San Bernardo de Claraval te aconseja: LOS QUE ASPIRAN A COSAS SUBLIMES DEBEN ABRAZAR EL CAMINO DE LA HUMILDAD
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Cant. Serm. 34
I. LOS QUE ASPIRAN A COSAS SUBLIMES DEBEN ABRAZAR EL CAMINO DE LA HUMILDAD.
-II. EJEMPLO DE HUMILDAD DE DAVID Y TRES CLASES DE HUMILDAD. -III. SOBRE LA
HUMILDAD VOLUNTARIA.
I. 1. Si te desconoces, tú, la más bella de das mujeres, sigue la huella de
las ovejas y lleva a pastar tus cabritos en los apriscos de los pastores.
Antiguamente el santo Moisés, cuando presumía de la familiaridad y el favor
que había encontrado en Dios, aspiraba a gozar de una gran visión y le dijo
a Dios: Si he hallado gracia ante ti, manifiéstate a mí. Pero le concedió
una visión mucho más imperfecta, gracias a la cual podría llegar alguna vez
a la que deseaba. También los hijos de Zebedeo, con la sencillez propia de
su corazón, se atrevieron a pedir algo muy grande, pero únicamente se les
indicó el camino que debían seguir.
Así sucede aquí; como la esposa parece pedir algo extraordinario, le cohíben
con una respuesta dura, pero muy útil y leal. Cuando se pretende subir a lo
más sublime, es menester sentir humildemente de sí mismo para no caer de
donde se halla por erguirse demasiado, si no está firmemente cimentado en la
verdadera humildad. Y como únicamente se consiguen las gracias mayores por
el mérito de la humildad, al que va a ser promocionado debe humillarlo con
la corrección para que lo merezca por la humildad.
Por eso, cuando veas que te humillan acéptalo como una señal propicia y una
prueba cierta de que la gracia de Dios está cerca. Porque así como delante
de la ruina va la soberbia, delante de la exaltación va la humillación. Has
leído ambas cosas: Dios se enfrenta con los arrogantes, pero concede su
gracia a los humildes. Cuando juzgó oportuno premiar con una amplia
bendición a su siervo Job, después de la magnífica victoria de su inmensa y
probada paciencia, ¿no hizo cuanto pudo para humillarlo previamente con
muchas pruebas severas, preparando el camino de la bendición?
II. 2. Mas no basta con aceptar de buena gana la humillación de Dios;
debemos también acoger con gusto la que nos deparan los demás. Recoge para
ello el maravilloso testimonio que nos ofrece el santo David. En la
circunstancia en que lo maldijo un siervo suyo, no sintió el incentivo de la
ofensa, porque se le adelantó la gracia. ¡No os metáis en mis asuntos
-dijo-, hijo de Seruyá! ¡Era realmente un hombre según el corazón de Dios!
Creía que debía vengarse más bien del que estaba tan irritado contra su
ofensor. Por eso prosiguió con su conciencia tranquila: Si he devuelto mal
por mal a quienes me han injuriado, que el enemigo me persiga y me alcance.
Y no permitió que detuviesen al insolente ofensor, considerando sus infamias
como una ganancia. Y añadió: Dejadlo que maldiga a David, porque se lo ha
mandado el Señor. Era un hombre según el corazón de Dios, y dictaminaba
conforme a los designios divinos. Mientras una lengua maldita lo
vilipendiaba, él descubría la iniciativa misteriosa de Dios. Sus oídos se
herían con la maldición y su espíritu se inclinaba a la bendición. ¿Es que
Dios estaba en la boca del blasfemo? De ninguna manera. Pero se sirvió de
ella para humillar a David. Esto no se lo ocultó al Profeta, porque Dios le
había inculcado en su interior la sabiduría. Por eso dice: Me estuvo bien el
sufrir, así aprendí tus mandamientos.
3. ¿No ves cómo la humildad nos hace justos? He dicho la humildad, no la
humillación. ¡Cuántos son humillados y no son humildes! Unos acogen la
humillación con rencor, otros con paciencia y otros con gusto. Los primeros
son reos de pecado, los siguientes son irreprochables, y los últimos,
santos. La inocencia pertenece a la justicia, pero sólo el humilde la posee
en plenitud. El que puede decir: Me estuvo bien el sufrir, así aprendí tus
mandamientos, ése es verdaderamente humilde. No puede decirlo el que lo
aguanta contra su voluntad, y mucho menos el que se queja murmurando. A
ninguno de los dos le garantizamos la gracia sólo por el hecho de su
humillación, aunque se diferencien entre sí; porque uno es dueño de sí mismo
por su paciencia y el otro perece en su murmuración. El segundo merece la
ira de Dios; pero ninguno de los dos se gana su favor, porque Dios da la
gracia a los humildes, no a los humillados. Es humilde el que convierte la
humillación en humildad; ése es el que dice a Dios: Me estuvo bien el
sufrir.
A nadie le resulta agradable sufrir con paciencia, sino molesto. Y sabemos
que Dios ama al que da de buena gana. Por eso se prescribe que cuando
ayunemos nos perfumemos la cabeza y nos lavemos la cara, para condimentar
con la alegría nuestra buena obra espiritual, y así le agrade nuestro
sacrificio. Porque la gracia, que es lo que él prefiere, sólo se merece con
la humildad alegre y total. No así la coaccionada o arrebatada a la fuerza,
como la del alma paciente, que simplemente es dueña de sí misma. Esa
humildad, aunque consiga la vida por su paciencia, no gozará del favor de
Dios por su tristeza; no le corresponde lo que dice la Escritura: El humilde
esté orgulloso de su alta dignidad, porque no se humilla espontánea ni
gustosamente.
III. 4. ¿Quieres ver a uno que se ufana con razón y es verdaderamente digno
de su gloria? Mira lo que dice: Con muchísimo gusto presumiré de mis
debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. No dice que
soporta con paciencia sus debilidades: presume de ellas y con mucho gusto.
Así demuestra que la humillación es su gran delicia, y que no sirve para
nada ser dueño de sí mismo por la paciencia, mientras no reciba la gracia,
porque se ha humillado espontáneamente. Escucha este principio general: Al
que se abaja lo ensalzarán. Lo cual significa que no toda humildad se ve
encumbrada; debe nacer de la voluntad, no de la tristeza ni de la necesidad.
Por el contrario, no serán humillados todos los ensalzados, sino el que se
ensalza a sí mismo, es decir, por su propia vanidad. Y al revés: no es
encumbrado el humillado, sino el que se humilla espontáneamente, es decir,
por el mérito de su voluntad. Suponed que la ocasión de la humildad es algo
externo, por ejemplo: oprobios, quiebras de fortuna, suplicios. Sólo si se
acoge todo esto con una conciencia resignada y alegre, y por amor de Dios,
se podrá decir que no ha sido humillado por otros, sino por sí mismo.
4. Pero ¿a dónde vamos? Veo que soportáis con paciencia mi extralimitación,
hablándoos de la humildad y de la paciencia. Pero volvamos al punto de
partida. Esto nos ha sucedido por la respuesta con que el esposo decide
cohibir a la esposa, debido a sus sueños de grandezas; no por desdeñarla,
sino para darle ocasión de una humildad más razonable y profunda. Así
conseguiría hacerse más digna de lo mejor y capacitarla para poseer lo que
pedía. Pero como aún nos encontramos en el preludio del presente versículo,
si os parece bien lo comenzaremos ya en el siguiente sermón, sobre todo para
que no escuchemos o interpretemos con cansancio las palabras del esposo;
dígnese librarnos de ello a sus siervos Jesucristo nuestro Señor, bendito
por siempre. Amén.