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Las cosas, pues, que ayudan a la devoción son muchas; porque
primeramente hace mucho al caso tomar estos santos ejercicios muy de
veras y muy a pechos, con un corazón muy determinado y ofrecido a todo
lo que fuere necesario para alcanzar esta preciosa margarita, por arduo
y dificultoso que sea, porque es cierto que ninguna cosa grande hay que
no sea dificultosa, y así también lo es ésta, a lo menos a los
principios.
Ayuda también la guarda del corazón, de todo género de pensamientos
ociosos y vanos, y de todos los afectos y amores peregrinos, y de
todas las turbaciones y movimientos apasionados, pues está claro que
cada cosa de éstas impide la devoción y que no menos conviene tener el
corazón templado para orar y meditar que la vihuela para tañer.
Ayuda también la guarda de los sentidos, especialmente de los ojos y
de los oídos y de la lengua, porque por la lengua se derrama el
corazón, y por los ojos y oídos se hinche de diversas imaginaciones,
de cosas con que se perturba la paz y sosiego del ánima. Por donde
con razón se dice que el contemplativo ha de ser sordo, ciego y mudo,
porque cuanto menos se derrama por defuera, tanto más recogido estará
de dentro.
Ayuda para esto mismo la soledad, porque no sólo quita las ocasiones
de distraimiento a los sentidos y al corazón y las ocasiones de los
pecados, sino también convida al hombre a que more dentro de sí mismo
y trate con Dios y consigo, movido con la oportunidad del lugar, que
no admite otra compañía que ésta.
Ayuda, otrosí, la lección de los libros espirituales y devotos,
porque dan materia de consideración y recogen el corazón y despiertan
la devoción y hacen que el hombre de buena gana piense en aquello que
lo supo dulcemente; mas antes siempre se representa a la memoria lo que
abunda en el corazón.
Ayuda la memoria continua de Dios, y el andar siempre en su
presencia, y el uso de aquellas breves oraciones que San Agustín
llama jaculatorias, porque éstas guardan la casa del corazón y
conservan el calor ele la devoción, como arriba se platicó. Y así
se halla el hombre a cada hora pronto para llegarse a la oración.
Éste es uno de los principales documentos de la vida espiritual, y uno
de los mayores remedios para aquellos que ni tienen tiempo ni lugar para
darse a la oración, y el que trajere siempre este cuidado, en poco
tiempo aprovechará muy mucho.
Ayuda también la continuación y perseverancia en los buenos
ejercicios en sus tiempos y lugares ordenados, mayormente a la noche o
a la madrugada, que son los tiempos más convenibles para la oración,
como toda la Escritura nos enseña.
Ayudan las asperezas y abstinencias corporales: la mesa pobre, la
cama dura, el cilicio y la disciplina y otras cosas semejantes, porque
todas estas cosas, así como nacen de devoción, así también
despiertan, conservan y acrecientan la raíz de donde nacen.
Ayudan, finalmente, las obras de misericordia, porque nos dan
confianza para padecer delante de Dios y acompañan nuestras oraciones
con servicios, porque no se pueden llamar del todo ruegos secos, y
merecen que sea misericordiosamente recibida la oración, pues procede
de misericordioso corazón.
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