Carta
X (Ammonas)
La tentación es un signo de progreso El
Espíritu sopla donde quiere (Jn 3,8). Sopla sobre las almas puras y rectas, y
si ellas le obedecen, les da, al comienzo, el temor y el fervor. Cuando ha
sembrado esto en ellas, les hace odiar todas las cosas de este mundo, ya
sea el oro, la plata, los adornos; ya sea padre, madre, esposa o hijo. Y le
hace dulce al hombre la obra de Dios, más que la miel y que el panal de miel
(Sal 18,10), ya sea que se trate del trabajo del ayuno, de las vigilias, de la
soledad o de la limosna. Todo lo que es de Dios le parece dulce, y Él
le enseña todo (Jn 14,26). Cuando
Él le ha enseñado todo, entonces le concede al hombre ser tentado. A
partir de ese momento, todo lo que antes era dulce para él, se le hace pesado.
Por eso muchos, cuando son tentados, permanecen en el abatimiento y se
hacen carnales. Son aquellos de los que dice el Apóstol: Ustedes comenzaron por
el espíritu y ahora terminan por la carne; sufrieron todo aquello en vano (Ga 3,3-4). Si
el hombre resiste a Satánás en la primera tentación, y lo vence, Dios le
otorga un fervor estable, tranquilo y sin turbación. Porque el primer
fervor es agitado e inestable, mientras que el segundo fervor es mejor.
Éste engendra la visión de las cosas espirituales y le hace recorrer un largo
camino con una paciencia imperturbable. Al igual que un barco con un buen
viento es impulsado fuertemente por sus dos remos y recorre una gran distancia,
de modo que los marineros están alegres y descansan, así el segundo fervor
concede el reposo ampliamente. Ahora,
pues, hijos míos amadísimos, adquieran el segundo fervor para estar firmes en
todo. Porque el fervor divino extirpa todas las pasiones (que provienen) de las
seducciones, destruye la vetustez del hombre viejo y hace que el hombre llegue
a ser templo de Dios, como está escrito: Yo habitaré y caminaré en ellos (2 Co
6,16). Si
quieren que el fervor que se ha alejado vuelva a ustedes, he aquí lo que el
hombre debe hacer: que haga un pacto con Dios y que diga ante él:
"Perdóname lo que hice por negligencia, ya no seré más desobediente".
Y que el hombre no camine más a su antojo, para satisfacer su voluntad
propia corporal o espiritualmente sino que sus pensamientos estén vigilantes
delante de Dios noche y día, y que llore a toda hora frente a Dios
afligiéndose, reprendiéndose y diciendo: "¿Cómo has sido (tan) negligente
hasta el presente y estéril todos los días?". Que se acuerde de todos los
suplicios y del reino eterno, reprendiéndose y diciendo: "¡Dios te ha
gratificado con todo ese honor y tú eres negligente! ¡Te ha sometido el mundo
entero y tú eres negligente!". Cuando alguien se acusa así noche y día y a
toda hora, el fervor de Dios vuelve a ese hombre, y el segundo fervor es mejor
que el primero.
El bienaventurado David cuando ve llegar el abatimiento dice:
"Me acordé de los años eternos, medité y recordé los días de eternidad,
medité sobre todas tus obras, medité sobre las obras de tus manos. Levanté mis
manos hacia ti. Mi alma tiene sed de ti como tierra reseca" (Sal 76,6;
142,5-6). E Isaías también dice: "Cuando hayas gemido de nuevo,
entonces ser s salvado y volver s a ser como eras" (Is 30,15). Volver a: La Escuela de San Ammonas
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