EL MAL NO TIENE LA ÚLTIMA PALABRA
Escrito por Autores varios
Observador de la Actualidad 907
Parece que va ganando el mal, y surge la duda de dónde quedó el Reino de
Dios
- ¿Hasta cuándo,
Dueño santo y veraz?
- Lo peor está
por venir
- Así es el Reino de Dios
- Oración a Cristo Rey
-
El mal no
tiene la última palabra de la historia
Parece que va ganando el mal, y surge la duda de dónde quedó el
Reino de Dios
Cuando se echa un vistazo al mundo y se hace un balance entre el bien y el
mal, parece que este último va ganando con creces. Y no es sólo que estén
aumentando el satanismo y los casos de posesión demoniaca. Lo que se
vislumbra no es nada alentador:
- Los vicios son cada vez más aceptados. En EU varios estados acaban de
aprobar la producción, posesión y consumo de la marihuana: el mal ahora es
declarado bueno. Muchos países, entre ellos México, ya dejaron de aplicar
sanciones a las personas que poseen pequeñas cantidades de droga, como si,
por ser poca, ya no fuera dañina.
- La familia está siendo atacada como nunca. El resultado es que, en el
mundo occidental, hoy fracasan más o menos la mitad de los matrimonios. Para
colmo, diversas ciudades y países han legalizado las uniones entre personas
del mismo sexo.
- Hoy hay más crímenes anuales que en todos los años que duró la Segunda
Guerra Mundial. En los seis años de esa guerra, incluyendo las víctimas de
las bombas atómicas, murieron 55 millones de personas; hoy esa cifra se
supera con el sólo asesinato, «legal» o clandestino, de los niños no
nacidos: el número de abortos anuales ya está en 60 millones. Son más de mil
millones de bebés asesinados desde 1980.
- Actualmente unos 200 millones de cristianos son perseguidos en el mundo a
causa de su fe. Y no sólo en India, Paquistán, China o los países árabes. En
2013 entrará en vigor una ley de Barack Obama que pretende obligar a la
Iglesia y demás instituciones religiosas de Estados Unidos a ofrecer a sus
empleados planes de «salud» que incluyan «servicios» anticonceptivos y
abortivos. En Canadá está prohibido enseñar que el aborto o la
homosexualidad son malos, so pena, si uno es demandado, de ir a la cárcel o
recibir una multa.
Cuando se consideran estos ejemplos pareciera que el Reino de Dios
sencillamente no existe; que el Señor ha fracasado en la Tierra; que cuando
se dice que Jesucristo es el Rey del Universo se trata de una cuestión que
en nada tiene que ver con la vida de aquí abajo; que Él reina, sí, pero en
otra dimensión muy ajena a la nuestra, en un Reino inaccesible para
nosotros. En pocas palabras, que el demonio se ha salido con la suya. Pero
no es así: el diablo sabe de antemano que está vencido.
EL TRABAJO DE SATANÁS
Al mismo tiempo, Satanás sigue trabajando con gran ahínco en lo suyo, ¿por
qué? Porque, además de saber que está derrotado, igualmente sabe que mucha
gente, incluido un gran número de bautizados, ignoran esta verdad al grado
de temer que el mal finalmente saldrá del todo vencedor.
Para el demonio es más fácil trabajar entre éstos de espíritu abatido, que
caen en la desesperación y deciden, para sobrevivir en el mundo, seguir las
malas normas en lugar de las de Dios.
El diablo no puede vencer a Dios, pero se conforma con robarle el mayor
número de almas posible, arrastrándolas a la condenación eterna en el
Infierno.
ÉXITO, AUNQUE NO LO PAREZCA
Entonces, ¿Dios no ha fracasado? Responde el Papa Benedicto XVI (7 nov
2008): «Dios no fracasa. O, más exactamente: al inicio Dios fracasa siempre,
deja actuar la libertad del hombre, y ésta dice continuamente ‘no'. Pero la
creatividad de Dios, la fuerza creadora de su amor, es más grande que el
‘no' humano. A cada ‘no' humano se abre una nueva dimensión de su amor, y Él
encuentra un camino nuevo, mayor, para realizar su ‘sí' al hombre, a su
historia y a la creación».
Añade el vicario de Cristo que todo esto viene desde Adán, quien dijo «no» a
Dios apeteciendo ser él mismo un dios. «Dios ‘fracasa' en Adán, como
fracasa, aparentemente, a lo largo de toda la historia. Pero Dios no
fracasa, puesto que Él mismo se hace Hombre y así da origen a una nueva
humanidad; de esta forma enraiza el ser Dios en el ser hombre de modo
irrevocable y desciende hasta los abismos más profundos del ser humano; se
abaja hasta la cruz».
«A través de la cruz de Cristo Dios se ha acercado a todas las gentes; ha
salido de Israel y se ha convertido en el Dios del mundo. Y ahora el cosmos
dobla sus rodillas ante Jesucristo... El Dios que había ‘fracasado', ahora,
con su amor, hace que el hombre doble sus rodillas; así vence al mundo con
su amor», dice Benedicto XVI.
DEL «FRACASO» A NUEVAS OPORTUNIDADADES
También en otros pasajes del Evangelio se muestra el aparente fracaso
divino. El Papa propone la parábola del banquete, en la que «los primeros en
ser invitados se excusan y no van. La sala de Dios se queda vacía; el
banquete parece haber sido preparado en vano. Es lo que Jesús experimenta en
la fase final de su actividad: los grupos oficiales, autorizados, dicen ‘no'
a la invitación de Dios, que es Él mismo. No acuden. Su mensaje, su llamada,
acaba en el ‘no' de los hombres.
«Sin embargo, tampoco aquí fracasa Dios. La sala vacía se convierte en una
oportunidad para llamar a un número mayor de personas. El amor de Dios, la
invitación de Dios, se extiende. San Lucas nos narra esto en dos fases:
primero, la invitación se dirige a los pobres, a los abandonados, a los que
nadie invita en esa misma ciudad... Entonces viene la segunda fase: sale de
la ciudad, a los caminos, e invita a los vagabundos.
«Podemos suponer que san Lucas con esas dos fases quiere dar a entender que
los primeros en entrar a la sala son los pobres de Israel, y luego, dado que
no son suficientes, pues la sala de Dios es más grande, la invitación se
extiende, fuera de la ciudad santa, hasta el mundo de los gentiles. Los que
no pertenecen a Dios, los que están fuera, son invitados para llenar la
sala».
«Así pues -concluye el Papa-, debemos preguntarnos: ¿Qué significa todo eso
para nosotros? Ante todo tenemos una certeza: Dios no fracasa. ‘Fracasa'
continuamente, pero en realidad no fracasa, pues de ello saca nuevas
oportunidades de misericordia mayor, y su creatividad es inagotable. No
fracasa porque siempre encuentra modos nuevos de llegar a los hombres y
abrir más su gran casa, a fin de que se llene del todo. No fracasa porque no
renuncia a pedir a los hombres que vengan a sentarse a su mesa... Dios
tampoco fracasa hoy. Aunque muchas veces nos respondan ‘no', podemos tener
la seguridad de que Dios no fracasa. Toda esta historia, desde Adán, nos
deja una lección: Dios no fracasa». El mal no tiene la última palabra.
D.R.G. B.
«El mal nunca tendrá la última palabra, a pesar de que nos invade y nos
inquieta tanto en el ámbito social, político y económico, así como en las
esferas cultural y religiosa. Pero la victoria del Bien, de Cristo, que
vence la muerte y nos abre la vida nueva en su Resurrección, es la victoria
que nos anima».
(Arzobispo Edmundo Valenzuela)
«Satanás ha sido expulsado del Cielo, y, por tanto, no tiene gran poder. Él
sabe que le queda poco tiempo, ya que la historia dará un giro radical para
liberarse del mal, y por ello reacciona lleno de ferocidad».
(Beato Juan Pablo II)
«Al morir Jesús, Satanás parecía haber confirmado su poder. Pero la aparente
derrota de Jesucristo se convirtió en verdadera victoria... Desde ahora en
adelante, el diablo es el jefe de un ejército derrotado... El Príncipe de
las Tinieblas sabe que lucha por una causa perdida. Por consiguiente, el
cristiano de ningún modo necesita temerle». (P. Michael Schmaus)
«Tened confianza, Yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33).
(Jesucristo, Rey del Universo)
¿Hasta cuándo, Dueño
santo y veraz?
Por Diana R. García B.
Éste es clamor de los santos, de los amigos de Dios: «¿Hasta cuándo, Dueño
santo y veraz, tardarás en hacer justicia...? » (Ap 6, 10). El verdadero
cristiano desea y reza constantemente por que se instaure cuanto antes y de
manera definitiva el Reino de Dios: «Venga a nosotros tu Reino»; pero hasta
ahora el Señor, en su sabiduría infinita, se sigue demorando; las tragedias,
las calamidades y las injusticias aumentan, pero la tarea del creyente sigue
siendo la misma: anunciar el Evangelio, seguir amando, seguir creyendo,
seguir esperando y seguir orando: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 20).
No se piense, sin embargo, que mientras tanto el mundo ha quedado totalmente
a merced de las fuerzas del mal; por el contrario, el Señor actúa
constantemente, aunque muchas veces en forma velada. Más aún, interviene con
bastante frecuencia en aquellas realidades en las que la Iglesia, por falta
de una pastoral o quién sabe qué otras razones, no produce resultados; por
ejemplo, en la evangelización de los judíos, de los musulmanes, o de los
protestantes.
El caso es que Dios no deja de actuar, de ahí la inexplicable ola de
conversiones que desde hace algunas décadas se está dando en los ambientes
más insospechados: cientos de pastores protestantes, en su afán de
desenmascarar la «falsedad» de la Iglesia católica, se ponen a estudiar y
acaban siendo iluminados por Dios (algunos hasta han recibido experiencias
sobrenaturales de la Santísima Virgen María o de la Eucaristía) y se hacen
católicos; marxistas ateos comienzan a creer de golpe, sin ni siquiera un
predicación de por medio; brujos y satanistas experimentan repentinamente el
amor del Señor y cambian su vida; buen número de judíos, hindúes y
musulmanes ya están creyendo en el mesianismo y la divinidad de Cristo...
Como escribiera el sacerdote mexicano Antonio Brambila en su libro La
paradoja de la creencia y la fe, «el progreso de la historia de la salvación
es todo un paradigma de divina pachorra. Dios ha permitido cosas que
nosotros no habríamos, ciertamente, permitido, de haber podido evitarlas
como lo podía Él. Y esa permisión no nos la podemos explicar sino admitiendo
que Él tiene medios invisibles pero eficacícimos para salvar las almas...
Así, ha salvado Dios, durante milenios, a millones de gentes».
Y agrega que cierto tipo de gente, por ejemplo, un drogadicto, un libertino,
un marxista, etc., suele estar «demasiado lejos de la Iglesia para que ésta
logre hacerse oír por él. Un proceso de conversión a Cristo como la de
Chesterton es, para este tipo de gentes, rigurosamente impensable. Para
ellas la Iglesia es algo tan remoto como si no exisitiera... Parece,
entonces, que a Cristo no le queda otro remedio ni otra técnica que la del
‘encontronazo', la de la supresión y dispensa de todos los trámites
racionales que estamos habituados a considerar como necesarios para el
acceso de un hombre a Cristo en la fe».
«Y da la casualidad de que en Isaías (65, 1) leemos: "Me hice manifiesto a
quienes no Me buscaban; Me dejé encontrar por quienes no preguntaban por Mí;
y les dije ‘Aquí estoy' a gentes que no invocaban mi nombre". Estimo que
esto y no otra cosa es lo que estamos viviendo».
A continuación presentamos dos ejemplos de la inospechada acción de Dios en
el mundo, que confirman que nada escapa a sus designios:
1) ¿Cómo convierte Cristo a los paganos? Apareciéndose
¿Cómo convertir a los musulmanes si, en los países donde son mayoría, está
prohibido -a veces hasta con pena de muerte- predicarles a Cristo, poseer
una Biblia o renunciar a la fe musulmana? ¿Cómo acercarse a los hinduistas,
que, igual que los seguidores de Mahoma, con frecuencia despojan, torturan y
asesinan a los cristianos? ¿Cómo instaurar un mundo de justicia si ésta no
puede llegar verdaderamente sino a través de la conversión a Jesucristo?
El hombre no parece tener la respuesta, pero Dios sabe cómo hacerlo.
Una nota de la agencia Zenit de junio de este año 2012 revela algo que está
pasando en una diócesis de la India:
El obispo John Kattrukudiyil de Itangar, Arunachal Pradesh, al noreste de
India, subraya que el fenómeno de las curaciones dentro del movimiento
carismático en su diócesis ha hecho que en los últimos 35 años las
conversiones entre hinduistas se incrementen constantemente, y que hoy ya es
católico el 40% de los que habitan dicho territorio diocesano. «Repetidas
veces me cuentan historias de curaciones que han sucedido en varios
lugares», revela.
Dio el ejemplo reciente de un hombre que se bautizó como católico para
casarse con una chica católica. El obispo Kattrukudiyil dijo: «Al hombre se
le pidió que fuera a rezar sobre un hombre paralítico. Él no quería pero fue
y rezó y al día siguiente el hombre se levantó y caminó hasta la iglesia.
Estaba tan impresionado de esta experiencia milagrosa que ahora es un
miembro muy activo de la parroquia».
Añadió: «Ésta es la experiencia de una Iglesia muy joven, experimentando la
misma gracia de la Iglesia de los tiempos apostólicos. El hecho de que mucha
gente experimentó la curación orando a Jesús atrajo a mucha gente a la
Iglesia, y ella consigue una especie de paz espiritual por pertenecer a la
Iglesia».
En cuanto al mundo musulmán, otra nota, pero de Charisma News y del mes de
julio, revela que desde hace algunos años se viene dando una fuerte
corriente de conversiones a Cristo a pesar del peligro que implica para los
que renuncian al islam.
Pero últimamente a esto se añade otra cosa: ya son muchos los musulmanes que
han estado recibiendo sueños y visiones de Jesucristo, y eso los lleva a la
conversión. De hecho, nunca como ahora, a pesar de que la persecución es más
terrible, ha habido tantas conversiones a Cristo en los países árabes.
Éste es el testimonio de Alí, uno de los muchos que se han encontrado a
Jesús:
«Hace varios años fui de peregrinación a La Meca. Por su supuesto, iba para
rendir homenaje a la Kabba y para cumplir con los requisitos establecidos en
el islam». Pero, en su camino una noche «vi a Jesús en un sueño. En primer
lugar, Jesús tocó mi frente con su dedo. Y, después de tocarme, me dijo: ‘Tú
me perteneces'. Y luego me tocó por encima de mi corazón y me dijo: ‘Tú has
sido salvado, sígueme. Tú me perteneces'. Decidí que no iría a terminar la
peregrinación; me dije: ‘Cueste lo que cueste, voy a seguir esa voz'».
Lo maravilloso es que el caso de Alí no es un acontecimiento único y
aislado. El fenómeno de los sueños y las visiones de Cristo ha surgido en
todo el mundo musulmán, desde Indonesia hasta Marruecos. De hecho, en las
comunidades cristianas, más o menos un 80% de los conversos del islam dicen
haber abrazado la fe después de ver a Jesús en sueños.
Otra conversa cuenta que estaba viendo en la televisión un programa
cristiano. «Cuando me quedé dormida, llegué a tener una visión de Jesús. Tan
pronto como lo miré supe que Cristo era el Salvador».
El Espíritu Santo se está moviendo tanto que muchos se van a la cama siendo
musulmanes y despiertan siendo cristianos.
2) El demonio tiembla ante el Papa
Uno de los más grandes regalos que Cristo ha dado a su Iglesia es el Papado.
Independientemente de que en algunos períodos de la historia haya habido
Papas con una vida personal que dejó mucho que desear, no por eso el Señor
igualmente envía sobre ellos su Santo Espíritu de una manera que ningún otro
hombre en la Tierra posee, por lo que un Papa es siempre un auténtico canal
de la Gracia y del poder de Dios. Y eso verdaderamente debilita al demonio.
Si el Papa, además, es un hombre santo, Satanás tiembla más todavía ante él.
Por eso no sorprende que, incluso después de fallecidos los Papas, puedan
seguir ayudando a vencer el imperio del mal. Ahí está el caso de Francesco
Vaiasuso, joven italiano que recoge su testimonio en un libro titulado Mi
posesión. Cómo me libré de 27 legiones de demonios.
Francesco tenía 4 años de edad cuando fue poseído, y esto duró por 27 años.
Fue sometido a cientos de exorcismos. Ahora él no duda en decir: «Juan Pablo
II me liberó de Satanás». El beato Papa ya había fallecido cuando se le
comenzó a aparecer durante las crisis más violentas para consolarlo; le
mostró el Cielo y, al mismo tiempo, le indicó lo que debía hacer para ser
liberado. Y así ocurrió.
También está el caso de Benedicto XVI. Durante el exorcismo de una mujer
romana en 2009, el demonio, torturado y entre gritos, reveló acerca de este
Papa: «¡Lo odio, no lo soporto más: cada palabra suya, cada gesto y cada
bendición representan un exorcismo!».
A diferencia de otros ministros ordenados, Benedicto XVI no tiene miedo de
hablar del Cielo, el Purgatorio y el Infierno para convertir a la gente. Por
ejemplo, durante la visita a una parroquia de Roma, dijo claramente: «A los
que siguen pecando sin mostrar ninguna forma de arrepentimiento, la
perspectiva es la condenación eterna, el Infierno».
Lo peor está por venir
Pero todas esas pruebas son importantes para que, al final, pueda llegar
también lo mejor.
Ésta es una afirmación dolorosa pero totalmente cierta: «Antes del
advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que
sacudirá la fe de numerosos creyentes (cfr. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La
persecución que acompaña a su peregrinación sobre la Tierra (cfr. Lc 21, 12;
Jn 15, 19-20) desvelará el ‘misterio de iniquidad' bajo la forma de una
impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a
sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad... La Iglesia
sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que
seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cfr. Ap 19, 1-9). El
Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la
Iglesia (cfr. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una
victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cfr. Ap 20,
7-10)... El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de
Juicio Final (cfr. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este
mundo que pasa» (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 675 y 677).
En otras palabras, lo peor está por venir.
Ya recordaba el beato Juan Pablo II en el año de 1980, en Fulda, Alemania
Occidental, cuando los periodistas le preguntaban por el secreto de Fátima,
las calamidades anunciadas y el futuro de la Iglesia: «Con vuestra oración y
la mía es posible mitigar nuestra tribulación, pero no será posible
evitarla, porque sólo así la Iglesia podrá ser efectivamente renovada.
Cuántas veces de la sangre ha brotado la renovación de la Iglesia. Esta vez
tampoco será de manera distinta. Debemos ser fuertes, prepararnos, confiar
en nuestro Señor y en su Madre Santísima y ser asiduos, muy asiduos en el
rezo del Santo Rosario».
EL SERVIDOR NO ES MÁS QUE SU SEÑOR
Enseña nuestro Señor Jesucristo: «Acuérdense de lo que les dije: el servidor
no es más grande que su señor. Si me persiguieron a Mí, también los
perseguirán a ustedes» (Jn 15, 20). Si el triunfo definitivo de Cristo se
logró en la Cruz, la purificación de la Iglesia y la instauración del Reino
universal e indiscutible de Cristo se logrará igualmente a través de la
pasión que ha de sufrir la Iglesia.
Sin embargo, según la promesa de Dios, de que los poderes del Hades no la
podrán vencer (cfr. Mt 16, 18), en realidad la Iglesia no morirá, pero sí
parecerá a los ojos del mundo que ha desaparecido, que ha sido derrotada.
Sin embargo, esa aparente muerte se traducirá luego en un renacimiento
definitivo, ya purificada y engalanada como digna Esposa de Jesucristo (cfr.
Ap19, 7-8).
Así lo explica el teólogo y sacerdote alemán Michael Schmaus: «Al fin de los
tiempos, el diablo intentará un último y supremo esfuerzo. Le será permitido
instaurar un corto y aparente dominio sobre el mundo. Desarrollará tal pompa
y tales artificios de seducción que aun los hombres de buena voluntad se
sentirán inclinados a apostatar (cfr. I Tim 4. 1; Ap 12. 16, 13 y sigs. 19;
20). Pero Cristo descenderá entonces del Cielo, a modo de rayo, y destruirá
para siempre el reino de Satanás (cfr. Ap 20, 11-21 y sigs). Quizá hayan de
pasar todavía innumerables días y siglos, pero ante los ojos de Dios no
tardará en llegar el momento en que Él, el Dios de la paz, aplastará para
siempre a Satanás (cfr. Rm 16, 20)».
LA VISIÓN DE LEÓN XIII
La Oración a San Miguel, que se decía después de la Misa hasta que las
reformas del Concilio Vaticano II cambiaron la liturgia, fue instituida por
el Papa León XIII después de haber recibido la visión de un debate entre
Nuestro Señor y Satanás, durante el cual al diablo le fue otorgado más
poder.
Era el 13 de octubre de 1884; el Papa había terminado de celebrar la Misa en
su capillita, acompañado de unos pocos cardenales, cuando de repente se
detuvo al pie del altar en éxtasis, que duró como diez minutos. Cuando se le
preguntó más tarde lo que había sucedido, contó que escuchó dos voces, una
suave y la otra gutural y áspera, que parecían salir del tabernáculo.
Satanás dijo al Señor con su voz gutural y llena de orgullo: «Yo puedo
destruir tu Iglesia». Jesús le contestó: «¿Tu puedes? Entonces sigue
adelante y hazlo». Satanás dijo: «Para ello necesito más tiempo y más
poder». Nuestro Señor dijo: «Tienes el tiempo y tendrás el poder».
LA IMPORTANCIA DE LAS PRUEBAS
Aunque lo anterior pueda sonar desalentador, hay que recordar que «Dios es
fiel, y Él no permitirá que sean probados más allá de sus fuerzas. Al
contrario, en el momento de la tentación, les dará el medio de librarse de
ella, y los ayudará a soportarla» (I Co 10, 13). Por tanto, «hermanos,
alégrense profundamente cuando se vean sometidos a cualquier clase de
pruebas, sabiendo que la fe, al ser probada, produce la paciencia. Y la
paciencia debe ir acompañada de obras perfectas, a fin de que ustedes
lleguen a la perfección y a la madurez» (Stgo 1, 2-4).
Así pues, «feliz el hombre que soporta la prueba, porque después de haberla
superado, recibirá la corona de Vida que el Señor prometió a los que lo
aman» (Stgo 1, 12). «Por eso, ustedes se regocijan, a pesar de que es
preciso que todavía por algún tiempo sean afligidos en diversas pruebas, a
fin de que la calidad probada de su fe, más preciosa que el oro perecedero
que es purificado por el fuego, se convertirá en motivo de alabanza, de
gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo, a quien aman sin
haberlo visto, y en quien creen aunque de momento no lo vean; y se alegran
con un gozo indecible y lleno de gloria, seguros de alcanzar el término de
esa fe, que es la salvación» (I Pe 1, 6-9).
Si lo peor está por venir es porque después vendrá lo mejor.
Así es el Reino de Dios
+ El Reino de Dios es una realidad que comienza de manera casi
imperceptible, silenciosa y aparentemente frágil; crece de modo progresivo
y, no obstante, no depende de la voluntad del hombre.
+ El Reino, aunque comience de ese modo, está destinado a producir un
resultado final lleno de frutos.
+ El Reino de Dios no se impone mediante la fuerza o de repente: entra en la
historia, se mezcla con la historia del hombre y crece en medio de ella.
Todo esto nos recuerda que, ante todo, el Reino es un don de Dios y obra
suya.
+ El Reino comienza por la acción del Padre, de un modo aparentemente oscuro
y escondido, como la vida del Señor en la casa de Nazaret, pero está
destinado a tener un formidable florecimiento: la promesa, mantenida, es que
desde un comienzo en la pequeñez, llegue a un término glorioso.
+ Incluso hoy, en el tiempo de la Iglesia, la lógica permanece incambiada:
el Reino vive y crece de manera humanamente imperceptible, casi
insensiblemente. Se le descuida y a menudo es obstaculizado por las fuerzas
del mundo, pero de manera inexorable es esperado en los corazones y en las
mentes de aquellos que son de Cristo, y en ellos triunfa.
Homiletica.org
Oración a Cristo Rey
¡Oh, Cristo Jesús! Te reconozco por Rey universal. Todo lo que ha sido hecho
sido creado para Ti. Ejerce sobre mí todos tus derechos. Renuevo mis
promesas del Bautismo, renunciando a Satanás, a sus pompas y a sus obras, y
prometo vivir como buen cristiano. Y muy en lo particular me comprometo a
hacer triunfar, según mis medios, los derechos de Dios. Te ofrezco mis
pobres acciones para que todos reconozcan tu Sagrada realeza, y que así el
reinado de tu paz se establezca en el universo entero. Amén.
“El
mal no tiene la última palabra de la historia”
Homilía de Benedicto XVI en la celebración de las Vísperas con los obispos
de México y de América Latina y del Caribe en la Catedral de León, México 25
Mar 2012
Señores Cardenales,
Queridos hermanos en el Episcopado
Es un gran gozo rezar con todos ustedes en esta Basílica-Catedral de León,
dedicada a Nuestra Señora de la Luz. En la bella imagen que se venera en
este templo, la Santísima Virgen tiene en una mano a su Hijo con gran
ternura, y extiende la otra para socorrer a los pecadores. Así ve a María la
Iglesia de todos los tiempos, que la alaba por habernos dado al Redentor, y
se confía a ella por ser la Madre que su divino Hijo nos dejó desde la cruz.
Por eso, nosotros la imploramos frecuentemente como «esperanza nuestra»,
porque nos ha mostrado a Jesús y transmitido las grandezas que Dios ha hecho
y hace con la humanidad, de una manera sencilla, como explicándolas a los
pequeños de la casa.
Un signo decisivo de estas grandezas nos la ofrece la lectura breve que
hemos proclamado en estas Vísperas. Los habitantes de Jerusalén y sus jefes
no reconocieron a Cristo, pero, al condenarlo a muerte, dieron cumplimiento
de hecho a las palabras de los profetas (cf. Hch 13,27). Sí, la maldad y la
ignorancia de los hombres no es capaz de frenar el plan divino de salvación,
la redención. El mal no puede tanto.
Otra maravilla de Dios nos la recuerda el segundo salmo que acabamos de
recitar: Las «peñas» se transforman «en estanques, el pedernal en
manantiales de agua» (Sal 113,8). Lo que podría ser piedra de tropiezo y de
escándalo, con el triunfo de Jesús sobre la muerte se convierte en piedra
angular: «Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente» (Sal
117,23). No hay motivos, pues, para rendirse al despotismo del mal. Y
pidamos al Señor Resucitado que manifieste su fuerza en nuestras debilidades
y penurias.
Esperaba con gran ilusión este encuentro con ustedes, Pastores de la Iglesia
de Cristo que peregrina en México y en los diversos países de este gran
Continente, como una ocasión para mirar juntos a Cristo que les ha
encomendado la hermosa tarea de anunciar el evangelio en estos pueblos de
recia raigambre católica. La situación actual de sus diócesis plantea
ciertamente retos y dificultades de muy diversa índole. Pero, sabiendo que
el Señor ha resucitado, podemos proseguir confiados, con la convicción de
que el mal no tiene la última palabra de la historia, y que Dios es capaz de
abrir nuevos espacios a una esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5).
Agradezco el cordial saludo que me ha dirigido el Señor Arzobispo de
Tlalnepantla y Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano y del
Consejo Episcopal Latinoamericano, haciéndose intérprete y portavoz de
todos. Y les ruego a ustedes, Pastores de las diversas Iglesias
particulares, que, al regresar a sus sedes, trasmitan a sus fieles el afecto
entrañable del Papa, que lleva muy dentro de su corazón todos sus
sufrimientos y aspiraciones.
Al ver en sus rostros el reflejo de las pre
ocupaciones de la grey que apacientan, me vienen a la mente las Asambleas
del Sínodo de los Obispos, en las que los participantes aplauden cuando
intervienen quienes ejercen su ministerio en situaciones particularmente
dolorosas para la vida y la misión de la Iglesia. Ese gesto brota de la fe
en el Señor, y significa fraternidad en los trabajos apostólicos, así como
gratitud y admiración por los que siembran el evangelio entre espinas, unas
en forma de persecución, otras de marginación o menosprecio. Tampoco faltan
preocupaciones por la carencia de medios y recursos humanos, o las trabas
impuestas a la libertad de la Iglesia en el cumplimiento de su misión.
El Sucesor de Pedro participa de estos sentimientos y agradece su solicitud
pastoral paciente y humilde. Ustedes no están solos en los contratiempos,
como tampoco lo están en los logros evangelizadores. Todos estamos unidos en
los padecimientos y en la consolación (cf. 2 Co 1,5). Sepan que cuentan con
un lugar destacado en la plegaria de quien recibió de Cristo el encargo de
confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22,31), que les anima también en
la misión de hacer que nuestro Señor Jesucristo sea cada vez más conocido,
amado y seguido en estas tierras, sin dejarse amedrentar por las
contrariedades.
La fe católica ha marcado significativamente la vida, costumbres e historia
de este Continente, en el que muchas de sus naciones están conmemorando el
bicentenario de su independencia. Es un momento histórico en el que siguió
brillando el nombre de Cristo, llegado aquí por obra de insignes y abnegados
misioneros, que lo proclamaron con audacia y sabiduría. Ellos lo dieron todo
por Cristo, mostrandoque el hombre encuentra en él su consistencia y la
fuerza necesaria para vivir en plenitud y edificaruna sociedad digna del ser
humano, como su Creador lo ha querido. Aquel ideal de no anteponer nada al
Señor, y de hacer penetrante la Palabra de Dios en todos, sirviéndose de los
propios signos y mejores tradiciones, sigue siendo una valiosa orientación
para los Pastores de hoy.
Las iniciativas que se realicen con motivo del Año de la fe deben estar
encaminadas a conducir a los hombres hacia Cristo, cuya gracia les permitirá
dejar las cadenas del pecado que los esclaviza y avanzar hacia la libertad
auténtica y responsable. A esto está ayudando también la Misión continental
promovida en Aparecida, que tantos frutos de renovación eclesial está ya
cosechando en las Iglesias particulares de América Latina y el Caribe. Entre
ellos, el estudio, la difusión y meditación de la Sagrada Escritura, que
anuncia el amor de Dios y nuestra salvación. En este sentido, los exhorto a
seguir abriendo los tesoros del evangelio, a fin de que se conviertan en
potencia de esperanza, libertad y salvación para todos los hombres (cf. Rm
1,16). Y sean también fieles testigos e intérpretes de la palabra del Hijo
encarnado, que vivió para cumplir la voluntad del Padre y, siendo hombre con
los hombres, se desvivió por ellos hasta la muerte.
Queridos hermanos en el Episcopado, en el horizonte pastoral y evangelizador
que se abre ante nosotros, es de capital relevancia cuidar con gran esmero
de los seminaristas, animándolos a que no se precien «de saber cosa alguna,
sino a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Co 2,2). No menos fundamental es
la cercanía a los presbíteros, a los que nunca debe faltar la comprensión y
el aliento de su Obispo y, si fuera necesario, también su paterna admonición
sobre actitudes improcedentes. Son sus primeros colaboradores en la comunión
sacramental del sacerdocio, a los que han de mostrar una constante y
privilegiada cercanía. Igualmente cabe decir de las diversas formas de vida
consagrada, cuyos carismas han de ser valorados con gratitud y acompañados
con responsabilidad y respeto al don recibido. Y una atención cada vez más
especial se debe a los laicos más comprometidos en la catequesis, la
animación litúrgica, la acción caritativa y el compromiso social. Su
formación en la fe es crucial para hacer presente y fecundo el evangelio en
la sociedad de hoy. Y no es justo que se sientan tratados como quienes
apenas cuentan en la Iglesia, no obstante la ilusión que ponen en trabajar
en ella según su propia vocación, y el gran sacrificio que a veces les
supone esta dedicación. En todo esto, es particularmente importante para los
Pastores que reine un espíritu de comunión entre sacerdotes, religiosos y
laicos, evitando divisiones estériles, críticas y recelos nocivos.
Con estos vivos deseos, les invito a ser vigías que proclamen día y noche la
gloria de Dios, que es la vida del hombre. Estén del lado de quienes son
marginados por la fuerza, el poder o una riqueza que ignora a quienes
carecen de casi todo. La Iglesia no puede separar la alabanza de Dios del
servicio a los hombres. El único Dios Padre y Creador es el que nos ha
constituido hermanos: ser hombre es ser hermano y guardián del prójimo. En
este camino, junto a toda la humanidad, la Iglesia tiene que revivir y
actualizar lo que fue Jesús: el Buen Samaritano, que viniendo de lejos se
insertó en la historia de los hombres, nos levantó y se ocupó de nuestra
curación.
Queridos hermanos en el Episcopado, la Iglesia en América Latina, que muchas
veces se ha unido a Jesucristo en su pasión, ha de seguir siendo semilla de
esperanza, que permita ver a todos cómo los frutos de la resurrección
alcanzan y enriquecen estas tierras.
Que la Madre de Dios, en su advocación de María Santísima de la Luz, disipe
las tinieblas de nuestro mundo y alumbre nuestro camino, para que podamos
confirmar en la fe al pueblo latinoamericano en sus fatigas y anhelos, con
entereza, valentía y fe firme en quien todo lo puede y a todos ama hasta el
extremo.
Amén.