Curso con y sobre las Bienaventuranzas
Bienaventurados los de corazón puro
Vea también S. Juan Pablo II Bienaventurados los Jóvenes
Predicación del P. Cantalamessa sobre las Bienaventuranzas
Viernes (Sexto Día)
"Dichosos los puros de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5, 8).
Con toda oportunidad se coloca en el sexto lugar la limpieza de corazón, porque en el sexto día fue cuando el hombre fue creado a imagen de Dios, la cual se había oscurecido en el hombre por la culpa y se restaura por la gracia en los limpios de corazón. Con razón, pues, esta bienaventuranza se coloca aquí después de las otras, porque si aquéllas no preceden, el corazón limpio no puede subsistir en el hombre. Es así: El que dispensa la misericordia la pierde si no se compadece con un corazón limpio, porque si busca la jactancia pierde todo el fruto. Por ello sigue: "Bienaventurados los limpios de corazón" (cfr. San Ambrosio, in Lucam, 5,57).
Pedimos a San Crisóstomo que tenga la bondad de explicar un poco más esta bienaventuranza: "Aquí Jesús llama limpios a aquellos que poseen una virtud universal y desconocen malicia alguna, o a aquellos que viven en la templanza o moderación, tan necesaria para poder ver a Dios, según aquella sentencia del Apóstol: ‘Estad en paz con todos, y tened santidad, sin la cual ninguno verá a Dios’ (Heb 12, 14). Dado que muchos se compadecen en verdad, pero haciendo cosas impropias, mostrando que no es suficiente lo primero, a saber, compadecerse, añadió esto de la limpieza (San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,4).
Esta bienaventuranza tiene su lógica propia porque como Dios es puro sólo puede ser conocido por el que es limpio de corazón. No puede ser templo de Dios el que no está completamente limpio, y esto es lo que se expresa cuando dice: "Porque ellos verán a Dios" porque es conocer a Dios de cerca es cómo verlo con los ojos el corazón (cfr. San Jerónimo).
Ahora vamos a contemplar un poco qué es eso de ver a Dios: El que obra y piensa en todo según la justicia, ve a Dios con su mente, porque la justicia es imagen de Dios. En efecto, Dios es justicia. Debe saberse, por lo tanto, que si alguno se aleja de las malas obras y practica las buenas ve a Dios según esto, poco o mucho, por poco tiempo o para siempre, según la posibilidad humana. En la vida futura, pues, los limpios de corazón verán a Dios cara a cara, no en espejo o enigma como aquí lo ven (cfr. Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9).
¡No se te ocurra pensar que vas a tener visiones porque tienes un corazón limpio! Son necios todos aquellos que desean ver a Dios con los ojos exteriores, cuando sólo puede verse con el corazón, según está escrito en el libro de la Sabiduría: "Buscadlo por medio de la sencillez del corazón" (Sab_1:1). Lo mismo es corazón sencillo que corazón limpio (cfr. San Agustín, de sermone Domini, 1,2). Con el corazón limpio se percibe a Dios en todos los acontecimientos del día y de la vida. Mayor premio tendrán éstos que los de las bienaventuranzas anteriores, así como en la corte de un rey están más elevados los que le ven la cara que aquellos que sólo comen de sus tesoros.
Tengamos presente también lo siguiente: El santo cura de Ars afirmó que los pecados más frecuentes son los pecados contra la castidad, la pureza. Y es verdad que el Internet, los avisos comerciales y también la televisión traen muchísimas veces imágenes indecentes que ofenden el pudor citan tentaciones. Especialmente los jóvenes necesitan combatir en este sentido aunque los adultos no están exentos de esta batalla.
La Didajé de los Apóstoles a las Naciones ofrece a sus catecúmenos las siguientes aplicaciones concretas: "Hijo/a mío/a, no llegues a ser dominado por la pasión (cf. 1 Co 10, 6) porque la pasión conduce a la lujuria; ni siquiera seas de lenguaje obsceno, ni siquiera de miradas impropias porque de todas estas cosas se generan adulterios" (La Doctrina de los Apóstoles para las Naciones 3. 3)
¡Ángel de la guarda, que con tu ayuda pueda vivir el día de hoy pura y castamente! E: Invoquemos a la Virgen María, la bienaventurada por excelencia, pidiendo la fuerza de buscar al Señor (Cf. Sofonías 2, 3) y de seguirle siempre, con alegría, por el camino de las Bienaventuranzas.