Conecta con tu ángel: la presencia de los ángeles en nuestra vida
Joan Antoni Mateo 1
Instituto de Teología Espiritual de Barcelona
e-aquinas 3 (2005)2-8
"Intellectus animae nostrae hoc modo se habet ad entia immaterialia, quae
Inter. Omnia sunt maxime manifesta secundum suam naturam, sicut se habent
oculi nycticorarum ad lucem diei, quam videre non possunt, quamvis videant
obscura. Et hoc est propter debilitatem visus eorum".
S. Thomas Aquinas, In Metaphysicam Aristotelis Commentaria, L. II, lect. 1
Los ángeles existen. No los vemos con los ojos del cuerpo pero sí con los de
la fe. Las páginas de la Sagrada Escritura están llenas de referencias a
estos seres espirituales que a menudo, sin tener cuerpo, se manifiestan de
forma corpórea y especialmente humana. Sobre este aspecto Santo Tomás afirma
que, según el testimonio de las Escrituras, los ángeles pueden tomar un
cuerpo para manifestarse a los hombres. En este caso, no están unidos a este
cuerpo como formas, sino como motores, de tal manera que éstos últimos
"congruant ad representandum angeli intelligibiles propietates" (Iª, q. 51,
a. 2, ad 2m).
La relación de los ángeles respecto a los cuerpos está regulada por la
intención pedagógica de Dios para con los hombres. Así lo explica el
Angélico Doctor: "... en las Escrituras, los seres inteligibles son
descritos con figuras sensibles, ... tal presentación no tiene por fin
probar que los seres inteligibles son sensibles; pero por medio de las
figuras de los seres sensibles, las propiedades de los seres inteligibles
pueden ser comprendidas por una cierta semejanza...". 2
Los ángeles, suelen ser mensajeros de Dios y esta parece ser una de sus
principales funciones como indica su propio nombre de "ángel". (vid. Lit.
Horarum). El Concilio IV Lateranense definió como dogma la creación de estos
espíritus puros y a ellos nos referimos cuando, al proclamar el Símbolo de
la Fe, mencionamos las realidades "invisibles".
La existencia de los ángeles como personas incorpóreas incide de modo
sumamente importante en toda nuestra historia de la Salvación, por esos
resulta imprescindible que la tengamos en cuenta. Ciertamente hemos de
pensar que, si nada tuvieran que ver con nosotros, no se nos habría revelado
su existencia.3
Sabemos de los ángeles por la Divina Revelación que son criaturas de Dios,
superiores a nosotros en el ser gracias a su condición de espíritus puros.
La epístola a los Hebreos y otros pasos de la Biblia dan por supuesta esta
superioridad en muchos aspectos. Aunque esto habría de ser matizado por la
realidad de la Encarnación del Hijo de Dios que se hizo hombre y no ángel.
Los ángeles son hermanos nuestros destinados a gozar de Dios en su vida
eterna, habiendo sido puesta a prueba su libertad igual como la nuestra.
Algunos ángeles pecaron y se convirtieron en Demonios. Afortunadamente para
nosotros el pecado primero de los hombres fue atenuado por la debilidad de
una naturaleza inferior a los ángeles y no tuvo aquel carácter de
irreparabilidad del pecado angélico.
El hombre, por sus propias fuerzas, no puede conocer la existencia de los
ángeles, ni igualarse o parangonarse con ellos. Los ángeles pueden penetrar
en las conciencias humanas y podrían arrastrarlas a un dominio sobrehumano.
No es esto lo que Dios espera de ellos ni lo que ellos hacen por nosotros.
Si Dios respeta nuestro libre albedrío, mucho más los ángeles. Habiendo
dispuesto Dios que se realice la Encarnación de su Hijo Eterno, ha
subordinado el influjo de los ángeles sobre nuestra conciencia a un servicio
respetuoso que sólo indirectamente se convierte en dominio: ellos nos
dominan con Jesucristo a quien sirven, y así se alegran con Él en el cielo
de la conversión de los pecadores de este mundo.4
Así, toda posible forma de dominio angélico sobre los hombres ha de
entenderse desde la perspectiva cristológica y en particular de la realeza
que Cristo ejerce sobre los hombres y el universo entero. En la consumación
de los tiempos, el Rey eterno dará orden a sus ángeles para que congreguen a
sus elegidos y los separen de los réprobos.
Como afirman algunos teólogos, con todo, hay que decir que en la misteriosa
relación que los ángeles establecen con nosotros por designio divino, hay
una cierta subordinación debida al hecho de que el Hijo de Dios se haya
hecho hombre, con lo cual ha puesto a los ángeles bajo su dominio en
servicio propio y de sus hermanos los hombres.5
Bellamente lo expresa una tradicional oración de la Iglesia que el Beato
Juan XXIII gustaba recitar al final del rezo del Angelus: "Angele Dei, qui
custos es mei, me tibi comissum pietate Superna, illumina, custodi, rege et
goberna". (Ángel de Dios, que eres mi protector, a mí que te he sido
confiado por la Piedad de Dios, ilumíname, protégeme, guíame y condúceme).
De nuestro ángel imploramos luz, protección, guía y fortaleza. Hermosa
oración llena de sentido de fe sobrenatural que personalmente me gusta rezar
a menudo durante el día para encomendarme a mi ángel custodio.
Para un católico formado en la piedad tradicional de la Iglesia la devoción
al ángel custodio o ángel de la guarda forma parte de la vida cotidiano.
Somos muchos los que aprendimos de pequeños aquellas sencillas y tiernas
oraciones con las que nos confiábamos a nuestro ángel: Ángel de mi guarda,
dulce compañía, no me dejes solo ni de noche ni de día, no me dejes sólo que
me perdería. Estas plegarias, de manera suave, iban conformando nuestra fe
en la Divina Providencia que en su gran misericordia nos ha asignado un
ángel a cada uno de nosotros para que nos acompañe en la travesía no siempre
plácida del viaje de nuestra vida. No dejemos de inculcar estas oraciones a
nuestros pequeños para que las aprendan y las recen. ¡Cuán importante es
para nuestra salvación saber formar una vida de piedad en los niños! Ellos,
mejor que nadie por la pureza de su corazón, están capacitados para conectar
con su ángel y ponerse bajo la protección del Señor. Son muchos los que
viven todavía del acervo espiritual que en su infancia sembraron padres
piadosos, celosos sacerdotes y sabios maestros.
Durante unos años, y como consecuencia de la crisis de fe acaecida en el
seno de la Iglesia católica, la conciencia de la presencia de los ángeles y
la devoción a los mismos, sufrió un eclipse. No por esto dejaron los ángeles
de actuar. Siempre trabajan y especialmente cuanto más los necesitamos. Hoy,
decayendo la tormenta, parece que se recupera la devoción a estos fieles
servidores de Dios y amigos nuestros.
La existencia de los ángeles forma parte del patrimonio de la fe de la
Iglesia. Para un católico creer en los ángeles no es optativo como tampoco
es lícito conformar los contenidos de la fe según el parecer y conveniencias
de cada uno. La fe se cree toda con asentimiento de la virtud de la fe o no
se cree nada. Si seleccionáramos los contenidos de la fe según nuestra
capacidad o disposición de entendimiento ya no creeríamos con fe
sobrenatural sino con opinión humana. Creemos la fe de la Iglesia y los
contenidos de la misma vienen determinados por lo que nos ha sido dado en la
Divina Revelación.
Hablando de los ángeles, el Catecismo de la Iglesia Católica, expone de
manera clara y concisa la enseñanza multisecular de la Iglesia sobre los
ángeles. Conviene que nos detengamos en considerar esta doctrina que debe
ser conocida por todo católico que se precie de asimilar las enseñanzas de
la fe.
La síntesis doctrinal que nos presenta el CEC nos recuerda en primer lugar
la existencia de los ángeles y su condición creatural, es decir su radical
dependencia de Dios. El enunciado sobre la existencia de los ángeles por
parte del Lateranense es fundamentalmente enunciativo. Algunos se preguntan
se puede ser entendido como un dogma de fe en sentido estricto. Este
planteamiento es de por si muy capcioso y desconoce la verdadera naturaleza
de la profesión de fe de la Iglesia. Desconoce que, a menudo, la ausencia de
un dogma explícitamente definido, es signo de la pacífica posesión de la
verdad por parte de la Iglesia sin que haya intervenido el cáncer de la
herejía.
Con todo, de las enseñanzas del Lateranense hay que decir que se enseña como
dogma de fe la existencia de los ángeles. El Concilio condena como herejes a
aquellos que afirman que los demonios no han sido creados por Dios como
ángeles y que se hicieron demonios por el mal uso de su libertad. Esto
implica necesariamente la existencia de los demonios y por ende, de los
ángeles. Por tanto es una insensatez decir que uno es católico y no cree ni
en ángeles ni demonios. Un católico no cree en lo que le da la gana. Cree,
sencillamente, por gracia de Dios, la fe de la Iglesia Católica. Es bueno
recordar estas cosas tan elementales porque no se acaban de decir sandeces.
Afirma el CEC en su introducción al tema de los ángeles: "La profesión de de
fe del IV Concilio de Letrán afirma que Dios, al comienzo del tiempo, creó a
la vez de la nada una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es
decir, la angélica y la mundana; luego la criatura humana, que participa de
las dos realidades, pues está compuesta de espíritu y de cuerpo (DS 800; cf.
DS 3002 y SPF 8)". (327)
Y nos recuerda que la existencia de seres espirituales, no corporales, que
la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El
testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición.
(cf. CEC, 328)
S. Agustín dice respecto a ellos: "Angelus officii nomen est, non naturae.
Quaeris nomen huius naturae, spiritus est; quaeris officium, angelus est: ex
eo quod est, spiritus est, ex eo quod agit, angelus"6
Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque
contemplan "constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos" (Mt
18,10), son "agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra" (Sal
103,20). (Cf. CEC, 329)
Los ángeles son personas. Cuando hablamos del ser personal hemos de
considerar sus varias posibilidades: Las Personas Divinas, las personas
angélicas y las personas humanas.
Los ángeles en tanto que criaturas puramente espirituales, tienen
inteligencia y voluntad: son criaturas personales (cf. Pío XII: DS 3891) e
inmortales (cf. Lc 20,36). Superan en perfección a todas las criaturas
visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ello (cf. Dn
10,9-12).7
Según la doctrina del Doctor Angélico, los ángeles son del todo
inmateriales. La esencia de los mismos es su forma. Los ángeles son su
forma, la cual, no siendo recibida en una materia, es subsistente. Mientras
que en los seres compuestos la forma sólo puede existir en una materia y es
el ser compuesto el que actúa, en los ángeles se trata de una forma que
existe separada de toda materia y que actúa por sí misma. Se trata de
sustancias primeras puesto que las substancias separadas, aunque no estén
compuestas de materia y de forma, son sin embargo sujetos, puesto que son
subsistentes y completas en su naturaleza.8
Que los ángeles sean inmateriales no significa en absoluto igualarlos a Dios
y abrir las puertas a un torpe politeísmo. Santo Tomás, distinguiendo entre
esencia y acto de ser, muestra que sólo en Dios una y otra cosa se
identifican. Des esta manera Dios se distingue absolutamente de todo otro
ser, compuesto metafísicamente. Esta distinción fundamental de Santo Tomás
es la clave de la metafísica y de la teología, siendo Dios el Ipsum Esse
Subsistens.9
El CEC presenta la doctrina de los ángeles en una perspectiva claramente
cristológica desde la protología hasta la escatología.
Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen:
"Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus
ángeles..." (Mt 25,31). Le pertenecen porque fueron creados por y para él:
"Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra,
las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los
Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él" (Col 1,16).
Le pertenecen más aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de
salvación: "¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de
asistir a los que han de heredar la salvación?" (Hb 1,14). (CEC, 331)
¿Qué oficios o misiones desempeñan los ángeles?
Recogiendo el testimonio bíblico la exposición del CEC nos recuerda que
desde la creación (cf. Jb 38,7, donde los ángeles son llamados "hijos de
Dios") y a lo largo de toda la historia de la salvación, los encontramos,
anunciando de lejos o de cerca, esa salvación y sirviendo al designio divino
de su realización: cierran el paraíso terrenal (cf. Gn 3,24), protegen a Lot
(cf. Gn 19), salvan a Agar y a su hijo (cf. Gn 21,17), detienen la mano de
Abraham (Gn 22,11), la ley es comunicada por su ministerio (cf. Hch 7,53),
conducen el pueblo de Dios (cf. Ex 23,20-23), anuncian nacimientos (cf. Jc
13) y vocaciones (cf. Jc 6,11-24; Is 6,6), asisten a los profetas (cf. 1 R
19,5), por no citar más que algunos ejemplos. Finalmente, el ángel Gabriel
anuncia el nacimiento del Precursor y el de Jesús (cf. Lc 1,11.26).
De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada
de la adoración y del servicio de los ángeles. Cuando Dios introduce "a su
Primogénito en el mundo, dice: 'adórenle todos los ángeles de Dios'" (Hb
1,6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de
resonar en la alabanza de la Iglesia: "Gloria a Dios..." (Lc 2,14). Protegen
la infancia de Jesús (cf. Mt 1,20; 2,13.19), sirven a Jesús en el desierto
(cf. Mc 1,12; Mt 4,11), lo reconfortan en la agonía (cf. Lc 22,43), cuando
él habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos (cf. Mt
26,53) como en otro tiempo Israel (cf. 2 M 10,29-30; 11,8). Son también los
ángeles quienes "evangelizan" (Lc 2,10) anunciando la Buena Nueva de la
Encarnación (cf. Lc 2,8-14), y de la Resurrección (cf. Mc 16,5-7) de Cristo.
Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles (cf.
Hb 1,10-11), estos estarán presentes al servicio del juicio del Señor (cf.
Mt 13,41; 25,31; Lc 12,8-9). (Cf. CEC, 332-333)
Los ángeles en la vida de la Iglesia
334 De aquí que toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda
misteriosa y poderosa de los ángeles (cf. Hch 5,18-20; 8,26-29; 10,3-8;
12,6-11; 27,23-25).
335 En su liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al Dios tres
veces santo (cf. MR, "Sanctus"); invoca su asistencia (así en el "supplices
te rogamus..." ("Te pedimos humildemente...") del Canon romano o el "In
Paradisum deducant te angeli..." ("Al Paraíso te lleven los ángeles...") de
la liturgia de difuntos, o también en el "Himno querubínico" de la,liturgia
bizantina) y celebra más particularmente la memoria de ciertos ángeles (S.
Miguel, S. Gabriel, S. Rafael, los ángeles custodios).
No olvidemos a San Miguel Arcángel, protector de la Iglesia Universal.
Recitemos a menudo la invocación al Santo Arcángel compuesta por el Papa
León XIII y que se rezaba después de la celebración de la Santa Misa. Aunque
hoy, lamentablemente, ya no se haga, todos podemos rezarla privadamente. Yo
lo hago siempre. Dice así esta hermosa y profunda oración: "Sancte Michael
Archangele, defende nos in proemio. Contra nequitiam et insidias diaboli
esto praesidium. Imperet illi Deus supplices deprecemur. Tuque, Princeps
militiae coelestis, Satanam, aliosque spiritus malignos qui ad perditionem
animarum pervagantur mundo, divina virtute in infernum detrude". Sería muy
interesante analizar la génesis, el contenido y la finalidad de esta oración
que por tantos años rezaron piadosamente todos los sacerdotes católicos del
mundo, pero dejamos este cometido para una futura conferencia sobre los
otros ángeles, los malos, los demonios.
El Catecismo nos recuerda la doctrina del ángel custodio. Desde la infancia
(cf. Mt 18,10) a la muerte (cf. Lc 16,22), la vida humana está rodeada de su
custodia (cf. Sal 34,8; 91, 10-13) y de su intercesión (cf. Jb 33,23-24; Za
1,12; Tb 12,12). "Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor
para conducirlo a la vida" (S. Basilio, Eun. 3, 1). Desde esta tierra, la
vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los
ángeles y de los hombres, unidos en Dios. Conectemos con este gran amigo
invisible, invoquémosle a menudo. Nos hará sentir su presencia y amistad
espiritual. (Cf. CEC, 336).
La vida de los Santos es a menudo testimonio de extraordinarias
intervenciones angélicas (también diabólicas...!). ¡Cómo no recordar las
múltiples anécdotas que nos relata San Juan Bosco o San Pío de Pietrelcina,
santos cuyas vidas están perfectamente documentadas y que son bien cercanas
a nosotros!
Notas
1 Conferencia a pronunciar en la Fundación
Balmesiana el 19 de octubre de 2005.
2 Citado en Jean-Marie VERNIER, Les anges chez
Saint Thomas d'Aquin, 89-90.
3 Cf. Gonzalo GIRONÉS, Soy cristiano. Apuntes
para un catecismo del pueblo, pp. 76 ss.
4 Cf. Ibid., 78.
5 Cf. Ibid., 77.
6 "El nombre de ángel indica su oficio, no su
naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si
preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel" (Psal. 103,1,15).
7 Cf. CEC, 330.
8 "Nam substantiae separatae, quamvis non sit
compositae materia et forma, sunt tamen hoc aliquid, cum sint subsistentes
et completae in natura sua", In II De Anima, lect. 1, 215. Cf. Jean-Marie
VERNIER, Les anges chez Saint Thomas d'Aquin, 83 ss.
9 Cf. Ibid., 85.