrenda. ¡Oh Dios
mío!, te ofrezco el ser que me has dado, con todo mi corazón; te lo dedico y
te lo consagro.
3.
Ruega. ¡Oh Dios mío!,
robustéceme en estos afectos y en estas resoluciones; ¡oh Virgen Santísima!,
recomiéndalas a la misericordia de tu Hijo, con todos aquellos por quienes
tengo obligación de rogar, etc.
Padrenuestro,
Avemaría.
Al
salir de la oración, paseando un poco, haz un pequeño ramillete con las
consideraciones que hubieres hecho, para olerlo durante todo el día.
CAPÍTULO
X
Meditación
2ª :
DEL FIN PARA EL CUAL HEMOS
SIDO CREADOS
PREPARACIÓN.
1. Ponte en la presencia de
Dios.-2. Pídele que te ilumine.
CONSIDERACIONES.
1. Dios no te ha puesto en el
mundo porque necesite de ti, pues le eres bien inútil, sino únicamente para
ejercitar en ti su bondad, dándote su gracia y su gloria. Y, así, te ha dado
la inteligencia para conocerle, la memoria para que te acuerdes de Él, la
voluntad para amarle, la imaginación para representarte sus beneficios, los
ojos para admirar las maravillas de sus obras, la lengua para alabarle, y así
de las demás facultades.
2.
Habiendo sido creada y puesta en este mundo con este intento, todas las acciones
que le sean contrarias han de ser rechazadas y evitadas, y las que en manera
alguna sirvan para este fin, han de ser despreciadas como vanas y superfluas.
3.
Considera la desdicha del mundo, que no piensa en esto, sino que vive como si
creyese que no ha sido creado para otra cosa que para edificar casas, plantar
árboles, atesorar riquezas y bromear.
AFECTOS
Y RESOLUCIONES. 1. Confúndete
echando en cara a tu alma su
miseria, la cual ha sido hasta ahora tan grande, que ni siquiera ha pensado en
todo esto. ¡Ah!, dirás, ¿en qué pensaba, ¡oh Dios mío!, cuando no pensaba
en Ti? ¿De qué me acordaba, cuando me olvidaba de Ti? ¿Qué amaba cuando no
te amaba a Ti? ¡Ah! había de alimentarme de la verdad y me hartaba de
vanidades, y era esclava del mundo, siendo así que ha sido hecho para servirme.
2.
Detesta la vida pasada. Pensamientos
vanos, cavilaciones inútiles, renuncio a vosotros: recuerdos detestables y
frívolos, os detesto-, amistades infieles y desleales, servicios perdidos y
miserables, correspondencias ingratas, enfadosas complacencias, os desecho.
3.
Conviértete a Dios. Tú,
Dios mío y Salvador mío, serás, en adelante, el único objeto de mis
pensamientos; jamás aplicaré mi atención a pensamientos que te sean
desagradables: mi memoria, durante todos los días de mi existencia, estará
llena de la grandeza de tu bondad, tan dulcemente ejercida en mi vida; Tú
serás las delicias de mi corazón y la suavidad de mis afectos.; ¡Ah, sí! ;
aborreceré para siempre tales y tales bagatelas y diversiones a las cuales me
entregaba, y a los ejercicios vanos, en los cuales empleaba mis días, y a tales
afectos, que cautivaban mi corazón, y, para lograrlo, emplearé tales y tales
remedios.
CONCLUSIÓN.
1. Da gracias a Dios que te ha creado para un fin tan excelente. Tú, Señor, me
has hecho para Ti, para que goce eternamente de la inmensidad de tu gloria:
¿Cuándo llegaré a ser digna de ello y cuándo te bendeciré como es debido?
2.
Ofrecimiento. Te ofrezco,
¡oh mi amado Creador!, todos estos mismos afectos y resoluciones, con toda mi
alma y con todo mi corazón.
3.
Pide. Te ruego, ¡oh Dios
mío!, que te sean agradables mis anhelos y mis propósitos, y que concedas tu
santa bendición a mi alma, para que pueda cumplirlos, por los méritos de la
sangre de tu Hijo, derramada en la Cruz, etc.
Padrenuestro,
etc.
Haz
el ramillete de devoción.
CAPÍTULO
XI
Meditación
3ª : DE
LOS BENEFICIOS DE DIOS
PREPARACIÓN.
1. Ponte en la presencia de
Dios.-2. Pídele que te ilumine.
CONSIDERACIONES.
1. Considera las gracias
corporales que Dios te ha concedido: este
cuerpo, estas facilidades para sustentarlo, esta salud, estas satisfacciones
lícitas, estos amigos, estos auxilios. Mas considera esto, comparándote con
tantas otras personas que valen más que tú, las cuales se ven privadas de
estos beneficios: unas son contrahechas, otras mutiladas, otras caree-en de
salud; otras son objeto de oprobios, de desprecios y de deshonra; otras están
abatidas por la pobreza; y Dios no ha querido que tú fueses tan desgraciada.
2.
Considera los dones del espíritu: cuantas personas hay, en el mundo,
imbéciles, furiosas, insensatas; ¿y por qué no eres tú una de tantas? Porque
Dios te ha favorecido. ¡Cuántos han sido criados groseramente y' en la mayor
ignorancia, y la Providencia divina ha hecho que tú fueses educada con
urbanidad y con decoro!
3.
Considera las gracias espirituales: ¡Oh
Filotea!, tú eres hija de la Iglesia; Dios te ha enseñado a conocerle, desde
tu juventud. ¿Cuántas veces te ha dado sus sacramentos? ¿Cuántas veces te ha
ayudado, con inspiraciones, luces interiores y reprensiones, para tu enmienda?
¿Cuántas veces te ha perdonado tus faltas?
¿Cuántas
veces te ha librado de las ocasiones de perderte, a que te habías expuesto? Y
estos años pasados ¿no te han ofrecido una oportunidad y una facilidad para
avanzar en el bien de tu alma? Examina en sus pormenores, cuán suave y generoso
ha sido Dios contigo.
AFECTOS
Y RESOLUCIONES. 1. Admira la bondad
de Dios.¡ Oh! ¡qué bueno
es Dios para conmigo! ¡Qué bueno es! y tu Corazón, ¡oh Señor!, ¡cuán rico
es en misericordia y cuán generoso en bondad! Cantemos eternamente, ¡oh alma!,
la multitud de mercedes que nos ha otorgado.
2.
Admira tu ingratitud. Mas,
¿quién soy yo, ¡oh Señor!, para que hayas pensado en mí? ¡Oh, cuán grande
es mi indignidad! ¡Ah! yo he pisoteado tus beneficios, he deshonrado tus
gracias, convirtiéndolas en objeto de abuso y de menosprecio de tu soberana
bondad; he opuesto el abismo de mi ingratitud al abismo de tu gracia y de tu
favor.
3.
Excítate a agrade cimiento. Arriba,
pues ¡oh corazón mío! ; no quieras ser infiel, ingrato y desleal con este
gran bienhechor. Y ¿cómo mi alma no estará, de hoy en adelante, sometida a
Dios, que ha obrado, en mí y para mí, tantas gracias y tantas maravillas?
4.
¡ Ah, por lo tanto, oh Filotea!, aparta tu corazón de tales y tales
placeres; procura tenerlo sujeto al servicio de Dios, que tanto ha hecho por
ti; dedica tu alma a conocerle y reconocerle más y más, practicando los
ejercicios que para ello se requieren, y emplea cuidadosamente los auxilios que,
para salvarte y amar a Dios, posee la Iglesia. Sí, frecuentaré la oración,
los sacramentos; escucharé la divina palabra y pondré en práctica las
inspiraciones y los consejos.
CONCLUSIÓN.
1. Da gracias a Dios por el conocimiento que te ha dado de tus deberes y
por todos los beneficios que hasta ahora has recibido.
2.
Ofrécele tu corazón con
todas tus resoluciones.
3.
Pídele que te dé fuerzas, para
practicarlas fielmente, por los méritos de la muerte de su Hijo: implora la
intercesión de la Virgen y de los santos.
CAPÍTULO
XII
Meditación
4ª: DE LOS PECADOS
PREPARACIÓN.
1. Ponte en la presencia de Dios. - Pídele que te ilumine.
CONSIDERACIONES.
1. Piensa en el tiempo que hace comenzaste a pecar y mira como, desde
entonces, has ido multiplicando los pecados en tu corazón, y como, todos los
días, has añadido otros nuevos contra Dios, contra ti mismo, contra el
prójimo, de obra, de palabra, de deseo, de pensamiento.
2.
Considera tus malas inclinaciones y las muchas
veces que has ido en pos de ellas. Estos dos puntos te enseñarán que el
número de tus culpas es mayor que el de los cabellos de tu cabeza, tan grande
como el de las arenas del mar.
3.
Considera aparte el pecado de ingratitud para con Dios, pecado
general que abarca todos los demás y los hace infinitamente más enormes.
Mira
cuántos beneficios te ha hecho Dios y cómo has abusado de todos ellos contra
el Dador; singularmente, cuántas inspiraciones despreciadas, cuántas mociones
saludables inutilizadas. Y más aún, ¿cuántas veces has recibido los
sacramentos y con qué fruto? ¿Qué se han hecho las preciosas joyas con que tu
amado esposo te había adornado? Todo ha quedado sepultado bajo tus iniquidades.
¿Con qué preparación los has recibido? Piensa en esta ingratitud, a saber,
que, habiendo corrido tanto Dios en pos de ti para salvarte, siempre has huido
tú de Él para perderte.
AFECTOS
Y RESOLUCIONES. 1. Confúndete en tu miseria. ¡Oh Dios mío!, ¿cómo me
atrevo a comparecer ante tus ojos? ¡Ah!, yo no soy más que una apostema del
mundo y un albañal. de ingratitud y de iniquidad. ¿Es posible que haya sido
tan desleal, que no haya dejado de viciar, violar y manchar uno solo de mis
sentidos, una sola de las potencias de mi alma, y que, ni un solo día de mi
vida haya transcurrido sin producir tan malos efectos? ¿Es de esta manera como
había de corresponder a los beneficios de mi Creador y a la sangre de mi
Redentor?
2.
Pide perdón y arrójate a
los pies del Señor, como un hijo pródigo, como una Magdalena, como una esposa
que ha profanado el tálamo nupcial con toda clase de adulterios. ¡Oh Señor!,
misericordia para esta pobre pecadora. ¡Ay de mí! ¡Oh fuente viva de
compasión, ten piedad de esta miserable!
S.
Propón vivir mejor. ¡Oh
Señor! jamás, mediante tu gracia, me entregaré al pecado. ¡Ay de mí!,
demasiado lo he querido. Lo detesto y me abrazo a Ti, ¡Oh Padre de
misericordia!; quiero vivir y morir en Ti.
4.
Para borrar los pecados pasados, me acusaré de ellos valerosamente y no dejaré
de confesar uno solo.
5.
Haré todo cuanto pueda, para arrancar enteramente las malas raíces de mi
corazón, particularmente tales y tales, que son especialmente enojosas.
6.
Y para lograrlo, echaré mano de los medios que me aconsejen, y jamás creeré
haber hecho lo bastante para reparar tan grandes faltas.
CONCLUSIÓN.
1. Da gracias a Dios, que te ha esperado hasta la hora presente y te ha
comunicado tan buenos afectos.
2.
Ofrécele tu corazón, para
llevarlos a la práctica.
3.
Pide que te robustezca, etc.
CAPÍTULO
XIII
Meditación
5ª: DE LA MUERTE
PREPARACIÓN.
1. Ponte en la presencia de Dios.-2. Pídele su gracia.
3.
Imagínate que estás gravemente enferma, en el lecho de muerte, sin ninguna
esperanza de escapar de ella.
CONSIDERACIONES.
1. Considera la incertidumbre del día de tu muerte. ¡Oh alma mía!, un
día saldrás de este cuerpo. ¿ Cuándo será? ¿ Será en invierno o en
verano? ¿En la ciudad o en el campo? ¿De día o de noche? ¿De repente o
advirtiéndolo? ¿ De enfermedad o de accidente? ¿Con tiempo para confesarte o
no? ¿Serás asistida por tu confesor o padre espiritual? ¡Ah! de todo esto no
sabemos absolutamente nada; únicamente es cierto que moriremos y siempre mucho
antes de lo que creemos.
2.
Considera que entonces el mundo se acabará para ti; para
ti ya habrá dejado de existir, se trastornará de arriba abajo delante de tus
ojos. Sí, porque entonces los placeres, las vanidades, los goces mundanos, los
vanos afectos nos parecerán fantasmas y niebla. ¡Ah desdicha da!, ¿por qué
bagatelas y quimeras he ofendido a mi Dios? Entonces verás que hemos dejado a
Dios por la nada. Al contrario, la devoción y las buenas obras te parecerán
entonces deseables y dulces. Y, ¿por qué no he seguido por este tan bello y
agradable camino? Entonces los pecados, que parecían tan pequeños, parecerán
grandes montañas, y tu devoción muy exigua.
3.
Considera las angustiosas despedidas con
que tu alma abandonará a este feliz mundo: dirá adiós a las riquezas, a las
vanidades y a las vanas compañías, a los placeres, a los pasatiempos, a los
amigos y a los vecinos, a los padres, a los hijos, al marido, a la mujer, en una
palabra, a todas las criaturas; y, finalmente, a su cuerpo, al que dejará
pálido, desfigurado, descompuesto, repugnante y mal oliente.
4.
Considera con qué prisas sacarán fuera el cuerpo y lo sepultarán, y que, una
vez hecho esto, el mundo ya no pensará más en ti, ni se acordará más, como
tú tampoco has pensado mucho en los otros. Dios le dé el descanso eterno,
dirán, y aquí se acabará todo. ¡Oh muerte, cuán digna eres de meditación;
cuán implacable eres ¡
5.
Considera que, al salir del cuerpo, el alma emprende su camino,
hacia la derecha o hacia la
izquierda. ¡Ah! ¿Hacia dónde irá la tuya? ¿Qué camino emprenderá? No otro
que el que haya comenzado a seguir en este mundo.
AFECTOS
Y RESOLUCIONES. 1. Ruega a Dios y arrójate en sus brazos.
¡Ah, Señor!, recíbeme
bajo tu protección, en aquel día espantoso; haz que esta hora sea para mí
dichosa y favorable, y que todas las demás de mi vida sean tristes y estén
llenas de aflicción.
2.
Desprecia al mundo. Puesto
que no sé la hora en que tendré que dejarte, joh mundo!, no quiero aficionarme
a ti. ¡Oh mis queridos amigos!, mis queridos compañeros, permitidme que sólo
os ame con una amistad santa que pueda durar eternamente. Porque ¿a qué
vendría unirme con vosotros con lazos que se han de dejar y romper?
3.
Quiero Prepararme para esta hora y
tomar las necesarias precauciones para dar felizmente este paso; quiero asegurar
el estado de mi conciencia, haciendo todo lo que esté a mi alcance, y quiero
poner remedio a éstos y a aquellos defectos.
CONCLUSIÓN.
Da gracias a Dios por
estos propósitos que te ha inspirado; ofrécelos a su divina Majestad; pídele
de nuevo que te conceda una muerte feliz, por los méritos de la muerte de su
Hijo.
Padrenuestro,
etc.
Haz
un ramillete de mirra.
CAPÍTULO
XIV
Meditación
6ª: DEL JUICIO
PREPARACIÓN.
1. Ponte en la presencia de
Dios. - 2. Pídele que te ilumine.
CONSIDERACIONES.
1. Finalmente, después de
transcurrido el tiempo señalado por Dios a la duración del mundo y después de
una serie de señales y presagios horribles, que harán temblar a los hombres de
espanto y de terror, el fuego, que caerá como un diluvio, abrasará y reducirá
a cenizas toda la faz de la tierra, sin que ninguna de las cosas que vernos
sobre ella llegue a escapar.
2.
Después de este diluvio de llamas y rayos, todos los hombres saldrán del seno
de la tierra, excepción hecha de los que ya hubieren resucitado, y, a la voz
de¡ Arcángel, comparecerán en el valle de Josafat. ¡Mas, ay, con qué
diferencia! Porque los unos estarán allí con sus cuerpos gloriosos y
resplandecientes y los otros con los cuerpos feos y espantosos.
3.
Considera la majestad, con la cual el soberano Juez aparecerá, rodeado de todos
los ángeles y santos, teniendo delante su cruz, más reluciente que el sol,
enseña de gracia para los buenos y de rigor para los malos.
4.
Este soberano Juez, por terrible mandato suyo, que será enseguida ejecutado,
separará a los buenos de los malos, poniendo a los unos a su derecha y a los
otros a su izquierda; separación eterna, después de la cual los dos bandos no
se encontrarán jamás.
5.
Hecha la separación y abiertos los libros de las conciencias, quedará puesta
de manifiesto, con toda claridad, la malicia de los malos y el desprecio de que
habrán hecho objeto a Dios; y, por otra parte, la penitencia de los buenos y
los efectos de la gracia de Dios que, en vida, habrán recibido y nada quedará
oculto. ¡ Oh Dios, qué confusión para los unos y qué consuelo para los
otros!
6.
Considera la última sentencia de los malos.
«Id malditos al fuego eterno, preparado para el diablo y sus compañeros».
Pondera estas palabras tan graves. «Id», les dice. Es una palabra de abandono
eterno, con que Dios deja a estos desgraciados y los aleja para siempre de su
faz. Les llama « malditos ». ¡ Oh alma mía, qué maldición! Maldición
general, que abarca todos los males; maldición irrevocable, que comprende todos
los tiempos y toda la eternidad. Y añade «al fuego eterno». Mira, ¡oh
corazón mío! esta gran eternidad. ¡Oh eterna eternidad de las penas, qué
espantosa eres!
7.
Considera la sentencia contraria de los buenos: «Venid»,
dice el Juez. ¡Ah!, es la agradable palabra de salvación, por la que Dios nos
atrae hacia sí y nos recibe en el seno de su bondad; «benditos de mi Padre»:
¡oh hermosa bendición, que encierra todas las bendiciones! «tomad posesión
del reino que tenéis preparado desde la creación del mundo». ¡Oh, Dios mío,
qué gracia, porque este reino jamás tendrá fin!
AFECTOS
Y RESOLUCIONES. 1. Tiembla, ¡oh alma mía!, ante este recuerdo. ¿Quién
podrá, ¡oh Dios mío!, darme seguridad para aquel día, en el cual temblarán
de pavor las columnas del firmamento?
2.
Detesta tus pecados, pues
sólo ellos pueden perderte en aquel día temible.
3.
¡Ah!, quiero juzgarme a mí mismo ahora, para
no ser juzgado después. Quiero examinar mi conciencia y condenarme, acusarme y
corregirme, para que el Juez no me condene e aquel día terrible: me confesaré
y haré caso de los avisos necesarios, etc.
CONCLUSIÓN.
1. Da gracias a Dios, que
te ha dado los medios de asegurarte para aquel día, y tiempo para hacer
penitencia.
2.
Ofrécele tu corazón para
hacerla.
3.
Pídele que te dé su gracia
para llevarla a la práctica.
Padrenuestro,
etc.
Haz
el ramillete espiritual.
CAPÍTULO
XV
Meditación
7ª :
DEL INFIERNO
PREPARACIÓN.
1. Ponte en la presencia de
Dios.-2. Humíllate y pídele su auxilio.
3.
Imagínate que estás en una ciudad envuelta en tinieblas, abrasada de azufre y
pez pestilente, llena de ciudadanos que no pueden salir de ella.
CONSIDERACIONES.
1. Los condenados están
dentro del abismo infernal como
en una ciudad infortunada, en la cual padecen tormentos indecibles, en todos sus
sentidos y en todos sus miembros, pues, por haberlos empleado en pecar, han de
padecer en ellos las penas debidas al pecado: los ojos, en castigo de sus
ilícitas y perniciosas miradas, tendrán que soportar la horrible visión de
los demonios y del infierno; los oídos, por haberse complacido en malas
conversaciones, no oirán sino llantos, lamentos de desesperación y así todos
los demás sentidos.
2.
Además de todos estos tormentos, todavía hay otro mayor, que
es la privación y la pérdida de la gloria de Dios, que jamás podrán
contemplar. Si a Absalón, la privación de la amable faz de su padre le
pareció más intolerable que el mismo destierro, ¡oh Dios mío, qué pesar, el
verse privado para siempre de la visión de tu dulce y suave rostro!
3.
Considera, sobre todo, la eternidad de las llamas, que,
por sí sola hace intolerable el infierno. ¡ Ah!, si un mosquito en la oreja,
si el calor de una ligera fiebre es causa de que nos parezca larga y pesada una
noche corta, ¡cuán espantosa será la noche de la eternidad, en medio de
tantos tormentos! De esta eternidad nace la desesperación eterna, las
blasfemias y la rabia infinita.
AFECTOS
Y RESOLUCIONES. 1. Espanta a tu alma con estas palabras de Job: «Ah,
alma mía, ¿podrías vivir eternamente en estos ardores eternos y en este fuego
devorador?» ¿Quieres dejar a Dios para siempre?
2.
Confiesa que los has merecido y ¡cuántas
veces! Pero, de ahora en adelante, quiero andar por la senda contraria; ¿ por
qué he de descender a este abismo?
3.
Haré, pues, estos y aquellos esfuerzos para
evitar el pecado, que es la única cosa que puedo darme la muerte eterna.
Da
gracias, ofrece, ruega.
CAPÍTULO
XVI
Meditación
8ª: EL PARAÍSO
PREPARACIÓN.
1. Ponte en la presencia de Dios.-2. Haz la invocación.
CONSIDERACIONES.
1. imagina una hermosa noche muy serena, y piensa cuán agradable es ver el
cielo tachonado de esta multitud y variedad de estrellas. Ahora añade esta
belleza a la de un buen día, de suerte que la claridad del sol no impida la
clara visión de la luna y de las estrellas, y considera que esta hermosura nada
es, comparada con la excelencia del cielo. ¡Ah! ¡Qué deseable y amable es
este lugar y qué preciosa esta ciudad!
2.
Considera la nobleza, la distinción y la multitud de los ciudadanos y
habitantes de esta bienaventurada mansión; estos millones y millones de
ángeles, de querubines y de serafines; este ejército de mártires, de
confesores, de vírgenes, de santas mujeres; la multitud es innumerable. ¡Oh!
¡qué dichosa es esta compañía! El menor de todos es más bello que todo el
mundo, ¿qué será verlos a todos? Mas, i olí Dios mío qué felices son!
cantan, sin cesar, el dulce himno del amor eterno; siempre gozan de una perpetua
alegría; se comunican, los unos a los otros, consuelos indecibles y viven en el
contento de una dichosa e indisoluble compañía.
3.
Considera, finalmente, la suerte que tienen de gozar de Dios,
que les recompensa eternamente con su amable mirada, con la que infunde en sus
corazones un abismo de delicias. ¡Qué dicha estar siempre unido a su primer
principio! Son como aves felices, que andan volando y cantan eternamente por los
aires de la divinidad, que las envuelven por todas partes con goces increíbles;
allí, todos, a cual mejor, y sin envidias, cantan las alabanzas del Creador.
Seas para siempre bendito, ¡oh dulce y soberano Creador y Salvador nuestro!,
porque eres tan bueno y porque nos comunicas tan generosamente tu gloria. Y,
recíprocamente, Dios bendice, con bendiciones perpetuas, a todos los santos:
«Sed para siempre benditas, les dice, mis amadas criaturas, porque me habéis
servido y me alabáis eternamente con tan grande amor y valentía».
AFECTOS
Y RESOLUCIONES. 1 Admira y alaba esta patria celestial. ¡Oh! ¡Qué
hermosa eres, mi amada Jerusalén, y qué dichosos son tus adoradores!
2.
Echa en cara a tu corazón el poco valor que ha tenido hasta el presente y
el haberse desviado del camino que conduce a esta mansión gloriosa. ¿ Por qué
me he alejado tanto de mi suprema felicidad? i Ah, miserable de mí! Por estos
placeres tan enojosos y vacíos, he renunciado mil veces a estas eternas e
infinitas delicias. ¿ Qué espíritu me ha inducido a despreciar bienes tan
deseables, a trueque de unos deseos tan vanos y despreciables?
3.
Aspira, sin embargo, con ardor a esta morada de delicias. ¡Oh,
mi bueno y soberano Señor puesto que os habéis complacido en enderezar mis
pasos por vuestros caminos, jamás volveré atrás. Vayamos, mi querida alma,
hacia este reposo infinito, caminemos hacia esta bendita tierra que nos ha sido
prometida. ¿Qué hacemos en este Egipto?
4. Me
privaré, pues, de aquellas
cosas que me aparten o me
retrasen en este camino.
5.
Practicaré tales o cuales cosas, que puedan conducirme a él.
Da
las gracias, ofrece, ruega.
CAPÍTULO
XVII
Meditación
9ª : A MANERA DE ELECCIÓN
DEL PARAÍSO
PREPARACIÓN.
1. Ponte en la presencia de
Dios. - 2. Humíllate en su presencia y pídele que te ilumine.
CONSIDERACIONES.
Imagina que te encuentras en
campo raso, sola con tu buen ángel, como el jovencito Tobías cuando iba a
Rages, y que te hace ver: arriba el cielo, con todos los goces representados en
la meditación del paraíso, que acabas de hacer, y, abajo, el infierno, con
todos los tormentos descritos en su correspondiente meditación, arrodíllate
delante de tu ángel:
1.
Considera que es una gran verdad el que tú te encuentras entre el cielo y el
infierno, y que uno y otro están abiertos para recibirte, según la elección
que hubieres hecho.
2.
Considera que la elección del uno o del otro, hecha en este mundo, durará
eternamente.
3.
Aunque ambos están abiertos para recibirte, según la elección que hicieres,
es cierto que Dios, que está presto a darte o el uno por su misericordia o el
otro por su justicia, desea, empero, con deseo no igualado, que escojas el
paraíso; y tu ángel bueno te impele a ello, con todo su poder, ofreciéndote,
de parte de Dios, mil gracias y mil auxilios, para ayudarte a subir.
4.
Jesucristo, desde lo alto del cielo, te mira con bondad y te invita
amorosamente: «Ven, ¡oh alma querida!, al descanso eterno: entre los brazos de
mi bondad, que te ha preparado delicias inmortales, en la abundancia de su
amor». Contempla, con los ojos del alma, a la Santísima Virgen, que te llama
maternalmente: «Ánimo, hija mía, no desprecies los deseos de mi Hijo, ni
tantos suspiros que yo hago por ti, anhelando con Él, tu salvación eterna».
Mira los santos que te exhortan y un millón de almas que te invitan suavemente,
y que otra cosa no desean que ver tu corazón unido al suyo, para alabar a Dios
eternamente, y que te aseguran que el camino del cielo no es tan escabroso como
el mundo lo presenta: «Seas esforzada, querida amiga, te dicen ellas; el que
considere bien el camino de la devoción, por el cual nosotros hemos trepado,
verá que hemos alcanzado estas delicias mediante otras delicias
incomparablemente más suaves que las del mundo».
ELECCIÓN.
1. ¡Oh infierno!, te detesto
ahora y eternamente; detesto tus tormentos y tus penas; detesto tu infortunada y
desdichada eternidad, y, sobre todo, las eternas blasfemias y maldiciones que
vomitas continuamente contra Dios. Y, volviendo mi alma y nú corazón hacia ti,
¡oh hermoso paraíso, oh gloria eterna, felicidad perdurable!, escojo
irrevocablemente y para siempre mi morada y mi estancia dentro de tus bellas y
sagradas mansiones, y en tus santos y deseables tabernáculos. Bendigo, ¡oh
Dios mío!, tu misericordia y acepto el ofrecimiento que de ella te plazca
hacerme. ¡Oh Jesús, Salvador mío!, acepto tu amor eterno y la adquisición,
que para mí has hecho, de un lugar en esta bienaventurada Jerusalén, más que
para otra cosa, para amarte y bendecirte eternamente,
2.
Acepta los favores que la Virgen y los santos te hacen; promételes que te
encaminarás hacia ellos; da la mano a tu buen ángel, para que te conduzca;
alienta a tu alma para esta elección.
CAPÍTULO
XVIII
Meditación
l0ª : A MANERA DE ELECCIÓN QUE
EL
ALMA HACE DE LA VIDA DEVOTA
PREPARACIÓN.
1. Ponte en la presencia de
Dios---2. Humíllate en su presencia y pide su auxilio.
CONSIDERACIONES.
1. Imagínate que te encuentras
otra vez a campo raso, sola con tu ángel bueno, y, al lado izquierdo, mira al
diablo sentado sobre un gran trono muy encumbrado, rodeado de muchos espíritus
infernales y de una gran muchedumbre de mundanos, que, con la cabeza
descubierta, le rinden acatamiento, unos por un pecado y otros por otro. Mira la
actitud de estos desdichados cortesanos de tan abominable rey, y verás cómo
unos están furiosos de rabia, de envidia y de cólera; otros se matan
mutuamente; otros andan demacrados, tristes y llenos de angustia, en busca de
las riquezas; otros entregados a la vanidad, sin ninguna clase de goce, que no
sea inútil o vano; otros envilecidos, perdidos y corrompidos en sus brutales
afectos. Considera cómo todos viven sin reposo, sin orden, sin continencia;
cómo se desprecian los unos a los otros y cómo no se aman sino con fingida
apariencia. Finalmente verás una desdichada nación, tiranizada por este rey
maldito, que te hará compasión.
2.
A la derecha, contempla a Cristo crucificado, que, con un amor cordial, ruega
por estos pobres endiablados, para que salgan de esta tiranía, y que los llama
a sí, rodeado de un gran ejército de devotos, juntamente con sus ángeles.
Contempla la belleza de este reino de devoción. ¡Qué hermoso es ver este
cortejo de vírgenes, de hombres y mujeres más blancos que los lirios; esta
asamblea de viudas aureoladas de una santa mortificación y humildad! Mira esa
hilera de personas casadas que viven tan dulcemente, unidas por un mutuo respeto
que no puede existir sino merced a una gran caridad. Ve cómo estos devotos
saben hermanar los cuidados exteriores de su casa con los de la vida interior,
el amor al marido con el amor al Esposo Celestial. Míralos en todas partes, y
siempre los verás con un porte santo, dulce, amable, escuchando a Nuestro
Señor al que quieren introducir dentro de su corazón. Se alegran, pero con una
alegría graciosa, amorosa y bien ordenada; se aman los unos a los otros, pero
con un amor sagrado y enteramente puro. Los que, en este pueblo devoto, están
afligidos, no se atormentan excesivamente y no pierden la paz. En una palabra:
contempla los ojos del Salvador que los consuela, y repara cómo todos juntos
suspiran por Él.
3.
Hasta ahora has dejado a Satanás, con su triste y desgraciado séquito, gracias
a los buenos afectos que has concebido, pero, a pesar de ello, todavía no has
llegado al Rey Jesús, ni te has juntado a la compañía santa y feliz de los
devotos, sino que has fluctuado siempre entre uno y otro.
4.
La Santísima Virgen, con San José, San Luis, Santa Mónica y otros cien mil,
que forman en el escuadrón de los que han vivido en medio del mundo, te invitan
y te alientan.
5.
El Rey crucificado te llama por tu propio nombre: «Ven, mi bien amada, ven, que
quiero coronarte. »
ELECCIÓN.
1. ¡ Oh mundo, oh legión
abominable! ; no, jamás me verás bajo tu bandera; por siempre jamás he dejado
tus locuras y tus vanidades. Rey de orgullo, rey de desdicha, espíritu
infernal, renuncio a ti y a tus vanas pompas y te detesto con todas tus obras.
2.
Y, al convertirme a Ti, dulce Jesús mío, Rey de bienaventuranza y de gloria
eterna, te abrazo, con todas las fuerzas de mi alma, te adoro con todo mi
corazón, te elijo, ahora y para siempre, por mí Rey, y, con inviolable
fidelidad, te rindo homenaje irrevocable; me someto a la obediencia de tus
santas leyes y mandamientos.
3.
¡Oh Virgen santa, amada Señora mía!, te elijo por mí guía, me pongo bajo tu
enseña, te ofrezco un particular respeto y una reverencia especial. ¡Oh mi
santo ángel!, preséntame a esta sagrada asamblea; no me dejes hasta que llegue
a esta dichosa compañía, con la cual digo y diré, por siempre jamás, en
testimonio de mi elección: «Viva Jesús, viva Jesús».
CAPÍTULO
XIX
COMO
SE HA DE HACER LA CONFESIÓN
GENERAL
He
aquí, pues, amada Filotea, las meditaciones que se requieren para nuestro
objeto. Una vez hechas, ve, con espíritu de humildad, a hacer tu confesión
general; pero te ruego que no te dejes perturbar por ninguna aprensión. El
escorpión, que nos ha herido, es venenoso cuando nos pica, pero, una vez
reducido a aceite, es un remedio contra su propia picadura. Sólo cuando lo
cometemos, es vergonzoso el pecado, pero, al convertirse en confesión y en
penitencia, es honroso y saludable. La confesión y la contrición son tan
bellas y de tan buen olor, que borran la fealdad y disipan el hedor del pecado.
Simón el leproso dijo que Magdalena era pecadora, pero Nuestro Señor dijo que
no, y ya no habló de otra cosa sino de los perfumes que derramó y de la
grandeza de su amor. Si somos humildes, Filotea, nuestro pecado nos desagradará
infinitamente, porque es ofensa de Dios; pero la acusación de nuestro pecado
nos será dulce y amable, porque Dios es honrado en ella: decir al médico lo
que nos molesta es, en cierta manera, un alivio. Cuando llegues a la presencia
de tu padre espiritual, imagínate que te encuentras en la montaña del
Calvario, a los pies de Jesucristo crucificado, destilando por todas partes su
preciosísima sangre, para lavar tus iniquidades; porque, aunque no sea la
propia sangre del Salvador, es, empero, el mérito de su sangre derramada el que
rocía abundantemente a los penitentes, alrededor de los confesionarios. Abre,
pues, bien tu corazón, para que salgan de él los pecados, por la confesión,
porque, conforme vayan saliendo, entrarán en él los méritos de la pasión
divina para llenarlo de bendiciones.
Pero
dilo todo sencilla e ingenuamente, tranquilizando de una vez tu conciencia. Y,
hecho esto, escucha los avisos y lo que ordene el siervo de Dios, y di de todo
corazón: «Habla, Señor, que tu sierva escucha». Sí, Fílotea, es Dios a
quien escuchas, pues Él ha dicho a sus representantes: «El que a vosotros oye,
a Mí me oye». Toma después, en tu mano, la siguiente promesa, que es el
remate de toda tu contrición y que has de haber meditado y considerado antes;
léela atentamente y con todo el sentimiento que te sea posible.
CAPÍTULO
XX
PROMESA
AUTÉNTICA PARA GRABAR EN
EL ALMA LA RESOLUCIÓN DE SERVIR A DIOS Y CONCLUIR LOS
ACTOS DE PENITENCIA
Yo,
la que suscribe, puesta y constituida en la presencia de Dios eterno y de toda
la corte celestial, después de haber considerado la inmensa misericordia de su
divina bondad para conmigo, indignísima y miserable criatura que ella ha sacado
de la nada, conservado, sostenido, librado de tantos peligros y enriquecido de
mercedes, y, sobre todo, después de haber considerado esta incomparable dulzura
y clemencia, con que el bondadosísimo Dios me ha soportado en mis iniquidades,
tan frecuente y tan amablemente inspirada, invitándome a la enmienda, y con la
que me ha aguardado tan pacientemente para que hiciera penitencia y me
arrepintiese hasta este año de mi vida, a pesar de todas mis ingratitudes,
deslealtades e infidelidades, con que, difiriendo mi conversión y despreciando
sus gracias le he ofendido tan desvergonzadamente después de haber considerado
que, el día de mi santo bautismo, fui tan feliz y santamente consagrada y
dedicada a Dios, por ser hija suya, y, que, contra la profesión que entonces se
hizo en mi nombre, tantas y tantas veces, de una manera tan detestable y
desgraciada, he profanado y violado mi alma, empleándola y ocupándola contra
la divina Majestad; finalmente, volviendo ahora en mí, postrada de corazón y
espíritu ante el trono de la justicia divina, me reconozco, acuso y confieso
por legítimamente culpable y convicta del crimen de lesa majestad divina, y
culpable también de la muerte y pasión de Jesucristo, a causa de los pecados
que he cometido, por los cuales Él murió y padeció el tormento de la cruz,
por lo que soy merecedora de ser eternamente perdida y condenada.
Mas,
volviéndome hacia el trono de la misericordia infinita de este mismo Dios
eterno, después de haber detestado con todo mi corazón y con todas mis fuerzas
las iniquidades de mi vida pasada, pido y suplico humildemente gracia, perdón y
misericordia y la completa absolución de mis crímenes, en virtud de la muerte
y pasión de este mismo Señor y Redentor de mi alma, sobre la cual apoyada,
como sobre el único fundamento de mi esperanza, confieso otra vez y renuevo la
sagrada profesión de fidelidad hecha a Dios, en el bautismo, y renuncio al
demonio, al mundo y a la carne, detesto sus perversas sugestiones, vanidades y
concupiscencias, por todo el tiempo de mi vida presente y por toda la eternidad.
Y, convirtiéndome a mi Dios, bondadoso y compasivo, deseo, propongo y resuelvo
irrevocablemente servirle y amarle, ahora y siempre, dándole, para este fin,
dedicándole y consagrándole mi espíritu con todas sus facultades, mi alma con
todas sus potencias, mi corazón con todos sus afectos, mi cuerpo con todos sus
sentidos; prometiendo no abusar jamás de ninguna parte de mi ser contra su
divina voluntad y soberana Majestad, a la cual me sacrifico e inmolo en
espíritu, para serle, en adelante, siempre leal, obediente y fiel criatura, sin
retractarme ni arrepentirme jamás de ello. Mas, ¡ay de mi, si, por sugestión
del enemigo o por cualquier debilidad humana, llegase a contravenir, en alguna
cosa, esta mi resolución y consagración, prometo desde ahora y propongo,
confiado en la gracia del Espíritu Santo, levantarme, en cuanto me dé cuenta
de ello, y convertirme de nuevo, sin retrasos ni dilaciones.
Esta
es mi voluntad, mi intención y mi resolución inviolable e irrevocable, la cual
confieso y confirmo sin reserva ni excepción, en la misma sagrada presencia de
mi Dios y a la vista de la Iglesia militante, mi madre, que oye esta
declaración en la persona del que, como ministro de Dios, me escucha en este
acto.
Que
sea de tu agrado, ¡oh mi eterno Dios, todo poderoso y todo bondad, Padre, Hijo
y Espíritu Santo!, consolidar en mí esta resolución y aceptar este mi
sacrificio cordial e interior, en olor de suavidad, y así como te has
complacido en darme la inspiración y la voluntad de realizarlo, dame también
la fuerza y la gracia necesaria para llevarlo a término. ¡Oh, Dios mío!, tú
eres mi Dios, Dios de mi corazón, Dios de mi alma, Dios de mi espíritu; así
te reconozco y adoro ahora y por toda la eternidad. Viva Jesús.
CAPÍTULO
XXI
CONCLUSIÓN
PARA ESTA PRIMERA PURIFICACIÓN
Hecha
esta promesa, está atenta y abre los oídos de tu corazón para escuchar, en
espíritu, las palabras de tu absolución, que el mismo Salvador de tu alma,
sentado en el solio de su misericordia, pronunciará, desde lo alto de los
cielos, en presencia de todos los ángeles y santos, al mismo tiempo que, en su
nombre, te absolverá el sacerdote acá en la tierra. Entonces, toda esta
asamblea de bienaventurados, gozosos de tu felicidad, cantará el himno
espiritual de incomparable alegría, y todas darán el beso de paz y de amistad
a tu corazón, que habrá vuelto a la gracia y quedará santificado.
¡Oh
Dios! Filotea, he aquí un contrato admirable, por el cual celebras una feliz
alianza con su divina Majestad, pues dándote a Él, le ganas, y te ganas a ti
misma para la vida eterna. Sólo falta que tomes la pluma en tu mano y firmes de
corazón el acta de tus promesas, y que, después, vayas al altar, donde Dios, a
su vez, firmará y sellará tu absolución y la promesa que te hará de darte su
paraíso, poniéndose Él mismo, por medio de su sacramento, como un timbre y un
sagrado sello sobre tu corazón renovado.. De esta manera, bien me lo parece,
¡oh Filotea!, tu alma quedará purificada del pecado y de todo afecto
pecaminoso.
Pero,
como que estos afectos renacen fácilmente en el alma, a causa de nuestra
debilidad y de nuestra concupiscencia, la cual puede quedar adormecida, pero no
puede morir en este mundo, te daré algunos avisos, que sí los practicas bien,
te preservarán, en el porvenir, del pecado mortal y de todos sus afectos, para
que jamás pueda éste entrar en tu corazón. Y, como que los mismos avisos
sirven también para una purificación más perfecta, antes de dártelos, quiero
decir cuatro palabras acerca de esta más absoluta pureza, a la cual quiero
conducirte.
CAPÍTULO
XXII
QUE
ES NECESARIO PURIFICARSE DEL
AFECTO AL PECADO VENIAL
Conforme
se va haciendo de día, vemos con mayor claridad, en el espejo, las manchas y la
suciedad de nuestro rostro; de la misma manera, según la luz interior del
Espíritu Santo ilumina nuestras conciencias, vemos más clara y distintamente
los pecados, las inclinaciones y las imperfecciones que pueden impedir en
nosotros la verdadera devoción; y la misma luz que nos ayuda a ver nuestras
manchas y defectos, enciende en nosotros el deseo de lavarnos y purificarnos.
Descubrirás,
pues, ¡oh amada Filotea¡, que además de los pecados mortales y del afecto a
los mismos, de todo lo cual ya estás purificada por los ejercicios
anteriormente indicados, tienes todavía en tu alma muchas inclinaciones y mucho
afecto a los pecados veniales. No digo que descubrirás pecados veniales, sino
que descubrirás inclinaciones y afecto a los pecados veniales; y una cosa es
muy diferente de la otra, porque nosotros no podemos estar siempre enteramente
puros de pecados veniales ni perseverar mucho tiempo en esta pureza, pero
podemos muy bien estar libres de todo afecto al pecado venial. Ciertamente, una
cosa es mentir una o dos veces, para bromear y en cosas de poca importancia, y
otra cosa es complacerse en la mentira y tener afición a esta clase de pecados.
Y
digo ahora que es menester purgar el alma de todo afecto al pecado venial, es
decir, que no conviene alimentar voluntariamente la voluntad de continuar y de
perseverar en ninguna especie de pecado venial, porque sería una insensatez
demasiado grande querer, con pleno conocimiento, guardar en nuestra conciencia
una cosa tan desagradable a Dios como lo es la voluntad de querer desagradarle.
El pecado venial, por pequeño que sea, desagrada a Dios, pero no hasta el
extremo de que, por su causa, quiera condenarnos y perdernos. Y, si el pecado
venial le desagrada, la voluntad y el afecto que tenemos al pecado venial no es
otra cosa que una resolución de querer desagradar a la divina Majestad. ¿Es
posible que una alma bien nacida no sólo quiera desagradar a Dios, sino
también complacerse en desagradarle?
Estos
afectos, Filotea, son directamente contrarios a la devoción, como el afecto al
pecado mortal es contrario a la caridad: debilitan las fuerzas del
espíritu, impiden las consolaciones divinas, abren la puerta a las tentaciones,
y, aunque no matan al alma, la ponen muy enferma. «Las moscas que mueren en
él, dice el Sabio, hacen que se pierda la suavidad del ungüento», con lo que
quiere decir que las moscas, cuando apenas se posan sobre el ungüento de modo
que comen de él de paso, no contaminan sino lo que cogen, y se conserva bien lo
restante; pero, cuando mueren dentro del ungüento le roban su valor y lo echan
a perder. Asimismo los pecados veniales; si se detienen poco tiempo en una alma
devota no le causan mucho mal; pero, si estos mismos pecados establecen su
morada en el alma, por el afecto que en ellos se pone, hacen que pierda la
suavidad del ungüento, es decir, la santa devoción.
Las
arañas no matan a las abejas, sino que echan a perder y corrompen la miel y
embrollan con sus telas los panales de suerte que las abejas no pueden trabajar,
pero esto ocurre cuando las arañas se establecen allí. De la misma manera, el
pecado venial no mata a nuestra alma; infecta, no obstante, la devoción, y
enreda de tal manera, con malos hábitos y malas inclinaciones, las potencias
del alma, que no puede ésta ejercitar con presteza la caridad, en la cual
consiste la esencia de la devoción; pero esto se entiende de cuando el pecado
venial habita en nuestra conciencia por el afecto que le tenemos. No es nada,
Filotea, decir. alguna mentirilla, descomponerse un poco en las palabras, en las
acciones, en las miradas, en los vestidos, en ataviarse, en los juegos, en los
bailes, siempre que, al momento de entrar en nuestra alma estas arañas
espirituales, las rechacemos y las echemos fuera, como lo hacen las abejas con
las arañas corporales. Pero, si permitimos que se detengan en nuestros
corazones, y no sólo esto, sino que nos gusta retenerlas y multiplicarlas,
pronto veremos perdida nuestra miel y el panal de nuestra conciencia apestado y
deshecho. Pero repito: ¿qué apariencias de sano juicio mostraría una alma
generosa, si se gozara desagradando a Dios, si gustase de causarle molestia e
intentase querer aquello que sabe que le es enojoso?
CAPÍTULO
XXIII
QUE
HEMOS DE PURIFICARNOS DEL
AFECTO A
LAS
COSAS INÚTILES Y PELIGROSAS
Los
juegos, los bailes, los festines, las pompas, las comedias no son esencialmente
cosas malas, sino indiferentes, y pueden ejecutarse bien o mal; pero siempre son
peligrosas, y aficionarse a ellas todavía lo es más. Por lo tanto, Filotea,
aunque sea lícito jugar, bailar, adornarse, asistir a representaciones honestas
y a banquetes, si alguien llega a aficionarse a ello, es cosa contraria a la
devoción y, en gran manera, peligrosa. No está el mal en hacerlo, sino en
aficionarse. Es un mal sembrar de afectos inútiles y vanos la tierra de nuestro
corazón, pues ocupan el lugar de las buenas impresiones e impiden que la savia
de nuestra alma sea empleada por las buenas inclinaciones.
Así,
los antiguos nazarenos no sólo se privaban de todo lo que podía embriagar,
sino también de los racimos y del agraz; no porque los racimos y el agraz
embriaguen, sino porque, comiendo agraz, hay peligro de excitar el deseo de
comer racimos y de provocar la afición a beber mosto o vino. Ahora bien, no
digo yo que no podamos usar de estas cosas peligrosas; advierto, empero, que
nunca podemos aficionarnos a ellas sin que se resienta la devoción. Los
ciervos, cuando conocen que están demasiado gruesos, huyen y se retiran a sus
escondrijos, pues saben que su grasa les pesa tanto, que les impediría correr,
si se viesen atacados: el corazón del hombre cargado de estos afectos
inútiles, superfluos y peligrosos, no puede, ciertamente correr con prontitud,
ligereza y facilidad hacia su Dios, que es el verdadero término de la
devoción. Los niños corren y se cansan detrás de las mariposas; a nadie
parece mal, porque son niños. Pero, ¿no es cosa ridícula y muy lamentable ver
cómo hombres hechos se aficionan e impacientan por bagatelas tan indignas, como
lo son las cosas que acabo de enumerar, las cuales, además de ser inútiles,
nos ponen en peligro de desarreglarnos y desordenarnos, cuando vamos en pos de
ellas? Por esta razón, amada Filotea, te digo que es menester purificarse de
estas aficiones, y, aunque los actos no sean siempre contrarios a la devoción,
las aficiones, empero, le son siempre nocivas.
CAPÍTULO
XXIV
QUE
HEMOS DE PURIFICARNOS DE LAS
MALAS INCLINACIONES
Tenemos
también, Filotea, ciertas inclinaciones naturales, las cuales, porque no tienen
su origen en nuestros pecados particulares, no son propiamente pecado, ni mortal
ni venial, pero se llaman imperfecciones, y sus actos se llaman efectos o
faltas. Por ejemplo, Santa Paula según refiere San Jerónimo, tenía una gran
inclinación a la tristeza y a la melancolía, hasta el extremo de que, cuando
murieron sus hijos y su esposo, estuvo a punto de morir de pena. Esto era una
imperfección, pero no un pecado, pues ocurría contra su deseo y voluntad. Hay
personas que son naturalmente ligeras, otras ásperas, otras contrarias a
aceptar fácilmente el parecer de los demás, otras propensas a la indignación,
otras a la cólera, otras al amor, y, por decirlo en breves palabras, son pocas
las personas en las cuales no se pueda echar de ver alguna imperfección. Ahora
bien, aunque estas imperfecciones sean propias y como connaturales a cada uno de
nosotros, no obstante, con el ejercicio y afición contraria, pueden corregirse
y moderarse, y aun puede el alma purificarse y librarse totalmente de ellas. Y
esto es, Filotea, lo que debes hacer. Se ha encontrado la manera de endulzar los
almendros amargos, haciendo un corte al pie del tronco, para que salga la savia.
¿ Por qué no hemos de poder nosotros hacer salir de nuestro interior las
inclinaciones perversas, para llegar a ser mejores? No existe ningún natural
tan bueno que no pueda malearse con los hábitos viciosos; tampoco hay un
natural tan rebelde que, con la gracia de Dios, ante todo, y después con
trabajo y diligencia, no pueda ser domado y superado. Ahora, pues, voy a darte
los avisos y proponerte los ejercicios, con los cuales purificarás tu alma de
las aficiones y de todo afecto a los pecados veniales, y, de esta manera,
asegurarás más y más tu conciencia contra todo pecado mortal. Dios te conceda
la gracia de practicarlos bien.