Carta II (Ammonas)
La
fuerza y la alegría del cristiano ¡A los muy queridos en el Señor, un saludo
gozoso! Si alguien ama al Señor con todo su corazón y con toda su alma (Dt 6,5; Mt 22,37), y permanece en el temor con toda su fuerza, el temor le engendrará las lágrimas, y las lágrimas le traerán la alegría. La alegría engendrará la fuerza y, por ella, el alma dará frutos en todo. Y Dios, viendo que su fruto es tan hermoso, lo recibe como un perfume agradable. En todas estas cosas Dios se regocijará en ella =el alma con sus ángeles; y le dará un guardián que la custodiará en todos sus caminos (Sal 90,11) para conducirla al lugar del reposo, de modo que Satánás no domine sobre ella. Porque cuando el diablo ve al guardián, es decir la fuerza que está alrededor del alma, huye y no se atreve a aproximarse al hombre, temiendo la fuerza que está alrededor de él. A causa de esto, muy amados en el Señor, ustedes, a quienes ama mi alma, yo sé que son amigos de Dios. Adquieran, por tanto, esta fuerza para ustedes mismos, de modo que Satánás les tema y puedan obrar sabiamente en todas sus acciones. Así la dulzura de la gracia vendrá sobre ustedes y aumentará su fruto. Porque la dulzura de la gracia espiritual es más dulce que la miel y que el panal de miel (Sal 18,11), y pocos monjes y vírgenes han conocido esta gran dulzura de la gracia, excepto algunos pocos en ciertos lugares, porque no han recibido la fuerza divina. No han cultivado esa fuerza, y por eso el Señor no se las ha dado; pues a todos los que la cultivan, Dios se las da. Dios no hace acepción de personas (Hch 10,34), sino que Él la da en todas las generaciones a quienes la cultivan. Ahora, queridísimos, yo sé que ustedes son
amigos de Dios y que, desde el momento en que llegaron a este trabajo (=la vida
monástica), aman a Dios con todo su corazón, a causa de la sinceridad de sus
corazones. Adquieran, entonces, esa fuerza divina, para que pasen toda su vida
en la libertad, el gozo y la alegría, para que la obra de Dios les
resulte fácil. Y esa fuerza que le es dada al hombre aquí abajo, lo conducirá
al reposo, hasta que haya sobrepasado todas las potencias del aire (Efe 2,2).
Puesto que hay en el aire potencias que obstaculizan el camino a los hombres y
no quieren dejarlos que suban hacia Dios. Por tanto, ahora oremos a Dios
insistentemente, para que esas potencias no nos impidan subir hacia Dios, pues
en tanto que los justos tienen la fuerza divina con ellos, nadie puede
obstaculizarlos. He aquí como cultivarla, hasta que esa fuerza habite en el
hombre: que desprecie todos los ultrajes y los honores humanos, que odie todas
las ventajas de este mundo que se consideran como preciosas y todos los
placeres del cuerpo, que purifique su corazón de todo pensamiento impuro y de
toda la sabiduría vacua de este mundo, y que pida (la fuerza) día y noche, con
lágrimas y ayuno. Y Dios, que es bueno, no tardará en dárselas, y cuando se las
haya dado, ustedes pasarán todo el tiempo de su vida en el reposo y la
facilidad; encontrarán libertad delante de Dios y Él les concederá todas sus
peticiones, como está escrito (Sal 36,4; Mt 21,22). Hay muchas otras cosas que quisiera escribirles, pero esto poco lo he escrito por causa del gran amor que tengo por ustedes. De todo corazón, pórtense bien en el Señor, honorables hermanos, amigos de Dios.
cortesía clerus.org Volver al Inicio del Documento Volver a: La Escuela de San Ammonas
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