V. Providencia y predestinación
SAN
Juan Pablo II
9
Catequesis sobre la Providencia de Dios
V. Providencia y predestinación
(28.V.86)
1. La pregunta sobre el propio destino está muy viva en el corazón del
hombre. Es una pregunta grande, difícil, y sin embargo, decisiva:'¿Qué será
de mí mañana?'. Existe el riesgo de que respuestas equivocadas conduzcan a
formas fatalismo, de desesperación, o también de orgullosa y ciega
seguridad: 'Insensato, esta misma noche te pedirán el alma', amonesta Dios
(Cfr. Lc 12, 20). Pero precisamente aquí se manifiesta la inagotable gracia
de la Providencia Divina. Es Jesús quien aporta una luz esencial. El,
realmente, hablando de la Providencia Divina, en el Sermón de la Montaña,
termina con la siguiente exhortación: 'Buscad, pues, primero el reino y su
justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura' (Mt 6, 33; cfr. también
Lc 12, 31). En la última catequesis hemos reflexionado sobre la relación
profunda que existe entre la Providencia de Dios y la libertad del hombre.
Es justamente al hombre, ante todo al hombre, creado a imagen de Dios, a
quien se dirigen las palabras sobre el reino de Dios y sobre la necesidad de
buscarlo por encima de todo.
Este vínculo entre la Providencia y el misterio del reino de Dios, que debe
realizarse en el mundo creado, orienta nuestro pensamiento acerca de la
verdad del destino del hombre; su predestinación en Cristo. La
predestinación del hombre y del mundo en Cristo, Hijo eterno del Padre,
confiere a toda la doctrina sobre la Providencia Divina una decisiva
característica sotereológica y escatológica. El mismo Divino Maestro lo
indica en su coloquio con Nicodemo: 'Porque tanto amó Dios al mundo que le
dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que
tenga la vida eterna' (Jn 3, 16).
2. Estas palabras de Jesús son el núcleo de la doctrina sobre la
predestinación, que encontramos en la enseñanza de los Apóstoles,
especialmente en las cartas de San Pablo.
Leemos en la Carta a los Efesios:
'Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo en él nos eligió antes de la
constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El en
caridad y nos predestinó a la adopción de hijos de suyos por Jesucristo
conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza del esplendor de su
gloria que nos otorgó gratuitamente en su amado' (Ef 1, 3-6).
Estas luminosas afirmaciones explican de modo auténtico y autorizado en qué
consiste lo que en lenguaje cristiano llamamos 'predestinación' (latín:
praedestinatio). Es justamente importante liberar este término de los
significados erróneos y hasta impropios y no esenciales, que se han
introducido en su empleo común: predestinación como sinónimo de 'ciego
destino' ('fatum') o de la 'ira' caprichosa de cualquier divinidad
envidiosa. En la revelación divina la palabra 'predestinación' significa la
elección eterna de Dios, una elección paternal, inteligente y positiva, una
elección de amor.
3. Esta elección, con la decisión en que se traduce, esto es, el plan de la
creación y de la redención, pertenece a la vida íntima de la Santísima
Trinidad: se realiza eternamente por el Padre junto con el Hijo y en el
Espíritu Santo. Es una elección que, según San Pablo, precede a la creación
del mundo ('antes de la constitución del mundo'); y del hombre en el mundo.
El hombre, aun antes de ser creado, está 'elegido' por Dios. Esta elección
se cumplirá en el Hijo eterno ('en él'), esto es, el el Verbo de la Mente
eterna. El hombre es, por consiguiente, elegido en el Hijo para la
participación en la misma filiación por adopción divina. En esto consiste la
esencia misma del misterio de la predestinación que manifiesta el eterno
amor del Padre ('ante El en caridad y nos predestinó a la adopción de hijos
suyos por Jesucristo'). En la predestinación se halla contendida, por tanto,
la eterna vocación del hombre a participar en la misma naturaleza de Dios.
Es vocación a la santidad, mediante la gracia de adopción para ser hijos
('para que fuésemos santos e inmaculados ante El').
4. En este sentido la predestinación precede a 'la constitución del mundo',
esto es, a la creación, ya que ésta se realiza en la perspectiva de la
predestinación del hombre. Aplicando a la vida divina las analogías
temporales del lenguaje humano, podemos decir que Dios quiere 'antes'
comunicarse en su divinidad al hombre, llamado a ser en el mundo creado su
imagen y semejanza; lo elige 'antes', en su Hijo eterno y de su misma
naturaleza, a participar en su filiación (mediante la gracia) y sólo
'después' ('a su vez') quiere la creación, quiere el mundo, al cual
pertenece el hombre. De este modo el misterio de la predestinación entra en
cierto sentido 'orgánicamente' en todo el plan de la Divina Providencia. La
revelación de este designio descubre ante nosotros la perspectiva del reino
de Dios y nos conduce hasta el corazón mismo de este reino, donde
descubrimos el fin último de la creación.
5. Leemos justamente en la Carta a los Colosenses: 'Damos gracias a Dios
Padre, que os ha hecho capaces de participar de la herencia de los santos en
la luz. El Padre nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al
reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención y la remisión de
los pecados' (Col 1, 12-14). El reino de Dios, en el plan eterno de Dios Uno
y Trino, es el reino del 'Hijo en su amor', precisamente, porque por obra
suya se ha cumplido la 'redención' y 'la remisión de los pecados'. Las
palabras del Apóstol aluden también al 'pecado' del hombre. La
predestinación, es decir, la adopción a ser hijos en el Hijo eterno, se
opera, por tanto, no sólo en relación con la Creación del mundo y del hombre
en el mundo, sino en relación a la Redención realizada por el Hijo. La
Redención se convierte en expresión de la Providencia, esto es, del gobierno
solícito que Dios ejerce especialmente en relación con las criaturas dotadas
de libertad.
6. En la Carta a los Colosenses encontramos que la verdad de la
'predestinación' en Cristo está estrechamente ligada con la verdad de la
'creación en Cristo'. 'El -escribe el Apóstol- es la imagen de Dios
invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas
las cosas' (Col 1, 15-16). Así pues, el mundo creado en Cristo, Hijo eterno,
desde el principio lleva en sí, como primer don de la Providencia, la
llamada, más aun, la prenda de la predestinación en Cristo, al que se une,
como cumplimiento de la salvación escatológica definitiva, y antes que nada
del hombre, fin del mundo. 'Y plugo al Padre que con El habitase toda la
plenitud' (Col.1, 19). El cumplimiento de la finalidad del mundo y
concretamente del hombre, acontece precisamente por obra de esta plenitud
que hay en Cristo. Cristo es la plenitud. En El se cumple en cierto sentido
aquella finalidad del mundo, según la cual la Providencia Divina custodia y
gobierna las cosas del mundo y, especialmente, al hombre en el mundo, su
vida, su historia.
7. Comprendemos así otro aspecto fundamental de la Divina Providencia: su
finalidad salvífica. Dios de hecho 'quiere que todos los hombres sean salvos
y vengan al conocimiento de la verdad' (1 Tim 2, 4). En esta perspectiva, es
preciso ensanchar cierta concepción naturalística de la Providencia,
limitada al buen gobierno de la naturaleza física o incluso del
comportamiento moral natural. En realidad, la Providencia Divina se
manifiesta en la consecución de las finalidades que corresponden al plan
eterno de la salvación. En este proceso, gracias a la plenitud de Cristo, en
El y por medio de El, ha sido vencido también el pecado, que se opone
esencialmente a la finalidad salvífica del mundo, al definitivo cumplimiento
que el mundo y el hombre encuentran en Dios. Hablando de la plenitud que se
ha asentado en Cristo, el Apóstol proclama: 'Y plugo al Padre que en El
habitase toda la plenitud y por El reconciliar consigo todas las cosas,
pacificando con la sangre de su cruz así l as de la tierra como las del
cielo' (Col 1, 19-20).
8. Sobre el fondo de estas reflexiones, tomadas de las Cartas de San Pablo,
resulta más comprensible la exhortación de Cristo a propósito de la
Providencia del Padre que todo lo abarca (Cfr. Mt 6, 23-24; Lc 12, 22-31),
cuando dice: 'Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo
eso se os dará por añadidura' (Mt 6, 33; cfr. Lc 12, 31). Con este 'primero'
Jesús trata de indicar lo que Dios mismo quiere 'primero': lo que es su
intención primera en la creación del mundo, y también el fin último del
propio mundo: 'el reino de Dios y su justicia' (la justicia de Dios). El
mundo entero ha sido creado con miras a este reino, a fin de que se realice
en el hombre y en su historia. Para que por medio de este 'reino' y de esta
'justicia' se cumpla aquella eterna predestinación que el mundo y el hombre
tienen en Cristo.
9. A esta visión paulina de la predestinación corresponde lo que escribe San
Pedro:
'Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran
misericordia nos reengendró a una viva esperanza por la resurrección de
Jesucristo de entre los muertos para una herencia incorruptible,
incontaminada e inmarcesible, que os está reservada en los cielos, a los que
por el poder de Dios habéis sido guardados, mediante la fe, para la
salvación que está predispuesta a manifestarse en el tiempo oportuno' (1 Pe
1, 3-5).
Verdaderamente 'sea alabado Dios' que nos revela cómo su Providencia es su
incansable, su solícita intervención para nuestra salvación. Ella es
infatigable en su acción hasta que alcancemos 'el tiempo oportuno', cuando
'la predestinación en Cristo' de los inicios se realice definitivamente 'por
la resurrección de Jesucristo', que es 'el Alfa y la Omega' de nuestro
destino humano' (Ap 1, 8).