Curso con y sobre las Bienaventuranzas
Bienaventurados los mansos
Vea también S. Juan Pablo II Bienaventurados los Jóvenes
Predicación del P. Cantalamessa sobre las Bienaventuranzas
Lunes (Segundo Día)
“Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra” (Mt 5, 4).
En primera instancia se condena toda aplicación de violencia. Sin embargo, como hemos visto ya en la bienaventuranza anterior, el Señor quiere curar primero nuestro corazón porque quiere que seamos felices. Basta con fijarse en otra palabra de Jesús y nos daremos cuenta de lo qué está hablando: "Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mt 11:29).
Otra traducción: «Bienaventurados los sufridos, porque ellos heredarán la tierra» por toda la eternidad. Aquí se da un paso hacia delante porque, si por la verdadera pobreza nos liberamos de lo que nos estorba, con la paciencia vamos penetrando más profundamente en los designios de Dios, expulsando del interior toda amargura, irritabilidad y cualquiera imprudencia... Para el pacífico nada es amargo. Que para los que son buenos, todo sea también bueno, viene de su fondo bueno y puro... El que es pacífico posee la tierra y se mantiene en esa paz venga lo que viniere. Pero si tú no actúas así, perderás esa virtud y, al mismo tiempo, tu paz, y se podrá decir de ti que eres un gruñón y compararte a un perro furioso (cfr. Juan Taulero, Sermón 71).
Especialmente de cara a esa palabra se presenta la tentación de decir: "Yo no soy Cristo". Entonces es necesario recordar cómo actúa Dios en nuestro ser. Desde el bautismo, como bien sabemos, nuestro cuerpo se ha convertido en templo del Espíritu Santo (cfr. 1 Cor 16, 19). El Espíritu Santo da testimonio de que somos hijos de Dios (cfr. Rm 8, 16) y que obra en nosotros (Rm 8, 26). Y estamos llamados a reproducir en nosotros la imagen de Jesucristo; a los que predestinó, llamó, justificó y glorificó (cfr. Rm 8, 29-30). Quiere decir que Dios en su amor y con su gracia está presente y obra dentro de nosotros por medio del Espíritu Santo. Entonces ¿por qué no somos perfectos aunque deberíamos serlo según el Evangelio (cfr. Mt 5, 48)? Es que Dios tiene un profundo respeto a nuestra libertad. Nunca nos obligará ni nos forzará a hacer algo. Y de su parte él ha hecho todo lo necesario para ayudarnos: ha creado el universo y a los hombres; al entrar los hombres en el pecado ha hecho una historia de salvación; y en la plenitud de los tiempos ha enviado a su único Hijo para que se haga hombre para que cargue con los pecados de todos los hombres; estrelló nuestros pecados en la Cruz en su muerte; y Dios lo ha resucitado para que tengamos en él vida eterna; ha instituido la Iglesia para que nos enseñe a conocerlo, amarlo y ser felices; nos regala su palabra para enseñarnos en la fuerza de esta palabra que podamos hacer su voluntad; en la Iglesia nos regala los sacramentos para darnos vida eterna y fortalecernos para el combate diario; Dios nos habla en nuestra historia por los acontecimientos donde está presente en cada momento; también nos habla por medio de la voz de nuestra conciencia.
Podríamos continuar enumerando una larga lista de cosas que Dios ha hecho, hace o quiere hacer contigo.
Y frente a toda esta bondad la tragedia. Todo esto, todo lo que hemos enumerado anteriormente desaparece en la nada cuando nosotros en nuestra libertad decidimos decir "que no". Y el "no" más irrevocable a Dios es el pecado. Pero hasta en este momento nos quiere ayudar, porque nadie es probado encima de sus fuerzas (cfr. 1 Cor 10, 13). Dios quiere actuar a través tuyo, amar a través tuyo. Y esto se logra a través de un proceso permanente que nunca se acaba porque siempre necesitamos aprender cada día de nuevo a obedecer a Dios. Así que no vale decir: "Yo no soy Jesucristo". Sí, lo eres, está en ti. ¿Recuerdas otra palabra de Jesús?: "Lo que han hecho al menor de mis hermanos, lo han hecho a mi" (Mt 25, 40). Está también en el otro.
No vale excusa alguna.
Y ahora dejemos nuevamente que los santos y los sabios nos expliquen esta bienaventuranza. ¿Basta con ser sencillo y al alejarse del mal? Escucha lo que dice San Ambrosio: Cuando me contentase con la simplicidad y me alejase del mal, me quedaría aún el moderar mis costumbres. ¿De qué me aprovecharía carecer de los bienes de la tierra si no fuese manso? Por eso, Jesús con todo acierto continúa: "Bienaventurados los mansos" (cfr. San Ambrosio, in Lucam, 5,54). Pero, ¿cómo son los mansos? Nada menos que San Agustín nos contesta: Mansos son aquellos que ceden hasta ante las exigencias injustas, no se resisten al mal y vencen las malas acciones con las buenas(San Agustín, de sermone Domini, 1,2). Nos ayuda también San Ambrosio: Calma tu emoción para que no te enojes, y si alguna vez te alteras, no peques. Es muy laudable el moderar la alteración con la reflexión y no es una virtud menor dominar la ira que nunca airarse; porque cuando comúnmente esto es más manejable, lo otro es más valorado (San Ambrosio, in Lucam 5, 54).Es decir, si eres "fosforito" eso de ser manso tiene mucho más mérito ante Dios. También nos ayuda a entender mejor la bienaventuranza lo que dice San Agustín: Pelean los que no son mansos y se disputan las cosas temporales, pero siempre serán bienaventurados los humildes, porque ellos heredarán una tierra de donde nadie los podrá arrojar. Aquella tierra de la que se dice en el salmo: "Mi riqueza está en la tierra de los vivos" (Sal 140, 6). Esto significa cierta estabilidad de la eterna herencia, donde el alma descansa por el buen afecto como en su propio lugar. Así como el cuerpo descansa en la tierra y de allí saca su alimento, la misma herencia eterna es el descanso y la vida de los santos (cfr. San Agustín, de sermone Domini, 1,2).
Vamos ahora a tratar de entender lo que significa eso de heredar la tierra. San Hilario nos presenta una maravillosa explicación: El Señor ofrece a los mansos la posesión de la tierra, esto es, de su cuerpo, aquel que Él mismo tomó. Y como por la mansedumbre de nuestro corazón habita Jesucristo en nosotros, cuando esto sucede, también quedamos adornados con la gloria de su cuerpo (San Hilario, in Matthaeum, 4).
Se puede decir en resumen: Los mansos, que se poseyeron a sí mismos, poseerán la herencia del Padre en la vida futura. Y más es poseer que tener, puesto que muchas cosas que tenemos las perdemos al instante.
Concretamente: no resistirse al mal, no murmurar ni juzgar, en fin, ofrecer la otra mejilla.
La Doctrina de los Apóstoles ofrece a sus catecúmenos las siguientes aplicaciones concretas: “Sé manso porque los mansos heredarán la tierra” (cf. Mt 5, 5). Llega a ser paciente, misericordioso (cf. Mt 5, 7), inocente / sin malicia (cf. Rm 16, 18; Heb 7, 26), pacífico (cf. 1 Pe 3,4; 1 Tim 2, 2), bueno, temblando (cf. Lc 8, 47, Is 62, 2) a causa de todas las palabras (doctrinas) escuchadas. No exaltes a ti mismo (cf. Lc 1, 52) ni siquiera admitas a tu alma la arrogancia ni unas tu alma a los arrogantes sino vive / estate asociado con los justos y humildes. Dales la bienvenida como a cosas buenas (var.: bienes) a los acontecimientos (cf. 1 Co 12, 6) que te sucedan, sabiendo que fuera de Dios nada sucede” (La Doctrina de los Apóstoles para las Naciones 3. 7 -10).
¡Que el Señor nos ayude hoy a ser mansos y humildes de corazón! E: Invoquemos a la Virgen María, la bienaventurada por excelencia, pidiendo la fuerza de buscar al Señor (Cf. Sofonías 2, 3) y de seguirle siempre, con alegría, por el camino de las Bienaventuranzas.