San Bernardo de Claraval te aconseja: Busca la conversión
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San Bernardo
Cant. Hom. 14 IV
IV. 6. No me sonroja confesar que yo también, con frecuencia, sobre todo al
comienzo de mi conversión, duro y frío aún mi corazón, buscaba al amor de mi
alma. No podía amar al que aún no había encontrado, o le amaba menos de lo
que yo deseaba, y por eso le buscaba para amarle más; aunque tampoco le
habría buscado si no le amase ya de alguna manera. Y cuando añoraba calor y
paz para mi espíritu, aunque lánguida y perezosamente, no encontraba a nadie
que me socorriese; alguien que derritiese aquel hielo invernal que me
entumecía el alma, y me devolviese la apacible suavidad primaveral. Todo
esto me deprimía, me sumía en el abatimiento, y mi espíritu yacía en la
mayor aversión, triste y casi desesperado, musitando interiormente: ¿Quién
puede resistir su frialdad?
Pero de improviso, con la conversación o simple presencia de alguna persona
espiritual, a veces por el puro recuerdo de algún difunto o ausente, soplaba
su aliento, corrían las aguas y las lágrimas eran mi pan noche y día. ¿Qué
era esto sino el bálsamo embriagador del perfume que aquella persona
exhalaba? No era la unción, sino un aroma que lo percibía solamente a través
de otro ser humano. Me alegraba de aquel don, pero tan tenue exhalación me
avergonzaba y humillaba, pues no me impregnaba de la infusión copiosa.
Atraído por el aroma, pero sin tocarlo, me veía del todo indigno para
saborear al mismo Dios.
Cuando ahora vuelve a sucederme lo mismo, recibo ávidamente el don que se me
ofrece y lo agradezco, pero me aflige no haberlo merecido por mí mismo y no
tomarlo, como suele decirse, en mis propias manos, aunque lo pida con
insistencia. Me llena de confusión el que me afecte más el recuerdo de los
hombres que el de Dios. Y exclamo gimiendo: ¿Cuándo entraré a ver el rostro
de Dios? Pienso que alguno de vosotros lo habéis experimentado y lo
experimentaréis aún.
¿Qué podemos concluir? Que así se doblega más nuestra soberbia, nos
mantenemos en la humildad, fomentamos el amor fraterno y se inflama nuestro
deseo. Un mismo alimento viene a ser medicina para los enfermos y preventivo
para los enfermizos; robustece a los débiles y sustenta a los fuertes. Cura
la enfermedad y conserva la salud, alimenta el cuerpo y deleita el paladar.