San Juan de Ávila: Audi filia
Avisos y reglas cristianas para los que desean servir a Dios,
aprovechando en el camino espiritual. Compuestas por el maestro Ávila sobre
aquel verso de David: audi, filia, et vide, et inclina aurem tuam
Preliminares
Al muy ilustre señor don Luis Puerto Carrero, conde de Palma, el maestro
Ávila
La causa, muy ilustre señor, porque, siéndome por Vuestra Señoría mandado
muchas veces por palabras y cartas que imprimiese el presente tratado, no lo
he hecho, no ha sido por falta de voluntad de obedecerle y servirle, como
creo que de mí tiene conocido, mas haber temido de mi insuficiencia que,
imprimiendo el libro con intención de aprovechar a los que le leyesen, se
les tornase impedimento de leer otros muchos, de los cuales mayor erudición
y santo calor pudiesen sacar. Y con pensar esto, me he estado hasta ahora y
me estuviera de aquí adelante en lo que toca a la impresión de este libro,
sino que los días pasados vino a mis manos, y, leyendo en él, vilo
trastrocado, borrado y al revés del como yo le escribí: que, siendo por mí
compuesto, yo mismo no le entendía. Y parecióme que ya que no se perdiese
mucho en estar tan depravado que ninguno pudiese aprovecharse de él, mas no
era cosa de sufrir que sacasen daño de él, por las muchas mentiras
peligrosas que en él había, y cada día acaecieran más, porque cada uno que
trasladaba añadía errores a los pasados. Lo cual visto, quise tornar a
trabajarlo de nuevo e imprimirlo, para avisar a los que tenían los otros
traslados llenos de mentiras de manos de ignorantes escriptores, no les den
crédito, mas los rompan luego; y, en lugar de ellos, puedan leer éste de
molde y verdadero. Y lo que primero iba brevemente dicho y casi por señas
(porque la persona a quien se escribió era muy enseñada y en pocas palabras
entendía mucho), ahora, pues, para todos, va copiosa y llanamente declarado,
para que cualquiera, por principiante que sea, lo pueda fácilmente entender.
El intento del libro es dar algunas enseñanzas y reglas cristianas, para que
las personas que comienzan a servir a Dios, por su gracia sepan efectuar su
deseo. Y estas reglas quise más que fuesen seguras que altas, porque, según
la soberbia de nuestro tiempo, de esto me pareció haber más necesidad. Danse
primero algunos avisos, con que nos defendamos de nuestros especiales
enemigos, y después gástase lo demás en dar camino para ejercitarnos en el
conocimiento de nuestra miseria y poquedad, y en el conocimiento de nuestro
bien y remedio, que está en Jesucristo. Las cuales dos cosas son las que en
esta vida más provechosa y seguramente podemos pensar.
Reciba, pues, Vuestra Señoría, el presente tratado, a él por muchas partes
justísimamente debido, porque el amor entrañable y dulce benignidad con que
su generoso corazón sé que lo ha de recebir, y el mucho provecho que por la
bondad de Dios espero que de la lección de él ha de sacar, y el tan
perseverante deseo con que siempre me ha puesto espuelas para lo imprimir,
lo han hecho tan suyo, que sería gravísimo hierro quererlo hurtar.
Plega a Cristo hable a Vuestra Señoría en él, y le dé fuerzas para que oya y
obre lo ansí hablado, para que los buenos principios que, por su gracia, en
Vuestra Señoría ha puesto, vayan continuamente adelante, hasta que sean
colmados en la eternidad de la gloria. Amén.
Luis Gutiérrez, librero, al devoto lector
Estoy tan confiado, devoto lector, que ha de agradar y aprovechar muy mucho
esta obra a quien con buen deseo y ánimo afectuoso en las cosas de Dios la
leyere, que me pareció, presupuesta la voluntad de su autor, que hacía yo
algún servicio a nuestro Señor, y ayuda a mis prójimos, en hacer imprimir
obra tan espiritual y tan excelente, y de muchos y muy grandes juicios muy
estimada. Que, cierto, yo no me fiara en esta parte del mío, si no viera a
muchos hombres muy sabios y muy espirituales tener en tanto las obras de un
tan santo varón, como es el padre Ávila, que no hay ninguno de ellos que no
las haya hecho trasladar para tenerlas, siendo ellos tales que podían
escrebir otras muchas; y porque espero en Nuestro Señor que de esta obra así
pública se ha de seguir muy mucho servicio suyo.
Espero también en su misericordia que me dará gracia para que haga imprimir
otras del mismo autor y de otros hombres espirituales, que puedan servir
para los mismos efectos.
Breve regla de vida cristiana compuesta por el reverendo padre maestro Ávila
Lo primero que debe hacer el que desea agradar a nuestro Señor, es tener dos
ratos buenos entre día y noche diputados para oración. El de la mañana, para
pensar en el misterio de la pasión; y el de la noche, para acordarse de la
muerte, considerando muy despacio y con mucha atención, cómo se ha de acabar
esta vida y cómo ha de dar cuenta de la más chica palabra ociosa que hobiere
hablado, con otras cosas semejantes. Y así cumplirá el consejo de la santa
Escriptura que dice: Acuérdate de tus postrimerías, y no pecarás jamás.
Lo segundo sea que trabaje por traer siempre su memoria en algun buen
pensamiento, porque el demonio le halle siempre ocupado, y ande siempre con
una memoria que Dios le mira, trabajando de andar siempre compuesto con
reverencia delante tan gran Señor, gozándose de que su Majestad sea en sí
mismo tan lleno de gloria como es. De esta manera le traían presente
aquellos padres del Testamento Viejo, los cuales juraban diciendo: Vive el
Señor delante de quien estoy. Por do parece que traían consigo esta memoria.
Y es mucha razón que así la traya él, pues trae consigo un ángel que está
siempre delante de Dios, cuya Majestad hinche todo lo criado; diciendo el
mismo Dios: Yo hincho el cielo y la tierra. Y pues en todo lugar está Dios
tan poderoso y tan sabio y tan glorioso como en el cielo, en todo lugar es
razón que nuestra alma le adore, para que ninguna criatura nos mueva a
ofenderle.
El tercero sea que trabaje de confesar y comulgar a menudo, por imitar aquel
santo tiempo de la primitiva Iglesia, cuando comulgaban de ocho a ocho días
los fieles. De cuya memoria quedó agora el pan bendito que dan a los
domingos con la paz, para que, cuando vea sacar aquel pan, se acuerde que la
frialdad nuestra causó que se diese aquel pan bendito, y no el mismo
Santísimo Sacramento, como antes daban, según parece por muchas historias.
El cuarto documento sea que asiente en su corazón muy fijo que si al cielo
quiere ir, que ha de pasar muchos trabajos, y que ha de ser escarnecido y
perseguido de muchos, conforme a aquel dicho de nuestro Redentor: Si a mí
persiguieron, a vosotros perseguirán; para que, estando así armado, no le
aparten de sus buenos ejercicios las malas lenguas, ni los contrarios que
dondequiera ha de hallar; sino, como hombre que ya lo sabe, no se le haga
nueva una cosa tan cierta a todos los que sirven a Dios, sino mire a Cristo
nuestro Redentor y a todos los santos que fueron por aquí, y baje la cabeza
sin alboroto ninguno, dejando los perros que ladren cuanto quisieren.
Sea el quinto, que ponga siempre sus ojos en sus faltas, y deje de mirar las
ajenas, conforme aquel dicho de nuestro Señor: Hipócrita, ¿por qué miras la
paja en el ojo de tu hermano, y no consideras tú la viga que tienes
atravesada en el tuyo? No tenga cuenta más de con sus propios defectos, y si
algo viere en el prójimo digno de reprehensión, no se indigne contra él,
sino compadézcase de él, porque la santidad verdadera, dice San Gregorio que
es compadecerse de los pecados, y la falsa, indignarse contra ellos. Si son
personas que tomarán su corrección, corríjales caritativamente conociéndose
por hombre de la misma masa de Adán, y si no lo son, vuélvase a Dios,
suplicándole que los remedie, y dándole gracias porque ha guardado a él de
pecado semejante; hallándose muy obligado a servir al Señor, que de este mal
le libró, en el cual él también cayera, si el Señor no le guardara.
Sea el sexto, que trabaje lo más que pudiere por hacer alguna caridad cada
día a algún prójimo, acordándose de aquella sentencia del Redemptor que
dice: En esto conocerán todos si sois mis discípulos, si os amáredes unos a
otros. Y conforme a esto debe también tener memoria cada día de rogar a Dios
por la Iglesia, que con tanta costa redimió.
Sea el séptimo, que pida siempre a Dios perseverancia, acordándose del dicho
de nuestro Redemptor, que el que perseverare hasta el fin será salvo. Y así
ponga sus ojos en la muerte, teniendo delante que si hasta allí no durare en
la virtud, que todo lo que hiciere se perderá. Y así quite siempre los ojos
del bien que hiciere, y póngalos en lo que le quedaba por hacer, para que lo
hecho no le ensoberbezca, y lo por hacer le ponga humildad y cuidado de
pedir a Dios gracia para cumplirlo. Y tema siempre no sea él uno de aquellos
que dijo el Salvador que se habían de resfriar en la caridad, porque había
de abundar la malicia; como vemos que muchos hacen, que la mucha maldad que
ven por ese mundo en tanta abundancia, les es ocasión de dejar los buenos
ejercicios que comenzaron, y saliéndose de Sodoma, como la mujer de Lot, por
tornar la cabeza atrás, se quedan hechos estatuas de sal, su alma endurecida
para el bien, y sabrosa y apetitosa para el mal.
Sea el octavo, que en todas su obras busque la gloria de Dios, y no su
consuelo ni su provecho, para que, aunque se halle seca su alma y
desconsolada, no por eso deje sus santos ejercicios, con que Dios se
glorifica y se sirve. Y así ordene cuanto hiciere a que Dios sea
glorificado, conforme al consejo de san Pablo que dice: Ahora comáis o
bebáis o hagáis otra cualquier cosa, todo lo haced para la gloria de Dios. Y
pues las obras naturales, como el comer y beber, dice el Apóstol que se
hagan para gloria de Dios, mucha más razón es que se haga la oración y lo
demás. Y así, pretendiendo sólo esto, no le desconsolará mucho la sequedad
que a muchos desconsuela, y hace aflojar en el servicio de Dios, habiendo de
ser entonces más diligentes en la guarda de si mismos, y más solícitos en
escudriñar si han hecho algún pecado por el cual el Señor los dejase así
desconsolados, y proveer en esto con diligencia, pues las más veces nace el
tal desconsuelo de soberbia o murmuración o pláticas vanas, que, aunque
parecen pequeña culpa, todavía desconsuelan el alma.
Sea el nono, que huiga muy de raíz toda compañía que no le trajere provecho,
porque de ella sale todo el mal que a nuestra ánima lastima. Porque, como
dice el Profeta, la garganta de los malos es como una sepultura abierta, de
donde siempre salen hedores de muerte. Y por esto siempre debe huir la
compañía de los tales, porque, si en ello mira, nunca hablan sino palabras
conformes a la muerte que sus ánimas dentro de sí tienen, y a mejor librar,
cuando las palabras son cuerdas al parecer de ellos, entonces son nocivas al
prójimo, diciendo mal y murmurando. Lo cual debe él con gran cuidado huir,
reprehendiéndolo, si es persona que aprovechará, y si no, mostrándole un
semblante triste, porque dice san Bernardo que dubda cuál peca más, el que
murmura o el que oye de buena gana murmurar. Debe luego, por no caer en este
pecado, mostrar mala cara y no oír al murmurador, porque, viendo su
semblante, cesará su murmuración, porque, como dice san Hierónimo, pocas
veces uno murmura, cuando ve que el oyente oye de mala gana.
El décimo y último sea que de tal manera obre bien, que ponga sus ojos y
confianza en los merecimientos de Jesucristo, no mirando a lo que hace, sino
a la muerte y pasión del Redentor, porque sin él todo es poco lo que
hacemos. Quiero decir, que el valor de nuestras obras nace de los
merecimientos de Jesucristo, y de la gracia que por él se nos da. Así debe
lanzar toda soberbia y vanagloria de su corazón, por muchas obras buenas que
le parecía hacer, porque, si bien mira en ello, hallará que por la mayor
parte todo cuanto hace va mezclado de mil imperfecciones, por donde más
tenemos por qué pedir perdón al Señor por la mala manera de obrar, que por
donde esperar galardón por la substancia de las obras. Porque mirando su
Majestad, delante cuyo acatamiento tiemblan los serafines, van nuestras
obras tan tibias, tan sin reverencia, y con tanta mezcla de imperfecciones,
que está muy claro acetarlas Dios por el amor de su unigénito Hijo. Y así,
quitada toda liviandad de corazón, acabada la buena obra, preséntese delante
de Dios, pidiéndole perdón del desacato y poca reverencia con que la hizo, y
ofrezca a Jesucristo al Eterno Padre, confiado que por amor de aquel Señor,
el Padre Eterno acetará aquella obra con que le hobiere servido. De esta
manera vivirá humilde y confiado, porque el verdadero camino para el cielo
dice un dotor que es obrar bien, y no presumir de sí, sino poner su
confianza en Cristo.
Audi, filia, et vide, et inclina aurem tuam, et obliviscere populum tuum et
domum patris tui. Et concupiscet rex decorem tuum
Oye, hija, y ve, e inclina tu oreja, y olvida tu pueblo y la casa de tu
padre. Y cobdiciará el rey tu hermosura.
Estas palabras, devota esposa de Jesucristo, dice el profeta David, o, por
mejor decir, Dios en él, a la Iglesia cristiana, amonestándola de lo que ha
de hacer para que el gran rey Jesucristo la ame, de lo cual a ella se le
siguen todos los bienes. Y porque vuestra ánima es una de las de esta
Iglesia, por la grande misericordia de Dios, parecióme escrebíroslas y
declarároslas, invocando primero el favor del Espíritu Santo, para que rija
mi péñola y apareje vuestro corazón, para que ni yo la hable mal, ni vos
oyáis sin fruto; mas lo uno y lo otro sea a perpetua honra de Dios, y
aplacimiento de su santa voluntad.
I. Audi, filia
Lo primero que nos es amonestado en estas palabras es que oyamos. Y es la
causa, porque, como todo el fundamento de la vida espiritual sea la fe, y
ésta entre en la ánima por el instrumento de la voz, mediante el oír, razón
es que seamos amonestados primero de lo que primero nos conviene hacer;
porque muy poco aprovecha que suene la voz de la verdad divina en lo de
fuera, si no hay orejas que la quieran oír en lo de dentro, ni nos basta
que, cuando fuimos baptizados, nos metiese los dedos el sacerdote en los
oídos, diciendo que fuesen abiertos, si los tenemos cerrados a la palabra de
Dios, cumpliéndose de nosotros lo que de los ídolos dice el profeta: Ojos
tienen y no ven, orejas tienen y no oyen.
A las palabras que algunos hablan tan mal, que oírlos es oír sirenas, que
matan a sus oyentes, es bien que veamos a quién tenemos de oír. Para lo cual
es de notar que Adán y Eva, cuando fueron criados, un solo lenguaje
hablaban, y aquél duró en el mundo hasta que la soberbia de los hombres, que
quisieron edificar la torre de la confusión, fue castigada, con que, en
lugar de un lenguaje con que todos se entendían, sucediese muchedumbres de
lenguajes, con los cuales no se entendiesen unos a otros. En lo cual se nos
da a entender que nuestros primeros padres, antes que se levantasen contra
el que los crió, quebrantando su mandamiento con mala soberbia, un solo
lenguaje espiritual hablaban en su ánima, el cual era una perfecta concordia
que tenían uno con otro, y cada uno en sí mismo, y con Dios, viviendo en el
quieto y pacífico estado de la inocencia. Mas, como edificaron torre de
soberbia, ensalzándose contra el Señor de los cielos, fueron castigados, y
nosotros en ellos, en que, en lugar de un lenguaje, y con que bien se
entendían, sucedan otros muy malos e innumerables, que nos molestan con su
fatiga y no nos entendemos con ellos, con su gran confusión y tiniebla. Y
aunque ellos en sí no tengan orden en su hablar, recojámoslos, para hablar
de ellos, al número de tres, que son lenguaje de mundo y carne y diablo.
A) A quién no debemos oír
Tres lenguajes en el pecador. El primero es de cosas vanas; el segundo, de
cosas muelles; el tercero, de cosas malas y amargas
1. Lenguaje del mundo y honra vana
Al lenguaje del mundo no le hemos de oír, porque es todo mentiras, y muy
perjudiciales a quien las cree, haciéndole que no siga la verdad que es,
sino la mentira que tiene apariencia y se usa. E así engañado echa atrás sus
espaldas a Dios y a su santo agradamiento, y ordena su vida por el ciego
norte del aplacimiento del mundo. Semejante a los soberbios romanos, que por
la honra mundana deseaban vivir y por ella no temían morir. Y así, hecho el
hombre esclavo de la vanidad, pierde la amistad del Señor, cumpliéndose lo
que Santiago dice: El amistad de este mundo enemistad es con Dios. Y si
alguno quisiere ser amigo del mundo, constituido es enemigo de Dios.
Mas mirad que el mundo malo, a quien no hemos de oír, no es este mundo que
vemos y que Dios creó, mas es la ceguedad y maldad y vanidad, que los
hombres apartados de Dios inventaron, rigiéndose por su parecer y no por la
lumbre y gracia de Dios, siguiendo su voluntad propria y no sujetándose a la
de su Criador; y poniendo su amor en las honras y deleites y bienes
presentes, siéndoles dados no para pegarse al corazón en ellos, mas para
usar de ellos recibiéndolos y sirviendo con ellos al Señor que los dio.
Éstos son los mundanos tan miserables que de ellos dice Cristo nuestro
Señor: El mundo no puede recebir el espíritu de la verdad, porque, si este
corazón malo y vano no echa de sí, no podrá recebir la verdad del Señor.
Porque es tan grande la contrariedad que hay del uno al otro, que quien de
Cristo y de su espíritu quisiere ser, es necesario que no sea del mundo; y
quien del mundo quisiere ser, a Cristo ha perdido. Y pues cualquier hombre
bueno debe aborrecer el hablar mentidas y oírlas aunque sea sin perjuicio
ajeno o suyo, ¡cuánto deben ser aborrecidas aquellas que llegan hasta privar
al hombre de la virtud y verdad, y desnudarle de la rica joya de la amistad
del Señor! Y también porque, después que el mundo despreció al bendito Hijo
de Dios, que es eterna Verdad, no hay por qué cristiano ninguno le crea, mas
antes viendo que fue engañado, no conociendo una tan clara luz, aquello
repruebe que el mundo aprueba, y aquello ame que el mundo aborrece, huyendo
con mucho cuidado de ser preciado de aquel que a su Señor despreció, y
teniendo por cierta señal [de] ser amado de Cristo, ser despreciado del
mundo.
Remedios
Y si el tropel de la humana mentira quisiere cegar o hacer desmayar al
caballero cristiano, alce sus ojos a su Señor, y pídale fuerzas, y oya sus
palabras que dicen así: Confiad, que yo vencí al mundo. Como si dijese:
«Antes que yo acá viniese, cosa muy recia era tornarse contra este mundo
engañoso y desechar lo que en él florece, abrazar lo que él desecha; mas,
después que contra mí puso todas sus fuerzas, inventando nuevos géneros de
tormentos y deshonras, los cuales yo sufrí sin volverles el rostro, ya no
sólo pareció flaco, pues encontró quien pudo más sufrir que él perseguir,
mas aún queda vencido para vuestro provecho, pues, con mi ejemplo que os di
y mi fortaleza que os gané, ligeramente lo podréis vencer, sobrepujar y
hollar». Pues mire el cristiano que como los que son del mundo no tienen
orejas para escuchar la verdad de Dios, antes la desprecian, así el que es
del bando de Cristo no las ha de tener para escuchar las mentiras del mundo,
ni curar de ellas, porque ahora halague ahora persiga, ahora prometa ahora
amenace, ahora espante ahora parezca blando, en todo se engaña y quiere
engañar. Y en tal posesión le debemos tener, pues en tantas mentiras lo
hemos tomado que, las medias que un hombre dijese, en ninguna cosa nos
fiaríamos de él, ni aún en las verdades no le daríamos crédito.
2. El lenguaje de la carne
La carne habla regalos y deleites, unas veces claramente, y otras debajo de
título de necesidad. Y la guerra de esta enemiga, allende de ser muy
enojosa, es más peligrosa, porque combate con deleites, que son armas más
fuertes que otras. Lo cual parece en que muchos han sido de deleites
vencidos, que no lo fueron por riquezas ni honras ni recios tormentos, y
según sentencia del Salvador, los enemigos del hombre son los de su casa.
¡Cuán de verdad es nuestra enemiga la carne, pues que, de dos partes que nos
constituyen, la una es ella! Por tanto, quien de esta batalla quisiere salir
vencedor, de muchas y muy fuertes armas le conviene ir armado, porque la
preciosa joya de la castidad no se da a todos, mas a los que con muchos
sudores de importunas oraciones la alcanzan de nuestro Señor, el cual quiso
ser envuelto en sábana de lienzo limpia, para reposar en el sepulcro; a dar
a entender que, como el lienzo pasa por muchas asperezas para venir a ser
blanco, así el varón que desea alcanzar o conservar el bien de la castidad,
y aposentar a Cristo en sí, como en otro sepulcro, conviene con mucha costa
y trabajos ganar esta limpieza, la cual es tan rica que, por mucho que
cueste, siempre cuesta barata.
Remedios
a) CASTIGAR LA CARNE
Debe pues el tal hombre, especialmente si se siente tentado de la carne,
primeramente tratar con aspereza su carne, en cuanto le fuere posible, sin
muy gran daño de su salud. Que, aunque la carne padezca alguna flaqueza por
apagar las tentaciones, más vale, como dice San Hierónimo, que te duela el
estómago que no el ánima, y mejor que mandes al cuerpo que no que le sirvas;
y más provechoso es que tiemblen las piernas de flaqueza, que no que vacile
la castidad. El siervo de Cristo que sintiere a su carne rebelde, debe
quitarle la cebada y trabajarla con carga. Como San Hilario decía a su
propia carne: Yo te domaré, y haré que no tires coces, sino que pienses
antes en comer que no en retozar. Y pues San Pablo, vaso de escogimiento, no
se fía de su carne, mas dice que la castiga, y la hace servir, porque,
predicando él a los otros, no sea hallado malo, cayendo en algún pecado,
¿cómo pensaremos nosotros que seremos castos sin trabajar nuestro cuerpo,
pues tenemos menos virtud que él y mayores causas para temer? Muy mal se
guarda humildad entre honras, y temperanza entre la abundancia, y castidad
entre regalos; y sería digno de escarnio quien quisiese apagar el fuego que
arde en su casa y él mismo le echase leña muy seca. Muy más digno de
escarnio es quien por una parte desea la castidad, y por otra hinche de
manjares y regalos su carne y se da a la ociosidad, porque estas cosas no
sólo no apagan el fuego encendido, mas bastan a encenderlo en quien muy
apagado le tuviese. Y pues el profeta Ezequiel da testimonio que la causa
porque aquella desventurada ciudad, Sodoma, llegó a la cumbre de tan
abominable pecado, fue la hartura y abundancia de pan y la ociosidad, que
tenían, ¿quién osará vivir en regalos, en ocio, ni aun verlos de lejos, pues
que los que fueron bastantes a hacer el mayor mal, con más facilidad harán
los menores? Ame, pues, la templanza quien es amador de la castidad; porque,
si la una quiere tener sin la otra, no saldrá con ella, mas antes se quedará
sin entrambas, que a las que Dios juntó, ni las debe el hombre querer
apartar, ni puede, aunque quiera.
Mas habéis de mirar que este remedio de afligir la carne es bueno cuando la
tentación nace de la misma carne. Y conocerlo héis en que viene a los que
tienen regalada su carne, o crece con el holgar y regalo, y trae muchos
movimientos de la misma carne. Entonces aprovecha refrenarla y castigarla,
pues el principio del mal viene de ella.
b) BUENAS OCUPACIONES
Mas otras veces viene esta tentación de parte del demonio. Lo cual veréis en
que más combate al hombre con pensamientos y feas imaginaciones del ánima
que con consentimientos feos de la misma carne; o, si los hay en ella, no es
porque la tentación comienza en alteraciones de carne, mas comienzan en
pensamientos y de ellos resultan a la carne; la cual algunas veces es
flaquísima y como muerta, y los pensamientos vivísimos. Y tienen otra señal,
que son del demonio, en venir importunamente, sin catar reverencia a tiempos
santos ni a lugares sagrados, en los cuales un hombre, por malo que sea,
suele tener reverencia. Y éstos entonces le combaten más; y algunas veces
son tantos y tales que el hombre nunca oyó ni imaginó tales cosas, y parece
que otro es el que las dice y que no nacen de él. Cuando éstas y otras
semejables vierdes, creed que es persecución del demonio en la carne, y que
no nace de ella, aunque se padece en ella.
Y el remedio no es afligirla, porque muchas veces suele crecer mientras más
la afligen; más debéis de orar, y daros a buenas ocupaciones, y hablar con
buenas personas, para apartar el pensamiento de aquellas imaginaciones; las
cuales son tan importunas y peligrosas que conviene, cuando mucho combaten,
tener por peligrosa la soledad y el ejercicio de los buenos pensamientos, y
es más seguro rezar vocalmente o leer, y otras honestas ocupaciones, por el
gran peligro que traen, hallando aparejo de ser escuchados. De manera que el
mal que nace de carne, con afligimiento de carne, y el mal que nace de
pensamientos malos, con buenas ocupaciones y oraciones se deben curar. Y, si
con todo esto no cesare esta tentación, no debéis desmayar, mas sufrirla con
paciencia y creer que nuestro Señor permite que te atormente como ángel de
Satanás, para que no te ensalces, o para otros provechos que su sabiduría
suele sacar de los males.
c) EVITAR FAMILIARIDAD DE MUJERES CON HOMBRES
Es también menester para guarda de la castidad que se evite la conversación
familiar de mujeres con hombres, por santos y parientes que sean, porque las
feas caídas que en el mundo han pasado acerca de aquesto, nos deben ser un
perpetuo amonestador de nuestra flaqueza y un escarmiento en ajena cabeza,
con el cual nos desengañemos de cualquier falso prometimiento que nuestra
soberbia nos hiciere, queriéndonos asegurar que pasaremos sin herida
nosotros flacos, en lo que tan fuertes, tan sabios, y, lo que más es, tan
grandes santos fueron muy gravemente heridos. ¿Quién se fiará de parentesco,
leyendo la torpe caída de Amón con su hermana Thamar; con otras muchas, tan
feas y más, que en el mundo han acaecido a personas que las ha cegado esta
bestial pasión de la carne, por cercanas que fuesen en parentesco? ¿Y quién
fiará en santidad suya o ajena, viendo a David, que fue conforme al corazón
de Dios, ser tan feamente derribada en muchos y feos pecados por sólo mirar
a una mujer? Ninguno en esto se engañe ni se fíe por castidad pasada o
presente, que, puesto que sienta su ánima muy fuerte y dura contra este
vicio como una piedra, aun debe huir las ocasiones, porque gran verdad dijo
el experimentado San Hierónimo: que a ánimas de hierro la lujuria las doma.
Por tanto, toda mujer, y especialmente doncella de Cristo, ha de ser tan
recatada y sospechosa en aquesto que de ninguna persona se fíe mas oiga con
atención lo que San Bernardo dice: que las vírgines, que verdaderamente son
vírgines, en todas las cosas temen, aun en las seguras. Y las que no lo
hacen, presto se verán tan miserables con la caída, cuanto primero estaban
con falsa seguridad miserablemente engañadas.
Este mal no combate abiertamente al principio a las personas devotas; mas
primero les parece que de comunicarse sienten provecho en sus ánimas, y
fiados de aquesto osan, como cosa segura, frecuentar más veces la
conversación, y de ella se engendra en sus corazones un amor que los cautiva
algún tanto, y los hace tomar pena cuando no se ven, y descansar con verse y
hablarse. Y tras esto viene el dar a entender el uno al otro el amor que se
tienen; en lo cual y en otras pláticas, ya no tan espirituales como las
primeras, se huelgan de estar hablando algún rato, y poco a poco la
conversación que primero aprovechaba a sus ánimas, ya sienten que las tiene
cautivas, con acordarse muchas veces uno de otro, y con el cuidado y deseo
de verse, y algunas veces de enviarse amorosos presentes y dulces
encomiendas. Y de estos eslabones suelen venir tales fines que les dan, muy
a su costa, a entender que los principios y medios de la conversación, que
primero tenían por cosa de Dios, no eran otros que falsos engaños del astuto
demonio, que por allí los aseguraba, para después tomarlos en el lazo que
les tenía ascondido. Y así, después de caídos, aprenden que hombre y mujer
no son sino fuego y estopa, y que el demonio trabaja por los juntar; y,
juntos, soplarlos con mil maneras, para encender en ellos el fuego de carne,
y después llevarlos al fuego del infierno.
Por tanto, doncella, huid la familiaridad de todo varón, y guardad hasta el
fin la buena costumbre que habéis tomado de nunca estar sola con hombre
ninguno, salvo con vuestro confesor, y esto no más de cuanto os confesáis, y
aun entonces sin meter otras pláticas. Y la esposa de Cristo no como quiera
ha de escoger confesor, mas mirando mucho que sea de muy buena vida y de muy
buena fama, y, si ser pudiere, de madura edad. Y de esta manera estará
vuestra conciencia segura delante de Dios, y vuestra fama limpia y sin
mancha delante los hombres; porque entrambas cosas habéis menester. Y aunque
de las comunicaciones no se sigan siempre los mayores males que pueden
venir, todavía es bien que se eviten, por evitar el escándalo que de ello
puede nacer acerca de quien lo sabe, y por evitar tentaciones y muchedumbre
de pensamientos [que], aunque no traigan a consentimiento, quitan al ánima
su pureza y libertad para pensar en Dios. Y parece que aquel secreto lugar
del corazón, donde, como en tálamo, quiere Cristo solo morar, no está tan
solo y cerrado a toda criatura como a tálamo de tan alto esposo conviene, ni
de todo parece estar casto, pues hay en él memoria de hombre.
d) DEVOTA ORACIÓN
Habéis de saber que una de las principales cosas que aprovechan para poseer
castidad, es el gusto de la suavidad divinal, que comunica Dios en el
ejercicio de la devota oración; en la cual, luchando el ánima a solas con
Dios con los brazos de pensamientos devotos, alcanza de él, como otro Jacob,
que la bendiga con muchedumbre de gracias y entrañable suavidad; y hiérela
en el muslo, que quiere decir el sensual apetito, mortificándoselo de arte
que de allí adelante cosquea de él, andando viva y fuerte en las afecciones
espirituales, significadas por el otro muslo que queda sano. Porque, así
como el gusto de la carne hace perder el gusto y fuerzas del espíritu, así
con el gusto del espíritu nos es desabrida toda la carne, y queda tan sin
fuerzas que algunas veces es tanta la dulcedumbre que el ánima gusta, siendo
visitada de Dios, que la carne con su flaqueza queda tan desmayada y caída
como lo podría estar habiendo pasado alguna larga y grave enfermedad.
Por tanto quien quisiere gozar de la excelencia de la castidad ame el
ejercicio de la devota oración; porque allí recibirá rocío del cielo y
beberá de una agua tan poderosa que le apague de raíz los apetitos carnales.
Y quien quisiere gozar de la devota oración, ame el recogimiento y hallarla
ha. De aquí podréis conocer claramente cuánto mal causa la comunicación que
hemos dicho, pues hace derramar el corazón y perder la devoción, que eran
medios tan provechosos para alcanzar la castidad.
e) DESCONFIANZA EN SÍ Y CONFIANZA EN DIOS
Todo lo dicho, y más que se pudiera decir, suele ser medio para alcanzar
esta preciosa limpieza; mas muchas veces acaece que así como teniendo piedra
y madera, y todo lo necesario para edificar una casa, nunca se nos adereza
el edificarla, así también acaece que, haciendo todos estos remedios, no
alcancemos la castidad deseada. Antes hay muchos que, después de vivos
deseos y grandes trabajos pasados para que alcanzasen esta joya, se ven
miserablemente caídos en el lodoso cieno de su carne, y dicen con gran
dolor: Trabajado hemos toda la noche y ninguna cosa hemos tomado, y
paréceles que se cumple en ellos lo que dice el Sabio: Cuando yo más lo
buscaba, tanto más lejos huyó de mí.
Lo cual muchas veces suele venir de una secreta fiucia que en sí mesmos
estos trabajadores tenían, pensando que la castidad era fruto que nacía de
sus trabajos y no dádiva graciosa de Dios. Y por no saber a quién se había
de pedir, justamente se quedaban sin ella; porque mejor daño les fuera
tenerla y ser soberbios e ingratos a su dador, que estar sin ella llorosos y
humildes y avergonzados, viendo que no la pueden haber, sabiendo que no es
pequeña sabiduría saber cuya dádiva es la castidad; y no tiene poco camino
andado para alcanzarla quien de verdad siente que no es fuerza de hombre
sino dádiva de nuestro Señor. Lo cual nos enseña el Sabio, diciendo: Como yo
supiese que yo no podía ser continente, si Dios no me lo diese, y esto era
suma sabiduría, saber cuyo es este don, fuí al Señor y hícele oración con
todas mis entrañas.
f) ACUDIR A LA VIRGEN Y A LOS SANTOS
Y aunque los remedios ya dichos para alcanzar este bien sean provechosos, y
debemos ejercitar nuestras manos en ellos, ha de ser con condición que no
pongamos nuestra fiucia en ellos, mas hagamos con devota oración lo que
David hacía y nos aconseja, diciendo: Alcé mis ojos a los montes, donde me
venía mi socorro. Mi socorro es del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Estos montes a los santos significan, a los cuales conviene invocar con
oraciones, para que nos alcancen de Dios esta merced. Que [si] para sanar de
corporales enfermedades, visitamos sus casas, ayunamos sus vigilias,
celebramos sus fiestas y los invocamos con oraciones, ¿cuánto con más razón
debemos hacer todo esto, para que nos alcancen de Dios remedio contra este
fuego infernal? Principalmente y particularmente se debe hacer esto en el
servicio de la castísima Virgen María, importunándola con servicios y
oraciones por esta merced, las cuales ella oye y recibe de muy buena gana, y
por ser muy amadora de limpieza y verdadera abogada de los que la quieren
tener. Porque, si hallamos en las mujeres de acá algunas tan amigas de
honestidad que ampara[n] con todas sus fuerzas a quien quiere apartarse de
la vileza de este vicio y caminar por la limpieza de la castidad, ¿cuánto
más se debe esperar de esta limpísima Virgen de vírgines que pondrá sus ojos
y orejas en los servicios y oraciones del que quisiere la castidad que ella
tan de corazón ama?
No te falte, pues, deseo de haber este bien; no te falte fiucia en Cristo,
ni importunas oraciones a sus santos y a su Madre, y a Él, que no faltará en
ellos cuidado ni amor para orar por ti, ni en él misericordia para te
conceder este don, que él solo lo da; y quiere que todo hombre a quien lo da
así lo conozca, pues así es la verdad.
Es don sobrenatural que no se da a todos igualmente
a) A UNOS SE DA CASTIDAD EN EL ÁNIMA SOLA
Y es de mirar que este don no lo da por un igual, mas según a su santa
voluntad place. A unos da más y a otros menos. Porque a algunos da castidad
en la ánima sola, que es un propósito firme y deliberado de no caer en este
vicio por cosa que sea; mas con este propósito bueno tienen en su carne y
parte sensitiva tentaciones penosas, que, aunque no hagan consentir la razón
en el mal, aflígenla y danla que hacer en defenderse de sus importunidades.
Lo cual es semejable a Moisén y a su pueblo, que estando él en lo alto del
monte en compañía de Dios, estaba el vulgo del pueblo, adorando ídolos en el
valle. Y quien en este estado está debe hacer gracias a nuestro Señor por el
bien que le ha dado en su ánima, y sufrir con paciencia la poca obediencia
que su parte sensitiva le tiene, porque así como, si Eva sola comiera del
árbol vedado, no se cometiera el pecado original, si Adán, su varón, no
consintiera, así, mientras aquel propósito bueno de no consentir cosa mala
estuviere vivo en lo más alto de la ánima, no puede hacer la parte
sensitiva, por mucho que coma, que haya pecado mortal, pues el varón no
consiente con ella, antes le desplace y la reprende.
Y si se te hiciere de mal sufrir guerra tan continua dentro de ti, mira que
con el trabajo de la tentación se purgan los pecados pasados y se anima el
hombre a servir más a Dios, viendo que le ha más menester; y conocemos
nuestra flaqueza, por locos que seamos, viéndonos andar a tanto peligro, y a
los cuernos del toro, que, a dejarnos Dios un poquito de su mano, caeríamos
en la espantable hondura del pecado mortal. Y si fueres fiel siervo de Dios,
mientra más tu carne te combatiere, tanto más tú con tu ánima te esforzarás
a guardar la castidad, y las tentaciones te serán como golpes que ayudarán a
arraigar más en ti la limpieza; y verás las maravillas de Dios, que así como
por nuestra maldad parece mayor su bondad, así por la flaqueza de nuestra
carne obra fortaleza en nuestra ánima. Y acuérdate que vale más buena guerra
que mala paz. Y que es mejor trabajar nosotros por no consentir, y dar en
ello placer a nuestro Señor, que, por tomar un poco de placer bestial, que
en pasando deja doblado dolor, dar enojos a quien con todas nuestras fuerzas
debemos amar y agradar. Llámale con humildad y con fe, que no dejará de
socorrer a quien por su honra pelea; que al fin hará que salgas con ganancia
de la pelea, y te contará este trabajo en semejanza de martirio, pues como
los mártires querían antes morir que negar la fe, así tú padeces lo que
padeces por no quebrantar su santa voluntad, y hacerte ha compañero en la
gloria con ellos, pues lo eres acá en el trabajar.
b) A OTROS TAMBIÉN EN SU PARTE SENSITIVA
A otros da nuestro Señor este bien de la castidad más copiosamente, porque
no sólo les da en el ánima este aborrecimiento de sucios deleites, mas
tienen tanta templanza en su parte sensitiva y carne que gozan de grande
paz, y casi no saben qué es tentación que les dé pena. Y esto suele ser en
dos maneras: unos tienen esta paz en limpieza por natural complexión, otros
por elección y merced de Dios.
Los que por complexión natural, no deben engreírse mucho con la paz que
sienten, ni despreciar a quien ven tentado; porque no se mide la virtud de
la castidad por tener esta paz, mas por tener propósito en el ánima de no
ofender en este pecado a nuestro Señor. Y si uno, siendo tentado y guerreado
en su carne, tiene este propósito bueno en su ánima, con mayor firmeza que
el que no tiene ni siente tentaciones, más casto será éste combatido que el
otro con la paz. Ni tampoco deben estos bien acomplexionados desmayarse,
diciendo: «Poco gano en ser casto, pues lo tengo de complexión», mas deben
aprovecharse de la buena complexión que tienen, queriendo con la razón la
castidad, que su inclinación les convida, suplicando a nuestro Señor les
ponga mucha firmeza en sus ánimos, y de esta manera servirán a Dios con el
ánima por el don suyo, y en la carne por su buena inclinación.
Otros hay que no por inclinación natural, mas por merced de nuestro Señor,
son tan cumplidamente castos que en su ánima tienen muy quitada la gana, y
sienten entrañable aborrecimiento de esta vileza; y en su parte sensiva,
tanta obediencia que no solamente va arrastrando a lo que la razón manda,
mas obedécela con deleite y presteza, concertándose en uno ella con la
razón, y teniendo entre sí entrañable paz y sosiego. Este excelente estado
rastrearon algunos filósofos, los cuales dijeron que había algunos varones
tan excelentes que tenían sus ánimos tan purgados que obraban las virtudes
con facilidad y deleite, sin que se levantasen pasiones, o si vencidas se
levantaban, eran ligeramente y sin pena vencidas. Mas esto que ellos
hablaban e quizá no tenían -o, si lo tenían, era por inclinación natural; o,
si era por elección, era a cabo de mucho tiempo que se ejercitaban en estas
buenas costumbres, y lo que obraban era a fuerzas de sus proprios brazos-,
tiénenlo los bienaventurados cristianos, a los que Cristo les quiere
conceder este don, no ganado por fuerza de ellos, mas infundido por el
fuerte Espíritu de él, el cual es de tanta eficacia, cuando perfectamente
obra en ánima y carne, que así como hace que lo superior del ánima está con
perfecta obediencia sujetísimo a Dios, y recibe de Él poderosas fuerzas y
excelentísima lumbre, estando unido tan perfectamente con Él y tan regido
por la voluntad de Él, que diga el Apóstol: El que se llega a Dios, un
espíritu es con Él, así esta eficacia de Dios que obra en la parte sensitiva
hace que, dejada la bestialidad y fiereza que de su naturaleza tiene,
obedezca con deleite a la razón y se le dé muy sujeta. Y aunque en la
naturaleza sean diversas, por ser una espiritual y otra sensual, mas
allégase tanto la parte sensitiva a la razón que toma también su freno, que
anda domada y doméstica, y, aunque no es razón, anda como razonada, no
impidiendo, mas ayudando, como fiel mujer a su marido. Y así como hay ánimas
de algunos tan miserablemente dadas a la voluntad de su carne que no se
rigen por otro norte sino por el apetito de ella y, siendo su naturaleza
espiritual, se abate a la miserable sujección de su cuerpo, tan
transformadas en carne, que se tornan encarnizadas, y parecen, en su
voluntad y pensamientos, un puro pedazo de carne; así la sensualidad de
estos otros se junta tanto con la razón que parece más razonal que las
mismas ánimas de los otros.
Dificultosa cosa de haber parecerá ésta; mas, en fin, es obra y dádiva de
Dios, concedida por Jesucristo, su único Hijo, en el tiempo del cual estaba
profetizado que habían de comer juntos lobo y cordero, oso y león; porque
las afecciones irracionales de la parte sensitiva, que como fieros animales
quieren tragar y maltratar la ánima, son pacificadas por el don de
Jesucristo, y dejada su guerra viven en paz, como se dice en Job: Las
bestias de la tierra te serán pacíficas, y con las bestias de la región
tendrás amistad. Y entonces se cumple lo que está escrito en el Psalmo que
dice: Tú, hombre unánime conmigo, guía mía, y conocido mío, que comiste
conmigo los dulces manjares, y anduvimos en la casa de Dios de un
consentimiento. Las cuales palabras dice el hombre interior a su exterior,
teniéndolo tan sujeto que lo llama de un ánima, y tan conforme a su querer
que dice que comen entrambos dulces manjares y andan en uno en la casa de
Dios; porque están tan amigos que, si el interior come castidad, orar,
ayunar y velar, y otros santos ejercicios, hallando mucha dulzura en ellos,
también el hombre exterior hace estas obras, y le saben como dulce manjar.
c) SÓLO CRISTO Y SU MADRE, LIBRES DE TODO MOVIMIENTO PECAMINOSO
Mas no entendáis que venga uno en este destierro a tener tanta abundancia de
paz que no sienta alguna vez movimientos contra su razón, porque, sacando a
Cristo Redemptor nuestro, y a su Madre sagrada, no fue a otros concedido
este privilegio; mas habéis de entender que, aunque haya estos movimientos
en las personas a quien Dios concede este don, no son tales ni tantos que
les den pena, antes, sin ponerlos en estrecho de guerra ni quitarles la paz,
son ligeramente por ellos vencidos. Como si viésemos en una ciudad a dos
muchachos reñir, y luego se apaciguasen, no decíamos que, por aquella breve
guerra, faltaba paz en la ciudad, si la hobiese en los principales del
pueblo.
Y pues esta alteza de virtud confesaban los filósofos, con no conocer las
fuerzas del Espíritu Santo, no debe ser dificultoso al cristiano confesar
esto, y desearlo, a gloria de la redempción de Cristo, y de su poder, al
cual no hay cosa imposible, cuya paz, es tanta que sobrepuja a todo sentido,
como dice San Pablo. Pues, cuando la carne así estuviere obediente y
templada, estonces estamos bien lejos de oír su lenguaje y seguros de caer
en la terrible maldición que echó Dios a Adán, nuestro padre, porque oyó la
voz de su mujer; antes nosotros hacemos a ella que nos sirva y oya, y, como
a pájaro encerrado en jaula, la enseñamos a hablar nuestro lenguaje, y que
con alegría nos obedezca. De la cual luenga obediencia, que a la razón
tiene, queda tan bien acostumbrada que, si algo pide, no es deleite mas
necesidad; y entonces bien la podemos oír, según Dios mandó a Abraham que
oyese la voz de su mujer Sara, la cual era ya muy vieja, y con su carne tan
enflaquecida y mortificada que no tenía las superfluidades de otras mujeres.
Y de esta tal carne algo más nos podemos fiar, oyendo lo que nos dice,
aunque no debemos tanto creerla que su solo dicho nos baste, mas debemos
examinarlo con razón y con el espíritu, porque la que pensábamos estar
muerta no se haga engañosamente mortecina, y tanto más peligrosamente nos
derribe cuanto por más fiel la teníamos.
3. Lenguaje del demonio
Los lenguajes del demonio son tantos cuantas son sus malicias para engañar,
que son innumerables. Porque así como Cristo es causa de todos los bienes,
que se comunican a las ánimas de los que se sujetan a Él, así el demonio es
padre de pecados y tinieblas, porque, instigando y aconsejando a sus
miserables ovejas, las induce a mal y mentira, con que eternamente sean
perdidas, y porque sus astucias son tantas que sólo el Espíritu del Señor
basta a descubrirlas, hablaremos pocas palabras, remitiendo lo demás a
Cristo, que es verdadero enseñador de las ánimas.
a) SECRETAMENTE PONE ASECHANZAS
De muchos nombres es llamado el demonio, para alcanzar los males que tiene,
mas entre todos hablemos de dos, que son ser llamado león y dragón. Dice San
Agustín: dragón, porque secretamente pone asechanzas; león, porque
abiertamente se enoja.
1) Ensoberbeciendo al hombre
Y la asechanza que tiene para enseñar es aquesta: alzarnos con la vanidad y
mentiras, y después derribarnos con verdadera y miserable caída. Ensálzanos
con pensamientos que nos inclinan a estimarnos en algo, haciéndonos caer en
soberbia. Y como él sepa este mal, por experiencia, ser tan grande que bastó
a hacer de ángel demonio, trabaja con todas sus fuerzas hacernos
participantes en él, porque también lo seamos en los tormentos que tiene.
Sabe él muy bien cuánto desagrada la soberbia a Dios, y cómo ella sola basta
a hacer inútiles todas las otras virtudes que un hombre tenga; y trabaja
tanto por sembrar esta mala semilla en el ánima que muchas veces deja de
tentar a uno y le dice algunas verdades, y le da algunos buenos consejos y
espirituales consolaciones, para inducirle a soberbia, y así derribarlo y
dejarlo, vacío.
Remedios:
a) MIRAR NUESTROS MALES PASADOS, PRESENTES Y POR VENIR
Mas cuanto él con más diligencia nos hablare este engañoso lenguaje, tanto
con mayor diligencia debemos nosotros hacernos sordos a él, que si el
profeta dice que debajo de la lengua de los malos hay ponzoña, ¿cuánto mayor
pensamos que la habrá en el lenguaje del mismo demonio, más malo que los
malos todos? Y si él nos ensalzare de los bienes que tenernos, humillémonos
nosotros mirando los males que hacemos y hecimos, los cuales son tantos,
que, si el Señor no nos fuera a la mano, y no nos quitara del camino que tan
de corazón caminábamos, fueramos creciendo en maldades como en la edad,
hasta que los infernales tormentos fueran pequeños para nuestro castigo. ¡Oh
abismo de misericordia!, y ¿qué te movió a llamar a los que tan lejos iban
de ti? ¿Qué te movió a mirar cara a cara a los que tan vueltas tenían a ti
las espaldas? Acordástete de los olvidados de ti, haciendo mercedes a los
que merecían tormentos, y tomaste por hijos a los que habían sido malos
esclavos, aposentando tu natural persona en las que primero habían sido
hediondo establo de suciedades. Estos males que entonces hecimos, nuestros
eran, y, si otra cosa ahora somos, en Dios lo somos, como dice el Apóstol:
Erades algún tiempo tinieblas, mas ahora luz en el Señor.
Conviene, pues, acordarnos del miserable estado en que por nuestra flaqueza
nos metimos, si queremos estar seguros en el dichoso estado en que por su
misericordia Dios nos ha puesto, creyendo muy de verdad que lo mismo
haríamos que antes hecimos, si la poderosa y piadosa mano de Dios de nos se
apartase. Y si miramos a los muchos peligros a que estamos sujetos por
nuestra flaqueza, no osaremos del todo alegrarnos con el bien que de
presente tenemos, con el temor de los pecados que podemos hacer. Grande
alegría mostraron los hijos de Israel y devotos cantares hicieron a Dios,
cuando tan gran maravilla hizo con ellos que los pasó por el mar a pie
enjuto, y parecíales que, pues en tan gran peligro no habían peligrado,
ninguna cosa había de ser bastante para los derribar ni impedir que
alcanzasen la tierra por Dios prometida; mas la esperanza salió de otra
manera porque, después de aquel gran favor, sucedieron tentaciones y
pruebas, y fueron hallados flacos e impacientes en la prueba y pelea los que
habían sido devotos y alegres después de la pasada del mar. Y porque no
alcanzan la corona prometida por Dios, sino los que son hallados fieles en
las pruebas que él les invía, éstos no la alcanzaron; mas que quedaron
muertos en el desierto por sus pecados.
¿Quién será, pues, tan desatinado que ahora mire a la vida pasada, ahora a
la que resta por venir, ose alzar su cabeza a tomar alguna soberbia, pues en
lo pasado ve cuán miserable cayó, y en lo por venir a tantos temores está
sujeto? Y, si bien conociere la verdad de cómo todo lo bueno viene de Dios,
verá que el tener dones de Dios no ha de ensalzar vanamente a los que los
tienen, mas abajarlos más, como a quien más agradecimiento y servicio debe.
Y cuando piensa que creciendo las mercedes, crece la cuenta que ha de dar de
ellas, parécenle los bienes que tiene una carga pesadísima, que le hace
gemir y ser más cuidadosa y humilde que antes.
b) PEDIR A DIOS HUMILDAD: CONOCER A DIOS Y A SÍ
Y porque es tanta nuestra liviandad, y tenemos tan metida en los huesos la
secreta soberbia, que fuerzas humanas no bastan del todo a limpiarnos de
este pecado, debemos pedir a Dios este don, suplicándole importunamente no
nos permita caer en tan gran traición, que nosotros seamos robadores de la
honra que de todo lo bueno a él es debida. Con el ayuno se sanan
pestilencias de la carne, y la oración las de la ánima; y por eso conviene
al que esta pestilencia siente en su ánima, orar con toda diligencia y
continuación, presentarse delante el acatamiento de Dios, suplicándole abra
los ojos para conocer la verdad de quién sea Dios, y quién sea él, para que
ni atribuya a Dios algún mal, ni tampoco a sí algún bien.
Y cuando Dios es servido de hacernos esta merced, invía una celestial lumbre
en el ánima, con que, quitadas unas gruesas tinieblas, conoce ningún bien,
ni ser, ni fuerzas haber en todo lo criado mas de aquello que la bendita y
graciosa voluntad de Dios ha querido dar y quiere conservar. Y conoce
entonces cuán verdadero cantar es aquél: Llenos son los cielos y la tierra
de tu gloria.
Porque en todo lo creado no ve cosa que buena sea, cuya gloria no sea a
Dios. Y entiende con cuanta verdad dijo Dios a Moisén, que dijese a los
hombres, que el que es me invío a vosotros; y lo que dijo el Señor en el
evangelio: Ninguno es bueno, si no sólo Dios, porque, como todo el ser que
tengan las cosas y todo el bien, ahora sea del libre albedrío ahora de la
gracia, sea dado y conservado de la mano de Jesucristo, conoce que más se
puede decir que Dios es en ellas y obra el bien ellas, más que ellas de sí
mesmas. No porque ellas no obren, mas porque obran como causas segundas
movidas por Dios, principal y universal hacedor, del cual ellas tienen la
virtud para obrar. Y así, mirando a ellas, en cuanto de sí mismas, no les
hallan tomo ni arrimo en si proprias, sino en aquel infinito ser que las
sustenta, en cuya comparación parecen todas ellas, por grandes que sean,
como una pequeña aguja en un infinito mar.
Y de este conocimiento de Jesucristo queda en el ánima una profunda
reverencia a la sobreexcelente majestad divinal que le pone tanto
aborrecimiento de atribuir a sí misma ni a otra criatura algún bien, que ni
aún pensar en ello no quiere, considerando que así como el casto de Josef no
quiso hacer traición a su señor, aunque fue requerido de la mujer de él, así
no debe el hombre alzarse con la honra de Dios, la cual él quiere para sí
como el marido a su propria mujer, según está escripto: Mi gloria no la daré
yo a otro. Y está el hombre entonces tan fundado en esta verdad, que aunque
todo el mundo lo ensalzase, él no se ensalzaría, mas, como verdadero justo,
desnúdase de la honra, pues ve no ser suya, y dala al Señor, cuya es. Y en
esta luz ve que cuanto más alto está, más ha recebido de Dios y más le debe,
y más pequeño y abajado es en sí mismo; porque quien tan de verdad crece en
otras virtudes, también ha de crecer en la humildad, diciendo a Dios:
Conviene crecer en ti, y a mi ser abajado cada día más en mí mismo.
Y entonces no oye el ánima el falso lenguaje del demonio soberbio, que con
la propria estima la quería engañar; mas oye la verdad de Dios, que dice que
la verdadera honra y estima de la criatura no consiste en sí misma, mas en
recebir y ser estimada y amada de su Criador.
2. Desesperándole:
1. Con la memoria de sus pecados
Otra arte suele tener el demonio contraria a esta pasada, la cual es, no
haciendo ensalzar el corazón, mas abajándole y desmayándolo, y así traello a
desesperación. Y esto hace trayendo a la memoria no los bienes que el hombre
ha hecho, mas sus pecados, gravándoselos cuanto puede, para que, espantado
con la muchedumbre y graveza de ellos, caya desmayado como debajo de carga
pesada, y así desespere. De esta manera hizo con Judas, que, al hacer del
pecado, quitóle delante la graveza de él, y después trájole a la memoria
cuán grave mal era haber vendido a su maestro y por tan poco precio, y para
tan mala muerte. Cególe los ojos con la grandeza del pecado, y dió con él en
el lazo, y de allí en el infierno.
De manera que a unos ciega con las buenas obras poniéndoselas delante y
escondiéndoles sus señales, y así los engaña haciéndolos ensoberbecer; y a
otros escóndeles que no se acuerden de sus bienes que por la gracia de Dios
ha hecho, y tráeles a la memoria sus males, y así los derriba. A los unos
díceles que sus bienes son muchos y sus pecados pocos y livianos; a los
otros, que los bienes que han hecho son pocos y llenos de falta, y sus males
muchos y grandes.
Remedio: PONER LOS OJOS EN LOS BIENES HECHOS Y EN LA MISERICORDIA DE DIOS Y
BENEFICIO DE CRISTO
Mas así como el remedio es, porque él nos quiere alzar de la tierra, asirnos
más a la tierra y tener los pies más hincados en ella, y considerando, no
nuestras plumas de pavo, mas nuestros lodosos pies de pecados que hemos
hecho o haríamos, si Dios no nos guardase, así en este otro engaño es el
remedio quitar los ojos de nuestros pecados y ponerlos en los bienes que
hemos hecho y en la misericordia de Dios, de donde nos vinieron. No es esto
para poner confianza en las obras nuestras, porque no cayamos en un lazo,
huyendo de otro; mas para creer que, pues nos dio gracia para las hacer, no
las dejará de galardonar, y, pues nos ha puesto en la carrera, no nos dejará
en la mitad de ella, pues sus obras son acabadas como él lo es; y más hizo
en sacarnos de enemistad que en conservarnos en su amistad. Lo cual nos
amonesta San Pablo diciendo. Si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados
a Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que somos reconciliados
seremos salvos en la vida de Él.
Cierto, pues su muerte fue poderosa para resucitar a los muertos, también lo
será su vida para conservar en vida a los vivos. Hízonos de enemigos amigos,
pues no nos desamparará siendo amigos. Si nos amó desamándole, no nos
desamará amándole. De manera que osemos decir lo que dijo San Pablo: Confío
que aquel que comenzó en vosotros el bien, lo acabará hasta el día de
Jesucristo.
Si el demonio nos quisiere turbar con gravarnos los pecados que hemos hecho,
miremos que ni él es la parte ofendida, ni tampoco el juez. Dios es a quien
ofendemos cuando pecamos, y él es el que ha de juzgar a hombres y demonios,
y, por tanto, no nos turbe que el acusador acuse, mas consuélenos que el que
es parte y juez nos perdona y absuelve. Y esto dice San Pablo así: Si Dios
con nos, ¿quién será contra nos? El cual a su proprio Hijo no perdonó, mas
por todos nosotros lo entregó. Pues, ¿cómo es posible que dándonos a su
Hijo, no nos haya dado todas las cosas? ¿Quién acusará contra los hijos de
Dios? Dios es el que justifica, ¿quién habrá que condene? Todo esto dice San
Pablo. Lo cual, bien considerado, debe esforzar a nuestro corazón a esperar
lo que falta, pues tales prendas de lo pasado tenemos. No nos espanten
nuestros pecados, pues el eterno Padre castigó a su Hijo unigénito por ellos
para que así viniese el perdón sobre nos, que merecemos el castigo. Y pues
Dios nos perdona, ¿qué aprovecha que el demonio dé voces, pidiendo justicia?
Ya una vez fue hecha justicia de todos los pecados del mundo; la cual cayó
sobre el inocente cordero, que es Jesucrito, para que todo culpado que
quisiese llegarse a él sea perdonado. Pues, ¿qué justicia sería castigar
otra vez los pecados del penitente con infierno, pues ya una vez fueron
suficientemente castigados en Jesucristo? Él nos es dado por la misericordia
del Padre, y en él tenemos todas las cosas; porque, en comparación de tal
persona divina, como es el Hijo, ¿qué es todo lo demás sino menos que él? Y
quien dio el Señor, también dio el señorío; y quien dio el sacrificio, dio
el perdón; y quien dio al Hijo, dará todo cuanto quisiéremos.
Así que, doncella de Cristo, si nos quisiere el demonio cegar en nuestros
pecados, digamos que no son sino pocos y chicos, y nuestros bienes muchos y
grandes. Pocos son nuestros pecados, no en sí, mas comparados a los muchos
merecimientos de Jesucristo. Muchos son nuestros bienes, no en nosotros, mas
en Cristo, que nos dio lo que él ayunó, oró, y caminó y trabajó; y sus
espinas y sus azotes, y clavos y lanza, muerte y vida, haciéndonos
participantes en todo mediante los sacramentos y fe. Cuantas son las
misericordias del Señor, tantos podemos decir que son nuestros
merecimientos; y cuantos son los bienes de Cristo, en tantos tenemos parte
nosotros. Y así como en el mar Bermejo fueron ahogados Faraón y los suyos,
que perseguían a Israel por las espaldas, así, en la sangre y merecimientos
de Cristo, son los pecados que hemos hecho ahogados, que ninguno queda. Por
tanto, cerremos las orejas a este lenguaje, y hagamos ir avergonzado al
demonio, como lo fué de unos, de los cuales dijo: «Estos me han vencido,
porque cuando yo los quiero ensalzar, ellos se abajan, y cuando yo los
quiero abajar ellos se ensalzan». Y digamos con David: Siendo el Señor mi
ayudador, yo despreciaré a mis enemigos.
2. Con pensamientos contra Dios
Otras veces suele hacer desmayar, trayendo pensamientos muy sucios y
abominables aun contra las cosas de Dios, y hace entender al que los tiene
que de él salen y que él los quiere tener y con esto atribúlale de tal
manera que le quita toda el alegría del ánima, y le hace entender que está
muy desechado de Dios y condenado de él, y dale gana de desesperar, creyendo
que no puede parar en otra parte sino en el infierno, pues ya le parece
tener blasfemias semejantes a las de allá. No es tan necio el demonio que no
se le entiende que el tentando no ha de venir a consentir en cosas tan
abominables, mas es su intento asombrarle y desmayarle, para que así pierda
la confianza que en Dios tenía, y trabajarlo tanto con sus importunidades e
frialdades que le haga perder la paciencia y sosiego, y así ganar él; como
dicen: A río vuelto, ganancia de pescadores.
Gran merced hace Dios a muchas personas, que por mucho tiempo les guarda y
esconde dentro de sí, para que no sepan qué guerra es aquesta ni oigan
aqueste espantable lenguaje; mas otras veces permite que aquel malvado turbe
con sus voces importunas nuestro silencio, y en lugar del gozo, que teníamos
en pensar cosas de Dios, nos hagan sus tentaciones echar lágrimas de muy
gran tristeza.
Remedios:
a) NO DIALOGAR CON EL DEMONIO
Entonces hemos de hacer lo que hacía David: Yo, como sordo, no oía; y como
mudo, que no abre su boca. Hecho soy como hombre que no oye y que no tiene
en su boca reprehensiones. Y pues no podemos dejar de oír este lenguaje,
pues que el demonio, aunque no queramos, nos trae estos pensamientos y
hablas tan malas, seamos a lo menos como quien no oye. Lo cual hacemos
cuando no nos turbamos ni entristecemos con ellos, mas estamos en nuestra
paz como de antes, no curando de tomarnos a palabras ni respuestas con el
demonio ni sus asechanzas, mas estamos como sordos y mudos, no haciendo caso
de todo cuanto nos dice. Dificultoso es creer aquesto a los que poco saben
de las astucias del demonio, los cuales piensan que, si no dejan de hacer lo
que hacían y se ocupan en ojear y andar matando las moscas de los tales
pensamientos, ya han consentido en ellos, creyendo que es todo uno: sentir
pensamientos y consentir en ellos. En la verdad, mientras los tales
pensamientos son más abominales, más seguro está el hombre que no consentirá
en ellos. Y basta no curar de ellos con una sosegada disimulación, porque no
hay cosa que al demonio más lastime que el despreciarlo tan despreciado que
ningún caso hagan de él ni hay cosa tan peligrosa como trabar razones con
quien tan presto nos puede engañar.
Y por esto la mejor respuesta es no responder, aunque nos parezca que
teníamos qué, mas una vez al día decir que creemos lo que cree la santa
Iglesia Romana, y que no queremos consentir en pensamiento falso ni sucio; y
decir al Señor lo que está escripto: Señor, fuerza padezco, responded vos
por mí; y sosegarnos, creyendo que él lo hará con condición que tengamos
esperanza en él y callemos nosotros. Porque, si tenemos muchas respuestas
nosotros, ¿cómo le diremos que responda por nos? Por lo cual dice la sagrada
Escriptura: Vosotros callaréis y el Señor peleará por vosotros. De manera
que nuestro pelear no es a solas manos, mas muy más principalmente con
invocar al Señor todopoderoso, el cual por nosotros pelea. Y esto es lo que
dice el profeta Esaías: En silencio y esperanza será vuestra fortaleza.
Porque uno de estos dos que falte, luego el hombre se turba y enflaquece.
b) CRECER EN EL BIEN OBRAR, AUNQUE SEA SIN DEVOCIÓN
Mas dirá alguno: «Quítanme estos pensamientos la devoción, y suélenme venir
cuando yo me llego a las buenas obras, y por no oír tales cosas, estoy
determinado muchas veces de no las hacer». A esto digo: que esto es por lo
cual el demonio andaba, por con sus importunidades estorbar el bien obrar;
aunque parece que a otra parte tiraba. Mas debes tú antes crecer en el bien
que menguar, como persona que adrede lo hace, por hacer ir al demonio con
pérdida de lo que pensaba llevar ganancia.
E si falta la devoción no te penes, pues no se miden nuestros servicios por
devoción, mas por amor; y el amor no es devoción tierna, mas un ofrecimiento
de voluntad a lo que Dios quiere que hagamos y padezcamos, tengamos voluntad
o no, y si algunos, que parece dejan el mundo por servir a Dios, dejasen
también la desordenada codicia de los devotos sentimientos del ánima, como
dejan la codicia de los bienes temporales, vivirían más alegres de lo que
viven, y no hallaría el demonio codicia en que asir, como en cabellos, con
sus engaños, y lastimarles con ellos. Desnudo murió Jesucristo, y desnudos
nos hemos de ofrecer a él, y sola nuestra vestidura ha de ser su santísima
voluntad, sin mirar a otra parte. Igualmente hemos de tomar la tentación que
la consolación de su mano, y oír demonios como oír ángeles, y ser tentados y
azotados como ser abrazados. Finalmente, no estar asidos a los flacos ramos
de nuestros quereres, aunque nos parezcan buenos, mas a aquella fuerte
columna de la divina voluntad, que nunca se muda. Para que así no vivamos en
mudanzas, mas participemos a nuestro modo de aquella immutabilidad y sosiego
que la divina voluntad tiene, haciendo siempre lo que quiere, y tomando lo
que nos invía.
Decidme, doncella, ¿qué más hace al caso servir uno a Cristo por
consolaciones y gustos de ánima que servirle por dinero, qué más por cielo
que por tierra, si el postrer paradero es mi codicia? Lucifer, según muchos
doctores dicen, la bienaventuranza deseó, mas, porque no la deseó como debía
y de quien debía, y que se le diese cuando Dios quería, no aprovechó que lo
que deseaba era bueno, mas pecó por no desearlo bien; y así fué su deseo
codicia, y no buen deseo.
c) CONFORMAR NUESTRA VOLUNTAD CON LA DE DIOS
Pues de esta manera digo que no hemos de estar atados a desear nuestros
consuelos o devociones, o sosiego, o semejantes cosas, parando en ellas,
mas, libres de estas cosas, asestar nuestro querer en aquel norte inmutable
de la divina voluntad, tomando lo que nos diere, y cuando y como; y no
holgarnos por lo que nos da, principalmente por nuestro provecho, mas porque
se huelga él en dárnoslo, aparejados a carecer de ello, si supiésemos que él
es servido. Y no digo yo esto, porque se puede excusar el gozo cuando el
Señor nos visita, o la pena, cuando nos deja en manos de nuestros enemigos
para ser de ellos tentados, mas porque, en cuanto pudiéremos, nos mostremos
a no hacer mucho caso del consuelo, porque no sintamos las mudanzas que
necesariamente hemos de sentir, si a estas cosas nos arrimamos.
Suplicad al Señor que nos abra los ojos, que más claro que la luz del sol
veríamos que todas las cosas de la tierra y del cielo son muy poca cosa para
desear ni gozar, si de ellas se apartase la voluntad del Señor. Más vale sin
comparación comer o dormir, si el Señor lo manda, que estar en el cielo sin
su querer. No estemos pues tanto asidos de las cosas, por buenas que nos
parezcan, más de cuanto fuere siempre la voluntad buena de nuestro Señor
Dios. Y así ligeramente tendremos sosiego entre los alborotos que el demonio
causa, porque estará mortificada nuestra voluntad, que es la que causaba el
descontento, y viviremos siempre en una continua paz, según en este
destierro se puede haber, por estar conformes con la voluntad de nuestro
Señor Dios, la cual tan bien se cumple en nosotros cuando somos atribulados,
como cuando somos consolados. Echemos, de nosotros tanta fruta perdida, que
estaba colgada de nuestra secreta codicia, y cogeremos otros nuevos frutos
de gozo y paz, que de esta unión con la divina voluntad suelen venir.
Esta es el arte con que se engaña el arte que el demonio traía. El quería
hacernos enojar, aunque a otra parte parecía que tiraba. Nosotros
guardámosle el golpe y cobrímonos con paciencia, conformándonos con la
voluntad divina, y así quedamos sin llaga y aún con corona, porque, no
curando de lo que en nos pasa, por penoso que sea, mas de la voluntad del
que lo invía, vencemos nuestra propria voluntad; lo cual es la causa de
nuestra corona.
Y porque el vencimiento de esta batalla más se hace por arte de contentarnos
con lo que viene, y de tener confianza, mientra más el demonio nos la quiere
quitar, que por vía de fuerza, queriendo evitar que no nos vengan estos
pensamientos, pues que no son en nuestra mano, por eso dice el esposo a la
esposa en los Cantares: Cazadnos las pequeñuelas zorras, que destruyen las
viñas, porque nuestra viña ha florecido. La viña de Cristo nuestra ánima es,
plantada con su mano y regada con su sangre. Esta florece cuando, pasado el
tiempo en que fue estéril y seca, comienza nueva vida y fructifera al que la
plantó. Mas porque a los tales principios suelen acechar estas y otras
tentaciones del astuto demonio, y les suelen dañar con hacerles desmayar,
trayéndoles pensamientos tan feos estando ella ternecica y en flor, por eso
nos amonesta el esposo florido, que pues nuestra ánima, viña suya, ha
florecido, que tengamos manera para cercar estas importunas tentaciones. En
decir cazar, da a entender que ha de ser por maña y no por fuerza. Y en
decir que son zorras, da a entender que son tentaciones solapadas, que
pareciendo ir a herir en una parte, hieren en otra. En decir pequeñas, da a
entender que para quien las conoce no son grandes, porque el solo conocerlas
es vencerlas; y a quien le parecen grandes, es el que con su temor y poco
saber las hace grandes. Y en decir que destruyen las viñas, da a entender
cuánto daño hacen en los hombres que no las conocen, hasta traerlos algunas
veces a tanto enojo, que de enojados, como no les quita Dios las tales
tentaciones, vienen por miserable consejo a consentir o casi consentir en
ellas, y algunas veces pasa tan adelante este mal que, por no sufrir guerra
tan cruda en el camino de Dios, lo dejan y se dan abiertamente a pecar,
pensando por allí huir de ellas; o, si esto no hacen, algunos suelen venir a
desesperar, por no sufrir guerra tan cruda.
d) BUSCAR UN BUEN CONFESOR
Y suele a los que tales tentaciones tienen, dar mucha pena, el haberlas de
decir abiertamente a su confesor, por ser cosas tan feas que no merecen ser
tomadas en lengua, y que dan gran desmayo, por su abominación, cuando se
cuentan. Y, por otra parte, si no se las dicen, paréceles no ir bien
confesados, y así nunca salen satisfechos de la confesión por el callar, o
salen muy penados por haber dicho cosas que tanta pena les dan. Lo que estas
personas cerca de esto deben hacer es buscar un confesor sabio,
experimentado en las cosas de Dios, y darle a entender las tentaciones que
pasan, de arte que, aunque no se digan los pensamientos de la misma manera
que se piensan, porque esto no es menester y muchas veces daña y no se puede
hacer, mas dígase de manera que el confesor pueda entender la enfermedad que
es, y esto basta.
Y el tal confesor no debe ser áspero, ni importunarse por muchas veces que
el penitente le pregunte una misma cosa, ni por otras flaquezas que estas
personas escrupulosas y tentadas pueden tener; mas antes se acuerde de lo
que el Apóstol dice: Corrígele en espíritu de blandura, considerándote a ti
mismo, y no seas también tentado. Y por graves cosas que en estas personas
vea, no desmaye, porque no suele el Señor olvidar sus ovejas en aquestos
peligros, mas socórrelas cuando más desesperado parece estar el remedio,
según yo he visto en muy muchas personas afligidas gravísimamente con estas
tentaciones, aun hasta trance de desesperar. De las cuales ninguna he visto
parar en mal, mas ser socorridas de Dios con entera sanidad de estos
trabajos.
Ore, pues, el confesor, y busque oraciones ajenas; y encomiende al penitente
la enmienda de su vida; y déle buena esperanza de parte de nuestro Señor,
que él cumplirá las promesas que de su parte le dieren con fe; y enseñe al
penitente que ningún pensamiento, por sucio y malo que sea, no puede
ensuciar el ánima, cuando no es consentido. Y pues el penitente no
consiente, mas toma mucho desplacer en aquestas cosas, antes las debe tomar
en purgatorio de sus pecados y en ejercicio de paciencia, como quien está
padeciendo martirio en manos de crueles sayones, que pensar que ofende a
Dios en ello, o que va camino de perdición.
Y con esta cordura y sabiduría engañará el arte que el demonio como zorra
trae, que era amagar para hacernos caer en infidelidad o blasfemias, o
suciedades o cosas semejantes; y cuando nosotros íbamos a escudarnos de
aquel golpe, penándonos mucho, desmayándonos con los tales pensamientos,
descubríamos el ánima una vez o otra por la parte de la paciencia, y allí
nos hería en descubierto muy a su placer como quien amaga a la cabeza y
hiere a los pies. Mas contra este arte usemos de otro arte, y es no
asombrarnos ni desmayarnos, ni perder la paciencia, mas cubrirnos de pies a
cabeza y en todo tiempo con la fe y conformidad de la voluntad del Señor; y
estar contentos de tener aquello, si el Señor es servido que lo tengamos,
toda la vida.
Y así ganamos más con aquella paciencia que ganáramos con la devoción que
nos quitó, y ayúdanos a crecer en el servicio de Dios el que pensaba
estorbarnos. E hizo por su ocasión que, estando nuestra ánima en flor de
principios, comience a dar frutos de hombres perfectos, porque nos hace
desnudar de nosotros mismos y que, comiendo antes leche de devoción tierna,
comemos ya pan con corteza, manteniéndonos con las duras piedras de las
tentaciones; las cuales él nos traía para probarnos si éramos hijos de Dios,
y sacamos de la ponzoña miel, de las llagas salud; y así de la tentación
salimos probados y aprovechados.
Los cuales bienes no hemos de agradecer al demonio, cuya voluntad no es
fabricarnos coronas, mas cadenas; sino a aquel sumo y omnipotente Bien,
Dios, el cual no dejaría acaecer mal ninguno, sino para sacar mayor bien; ni
dejaría a nuestro enemigo y suyo, el demonio, atribular a nosotros, sino
para gran confusión del que atribula y bien del atribulado; y esto es lo que
dice David: Este dragón que formaste para que hiciesen burla de él. Dragón
llama al demonio por sus asechanzas, al cual crió Dios bueno y él se hizo
malo y tentador de los buenos; mas permítelo Dios así, sacando bien de sus
males, porque mientras más piensa dañar a los buenos, más provecho les hace,
y queriéndolos abatir al infierno, les da ocasión que ganen el cielo; de lo
cual él queda tan corrido y burlado que no quisiera haber comenzado el
juego. Y esto es en lo que todos harán burla de él, pues por sus tentaciones
aprovechó a los que pensaba dañar, cayendo sobre su cabeza la maldad que a
otros urdía, y cayendo en el lazo que armó; y, quedando él con tristeza
muerto de invidia, verá ir a los amigos de Dios, que él, tentó, cantando con
alegría: El lazo ha sido quebrado, y nosotros quedamos libres; nuestra ayuda
es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
b. ABIERTAMENTE SE ENOJA
Remedios:
a) TENER FE: DIOS ES NUESTRO AYUDADOR
Es tanta la invidia que de nuestro bien tienen los demonios que por todas
las vías tientan que no gocemos lo que ellos perdieron; y cuando en una
batalla van de nosotros vencidos o, por mejor decir, de Dios en nosotros,
mueven otras y otras, para si alguna vez hallaren algún descuidado a quien
traguen; mudan armas y género de batalla, pensando que a los que no
vencieron en una vencerán en otra. Por lo cual, después que han visto que
por astucia no han podido empecer, por estar enseñados por la verdadera
doctrina cristiana, que nos enseña a ponernos en el justísimo querer del
Señor, intentan guerra más descubierta, haciéndose león feroz, el cual antes
era dragón ascondido. Ya no tienta de uno y va a parar en otro, mas
claramente se quiere hacer temer, pensando de alcanzar por espanto lo que
por arte no pudo. Aquí no le verán hecho raposa, mas león fiero, que con su
bramido quiere espantar, como dice San Pedro: Hermanos, sed templados y
velad, porque vuestro adversario el diablo, como león bramando, rodea,
buscando a quien trague; al cual resistid fuertes en la fe. No deben ser
destemplados ni descuidados los que tal enemigo tienen, ni deben dejar de
orar al verdadero pastor, las ovejas que se ven cercadas de boca tan mala.
Mas, ¿cuáles son las armas con que se vence este bravo león, para que de
esta guerra, como de la pasada, vaya confundido el que pensó confundirnos?
Estas son la fe, según dice San Pedro. Porque cuando una ánima desprecia lo
que ve y confía en Dios, al cual no ve, no hay por donde el demonio le
entre; mas este firme crédito y confianza en Dios la guarda muy firme y sin
temor, y le hace despreciar las amenazas de los demonios, porque, como una
de las principales, cosas en que él ponga sus fuerzas sea en hacer los
corazones pusilánimes y desmayados, es eficacísimo remedio contra él la
firme confianza en Dios, como leemos haber dicho aquel gran vencedor de
demonios San Antón: La señal de la Cruz y la fe con el Señor nos es a
nosotros inexpugnable muro. ¿Cómo temerá al demonio quien cree que ninguna
cosa puede sin darle Dios el poder? ¿Pudieron quizá los demonios tocar en
Job, o en su hacienda, o siquiera ahogar los puercos de los genesarios, sin
tener licencia primero de Dios? Pues quien no puede tocar a los puercos,
¿podía tocar a los hijos?
Si el consejo de Cristo tomamos, muy seguros viviremos de este temor, porque
él nos le quita diciendo: Yo os enseñaré a quien temáis: Temed a aquel que,
después de haber muerto el cuerpo, tiene poder para echar en el infierno: a
éste temed. Y quien a Dios no teme, aunque le pese, ha de temer a mundo y
demonios. De manera que, creyendo muy firmemente que el demonio no puede
llegar al cabello de nuestra cabeza, porque todos los tiene Cristo contados,
haremos burla de los fieros del demonio, y decirle hemos que se vaya a hacer
cocos a niños, que acá no conocemos sino a Dios por Señor. El temor a uno es
hacerle un modo de reverencia y darle sujeción, y por esto ni en poco ni en
mucho debemos temer al demonio, pues Cristo nos libertó y nos le puso debajo
los pies; y debemos estar siempre delante de Dios humillados con su santo
temor; mas para con el demonio, muy esforzados y llenos de una santa
soberbia. Cosa es muy probada que a los que el demonio temen les hace mil
befas, y a los que le desprecian huye, y tanto cuanto él más braveza
mostrare tanto menos se debe temer. Por costumbre de meter a voces y guerra
a quien le falta justicia, y querer alcanzar por amenazas lo que no ha
podido por arte.
Creedme, doncella de Cristo, que cuando el demonio asombra, tomando figura
de serpiente, o de toro o de león, o de otras bestias, y estorbando la
oración con sonidos, y hace crujir toda la casa; y cuando impide el reposo
del sueño con espanto, como al santo Job se lee que hacía; cuando en estas y
otras bregas anda el demonio, no se debe temer, porque de puro vencido y
temeroso lo hace, mas decirles como San Antón: «Si tuviésedes algunas
fuerzas, uno solo de vosotros bastaría para pelear; mas, porque sois
quebrantados de Dios, trabajáis por atemorizar, juntándoos muchos a una. Si
el Señor os ha dado poder sobre mí, veísme aquí, tragadme; mas si no podéis,
¿por qué trabajáis en balde?». Verdad es que nuestras fuerzas, cotejadas con
las suyas, son muy pequeñas; mas la fe nos dice, si sordos no estamos, que
el Señor es delendedor de todos los que esperan con Él. Y si tenemos un
enemigo muy sabio para hacer mal, muy fuerte, y que tanto nos aborrece,
tenemos un amigo más sabio, más fuerte, y que más nos ama sin comparación.
Mucho dicen que sabe el demonio, según el mismo nombre lo dice -quieren
decir resabido-, pues ¿qué es su saber en comparación del abismo de la
sabiduría divina que no tiene fin? Si el poder del demonio no tiene igual
sobre la tierra, según se escribe en Job, el poder divino no tiene igual en
el cielo ni en tierra. Muy mal nos quiere el demonio, mas mucho más nos ama
Dios que él nos desama. No duerme el demonio, buscando cómo nos dañe más.
Mucho velan los benditos ojos de Dios guardándonos como a sus ovejas, por
las cuales derramó su preciosa sangre. Pues, si tenemos el brazo del
Omnipotente con nos, ¿qué temeremos al demonio, cuyo poder es flaqueza en
comparación del divino?, ¿qué temeremos de este león que busca a quien
trague, pues nos defiende el fuerte león de Judá, el cual siempre vence? Y
si el demonio nos cerca, Cristo está aparejado para pelear por nosotros;
empero, si no perdemos la fe, como se escribe en la Santa Escriptura, la
cual cuenta que, como contra el rey Josafat viniese innumerable copia de
gente, tanto que él fue lleno de miedo, y dejando sus pocas fuerzas por las
muchas de sus enemigos, dióse a pedir favor al Omnipotente. Y respondióle
Dios por boca de un profeta de esta manera: Esto dice el Señor Dios: No
queráis temer ni haber miedo de esta muchedumbre, porque no es la guerra
vuestra mas del Señor. No seréis vosotros los que habéis de pelear, mas
solamente estad con confianza, y veréis el socorro del Señor sobre vosotros.
¡Oh Judea y Hierusalem, no queráis temer ni haber miedo, que mañana saldréis
y el Señor será con vosotros!
Si bien hemos oído esta divina respuesta, que a todos los que pelean en la
guerra del Señor se da, veremos que, resistiendo nosotros en fe, el Señor ha
de hacer la victoria, y que es gran maldad haber miedo los que tan mandados
están que no lo tengan, y los que tal favor tienen. No sienten bien del
poder de Dios los que, teniéndole a Él sólo por ayudador, tienen temor del
cielo o tierra; ni siente bien de su verdad quien no cree esta promesa; ni
siente bien de su bondad quien no cree que tiene sus ojos y su corazón
puesto en nosotros. Aún cuando nos parece que más olvidados estamos,
acordémonos de cómo San Antón, siendo reciamente azotado de los demonios y
acoceado, alzando los ojos arriba, vio abrirse la techumbre de su celda, y
entra por allí un rayo de luz, tras del cual huyeron todos los demonios, y
el dolor de las llagas de él fue quitado. Y, viendo a Jesucristo nuestro
Señor, díjole con entrañables sospiros: «¿Adónde estabas, buen Jesú, adónde
estabas? ¿Por qué no estuviste aquí al principio, para que sanaras todas mis
llagas?». A lo cual respondió el Señor diciendo: «Antón, aquí estaba, mas
esperaba ver tu pelea, y porque varonilmente peleaste, siempre te ayudaré, y
te haré ser nombrado por toda la redondez de la tierra». Con las cuales
palabras, y con la virtud de Cristo, se levantó tan esforzado que entendió
haber recobrado más fuerza que primero había perdido.
b) PENSAR LAS MUCHAS VECES QUE NOS SACÓ VICTORIOSOS
E ya que nuestra flaqueza nos hiciese sordos a todas estas consideraciones,
debemos mirar las muchas veces que nos ha sacado victoriosos, y nos ha
defendido de semejantes peleas. En lo cual nos da crédito que así lo hará
adelante. No deja el Señor a los suyos venir a riesgo de extremos peligros,
sino para que vean que nada son de sí y como no hay en ellos ni un cabello
de fortaleza, ni se pueden aprovechar de los favores que en tiempos pasados
de Dios han recebido; y quedan desnudos y en unas escuras tinieblas, sin
hallar en qué hacer pie, mas súbitamente los levanta y fortalece más que
antes estaban. Porque vean cuán fuerte es Dios en librarlos de tanta
flaqueza; cuán bueno, en acordarse de los que están extremamente fatigados;
cuán verdadero, en sus promesas, que promete, de no desmamparar a los que le
sirven. Para que, conociendo el hombre por experiencia su propria flaqueza,
no le engañe la mentira de su estimación; y experimentando la fortaleza y
bondad divina, le adore y le crea, y espere en él, cuando en otro peligro se
viere. Y esto afirma San Pablo haberle acaecido, diciendo: No quiero que
ignoréis, hermanos, nuestra tribulación en Asia, en que sobremanera y sobre
nuestras fuerzas fuimos atribulados, tanto que nos daba pena el vivir, y
nosotros, dentro de nosotros, tuvimos por cierto que no habíamos de escapar
de la muerte. Y esto acaeció así, para que no tengamos fiucia en nosotros,
mas en Dios, que da vida a los muertos; el cual nos libró de tan grandes
peligros, y en el que esperamos que también nos librará de aquí adelante.
Y en esto no se hace mucho con Dios, porque cualquier hombre que diez o doce
veces nos hobiese enseñado su amor y favor en nuestros trabajos, creeríamos
que nos amaba y que nos lo enseñaría también otra vez, si en trabajos nos
viésemos. Y pues tan muchas veces hemos a Dios experimentado en fidelísimo
en no dejarnos caer el tiempo de la tribulación, ¿por qué no le ternemos en
posesión de fiel amigo para todo lo que nos puede venir? Extrema
incredulidad es, y digna de grande castigo, no creer más de Dios de lo que
presente con nosotros hace y nunca de lo pasado cobrar fe que no nos asegure
de lo por venir, pues esta fe es la que nos hace victoriosos, la cual no nos
engañará, porque los que en el Señor esperan nunca serán confundidos, y así
como cuando el demonio nos quiere alzar, le vencemos abajándonos, así,
mientra más él se hiciere temer, más lo despreciemos; y, mientra más nos
quisiere abajar, más nos levantemos en el favor de aquel que es todo nuestro
y cuyos ángeles pelean por nos. Como fue enseñado el criado del gran Eliseo,
el cual tenía mucho temor de gran compaña de gente que venía a prender a su
señor. Al cual dijo Eliseo: No quieras temer, porque más son con nosotros
que contra nosotros. Y como orase Eliseo: Abre, Señor, los ojos de este mozo
porque vea, abrió Dios los ojos del mozo, y vio que estaba un monte lleno de
caballería y carros enderredor de Eliseo, los cuales eran ángeles del Señor,
venidos a defender al profeta de Dios. De manera que tenemos de nuestra
parte muchedumbre de ángeles, uno de los cuales puede más que todos los
infernales poderes, y, lo que más es, tenemos al Señor de los ángeles, el
cual, solo, puede más que los infernales y celestiales poderes, y, por
tanto, abastarnos debe tanto favor para despreciar al demonio, dejado todo
temor; hacernos fuertes leones contra él en virtud de Cristo, que fue manso
cordero en entregarse por nosotros, y fue león fuerte en despojar los
infiernos, y vencer y atar los demonios, y en defendernos como a sus amadas
ovejas.
B) A quién debemos oír
1. Palabra primera. De cómo hemos de oír a solo Dios
Mucho nos hemos detenido en avisar que cerremos nuestras orejas de estas
malas hablas; queda ahora de oír la primera palabra, en que el profeta David
nos amonesta que oyamos. Y pues no hemos de oír a la diversidad de los ya
dichos lenguajes, desearéis saber a quién hemos de oír. Brevemente digo que
a solo Dios, que es suma verdad y es oído con gran provecho del que le oye,
según él dice: Oyéndome, oíme; y comed del bien, y deleitarse ha en grosura
vuestra ánima; inclinad a vuestra oreja, y venir a mí. Oíd y vivirá vuestra
ánima, y haré con vosotros un sempiterno concierto.
Grandes promesas son éstas, las cuales ninguno otro que Dios basta a
cumplir; y dichoso es aquel a quien les cumple y con quien hace este
sempiterno concierto, el cual es que el Señor sea Dios del hombre, y el
hombre tenga al Señor por Dios y por Padre. Y esto declara San Pablo
diciendo: Vosotros sois templo de Dios vivo. Como le dice Dios: Yo moraré
entre ellos, y andaré entre ellos, y seré Dios de ellos, y ellos me serán
pueblo. Por lo cual, salid de en medio de los malos, y apartaos, dice el
Señor; y no toquéis cosa sucia, e yo os recibiré, y os seré Padre, y
vosotros me seréis hijos y hijas, dice el Señor todopoderoso.
No puede haber duda en estas promesas, pues el Señor todopoderoso lo dice;
ni hay lengua que pueda explicar cuánta sea la merced que Dios hace en
querer ser Dios de alguna persona, porque es tener un particular cuidado de
ella, defendiéndola, guiándola, favoreciéndola, y capitular con ella de
serle su amparo, como buen rey con sus vasallos o padre con hijos, y
tornando por ella, como dicen, en presencia y ausencia con gran fidelidad,
y, después de todo, darle su hacienda, para que en el cielo le herede como
hijo a Padre. Por todo lo cual decía David: Bienaventurada la gente, de la
cual el Señor es Dios, y el pueblo al cual él escogió para heredad para sí.
Y así como Dios tiene cuidado de rey y de padre de aquellos de quien él es
Dios, así el tener uno al Señor por Dios es reverenciar y adorar su Majestad
infinita, y obedecerla como a padre y señor, y vivir confiado debajo del
amparo de él, creyendo que, teniendo su Dios lo que tiene, no le podrá a él
ir mal; y en fin, esperar de Dios lo que un hijo espera de su Padre.
Este concierto no es temporal, mas llámase sempiterno, porque no se acaba
aunque muera la una parte, mas, comenzándose en esta temporal vida, durará
en el cielo muy más perfectamente para siempre jamás.
2. Este oír es por la fe
Veis aquí cuán grandes bienes nos trae el oír a Dios, y con cuánta atención
debemos oír esta palabra que nos manda que oyamos. Este oír a Dios es por la
fe; la cual no es enseñanza humana, mas divina, porque no creemos a las
Escripturas como a palabras de Esaías o Jeremías, o de San Pablo o de San
Pedro, ni creemos más al evangelista que fue testigo de vista de lo que
escribió que al que no lo fue, mas recibimos estas palabras como dichas de
Dios por la boca de ellos, y a Dios creemos en ellos. Y por eso nuestra fe
imposible es dejar de ser verdadera, como es imposible la suma verdad de
Dios dejar de ser.
1) La fe, fundamento de todo bien
Esta fe es fundamento de todos los bienes, y la primera reverencia que el
hombre hace al Señor cuando le toma por Dios; y es fundamento tan firme de
todo el edificio de Dios que no le pueden derribar vientos de persecuciones,
ni ríos de deleites carnales, ni lluvias de espirituales tentaciones, mas
entre todos los peligros tiene el ánima en mucha firmeza como el áncora
tiene a la nao en las mudanzas del mar. Y es tanta su firmeza que las
puertas de los infiernos, que son errores y pecados, y hombres malos y
demonios, no prevalecerán contra ella; porque no la enseñó carne ni sangre,
mas el Padre que está en los cielos, a cuyas obras y poder no hay quien
resista. Esta hace a los creyentes hijos de Dios, como dice san Pablo: Todos
vosotros sois hijos de Dios por la fe que tenéis en Jesucristo; y por ella
alcanzan el cielo, pues, siendo hijos, han de ser herederos. Ésta incorpora
al hombre en el cuerpo de Jesucristo, y le hace ser hermano y compañero de
Él, y ser participante en la justicia y merecimientos y bienes de Cristo, a
lo cual no hay igual bien.
2) Es don de Dios
Y cuando hablamos de fe, no entendáis de fe muerta, mas de la viva, la cual
dice San Pablo que es fe que obra mediante el amor. Como cuando hablamos de
hombres o de caballos, no entendemos de los muertos, mas de los que viven y
sienten, y obran obras de vida. Y esta fe no es de nuestras fuerzas ni se
hereda de nuestros pasados, mas obra de divina inspiración, como lo afirma
en el evangelio Jesucristo nuestro Señor, diciendo: Ninguno puede venir a
mí, si mi Padre no le trajere, y yo le resucitaré en el día postrero.
Escripto está en los profetas: Serán todos enseñados de Dios. Todo aquel que
oyó y aprendió de mi Padre viene a mí.
La verdadera fe cristiana no está arrimada a decir: «nací de cristianos», o
«veo a otros ser cristianos, y por eso soy cristiano», y «oyo decir a otros
que la fe es verdadera y por eso la creo»; porque a hombre principalmente
cree, no mirando a Dios. Mas esta otra es un atraimiento divino que hace el
Eterno Padre, haciendo creer con gran firmeza y certidumbre, que Jesucristo
es su único Hijo, con todo lo demás que de él cree su esposa la Iglesia, en
la cual está el verdadero conocimiento y culto de Dios, y fuera de ella no
hay sino error y muerte y condenación. Y el que así cree es el que oyó y
aprendió del Padre, y el que dicen los profetas que es enseñado por Dios. Y
por eso, aunque viese titubear o caer a todos los hombres, no se turbaría él
por las caídas de ellos, pues que no creía por ellos; mas, arrimándose a
Dios, cree su fe con mucho deleite, aun hasta derramar de buena gana la
sangre en confirmación de esta verdad. De la cual está tan cierto que ni aun
por pensamiento cosa contraria le pasa, o, si pasa, es tan de paso que
ninguna pena da en el corazón de quien así cree.
Esta fe debemos pedir con mucha instancia al Señor, si no la tenemos con la
certidumbre ya dicha; o, si la tenemos, pedir que la conserve y acreciente,
como la pedían los apóstoles diciendo: Acreciéntanos, Señor, la fe. Y si
algún rato se atibiare, debemos convertir los ojos del entendimiento a la
cierta y suma verdad de Dios, que es el sol de donde ella nace, para que sus
rayos calienten y alumbren y esfuercen nuestra flaqueza y tinieblas, y nos
confirmen más y más en esta verdad, con condición que, teniendo esta fe,
seamos fieles al dador de ella, conociendo que lo somos por él, y no por
nosotros ni por nuestros merecimientos, como lo amonesta San Pablo,
diciendo: Por gracia sois hechos salvos mediante la fe. Y entonces no es de
vosotros, porque don de Dios es, no de vuestras obras, porque ninguno se
gloríe. De lo cual parece que ningún achaque ni ocasión pueden tener los
hombres vanos para atribuir a sí mismos la gloria de este divino edificio,
que somos nosotros; el cual consiste en fe y caridad, pues que la fe, que es
el principio de todo el bien, es atraimiento de Dios, como dice el
Evangelio, y don gracioso de él, como dice el bienaventurado San Pablo, y la
caridad, que es el fin y perfección de la obra, tampoco es de nuestra
cosecha, mas como dice el Apóstol: es derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo, que nos es dado.
3) Y obra del libre albedrío
Mas dirá alguno: Pues Dios es el que infunde la fe y caridad, ¿para qué nos
amonesta la Escriptura que creamos y amemos? A esto digo que para que
conozcamos nuestra flaqueza e invoquemos la gracia de Dios, que por
Jesucristo se da. Porque, viendo un hombre que le es puesto un mandamiento
muy alto, y sus pocas fuerzas para cumplillo, aunque, cuando no había
mandamiento, pensaba que podría mucho, mas ya conoce por experiencia su
mucha flaqueza, y acuerda de quitar la confianza de sí, y humillarse a
nuestro Señor, pidiéndole con oraciones devotas que, pues él le puso la ley,
él mismo le dé la gracia y fuerza para cumplirla. No debe, pues, desmayar el
hombre por la grandeza de los mandamientos de Dios, por sentir su
inclinación ser contraria a ellos, mas debe trabajar con ayuno, limosnas y
otros buenos ejercicios, y principalmente con importuna oración a Dios,
invocando el nombre de Jesucristo, su unigénito Hijo, y pedir el don de la
gracia, con que cumpla provechosamente los mandamientos de Dios, como lo
aconseja San Agustín diciendo: «Si no sientes que eres traído de Dios,
suplícale que traya». Y como Dios sea sumamente bueno, da de buena gana su
espíritu bueno a quien se lo pide; y trae para sí al que estaba caído debajo
de la pesadumbre de su propria flaqueza. Y este atraer no es forzar, mas
suavemente convidar, y instigar y mover, de arte que el libre albedrío del
hombre es ayudado por el movimiento de Dios a consentir y a obrar lo que
Dios le inspira; mas no de tal arte forzado, que, si él quisiese contradecir
el llamamiento de Dios, hobiese quien le fuese a la mano. De manera que, si
el hombre consiente, Dios le instigó y le puso gana para consentir, y a él
se debe la gloria; y si no consiente, a su propria flaqueza se ha de
imputar, que quiso con su libertad escoger la peor parte, que fue no seguir
a Dios que le llamaba. Así como si tú quisieses traer hacia ti un hombre, y
le echases cuerdas tirándole hacia ti, no tan recio que lo lleves por
fuerza, mas tirando algún tanto, de manera que, si él quisiere libremente
seguir a tu traimiento, puédelo hacer, y diremos que tú le trajiste, porque
tú le tiraste y fuiste causa que libremente fuese para ti; mas, si él no lo
quisiese hacer, y tirase hacia tras, contradiciendo a tu tirar, podríalo
hacer, y la culpa de ello sería propria suya, sin que de ti se pudiese
quejar. Porque, según dice el Señor: Tu perdición es de ti, y tu remedio
está en mí solamente.
II. Et vide
Palabra segunda. Que es ver y que cosa hemos de ver
Si bien habéis oído las palabras ya dichas, veréis cuán necesario es el oír
para agradar a Dios nuestro Señor. Ahora escuchad la segunda palabra, que
dice: Ve. No basta estar atento a las divinas palabras de fuera y
inspiraciones de dentro, que es el oír; mas conviene también tener sano el
otro sentido que es ver, porque no menos son reprehendidos de Cristo los
ciegos que no ven la luz, que los sordos que no oyen.
A) Con los ojos del cuerpo
Mas no penséis que, amonestándoos que veáis, os quiere decir fiestas o
mundo, porque aquel ver, ¿qué otra cosa es sino cegar, pues impide la vista
del ánima? Los ojos del cuerpo basta que miren la tierra, en que se han de
tornar; mas los espirituales pasen adelante y deseen el cielo donde está su
deseo, según dice David: Veré tus cielos, obra de tus dedos, la luna y
estrellas que Tú fundaste. E, si más criaturas quisiere ver, no lo
impedimos, con tal que sea la vista para pasar de ellas a Dios, no para
perder y olvidar a Dios en ellas; porque de esta vista dice David al Señor:
Aparta, Señor, mis ojos, porque no vean las vanidades; en el camino tuyo
anímame. Bien sabía este santo rey que el demasiado mirar es impedimento
para correr con ligereza la carrera de Dios, y suele entibiar el corazón
encendido y por eso dice: Avívame en tu carrera. Porque, según está claro a
los experimentados, cuanto más recogidos tienen estos ojos exteriores tanto
más ven con los interiores, cuya vista es más alegre y más provechosa. Lo
cual es justo que fácilmente crea un cristiano, pues leemos de algunos
filósofos haberse sacado los ojos del cuerpo por tener más recogido su
entendimiento para contemplar. En el cual hecho debemos burlar de su error
en sacarse los ojos, y aprovecharnos de su buen deseo en tener recogimiento
en ellos.
Así con toda guarda debemos guardar nuestros ojos, porque no nos acaezcan
los males que de la soltura suelen venir. ¿De dónde pensáis que vino la
causa de la perdición al mundo? Por cierto, no de más que de una vista
desordenada. Miró Eva al árbol vedado, dióle gana de comer de su fruto,
porque le parecía hermoso, comió y hizo comer a su marido y la comida fue
muerte para ellos y cuantos de ellos vinieron. No es cordura mirar lo que no
es lícito desear, como parece en el santo rey David, cuyos ojos se
deleitaron en mirar la mujer que se lavaba en su huerto; y tuvo después que
mirar noches y días, lavando su cama y estrado con lágrimas, en tanta
abundancia que sus ojos estaban carcomidos, como de polilla, de mucho
llorar; y él dice: Arroyos de aguas corrieron de mis ojos, porque no
guardaron tu ley. Buen consejo hobiera sido a sus ojos no deleitarse en lo
que después tan caro les costó, y también lo será a nosotros pecadores, pues
tan livianos somos que, tras los ojos, se nos va el corazón. Pongamos, pues,
un velo entre nosotros y toda criatura, no hincando los ojos del todo en
ella; por ocupallos allí, no perdamos la vista del Criador, quiero decir,
nuestras devotas consideraciones que de Dios teníamos.
Y creed, por cierto, que una de las más ciertas señales de corazón recogido
es la mortificación en el mirar, y del corazón disoluto, la disolución del
mirar. No hay pulso que tan cierto declare lo que hay en el cuerpo cuanto el
ojo declara lo que hay en el ánima, de bien o de mal. Por lo cual el esposo
alaba a la esposa de los ojos, diciendo: Tus ojos son de paloma, dando a
entender que son honestos como los de la paloma, que suelen ser negros.
Miremos, pues, cómo miramos, si no queremos pagar llorando lo que pecamos
mirando.
B) Con los ojos del ánimo
E si esto conviene mirar en los ojos de fuera, ¿cuánto más en los
interiores, en los cuales verdaderamente está el bien o el mal mirar, y por
los cuales es uno juzgado que tiene vista o que es ciego? Claro está que los
fariseos a quien Jesucristo nuestro Señor hablaba, ojos tenían en la cara,
mas, porque no veían con los del ánima, llámalos ciegos, y guías de ciegos.
Y, por el contrario, el patriarca Isaac y Tobías muy clara vista tenían en
los ojos del ánima, y por eso poco les dañaba estar ciegos en los ojos del
cuerpo. Porque, como dijo San Antón a un ciego llamado Dídimo, que era muy
sabio en las Escripturas divinas. «No es razón que toméis pena por no tener
ojos del cuerpo, los cuales tienen también los gatos y los perros, y otros
menores animales, pues tenéis claros los ojos del ánima, con los cuales
podéis ver a Dios».
Pues de esta vista debéis de entender lo que se amonesta en la segunda
palabra, que dice: Ve. Si la queréis cumplir, ojos tenéis que es vuestro
entendimiento, que para ver a Dios os fue dado. No lo hincháis de polvo de
tierra y de honras, ni lo atapéis con gruesos humores de pensamientos de
cuerpo, mas sacudido de estas poquedades, que ocupan la vista, tened vuestro
entendimiento claro, para emplearlo en aquel que os le dio, y que os le pide
para haceros bienaventurados en él. No penséis que os desocupó Cristo en
balde de las ocupaciones del mundo, y hizo que no entrásedes a moler en la
tahona de las cargas del matrimonio, cuyos cuidados suelen turbar los ojos
de quien anda en ellos, si muy especial gracia del Señor no tienen para
cumplir bien con dos partes; mas libertóos el Señor, para que fuésedes toda
suya, y vuestros ojos a Él solo mirasen, como la esposa casta a su solo
esposo suele mirar.
1. Del proprio conocimiento
1) Necesidad del propio conocimiento
Ternéis, pues, este orden en el mirar: que primero os miraréis a vos, y
después a Dios, y después a los prójimos. Miradvos porque os conozcáis y
tengáis en poco; porque no hay peor engaño que ser uno engañado en sí mesmo,
teniéndose por otro del que es. Lodo sois de parte del cuerpo, pecadora de
parte del ánima. Si en más que esto os tenéis, ciega estáis y deciros ha
vuestro esposo: Si te conoces, hermosa entre las mujeres, salte y vete tras
las pisadas de tus manadas, y apacienta tus cabritos par de las moradas.
No hay cosa tan de temer y temblar, como oír de la boca de Dios: Salte y
vete. Porque si la más recia palabra de un padre para su hijo, o marido con
su mujer, que la tiene en grande abundancia, es apartarla de su amparo y
riquezas, diciendo: «Vete de mí, y de mi casa», ¿qué será salirse el ánima y
irse de Dios, sino desterrarse de todos los bienes, y caer en todos los
males? ¿Dónde iremos, dijo San Pedro a Cristo, que palabras de vida tenéis?
¿Dónde iremos, Señor, que fuente de vida tienes, y tú solo la tienes? ¿Dónde
iremos, alegre luz, sin la cual hay tinieblas? ¿Dónde, pan y vino, sin el
cual hay hombre mortal? ¿Dónde, firmísimo amparo, sin el cual la seguridad
es peligro? ¿Dónde irá la oveja, estando en todas partes cercada de los
lobos, si el pastor la desabriga y alanza de sí? Recia palabra es: Salte y
vete. Y semeja aquella que Cristo ha de decir el día postrero a los malos:
Idos, malditos, al fuego que os está aparejado. Otra vez digo que no hay
cosa que más deba temer, ni tanto deba trabajar por evitar quien está en la
abundante y alegre casa del Señor, y debajo de su fortísimo amparo. ¿Cómo
oirán sus ovejas: Salte y vete? Y esta salida no es cosa liviana, mas es
causa de todos los males. Porque, desmamparado el hombre del amparo divino,
¿qué hará, como dice San Augustin, sino lo que hizo San Pedro cuando negó a
nuestro Señor, sin conocer ni arrepentirse del mal que había hecho, hasta
que el amparo y mirar divino tornó sobre Pedro caído en pecado, y olvidado
en él? Y conoció que había hecho mal y haber caído, y que la causa de su
cuidado había sido haber confiado de sí.
De manera que la causa porque el benigno Señor se torna riguroso en echar de
casa sus hijos, es porque no se conocen, atribuyendo a sí los bienes que de
él venían. Así a esta ánima dice el esposo: Salte y vete tras las pisadas de
tus manadas; que quiere decir, que la deja ir perdida, siguiendo las obras o
rastros de los pecadores, que andan juntos en sus pecados, como manadas,
ayudándose en ellos unos a otros. Los cuales también serán en el día
postrero atados como manojos, para ser en el infernal fuego juntamente
quemados los que fueron juntos en los pecados. Dice el esposo a la tal
ánima: manadas tuyas, porque el pecado es de nosotros, no de Dios; y el bien
es de Dios y no nuestro, pues por su virtud lo hacemos. Lo cual Él quiere
muy de hecho que conozcamos ser así, no tanto por lo que a Él toca, cuya
gloria conoce en sí mesmo, aunque nosotros no le glorifiquemos; mas por lo
que toca a nosotros, cuyo bien es muy grande conocer que de todo el bien que
tenemos, no a nosotros, sino a él se debe la honra. Y si de lo que Él puso
en nosotros para su alabanza, queremos edificar ídolo, atribuyendo la gloria
del incorruptible Dios a nosotros, corruptibles hombres, no lo dejará Él sin
castigo, mas dirá: «Razón es que te quedes con lo que es tuyo, y te pierdes,
pues no quesiste permanecer en mí para salvarte». ¡Oh cuán de verdad se
cumplen en los soberbios estas palabras, y cuán presto de espirituales se
hacen carnales, de recogidos disolutos, de oro lodo; y los que solían comer
con sabor pan celestial, deléitanse después en comer manjares de puercos,
siéndoles cosa muy pesada no sólo obrar las obras de Dios, más aún oír
hablar de Él! ¿Dónde pensáis que ha venido haber sido algunas personas
castos en el tiempo de su mocedad, aunque fueron combatidos de graves
tentaciones, y, venidos a la vejez, haber miserablemente caído en vilezas
tan feas que ellos mismos se espantan de sí y se abominan? La causa fue que
en la mocedad vivían con santo temor y humildad, y, viéndose tan al canto de
caer, invocaban a Dios y eran defendidos por Él. Mas después que, con la
larga posesión de la castidad, comenzaron a engreírse y confiar de sí
mismos, en aquel punto fueron desamparados de la mano de Dios y hicieron lo
que era proprio suyo, que es el caer.
Y entonces se cumple que apacientan sus cabritos, que son sus livianos y
deshonestos sentidos, cerca de las tiendas de los pastores, que son los
cuerpos, porque en ellos están los siervos de Dios como en cabaña de campo,
que presto se muda, y no comen en casa o ciudad de reposo; y así, con mucha
razón, en cuerpos y en cosas de cuerpos apacientan sus sentidos, porque
perdieron por su soberbia el verdadero sentido, sintiendo de sí otra cosa
que es ser nada y pecadores, robando a Dios la gloria que tan de verdad se
le debe a todo lo bueno que, por libre albedrío o por gracia, hemos.
Despertad, pues, doncella, y escarmentad, como dicen, en ajena cabeza, y
aprovechaos de la amenaza, porque no probéis el castigo. Sed semejable a la
esposa, a la cual fueron dichas estas palabras, la cual, oída la palabra, y
de boca de quien son todos los bienes: Salte y vete, miróse, y conocióse, y
quitó de sí algunas osadías que antes tenía. Y hecha humilde con la
reprehensión, consuélala el esposo, diciendo: A mi caballería en los carros
de Faraón te he asemejado, amiga mía. Hermosas son tus mejillas, como de
tórtola. Por la soberbia es una ánima semejable al demonio, el cual, como
dice el evangelio, no estuvo en la verdad, que es Dios, mas quiso estar en
sí, poniendo a sí por su arrimo y descanso. Por eso cayó; porque la criatura
no puede estar en sí, sino en Dios. Mas por el conocimiento de sí es un
ánima semejable a los buenos ángeles, que se arrimaron a Dios y desasiéronse
de sí; porque se veían ser caña quebrada. Y túvolos Dios, y confirmólos,
porque dieron voces diciendo: Michael?, que quiere decir: ¿Quién como Dios?,
en lo cual contradecían al malaventurado Lucifer y los suyos, que se querían
hacer ídolos, atribuyendo a sí lo que era de Dios, que es ser principio,
arrimo y descanso de toda criatura; no porque éstos creyesen que lo podían
ser, pues que se conocían ser criaturas; mas porque se deleitan en ello,
como si lo tuvieran, como suelen hacer los soberbios, que, aunque su boca y
entendimiento diga a voces que de Dios tienen y esperan todo su bien, más
con la voluntad ensálzanse y gózanse vanamente en sí mismos, como si de suyo
tuviesen el bien; confesando con el entendimiento que la gloria se debe a
Dios, y robándosela con la voluntad. Mas los buenos ángeles claman con el
entendimiento y voluntad: ¿Quién como Dios?, porque de corazón se humillaron
y desestimaron, según por el entendimiento lo conocían. Y por esto fueron
ensalzados a ser participantes de Dios. Pues a esta caballería, que es el
angélico ejército, que destruyó a Faraón y sus carros en el mar Bermejo,
asemeja Cristo a su esposa cuando se conoce y se mide por cosa baja.
Y alábale las mejillas donde suele estar la vergüenza, porque hubo vergüenza
la esposa de la tal reprehensión, por haber perdido cosas mayores que a su
poquedad convenían; y de mejillas deslavadas tornáronsele vergonzosas y
honestas, como de tórtola, que es ave honesta. Y por eso decía aquel devoto
Bernardo que había hallado por experiencia no haber cosa tan provechosa para
alcanzar y conservar la gracia, y recobrarla, como vivir siempre en un temor
y santo recelo. Recelo cuando no la tenemos, porque estamos aparejados a
todas caídas; recelo cuando la tenemos, porque hemos de obrar conforme al
talento que nos es dado con ella; más recelo cuando la perdemos, porque por
nuestro descuido se ha ido nuestro favor. Y por eso dice la Escriptura:
Bienaventurado el varón que siempre está temeroso.
De lo ya dicho, y de muchas otras cosas que los santos dotores han hablado
en alabanza del proprio conocimiento, veréis cuán necesaria es aquesta joya
para venir al conocimiento de Dios. Y pues queréis edificar casa en vuestra
ánima para este tan alto Señor, sabed que no los altos, mas los humildes de
corazón, son casas suyas.
Y por tanto, el primero cuidado que tengáis sea cavar en la tierra de
vuestra poquedad, hasta que, quitado de vuestra estimación todo lo movedizo
que de vos tenéis, lleguéis a la firme piedra que es Dios, sobre la cual, y
no sobre vuestra arena, fundéis vuestra casa. Y por esto decía el
bienaventurado San Gregorio: «Tú que piensas edificar edificios de virtudes,
ten primero cuidado del fundamento de la humildad; porque quien quiere ganar
virtudes sin ella, es como quien llevase ceniza en su mano en contrario del
viento». Lo cual dice, porque no sólo no aprovechan las virtudes sin la
humildad, mas son ocasión de muy grande pérdida, así como el grande edificio
sobre el pequeño y flaco cimiento es ocasión de caída. Y por tanto, conforme
al alteza de las virtudes ha de ser lo bajo del cimiento de la humildad,
porque la ánima esté firme, y no sea derribada con el peso de la soberbia.
2) Cómo conseguir el propio conocimiento
Y si me dijeres: ¿Dónde hallaré esta joya del proprio conocimiento?, dígoos
que, aunque es de mucho valor entre el establo y entre el estiércol de
vuestra poquedad y defectos la habéis de hallar. Quitad los ojos de las
vidas ajenas, no os entremetáis en saber cosas curiosas, volved vuestra
vista a vos misma, y perseverad en examinaros, que, aunque al principio no
halléis tomo en conoceros, como quien entra de la claridad del sol a una
cámara obscura; mas, perseverando en sosiego, poco a poco veréis lo que en
vos hay, aunque sea en los muy secretos rincones.
a) LUGAR DONDE RECOGERSE, Y TIEMPO
Y para que sepáis el modo que cerca de esto, que tanto os va, habéis de
tener, oíd a San Hierónimo que dice a una mujer casada: «De tal manera
tengas cuidado de tu casa que también tengas para tu ánima algún reposo;
busca algún lugar conveniente, y algún tanto apartado del bullicio de esta
familia, al cual te vayas, como quien va a un puerto, huyendo de la gran
tempestad de tus cuidados; y allí solamente haya lección de cosas divinas, y
oración tan continua, y pensamiento de las cosas del otro mundo tan firme,
que todas las ocupaciones del otro tiempo del día ligeramente las
recompenses con este rato de desocupación. Y no te decimos esto para
apartarte de tu casa, mas antes porque allí aprendas y pienses cómo te debes
haber con ella».
Si este bienaventurado santo encomienda a una mujer casada quitar a las
ocupaciones de casa algún rato y que se recoja en quieto lugar a leer y
pensar cosas de Dios ¿con cuánta más razón la doncella de Cristo, que está
libre de los mundanos cuidados, y que debe pensar que no vive para otra cosa
sino para usar de la oración y recogimiento, debe buscar en su casa algún
lugar ascondido y secreto, en el cual tenga sus libros devotos, e imágines
devotas, diputado para ver y gustar cuán suave es el Señor? El estado de
religión y virginidad que habéis tomado, no es para que estéis enlazada en
ocupaciones perecederas; mas, así como es semejable cuanto a la entereza e
incorrupción de la carne, así habéis de pensar que no ha de entrar en
vuestro corazón cuidado de tierra, mas habéis de ser un templo vivo, en el
cual se ofrezcan continuas oraciones y suenen continuos loores a aquel que
os creó. Daos por muerta a este mundo, pues ya os habéis desposado con el
rey celestial.
Y acordaos que dice el esposo a la esposa: Huerto cerrado, hermana mía,
esposa, huerto cerrado. Porque no sólo habéis de ser limpia y guardada en la
carne, mas también muy cerrada y recogida en el ánima. Porque virginidad se
toma entre cristianos no por sí sola, mas por que ayuda para con más
libertad dar el corazón a Dios. La doncella que se contenta con virginidad
del cuerpo, y no vive cuidadosa en el recogimiento y gusto de Dios, ¿qué
otra cosa hace, sino pararse en el camino y nunca llegar a donde va, y tener
aparejo para coser y labrar, y nunca entender en ello? Cosa vergonzosa es a
todo cristiano no tener ejercicio de santa lección y de santos pensamientos
en su ánima; mas, en la virgen que a Cristo se ha dado, no sólo es
vergonzoso, más intolerable y digno de mucho castigo. Por tanto, si queréis
gozar de los frutos de la santa virginidad, que a Cristo habéis prometido,
sed enemiga de ver y ser vista. Salid todo lo menos que fuere posible, no os
entremetáis en temporales ocupaciones, buscad cuanto tiempo pudiéredes para
os encerrar en vuestro oratorio; que, aunque al principio se os haga de mal,
después probaréis que en las celdas se tratan negocios del cielo, y que
ningún rato de tanto contentamiento hay como el que allí en sosiego se
gasta.
Buscado, pues, este lugar quieto, recogeos en él, a lo menos dos veces al
día, una por la mañana, para pensar en la sacra pasión de Jesucristo nuestro
Señor, como después diremos, y otra en la tarde, en anocheciendo, a pensar
en el ejercicio del proprio conocimiento. Y el modo que tornéis sea éste.
b) PRINCIPIO DE LA ORACIÓN: LECCIÓN Y REZO DE DEVOCIONES
Tomad primero algún libro de buena doctrina, en que, como en espejo, veáis
vuestras faltas, y con él toméis manjar con que vuestra ánima sea esforzada
en el camino de Dios. Y este leer no ha de ser con pesadumbre, ni pasando
muchas hojas, mas alzando el corazón a nuestro Señor y suplicarle que os
hable en vuestro corazón con su viva voz, mediante aquellas palabras que de
fuera leéis, y os dé el verdadero sentido de ellas. Con aquella atención y
reverencia estad atenta, escuchando a Dios en aquellas palabras que de fuera
leéis, como si a Él mesmo oyérades predicar cuando en este mundo hablaba. De
manera que, aunque tengáis los ojos en el libro, no peguéis en él con mucha
ansia el corazón para que os haga olvidar de Dios; mas tened a lo que leéis
una mediana descansada atención, que no os captive ni impida la atención
libre y levantada que al Señor habéis de tener. Y leyendo de esta manera no
os cansaréis, y daros ha nuestro Señor el vivo sentido de las palabras que
obre en vuestra ánima, unas veces arrepintiéndose de vuestros pecados, otras
confianza de ellos y de su perdón, y os abrirá el entendimiento a conocer
otras muchas cosas, aunque leáis pocos renglones. Y algunas veces conviene
interrumpir el leer, por pensar alguna cosa que del leer resultó, y después
tornar a leer. Y así se van ayudando la lección y la oración.
Y, con el corazón así devoto y recogido, podéis empezar a entender en el
ejercicio de vuestro proprio conocimiento, de esta manera. Vuestras rodillas
hincadas, pensaréis a cuán excelente y soberana Majestad vais a hablar; la
cual no la penséis lejos, mas que hinche cielos y tierra, y que ninguna
parte hay en que no esté, y más dentro de vos que vos misma. Y considerando
vuestra pequeñez, hacelle una entrañable reverencia, humillando vuestro
corazón como una pequeña hormiga delante de un ser infinito, y pedir
licencia para hablarle.
Comenzad primero en decir mal de vos, y rezad la confesión general, y
acordándoos particularmente, y pidiendo perdón de lo que en aquel día
hobierdes pecado.
Después rezad algunas devociones que debéis tener por costumbre; no tantas
que demasiadamente os fatiguen la cabeza y os sequen la devoción; ni tampoco
las dejéis del todo, porque sirven para despertar la devoción del ánima, y
para ofrecer a Dios servicio con nuestra lengua, en señal que él nos la dio.
Y por eso nos enseña San Pablo que hemos de orar y cantar con el espíritu de
la voz, y con el ánima. Y estas oraciones no sólo sean para pedir mercedes a
nuestro Señor para vos, mas por aquellos por quien tenéis especial
obligación. Y otras, por toda la Iglesia cristiana, el cuidado de la cual
habéis de tener muy fijado vuestro corazón, porque, si a Cristo amáis, razón
es que os toque aquello por cuyo nombre derramó su sangre. Y rezados así por
los vivos como por los que en purgatorio están, y otras por toda la
infidelidad, que está privada del conocimiento de Dios, suplicándole traya a
su santa fe a todos, pues todos desea que sean salvos. Y estas oraciones han
de ser las más de ellas enderezadas a dos partes: una a nuestra Señora, a la
cual habéis de tener muy cordial obediencia y amor, y entera confianza que
os será muy verdadera madre en todas vuestras necesidades; y la otra a la
pasión de Jesucristo nuestro Señor, la cual también ha de ser muy familiar
refugio de vuestros trabajos, y esperanza única de vuestra salud.
Y luego, dejad de rezar con la boca y meteos en lo más dentro de vuestro
corazón, y haced cuenta que estáis delante la presencia de Dios, y que no
hay más de él y vos.
c) MEDITACIÓN DE LA MUERTE Y JUICIO
Pensad cómo antes que a este mundo viniésedes érades nada, y como aquella
sobrepujante bondad de Dios nuestro Señor os sacó de aquel abismo de no ser,
y os hizo criatura suya, no cualquiera, sino razonable. Pensar cómo os dio
cuerpo y ánima, para que con lo uno y con lo otro trabajésedes de le servir.
Haced cuenta que estáis ya en el paso de vuestra muerte, lo más
verdaderamente que lo pudiéredes sentir, diciéndovos a vos misma: «Llegar
tiene algún día esta hora de mi acabamiento, no sé si será esta noche o
mañana, y pues ciertamente ha de venir, razón es que piense en ello». Pensad
cómo caeréis mala en la cama, y cómo habéis de sudar el sudor de la muerte.
Levantarse ha el pecho, quebrantarse han los ojos, perderse ha el color de
la cara, y con grandes dolores se apartará esta juntura tan amigable del
cuerpo y del ánima. Amortajarán después vuestro cuerpo, y poneros han en
unas andas, y llevarlo han a enterrar cantando unos, llorando otros. Echaros
han en una breve sepultura; cobijaros han con tierra; y, después de haberos
pisado, quedaros heis sola y seréis presto olvidada.
Pensad, pues, que todo esto por vos ha de pasar. ¿Qué tal estará vuestro
cuerpo debajo de la tierra? Y cuán presto se parará tal que ninguno, por
mucho que os quiera, no os pueda ver, ni oler, ni estar cerca de vos. Mirad
allí con atención en qué para la carne y su gloria, y veréis cuán necios son
aquellos que, habiendo de salir tan pobres de este mundo, trabajan acá por
ser muy ricos; y habiendo de ser tan presto hollados, tienen gran sed de
ponerse en más altos lugares que otros, y cuán engañados viven los que
regalan el cuerpo, y se van tras sus deseos, pues que otra cosa no hicieron
sino ser cocineros de gusanos, guisándolos bien el manjar que han de comer,
y ganaron con sus bienes y deleites tormentos que nunca se acaban.
Considerad y mirad con muy gran atención y despacio vuestro cuerpo tendido
en la sepultura; y, haciendo cuenta que ya estáis en ella, mortificad los
deseos de la carne cada vez que os vinieren a la memoria, con mirar qué
muerto estará vuestro cuerpo; Y mortificad los deseos de agradar y
desagradar al mundo, y de tener en algo cuanto en él florece, pues que tan
presto y con tanto abatimiento lo habéis de dejar, y él a vos. Y
considerando cómo nuestro cuerpo, después de ser manjar de gusanos, se
tornará en cieno y en polvo, no miréis de ahí adelante, sino como a un
muladar cubierto con nieve, y que os dé asco de acordaros de él. Y teniendo
al cuerpo en esta posesión, no seréis engañada cerca de estima de él, mas
ternéis verdadero conocimiento, y sabréis cómo le habéis de regir, mirando
el fin en que ha de parar; como quien se pone al fin de la nao, para desde
allí regirla mejor.
En esto que habéis oído ha de parar vuestro cuerpo; resta que oyáis lo que
ha de acaecer a vuestra ánima, la cual será en aquella hora llena de
angustias, acordándose de las ofensas que en esta vida hizo a nuestro Señor,
y pareciéndole entonces muy grave lo que antes le parecía muy liviano. Será
desamparada de sus sentidos, no podría servirse de la lengua para pedir
socorro a nuestro Señor, y entenebrerse ha el entendimiento, que aun pensar
en Dios no podría, y, en fin, poco a poco acercarse ha la hora en que por
mandamiento de Dios salga del cuerpo, y se determine de ella o perdición
para siempre o salud para siempre. Oír tiene de la boca de Dios: Apártate de
mí a fuegos eternos, o: Queda conmigo en estado de salvación. Colgada habéis
de estar de sola la mano de Dios, y en sólo Él estará vuestro remedio. Por
lo cual habéis mucho de huir de enojar en vuestra vida al que a la hora de
vuestra muerte habéis tanto de menester. Demonios que os acusen y que pidan
justicia a Dios contra vuestra ánima, acusándoos particularmente de cada
pecado, no os faltarán, y si la misericordia de Dios entonces os olvida,
¿qué haréis, oveja flaca, cercada de tan rabiosos lobos, muy deseosos de os
tragar? Pensad, pues, en el rato de vuestro recogimiento, cómo en aqueste
estrecho punto habéis de ser presentada delante el juicio de Dios, desnuda y
sola de todas las cosas y acompañada del bien o mal que habiéredes hecho. Y
decid agora a nuestro Señor que vos os presentáis agora de gana, para
alcanzar misericordia en aquella hora que por fuerza habéis de salir de este
mundo. Haced cuenta que sois un ladrón, a quien han tomado en el hurto, y le
presentan ante el juez, las manos atadas; o una mujer, que la halla su
marido haciéndole traición; los cuales, de confundidos, no osan alzar los
ojos ni pueden negar su delito; y creed que muy más claramente os ha visto
Dios en todo lo que contra Él habéis pecado que pueden ningunos ojos de
hombres ver cosa que delante de Él se hiciese. Y por haber sido mala en la
presencia de tanta bondad, cubríos de la vergüenza que entonces perdistes, y
sentid en vos confusión de vuestros pecados, como quien está delante la
presencia de nuestro Señor. Acusaos vos como habéis de ser acusada; y
especialmente traed a la memoria los pecados más graves que hobiéredes
hecho. Juzgaos y sentenciaos por mala, y abajad vuestros ojos a considerar
los infernales fuegos, creyendo que los tenéis muy bien merecidos.
Poned en una parte los bienes que Dios os ha hecho desde que os crió,
descurriendo por vuestro cuerpo y vuestra ánima, cómo debíades de servir a
nuestro Señor con todos los miembros y potencias vuestras, cómo érades
obligada a reverenciarlo y serle agradecida, y amarle con todo vuestro
corazón, sirviéndole con toda obediencia, guardando su santa ley. Mirad cómo
os ha mantenido, con otros mil bienes que os ha hecho, y de males que os ha
librado; y, sobre todo, cómo, por convidaros a que fuésedes buena, vino el
mismo Señor al mundo, haciéndose hombre; y por daros ejemplo, convidándoos
que le sirviésedes y remediaros de la ceguedad en que vos habíades caído,
pasó muchos trabajos y derramó muchas lágrimas, y después su sangre,
perdiendo la vida por vos. Todo lo cual se ha de poner el día de vuestra
muerte y juicio en una balanza, haciéndoos cargo de ello como de recebido, y
hanos de pedir cuenta de cómo habéis servido tantas mercedes, y como habéis
usado de vos misma a servicio de Dios, y con qué cuidado habéis respondido a
tanta bondad con que Dios ha querido salvaros. Mirad bien, y veréis cuánta
razón tenéis de temer, Pues que no sólo no habéis respondido con servicios
conformes a estas deudas, mas habéis dado males en pago de bienes, y
despreciado al que tanto os preció, huyendo y volviendo las espaldas a quien
os seguía para vuestro bien.
¿Qué gracias os parece que se deben dar a quien por su infinita misericordia
nos ha librado, de los infiernos, habiéndolos nosotros justamente merecido?
¿Qué daremos a quien tantas veces tendió su mano para que los demonios no
nos ahogasen y llevasen consigo? Y, siendo nosotros crueles ofendedores de
su Majestad, Él nos fue piadoso padre y dulce defendedor. Pensad que quizá
están algunos en los infiernos con menos pecados que vos. Y de tal manera os
mirad y servid a Dios como si hobiérades por vuestros pecados entrado en el
infierno, y Él os hobiera sacado de allá; porque todo es una cuenta: haber
estorbado que no vais allá, mereciéndolo vos, o sacaros de allá, por su gran
misericordia.
Y si contejando los bienes que con vos Dios ha hecho y los males que vos a
Él, no sintieres vergüenza y dolor como deseáis, no os turbéis por ello, mas
perseverad en aqueste juicio, y presentad delante los ojos de Dios vuestro
corazón tan llagado y tan adeudado. Suplicadle que os diga Él quién vos sois
y en qué posesión os habéis de tener. Porque el efecto de este ejercicio no
es solamente entender que sois mala, mas sentirlo y gustarlo con la
voluntad, y hallar tomo en vuestra maldad e indignidad, como quien tiene un
perro muerto a sus narices. Y por eso estas consideraciones que os he dicho
no han de ser apresuradas, trabajando luego por llegar a cosas semejantes,
mas han de ser largas y despacio, y con mucho sosiego, para que poco a poco
se vaya embebiendo en vuestra voluntad aquel desprecio o indignidad que con
el entendimiento pensastes. El cual pensamiento habéis de presentar delante
de Dios, pidiéndole y esperándole que Él lo asiente y haga embeber en
vuestra voluntad, estimándoos de ahí adelante, con mucha sencillez y verdad,
como una persona muy mala o indigna de todo bien, y merecedora de todo
desprecio y tormento, y como una cosa infernal, maravillándoos mucho de la
infinita benignidad del Señor, cómo a un gusano hediondo no lo alanza de sí,
más mantiénelo y regálalo, y le hace mercedes, todo para gloria de Él, sin
que tengamos nosotros de qué gloriarnos.
d) EXAMEN COTIDIANO
Para acabar este ejercicio de proprio conocimiento, dos cosas os restan que
oyáis: la una, que no se debe contentar el cristiano en entrar en juicio
delante de Dios para acusarse de los pecados pasados, mas también de los que
cada día comete. Y por maravilla hallaréis cosa tan provechosa para enmienda
de la vida como tornarse el hombre cuenta de cómo lo gasta y de los defectos
que hace, porque el ánima que no es cuidadosa en examinar sus pensamientos y
palabras y obras, es semejable a la viña del hombre perezoso, de la cual
dice el Sabio que pasó por ella, y vio su seto caído, y a ella llena de
espinas.
Haced cuenta que os han encomendado una niña, hija de un rey, para que
tengáis cuidado continuo de mirar por sus costumbres; y que, a la noche, le
pedís cuenta, reprehendiéndola de sus faltas y amonestándole las virtudes.
Miraos como a cosa encomendada por Dios, y haceos entender que no habéis de
vivir sin regla, mas debajo de santas dotrinas y diciplina; y entrad en
capítulo con vos a la noche, juzgándoos muy particularmente, como haríades
contra tercera persona. Reprehendeos de vuestras faltas, y predicaos a vos
misma con muy mayor cuidado que a otra persona alguna, por mucho que la
améis. Y donde sintiéredes que más faltáis, allí poned mayor remedio. Porque
creed que, durando este examen y reprehención de vos mismo, no podrán durar
mucho vuestras faltas sin ser remediadas.
Y aprenderéis una ciencia muy saludable que os haga llorar y no hinchar; la
cual os guardará de la peligrosa enfermedad de la soberbia, que entra poco a
poco, pareciéndose un hombre bien a sí mismo. Velad sobre aquesta entrada, y
guardaos con todo cuidado no os parezcáis bien vos a vos misma, mas con la
lumbre de la verdad sabeos reprehender y desaplaceros; y seros ha vecina la
misericordia de Dios, al cual aquellos solos parecerán bien, que a sí solos
parecen mal, y a aquéllos perdona sus faltas con largueza de bondad, que las
conocen y se humillan por ellas en el juicio de la verdad.
Y escaparéis de otros dos vicios que suelen acompañar a la soberbia, que son
desagradecimiento y pereza, porque, conociendo y reprehendiendo vuestros
defetos, veréis vuestra flaqueza y indignidad, y escaparéis de soberbia, y
veréis la misericordia grande de Dios en sufriros y perdonaros, y haceros
bienes, mereciendo vos males; y seréis agradecida al hacerdor de tantas
gracias. Y mirando el poco bien que hacéis, y males en que caéis,
despertaréis del sueño de la pereza, y comenzaréis cada día de nuevo a
servir a nuestro Señor, viendo cuán poco habéis hecho en lo pasado.
Y por esto, y por otros muchos bienes que de conocerse el hombre suelen
nacer, siendo preguntado un santo viejo de los pasados dónde estaría uno más
seguro, en la soledad o compañía, respondió: «Si se sabe reprehender, donde
quiera estará seguro; y si no, donde quiera estará a peligro».
Porque por el mucho amor que nos tenemos, no sabemos conocernos y
reprehendernos con aquel verdadero juicio que requiere la verdad, debemos
suplicar al Señor que nos reprehenda Él con amor, para que sintamos de
nosotros lo que, según verdad, debemos sentir. Y esto es lo que Hieremías
pedía, diciendo: Corrígeme, Señor, en juicio, y no en furor; porque por
ventura no me tornes nada. Corregir en furor pertenece al día postrero,
cuando enviará Dios al infierno a los malos por sus pecados; y corregir en
juicio es reprehender en este mundo a los suyos con amor de padre a sus
hijos. La cual reprehensión es un testimonio tan grande de amar Dios al que
reprehende que ninguno hay tan seguro y cierto en esta vida, y suele ser
víspera de grandes mercedes de Dios. Así cuenta San Marcos que,
apareciéndoles nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos, los reprehendió de
incredulidad y dureza de corazón; después de lo cual les dio poder para
hacer obras maravillosas. Y el profeta Esaías dice que el Señor lava las
suciedades de las hijas de Sión, y la sangre de en medio de Jerusalén en
espíritu de juicio y en espíritu de ardor, dando a entender que el lavar el
Señor nuestras manchas, viniendo a nosotros, es dando a entender primero
quién somos, y esto es en juicio, y espíritu de ardor, que es amor. Y así
nos lava sin que podamos atribuir a nosotros cosa buena, pues nos ha dado a
entender primero nuestra indignidad.
Y esta reprehensión no entendáis ser alguna que desmaye y demasiadamente
entristezca el ánima, trayéndola desabrida; mas es un sosegado conocimiento
de las proprias faltas que así avergüenza al reprehendido y le pone espuelas
para con mayor diligencia servir al Señor, que le da muy gran confianza que
el Señor le ama como a hijo, pues usa con él oficio de padre, según está
escripto: Yo a los que amo corrijo.
Sed, pues, cuidadosa en miraros y reprehenderos, y presentándoos delante la
presencia de Dios, delante del cual es más seguro el humilde conocimiento de
nuestras faltas que la soberbia justicia de nuestras buenas obras. Y no
seáis como algunos amadores de su propria estima, que, por no parecerse mal
a sí mismos, se huelgan en pensar mucho otras cosas devotas, y pasan por el
conocimiento de sus defetos, porque no hallan en ellos sabor, pues no aman
su proprio desprecio; como, a la verdad, ninguna cosa hay tan segura, ni que
así haga que aparte Dios sus ojos de nuestros pecados, como mirarnos
nosotros y reprehendernos, según está escripto: Si nos juzgásemos nosotros
mismos, no seríamos juzgados de Dios.
e) CONOCIMIENTO DE NUESTRAS BUENAS OBRAS
Lo segundo que habéis de mirar cerca de este conocimiento es que, aunque es
bueno y provechoso, pues por él recebimos perdón de nuestros pecados, mas
tiene esta falta, que se funda sobre haber pecado. Y no es mucho de
maravillar, que un pecador se conozca y estime por pecador, mas sería muy
grande monstruo que, siéndolo, se estimase por justo; como si un hombre
lleno de lepra se estimase por sano. Por tanto no nos hemos de contentar con
estimarnos en poco en nuestros pecados, mas aún mucho más hemos de mirar
esto en nuestros bienes, conociendo profundamente que ni nuestros pecados
son de Dios, ni los bienes nuestros son de nosotros; y de todo lo bueno que
en nosotros hobiere, dar perfectamente la gloria al Padre de todas las
lumbres, del cual procede todo don bueno y dádiva perfeta. De arte que,
aunque nosotros tengamos el bien, lo tratemos tan fielmente, que no nos
alcemos con la gloria de Dios; ni se nos pegue como dicen, la miel en las
manos.
Esta humildad no es de pecadores como la primera, mas de justos; y no sólo
la hay en este mundo, mas en el cielo; porque de ella se escribe: ¿Quién
como el Dios nuestro, que mora en las alturas, y mira las cosas humildes en
el cielo y en la tierra? Ésta tuvo en pie a los ángeles buenos, y los hizo
dispuestos para gozar de Dios, pues le fueron sujetos, y la falta de ella
derribó a los ángeles malos, porque se quisieron alzar con la honra de Dios.
Ésta tuvo la sagrada Virgen María nuestra señora, que siendo predicada por
bienaventurada y bendita por la boca de Santa Isabel no se hinchó ni
atribuyó a sí gloria alguna de los bienes que en ella había, mas con humilde
y fidelísimo corazón enseña a Santa Isabel y al mundo un verso, que de las
grandezas que ella tenía, no a sí, mas a Dios se debía la gloria, y con
profunda reverencia comienza a cantar: Mi ánima engrandece al Señor.
Y esta misma, muy más perfeta, tuvo Jesucristo su Hijo, nuestro Señor, el
cual, así sus buenas obras como sus buenas palabras fidelísimamente
predicaba al mundo que las había recebido del Padre, diciendo: Mi dotrina no
es mía, mas de aquel que me envió. Y en otra parte dice: Las palabras que yo
os hablo, no las hablo de mí mismo, mas del Padre que está en mí. Él hace
las obras. Y así convenía que el remediador de los hombres fuese muy
humilde, pues que la raíz de todos los males es la soberbia. Y queriendo dar
a entender cuánto más convenga esta santa y verdadera humildad. Él se hace
particularmente maestro de ella, y se nos pone por ejemplo de ella,
diciendo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; porque, viendo
los hombres a un maestro tan sabio encomendar tan particularmente esta
virtud, trabajasen por la tener; e viendo que un señor tan grande no
atribuye el bien a sí mismo, ninguno haya tan desvariado que tal maldad ose
hacer.
Aprended, pues, sierva de Cristo, de vuestro maestro y señor, aquesta santa
bajeza, para que seáis ensalzada, porque palabra suya es: Quien se
humillare, será ensalzado. E tened en vuestra ánima aquesta pobreza, porque
de ella se entiende: Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de
ellos es el reino de los cielos. E tened por cierto que, pues Jesucristo
nuestro Señor fue por camino de humildad ensalzado, el que no la tuviera
fuera va de camino; e débese desengañar con lo que dice San Augustín: «Si me
preguntardes cuál es el camino del cielo, responderos he que la humildad; o
si otra vez me lo preguntardes responderos he que la humildad; e si tercera
vez me lo preguntardes, responderos he lo mismo; e si mil veces me lo
preguntardes, mil veces os responderé que no hay otro camino sino la
humildad».
E porque creo que deseáis agradar al Señor teniendo aquesta santa bajeza, es
razón que se os diga el modo que para ello tendréis.
Y sea primero, pedírsela con importuna y fiel oración al dador de los
bienes, porque éste es un muy particular don suyo. Y aun el conocer que lo
es, no es pequeña merced. La experiencia que los que son tentados de
soberbia tienen, da bien claro a conocer que no hay cosa más lejos de
nuestras fuerzas que esta verdadera y profunda humildad, y que muchas veces
acaece, con los remedios que ellos ponen para la alcanzar, huir ella más; y
aun del mismo humillarse les suele nacer su contrario, que es la soberbia.
Por lo cual de tal manera tomad los ejercicios para alcanzar esta joya, que
no los dejéis de hacer, diciendo: «¿Qué me aprovecha, pues es dádiva de
Dios»?, ni tampoco los hagáis poniendo confianza en vuestro brazo de carne,
mas en aquel que suele dar sus dádivas a los que da gracia para se las pedir
y para entender en los buenos ejercicios.
1. Consideración de nuestro «ser»
El modo pues que ternéis será éste. Considerad tres cosas por orden: una el
ser, otra el bien ser, otra el bienaventurado ser.
Cuanto a lo primero, debéis de pensar qué érades antes que Dios os criase, y
hallaréis ser un abismo de nada y privación de todos los bienes. Estaos un
buen rato sintiendo este no ser, hasta que veáis y palpéis vuestra nada. Y
después considerad cómo aquella poderosa y dulce mano de Dios os sacó de
aquel abismo profundo, y os puso en el número de sus criaturas, dándoos
verdadero y real ser. Y miraos a vos, no como a hechura vuestra, sino como
una dádiva de Dios, que os hizo merced de vos a vos. Y por tan ajeno de
vuestras fuerzas mirad vuestro ser como miráis el ajeno, creyendo que tan
poco pudistes criaros a vos como criar a otro. Y tan poco podíades salir de
aquellas tinieblas de aquel no ser como los que se quedaron en ellas,
teniéndonos por igual de vuestra parte a las cosas que no son, atribuyendo a
Dios la ventaja que les lleváis. E mirad que, después de criada, no penséis
que ya os tenéis en vos misma, porque no menos necesidad tenéis de Dios cada
momento de vuestra vida para no perder el ser que tenéis que la tuvistes
para, siendo nada, alcanzar el ser que tenéis. Entrad dentro de vos misma y
considerad cómo sois una cosa que tiene ser y vive: y preguntaos: «¿Esta
criatura está arrimada a sí, o a otro? ¿Susténtase en sí o ha menester mano
ajena?». Y responderos ha el apóstol San Pablo que no está lejos Dios de
nosotros, mas que en él vivimos, y nos movemos, y tenemos ser. E considerad
a Dios, que es ser que es, y sin Él hay nada; y es fuerza de todo lo que
algo puede, de todo lo que es, y sin Él hay nada; y que es vida de todo lo
que vive y sin Él hay nada; y fuerza de todo lo que algo puede y sin Él hay
flaquezas; e bien entero de todo lo bueno, sin el cual no se puede ver el
más pequeño bien de los bienes, porque él es causa de todos. Y por esto dice
la Escriptura: Todas las gentes son delante de Dios como si no fuesen, y en
nada y en vanidad son reputadas delante de Él. Y en otra parte está
escripto: El que piensa que es algo, como sea nada, él se engaña. Y el
profeta David decía hablando con Dios: Yo soy delante de ti como nada. En
las cuales partes no habéis de entender que las criaturas no tengan ser o
vida, o operaciones proprias o distintas de las de su criador; mas, porque
lo que tienen no lo hobieron de sí, ni lo pueden conservar de sí, dícese no
ser, que quiere decir que tienen el ser de mano de Dios, y no de la suya.
Sabed, pues, ahondar bien en el ser que tenéis, y no paréis hasta hallar el
fundamento postrero, que como firmísimo e indificiente, y no fundado sobre
otro, mas fundamento de todos, os sustentará que no cayáis en el pozo
profundo de la nada, de la cual primero os sacó. Conoced este arrimo que os
tiene, y esta mano que, puesta encima de vos, os hace estar en pie, y
confesad con David: Tú, Señor, me hiciste, y me pusiste tu mano sobre mí. Y
pensad que estáis ya tan colgada de esta virtud de Dios que, si ella
faltase, en aquel momento vos faltaríades, como se quita la lumbre que había
en la cámara cuando sacan de ella la hacha que la alumbraba, o como se quita
la lumbre de sobre la tierra por la ausencia del sol. Adorad, pues, a este
Señor con reverencia profunda como a principio de vuestro ser, y amarle por
continuo bienhechor vuestro y por conservador de él; y llamadle con corazón
y con lengua: Virtud mía, en que me sostengo.
2. Nuestro «bien ser»
Si con cuidado habéis entendido en el conocimiento de vos, para atribuir a
Dios la gloria del ser que tenéis, con mucho mayor debéis entender que el
bien ser que tenéis no es de vos, mas graciosa dádiva de la mano del Señor.
Porque, si atribuís a él la gloria de vuestro ser, confesando que no vos,
mas sus manos os hicieron, y apropriáis para vos la honra de vuestras buenas
obras, creyendo, que a vos se debe la gloria de ellas, mayor honra tomáis
para vos que dais a Dios, cuanto es mayor el bien ser que el ser. Por tanto,
conviene que, con grandísima vigilancia, entendáis a conocer a Dios por
causa de vuestro bien vivir, de arte que no se os quede asida en vuestras
manos punta ni repunta de loca soberbia, mas así como conocéis que ningún
ser, por pequeño que sea, podéis tener de vos, si Dios no os le da, así
también conozcáis que no podéis tener de vos el menor de los bienes, si el
potentísimo y cumplido bien, Dios, no abre su mano para os lo dar.
Pensad que así como lo que es nada no tiene ser natural entre las criaturas,
así el pecador, por mucho estado y bienes que tenga, faltándole la gracia,
es contado por nada delante los ojos de Dios. Lo cual dice San Pablo de esta
manera: Si tuviera profecía, y conociese todos los misterios y toda la
ciencia, y tuviese toda la fe, tanto que pase los montes de una parte a
otra, y no tuviere caridad, nada soy. Lo cual es tanta verdad que aun el
pecador es menos que nada, porque peor es mal ser que el no ser. Ningún
lugar hay tan bajo ni tan apartado, ni tan despreciado en los ojos de Dios,
entre todo lo que es y no es, como el que vive en ofensa de Dios, estando
desheredado del cielo y sentenciado al infierno.
Y para que tengáis alguna cosa que os despierte algo en el conocimiento de
este miserable estado, pensad, cuando alguna cosa muy contra razón y
desordenada viéredes, que muy más fea y abominable cosa es estar en
desgracia y enemistad de nuestro Señor. Oís decir de algún hurto o traición,
o maldad que alguna mujer a su marido hace, o desacato que algún hijo hace
contra su padre, o algunas cosas de esta manera, que a cualquier, por
ignorante que sea, parecen muy feas por ser contra toda razón. Pensad vos
que ofender a Dios en un solo pecado mortal es mayor fealdad, por ser contra
su mandamiento y reverencia, y agradecimiento que se le debe como a padre,
señor y esposo, y bienhechor y amigo, que todas las cosas que pueden acaecer
en el mundo por ser contra sola razón. Y, pues veis cuán desestimados son de
todos los que tales fealdades cometen, teneos por una cosa muy despreciada y
sumíos en el profundo abismo de vuestro desprecio, que se debe al ofendedor
de Dios. Y así como para conocer vuestra nada os acordastes del tiempo en
que no teníades ser, así para conocer vuestra culpa, os acordad del tiempo,
cuando viviades en ella, y mirad, cuan entrañable y profundamente
pudiéredes, con mucho espacio, en cuán miserable estado estuvistes, cuando
delante de los ojos de Dios estábades feas y desagradable, y contada por
nada y menos que nada; porque ni los animales, por feos que sean, ni otros
criaturas, por más bajas que sean, no han hecho pecado contra nuestro Señor,
ni están obligadas a fuegos eternos, como vos estábades; y despreciaos y
abajaos en el más profundo lugar que pudiérades, que seguramente podéis
creer que, por mucho que os despreciéis, no podréis bajar al abismo del
desprecio que merece la ofensa de una cosa infinita que es Dios. Y, después
de haber bien sentido en el ánima y embebídose en ella aquesta desestima de
vos misma, alzad vuestros ojos a Dios, considerando la infinita fuerza que
de pozo tan hondo os sacó, siendo para vos cosa imposible, y mirad aquella
bondad infinita que con tanta misericordia os sacó, sin haber en vos
merecimiento. Porque, antes que os diese él su gracia, ¿qué cosa podíades
vos hacer que no fuese mala? O, si era buena, era imperfecta y muerta, y no
agradable. Sabed que quien os sacó de vuestras tinieblas a su admirable
lumbre, y os hizo de enemiga amiga, y de esclava hija, y del no ser, en
cuanto tocaba a la gracia de Dios, os hizo tener ser agradable en sus ojos,
Dios fue. Y la causa porque lo hizo no fueron vuestros merecimientos
pasados, ni el respeto de los servicios que le habíades de hacer; mas fue
por su sola bondad, y merecimiento de nuestro único medianero Jesucristo
nuestro Señor. Contad por vuestro el mal estado en que estábades, y contad
al infierno por lugar debido a vuestros merecimientos, que lo que demás de
esto es a Dios y a su gracia es conocer por deudora. Oíd lo que dice el
Señor a sus amados discípulos y a nosotros en ellos: No vosotros me
escogistes a mí, mas yo a vosotros. Mirad lo que dice el apóstol San Pablo:
Justificados sois de balde por la gracia de Dios, por la redención que está
en Jesucristo. Y asentad en vuestro corazón que así como tenéis de Dios el
ser, sin que atribuyáis a Dios gloria de ello, así tenéis de Dios el ser
algo delante de sus ojos, todo para gloria de él; y traed en la lengua y en
el corazón lo que dice San Pablo: Por la gracia de Dios soy lo que soy.
Considerad que así como cuando érades nada no teníades fuerzas para moveros,
ni para ver, ni para oír ni gustar, ni entender ni querer, mas dándoos Dios
el ser os dio aquestas potencias y fuerzas, así no sólo está el pecador
privado del ser agradable delante los ojos de Dios, mas está sin fuerzas
para obrar obras de vida que agraden a Dios.
Si algún cojo viéredes, o manco, pensad que así está el pecador en su ánima.
Si algún ciego, sordo o mudo, tomaldo por espejo en que os miráis. Y en
todos los enfermos, leprosos, paralíticos, y que tengan los cuerpos corvados
y los ojos puestos en tierra, con toda la otra muchedumbre de enfermedades
que se presentaban delante el acatamiento de Jesucristo, nuestro verdadero
médico, otra no entendáis principalmente sino que tales están los pecadores,
cuanto a los espirituales sentidos, cuales estaban aquellos en los
corporales. Y mirad, como una piedra con el peso que tiene es inclinada a ir
hacia bajo, así, por la corrupción del pecado original que traemos, tenemos
una vivísima inclinación a las cosas de nuestra carne y de nuestra honra, y
de nuestro provecho, haciendo ídolo de nosotros, y obrando nuestras obras no
por amor verdadero de Dios, sino por el nuestro estamos vivísimos a las
cosas terrenales, y que nos tocan, y muertos para el gusto de las cosas de
Dios; manda en nosotros lo que había de obedecer, y obedece a lo que había
de mandar. Y estamos tan miserables que, debajo de cuerpo humano y derecho,
traemos apetitos de bestias y corazones encorvados hacia la tierra. ¿Qué os
diré sino que en cuantas cosas faltas, y feas, y secas, y desordenadas
viéredes, en tantas miréis y conozcáis la corrupción y desorden que el
hombre que está en pecado tiene en sus sentidos y obras? Ninguna cosa de
éstas veáis que luego no entréis en vuestra ánima a considerar que/aquello
sois vos de vuestra parte, si Dios no os hobiera dado salud; e, si
verdaderamente estáis sana, habéis de conocer que quien os abrió los
sentidos para las cosas de Dios, quien subjetó los afectos debajo de vuestra
razón, quien os hizo amargo lo que era dulce y os puso gana en lo que antes
tan desabrida estábades, obrando en vos obras nuevas, Dios fue, según dice
San Pablo: Dios es el que obra en nosotros el querer, y el acabar, por su
buena voluntad.
Gracia y libre albedrío
No entendáis por esto que el libre albedrío del hombre no obre cosa alguna
en las obras buenas, porque esto sería grande ignorancia y error; mas dícese
que Dios obra al querer y al acabar, porque él es el principal obrador en el
ánima del justificado, y el que mueve y suavemente hace que el libre
albedrío obre y sea su ayudador, como dice el bienaventurado San Pablo:
Ayudadores somos de Dios. Lo cual hace incitándole Dios a que dé libremente
su consentimiento en las buenas obras. Por eso obra el hombre, porque de su
voluntad y libre albedrío quiere lo que quiere y obra lo que obra; mas
Jesucristo obra más principalmente, produciendo la buena obra, y ayudando al
libre albedrío, para que también lo produzga; y la gloria de lo uno y de lo
otro a sólo Jesucristo se debe. Por tanto, si queréis acertar en aquesto, no
queráis escudriñar qué bienes tenéis de naturaleza y libre albedrío, y qué
bienes de gracia; mas a ojos cerrados, regíos por la sagrada fe, que nos
amonesta que de los unos y de los otros hemos de dar la gloria a Dios, y que
nosotros de nosotros mismos no somos suficientes ni aun para pensar un buen
pensamiento. Mirad lo que dice San Pablo, reprehendiendo al que se atribuye
a sí algún bien: ¿Qué tienes que no lo hayas recebido? Y pues lo has
recibido, ¿de qué te glorias como si no lo hobieras recebido? Como si
dijese: «Si tienes la gracia de Dios, con que le agradas y haces obras muy
excelentes, no te glories en ti, mas en quien te la dio, que es Dios. Y si
te glorias de usar bien de tu libre albedrío, en consentir con él a los
buenos movimientos de Dios y su gracia, tampoco te glories en ti, mas en
Dios, que hizo que tú consintieses, e incitándote y moviéndote él
suavemente, y dando él mismo libre albedrío con que tú libremente
consientas. Y si te quieres gloriar que, pudiendo resistir al buen
movimiento e inspiración de Dios, no lo resististe, tampoco te debes
gloriar, pues eso no es hacer, mas dejar de hacer; y aun esto también lo
debes a Dios que, ayudando a consentir en el bien, te ayudó para no
resistillo. Y cualquier buen uso de tu libre albedrío, en lo que toca a tu
salvación, dádiva es de Dios, que desciende de aquella misericordiosa
predestinación con que determinó ab aeterno de te salvar. Sea, pues, toda tu
gloria en solo Dios, de quien tienes todo el bien que tienes; y piensa que,
sin él, no tienes de tu cosecha sino nada y vanidad y maldad».
Y con esto concuerda lo que dice una glosa sobre aquello de San Pablo: El
que piensa ser algo, como no sea nada, a sí mesmo se engaña; que el hombre
de sí mesmo no es sino vanidad y pecado, y, si alguna cosa más es, por
merced y gracia del Señor lo es. Ítem dice San Agustín: «Abrísteme los ojos,
luz, y despertásteme y alumbrásteme. Y vi que es tentación la vida del
hombre en esta tierra, y que ningún hombre se puede gloriar delante de ti,
ni es justificado todo hombre que vive, porque, si algún bien hay chico o
grande, don tuyo es. Y lo que es nuestro, no es sino mal. ¿Pues de dónde se
gloria todo hombre? ¿Por ventura de mal? Esta no es gloria, sino miseria.
¿Pues gloriarse ha del bien? No, porque es ajeno. Tuyo es, Señor, el bien,
tuya es la gloria». Y, concordando con esto, dice el mesmo San Augustín:
«Yo, señor Dios mío, confieso a ti mi pobreza, y a ti sea toda la gloria,
porque tuyo es todo el bien que yo haya hecho. Yo confieso, según me has
enseñado, que otra cosa no soy sino toda vanidad y sombra de muerte, y un
tenebroso abismo, y tierra vana y vacía que, sin tu bendición, no hace
fruto, sino confusión y pecado y muerte. Si algún bien en cualquier manera
tuviere, de ti lo recebí. Cualquier bien que tengo tuyo es, de ti lo tengo.
Si algún tiempo estuve en pie, por ti lo estuve, mas, cuando caí, por mí
caí. Y siempre me hobiera estado caído en el lodo, sino me hobieras
levantado; y siempre fuera ciego, si tú no me hobieras alumbrado. Cuando caí
nunca me hobiera levantado, si tú no me hobieras dado tu mano. Y después que
me levantaste siempre hobiera caído, si no me hobieras tenido. Muchas veces
me hobiera perdido, si tú no me hobieras guardado. Y así, Señor, siempre tu
gracia y tu misericordia anduvieron delante de mí, librándome de todos los
males, sacándome de los pasados, y despertando de los presentes, y
guardándome en los por venir; y cortando delante de mí los lazos de los
pecados, quitando las ocasiones y causas. Porque si tú, Señor, esto no
hobieras hecho, todos los pecados del mundo hobiera yo hecho, porque sé que
ningún pecado hay que en cualquier manera haya hecho un hombre, que no lo
pueda también hacer otro hombre, si se aparta el guiador, por el cual es
hecho el hombre. Mas tú heciste que yo no lo hiciese, y tú mandaste que me
abstuviese, y tú me infundiste gracia para que te creyese, porque tú, Señor,
me regías para ti, y me guardabas para ti, y me diste gracia y lumbre para
no cometer adulterio y todo otro pecado».
3. Nuestro «bienaventurado ser» por la predestinación
Considerad, pues, doncella, con atención estas palabras de San Augustín, y
veréis cuán ajena debéis de estar de atribuir a vos gloria alguna, no sólo
de levantaros de vuestros pecados, mas del teneros que no tornásedes a caer.
Porque así como os dije que, si la mano de Dios de vos se apartaba, en aquel
punto tomaríades al abismo de vuestra nada, en que antes estábades, así,
apartando Dios de vos su guarda, tomaríades a los pecados, y otros peores,
de donde Él os sacó. Sed por eso humilde y agradecida a este Señor, de quien
tanta necesidad en todo tiempo tenéis, y conoced que estáis colgada de Él y
todo vuestro bien depende de su mano bendita, según decía David: En tus
manos, Señor están, mis suertes. Y llama suertes a la gracia de Dios, a la
eterna predestinación, las cuales vienen por la sola bondad de Dios, y se
conceden a aquel a quien él con su justo, aunque oculto juicio, es servido
de dallas, y así como si él os quita el ser que os dio, tornaréis nada, así,
quitándoos la gracia, quedaréis pecadora, y quitándoos su predestinación,
quedaréis reprobada y condenada. Lo cual no se os dice para que cayáis en
desmayo y desesperación por ver cuán colgada estáis de las manos de Dios,
mas para que tanto con mayor seguridad gocéis de la gracia que Dios os ha
dado, y tengáis confianza en la misericordia de él, que acabará en vos lo
que ha comenzado, y os hará merced de os llevar al cielo, cuanto con mayor
humildad y profunda reverencia y santo temor estuviéredes prostrada a sus
pies, temblando de vuestra parte y confiando de la suya. Porque ésta es una
cierta señal que no os desmamparará su infinita bondad según lo cantó
aquella bendita y sobre todos humilde María, diciendo: La misericordia de él
de generación en generación sobre los que le temen. Y, si con estas
consideraciones ya dichas no halláredes en vos vivo el fruto del proprio
desprecio que deseáis, no desmayéis, mas llamad con perseverante oración al
Señor, que él sabe y suele enseñar interiormente, y con semejanzas
exteriores, lo poco en que la criatura se ha de estimar; y, en tanto que
viene esta misericordia, vivid en paciencia y conoceos por soberbia. Lo cual
es parte de humildad como el tenerse por humilde es verdadera soberbia.
2. Del poco conocimiento de sí mismo y del verdadero, de Jesucristo
a) FRUTOS DE LA MEDITACIÓN DE LA PASIÓN
Los que mucho se ejercitan en el poco conocimiento, como tratan a la
continua, y muy de cerca, sus proprios defectos, suelen caer en grandes
tristezas y desconfianzas, y pusilanimidad de corazón, por lo cual les es
necesario que se ejerciten en otro conocimiento que les alegre y esfuerce
mucho más que el primero les desmayaba. Y para éste, ninguno otro hay igual
como el conocimiento de Jesucristo nuestro Señor, especialmente pensando
cómo padeció y murió por nosotros. Esta es la nueva alegre, predicada en la
nueva ley a todos los quebrantados de corazón, que les es dada una medicina
muy más eficaz para su consuelo que sus llagas les pudieron desconsolar.
Este Señor crucificado es el que alegra a los que el conocimiento de sus
proprios pecados entristece, y el que absuelve a los que la ley condena, y
que hace hijos de Dios a los que eran esclavos del demonio. A éste deben de
conocer todos los adeudados y flacos. Y a éste deben de mirar todos los que
sienten angustia en mirar a sí mismos. Porque así como se suele dar por
consejo que miren arriba los que pasan por algún río y se les desvanece la
cabeza, mirando a las aguas que corren, así quien sintiere desmayo, mirando
sus culpas, alce sus ojos a Jesucristo, puesto en la cruz, y cobrará
esfuerzo. Porque no en balde se dijo: En mí mismo fue mi ánima conturbada, y
por esto me acordaré de ti, de la tierra del Jordán y de los montes de
Hermón y monte pequeño. Porque los misterios que Cristo obró en su baptismo
y pasión son bastantes para sosegar cualquier tempestad de desconfianza que
en el corazón se levante, y así por eso, como porque ningún libro hay tan
eficaz para enseñar al hombre de todo género de virtud, y cuánto debe ser el
pecado huido y la virtud amada, como la pasión del Hijo de Dios; y también
porque es extremo desagradecimiento poner en olvidado un tan inmenso
beneficio de amor como fue padecer Cristo por nos, conviene, después del
ejercicio de nuestro conocimiento, ocuparnos en el conocimiento de
Jesucristo nuestro Señor, lo cual nos enseña San Bernardo, diciendo:
«Cualquiera que tiene sentido de Cristo, sabe bien cuán expediente sea a la
piedad cristiana, y cuánto provecho le traya al siervo de Dios, y siervo de
la redempción de Cristo, acordarse con atención, a lo menos una vez en el
día, de los beneficios de la pasión y redempción de nuestro Señor
Jesucristo, para gozarse suavemente en la conciencia, y para asentallos
fielmente en la memoria». Esto dice San Bernardo. Y, allende de esto, sabed
que así como, queriendo comunicar Dios con los hombres las riquezas de su
divinidad, tomó por medio hacerse hombre, para que en aquella bajeza y
pobreza se pudiese conformar con la pequeña capacidad de los pobres y bajos,
y juntándose a ellos, los ensalzase a la alteza de él, así el camino usado
de comunicar Dios su divinidad con las ánimas es por medio del pensamiento
de su sacra humanidad. Esta es la puerta por donde el que entrare será
salvo, y la escalera por donde suben al cielo. Y quiere Dios Padre honrar la
humanidad de su unigénito Hijo, y no dar su amistad sino a quien la creyere;
y no dar su comunicación si no a quien con mucha atención la pensaré.
Hacedos, pues, esclava de esta sagrada pasión, pues por ella fuistes
libertada del captiverio de vuestros pecados y de los infernales tormentos.
Y no sea a vos pesado pensar lo que a Él con vuestro grande amor ro le fue
pesado pasar.
b) MODO DE MEDITAR LA PASIÓN
Y así como buscastes pensar en vuestras miserias un rato de la noche, y un
lugar recogido, así, y con mayor vigilancia, buscad otro rato antes que
amanezca, o por la mañana, en que con atención penséis en aquel que tomó
sobre sí vuestras miserias y pagó vuestros pecados por daros a vos libertad
y descanso. Y el modo que ternéis será éste, si otro mejor no se os
ofreciere. Repartid los pasos de la pasión por los días de la semana en esta
manera: El lunes, la oración y prendimiento del huerto, y lo que aquella
noche pasó en casa de Anás y Caifás. El martes, las acusaciones de un juez a
otro, y sus crueles azotes, que, atado a la columna, pasó. El miércoles,
cómo fue coronado y escarnecido, sacándole con vestido de grana, y caña en
la mano, porque todo el pueblo le viese, y dijeron: Ecce homo. El jueves, no
le podemos quitar su misterio muy excelente, conviene a saber, cómo el Hijo
de Dios con profunda humildad lavó los pies a sus discípulos, y después les
dio su Cuerpo y Sangre en manjar y bebida, mandando a ellos y a todos los
por venir que hiciesen lo mismo en memoria de Él. Hallaos vos presente a tal
lavatorio y a tan excelente convite. Y esperad en Dios, que ni saldréi sin
lavar, ni muerta de hambre. Tras el jueves pensaréis, el viernes, cómo el
Señor fue presentado delante el juez, y sentenciado a muerte, y llevó la
cruz encima sus hombros, y después fue crucificado en ella, con todo lo
demás que pasó hasta que encomendó su espíritu en las manos del Padre y
murió. En el sábado quédaos de pensar la lanzada cruel de su sagrado
costado; cómo le quitaron de la cruz y le pusieron en los brazos de su
sagrada Madre, y, después, en el sepulcro. E id acompañando su ánima al
limbo de los santos padres, y hallaos presente en las fiestas y paraíso que
allí les concede. Y tened memoria de pensar en este día las grandes
angustias que la Virgen y Madre pasó. Y sedle compañera fiel en se las
ayudar a pasar, pues que, aliende de serle cosa debida, os será a vos muy
provechosa. Del domingo no hablo, porque ya sabéis que es diputado al
pensamiento de la resurrección y a la gloria que en el cielo poseen los que
allá están, y en esto os habéis de ocupar aquel día.
AVISOS Y NORMAS PARA LA ORACIÓN
1. Oraciones vocales y lección
Recogida, pues, en vuestra celda, como os he dicho, haréis vuestra confesión
general y rezaréis algunas oraciones vocales, y leed, en algún libro de la
pasión, aquel mismo paso en que habéis de pensar aquel rato. Y serviros ha
esto de dos cosas: una de enseñaros como acaeció aquel paso, para que vos lo
sepáis pensar; otra, para recogeros el corazón y pegaros alguna devoción,
para que, cuando fuéredes a pensar, no vais derramada ni tibia, y, aunque no
paséis de una vez todo lo que el libro dijere cerca de aquel paso, no pierde
nada, porque en otra semana, cuando venga el mesmo día, se podía pensar. Y
como os he dicho, no ha de ser la lección hasta del todo cansar, mas para
despertar el apetito del ánima y dar materia al pensar y obrar.
2. Hacerse presente con sencillez
Y la lección acabada, hincadas vuestras rodillas y muy recogidos vuestros
ojos, suplicad al Señor tenga por bien de os dar verdadero sentido de lo que
piadosamente quiso padecer por vos. Y poned dentro de vuestro corazón la
imagen de aquel paso que quisierdes pensar; y, si esto se os hiciere de mal,
haced cuenta que la tenéis allí cerquita de vos. Y digo esto así, por
avisaros que no habéis de ir con el pensamiento a contemplar al Señor a
Jerusalén, o apartaros lejos de vos, porque suelo ser gran daño de la cabeza
y secar mucho la devoción; mas, haciendo cuenta que lo tenéis presente,
poned los ojos de vuestra ánima en los pies de Él, o en el suelo, cercano a
Él. Y con toda reverencia oíd lo que le dicen, y mirad lo que pasa, como si
a ello presente estuviérades guardándoos mucho de alborotar vuestro corazón
con tristezas forzadas, o con trabajar demasiadamente por echar lágrimas,
porque estas cosas suelen secar más el corazón y hacerle inhábil para la
visitación del Señor, y suelen destruir mucho la salud corporal; y dejan el
ánima tan atemorizada con el sinsabor que allí siente, que teme otra vez de
tornar al ejercicio, como a cosa que ha experimentado dalle mucha pena. Si
el Señor da lágrimas, o semejantes sentimientos, débense tomar, mas querer
el hombre tomarlos por fuerza, no es cordura, mas débese de contentar con
hallarse presente con vista sosegada y sencilla a lo que el Señor pasó, y
mirar el amor con que padecía, y cuán grandes tormentos y deshonras eran los
que padecía. Con otros mil pensamientos buenos que el Señor suele dar,
dejando en las manos de Dios lo que toca a tener devoción o lágrimas.
3. No forzar la imaginación
Debéis de estar avisada que no trabajéis mucho los pechos ni cabeza, ni
sienes, por fijar mucho en vuestra imaginación la imagen del Señor, porque
suelen venir de estas cosas grandes peligros al ánima, pareciéndoles a
algunos que ven verdaderamente las imágines que de dentro piensan y caen en
locura o en soberbia. E ya que esto no sea, este modo de imaginar tan
profundo causa daño sin remedio en la salud. Por eso haced este ejercicio
con todo el mayor sosiego que pudiérdes. Y con una simple atención que
tengáis a aquel paso que consideráis, fundaos más en el pensamiento
espiritual de la grandeza de quien padecía, y la bajeza vuestra, con otros
pensamientos devotos, que no en meter mucho vuestra ánima en la imaginación
y figura del Señor, no porque del todo lo debéis dejar, mas para que de tal
manera la imaginéis, que no la tengáis a la contina ni con pena fijada, mas
poquito a poquito, según que sin trabajo se os diere. Y para esto sirve
mucho tener algunas imágines de los pasos de la pasión, bien proporcionadas,
en las cuales miréis muchas veces, para que después, sin mucha pena, las
podáis vos sola imaginar. Y no sólo habéis de evitar este trabajo de la
cabeza y sienes, y pecho, en el imaginar, mas aun en el pensar. Porque
algunos piensan con tantos movimientos y trabajos que caen en daños de
cuerpo y grandes sequedades del ánima. Por tanto, quien quisiere acertar en
este negocio, fúndese principalmente en humillarse a Dios y llegarse a él
como un ignorante niño y humilde discípulo a su maestro, yendo más proveído
de sosegada atención para oír lo que le han de decir, que con lengua afilada
para hablar.
4. De Dios viene la fuerza del pensar
Pensad, pues, vuestros pensamientos, de arte que no os metáis tanto ni
pongáis tanta fuerza en ellos, que parezca que vos sola lo habéis de hacer;
mas así obrad vos vuestro ejercicio como que no sale de vos, sino que mana
de aquel Señor que os alienta el corazón para pensar. Y nunca de tal arte
penséis que perdáis la atención a lo que el Señor os quiere dar, teniendo
aquello por principal, y lo que vos pensáis por accesorio. Y, si esto no
pudiéredes hacer, y sintiéredes que la cabeza y lo que os he dicho siente
algún trabajo notable, no prosigáis adelante, mas sosegaos y quitad aquella
angustia de corazón; con entrañable sosiego y simplicidad humillaos a Dios,
para que de Él os venga la fuerza para pensar, sin que sea tan a vuestra
costa. Hasta que esta pena y angustia se os quite, no prosigáis, por no caer
en los males ya dichos. Y, si el Señor os hiciere merced de os dar este
sosiego de pensamientos interiores, y más entrañable devoción de lo que se
suele sentir con movimiento de la persona, y que os dure por muchos días, ya
podréis estar pensando muy largos ratos sin sentir pesadumbre; lo cual, todo
hallaréis, al contrario, si de otra manera pensáis. Y estad avisada que el
paso que en un día pensáredes no os contentéis con pensarlo aquel solo rato
del recogimiento, mas, en abriendo los ojos en la cama, acordaos de Él y
traedlo todo aquel día en vuestro corazón; y dígolo así, porque algunos
piensan el paso como si tuviesen a nuestro Señor dentro de sí, puestos los
pies dentro de su corazón, y reclinados como otra Magdalena, y ante ellos
hallan reposo. Y otros lo piensan fuera de sí, aunque cerca, mirando sus
pies, según hemos dicho. Lo que mejor cuadrare a uno por la experiencia,
aquello siga, con condición que el paradero del pensamiento devoto no sea
fuera de sí. Mas agora sea pensando, agora imaginando, agora mirando o
oyendo cualquier cosa de fuera, luego ha de recurrir al corazón, en el cual
ha de tener el hombre su aposento y ejercicio, estando recogido dentro de
sí, como abeja solícita que dentro de su corcho hace la miel.
5. Los que no son para oración mental
Cuando este ejercicio de pensamiento es más excelente, tanto es razón que
haya más aviso en él, porque no dañe con indiscreción; mas, quitadas las
espinas de los errores, se cojan los buenos frutos que suele dar. Y sea el
primer aviso, que hay muchas personas las cuales no conviene poner en este
ejercicio por muchas causas: una, por enfermedad corporal, especialmente de
la cabeza, porque, aunque a los muy ejercitados en tiempo de sanidad no les
sea penoso ejercitarlo, aun con indisposición corporal, mas a los
principiantes esles dañoso e imposible. Otros hay tan dados a ocupaciones
exteriores, que no las pueden dejar sin pecado, ni las vaga con ellas darse
al recogimiento ni es bien que se den. Otros tienen el ánima tan inquieta, y
del todo indevota y seca, que por mucho tiempo y cuidado que en el
recogimiento gasten, ninguna cosa aprovechan.
Deben éstos consolarse y saber que el espíritu del orar es dádiva de nuestro
Señor liberalmente dada a quien Él es servido, y pues a ellos no se la da,
débense contentar con rezar vocalmente algunas devociones o pasos de la
pasión. E yendo rezando, piensen, aunque brevemente, en aquel paso de que
rezan, y tengan alguna imagen devota a quien miren, y usen mucho el leer
libros devotos; porque muchas veces acaece que de estos escalones los suele
subir el Señor al ejercicio del pensamiento. Y, si no fuere servido,
conténtense con lo que les diere.
6. Ni sólo pensar pecados ni nunca mirarlos
Hay otros que están mucho tiempo de su vida ocupados en pensar los pecados
que han hecho, y nunca osan pensar en la pasión, o en otra cosa que les dé
algún consuelo. Los cuales no lo aciertan, según San Bernardo dice; porque,
aliende de levantarse tentaciones de andar mucho pensando los pecados
pasados, no se agrada nuestro Señor de que anden sus siervos en continua
tristeza y desmayo. El contrario de lo cual hacen otros que, el primer día
que comienzan a servir a Dios, olvidan sus pecados del todo, y con liviandad
de corazón se dan a pensamientos más altos que provechosos. A los cuales les
está cercana la caída como a casa sin edificio. Y, si después quieren tornar
a pensar cosas humildes, no aciertan ni pueden, por estar engolosinados en
cosas mayores, y ansí suelen quedar sin saber andar ni hablar. Por tanto,
conviene que a los principios nos ocupemos más en el pensamiento de nuestros
pecados que en otros por devotos que sean. Y después, poco a poco, vamos
aflojando en aquel pensamiento y creciendo en el de la pasión, aunque nunca
del todo debemos estar sin el uno o sin el otro. Otros hay que se suelen
quejar que ninguna puerta hallan para entrar en el pensamiento de la pasión,
y, si quieren porfiar en ello, sienten gran dureza en el corazón y gran
sequedad. Débeseles decir a éstos que no se lleguen a este pensamiento como
por fuerza y angustia de corazón, porque muchos con el apretamiento que en
sí mismos llevan, y afligimiento por sentir y llorar, cierran la puerta a
toda blandura y suavidad que del pensamiento de la pasión les puede venir;
mas, si llegándose con humildad y sosiego, todavía no fueren recebidos, no
se desconsuelen, mas lean alguna cosa sobre ello. Y si sintieren que en
buena gana piensan o hablan en devoción o en otra cosa, agora sea en
pensamiento de muerte, o de infierno o de cielo, o cualquier cosa, por chica
que sea, no la impidan ni la quiten de allí, mas entren por la puerta que
hallaren abierta, porque aquélla es por donde Dios les quiere meter.
7. No atarse demasiado a reglas y posturas del cuerpo
Y no hay cosa que más contraria sea a este ejercicio que, hallando el ánima
devoción y provecho en alguna parte, sacarla de allí y forzarla a que se
vaya a meter a donde no la convidan. Y por eso es muy loable cosa,
poniéndonos en nuestro ejercicio, ir con libertad y no estar atados a
nuestras reglas, ni estar congojosos en cómo pensaremos lo que deseamos;
mas, con tranquilidad y santo descuido, así pensar el paso que solemos que
no impidamos a la mano de Dios, si a otra parte nos quisiere llevar. Y lo
mismo se ha de entender de los que así toman a dientes el leer o el pensar
cierta cosa, que, aunque sienten mucha devoción en el principio de ella,
déjanla y piérdenla por acabar su tarea, sabiendo que el fin del leer o el
pensar al Señor, y cuando Él se comunica no hemos de dejar a Él por
proseguir nuestra obra. Y a este propósito hace el rigor que otros tienen en
estar hincados de rodillas todo el tiempo de este ejercicio, puesto caso que
su flaqueza sea tanta que no puedan tener atención a lo que hacen con el
trabajo del cuerpo. Los cuales deben saber que, aunque la oración tenga
alguna poca de pena, y se ofrezca en satisfacción de los pecados, no es éste
el principal fruto de ella, mas el menor, porque en comparación de la
lumbre, y del gusto y de las virtudes que en ella da Dios, muy pequeña es la
aflición y ejercicio del cuerpo, porque, como dice el Apóstol, tiene poco
provecho. Por tanto, de tal manera debe estar el cuerpo en tiempo de esta
meditación como la salud lo sufre, y como el ánima esté descansada para
vacar al Señor, mayormente si este tiempo es largo, de dos o tres horas,
como algunos lo usan, de los cuales muy pocos son los que pueden tener el
cuerpo penado, sin perder la atención que requiere este ejercicio. Y por
esto, por no perder la atención, tengan el cuerpo como más esté descansado.
También hay otros que se fatigan tanto en la cabeza que otra cosa no sacan
sino daño de ella y ceguedad en el corazón. Y han de saber que este negocio
más es dado que tomado, y que no en la cabeza, más en el corazón, ha de ser
el mayor ejercicio, haciendo allí centro y el nido de todo lo que hobiéremos
de recebir.
8. Devoción sensible
Y mírese mucho que, si en este corazón se levantaren movimientos hervorosos
de devoción sensual, o demasiados sollozos, que no se vaya la persona tras
ellos, mas debe disimularlos, y, recogiéndose en su ánima, débelos dejar
pasar como si no los tuviese, y guardar dentro de sí aquel pensamiento que
se los causó. Quiero decir que, quitando de sí los alborotos que causó la
carne, goce con el ánima en sosiego de la lumbre y devoción que Dios le dio.
Y de esta manera durarle ha mucho tiempo y será su consolación más de raíz y
entrañable, y no verná a dar muestras de si con gemidos, y otras veces con
gritos y con otras exteriores señales. Lo cual no se podrá evitar sin muy
gran trabajo, si una vez la persona se acostumbra a darse mucho a los dichos
movimientos y hervores sensuales; los cuales, cuanto más recios parecen de
fuera, tanto más suelen apagar la lumbre de dentro y ponerle impedimento que
no pase adelante. Heos querido dar estos avisos cerca de la oración, porque,
huyendo de los inconvenientes que os pueden acaecer, gocéis a vuestro salvo
de las muy grandes misericordias que Dios en ella suele hacer.
9. No dejar la oración por temor de los peligros
No seáis vos como algunos ignorantes que, por temor de los peligros que han
acaecido a los que por su soberbia, o grande ignorancia, han errado en el
camino del bien, no quieren servir a Dios ni tener oración, porque no les
acaezca lo que a los otros. No debe el hombre dejar de entender en otro
negocio, en que muchos han salido con ganancia, porque alguno, por su
propria culpa, salió de él con pérdida; mas la caída ajena le debe a él
hacer ser avisado, no para dejar el negocio, mas para entender en él con
mayor cautela. La Escriptura dice: Quita el orín de la plata y saldrá vaso
purísimo; y así debemos, con humildad y cautela, seguir el ejercicio de la
santa oracion, por lo cual tantos santos y amigos de Dios han sido
enriquecidos. Y no por el orín que algunos pocos indiscretos le pegaron,
arrojar de nos a él, y a ella. Que, si a eso mirásemos, en ninguna cosa
osaríamos entender corporal ni espiritual, pues en todas ha habido quien
yerre. Y por eso, no débense con vanos temores espantar los que quieren
seguir el camino de la oración, mas con caridad amonestados y con prudencia
avisados. Y más nos deben convidar a la seguir los muchos que en ella
aprovecharon que espantarnos los pocos que erraron.
10. Ejemplo de Cristo y de los santos
Notorio está cuán contino fue en Cristo el orar, y que se escribe en Él que
se le pasaba la noche en oración. Y como quien sabe el bien que en ella va,
nos amonesta muchas veces que oremos, y que siempre oremos. Y sus santos
apóstoles, especialmente San Pablo, nos amonesta orar en todo lugar, y su
discípulo San Dionisio. Y después todos los santos a una boca nos enseñan
esto mismo, y nos dan reglas y avisos de cómo hemos de entender en este
santo ejercicio. Y muchos de ellos cuentan, para nuestro ejemplo, las
grandes mercedes que Dios por este santo ejercicio les hizo. Entre los
cuales oí lo que el devoto San Buenaventura dice de la virtud de la oración,
que es inestimable y poderosa para alcanzar todas las cosas provechosas y
alanzar todas las dañosas: «Por tanto, si queréis sufrir con paciencia las
adversidades, sed hombre de oración; si queréis sobrepujar las tentaciones y
tribulaciones, sed hombre de oración; si queréis conocer las astucias de
Satanás y huir sus engaños, sed hombre de oración; si queréis vivir
alegremente en la obra de Dios y andar con fuerza el camino del trabajo y
aflición, sed hombre de oración; si queréis ejercitaros en la vida
espiritual, y no hacer caso de la carne en sus deseos, sed hombre de
oración; si queréis ahuyentar las moscas vanas de los pensamientos, sed
hombre de oración; si queréis engrosar vuestra ánima con santos pensamientos
y deseos, y hervores y devociones, sed hombre de oración; si queréis
establecer vuestro corazón en la voluntad de Dios en espíritu varonil y
propósito constante, sed hombre de oración. En conclusión, si queréis
extirpar los vicios, y ser lleno de virtudes, sed lleno de oración, porque
en ella se recibe la unción del Espíritu Santo, que enseña al ánima de todas
las cosas. Y si queréis huir a la contemplación, y gozar de las cosas del
esposo, sed hombre de oración, porque por el ejercicio de la oración van a
la contemplación y gusto de las cosas celestiales. ¿Veis de cuánto poder y
virtud sea la oración? Para confirmación de todo lo cual, dejadas las
probanzas de las escripturas, esto os sea suficiente prueba, que hemos oído
y vemos cada día por experiencia personas sin letras y simples haber
alcanzado estas cosas ya dichas, y otras mayores, por virtud de la oración.
Por tanto, mucho deben dar su ánima a la oración todos los que desean imitar
a Cristo, y mayormente los religiosos, los cuales han de tener mayor aparejo
para vacar a Dios. Por lo cual te amonesto y encomiendo estrechamente,
cuanto puedo, que tomes la oración por principal ejercicio tuyo. Y ninguna
otra cosa, sacados los cuidados necesarios, te deleite sino la oración;
porque ninguna cosa te debe tanto deleitarte como estar con el Señor, lo
cual se hace por la oración». Todo esto dice San Buenaventura, con el cual
concueran otros muchos en la alabanza de la oración, los cuales no relato
por ser cosa tan manifiesta, y porque para vos es demasiada, pues Dios os ha
hecho misericordia de enseñaros por experiencia cuánta sea la ganancia de
este santo ejercicio. Y pues San Hierónimo cuenta y alaba de Santa Paula,
viuda honesta, que estaba en oración desde que anochecía hasta que salía el
sol, muy más lo alabará en la doncella dedicada a Cristo, que tiene
particular obligación a más se comunicar con él, mediante la oración, pues
tiene entereza de cuerpo, y nombre de esposa.
11. No meterse en consideraciones altas
Estas consideraciones que habéis oído así del proprio conocimiento como del
conocimiento de Cristo deben ser de vos usadas más que ningunas, porque,
aunque haya otras más altas, son éstas más provechosas y más seguras y
manuales. Y es cosa delante de Dios agradable que, orando, nos pongamos en
el postrer lugar que es el conocimiento de nuestras llagas, o en el lugar de
nuestra medicina, que son las llagas de Cristo. Y no debemos temer de ser
bajos por ponernos en esta bajeza, porque cuando Dios es servido bien sabe
levantar de estos lugares al pobre a la alteza de los gozos de su divinidad.
Mas, así como se huelga de levantar al que está humillado a sus pies, así le
suele desagradar el desmesurado atrevimiento de los que se quieren meter en
consideraciones muy altas. A los cuales o se las concede para su mal,
siéndoles ocasión de soberbia o de error, en pena de su atrevimiento, o
usando con ellos de misericordia les reprehende blandamente, para que,
abajando sus alas, estén más seguros y dispuestos para volar cuando Dios los
llamare, y no por su propria presunción. De esta manera acaeció a la esposa
que con atrevido amor dice en los Cantares: Enséñame tú al que ama mi ánima,
adónde apacientas, y adónde te acuestas al mediodía. Quiere decir y pedir
que le sean demostrados los eternos y sobrelucientes pastos del cielo, en
los cuales el eterno Pastor Jesucristo, claro como el sol de mediodía,
apacienta sus bienaventuradas ovejas, demostrándoles claramente su haz así
como Él es. Mas esta petición no le es concedida por Dios, antes es
reprendida por él, dándole a entender que más razón es que le pida ser
enseñada adonde Cristo apacienta y acuesta, no al mediodía, sino a la tarde,
cuando haciéndose tinieblas en la universa tierra, porque se ponía el
verdadero sol, Cristo, enclavado en su cruz, como rey echado en su real
cama. En la cruz apacienta Cristo sus ovejas, y en la cruz veréis su cara no
resplandeciente, como el sol de mediodía, mas tan desfigurada que aún sus
conocientes tengan que hacer en conocerlo. Esta cama y pasto pedid que os
sea enseñada, que la otra su tiempo se tiene. Agora tiempo es de cruz y de
gustar el cáliz que el Señor bebió la noche de la pasión. Después será
tiempo de gozo, y de beber del cáliz de los celestiales deleites que
embriagan en el reino de Dios. Y no debemos de celebrar primero la fiesta
que la vigilia, ni el domingo que el viernes; mas, por el trabajo de nuestro
conocimiento y de la imitación de Jesucristo crucificado, hemos de pasar y
esperar la gloria eterna de su resurrección.
c) EXPOSICIÓN DE UN LUGAR DE LOS CANTARES
Y esto mismo nos es amonestado en los Cantares, que dicen así: Salid y mirad
hijas de Sión al rey Salomón con la guirnalda con que le coronó su madre en
el día del desposorio de él, y en el día de la alegría del corazón de él. En
ninguna parte de la Escriptura santa se lee que el rey Salomón fuese
coronado con guirnalda o corona de mano de su madre Bersabé en el día del
desposorio de él; y por eso según la historia no conviene al Salomón
pecador. Por fuerza, pues la Escriptura no puede faltar, lo hemos de
entender de otro Salomón verdadero, el cual es Cristo, y con mucha razón,
porque Salomón quiere decir pacífico; el cual nombre le fue puesto porque no
trajo guerras en su tiempo, como las trajo su padre David. Por lo cual quiso
Dios, que no David, varón de sangres, mas su pacífico hijo le edificase
aquel tan solmne templo en Hierusalem en que fuese Dios adorado. Pues, si
por ser pacífico Salomón en la paz mundana, que algunas veces los reyes,
aunque malos, la suelen en sus reinos tener, le fue puesto nombre de
pacífico, ¿con cuánta más razón le conviene a Cristo?, el cual hizo paz
entre Dios y los hombres, no sin su costa, mas cayendo sobre él la pena de
nuestros pecados que causaban la enemistad, e hizo paz entre los dos
contrarios pueblos, judíos y gentiles, quitando la pared de la enemistad que
estaba en medio, como dice San Pablo; conviene a saber, las cerimonias de la
vieja ley, y la idolatría de la gentilidad, para que unos y otros, dejadas
sus particularidades y ritos que de sus pasados traían, viniesen a una nueva
ley de debajo de una fe, y de un baptismo y de un Señor, esperando partir
una misma herencia, por ser todos hijos de un padre del cielo que los tornó
a engendrar otra vez por agua y Espíritu santo, con mayor ganancia y honra
que la primera vez fueron engendrados de sus padres de carne para miseria y
deshonra. Y estos bienes todos son por Jesucristo, pacificador de cielos y
tierra, y de los de lejos y cerca, y de un hombre dentro de sí mismo, do la
guerra es más trabajosa y la paz más deseada. Estas paces no las pudo hacer
Salomón, mas tuvo el nombre, en figura del verdadero pacificador. Así como
la paz de Salomón, que es temporal, tiene figura y es sombra de la
espiritual y que no tiene fin.
Pues, si bien os acordáis, esposa de Cristo, de lo que es razón que nunca os
olvidéis, la madre de este Salomón verdadero, que fue y es la bendita virgen
María, hallaréis haberlo coronado con guirnalda hermosa, dándole carne sin
ningún pecado en el día de la encarnación, que fué día de ayuntamiento y
desposorio del Verbo divino con aquella santa humanidad, y del Verbo hecho
hombre con su Iglesia, que somos nosotros, y de aquel sagrado vientre salió
Cristo como esposo que sale del tálamo. Y comenzó a correr su carrera como
fuerte gigante, tomando a pecho la obra de nuestra redempción, que fué la
más dificultosa que ha habido. Y, al fin de la carrera, en el día del
viernes santo, casóse con palabras de presente con esta su Iglesia, por
quien tanto había trabajado como otro Jacob por Raquel, porque entonces le
fue sacada de su costado, estando él durmiendo el sueño de muerte, a
semejanza de Eva sacada de Adán, que dormía. Y por esta obra tan excelente y
de tanto amor en aquel día obrada llama Cristo a este día mi día, cuando
dice en el Evangelio: Abraham, vuestro padre, se gozó para ver mi día; viólo
y gozóse. Lo cual fue, como dice Crisóstomo, cuando a Abraham fue revelada
la muerte de Cristo en semejanza de su hijo Isaac, que Dios le mandó
sacrificar en el monte de Sión. Y entonces vio este penoso día y gozóse.
Mas, ¿por qué se gozó? ¿Por ventura de los azotes, o tristezas o tormentos
de Cristo? Cierto es haber sido la tristeza de Cristo tanta que bastaba a
hacer entristecer de compasión a cualquiera por mucha alegría que tuviese.
Si no, díganlo sus tres amados apóstoles, a los cuales dijo: Triste es mi
ánima hasta la muerte. ¿Qué sintieron sus corazones al sonido de esta
palabra, la cual suele aún a los que de lejos la oyen lastimar su corazón
con agudo cuchillo de compasión? Pues sus azotes y tormentos y clavos y
cruz, fueron tan lastimeros, que, por duro que uno fuera, y los viera, se
moviera a compasión. Y aún no sé si los mismos que le atormentaban, viendo
su mansedumbre en el sufrir, y la crueldad de ellos en el herir, algún rato
se compadecían de quien tanto padecía por ellos, aunque ellos no lo sabían.
Pues, si los que a Cristo aborrecían pudieran ser entristecidos por ver sus
tormentos, si del todo piedras no fueran, ¿qué diremos de un hombre tan
amigo de Dios como era Abraham que se gozase de ver el día en que tanto pasó
Cristo?
Mas, porque de esto no nos maravillemos, oíd otra cosa más maravillosa, la
cual dicen las ya dichas palabras de los Cantares: que esta guirnalda le fue
puesta en el día de la alegría del corazón de él. ¿Cómo es aquesto? ¿Al día
de sus excesivos dolores, que lengua no hay que los pueda explicar, llama
día de alegría de él? Y no alegría fingida o de fuerza, mas dice: en el de
la alegría del corazón de él. ¡Oh alegría de los ángeles, y río del deleite
de ellos, en cuya cara ellos se desean mirar y de cuyas sobrepujantes ondas
ellos son envestidos viéndose dentro de ti, nadando en tu dulcedumbre tan
sobrada! ¿Y que se alegre tu corazón en el día de tus trabajos? ¿De qué te
alegras entre los azotes y clavos, y deshonras y muerte? ¿Por ventura no te
lastima? Lastímate, cierto, y más a ti que a otro ninguno, pues tu
complexión era más delicada que todas. Mas, porque lastiman más nuestras
lástimas, quieres sufrir de muy buena gana las tuyas por con aquellos
dolores quitar los nuestros. Tú eres el que dijiste a tus amados apóstoles
poco antes de la pasión: Con deseo deseado comeré esta pascua con vosotros
antes que padezca. Tú eres el que antes dijiste: Fuego viene a traer a la
tierra, ¿qué quiero sino que se encienda? Con baptismo tengo de ser
baptizado, ¡cómo vivo en estrechura hasta que se ponga en efeto! El fuego de
amor de ti, que en nosotros quieres que arda, hasta encendernos, abrasarnos
y quemarnos lo que somos, y transformarnos en ti, tú lo soplas con las
mercedes que en tu vida nos heciste. Y lo haces arder con la muerte que por
nosotros pasaste. ¿Y quién hobiera que te amara, si tú no murieras de amor
por dar vida a los que por no amarte están muertos? ¿Y quién será leño tan
húmedo y frío, que, viéndote a ti, árbol verde, del cual quien come vive,
ser encendido en la cruz y abrasado con fuego de tormentos que te daban, y
del amor con que tú padecías, no se encienda en amarte aún hasta la
muerte?¿Quién será tan porfiado, que se defienda de tu porfiada requesta, en
que tras nos anduviste desde que naciste del vientre de la Virgen y te tomó
en sus brazos y te reclinó en el pesebre, hasta que de las mismas manos y
brazos de ella te tomaron y fuiste encerrado en el santo sepulcro como en
otro vientre? Quemástete, porque no quedásemos fríos; lloraste, porque
riésemos; padeciste, porque descansemos, y fuiste baptizado en el
derramiento de tu sangre, porque nosotros fuésemos lavados de nuestras
maldades. Y dices Señor. ¡Cómo vivo en estrechura, hasta que esto baptisino
se acabe!, dando a entender cuán encendido deseo tenías de nuestro remedio,
aunque sabías que te había de costar la vida. Y como el esposo desea el día
de su desposorio, para gozarse, tú deseas el de tu pasión, para sacarnos con
tus penas de nuestros trabajos. Una hora, Señor, se te hacía mil años para
haber de morir por nosotros, teniendo tu vida por bien empleada en ponerla
por tus criados. Y pues lo que se desea atrae gozo, cuando es cumplido, no
es maravilla que se llame día de tu alegría el día de tu pasión, pues era
deseado por ti. Y aunque el dolor de aquel día fuese muy expresivo, de
manera que en tu persona se diga: ¡Oh vosotros, todos los que pasáis por el
camino, atended, y ved si hay dolor que se iguale con el mío, mas el amor
que en tu corazón ardía sin comparación era mayor, porque, si menester fuera
a nuestro provecho que tú pasaras mil tanto de lo que pasaste, y que
estuvieras enclavado en la cruz hasta que el mundo se acabara, con
determinación firme subiste en ella, para hacer y sufrir todo lo que para
nuestro remedio fuese necesario. De manera que más amaste que sufriste, y
más pudo tu amor que el desamor de los sayones que te atormentaban, y por
eso quedó vencedor tu amor, y, como llama viva, no se pudieron apagar los
ríos grandes y muchas pasiones que contra ti vinieron. Por lo cual, aunque
los tormentos te daban tristeza y dolor muy de verdad, tu amor se holgaba
del bien que de allí nos venía. Y por eso se llama día de alegría de tu
corazón.
Y este día vio Abraham, y se gozó, no porque le faltase compasión de tantos
dolores, mas porque veía que el mundo y él habían de ser redimidos por ello.
Pues en este día, salid, hijas de Sión -que son las ánimas que atalayan a
Dios por la fe-, a ver el pacífico rey, que son sus dolores, que va a hacer
la paz deseada; y miralde, pues, para mirar a Él os son dados los ojos. Y
entre todos sus atavíos de desposorio, que lleva, mirad a la guirnalda de
espinas que en su divina cabeza lleva, la cual, aunque la trajeron y se la
pusieron los caballeros de Pilato, que eran gentiles, dícese habérsela
puesto su madre, que es la sinagoga, de cuyo linaje Cristo descendió según
carne; porque por la acusación de la sinagoga, y por complacer a ella, fue
Cristo así atormentado. Y si alguno os dijere: «Nuevos atavíos de desposado
son éstos: por guirnalda, lastimera corona; por atavíos de pies y manos,
clavos agudos que se los traspasan y rompen; azotes por cinta; los cabellos
pegados y enrubiados con su propria sangre; la sagrada barba arrancada; las
mejillas bermejas con bofetadas; y la cama blanda, que a los desposados
suelen dar con muchos olores, tórnese en áspera cruz donde justiciaban los
malhechores. ¿Qué tiene que ver este abatimiento extremo con atavíos de
desposorio? ¿Qué tiene que ver acompañado de ladrones, con ser acompañado de
amigos, que se huelgan de honrar al nuevo desposado? ¿Qué fruto, qué música,
qué placeres vemos aquí, pues la madre y amigos del desposado comen dolores
y beben lágrimas, y los ángeles de la paz lloran amargamente, y no hay cosa
más lejos de desposorio, que todo lo que aquí parece?
Mas no es de maravillar tanta novedad, pues el desposado y el modo de
desposar todo es nuevo. Cristo es hombre nuevo, porque es sin pecado, y
porque es Dios y hombre, y despósase con nosotros, feos, pobres y llenos de
males, no para dejarnos en ellos, mas para matar nuestros males y darnos sus
bienes. Para lo cual convenía, según la ordenanza divina, que pagase Él por
nosotros, tomando nuestro lugar y semejanza, para, con aquella semejanza de
deudor, sin serlo, y con aquel duro castigo, sin haber hecho por qué, matase
nuestra fealdad y nos diese su hermosura y riquezas. Y porque ningún
desposado puede hacer a su esposa de mala, buena; ni de infernal, celestial;
ni de fea en el ánima, hermosa; por eso busca las esposas que sean buenas,
hermosas y ricas, y van, el día del desposorio, ataviados a gozar de los
bienes que ellas tienen, y que ellos no les dieron. Mas nuestro nuevo esposo
a ninguna ánima halla hermosa ni buena, si Él no la hace. Y lo que nosotros
le podemos dar, que es nuestro dote, es la deuda que debemos de nuestros
pecados. Y porque Él quiso abajarse a nosotros, tal le paramos, cuales
nosotros estábamos. Y tal nos paró cual Él es. Porque, destruyendo con
nuestra semejanza nuestro hombre viejo, nos puso su imagen de hombre nuevo y
celestial. Y esto obró Él con aquellos atavíos que parecen fealdad y
flaqueza y son altísima honra y grandeza, pues pudieron deshacer nuestros
muy antiguos y endurecidos pecados, y traernos la gracia y amistad del
Señor, que es lo más alto que se puede ganar. Este es el esposo, en que os
habéis de mirar, y muchas veces al día para hermosear lo que viéredes feo en
vuestra ánima. Y ésta es la señal puesta en alto, para que, de cualquier
víbora que seáis mordida, miréis aquí y recibáis la salud en sus llagas. Y
en cualquier bien que os viniere, miréis aquí, y os sea conservado, dando
gracias a este Señor, por cuyos trabajos nos vienen todos los bienes.
3. Con que ojos hemos de mirar los prójimos
a) CON OJOS QUE PASEN POR NOSOTROS
Pues ya habéis oído con qué ojos habéis de mirar a vos misma y a Cristo,
resta, para cumplimiento de la palabra del profeta que os dice: Ve, que
oyáis con qué ojos habéis de mirar a los prójimos, para que así de todas
partes tengáis luz y ningunas tinieblas os hallen. Y para esto habéis de
notar que aquél mira bien a sus prójimos, que los mira con ojos que pasen
por sí mismo y pasen por Cristo. Quiero decir: tiene un hombre trabajos,
cuanto a su cuerpo, o tristezas o ignorancias y flaquezas, cuanto a su
ánimo. Claro es que siente pena con el calor y frío, y le duele la
enfermedad y desea ser no despreciado ni desechado por sus flaquezas, mas
sufrido y remediado y aplacado. Pues de esto que pasa en él, así en sentir
los trabajos, como en desear remedio en ellos, aprenda y conozca lo que el
prójimo siente, pues es de la misma flaca naturaleza de Él. Y con aquella
compasión le mire y remedie y sufra, con que se mira a sí mismo y desea ser
de los otros mirado y remediado. Y así cumplirá lo que la Escriptura dice:
De ti mismo entiende las cosas que son de tu prójimo. Y haga con su prójimo
lo que quiere que se haga con Él; porque de otra manera, ¿qué cosa puede ser
más abominable que querer misericordia en sus yerros y venganza en los
ajenos? Querer que todos le sufran con mucha paciencia, pareciéndole sus
yerros pequeños, y no querer él sufrir a nadie, haciendo él de la pequeña
mota del ajeno defecto una gran viga? Hombre que todos quiere que miren por
él, y le consuelen, y él ser desabrido y descuidado para con los otros, no
merece llamarse hombre, pues no mira a los hombres con ojos humanos, que
deben de ser piadosos. La Escriptura dice: Tener peso y peso, medida y
medida, abominable es delante de Dios, a dar a entender que quien tiene una
medida grande para recebir, y otra pequeña para dar, que es desagradable
delante los ojos de Dios. Y su pena será que, pues él no mide a su prójimo
con la misericordia que quiere que midan a él, que le mida Dios a él con la
crueldad y estrecha medida con que él mide a su prójimo. Porque escripto
está: con la medida que midiéredes, seréis medidos. Y juicio sin
misericordia será hecho a quien no hiciere misericordia. Pues, doncella, en
cualquier cosa que en vuestro prójimo vierdes, ¿qué es lo que vos sentís, o
querríades que otros sintiesen de vos, acaeciendos a vos?, y con aquellos
ojos que pasan por vos compadeceos de él, y remedialdo en cuanto pudiéredes
y seréis medida de Dios con esta piadosa medida que vos midiéredes, y así
habréis sacado conocimiento del prójimo de vuestro proprio conocimiento, y
seréis piadosa con todos.
b) CON OJOS QUE PASEN POR CRISTO
1. Los prójimos son pedazos del Cuerpo de Cristo
Agora mirad cómo lo habéis de sacar del conocimiento de Cristo. Pensad con
cuánta misericordia se hizo hombre por amor de los hombres, con cuánto
cuidado procuró en toda su vida el bien de ellos; y con cuán excesivo amor y
dolor ofreció en la cruz su vida por la vida de ellos, y así como, mirándoos
a vos, mirastes a los prójimos con ojos humanos, así, mirando a Cristo, los
miraréis con ojos cristianos, quiero decir, con los ojos que Él los miró.
Porque, si Cristo en vos mora, sentiréis de ellos como Él sintió, y veréis
con cuánta razón sois vos obligada a sufrir y amar a los prójimos, a los
cuales Él amó y estimó como la cabeza ama su cuerpo, y el esposo ama a su
esposa, y como hermano a hermanos, y como amoroso padre a sus hijos.
Suplicad al Señor que os abra los ojos, para que veáis el encendido fuego de
amor que en su corazón ardía cuando subió en la cruz por el bien de todos,
chicos y grandes, buenos y malos, pasados y presentes y por venir. Y por los
mismos que le estaban crucificando. Y pensad que este amor no se le ha
resfriado, mas, si la primera muerte no bastara para nuestro remedio, con
aquel amor muriera ahora que entonces murió. Y como una sola vez se ofreció
al Padre en la cruz corporalmente por nuestro remedio, así muchas veces se
ofrece en la voluntad con el mismo amor. Decidme, ¿quién será aquel que
pueda ser cruel a los que Cristo es tan piadoso? ¿Cómo hallará puerta para
codiciar mal ni destruición al que ve que Dios le desea todo bien y
salvación? No se puede escribir ni decir el amor que se engendra en el
corazón del cristiano que mira a sus prójimos, no según lo de fuera así como
según riquezas, linaje o parentesco, o otras condiciones semejables, más
como unos entrañables pedazos del Cuerpo de Jesucristo, y como cosa
conjuntísima a Cristo, con todo linaje de parentesco y amistad. Porque, si
según dice el refrán: «Quien bien quiere a Beltrán, bien quiere a su can»,
¿cuánto os parece que querrá un amador de Cristo a su prójimo, viéndole
hecho cuerpo de Él, y que ha dicho el mesmo Señor, por su boca, que el bien
o el mal que al prójimo se hiciere, el mismo Señor lo recibe hecho a sí? Y
de aquí viene que conversa el cristiano con sus prójimos con tanto cuidado
de no los enojar, y tanta mansedumbre para los sufrir, que le parece que con
el mismo Cristo conversa. Y tiénese en su corazón por más esclavo de ellos y
más obligado al provecho de ellos, que si por gran suma de dineros fuera de
ellos comprado. Porque, mirando el precioso precio que Jesucristo dio por
él, derramando su bendita sangre, ofrécese todo en servicio de Cristo, sin
querer ser suyo en poco ni en mucho. Y tiene por muy gran merced poder en
algo emplearse en servicio de aqueste Señor. Y como oye de la boca de él que
los prójimos son su esposa y hermanos, y entrañablemente amados de él,
ocúpase con grande alegría en provecho de ellos por él, pareciéndole el
trabajo pequeño y los años breves por la grandeza del amor, y trayendo a la
contina en su corazón lo que el Señor amoroso tan estrechamente mandó,
cuando dijo: Mi mandamiento es aqueste, que os améis unos a otros como yo os
ame.
2. El amor del Señor en los prójimos se paga
Y añadid a esto otros ojos con que habéis de mirar a los prójimos. Y sabed,
que aunque por una parte sea gran verdad que de los bienes que el Señor hace
a uno no quiera ni espere el Señor interese proprio, mas todo lo que da es
para gracia y merced; mas, mirando por otra parte, ninguna cosa da de la
cual no quiera retorno, no para sí, mas para los prójimos. Así, como, si un
hombre hobiese prestado a otro muchos dineros, y héchole otras muchas buenas
obras, y le dijese: «De todo esto que por vos he hecho, yo no tengo
necesidad de vuestra paga; mas todo el derecho que contra vos tenía, lo cedo
y traspaso en la persona de hulano que es necesitada; pagalde a él el
agradecimiento y amor y deudas que a mí me debéis, y con ello me doy yo por
pagado, porque con esa intención hice con vos lo que hice». De esta arte
entre el cristiano en cuenta con Dios, y mire lo que de él ha recebido, así
en los trabajos y muerte que el Hijo de Dios pasó por él, como en las
misericordias que después de criado le ha hecho, no castigándole por sus
pecados, no desechándole por sus enfermedades, esperándole a penitencia, y
perdonándole cuantas veces ha pedido perdón, dándole bienes en lugar de
males, con otras innumerables mercedes, que no se pueden contar. Y piense
que esta amorosa contratación de Dios con él, le ha de ser un dechado y
regla para la conversación que él ha de tener con su prójimo. Y que el
intento con que Dios ha obrado con él tantas mercedes es para darle a
entender que, aunque el prójimo no merezca por sí ser sufrido, ni amado, ni
remediado, quiere Dios hacelle gracia de todas estas obligaciones que tiene
contra el que recibió las mercedes, para que el bien que el prójimo por sí
no merece, le sea concedido por lo que se debía a Dios. Y se conozca por
obligado y esclavo de los otros, mirando a Dios, el que, mirando a ellos, se
hallaba no deber nada; y tema mucho no sea en algo cruel o desamorado con
los prójimos porque Dios no lo sea para con él, quitándole los bienes
recebidos y castigándole como a desagradecido del perdón de los males
pasados, así como lo hizo con aquel mal siervo que, habiendo recibido de su
Señor perdón de diez mil talentos, fue cruel para con su prójimo,
encarcelándole porque le debía cien maravedís. Y oyó de la boca de su Señor
palabras de grandísima ira con que le dijo: Siervo malo, perdonéte toda la
deuda que me debías, porque rogaste, ¿pues no fuera razón que hobieras tú
misericordia de tu prójimo, como yo la hube de ti? Y airado el Señor
entrególe a los atormentadores, hasta que le pagase toda la deuda que le
había perdonado. Considerad, pues, a vos, y considerad a Cristo y los bienes
de él recebidos, y engendrarse ha en vuestro corazón un limpio y fortísimo
amor con todos los prójimos, que ningún trabajo que por ellos pasáredes, y
ningunos males que ellos os hagan, os lo puedan quitar; mas, ardiendo este
amor como viva llama, vencerá siempre los males que hicieren con bienes que
él haga. Y mirando que no los amáis por ellos, no los dejaréis de amar por
las malas obras de ellos; mas considerando a Cristo en ellos, aunque os
veáis desechada, no os airaréis; aunque recibáis mal por bien, no os
enojaréis, porque los ojos que ternéis puestos en Cristo, por cuyo amor los
amáis, os darán tanta luz que en ninguna cosa que los prójimos hagan
sentiréis tropiezo.
Y éste es el amor y el respeto que a los prójimos habéis de tener, fundado
en vos y fundado en Cristo. Y el que de estas fuentes no nace es muy flaco y
luego se causa. Y como casa edificada sobre movediza arena a cualquier
combate y ocasión da consigo en el suelo.
III. Et inclina aurem tuam
Tercera palabra. Como hemos de inclinar nuestras orejas y de las malas
revelaciones del demonio
Es tanta la alteza de las cosas de Dios y tan baja nuestra razón, y fácil de
ser engañada, que para seguridad y salvación nuestra, ordenó Dios salvarnos
por fe, y no por nuestro saber. Lo cual no hizo sin muy justa causa, porque,
pues el mundo, como dice San Pablo, no conoció a Dios en sabiduría, antes
desatinaron los hombres en diversos errores, atribuyendo la gloria de Dios
al sol y luna y otras criaturas. Y otros ya que conocieron a Dios por rastro
de las criaturas, tomaron tanta soberbia de su rastrear y conocer cosa tan
alta, que les fue quitada esta luz por su soberbia, que el Señor por su
bondad les había dado; y así cayeron en tinieblas de idolatría y de
muchedumbre de otros pecados, como habían caído los que no conocieron a
Dios, por lo cual así como los ángeles malos, después que pecaron, no
consitió Dios, como quien queda escarmentado, que hobiese en el cielo
criatura que pudiese pecar, así viendo cuán mal las se aprovecharon los
hombres de su razón, no quiso dejar en manos de ella el conocimiento de él y
salvación de ellos, mas antes, como dice San Pablo, quiso que por la
predicación de lo que la razón no alcanza, hacer salvos no a los
escudriñadores, mas a los sencillos creyentes, por lo cual después de
habernos el Espíritu Santo amonestado las dos ya dichas palabras, oye y ve,
luego nos amonesta la tercera que dice: Inclina tu oreja.
A) Positivamente
1. A la palabra de Dios: «toda la Sagrada Escritura»
En la cual nos da a entender que debemos profundamente sujetar nuestra
razón, y no estar yertos en ella, si queremos que el oír y ver no nos sea
ocasión de perdición. Porque es cierto que muchos han oído palabras de Dios,
y han tenido claros entendimientos de cosas sutiles y altas, y porque se
arrimaron más a la vista que a inclinar la oreja, tornóseles la luz en
ceguedad y tropezaron en luz de mediodía como si fuera tinieblas. Por eso,
ánima, que no queréis errar en el camino del cielo, inclinad vuestra oreja,
quiero decir, vuestra razón, y no tengáis temor de ser engañada. Inclinada a
la palabra de Dios, que está dicha en toda la sagrada Escriptura, y, si no
la entendiérdes, y os pareciere que va contra vuestra razón, no penséis que
erró el Espíritu Santo que la dijo; mas sujetadle vuestro entendimiento, y
creed que por la grandeza de ella vos no la podéis alcanzar. Y mirad que
manda Dios por el profeta Esaías que nuestro recurso sea a su santa
Escriptura; y que a los que no hallaren según ella, no les nacerá la luz de
la mañana. Porque aunque en otras cosas puedan ser sabios sin tener ciencia
de ella, mas tener conocimiento de Dios y de lo que cumple a nuestra salud,
no se alcanza sino por sabiduría de la palabra de Dios.
Y habéis de mirar que la exposición de esta Escriptura no ha de ser por seso
o ingenio de cada cual, que de esta manera qué cosa habría más incierta que
ella, pues comúnmente suele haber tantos sentidos cuantas cabezas, mas ha de
ser por la determinación de la Iglesia católica, a interpretación de los
santos de ella, en los cuales habló el mismo Espíritu Santo, declarando la
Escriptura que habló en los mismos que la escribieron. Porque de otra
manera, ¿cómo se puede bien declarar con espíritu humano lo que habló el
Espíritu divino? Pues que cada Escriptura se ha de leer y declarar con el
mismo espíritu con que fue hecha. Y aunque a toda la Escriptura de Dios
hayáis de inclinar vuestra oreja con muy gran reverencia, mas inclinalda con
muy mayor y particular devoción y humildad a las benditas palabras del Verbo
de Dios hecho carne, abriendo vuestras orejas del cuerpo y del ánima a
cualquier palabra de este Señor, particularmente dado a nosotros por
maestro, por voz del eterno Padre que dijo: Este es mi amado Hijo en el cual
me he aplacido, a él oíd. Sed estudiosa de leer y oír con atención y deseo
de aprovechar estas palabras de Jesucristo. E sin duda hallaréis en ellas
una excelente eficacia que obre en vuestra ánima, la cual no la hallaréis en
todas, las otras que desde el principio del mundo Dios ha hablado ni ha de
hablar hasta el fin de él.
2. A la enseñanza de la Iglesia católica, cuya cabeza es el Papa
Ítem, inclinad vuestra oreja a la determinación y enseñanza de la Iglesia
católica, cuya cabeza en la tierra es el Pontífice romano. Y tened por
cierto, como San Hierónimo dice, que cualquiera persona que fuera de esta
obediencia y creencia comiere el cordero de Dios, profano es. Y quienquiera
que fuere hallado fuera de esta Iglesia, necesariamente ha de perecer, como
los que no entraron en el arca de Noé fueron ahogados en el diluvio. Y
contra esta Iglesia no os mueva revelación ni sentimiento de espíritu, ni
otra cosa mayor o menor, aunque viniese ángel del cielo a lo decir, porque
como dice San Pablo, esta Iglesia es columna y firmamento de la verdad, y
mora en ella el Espíritu Santo, que ni engaña ni puede ser engañado.
Por tanto nos os muevan doctrinas de herejes pasados, o presentes, o por
venir, los cuales desamparados de las manos de Dios, en pena de su soberbia,
siguen luz falsa, creyendo que es verdadera, y, perdiéndose ellos, son causa
de perdición de cuantos los siguen. Mirad en lo que han parado los que se
apartaron de la creencia de esta Iglesia católica y cómo fueron semejables a
un ruido de viento que presto se pasa y presto se olvida; y cómo la firmeza
de nuestra fe ha quedado por vencedora, y aunque combatida, nunca vencida,
por estar firmada sobre firme piedra, contra la cual ni lluvias, ni vientos,
ni ríos, ni las puertas del infierno pueden prevalecer. Cerrad vuestras
orejas a toda la dotrina ajena de la Iglesia y según la creencia usada y
guardada de tanta muchedumbre de años, pues sabéis de cierto que en ella han
sido salvados y santos grandísima muchedumbre de gente. Porque no veo cosa
de mayor locura que dejar un camino, del cual está cierto que los que por él
han caminado han sido sabios, y han agradado a Dios, y han ido al cielo, por
seguir a unos menores que éstos sin comparación en todas estas cosas, y
solamente mayores en la soberbia y desvergüenza de querer ser más creídos,
sin prueba ninguna, que la muchedumbre de los pasados, que tuvieron divinal
sabiduría, y excelentísima vida, y muchedumbre de grandes milagros. Esperad
un poco y veréis el fin de los malos, y como los vomitará Dios con extrema
deshonra, declarando el error de ellos, como lo hizo de los pasados y pues
esto es así, para que estéis segura de estos engaños, tomad el consejo de
esta dicha palabra: Inclina tu oreja, y sabed que, aunque es grande la
obediencia que Dios nos pide en nuestra voluntad, pues quiere que ninguna
cosa amemos sino a Él, o por Él, mas muy mayor sin comparación es la que nos
demanda en nuestro entender mandándonos que, hollada nuestra razón, nos
sujetemos a creencia de lo que ella no alcanza. Y esto, para que merezcamos
ver claramente a Dios en el cielo como Él es, pues le creímos en sus
palabras a la Iglesia, aunque nuestra razón no le alcanzase acá en el suelo,
y para esta firme y bienaventurada creencia no hay cosa que tan contraria
sea como tener entendimiento escudriñador, inquieto, dado a argumentos y
razones, y ajeno de simplicidad y humildad, y que quiere tantear las
inefables cosas de Dios y de su camino con la poquedad de su rastrear. Y
acaece a éstos lo que a los que miran de hito al sol en su luz, los cuales
no sólo no ven más que antes, mas menos. Tornáseles la luz tinieblas, no en
ella, mas en los ojos de ellos, por ser tan flacos para mirar tan excesiva
copia de luz, lo cual dice así la Escriptura: El escudriñador de la Majestad
será oprimido con la gloria, como si dijese: «El que no se sujeta a creer
las cosas de Dios, mas quiere por escudriño entenderlas, será derribado como
con peso incomportable, con la altísima gloria que quiere decir claridad que
tienen las cosas de Dios que él escudriña; y será rechazado su
entendimiento, y cegado, por el sumo exceso que hay de él a la alteza de las
cosas de Dios. Y así, en lugar de la luz que buscaba, saca tinieblas, y en
lugar de ir satisfecho y con sosiego del ánima, saca inquietud, porque no se
queriendo llegar a Dios con sencilleza y humildad de niño, no se le comunica
el Espíritu Santo, que a solos los humildes se da. Y sin él por fuerza ha de
quedar el ánima fría, inquieta, llena de dudas, y en hambre continua,
diciendo después que muchos trabajos aquella voz de filósofos cansados de su
curiosidad y vacío de contentamiento: «Esto sólo sabemos, que ninguna cosa
sabemos».
Quien quisiere, pues, nadar sin ser ahogado en el abismo de las cosas de
Dios, no ha menester dos ojos y dos orejas, mas uno. Acordaos como lo dice
el esposo a la esposa en los Cantares: Heriste mi corazón, hermana mía,
esposa, en uno de tus ojos, y mirad también que en la palabra que estamos
declarando no dice el Espíritu Santo: Inclina tus orejas, sino: Inclina tu
oreja, porque no con ojo de nuestra razón, mas con ojo de fe herimos de amor
al corazón de Jesucristo nuestro Señor. Y no nos pide la oreja que escudriña
y tantea lo que le dicen, mas la que cree con sinceridad; porque la otra no
es oreja de quien quiere aprender, mas de quien se tiene por sabio aún para
con Dios, no queriendo creer de Él sino lo que alcanza su ciega razón. Y
aunque parece que esta oreja oye, no se inclina, pues no quiere creer lo que
no entiende. Y así quédase pobre, porque, faltando la fe, ningún bien le
puede dar, mas la que se inclina es enriquecida de Dios con darle su
espíritu y otras innumerables mercedes que tras las humildad de fe suelen
venir, con las cuales queda el ánima hermoseada en su corazón y en sus
obras, a semejanza de Rebeca, hermosa doncella, a la cual le fue dado de
parte de Isaac ajorcas para las manos y zarcillos para la oreja. Y, porque
nos fuese más y más encomendada esta sencilla sujeción del entendimiento a
las cosas de Dios, no se contentó el Espíritu Santo: Oye hija, que bien
entendido quiere decir: Cree, mas añade la tercera palabra diciendo: Inclina
tu oreja; para que sepan los hombres que, pues Dios no habla palabras
ociosas, en decir tantas veces una misma cosa por diversas palabras, nos
quiere muy de verdad encomendar este sencillo y humilde creer y decir que
consiste en ello nuestra salud.
B) Negativamente
1. Malas revelaciones del demonio
No es razón que pase aquí sin avisaros de un peligro que a los que caminan
el camino de Dios acaece, y a muchos ha derribado. El principal remedio del
cual, consiste en el aviso que el Espíritu Santo nos dio, mediante aquesta
palabra que dice: Inclina tu oreja. Y este peligro es ofrecerse a alguna
persona devota revelaciones o visiones, o otros sentimientos espirituales;
los cuales muchas veces, permitiéndolo Dios, trae el demonio para dos cosas:
una, para, con aquellos engaños, quitar el crédito de las verdaderas
revelaciones de Dios, como también ha procurado falsos milagros para quitar
el crédito de los verdaderos; otra, para engañar a la tal persona debajo de
especie de bien, ya que por otra parte no pueda. Muchos de los cuales leemos
en los tiempos pasados, y muchos hemos visto en los presentes, los cuales
deben poner escarmiento y dar aviso a cualquiera persona deseosa de su
salud, a no ser fácil en creer estas cosas, pues los mismos que tanto
crédito primero les daban, dejaron y avisaron, después de haber sido libres
de aquellos engaños, que se guardasen los otros de caer en ellos.
a) ENGAÑOS PASADOS
Gersón cuenta haber acaecido en su tiempo muchos engaños de aquesto. Y dice
haber sabido de muchos que decían y tenían por muy cierto haberles revelado
Dios que habían de ser papas, y alguno de ellos lo escribió así, y por
conjeturas y otras pruebas afirmaban ser verdad. Y otro, teniendo el mismo
crédito que había de ser papa, después se le asentó en el corazón que había
de ser anticristo, o a lo menos mensajero, y después fue gravemente tentando
de matarse él mismo, por no traer tanto daño al pueblo cristiano, hasta que
por la misericordia de Dios fue sacado de todos estos engaños, y los dejó,
enseñándolo para cautela y enseñanza de todos.
b) ENGAÑOS DE ESTOS TIEMPOS
No han faltado en nuestros tiempos personas que han tenido por cierto que
ellos habían de reformar la Iglesia cristiana, y traerla a la perfección que
en su principio tuvo, o a otra mayor. Y el haberse muerto sin hacerlo, ha
sido suficiente prueba de su engañado corazón, y que les fuera mejor haber
entendido en su propria reformación que con la gracia de Dios les fuera
ligera, que, olvidando sus proprias conciencias, poner los ojos de su
vanidad en cosa que Dios no la quería hacer por medio de ellos.
Otros han querido buscar sendas nuevas, que les parecía muy breve atajo para
llegar presto a Dios. Parecíales que, dándose una vez perfectamente a Él, y
dejándose en sus manos, eran tanto amados de Dios, y regidos por el Espíritu
Santo, que todo lo que a su corazón venía no era otra cosa sino lumbre e
instinto de Dios. Y llegó a tanto este engaño que, si aqueste movimiento
interior no les venía, no habían de moverse a hacer obra, por buena que
fuese. Y si les movía el corazón a hacer alguna obra, la habían de hacer,
aunque fuese contra el mandamiento de Dios, creyendo que aquella gana que en
su corazón sentían era instinto y libertad del Espíritu Santo que los
libertaba de toda obligación de mandamiento de Dios, al cual decían que
amaban tan de verdad que, aún quebrantando sus mandamientos, no perdían su
amor. Y no miraban que predicó el Hijo de Dios, por su boca lo contrario de
esto, diciendo: Si alguno me ama guardará mi palabra. Y el que tiene mis
mandamientos y los guarda, aquel es el que ama, dando claramente a entender,
que quien no guarda sus palabras, no tiene su amor ni amistad, porque, como
dice San Augustín: «No puede uno amar al rey, cuyo mandamiento aborrece».
Y lo que el Apóstol dice, que al justo no le es impuesta ley y que, donde
está el Espíritu del Señor, allí hay libertad, no se ha de entender que el
Espíritu Santo haga a ninguno, por justo que sea, libertado de la guarda de
los mandamientos de Dios, mas antes, cuanto más se les comunica, más amor
les pone, y, creciendo el amor, crece el cuidado y gana de guardar más y más
las palabras de Dios, más amado: Si no que, como este Espíritu sea
eficacísimo y haga el hombre verdadero y ferviente amador, pónele tal
disposición en el ánimo que no le es pesada la guarda de los mandamientos de
Dios, antes muy fácil, y tan sabrosa que diga David: Cuán dulces son para mi
garganta tus palabras, más que la miel para mi boca. Porque, como este
Espíritu ponga perfectísima conformidad en la voluntad del hombre con la
voluntad de Dios, haciéndole que sea un espíritu con él que quiere decir,
tener un querer y no querer, necesariamente ha de ser al hombre sabrosa la
guarda de la voluntad de Dios, tanto que si la misma ley de Dios se
perdiese, se hallaría escripta por el Espíritu Santo en la voluntad del tal
hombre, pues está conforme con la voluntad de Dios, que hizo la ley.
Y como sea fácil y dulce uno obrar lo que ama, de ahí es que quien aqueste
Espíritu de Dios, que hace libre tiene en abundancia, obra tan sin
pesadumbre y sin captiverio que, aunque no hobiese infierno que amenazase ni
paraíso que convidase, ni mandamiento que constriñese, obraría por sólo el
amor de la voluntad de Dios lo que obra; y todo lo que sufriese le sería
agradable; como un amoroso hijo reverencia y ama a su padre, y cumple sus
palabras, por sólo el amor libre que del filial parentesco se causa en su
corazón, sin mirar a otra. Pues como el Espíritu de Dios obró en el corazón
del hombre para con Dios lo que la generación humana en el corazón del hijo
para con su padre, hácele obrar por puro amor, sin que ninguna cosa le sea
carga. Y tras este perfeto amor viene perfeto aborrecimiento de todo pecado,
y viene la perfeta confianza, que quita toda tristeza y temor. Y quitándole
del corazón maldad y temor, quítale toda pesadumbre y hácele libre de toda
carga; sufre los trabajos no sólo con paciencia, mas con alegría. Y porque
ninguna cosa tiene sobre su cuello que se le apegue, dícese no ser esclavo,
mas libre, que obra por puro amor, y no forzado por las promesas o amenazas
de la ley. Y por eso dice que no le es puesta ley; porque, aunque la guarda,
no siente aquella pena con ella que suelen sentir los que hallan su corazón
contrario a la ley, los cuales obran no por amor ni con delites, mas
apremiados y compelidos con el temor de la ley. De manera que, aunque al
justo lo es puesta ley, y es obligado a guardarla, se dice no le ser puesta
por el espíritu que le da, y el amor que liberta, no de la guarda de ella,
mas de la carga de ella, que hace que no esté él debajo de ella como caído y
entristecido y atemorizado, mas encima de ella, sintiendo su corazón tan
lleno de amor que le hace obrar con deleite lo que ella manda con majestad.
No porque es mandado con imperio cargoso, sino porque obrada a Dios
entrañablemente amado. Por el cual aun haría hombre más de lo que la ley
manda, si menester fuese, ardiendo con mayor fuego que el que la misma ley
pone. Y así no está justo debajo de ley, haciéndosele de mal lo que ella
manda, mas está encima de ella, porque se deleita en el cumplimiento de
ella. Y cuanto tiene de amor, tanto tiene de libertad.
Y así se ha de entender lo que dice el apóstol: Si sois llevados por el
espíritu, no estáis debajo de ley. Como si dijese. El espíritu hace que no
os tenga apremiados ni derribados la ley como con peso. Y por eso se dice
este espíritu hacer libres, porque quita la gana del pecar, y la pesadumbre
de la ley, y las tristezas y congojas que suelen dar los trabajos, y hace
robustos y fuertes contra el pecado, y amorosos para con la ley, y gozosos
en los trabajos, mas no quebrantadores de los mandamientos de Dios, antes en
esto más servidores, porque más amadores; y en quebrándose uno de los
mandamientos de Dios, este espíritu se va luego, según está escripto, que se
aparta de los pensamientos que son sin entendimiento, y será echado del
ánima, por venir a ella la maldad. No diga, pues, nadie quebrantando
mandamiento de Dios, que sea justo o libre con el amor de Dios; porque, como
no hay participación de luz en tinieblas así no la hay entre Dios y el que
peca, según está escripto, que es aborrecible a Dios el malo y su maldad.
c) REGLAS PARA NO ENGAÑARSE
Heos querido dar cuenta de este tan ciego error, como poniéndoos ejemplo por
donde saquéis otros muchos tan torpes y más que aqueste, en los cuales han
caído en tiempos pasados y presentes los que han querido dar crédito
ligeramente a lo que sentían en su corazón, creyendo ser todo de Dios, y
porque vuestra ánima no sea una de aquestas, notaréis las reglas siguientes,
pidiendo a nuestro Señor que él, mediante ellas, os libre de lazo tan
peligroso.
1. No desear revelaciones
Sea la primera, que tengáis mucho aviso de no consentir poco ni mucho vivir
en vos el deseo de visiones o revelaciones, o cosas semejantes; porque es
señal de soberbia o curiosidad peligrosa. De lo cual San Augustín fue en
algún tiempo tentado, y suplicaba con mucha instancia a nuestro Señor no le
dejase consentir en ello; cuyas palabras son éstas: «¡Con cuántas artes de
tentaciones trabajó conmigo el demonio porque pidiese a ti, Señor, algún
milagro!; más ruégote, por amor de nuestro rey Jesucristo, y por nuestra
ciudad Jerusalén, la del cielo, que es casta y sencilla, que así como está
lejos de mí el consentimiento de aquesta tentación, así lo esté siempre más
y más lejos». Y San Buenaventura dice que muchos han sido derribados en
muchas locuras y errores por el deseo de aquestas cosas, y dice que antes
deben ser temidos que deseados.
2. No ensoberbecerse, si se tienen
Y si, sin quererlas vos, os vinieren, no os alegréis vanamente, ni les deis
luego crédito, mas recorred luego a nuestro Señor suplicándole que no sea
servido de llevaros por este camino, pues hay otros muchos más dignos a
quien puede su Majestad tomar por instrumentos para estas cosas, y a vos que
os deje obrar vuestra salud en humildad, que es camino seguro. Especialmente
habéis de mirar aquesto cuanto la revelación o instinto interior os
convidare a reprehender, o avisar de alguna cosa secreta a tercera persona,
cuanto más, si es sacerdote, o perlado, o semejante persona; desechar muy de
corazón estas cosas, y decir como dijo Moisén: Suplícote Señor, envíes el
que has de enviar. Y como Jeremías decía: Mochacho soy, Señor, y no sé
hablar, teniéndose entrambos por insuficientes, y huyendo de ser enviados a
corregir y avisar a los otros.
Y no temáis que por esta resistencia humilde se enojará o ausentará nuestro
Señor, antes se acercará más, y lo aclarará más, pues que quien da su gracia
a los humildes, no la quitará a que ya ha dado a los que lo son. De San
Ambrosio leemos que, apareciéndole ciertas noches la figura de San Pablo, y
de Gamaliel no dio crédito que aquello fuese de parte de Dios; mas suplicóle
muchas veces, que, si era alguna ilusión del demonio, él la hiciese huir, y,
si era cosa buena, él la aclarase. Mas, para que diese crédito a cosa
cierta, y no estuviese penado cada duda, y acrecentando él los ayunos y
oraciones, certificóle nuestro Señor que aquella visión no era engaño, mas
cosa de él. Y entonces se aseguró. De un padre del yermo leemos que,
apareciéndole uno en figura del crucifijo, no solo no lo quiso adorar ni
creer, mas cerrados los ojos, dijo: «No quiero ver en este mundo a
Jesucristo, que abástame que lo vea en el cielo». Con la cual repuesta huyó
el demonio, que con figura ajena quería engañar al ermitaño. Otro padre
respondió a uno que decía ser el ángel enviado a él de parte de Dios: «Yo no
he menester ni soy digno de mensajes de ángeles; por eso mira a quien te
enviaron, que no es posible que te enviaron a mí, ni te quiero oír». Y así
con esta humilde respuesta huyó el demonio soberbio.
Y por esta vía de humildad, y de desechar de corazón estas cosas, han sido
muchas personas libres por la mano de Dios de muy grandes lazos que por esta
vía el demonio les tenía armados, probando en sí mismos lo que dice David:
El Señor guarda a los pequeñuelos, humilléme yo, y libróme Él. Y en otra
parte dice: Él me libró del lazo de los cazadores; y, por el contrario,
hallando la falsa revelación o instinto del demonio, algún aplacimiento
liviano en el corazón de quien le recibe, prende allí y toma fuerzas para
del todo engañar, permitiéndolo Dios no sin justo juicio. Porque, como dice
San Augustín, la soberbia merece ser engañada. Estad, pues, tan limpio de
aqueste aplacimiento, y de pensar que sois algo para aquestas revelaciones,
que se mude vuestro corazón del lugar humilde en que antes estaba debajo del
temor santo de Dios. Y así os habed en ellas como si no os hobieran venido,
esperando la voluntad y mandamiento del Señor en todas las cosas, el cual
aclare a lo que cerca de ellas habéis de tener y a que estéis libres del
deseo curioso de aquestas cosas.
3. No darles crédito fácilmente
Resta deciros en esto tres reglas cómo se conocerá ser un espíritu de
revelación bueno o malo. La cual cuestión no sabría decir si es más
necesaria que dificultosa de saber. Porque, si al Espíritu bueno de Dios
tenemos por espíritu malo del demonio, ¿qué blasfemia puede ser peor y en
qué diferimos de los miserables fariseos contraditores de la verdad de Dios,
que atribuyen al espíritu malo las obras que Jesucristo nuestro Redemptor
hacía por el Espíritu Santo? Y, si con facilidad de creencia aceptamos el
instinto al espíritu malo por cosa del Espíritu Santo, ¿qué mayor mal que de
éstos, que seguir las tinieblas por luz, y el engaño por verdad, y lo que
peor es al demonio por Dios? En entrambas partes hay peligro grande, o
teniendo a Dios por demonio o al demonio por Dios. Y cuán gran necesidad
haya de saber distinguir y estimar cada cosa de éstas en lo que ella es,
ninguno hay, por ciego que sea, que no lo vea. Mas cuán clara está la
necesidad, tan ascondida y dificultosa está la certificación y lumbre de
aquesta duda. Y así como no es de todos profetizar o hacer milagros, con
otras semejantes gracias, sino de aquellos a quien el Espíritu Santo por su
voluntad las reparte, así como no es dado al espíritu humano, por sabio que
sea, juzgar con certidumbre y verdad la diferencia de los espíritus, si no
fuese alguna cosa muy clara contra la Escriptura o Iglesia de Dios.
Necesaria es en todo caso lumbre del Espíritu Santo, que se llama discreción
de espíritu, con la cual entrañable inspiración y alumbramiento se hace huir
todo error, y opinión y duda. Y juzga el hombre, que este don tiene, cuál es
el espíritu de verdad o de mentira, sin error. Y si nuestro Señor os ha dado
este don, excusado es daros otra enseñanza más; sino, para alguna ayuda de
aquesta cosa tan alta, miraréis los siguientes avisos, sacados de las
palabras de Dios, y de sus santos.
2. Avisos de discreción de espíritus aviso primero para conocer las
revelaciones
a) CONFORMIDAD CON LA SAGRADA ESCRITURA
Sea el primero, que la tal revelación o espíritu no venga sola, mas
acompañada de la Escriptura de Dios, contenida en el Viejo y Nuevo
Testamento, y nuevas cosas conformes a la enseñanza y vida de Cristo y de
los santos pasados.
De esta manera leemos que, cuando apareció Cristo en el monte Tabor, no fue
solo, mas con copia de abonados testigos. No porque Él los hobiese menester,
pues es verdad inmutable, de cuya participación reciben firmeza todas las
otras verdades, mas por darnos a entender que así como en otras cosas Él
padeció y hizo por nuestro ejemplo lo que mirando a Él no había necesidad de
hacerlo, así trayendo testigos el que no los hubo menester, se nos da a
entender que no debemos recebir cosa ninguna de aquestas, si no trae por
testigos al Viejo Testamento con sus profetas, que son figurados en Moisén y
Elías, y al Nuevo y dotrina apostólica, figurado en San Pedro, San Juan y
Santiago, que presentes estaban. En la cual enseñanza hemos de estar tan
firmes que, si el ángel del cielo contra ésta nos enseñase, no lo hemos de
creer, mas tenerlo por engaño y maldición, como dice el apóstol San Pablo.
Lo cual no se dice porque el ángel bueno pueda enseñar cosa contra la
Escriptura de Dios, mas, para que sepamos que hemos de dar mayor creencia
que a criatura del cielo ni de la tierra a la Escriptura divina, pues quien
en ella habló es más alto y más verdadero que todos; y ella es el sello real
que hace dar crédito a las revelaciones y dotrinas que concuerdan con ella,
y es el cuño donde está la verdadera moneda de la verdad de Dios, a la cual
se ha de venir a examinar toda otra cosa para ser aprobada, si fuere
conforme, o reprobada, si discordare. E ya os he arriba avisado, y por eso
no lo torno a decir, que la interpretación de esta Escriptura no ha de ser
por humano sentido, mas por luz del Espíritu Santo, que alumbra a su Iglesia
y a los santos dotores que en ella han hablado.
b) NO HAYA MENTIRA
El segundo aviso sea, que estéis muy atenta en la tal revelación o instinto
a ver si hay en ella alguna mentira.
Porque, si la cosa es de Dios, desde el principio hasta el fin hallaréis
verdad sin mezcla de mentira, ni de salir en balde lo que Él dijere; mas lo
que es del demonio muchas veces hay mil verdades, para hacer creer una
mentira. Y avísoos que no seáis fácil a dar crédito a palabras de
revelación, que por voz corporal oyéredes, o a las que dentro del ánima os
fueren dichas, las cuales, aunque a algunas ignorantes parecen ser todas de
parte de Dios, por ver que el ánima las percibe tan claramente como si con
las orejas del cuerpo las oyesen, y sienten de cierto que no salen de ella,
sino que les son de otro espíritu dichas; mas, aunque así sea, muchas de
ellas, y muchas veces, son del demonio, que puede hablar a nuestra ánima
como un hombre a nuestro cuerpo. Y muchas de estas tales palabras
interiormente dichas al ánima he visto yo en personas haber sido llenas de
engaño, y del espíritu de la falsedad.
Esperad, pues, hasta el fin, y mirad si se mezcla alguna mentira, y, si se
mezcla, tenedlo todo por sospechoso y examinadlo con diligencia doblada.
c) TRAIGA PROVECHO ESPIRITUAL
Sea el tercero aviso, que la tal revelación traya algún provecho y
edificación para el ánima, dejando el corazón más aprovechado que antes,
instruyéndolo de cosa saludable. Porque, si un hombre bueno no habla cosas
ociosas, menos las hablará nuestro Señor, el cual dice: Yo soy el Señor, que
te enseño cosas provechosas, y te gobierno en el camino que andas. Y cuando
viéredes que no hay cosa de provecho, mas marañas y vanidad, tenedlo por
fruto del demonio que anda por engañar, o hacer perder tiempo a la persona a
quien la trae, y a las otras a quien se cuenta; y cuando más no puede, con
este perdimiento de tiempo se da por contenta.
d) CIERTA SEÑAL ES LA HUMILDAD
Otros muchos avisos se suelen dar para esto mismo, así como si la visión
trae al principio espanto y después sosiego, suélese tener por buena. Y, si
al contrario, por sospechosa. Mas la más cierta señal que asegura lo que el
ánima tiene ser de Dios es la humildad. Lo cual pone tal peso en la moneda
espiritual, que suficientemente la distingue de la falsa y liviana moneda.
Porque, según dice San Gregorio: «Evidentísima señal de los escogidos es la
humildad, y de los reprobados es la soberbia». Mirad, pues, qué rostro queda
en vuestra ánima de la visión o consolación, y espiritual sentimiento. Y, si
os veis quedar más humilde y avergonzada de vuestras faltas, y con mayor
reverencia y temblor de la infinita grandeza de Dios, y no tenéis deseos
livianos de comunicar con otras personas aquello que os ha acaecido, ni
tampoco vos ocupáis mucho en mirarlo o hacer caso de ello, mas echaislo en
olvido, como cosa que puede traeros alguna estima de vos; si alguna vez os
viene a la memoria, humillaisos y maravillaisos de la gran misericordia de
Dios que a cosas tan viles hace tantas mercedes, y sentís vuestro corazón
tan sosegado y más en el propio conocimiento, como antes que aquello os
viniese lo estábades, pensad que aquella visitación fue de parte de Dios,
pues es conforme a la enseñanza y verdad de Él, que es que el hombre sea
bajo y despreciado en sus proprios ojos. Y de los bienes que de Dios
recibiere se conozca por más obligado y avergonzado, atribuyendo toda la
gloria a aquel de cuya mano viene todo lo bueno. Y con esto concuerda San
Gregorio, diciendo: «Así el ánima que es llena del divino espíritu tiene sus
evidentísimas señales, conviene a saber: verdad y humildad. Las cuales
entrambas, si perfectamente en una ánima se juntaren, es cosa notoria que
dan testimonio de la presencia del Espíritu Santo. Con esto mismo concuerda
lo que dice el profeta Esaías: Que lava el Señor la suciedad de las hijas de
Sión en espíritu de juicio y en espíritu de ardor, dando a entender que la
visitación primero obra en el ánima juicio, que es darle a entender quién
ella es y hacerla humillar, y después, como sobre cosa segura, enviarle el
espíritu del amor con otros mil bienes.
Mas cuando es espíritu del demonio es muy al revés. Porque, al principio o
al cabo de la revelación, o consolación, siéntese el ánima liviana, deseosa
de hablar lo que siente, y con alguna estima de su proprio juicio, pensando
que ha de hacer Dios grandes cosas en ella y por ella. Y no tiene gana de
pensar en sus defetos, ni que otro se los diga ni reprehenda, mas todo su
hecho es hablar y revolver en su memoria aquella cosa que tiene, y de ella
querría que hablasen. Cuando estas señales y otras que demuestran liviandad
de corazón vierdes, pronunciad sin duda ninguna que anda por allí el
espíritu del soberbio demonio. Y de ninguna cosa que en vos acaezca, por
buena que os parezca, ahora sea lágrima ahora sea consuelo, ahora sea
conocimiento de cosas de Dios, y aunque sea ser subida hasta el tercero
cielo, si vuestra ánima no queda con profunda humildad, no os fiéis en cosa
ninguna, ni la recibáis, porque, mientras más alta es, es más peligrosa y
haceros ha dar mayor caída. Pedí a Dios gracia para conoceros y humillaros,
y sobre esto deos más lo que fuere servido. Mas, faltando esto, todo lo
otro, por precioso que parezca, no es oro, sino oropel, y no harina de
mantenimiento, sino ceniza de liviandad.
3. La soberbia, causa de engaños. El director espiritual
Tiene este mal la soberbia, que despoja al ánima de la verdadera gracia de
Dios y, si algunos bienes le deja, son falsificados para que no agraden a
Dios y sean ocasión al que los tiene de mayor caída. Leemos de nuestro
Redemptor que, cuando apareció a sus discípulos el día de su Ascensión,
primero les reprehendió la incredulidad y dureza del corazón, y después los
mandó ir a predicar, dándoles poder para hacer muchos y grandes milagros,
dando a entender que a quien Él levanta a grandes cosas, primero le abate en
sí mesmo, dándole conocimiento de sus proprias flaquezas para que, aunque
vuelen sobre los cielos, queden asidos a su propria bajeza, sin poder
atribuir a sí mismo otra cosa sino su indignidad.
Mas habéis de notar que muchos sienten en sí mismos su propria vileza, y
cuán nada son de su parte, y paréceles que atribuyen primeramente la gloria
a Dios de todos sus bienes y tienen otras muchas señales de humildad, y con
todo esto están llenos de soberbia y tan enlazados de ella, cuanto ellos más
libres piensan estar. Y ésta es la causa, porque ya que vivan en verdad, por
no atribuir los bienes a sí, viven en engaño por pensar que son sus bienes
más y mayores de lo que a la verdad son. Y piensan tener de Dios tanta
lumbre que ellos solos bastan para regirse en el camino de Dios, y aun para
regir a otros, sin conocer persona que sea suficiente para los regir. Son en
gran manera amigos de su parecer, y aún tienen en poco algunas veces lo que
los santos pasados dijeron, y lo que a los santos de Dios, que en su tiempo
viven, parece. Y játanse tener el espíritu de Cristo, y ser regidos por Él,
y no haber humano consejo, pues con tanta certidumbre Dios les satisface en
sus corazones. Piensan, como San Bernardo dice, que hay nublado en las casas
ajenas, y que en solas las suyas luce el sol. Desfrezan y desprecian a todos
los sabios, como Goliad al pueblo de Dios. Sólo aquél es bueno en su juicio
que con ellos se conforma, y no hay cosa que más molesta les sea que hallar
quien los contradiga. Quieren ser maestros de todos y creídos de todos, y
ellos a ninguno creen. Y a la discreción cauta de los experimentados llaman
tibieza y temor. Y a los desenfrenados fervores y novedades, llenas de
singularidad, o causadoras de alborotos, llaman libertad de espíritu y
fortaleza de Dios. Y aunque trayan en la boca casi a la contina: «Y esto me
dijo mi espíritu», «y esto tengo por prueba muy suficiente», mas otras veces
alegan la Escriptura de Dios, mas no la quieren entender como la Iglesia y
santos la entienden, mas como a ellos parece, creyendo que no tienen ellos
menos lumbre que los pasados, antes que los ha tomado Dios por instrumento
para cosas mayores que a ellos. Y así, haciendo ídolo de sí mismo, y
poniéndose encima de las cabezas de todos con abominable altivez, es tan
miserable el engaño de ellos, que, siendo extremadamente soberbios, se
tienen por perfetos humildes, y, creyendo que en solos ellos mora Dios, está
Dios muy lejos de ellos, y lo que piensan que es luz es muy escuras
tinieblas. De éstos dice Gersón: «Hay algunos a los cuales es cosa agradable
ser guiados por su parecer proprio y andar en sus invenciones. Guíalos, o
por mejor decir, arrójalos su propria opinión, que es peligrosísima guía.
Macéranse con ayunos demasiadamente, velando mucho; turban y desvanecen el
celebro con demasía de lágrimas. Y entre estas cosas no creen amonestación
ni consejo de nadie. No curan de pedir consejo a los sabios en la ley de
Dios, ni se curan de oírlos, y cuando los oyen, o piden consejo, desprecian
sus dichos y es la causa, porque han hecho entender de sí mismos que son ya
alguna cosa, y que saben mejor que todos qué es lo que les conviene hacer.
De estos tales yo pronuncio que presto caerán en toda ilusión de demonios.
Presto caerán en la piedra del tropiezo, porque son llevados con ciega
precipitación y ligereza demasiada. Por tanto, cualquiera cosa que dijeren
de revelaciones no acostumbradas, tenlo por sospechoso». Todo esto dice
Gersón.
a) LOS SANTOS HABLAN DE LA NECESIDAD DEL DIRECTOR
Ítem dice San Augustín, reprendiendo a los que quieren ser enseñados
inmediatamente por Dios y no por medio de los hombres: «Huyamos tales
tentaciones que son soberbiosísimas y peligrosas, antes pensemos cómo el
mesmo Apóstol San Pablo, aunque fue postrado y enseñado con voz celestial,
con todo eso fue enviado a hombre para recebir los sacramentos, y ser
encorporado en la Iglesia. Y Cornelio centurión fue enviado a San Pablo, no
solamente para recebir sacramentos, mas para oír de él lo que había de creer
y y esperar y amar. Porque, si no hablase Dios a los hombres por boca de
hombres, muy abatida cosa sería la condición humana. ¿Y cómo sería verdad lo
que está escripto; el templo de Dios santo es, que sois vosotros, si no
diese Dios respuestas de este templo, que son los hombres, mas todo lo que
quisiese que aprendiesen los hombres se lo hubiese de decir desde el cielo,
y por medio de ángeles? Y también la misma caridad no ternía entrada para
que se juntasen y comunicasen los corazones de unos con otros, si los
hombres no aprendiesen mediante otros hombres. San Felipe fue enviado al
eunuco. Y Moisén recibió el consejo de su suegro Yetró». Todo esto dice San
Agustín. Ítem dice San Joan Clímaco que el hombre que se cree a sí mismo no
ha menester que le tiente demonio, porque él mismo se es demonio para sí.
Ítem dice San Hierónimo: «No quise yo seguir mi proprio parecer, el cual
suele ser muy mal consejero». Ítem San Vicente aconseja mucho que el hombre
que quisiere ser espiritual tenga algún maestro por quien se rija; y, si lo
puede haber y no lo toma, que nunca le comunicará Dios la gracia por su
soberbia. San Bernardo y San Buenaventura a cada paso aconsejan lo mismo. Y
la Escriptura de Dios está llena de esto mismo, que unas veces dice: ¡Ay de
vosotros sabios en vuestros ojos y delante de vosotros mismos prudentes!; y
en otra parte: Si vieres algún hombre que se tiene por sabio, cree que más
bien librado que éste será el ignorante. Y San Pablo nos amonesta: No
queráis ser sabios acerca de vosotros mismos, y el Sabio dice: Si no dijeres
al necio las cosas que él cree en su corazón no recibirá las palabras de
prudencia. Y en otra parte: Si inclinares tu oreja, recibirás dotrina; y si
amares el oír, serás sabio. Y, por no ser prolijo, digo que la Escriptura y
las amonestaciones de los santos, y las vidas de ellos, y las experiencias
que hemos visto, todas a una boca nos encomiendan que no nos arrimemos a
nuestra prudencia, mas que inclinemos nuestra oreja al ajeno consejo. Porque
de otra manera, ¿qué cosa habría más sin orden que la Iglesia de Dios, o
cualquiera congregación, si cualquiera ha de seguir su parecer, pensando que
acierta? ¿Y cómo puede ser que el espíritu de Cristo, que es espíritu de
humildad, y paz, y de unión, mueva y enseñe a uno a ser en contrario de
todos los otros en quien el mismo Dios mora? ¿Y cómo puede nacer del que se
tenga un hombre en tanta estima que no se halle en la congregación de los
hombres? ¿Quién lo puede enseñar ni juzgar de él, si su espíritu es bueno o
malo? Porque, como dice San Augustín, no dejaría de tomar este ajeno consejo
y obedecer, sino por que piensa, por su soberbia, que es mejor que el otro
que le aconseja. E ya que sea tanta su soberbia que crea que es mejor que
los otros, debe pensar que así como puede ser uno menos bueno que otro, y
tener don de profecía, de sanar enfermos o semejantes dones, de los cuales
carezca el que es mejor, así puede ser que el que es menor en otros dones
sea mayor en tener don de consejo, o de discreción de espíritus, de los
cuales carezca el otro que era mayor. Y, pues Dios es tan amigo de humildad
y paz, no tema nadie que, si lo que tiene es de Dios, se vaya o se pierda
por sujetarse por el mismo Dios al ajeno parecer, antes más y más se
confirmará. Y si de otra parte fuere, huirá. Y si su sabiduría es infundida
de Dios, mire que una de las condiciones de ella, según dice Santiago, es
ser suadible.
Y mire que llama San Augustín a estos pensamientos soberbísimos y
peligrosísimos, porque, aunque sea peligrosa la soberbia de la voluntad, que
es no querer obedecer a voluntad ajena, muy más peligrosa es la soberbia del
entendimiento, que es, creyendo a su parecer, no sujetarse al ajeno. Porque
el soberbio en la voluntad alguna vez obedeciera pues tiene por mejor el
ajeno parecer. Mas quien tiene asentado en sí que su parecer es mejor,
¿quién lo curará? ¿Y cómo obedecerá a lo que no tiene por tan bueno? Si el
ojo del ánima, que es el entendimiento, con que se había de ver y curar la
soberbia, ese mismo está ciego y lleno de la misma soberbia, ¿quién lo
curara? Y si la luz se torna tinieblas, y si la regla se tuerce, ¿qué tal
quedará lo demás? Y son tan grandes los males que vienen de aquesta soberbia
que turban a todos con cuantos contratan; porque con quien defiende su
parecer proprio y es amigo de él, ¿quién hay que en paz pueda vivir? Y
porque del todo maldigáis y huyáis de este vicio, sabed que llega su mal
hasta hacer a los que eran buenos cristianos ser perversos herejes. Ni por
otra cosa lo han sido, ni son, sino por creer más a su parecer proprio que
el de la Iglesia y de sus mayores. Pensaban ellos que acertaban, y que lo
que en sus corazones pasaba era obra de Dios; y que si creían más al parecer
ajeno que a lo que en sus corazones sentían, dejaban a Dios por el hombre,
la luz por las tinieblas, mas la experiencia y verdad nos demuestran, que lo
que pensaban ser espíritu de verdad era espíritu de engaño; el cual, cuando
por otra parte no los pudo vencer, combatiólos transformándose en ángel de
luz debajo de semejanza de bien, y así quitóles la vida y el alma. Y todo
esto por no querer sujetarse a creer parecer ajeno.
Por tanto, doncella, así como os amonesto que seáis enemiga de vuestra
voluntad y mandar, así, y mucho más, os mando que seáis capital enemiga de
vuestro parecer, y de querer salir con la vuestra. Sed enemiga de él en
vuestra casa y fuera de casa. Y, aunque sea en cosas livianas, no lo sigáis,
porque a duras penas hallaréis cosa que tanto turbe el sosiego que Cristo
quiere en vuestra ánima, como el profiar y querer salir con la vuestra. Y
más vale que se pierda lo que vos deseábades que se hiciese que cosa que
tanto habéis menester para gozar de Dios, como es el reposo de vuestra
conciencia.
Por tanto, hacedos tan baja y sin contradición, y sujeta a toda criatura,
como dice San Pedro, que pueda cualquiera pasar por vos y hollaros como a un
poco de lodo. Y haced cuenta que primero vuestra madre, y después todas las
demás, son vuestra abadesa. A las cuales obedeced con profunda humildad, sin
cansaros, pensando que no es muy amiga de obediencia la sierva de Dios que a
su sola abadesa o madre obedece, mas que debe buscar la dicha obediencia en
todas partes que la pudiere hallar, con mayor deseo que la sierva del mundo
y de la vanidad huye de obedecer y desea mandar. Y, para que ligeramente y
con gozo hagáis esto, traed a la memoria cuando el soberano Maestro y Señor
se hincó de rodillas a lavar los pies de aquellos que bien le querían, y de
aquel que empleó los pies lavados en ir a entregar a la muerte al que con
tanto amor se los había lavado. Y aunque estas cosas en que os digo que
sigáis voluntad y parecer ajeno sean de asco, y os parezcan de poca
importancia, no lo dejéis de hacer, porque, allende de evitar la turbación
de corazón que es pestilencia del ánima, acostumbraros heis poco a poco a
obedecer voluntad y parecer ajeno en casos mayores, porque ya sabéis que los
que se han de ver en alguna obra de afrenta se suelen primero ensayar en
cosas livianas, para estar algo endustriados en las que son de verdad
mayores. Y así creed que quien tiene acostumbrado su entendimiento a salir
en cada cosita con la suya y hace ídolo de él, estimándolo por más sabio que
otro, hallarse ha de nuevo y no se humillará tan sin pena a las cosas de
Dios, como el que en ninguna cosa le deja salir con la suya, mas a cada paso
le corrige y humilla como ignorante.
b) CUALIDADES DEL DIRECTOR
Y así, ejercitándoos en estas pocas cosas con obediencia, conviene que, para
lo que toca al regimiento de vuestra conciencia, toméis por guía y padre
alguna persona letrada y ejercitada y experimentada en las cosas de Dios. Y
no toméis a quien tenga lo uno sin lo otro, porque las solas letras en
ninguna manera bastan a regir los particulares movimientos ni necesidades
del ánima, ni a saber juzgar de las cosas espirituales, y muchas veces
pensará ser engaño del demonio las que son mercedes de Dios, como hicieron
los apóstoles que, andando en tormenta de la mar y tinieblas, pensaron que
quien venía a ellos andando sobre la mar era alguna fantasma siendo Cristo,
que es verdad de Dios. Poneros han demasiados temores, condenándolo todo por
malo. Y como en sus corazones están muy lejos de la experiencia del gusto e
iluminaciones de Dios, hablan de ello como de cosa no conocida y a duras
penas pueden creer que pasan en los corazones de los otros cosas más altas
que las que pasan en el corazón de ellos. Otros hallaréis ejercitados en
cosas de devoción, que se van ligeramente tras un sentimiento de espíritu y
hacen mucho caso de él. Y si alguno les cuenta algo de aquestas cosas,
óyenlo con admiración, teniendo por más santo al que más tiene de ellas; y
aprueban ligeramente estas cosas, como si en ellas todo estuviese seguro; y,
como no lo esté, muchos de éstos, por ignorancia, caen en errores y dejan
caer a los que tienen entre manos, por no darles suficientes avisos contra
las cautelas del demonio. Por lo cual no son buenos para regir tampoco, como
los pasados.
Y pues tanto os va en acertar con buena guía debéis con mucha instancia
pedir al Señor que os la encamine Él de su mano. Y, encaminada, fiadle con
mucha seguridad vuestro corazón, y no escondáis cosa de él, buena ni mala:
la buena, para que la examine y os avise; la mala, para que os la corrija. Y
cosa de importancia no hagáis sin su parecer, teniendo confianza en Dios que
es amigo de obediencia, que Él porná en el corazón y lengua a vuestra guía
lo que conviene a vuestra salud. Y de esta manera huiréis de dos males y
extremos: Uno, de los que dicen: «No he menester consejo de hombre, Dios me
regirá y me satisface»; otros están tan sujetos al hombre, sin mirar otra
cosa sino que es hombre, que les comprehende aquella maldición, que dice:
Maldito el hombre que confía en el hombre.
Sujetaos vos a hombre, y habréis escapado del primer peligro; y no confiéis
en el saber ni fuerza del hombre, mas en Dios que os hablará y favorecerá
por medio del hombre. Y así habréis evitado el segundo peligro. Y tened por
cierto que, aunque mucho busquéis, no hallaréis otro camino tan cierto ni
tan seguro para hallar la voluntad del Señor, como este de la humilde
obediencia, tan aconsejado por todos los santos, y tan obrado por muchos de
ellos, según nos dan testimonio las vidas de los santos Padres, entre los
cuales se tenía por muy gran señal de llegar uno a la perfección en ser muy
sujeto a su viejo. Y, entre las muchas buenas cosas que en las órdenes de la
Iglesia hay, por maravilla hallaréis otra tan buena como vivir todos debajo
de obediencia.
Y porque hará esto mucho a vuestro propósito, acordaos cómo Santa Clara fue
fidelísima y sujeta hija a San Francisco. Y Santa Elisabel, hija del rey de
Hungría, a un religioso, el cual tenía tanto celo de ella que algunas veces
la castigaba con azotes, y ella a él tanta reverencia, que los recibía con
mucha paciencia y hacimiento de gracias. Otras muchas que sabemos y no
sabemos han ganado mucho por este camino, cuando encontraban con buenas
guías. Y así si Dios a vos os la deparare, tomad el consejo de nuestra letra
que dice: inclina tu oreja; y viviréis con tal que os acordéis de lo que
dice la Escriptura: Pacífico sey ante muchos, mas consejero uno de mil,
dando a entender que, aunque debemos tener paz con todos, mas basta consejo
con uno. Porque así como en lo corporal muchas manos diversas suelen más
descomponer que ataviar, así suele acaecer en lo espiritual, en lo cual
pocas veces hallaréis dos guías del todo conformes, si no fuesen muy
enseñados por el Espíritu del Señor, que es espíritu de paz y unión, y
tuviesen muy echado atrás su proprio sentido, que es causa de diversidad y
rencillas; y porque pocas veces éstos se hallan, es bueno, sin decir mal de
los otros, escoger a quien Dios os encaminare, uno entre mil, al cual en
nombre de Dios inclinéis vuestra oreja con toda obediencia y seguridad.
C) El Señor nos da ejemplo
1. Cómo ninguna criatura oye ni inclina su oreja a Dios con tanta diligencia
como Él la inclina a sus criaturas
Tiene esto la gran bondad del Señor que para que sus mandamientos y leyes
sean de nosotros guardados, hácelos fáciles en sí, y más fáciles por querer
Él mismo pasar por ellos. Hanos mandado, según hemos oído, que le oyamos y
miremos, e inclinemos nuestra oreja, lo cual todo es muy justo y ligero;
porque a tal Maestro, ¿quién no le oirá? A luz tan deleitable, ¿quién no se
deleitará de mirar? A sabiduría infinita, ¿quién no la creerá? Mas, para que
lo ligero más ligero nos sea, Él pasa por esta ley que a nosotros pone, y la
cumple con gran diligencia. Él nos oye, y Él nos ve, Él nos inclina su
oreja, para que no digamos: «No tengo quien mire por mí, ni quiera escuchar
mis trabajos».
1. El Señor nos oye con gran misericordia
Gran consuelo es a un desconsolado tener una persona que a cualquier rato
del día, y de noche, esté desocupada para oír de buena gana los trabajos y
agravios que le quiere contar, y que siempre, sin faltar un momento, esté
mirando sus miserias y llegas, sin decir: «Cansado estoy de ver miserias, y
asco me dan vuestras llagas». E ya que esta tal persona fuese de muy duro
corazón, aún querríamos que nos oyese siempre y nos viese, porque creeríamos
que, dando siempre a su corazón la gotera de nuestros trabajos, que, como
por canal, entra a él por las orejas y ojos, algún día cabaría en él y
sacaría compasión, pues, por duro que fuese, no sería tanto como piedra, la
cual es cabada de la gotera, aunque algún rato cesa de dar. Y, aunque
supiésemos que esta tal persona ningún remedio nos podía dar para nuestros
trabajos, aun nos consolaríamos mucho con sola la compasión que de nos
tuviese.
Pues, si a esta tal persona debríamos mucho agradecimiento, ¿qué debemos a
Dios nuestro Señor y cuán alegres debemos estar por tener sus orejas y ojos
atados con nuestros trabajos, que ni un solo rato los aparta de nos? Y esto,
no con dureza del corazón, mas con entrañable misericordia, y no con
misericordia de corazón solamente, mas con entero poder para remediar
nuestras penas. ¡Bendito seáis, Señor, para siempre, que no sois sordo ni
ciego a nuestros trabajos, pues los oís y veis, ni cruel, pues se dice de
vos: Hacedor de misericordias, y misericordias de corazón, es el Señor,
esperador muy misericordioso, ni tampoco eres flaco, pues todos los males
del mundo son flacos y pocos, comparados a tu infinito poder, que no tiene
fin ni medida!
2. Ejemplo del rey Ezequías
Leemos que en tiempos pasados concedió Dios una maravillosa vitoria de sus
enemigos al rey Ezequías, el cual no hizo al Señor que le dio la vitoria
aquellas gracias y cantares que era razón; por lo cual le hizo Dios
enfermar, y tan gravemente que ningún remedio por naturaleza tenía. Y
porque, con falsa esperanza de vivir, no se olvidase de poner cobro a su
ánima, fue a él el profeta Esaías y díjole por mandado de Dios: Esto dice el
Señor: Ordena tu casa, porque sábete que morirás y no vivirás. Con las
cuales palabras atemorizado el rey Ezequías vuelve su cara a la pared, y
lloró con gran lloro, pidiendo al Señor misericordia. Consideraba cuán
justamente merecía la muerte, pues no fue agradecido al que le había dado la
vida, y miraba la sentencia de Dios contra él dada, que decía: No vivirás.
No hallaba otro superior que aquel que la dio, para pedir que se revocase.
Y, aunque le hubiera, no tuviera buen pleito, pues al desagradecido
justamente se quita lo que misericordiosamente se le había dado. Vióse en la
mitad de sus días y acabarse en él la generación real de David, porque moría
sin hijos, y allende de todo esto, era combatido de todos los pecados de su
vida pasados. Cayó en temor de los que más suelen penar a la hora postrera.
Y con estas cosas estaba su corazón quebrantado con dolor, y turbado así
como mar, y adondequiera que miraba hallaba muchas causas de temor y
tristeza; mas entre tantos males halló el buen rey remedio, y fue pedir
medicina al que le había llagado, seguridad a quien le amedrentó,
convertirse por arrepentimiento y esperanza al mismo de quien por
ensoberbecerse huyó. Al mismo juez pide que le sea abogado, y halla camino
como apelar de Dios no para otro más alto, mas apela del justo para el
misericordioso. Y las razones que alega son acusarse, y la retórica son
sollozos y lágrimas. Y puede tanto con estas armas en la audiencia de la
misericordia que, antes que el profeta Esaías, pregonero de la sentencia de
muerte, saliese de la mitad de la sala del rey, le dijo el Señor: Toma, e di
al rey Ezequías, capitán de mi pueblo: Oí tu corazón y vi tus lágrimas, yo
te concedo salud, y te añado otros quince años de vida, y libra esta ciudad
de tus enemigos.
Señor, ¿qué es aquesto? ¿Tan presto metes tu espada en la vaina, y tornas la
ira en misericordia? ¿Unas pocas de lágrimas derramadas, no en el templo,
mas en el rincón de la cama, y no de ojos que miran al cielo, mas a una
pared, y no de hombre justo, sino de pecador, y así te hacen tan presto
revocar la sentencia que tu Majestad había dado y mandado notificar al
culpado? ¿Qué es del sacar del proceso? ¿Qué es de las cosas? ¿Qué es de los
términos? ¿Qué es del presentar unos y otros escriptos? ¿Qué es del tenerse
por afrentado el juez, si le revocan la sentencia que dio? Todo lo disimulas
con el amor que nos tienes, y a todo te haces sordo y ciego, por estar
atento a hacernos mercedes. Y dices: Oí tu oración y vi tus lágrimas. Todo
término se te hace breve para librar al culpado, porque ninguno deseó tanto
alcanzar el perdón cuanto tú deseas darlo. Y más descansas tú con haber
perdonado a los que deseas que vivan que el pecador con haber escapado de
muerte. No guardas leyes, no dilaciones, mas la ley es que los que hubieren
quebrantado tus leyes, quebranten solamente su corazón de dolor, y la
dilación es que en cualquier hora que el pecador gimiere sus pecados, luego
y sin dilación no te acuerdes más de ellos. Y porque los pecadores cobrasen
ánimo para te pedir perdón de sus yerros, quisiste conceder a este rey más
mercedes que él te pedía; quince años de vida y librar la ciudad, y tornarse
el sol diez horas atrás, en señal que al tercero día subiría el rey sano al
templo; con otras secretas mercedes que le heciste tú, benigno, que no
desearías venirnos males, sino para sacar de allí mayores bienes, enseñando
tu misericordia en nuestra miseria, tu bondad en nuestra maldad, tu poder en
nuestra flaqueza.
Tú, pues, pecador, quienquiera que seas, que estás amenazado por aquella
sentencia de Dios que dice: El ánima que pecare, aquella morirá, no desmayes
debajo de la carga de tus grandes pecados y del incomparable peso de la ira
de Dios, mas cobra ánimo en la misericordia de aquel que no quiere la muerte
del pecador, mas que se convierta y viva. Y humíllate llorando a aquel que
despreciaste pecando, y recibe el perdón de quien tanta gana tiene de
dártela, y aun de hacerte mercedes mayores que antes, como hizo a este rey,
al cual levantó sano del cuerpo y sano del ánima, como él da gracias
diciendo: Tú, Señor, libraste mi ánima porque no se perdiese, y arrojaste
mis pecados tras tus espaldas.
3. ¿Cómo es posible amenazar Dios y no cumplirse el castigo?
Mas dirá alguno: ¿Cómo esta palabra de Dios, dicha a este rey: Morirás y no
vivirás, no se cumplió, pues que las palabras que salen de su boca no son en
vano? Para lo cual es de mirar que algunas veces manda el Señor decir lo que
Él tiene en su alto consejo y eterna voluntad determinado que sea, y aquello
así verná como se dice, sin ninguna falta. Y de esta manera mandó decir al
rey Saúl que le había de de desechar y escoger en su lugar otro mejor. Y de
la misma manera mandó amenazar al sacerdote Helí y así lo cumplió. Y de la
misma manera al rey David, que le mataría el hijo que hubo de adulterio de
Bersabé, y así fue. Y otras veces manda decir no lo que Él tiene determinado
ultimadamente de hacer, mas lo que hará, si no se enmienda el hombre. O
manda decir lo que le acaecerá, según orden de naturaleza, o según merecen
sus pecados. Así, como si a uno que tuviese una herida mortal por
naturaleza, le enviase a decir: «Morirás», entiéndese que, según las reglas
naturales, no puede escapar de aquel mal, mas no por eso su palabra, si
después le diese la vida, porque no le fue dicho sino lo que según las
reglas o fuerza de naturaleza le había de venir y no lo que su poder
sobrenatural podía hacer. También envió a decir a Nínive que de ahí a
cuarenta días sería destruida, y después, por la penitencia de ellos, revocó
esta sentencia. No tenía Él determinado de la destruir, pues después no lo
hizo, mas envióles a decir lo que según el merecimiento de sus pecados les
viniera, si no se enmendaran. Y aunque de fuera parece mudanza decir: Será
destruido, y no destruirla, en la alta voluntad de Dios no es mudanza, el
cual tenía determinado de no destruirla; mas este no destruirla era mediante
la penitencia, a la cual los quería incitar con la amenaza. Como si un padre
amenazase a su hijo con intención que se enmendase, para que no fuese
menester castigarlo. E si este padre supiese que, con esta amenaza, el hijo
se había de enmendar, aunque le enviase a decir: «Él me lo pagará», y
después perdonase por su arrepentimiento, no hay mudanza en la voluntad de
este padre, el cual nunca fue su intención castigar, mas perdonar, no sin
medio, mas mediante la satisfacción del que había criado. Y esto es lo que
Dios dice por Jeremías: Súbitamente hablaré contra gentes, y contra reino
que lo he de destruir de raíz y destrozar; mas, si aquella gente hiciere
penitencia de su mal, haré yo también penitencia del mal que pensé hacerle.
Y también súbitamente hablaré de gentes y reino que los he de edificar y
plantar, mas si hicieren mal en mis ojos, no oyendo mi voz, haré yo también
penitencia del bien que dije que le había de hacer. De lo cual se saca que,
porque no sabemos cuándo lo que Dios envía a decir es determinación
ultimada, o es amenaza, no debemos desesperar, aunque amenazados, ni dejar
de pedir que retoque la sentencia que contra nos tiene dada, como hizo este
rey a la ciudad de Nínive, y fue hecho como quisieron. Y como hizo David,
cuando oraba al Señor por la vida del hijo, que había dicho al profeta que
había de morir; e, aunque no alcanzó lo que pidió, mas no pecó en pedirlo.
Y si Dios nos prometiere de hacer alguna merced, no nos hemos de descuidar
con decir: «Cédula tengo de palabra de Dios, que a nadie engañó», porque
dice el Señor que, si nos apartáremos de hacer lo que Él quiere, Él hará
penitencia del bien que nos prometió. No porque en Dios haya arrepentimiento
de cosa que diga o que haga, o que quiera, mas quiere decir que, así como
uno que se arrepiente torna a deshacer lo que había hecho, así Él deshará la
sentencia o el castigo que contra el hombre tenía dada, si el hombre hace
penitencia y deshará el bien que le tenía prometido, si el hombre se aparta
de Dios.
4. Las orejas del Señor en los ruegos de los «justos»
Tornando, pues, al propósito, bien claro parece cuán bien cumplió Dios esta
ley: Oye y ve, pues tan presto oyó la oración y vio las lágrimas de este
rey, y le consoló. No sólo a él, mas lo mismo hace con todos, como dice
David: Los ojos del Señor sobre los justos y sus orejas en los ruegos de
ellos, para librar sus ánimas de la muerte, y para mantenerlos en tiempo de
hambre.
Bien creo que os parece bien aquesta promesa, y también creo que os pone
temor la condición con que se dice. Y bienaventurada cosa es estar los ojos
y orejas de Dios en nosotros. Mas diréis, ¿qué hace que dice a los justos e
yo soy pecadora? Así lo conoced por verdad, porque, si hombres hubiera que
no tuvieran pecados que pecaran, ¿quién era más razón que lo fuesen que los
apóstoles de Jesucristo nuestro Señor, que, así como fueron los más cercanos
a Él en la conversación corporal, así también lo fueron en la santidad? Y de
ellos dice San Pablo que recibieron las primicias del Espíritu Santo, que
quiere decir las mayores gracias. Y pues a éstos mandó el Señor el Pater
noster, en el cual decimos: Perdónanos nuestras culpas, claro es que las
tenían. Y pues ésta es oración de cada día, en la cual pedimos el pan
nuestro de cada día, dánoslo hoy, claro es que por ella semos amonestados a
conocer que, pues cada día la debemos rezar, cada día pecamos. Por lo cual
dice aquel limpio de San Joan: Si dijéremos que no tenemos pecado, nosotros
nos engañamos, y la verdad no está en nosotros. Pues si todos los hombres,
cuantos ha habido y habrá (sacando al que es Dios y hombre, y a la que es
verdadera Madre de Él) son pecadores, ¿decirme heis para quién se dijeron
las dichas palabras: Los ojos del Señor sobre los justos, y sus orejas en
los ruegos de ellos? Respondo: No es Dios achacoso ni cumplidor con solas
palabras, mas vemos que al rey Ezequías, aunque pecador, le oyó e miró. Y lo
mismo a otros innumerables. Mas sabed que justo se dice uno, cuando no está
en pecado mortal, pues está amigo con Dios. Y de esta manera muchos ha
habido justos, que son todos los que están en estado de gracia; y a éstos
oye y mira el Señor, no obstante que tengan pecados veniales, de los cuales
se entiende lo que hemos dicho, que todos son pecadores, como dice San Joan.
5. No se ensoberbezcan los «justos»: en ellos oye el Padre el clamor de
Cristo
Mas, por oír nombre de justos, no venga algún pensamiento de ciega soberbia,
con la cual se haga injusto el que se tenía por justo. La justicia de los
que son justos no es suya, mas de Cristo, el cual es justo por sí y
justificador de los pecadores que a Él se sujetan. Por lo cual dice San
Pablo que la que es verdadera justicia delante los ojos de Dios es justicia
por ser de Jesucristo, porque no consiste en nuestras obras proprias, mas en
las de Cristo, las cuales se nos comunican por la fe, y así como nuestra
justicia está en Él, así, si somos oídos de Dios, no es en nosotros, mas en
Él. La voz de todos los hombres, por buenos que sean, sorda es delante las
orejas de Dios, porque todos son pecadores de sí. Mas la voz de solo Cristo,
pontífice nuestro, está acepta delante del Padre, que hace ser oídas todas
las voces de todos los suyos.
Esta voz, por ser tan grande se llama clamor, como dice San Pablo, hablando
de Cristo: Con clamor grande y lágrimas ofreciendo, fue oído por su
reverencia. Ofreció el Señor ruegos al Padre muchas veces por nosotros.
Ofrecióle también en la cruz su proprio cuerpo, el cual fue tan atormentado
que todo él era lenguas que daban voces al Padre, pidiendo por nos
misericordia. Y por ser sus oraciones con entrañable amor hechas, por ser de
persona al Padre tan aceptable, y por ser muy oídas y muy eficaces en las
orejas del Padre, se llaman clamor. Mas muy mayor clamor fue el ofrecer su
proprio cuerpo en la cruz, cuanto va de obrar a hablar, y de pagar a
prometer, y de padecer a desear. Para la cual os debéis de acordar de lo que
dijo Dios a Caín: La voz de la sangre de tu hermano Abel da voces a mí desde
la tierra. Y también mira lo que dice San Pablo a los cristianos: Llegado os
habéis a un derramamiento de sangre, que clama mejor que la sangre de Abel.
La sangre de Abel derramada en la tierra daba clamores a la justicia divina,
pidiendo venganza contra aquel que la derramó, mas la sangre de Cristo
derramada en la tierra daba clamores a la misericordia divina, pidiendo
perdón. La de Abel pide ira, ésta blandura. La primera obra enojó, esta
reconciliación. La de Abel, venganza contra sólo Caín; ésta perdón para
todos los malos que fueron y serán, con tal que ellos le quieran recibir, y
aún para aquellos que derramándola estaban. La sangre de Abel a ninguno pudo
aprovechar, porque no tenía virtud de pagar los pecados de otros; mas la
sangre de Cristo lavó cielos y tierra y mar, y sacó de las honduras del
limbo a los que presos estaban.
Verdaderamente es grande clamor el de la sangre de Cristo, pidiendo
misericordia; y pues hizo no ser oídas las voces de los pecados del mundo,
que piden venganza contra los que los hacen, pensad, doncella, si un pecado
sólo de Caín tales voces daba, pidiendo venganza, ¿qué grita, qué voces y
estruendo harán todos los pecados de todos los hombres, pidiendo venganza a
las orejas de la justicia de Dios? Mas por mucho que clamen, clama más alto,
sin comparación, la sangre de Cristo, pidiendo perdón a las orejas de la
misericordia divina. Y hace que no sean oídas y que queden muy bajas las
voces de nuestros pecados, y que se haga Dios sordo a ellos, porque más sin
comparación le fue agradable la voz de Cristo, que pidía perdón, que todos
los pecados del mundo desagradables, pidiendo venganza. ¿Qué pensáis que
significa aquel callar de Cristo y hacerse como sordo que no oye, y como
mudo que no abre su boca en el tiempo que era acusado? Por cierto, que, pues
los pecados por boca de aquellos que a Cristo acusaban daban voces llenas de
mentiras contra quien no les debía nada, y Él, pudiendo con justicia
responder, calló, que es bien empleado que, en pago de su atrevimiento, que
al restante del mundo no puedan acusar los pecados aunque tengan justicia,
mas sean mudos, pues acusaron al que no tenían por qué. Y pues Él se hizo
sordo, pudiendo responder, justo es que se haga sorda la divina justicia, a
la cual Cristo se ofreció por nosotros, aunque nosotros hayamos hecho cosas
que pidan venganza.
Alegraos, esposa de Cristo, y alégrense todos los pecadores, si les pesa de
corazón por haber pecado, que sordo está Dios a nuestros pecados para
vengarlos, y muy atentas tiene sus orejas para hacernos mercedes. No temáis
acusadores ni voces, aunque hayáis hecho por qué, pues el inocente cordero
fue acusado y con su callar hizo callar las voces de nuestros pecados.
Profetizado estaba que había de callar como calla el cordero delante quien
lo trasquila. Mas mientra más callaba y sufría, más altas voces daba delante
la divina justicia, pagando por nos, y estas voces fueron oídas, dice San
Pablo, por su reverencia, quiere decir que, por la gran humildad y
reverencia, con que se humilló al Padre hasta la muerte, y muerte de cruz,
reverenciando en cuanto hombre aquella sobreexcelente Majestad divina,
perdiendo la vida por honra de ella, fue oído del Padre, del cual está
escripto: Miró en la oración de los humildes, y no despreció el ruego de
ellos. Pues, ¿quién tan humilde como el bendito Señor que dice: Aprende de
mí que soy manso, y humilde de corazón? Por eso fue oído, según estaba
profetizado en su persona: No quitó el Señor su faz de mí, y cuando clamé a
Él me oyó. Y el mismo Señor dice en el evangelio: Gracias te hago, Padre,
porque siempre me oyes.
Pues no es maravilla que las orejas de Dios estén en los ruegos de los
justos, porque, no siendo justos por sí, no son oídos por sí, mas por
Cristo, que con su oración y padecer mereció ser oído. A Él oye el Padre
cuando nos oye, y por Él nos oye, en señal de lo cual decimos en fin de las
oraciones: Concédenos esto por nuestro, Señor Jesucristo. Lo cual el mismo
Señor nos enseña, diciendo: Cualquier cosa que pidierdes al Padre en mi
nombre, os la dará. Y porque no pensásemos que por Él, y no a Él, hemos de
pedir, dice también: Y cualquier cosa que me pidierdes en mi nombre yo lo
haré. Cristo hombre nos ganó con su padecer el ser oídos, y Cristo Dios, con
el Padre y Espíritu Santo, es el que nos oye.
Oíd, pues, hija, a vuestro esposo, pues por él sois oída. La voz del cual,
aunque ronca, en la cruz dio virtud a nuestras roncas voces, para que fuesen
agradables a Dios. Y así como debemos de oír al Señor con el profeta Samuel,
diciendo: Habla, Señor que tu siervo oye, así nos dice el Señor: Habla,
siervo, que tu Señor oye. Y así como dijimos que el oír nosotros a Dios no
es solamente recebir el sonido de las palabras más aplacernos y poner en
obra lo que nos dice, así las orejas del Señor están puestas por Cristo en
nuestros ruegos, no para solamente oír lo que hablamos, que de esa manera
también oye las blasfemias que de Él se dicen, no para que se agrade, mas
para castigarlas, mas oye el Señor nuestros ruegos para cumplirlos.
6. Antes de que clamemos nos oye el Señor
Y porque veáis cuán verdad es que oye el Señor los gemidos que le
presentamos, oíd lo que dice el mismo Señor por Esaías: Antes que clamen, yo
los oiré. ¡Oh bendito sea tu callar, Señor, que de dentro y de fuera en el
día de tu prisión callaste: de fuera, no maldiciendo, no respondiendo; y en
lo de dentro, no contradiciendo, mas aceptando con mucha paciencia los
golpes y voces, y penas de tu pasión, pues tanto habló en las orejas de Dios
que antes que hablemos seamos oídos!
Y esto no es maravilla, porque, pues siendo nada tú nos heciste; y, antes
que te lo supiésemos pedir, nos mantuviste en el vientre de nuestra madre, y
fuera de él, y, antes que pudiésemos conocer lo que tanto nos cumplía, nos
diste adopción de hijos y gracia del Espíritu Santo en el santo baptismo; y
antes que muchos pecados nos derribasen, tú nos guardaste; y, cuando caímos
por nuestra culpa, tú nos levantaste y buscástenos, sin buscarte nosotros;
y, lo que más es, antes que naciésemos, ya eras muerto por nos, y nos tienes
aparejado tu cielo, no es mucho que de quien tanto cuidado has tenido, antes
que lo tuviesen de ti, lo tengas en esto, que, viendo tú lo que habemos
menester, nos lo des, no esperando a que nos cansemos en te lo pedir, pues
tú te cansaste tanto en pedirlo y ganarlo por nos. ¿Qué te daremos, ¡oh Jesú
benditísimo!, por este callar que callaste, y qué te daremos por estas voces
que diste? Pluguiese a tu infinito amor que tan callados estuviésemos al
ofenderte, y sufrir de buena gana lo que de nos quiseres hacer, como si
fuésemos muertos; y tantas voces de tus alabanzas te pudiésemos dar, y tan
vivos estuviésemos para ello, que ni nosotros, a quien redemiste, ni cielo,
tierra, ni debajo de tierra, con todo lo que en ellos está, nunca cesásemos
de con infinitas fuerzas y grande alegría contar tus loores.
7. Dios se huelga de oírnos
Y aún no te contentas, Señor, con tener tus orejas r puestas en nuestros
ruegos, y oírnos antes que te roguemos, mas, como quien muy de verdad ama a
otro, que se huelga de oírle hablar o cantar, así tú, Señor, dices al ánima
por tu sangre redemida: Enséñame tu cara, suene tu voz en mis orejas, porque
tu voz es dulce y tu cara mucho hermosa. ¿Qué es esto que dices, Señor? ¿Tú
deseas oír a nosotros? ¿Nuestra desgraciada voz te es a ti dulce? ¿Cómo te
parece hermosa la cara que, de afeada de muchos pecados, los cuales hecimos
mirándonos tú, habemos vergüenza de alzarla a ti? Verdaderamente o merecemos
mucho bien o nos amas tú mucho. No es lo primero, ni plega a ti que de tu
buen tratamiento saquemos nosotros mal, creyendo que merecemos el bien que
nos haces; mas es lo segundo, porque tú quieres agradar en los que por ti
heciste amados y agradables a ti. Sea, pues, Señor, a ti gloria, en el cual
está nuestro remedio. Y sea a nosotros, y en nosotros, vergüenza y confusión
de nuestra maldad, mas en ti gozo y ensalzamiento, que eres nuestra
verdadera gloria. En la cual nos gloriamos no vanamente, mas con mucha razón
y verdad, porque no es poca honra ser tan amados de ti, que te entregaste a
tormentos de cruz por nosotros.
2. La mirada de Dios sobre nosotros
Si bien hemos sabido considerar cuánta es la presteza con que Dios escucha
nuestros ruegos y necesidades, veremos que ninguna criatura oye ni inclina
su oreja a Dios con tata diligencia con cuanta el Criador la inclina a sus
criaturas. Y no sólo nos oye, más aún nos mira, para en todo cumplir lo que
nos manda a nosotros cuando dice: Oye y ve. Los ojos del Señor, según dijo
David, están sobre los justos, para librarlos de muerte; y después dice: Mas
el gesto del Señor está sobre los que hacen mal, para echar a perder de
sobre la tierra la memoria de ellos, de donde parece que pone el Señor sus
ojos contra los malos, para que no se le vayan sin castigo de sus pecados, y
pone sus ojos sobre los justos, como el pastor sobre su oveja, para que no
se le pierda. Dos cosas tenemos en nos: una que hecimos nos, otra, que hizo
Dios. La primera es el pecado; la segunda, nuestro cuerpo y ánima, y cuanto
bien en ellos tenemos.
1. Dios mira con amor a los hombres, su hechura, y con ira a nuestra
hechura, que es el pecado
Si nosotros no añadiésemos mal sobre la buena hechura de Dios, no teníamos
cosa a la cual el Señor mirase con ojos airados, mas mirarnos hía con ojos
de amor, pues naturalmente quienquiera ama su obra, mas ya que nosotros
habemos afeado y destruido lo que el hermoso Dios bien edificó, mas nuestra
maldad no impide su sobrepujante bondad, la cual por salvar lo bueno que
crió, quiere destruir lo malo que nosotros hecimos. Porque si vemos que este
sol corporal se comienza tan liberalmente, y anda buscando y convidando a
quien lo quiere recebir, y a todos se da cuando no le ponen impedimento, y,
si se le ponen, aún está porfiando que se le quiten, o si algún agujero o
resquicio halla, por pequeño que sea, por allí se da, y hinche la casa de
luz, ¿qué diremos de la suma bondad divinal que con tanta ansia de amor anda
rodeando sus criaturas para darse a ellas, e henchirlas de calor, de vida y
de resplandores divinos? ¡Qué ocasiones busca para hacer bien a los hombres!
¡Y a cuántos por un pequeño servicio ha hecho no pequeños mercedes! ¡Cuántos
ruegos a los que de Él se apartan, para que a Él se tornen! ¡Cuántos abrazos
a los que a Él vienen! ¡Qué buscar de perdidos! ¡Qué encaminar de errados!
¡Qué perdonar de pecados, sin darlos en rostro! ¡Qué gozo de la salud de los
hombres! Dando a entender que más deseaba Él perdonar y que el errado sea
salvo y perdonado. Y por eso dice a los pecadores: ¿Por qué queréis morir?
Sabed que yo no quiero la muerte del pecador, mas que se convierta y viva;
tornaos a mí y viviréis. Nuestra muerte es apartarnos de Dios, y por eso
nuestro tornar a Él es vivir. A lo cual Dios nos convida, no poniendo sus
ojos de ira sobre su hechura, que somos nosotros, mas principalmente contra
los pecados que hacemos. Estos quiere Dios destruir, si nosotros no le
impidiésemos, e impedímosle cuando amamos nuestros pecados, dando vida con
nuestro amor, a los que, siendo amados, nos matan. Y es tanta la gana que
esta bondad tiene de destruir nuestra maldad, para que su hechura no quede
destruida, que, cuando quiera y cuantas veces quisiere, y de cuantas
maldades hubiere hecho, quiera pedir al Señor que las destruya, está el
Señor aparejado para destruirlas, perdonando lo que merecemos, sanando lo
que enfermamos, enderezando lo que torcemos, haciéndonos aborrecer lo que
amábamos antes, olvidando nuestros pecados como si no fueran hechos, y
apartándolos tanto de nos que dice David: Cuanta distancia hay de donde sale
el sol a donde se pone, tanto lanzó Dios nuestros pecados.
Así que el derecho y el primer mirar de los ojos airados de Dios no es
contra el hombre que Él crió, mas contra el pecado que nosotros hecimos. Y
si algunas veces mira al hombre para lo echar a perder, es porque el hombre
no le dejó ejecutar su ira contra los pecados, que Dios quería destruir; mas
quiso perseverar y dar vida a los que a Él mataban, y a Dios desagradaban.
Y, por tanto, justo es que su muerte quede viva, y su vida siempre muera
pues que no quiso abrir la puerta al que, por amor y con amor, quería y
podía matar a su muerte y darle vida.
2. El remedio para que Dios no mire a nuestros pecados es mirarlos nosotros
Mas dirá alguno: ¿Qué remedio para que Dios no mire a mis pecados para me
castigar; mas a su hechura para la salvar? La respuesta es muy breve y muy
verdadera: Míralos tú, y no los mirará Él. Suplicaba David al Señor por sus
pecados, diciendo: Habe misericordia, Señor, de mí, según la gran
misericordia tuya. Y también le decía: Aparta, Señor, tu faz de los mis
pecados.
Mas veamos qué alega para alcanzar tan gran merced. Por cierto, no servicios
que hobiese hecho; porque bien sabía que, si un siervo por muchos años con
gran diligencia sirviese a su señor, y después le hace alguna traición digna
de muerte, no se miraría a que ha servido, porque su siervo era obligado a
servir y por eso no echó en deuda el Señor; mas mírase a la traición que
hizo, la cual era obligado a no hacer. Y por eso con pagar lo que antes
debía, no pudo pagar lo que hace agora. Ni tampoco ofreció David
sacrificios, porque bien sabía que Dios no se delita con animales
encendidos. Mas éste ni en servicios pasados ni en merecimientos presentes
halla remedio; hallólo en el corazón contrito, y humillado, y pide ser
perdonado diciendo: Porque yo conozco mi maldad, y el mi pecado delante mis
ojos está siempre. Admirable poder dio Dios a este mirar nuestros pecados,
porque, tras nuestro mirar para aborrecerlos, se sigue el mirar de Dios para
deshacerlos. Y convertiendo nosotros los ojos a lo que malamente hecimos,
para afligirnos, convierte Él los suyos a salvar y consolar lo que Él hizo.
De manera que si el pecador conoce sus pecados, Dios le perdona; si los
olvida Dios le castiga.
Mas dirá alguno: ¿De dónde es tanta fuerza a nuestro mirar, que así trae
luego tras si el mirar de Dios, lleno de perdón? No por cierto de sí, porque
por conocer el ladrón que ha hecho mal en hurtar, no por eso merece que se
le perdone la horca, mas viene de otra vista muy amigable y tan valerosa que
es causa de todo nuestro bien. Esta es de la que dice David: Defendedor
nuestro mira, Dios, y mira en la haz de tu Cristo. En la primera vez que
dice mira, suplica a Dios que nos mire aceptando nuestros ruegos, y
haciéndonos bien. Porque eso significa volver Dios a uno la cara. Por lo
cual mandaba Dios que bendijesen los sacerdotes al pueblo diciendo: El Señor
vuelva su cara a nosotros. Y la segunda vez que dice: Mira, claro es a donde
suplica que mire, que es a la faz de Jesucristo; porque así como el mirar
Dios a nosotros nos trae todos los bienes, así el mirar Dios a su Cristo
trae a nos la vista de Dios.
3. La mirada de Dios, llena de perdón, llega a nosotros a través de Cristo,
nuestro Sacerdote
No penséis, doncella, que los agraciados y amorosos rayos de los ojos de
Dios descienden derechamente de Él a nosotros, porque si así lo pensáis,
ciega estás; mas sabed que se enderezan a Cristo, y de allí en nosotros por
Él. Y no dará el Señor una habla ni vista de amor a persona alguna del mundo
universo, por santa que sea, si la ve apartada de Cristo; mas por Cristo, y
en Cristo, mira a todos los que se quisieren mirar, por feos que sean. El
ser amado Cristo es razón de ser amados nosotros, como dice San Pablo,
hablando del Padre: Hízonos agradables en el amado, conviene a saber en
Cristo. E, si Cristo de en medio se saliese, ningún amado habría de Dios. Y
esto es lo que fue figurado en el principio del mundo, cuando el justo Abel,
pastor de ganados, ofreció sacrificio a Dios de su manada. El cual
sacrificio fue acepto como la Escriptura dice: que miró el Señor a Abel, y a
sus dones; y éste mirarlo fue ser agradable, y señal de este agradamiento
invisible envió fuego visible que quemó el sacrificio.
Este justo pastor aquel es el cual dice de sí: Yo soy buen pastor. El cual
también sacerdote. Y, por consiguiente, como dice San Pablo, ha de ofrecer
dones y sacrificios a Dios. Mas, ¿qué ofreciera, que digno fuera? No, por
cierto, animales brutos; no hombres pecadores; porque estos más provocaran
la ira de Dios que alcanzaran misericordia. Y no sin causa mandaba Dios
hacer tanto examen en la Vieja Ley sobre el animal que se había de
sacrificar; que fuese macho, y no hembra, que fuese de tanta edad, ni muy
chico ni muy grande, que no fuese cojo, ni ciego, con otras mil condiciones,
para dar a entender que lo que se había de ofrecer para quitar los pecados,
no había de tener pecado. Y, porque ninguno sin él estaba, no tenía este
gran sacerdote qué ofrecer por los pecados del mundo, sino a sí mismo,
haciéndose hostia el que es sacerdote, y ofreciéndose a sí mismo, limpio,
por limpiar los sucios; el justo, por justificar los pecadores; el amado y
agradado, porque fuesen amados y recebidos a gracia los que por sí eran
desamados y desagradados. Y valió tanto este sacrificio, así por él como por
quien le ofrecía, que todo era uno, que los que estábamos apartados de Dios,
como ovejas perdidas, fuimos traídos, lavados, santificados y hechos dignos
de ser ofrecidos a Dios. No porque nosotros tuviésemos algo digno, mas
encorporados en este pastor, siendo ataviados con sus riquezas y rociados
con su sangre, somos mirados de Dios por su Cristo. Lo cual dice San Pedro
así: Cristo una vez murió por nosotros, el justo por los injustos, para que
nos ofreciese a Dios mortificados en la carne, y vivos en el espíritu.
Veis, pues, como nuestro Abel ofrece a Dios ofrenda de su manada, que son
obedientes cristianos, a los cuales mira Dios con amor, porque mira primero
a nuestro Abel, agradándose en él y por él sus dones, que somos nosotros. Y
así como acullá vino fuego visible, así también lo vino acá, en figura de
lenguas, el día de Pentecostés. Y esto, después que Cristo subió a los
cielos, para aparecer a la cara de Dios por nosotros, como dice San Pablo.
Del cual miramiento de los ojos de Dios a la haz de Jesucristo salió este
fuego del Espíritu Santo, que abrasó los dones que este gran pastor y
pontífice ofreció al Padre, que son sus discípulos, y todos los creyentes en
Él, que son ovejas de su rebaño. Veis aquí, pues, doncella, qué habéis de
mirar cada vez que Dios mirare, y será conocer que no sois mirada en vos, ni
por vos; porque no tenemos qué sino males, mas sois mirada por Cristo, cuya
cara es llena de gracia, como dijo Ester. Y tenemos tan cierta esta vista de
Dios a nosotros por Cristo, si nosotros queremos mirarnos, que así como
prometi�� Dios a Noé que, cuando mucho lloviese, él miraría su arco, que puso
en las nubes en señal de amistad de Él con los hombres para no destruir la
tierra por agua, así, y mucho más, mirando Dios a su Hijo puesto en la cruz,
extendidos sus brazos a modo de arco, se acuerda de su misericordia, y quita
de su riguroso y castigador arco las flechas que ya quería arrojar. Y en
lugar de castigo da abrazos, vencido más por este valeroso arco, que es
Cristo, a hacer misericordia que movido por nuestros pecados a nos castigar;
y puesto que nosotros anduvimos errados y vueltas las espaldas a la luz, que
es Dios, no queriendo mirarle, mas vivir en tinieblas, somos por este pastor
traídos en sus hombros, y por traernos él míranos el Señor, haciendo que lo
miremos a él.
4. Ni un momento quita Dios sus ojos de nosotros
Y tiene tan especial cuidado de nos que ni un momento quita sus ojos de nos,
porque no nos perdamos. ¿De dónde pensáis que vino aquella amorosa palabra
que Dios dice al pecador que se arrepiente de sus pecados: Yo te daré
entendimiento, y te enseñaré en el camino que has de andar, y poner sobre ti
mis ojos, sino de aquella amorosa vista con que Dios miró a su Cristo? El
cual es la sabiduría que nos enseña y el verdadero camino por donde vamos
sin tropiezo; y el verdadero pastor, por el cual, en cuanto hombre somos
mirados, y el cual, en cuanto Dios, nos mira, quitándonos los peligros de
delante, en los cuales ve que hemos de caer; teniéndonos firmes en los que
nos vienen; librándonos en los que por nuestra culpa hemos caído; cuidando
lo que nos cumple, aunque nosotros hacemos descuidos; acordándose de nuestro
provecho, aunque nosotros nos olvidamos de su servicio; velándonos cuando
dormimos; teniéndonos consigo cuando nos querríamos apartar; llamándonos
cuando huimos; consolándonos cuando venimos; y teniendo en todo y por todo
un tan vigilante y amoroso mirar con nosotros, que todo, y en todo tiempo,
nos lo ordena a nuestro provecho.
¿Qué diremos a tantas mercedes, sino hacer gracias a aquel verdadero pastor
que, porque sus ovejas no muriesen de hambre, ni anduviesen lejos de los
ojos de Dios, ofreció su cara a tantas deshonras, para que, mirándola el
Padre tan afligida, sin culpa, mirase a los culpados con ojos de
misericordia, y para que traigamos nosotros en el corazón y en la boca:
Mira, Señor, en la faz de tu Cristo, probando por experiencia que muy mejor
nos oye el Señor y nos ve, y nos inclina oreja, que nosotros a Él?
IV. Et Obliviscere populum tuum
Cuarta palabra. Cómo hemos de olvidar nuestro pueblo
Para declaración de lo cual es de notar, que todos los son repartidos en dos
bandos, o ciudades diversas; una de malos, y otra de buenos. Las cuales
ciudades no son distintas por diversidad de lugares, pues los ciudadanos de
una y otra viven juntos y aún dentro de una casa, mas por diversidad de
afecciones. Porque, según dice San Augustín, dos amores hicieron a dos
ciudades. El amor de sí mismo, hasta despreciar a Dios, hizo la ciudad
terrenal; el amor de Dios, hasta despreciar a sí mismo, hizo la ciudad
celestial. La primera ensálzase en sí misma, la segunda, no en sí, mas en
Dios. La primera quiere ser honrada de los hombres; la segunda, tiene por
honra tener la conciencia limpia delante los ojos de Dios. La primera
ensalza su cabeza en su honra; la segunda dice a Dios: Tú eres mi gloria, y
el que alzas mi cabeza. La primera es deseosa de mandar y señorear; en la
segunda sírvense unos a otros por caridad: los mayores aprovechando a los
menores, y los menores obedeciendo a sus mayores. La primera atribuye la
fortaleza a sus poderosos y gloríase en ellos; la segunda dice a Dios: Ámete
yo, Señor, fortaleza mía. En la primera los sabios de ella buscan los bienes
criados; o si conocieron al Criador no lo honraron como a criador, mas
tornáronse vanos en sus pensamientos y diciendo: somos sabios, tornáronse
necios; mas en la segunda ninguna otra sabiduría hay sino el verdadero
servicio de Dios, y espera por galardón honrar al mismo Dios en compañía de
los santos hombres y ángeles, para que sea Dios todas las cosas en todos. De
la primera ciudad son vecinos todos los pecadores; de la segunda todos los
justos. Y porque todos los que de Adán descienden, sacando el Hijo de Dios y
su bendita Madre son pecadores, aun en siendo engendrados, por tanto todos
somos naturalmente ciudadanos de aquesta ciudad, de la cual Cristo nos saca
por gracia para hacernos de la suya.
1. Los diversos nombres que se dan al mundo, nuestro pueblo, indican su
maldad
Esta mala ciudad que es de congregación, no de plazas ni calles, mas de
hombres que se aman a sí y presumen de sí, se llama por diversos nombres,
que declaran la maldad de ella. Llámase Egipto, que quiere decir tiniebla o
angustia; porque los que en esta ciudad viven carecen de luz, pues no
conocen a Dios. Y no lo conocen, porque no le aman; porque según dice San
Joan: el que no ama a Dios, no conoce a Dios; porque Dios es amor. Y
viviendo en tinieblas, no tienen gozo, porque, según decía Tobías: ¿Qué gozo
puedo yo tener, pues no veo la lumbre del cielo?
Llámase también Babiloniaque quiere decir confusión el cual nombre fue
puesto cuando los soberbios quisieron edificar una torre que llegase hasta
el cielo, para defenderse de la ira de Dios, si quisiese otra vez destruir
el mundo por agua, y para hacer un tal edificio, por el cual fuesen
nombrados en el mundo. Mas impidió su locura el Señor de esta manera, que
les confundió el lenguaje, que antes era uno, en muchos lenguajes, para que
así no se entendiesen unos a otros. De lo cual nacían rencillas, pensando
cada uno que hacía el otro burla de él, diciendo uno y respondiendo otro. Y
así el fin de la soberbia fue confusión y rencilla, y división. Muy
propiamente compete este nombre a la ciudad de los malos, pues quieren pecar
y no ser castigados. Y no quieren huir los castigos de Dios, evitando el
ofenderle, mas, si pudiesen por fuerza o por maña pecar, y no ser
castigados, lo intentarían. Son soberbios, y todo su fin es que se nombre su
nombre en la tierra. Hacen torres de obras vanas, si pueden, y si no, a lo
menos en los pensamientos. Los cuales destruídos al mejor favor que ellos
están, según está escripto: A los soberbios resiste y a los humildes da
gracia, y porque no quisieron vivir en unidad de lenguaje, dando la
obediencia a Dios son castigados en que ni ellos se entiendan a sí mismos,
ni entiendan a Dios, ni se entiendan unos a otros, ni entiendan cosa criada;
pues, faltándoles la sabiduría de Dios, ninguna cosa entienden como se debe
de entender para su provecho. ¡Cuántas cosas pasan en el corazón de los
malos que los sacan de tiento, y no saben cómo remediarse! Ya pide uno con
deseo una cosa y otra, y a las veces contraria; ya hacen, ya deshacen;
lloran y alégranse; ya quieren desesperar, ya se ensalzan vanamente; buscan
con mucha diligencia una cosa, y, después de habella alcanzado, pésales por
haberla alcanzado; desean una cosa y hacen otra, siendo regidos, no por
razón, mas por pasión. Y de aquí es que como el hombre sea animal racional,
cuya principal parte es la ánima, que ha de vivir según razón, y éstos viven
según apetito, no se conocen ni entienden, pues viven vida bestial, que es
vida de cuerpos, y no racional, que es propria vida de hombres. De lo cual
nace que, como Dios sea espíritu y haya de ser amado y conocido no de
nuestro cuerpo, mas de nuestro espíritu, estos tales no le conocen, porque
su vida es al contrario de Él. Y como la unión de los prójimos nace de la
unión de sí mismos, y de la unión de sí con Dios, estos ciudadanos,
divididos en sí y divididos de Dios, no pueden tener buena y duradera paz
unos con otros; mas antes de sus hablas y obras y juntas nacen rencillas,
viviendo cada uno a su proprio querer, sin curar de agradar al otro, y
sintiendo cada uno a su injuria, sin curar de sufrirse unos a otros. Estos
son los que no entienden a qué fin fueron criados, ni cómo han de usar de
las criaturas, ni temen infierno, ni desean el cielo; mas todas las cosas
las quieren para sí, haciéndose fin de todas ellas. Con mucha razón, pues,
son llamados Babilonia los que todos andan en ceguedad, sin usar de sí ni de
otra cosa conforme al querer del Criador.
Llámanse también caldeos, llámanse Sodoma, llámanse Edón, con otros mil
nombres que representan la maldad de este pueblo, y todos aun no pueden
declarar la malicia de él. Este es el pueblo del cual manda Dios salir a
Lot, porque no le comprehenda el castigo que de Dios viene sobre él, y le es
mandado que se salve en el monte, que es la alteza de la fe y buena vida.
Este es el pueblo del cual manda Dios que salga a Israel, para caminar a la
tierra de promisión, que es figura del cielo. Este es el pueblo del cual
mandó Dios primero a Abraham que se saliese, cuando le dijo: Sal de tu
tierra, y de tu tierra, y de tu parentela, y de la casa de tu padre, y ven a
la tierra que te mostraré. Este es el pueblo del cual dice Dios por San
Pablo a los que quieren ser suyos: No queráis tener compañía con los
infieles. Porque ¿qué compañía puede tener la maldad con la bondad, o la luz
con las tinieblas? ¿Qué junta puede haber en ti, Cristo, y Belial o entre el
fiel y el infiel? ¿Qué convención hay entre el pueblo de Dios con los
ídolos? Porque vosotros sois templos de Dios vivo, como dice el Señor: Yo
moraré en ellos, y andaré entre ellos, y seré Dios de ellos, y ellos me
serán pueblo. Por lo cual salid del medio de ellos y apartaos, dice el
Señor, de ellos. Todo esto dice San Pablo.
De las cuales cosas veréis claro con cuánta razón se os dice de parte de
Dios: Olvida tu pueblo, y la casa de tu padre; porque no os recibirá el
Señor por suya, si no os extrañáis a este pueblo.
No es cosa segura estar debajo de una casa, la cual sin duda se ha de caer y
tomar a cuantos debajo estuvieren, y no agradeceremos poco a quien de tal
peligro nos avisase. Pues sabed muy de cierto que vendrá día en que se
cumpla aquella visión que vio San Joan cuando dijo: Vi otro ángel que
descendió del cielo, que tenía gran poder, y que tenía la tierra alumbrada
con su gloria. Y él clamó con su fortaleza y dijo: Caído ha, caído ha
Babilonia la grande, y hecha es morada de demonios, y casa de todo espíritu
sucio, y de toda ave sucia y horrible. Y abajo dice: Tomó un ángel una
piedra grande, como de molino, y echóla en la mar, diciendo: Con este ímpetu
será echada la gran Babilonia en la mar, y no será más hallada. Y, porque no
se descuiden los que desean salvarse, pensando que, teniendo compañía con
los malos, no les comprehenderán sus azotes, dice el mismo San Joan que oyó
otra voz del cielo que decía: Salid de ella, pueblo mío, y no seáis
participantes en sus delitos, y no recibáis de sus plagas, porque llegado
han sus pecados al cielo, y acordado se ha el Señor de las maldades de ella.
2. ¿Qué quiere decir «salir del mundo»?
Sobre lo cual dice San Augustín que este salir del medio de Babilonia no
quiere decir ir con el cuerpo de entre los malos, mas con el ánima, porque
en una misma ciudad y en una misma casa está Jerusalén y Babilonia, juntas
cuanto al cuerpo, mas, si miramos a los corazones, muy apartados están. Y en
uno es conocida Jerusalén, ciudad de Dios, y en otro Babilonia, ciudad de
los malos.Olvidad, pues, vuestro pueblo, y salid al pueblo de Cristo,
sabiendo que no podéis comenzar vida nueva, si no salís de la vida vieja.
Acordaos de lo que dijo San Pablo, que para santificarle a su pueblo por su
sangre, padeció muerte fuera de la puerta de Jerusalén, y pues así es,
salgamos a él fuera de los reales, imitándole en su deshonra. Esto dice San
Pablo, amonestándonos que por eso Cristo padeció fuera de la ciudad, para
darnos a entender que, si le queremos seguir, hemos de salir de esta ciudad,
que hemos dicho, que es congregación de los que se aman a sí. Bien pudiera
Cristo curar el ciego en Betsaida, y más quiso sacarle de ella y así darle
la vista, para darnos a entender que fuera de la vida común, que siguen los
muchos, hemos de ser curados de Cristo, siguiendo el camino estrecho, por el
cual dice la misma verdad que andan pocos. No os engañe nadie; que no quiere
Cristo a los que quieren cumplir con Él y con el mundo. Y por su bendita
boca prometió que ninguno pudiese servir a dos señores.
Por tanto, si queréis que Él se acuerde de vos, olvidad vuestro pueblo. Si
queréis que os ame, no os améis vos. Si queréis que Él cuide de vos, no
estéis estribada en vuestro cuidado. Si queréis que os mire con amor, no os
miréis complaciendo a vos. Si queréis estar arrimada a Él, desarrimaos de
vos. Y si queréis agradarle, no temáis desagradar al universo mundo por Él.
Y si deseáis hallarle, no dudéis perder padre y madre, y hermanos y casa, y
aun vuestra propria vida, por Él. No porque conviene aborrecer estas cosas,
mas porque conviene mirar tan de verdad, y con todo vuestro corazón, a
Cristo, que no torzáis en un solo cabello de agradar a Él por agradar a
criatura alguna, por amada que sea, ni aun por vos misma. San Pablo predica
que los que tienen mujeres las tengan como si no las tuviesen, y los que
compran como si no poseyesen, y los que venden como si no vendiesen, y los
que lloran como si no llorasen, y los que se gozan como si no gozasen y la
causa es lo que añade, diciendo. Porque se pasa presto la figura de este
mundo. Pues así os digo, doncella, que lo uno, porque presto se pasa, y lo
otro, porque ya no sois vuestra, así tened padres y hermanos, parientes y
casa y pueblo, como si no los tuviésedes, no para no reverenciarlos y
amarlos, pues la gracia no destruye la orden de naturaleza, y aún en el
mismo cielo ha de haber reverencia de hijo a padre; mas para que no os
ocupen el corazón y estorben el servicio de Dios. Amaldos en Cristo, no en
ellos, que no os los dio Cristo para que os sean estorbo a lo que tanto
debéis siempre hacer, mas para que os sean ayuda. San Hierónimo cuenta de
una doncella, que estaba tan mortificada a la afeción del parentesco, que a
su propria hermana, aunque era doncella, no curaba de verla, contentándose
con amarla por Dios.
Creedme que así como en un pergamino no pueden escribir, si no está muy
raído, quitado de la carne, así no está el ánima aparejada para que el Señor
escriba sus gracias en ella, hasta que estén en ella estas afecciones, que
nacen de carne, muy muertas. Leemos en los tiempos pasados que pusieron el
arca de Dios en un carro, para que la llevasen dos vacas paridas, cuyos
becerros quedaban en cierta parte encerrados, y aunque las vacas daban
gemidos por sus hijos, mas nunca dejaron su camino real, ni tornaron atrás,
ni se apartaron, dice la Escriptura, a la mano derecha ni a la izquierda,
mas por el querer de Dios que así le hacía, llevaban su arca hasta la tierra
de Jerusalén, que era el lugar donde Dios moraba. Los que se han puesto
encima de sus hombros la cruz de Jesucristo nuestro Señor, que es arca donde
Él está y se halla muy de verdad, no deben dejar ni tardar su camino por
estas afecciones naturales de amor de padres e hijos, y casa, y semejables
cosas. Ni deben gozarse livianamente con las prosperidades de ellos, ni
penarse por sus adversidades. Porque lo primero es apartarse del camino de
la mano derecha, y el segundo, a la izquierda; mas proseguir en fervor su
camino, encomendando al Señor que guíe a su gloria lo uno y lo otro. Y estar
tan muertos a estas cosas, como si no les tocasen, o a lo menos, si esto no
pueden, no dejarse vencer de la tristeza o del gozo por lo que a ellos toca,
aunque algo lo sientan; lo cual fue figurado en las vacas que, aunque daban
bramidos por sus hijos, no por eso dejaban de llevar el arca de Dios. E si
los padres ven que sus hijos quieren de alguna manera servir a Dios que a
ellos no es apacible, deben de mirar lo que Dios quiere. Y, aunque giman con
amor de los hijos, deben vencerse con el amor de Dios, ofreciendo sus hijos
a Dios, y serán semejables a Abraham, que quería matar a su unigénito hijo
por la obediencia de Dios, no curando de lo que su sensualidad deseaba. Y el
dolor natural que en estos trances se pasa, débese sufrir con paciencia, el
cual aún no irá sin galardón, pues que el Señor ordenó el dicho amor, y por
amor de él se vencen como quien padece martirio. Olvidad, pues, vuestro
pueblo, doncella, y sed como otro Melquisedec, del cual no se cuenta padre
ni madre ni linaje alguno. En lo cual, como San Bernardo dice, se da ejemplo
a los siervos de Dios, que han de tener tan olvidado su pueblo y parientes,
que sean de su corazón como este Melquisedec solos y extranjeros en este
mundo, sin tener cosa que les retarde su apresurado caminar, que caminan a
Dios.
3. La vanidad de la nobleza del linaje
No querría que os cegase a vos la vanidad que a muchos ciega, presumiendo de
su linaje carnal. Y, por tanto, quiéroos decir lo que a una doncella San
Hirónimo dice: «No quiero que mires aquellas que son doncellas del mundo y
no de Cristo, las cuales, no acordándose de su propósito comenzado, se gozan
en sus deleites, y se deleitan en sus vanidades y glorias en el cuerpo, en
la origen de su linaje, las cuales, si se tuviesen por hijas de Dios, nunca
después del nacimiento divino, ternían en algo la nobleza del cuerpo; y si
sintiesen a Dios ser padre, no amarían la nobleza de la carne. ¿Para qué te
glorías con nobleza de tu linaje? Un hombre y una mujer hizo Dios en el
principio del mundo, de los cuales descendió la muchedumbre del género
humano. La nobleza del linaje no la da la igualdad de naturaleza, mas la
ambición de la codicia; y ninguna diferencia puede haber entre aquellos a
los cuales el segundo nacimiento engendró, por el cual así el rico como el
pobre, el libre y el esclavo, es de linaje, y sin él no son hechos hijos de
Dios. Y el linaje de carne terrena es oscurecido con el resplandor de la
celestial honra. Y en ninguna manera ya parece, pues que los que eran antes
desiguales por honras del mundo son igualmente vestidos con nobleza de honra
celestial y divina. Ningún lugar hay ya allí de linaje bajo, y ninguno de
aquéllos es sin linaje, a los cuales el alteza del nacimiento divino los
hermosea. Y, si lo hay, en el pensamiento de aquellos que no tienen en más
las cosas celestiales que las humanas. O, si las tienen, cuán vanamente lo
hacen en tenerse en más que aquellos por cosas menores, los cuales conocen
serles iguales en las cosas mayores, y estiman a los otros como a hombres
puestos en tierra debajo de sí, los cuales creen que son sus iguales en las
cosas del cielo. Mas, tú, quienquiera que eres, doncella de Cristo y no del
siglo, huye toda gloria de la vida presente, para que alcances todo lo que
se promete en el siglo, que está por venir». Todo esto dice San Hierónimo.
De lo cual podréis ver cuánto os conviene olvidar vuestro pueblo y casa de
padre, sabiendo que lo que de los padres de carne traéis es ser concebida en
pecado y llena de muchas miserias, y nacida en ira de Dios por el primer
pecado de Adán, que, mediante nuestra concepción, heredamos. Un cuerpecillo
nos dieron nuestros padres, y tan vergonzosamente engendrado que es asco
pensarlo, y decirlo, y es tal este cuerpo que mancha el ánima, que Dios cría
limpia y la infunde en él. Como cuando un limpio da una manzana limpia en
las manos de un leproso, que con sólo tomarla la ensucia. Un cuerpo nos
dieron, lleno de mil necesidades y flaquezas, y proprio para hacer
penitencia en sufrirlo. Un cuerpo, que, si un solo cuerezuelo le quitasen de
encima, los muy hermosos serían abominables. Un cuerpo, que, mirándolo por
defuera blanco, y considerando las cosas que dentro en sí encierra, no
diréis sino que es un vil muladar, cubierto de nieve. Un cuerpo, que
pluguiera a Dios que no hubiera más en él que ser trabajoso y vergonzoso;
mas esto es lo menos, porque es el mayor enemigo que tenemos, y el mayor
traidor que nunca se vio, que anda buscando la muerte, y muerte eterna, a
quien le da de comer, y todo lo que ha menester. Un cuerpo, que para haber
él un poco de placer, no tiene en nada dar enojos a Dios y echar el ánima en
el infierno. Un cuerpo, perezoso como asno y malicioso más que mula; y si
no, probá a dejarlo sin freno, que ande él como quisiere, y descuidaos un
poco de guardaros de él, entonces veréis lo que tiene.
¡Oh vanidad para burlar de los que de linaje presumen!, pues que todas las
ánimas Dios las cría, que no se heredan, y la carne que se hereda, es cosa
para haber vergüenza y temor. Digan los tales lo que Dios dijo a Esaías: Da
voces. ¿Y qué diré a voces?, dijo Esaías. Respondió el Señor. Que toda carne
es feno, y toda su gloria como la florecilla del campo. Voces manda dar
Dios, y aún no las oyen los sordos, los cuales más se quieren gloriar de la
suciedad, que de la carne trajeron, que en la alteza que por el Espíritu
Santo les es concedida. No seáis ciega, esposa de Cristo, ni desagradecida.
La estima en que Dios os tiene no es por vuestro linaje, mas por ser
cristiana; no por nacer en sala entoldada, mas por tornar a nacer en el
santo baptismo. El primer nacimiento es deshonra, el segundo es honra. El
primero, de desnobleza; el segundo, de nobleza. El primero, de pecado; el
segundo de justificación de pecados. El primero, de carne que mata; el
segundo, de espíritu que aviva. Por el primero somos hijos de hombres; por
el segundo, hijos de Dios. Por el primero, aunque somos herederos de
nuestros padres, cuanto a su hacienda somos herederos cuanto a ser pecadores
y llenos de muchos trabajos; mas por el segundo somos hechos hermanos de
Cristo, y juntamente herederos del cielo con él: de presente recebimos el
Espíritu Santo y esperamos ver a Dios cara a cara.
Pues, ¿qué os parece que dirá Dios al que se precia más ser nacido de
hombres, para ser pecador y miserable, que por ser nacido de Dios, para ser
justo y después bienaventurado? Éstos son semejables a uno que fuese
engendrado de un rey en una muy fea esclava, y se preciase él de ser hijo de
ella, y la trajese mucho en la boca, y no mirase ni se acordase ser hijo del
rey.
Olvidad, pues, vuestro pueblo, para que seáis del pueblo de Dios. El pueblo
malo, ése es el vuestro, y por eso dice: Olvida tu pueblo, porque de vos no
sois sino pecadora y muy vil, mas, si os sacudís de eso que es vuestro,
recebiros ha el Señor en lo que es suyo, en su nobleza, en su justificación,
en su amor. Mas, mientra tuviéredes, no recebiréis. Desnuda os quiere
Cristo, porque Él os quiere dotar, que tiene con qué. Porque de vos, ¿qué
tenéis sino deudas? Olvidad vuestro pueblo, que es ser pecadora,
extrañándoos a los pecados pasados, y no viviendo según mundo. Olvidad
vuestro pueblo, olvidando vuestro linaje. Olvidad vuestro pueblo, haciendo
cuenta que estáis en un desierto sola con Dios. Olvidad, pues, vuestro
pueblo, pues tantas razones y tan suficientes veis para lo hacer.
V. Et Domum patris tui
Quinta palabra. Cómo hemos de olvidar la casa de nuestro padre para hallar
la de Dios
1. El padre de nuestra casa es el demonio
Síguese otra palabra que dice: Olvida la casa de tu padre. Este padre el
demonio es; porque, según dice San Joan, el que hace pecado, del diablo
precede, porque el diablo pecó desde el principio. No porque él crió o
engendró a los malos, mas porque imitan sus obras. Y de aquél se dice ser
uno hijo, según el santo Evangelio, cuyas obras imita.
Este padre malaventurado vive en el mundo, y quiere decir en los malos,
según se escribe de él en Job: En la sombra duerme, y en lo secreto de la
caña, y en los lugares húmidos. Sombra son las riquezas, porque no dando el
descanso que prometen, mas punzando el corazón con sus congojas, como con
espinas, experimenta el que las tiene que no son riquezas, mas sombra de
ellas, y verdadera necesidad, y que ninguna cosa son menos de lo que suena
su nombre. Caña es la gloria de este mundo, que cuando de fuera mayor
parece, tanto de dentro está más vacía, y aún lo que de fuera parece es tan
mudable que con razón se llama caña, que a todo viento se mueve. Lugares
húmidos son las almas relajadas con los carnales deleites, que corren tras
ellos, sin detenencia, contrarias a aquellas de las cuales dice el santo
Evangelio que se salen del espíritu sucio del hombre donde estaban, y va a
buscar donde entrar, y anda por los lugares secos, buscando holganza, y no
la halla, porque en las ánimas ajenas de estos carnales deseos no halla el
demonio posada, mas en las codicias, honras y deleites es su aposento. Por
lo cual dice el príncipe de este mundo, y regidor y señor de él, no porque
él lo haya criado, mas porque los malos, que son de Dios por creación,
quieren sujetarse al demonio, conformándose con su voluntad para que así
sean también conformes con él en la infernal pena como les será crudamente
dicho el día postrero, por boca de Cristo: Id, malditos, al fuego eterno,
que está aparejado al diablo y a sus ángeles.
2. Nuestra casa es la propia voluntad
Y si bien consideramos cuál sea esta casa del demonio, hallamos que no es
otra sino la propria y mala voluntad de los malos, en la cual se asienta el
demonio como rey en silla, mandando desde allí a todo el hombre, pues tiene
lo principal de él. Olvidar, pues, la casa de vuestro padre no es otra cosa
sino olvidar y quitar la voluntad propria, en la cual algún tiempo
aposentamos a este mal padre, y abrazar con entero corazón la divina
diciendo: no mi voluntad, Señor, sino la tuya sea hecha. El cual
amonestamiento es de los más provechosos que se nos pueden hacer; porque,
quitada nuestra voluntad, quitaremos los pecados que nacen de ella, como
ramos de raíz. Lo cual denota San Pablo, contando muchedumbre de pecados que
en los días postreros había de haber. Primero dice que serán los hombres
amadores de sí mismos dando a entender, como dice la glosa, que este amor de
sí, es raíz y cabeza de todos los pecados, el cual quitado, queda el hombre
en su sujeción de Dios, de la cual le viene su bien. Ítem, la causa de
nuestros desabrimientos, tristezas, trabajos, no es otra sino nuestra
voluntad, la cual querríamos que se cumpliese. Y, porque no se cumple,
tomamos pena; mas este yerro quitado, ¿qué cosa puede venir que nos pene?
Pues no nace la tristeza de venir el trabajo, mas de no querer que nos
venga.
Y no sólo se quitan las penas de acá, mas del otro mundo, porque, como San
Bernardo dice, cese la voluntad propria y no habrá infierno; mas así como es
la cosa más provechosa de todas negar nuestra voluntad, así es la cosa más
trabajosa que hay; y aun por mucho que trabajemos no saldremos con ello, si
aquel Señor que mandó quitar la piedra de la sepultura de Lázaro muerto, no
quita esta dureza que tiene muertos a los que debajo toma. Y, si no mata a
este fuerte Goliat, que no hay quien le pueda vencer si no el que es
invencible. Mas, aunque nosotros no podamos librar nuestro cuello de estas
cadenas, no por eso debemos dejar de esforzarnos, según las fuerzas que el
Señor nos diere, llamándole con corazón, y considerando los males que de
seguirla nos vienen, y los bienes que de no seguirla. Ítem, los santos
ejemplos de Cristo, el cual dice de sí: Descendí del cielo, no para hacer mi
voluntad, mas la de aquel que me envió. Y esto no en cosas de poca
importancia, como algunos hacen, mas en las cosas de afrenta y que llegan,
como dicen, al ánima. Tal era el padecer Cristo pasión por nosotros, mas en
ella se conformó con la voluntad de su Padre, echando de sí la voluntad de
su carne, que era no padecer, para darnos ejemplo, que ninguna cosa nos debe
ser tan amada, que, por él, no la abracemos.
Y si todas las cosas que consideramos no nos movieren a olvidar este pueblo
y casa de nuestro padre, a lo menos muévanos lo que tanta razón es que nos
mueva, conviene a saber, la palabra que tras ésta se sigue, como para dar
esfuerzo a cumplir las pasadas, la cual dice así: Y codiciará al rey tu
hermosura.
VI. Et concupiscet rex decorem tuum
Que tal ha de ser nuestra alma, para que el Señor codicie su hermosura
Cosa es de maravillar que haya hermosura en la criatura que pueda atraer a
los benditos ojos de Dios para ser de Él codiciada. Dichosa cosa es
enamorarse el ánima de la hermosura de Dios; mas ni es de maravillar que la
fea ame al todo hermoso, ni es de tener en mucho que la criatura mire a su
Criador. Mas enamorarse y aplacer a Dios en su criatura, esto es de
maravillar y agradecer, y da a ella inefable causa de gloriarse y gozarse.
Si es grande honra ser cautiva una ánima del Señor, ¿qué será tener ella a
Él cautivo de amor? Si es gran riqueza no tener corazón por dársele a Dios,
¿qué será tener por nuestro el corazón del Señor?, el cual da Él a quien da
su amor. Y tras el corazón, da a todo si, porque de quien es nuestro
corazón, de aquél somos. Sin duda grandes y muchos son los bienes que la
infinita bondad da a los hombres, mas, como no haciendo caso de todos ellos,
dice Job a Dios: Señor, ¿qué cosa es el hombre, porque le engrandeces y
pones en él tu corazón? Dando a entender que, pues por dar Dios el corazón,
se da a Él, tanta diferencia va de dar otras dádivas a dar el corazón por
amor, cuanto va de Dios a criaturas. Y, si por las otras dádivas le debemos
gracias, la principal causa es porque nos las da con amor, y si en ellas nos
debemos gozar, mucho más por hallar gracia en los altísimos ojos de Dios.
Ésta es la verdadera honra nuestra, de la cual nos podemos gloriar, no de
que amamos nosotros a Él, porque maldito es quien hace caso de sí,
ensalzándose en las obras que hace, mas de que un tan alto rey, a quien
adoran todos los ángeles, quiere por su sola bondad amar cosas tan bajas
como somos nosotros.
Mirad, pues, doncella, si es razón de oír y ver, e inclinar a Dios nuestra
oreja, pues el galardón de ello es que codicie Dios nuestra hermosura.
Verdaderamente, aunque las palabras que manda fueron muy recias, se tornarán
livianas con tales promesas, cuanto más siendo cosa tan poca lo que nos
pide.
1. Esta hermosura no es la del cuerpo
Mas diréis: ¿De dónde viene al ánima tener hermosura, pues que es pecadora,
y de los pecadores se escribe que es denegrida su cara más que carbones? Si
este Señor buscase hermosura de cuerpo, no es de maravillar que la hallase,
pues Él lo crió; y así, como Él es hermoso, crió todas las cosas hermosas,
para que así fuesen algún pequeñuelo rastro de su hermosura inefable,
comparada a la cual, toda hermosura es fealdad. Mas sabemos que dice David,
hablando de la esposa de este gran rey, que toda su hermosura consiste en lo
de dentro, que es el ánima. Y esto con mucha razón, porque la hermosura del
cuerpo es muy poca cosa, y puede estar en quien tenga muy fea su ánima.
¿Pues qué aprovecha ser fea en lo más, y hermosa en lo que es casi nada?
¿Qué aprovecha la hermosura en lo que los hombres pueden mirar, y fealdad en
lo que Dios mira? De fuera ángel, y de dentro diablo.
a) LA HERMOSURA CORPORAL ES PELIGROSA AL QUE LA TIENE
Y no sólo esta hermosura no aprovecha para ser el ánima amada de Dios, mas
aún por la mayor parte es ocasión para ser desamada. Porque, así como la
espiritual hermosura da seso y sabiduría, así la hermosura del cuerpo la
suele quitar. No tienen pequeña guerra la castidad, la humildad,
recogimiento, de una parte, contra la hermosura corporal, de otra. Y a
muchos les fuera mejor extrema fealdad en la cara, para no tener con quién
pelear, que gran hermosura y gran liviandad, con que fueron vencidas. No por
pequeño mal dice Dios a tal ánima: Perdiste la sabiduría entre tu hermosura.
Y en otra parte dice: Heciste abominable tu hermosura. Y dice esto, porque,
cuando con la hermosura del cuerpo se juntan fealdades en las costumbres, es
abominable la tal hermosura, y tornada en fealdad verdadera.
Bien veo yo que si las ánimas de los que miran las cosas hermosas, y de las
que son hermosas, fuesen puros en buscar a Dios solo en las criaturas cuanto
ellas fuesen más hermosas, tanto más claro espejo serían de la hermosura de
Dios; mas, ¿adónde está agora quien no llore lo que San Augustín lloraba
cuando decía: «Andaba hermosa, para tanto más guardarse limpia en el ánima,
cuanta más hermosura ve en su cuerpo»? Naturalmente huimos más de
ensuciarnos cuando estamos limpios, que cuando no. Y hacen al contrario de
esto muchas personas que, siendo feas, no pecarían tanto, y de la misma
limpieza toman ocasión a ensuciarse. Y de éstas dice la Escriptura: Como
manilla de oro en el hocico del puerco, así es la mujer hermosa, que es
loca. Muy poca honra cataría el puerco al oro que en su hocico tuviese, y no
dejaría, por mucho que resplandeciese, de ensuciarlo y meterlo en el
hediondo cieno; así es la mujer loca, que emplea su hermosura, sin algún
asco, en mil vanidades, hediondeces, ya de cuerpo ya de ánima.
b) PUEDE SER DAÑOSA A LOS DEMÁS
Pues si la hermosura no ayuda, antes desayuda a guardar la limpieza de la
propria ánima, ¿qué pensáis que hace en las ánimas de quien lo mira? ¡Cuán
buena cosa sería no tener ellos ojos para mirar, ni ellas pies para andar,
ni manos para hermosear, ni gana para ser vista! ¿Qué dirán estas miserables
hermosas al parecer, y feas, según la verdad, cuando les falte la hermosura
del cuerpo, para lo cual tanto trabajaron, y se tornen tan hediondos sus
cuerpos en las sepulturas cuan hediondas andaban sus ánimas debajo de los
cuerpos hermosos, y sean así presentadas desnudas de bienes delante los ojos
de aquel, al cual no curaron parecer bien, y sean avergonzadas de sus
secretas maldades probando por experiencia, que vino el día en que, como
Dios había prometido, echó a perder el nombre de los ídolos de la tierra?
Ídolo es la mujer vana y hermosa, que quiere contrahacer a Dios verdadero,
pintándose como Dios no la pintó, y queriendo que los corazones de los
hombres se ocupen de ellas, y haciendo para ello todo lo que pueden y
deseando lo que no pueden. Los nombres muy mentados de éstas destruirlos ha
Dios, para que sepan que no aprovechó ser mentadas en las bocas de los
hombres, si están raídas del libro de Dios.
De esta hermosura os amonesto, esposa de Cristo, que ni aun os acordéis de
ella, porque, si las mujeres vanas se pasan como quiera donde no las ve
hombre, y guardan su hermosura para cuando las mire alguna muchedumbre del
pueblo, o algún alto príncipe, ¿por qué la esposa de Cristo no hará otro
tanto, esperando aquel día, cuando ha de ser vista de todos los hombres y
todos los ángeles, y del Señor de hombres y ángeles, cuando parecerá mejor
la cara llorosa que la risueña, y la saya baja que la preciosa, y la virtud
que la hermosura? Mas, no penséis que os basta tener vuestro corazón limpio
de esta vanidad, mas conviéneos mucho mirar y remirar, no seáis causa que a
quien os miraré se le aparte el corazón de Dios ni un solo punto.
Las vanas doncellas del mundo desean bien parecer a los hombres, mas la de
Cristo ninguna cosa debe tanto huir ni temer, porque no puede ser peor
locura que desear el peligro ajeno y suyo. Acordaos de lo que San Hierónimo
dice a una doncella: «Guárdate que no des alguna ocasión de deseo malo,
porque tu esposo es celoso, y peor será adulterar contra Cristo que contra
el marido». Y en otra parte dice: «Acuérdate que te he dicho que eres hecha
sacrificio de Dios y el sacrificio da santificación a las otras cosas, y
cualquiera que de él dignamente participare se hará participante en la
santificación. Pues de esta manera, por tu causa, como por sacrificio
divino, se santifiquen las otras, con las cuales así vivas que, cualquiera
que tocare tu vida con el mirarte, o con el oírte, sienta en sí la fuerza de
la santificación, y deseándote mirar, sea hecho digno de ser sacrificio».
Todo esto dice Hierónimo. De lo cual veréis que esta honra tan grande que es
ser esposa de Cristo, no anda sola, ni se ha de poseer con descuido, mas así
como es el más alto título que decirse puede, así pide mayor cuidado que
otro para tenerlo como conviene. No penséis que por no tener marido que sea
hombre, ya por eso habéis de vivir ni con un solo punto de descuido; mas
sabed que estáis obligada a miraros más y más cuanto vuestro esposo es mayor
y más cosas las que os demanda. Con el marido de acá cumple la mujer con no
tener tachas muy grandes, mas con el esposo celestial, no. Si no le amáis
con todo vuestro corazón y fuerzas, y una palabra y un rato ocioso no pasará
sin castigo, es tanto lo que a este Señor se le debe que el no amarlo y
reverenciarlo muy mucho es tacha, y de ella se le debe pedir perdón. Y esto
no os parezca pesado, porque aun acá, en el mundo, cuanto una mujer alcanza
marido más alto está obligada a ser ella mejor. Pues, si podéis, considerad
quién es aquel a quien por esposo tomastes, o por mejor decir, quién por
esposa os tomó, y veréis que, aunque lo que mandase fuese pequeño, por
mandarlo él no hay mandamiento pequeño ni pecado pequeño.
c) EJEMPLO DE LA VIRGEN ASELA
Y porque tal dignidad como ésta no la tengáis indignamente, y la honra no se
os torne en deshonra, quiero poneros delante un dechado vivo en que os
miréis, y del saquéis, que fue una doncella llamada Asela, de la cual dice
San Hierónimo así: «Ninguna cosa había más alegre que su gravedad, ni más
grave que su alegría. Ninguna cosa más suave que su tristeza, ni más triste
que su suavidad. Y así tenía amarillez en la cara, que, aunque fuese señal
de abstinencia, no demostrarse hipocresía. Su palabra callaba, y su callar
hablaba; ni muy tardo ni presurado su andar; su hábito, de una misma manera;
su limpieza era sin ser procurada; y su vestido, sin curiosidad; y su
atavío, sin atavío. Y por la bondad de su vida mereció que en la ciudad de
Roma, donde tantas pompas hay, en la cual ser humilde es tenido por miseria,
los buenos digan bien de ella, y los malos no osen murmurar de ella. Esta es
el dechado que debéis de mirar para lo de fuera, que, para lo de dentro, no
hay sino Jesucristo, puesto en la cruz. Al cual tanto más os debéis
conformar cuanto tenéis nombre de mayor unión con él, que es casamiento».
Mas mirá, no desmayéis por la mucha santidad que vuestro título pide,
temiendo más tal estado que gozándoos con él. Cuando oyerdes que os
amonestan cosas altas, no debéis derribaros, más esforzaros, porque así como
las cargas y mantenimiento del matrimonio no cargan principalmente sobre los
hombros de la mujer, mas cumple con guardar bien lo que el marido trae
ganado, así no penséis que os tomó el Señor por esposa para dejar sobre
vuestros hombros los trabajos de manteneros, pues que ni vos seréis para
ello, ni quiere él que la honra de ser vos la que debéis, sea vuestra. Plega
a él que sepáis vos darle vuestro corazón y responderle a sus inspiraciones
que él os enviará; y que no ensuciéis con tibieza o con soberbia, o con
negligencia, o con indiscretos fervores, el agua limpia que en vuestra ánima
él lloverá; que en lo demás, y aun en esto, vuestra ánima ha de reposar en
confianza no de vos, mas de vuestro esposo, que sabe vuestra necesidad y
puede muy bien manteneros, si vos de vuestra voluntad de su casa no os vais.
d) EL ESTADO DE VIRGINIDAD
El estado de virginidad que tenéis no se debe tomar livianamente por
cualquier breve devoción que venga, ni por no poder hallar casamiento con
hombre; mas, como cosa en que mucho va, ha de haber mucho consejo y
experiencia, y aparejo para servir a Cristo, y haberlo encomendado a Dios
muchos días, y muy de corazón, porque no se guarde negligentemente el estado
que livianamente se tomó.
Mas, cuando es tomado como debe, y por el fin que es razón, debe tener mucha
alegría la persona que lo tuviere, porque es estado de incorrupción y estado
de fecundidad. Porque, así como la bendita Virgen María, que por su
excelente y limpísima virginidad se llama Virgen de vírgines, y es
amparadora de vírgines, dio fruto y no perdió la flor de su limpieza, así
las vírgines, que son de verdad vírgines, tienen fruto en su ánima y
entereza en su cuerpo. Porque este celestial esposo, Cristo, no es como los
de la tierra que quitan la hermosura e integridad a sus esposas; mas es tan
guardador de hermosura y tan amador de limpieza que, como dice santa Inés,
«a Él solo guardo mi fe, a Él solo me encomiendo con toda devoción, al cual,
cuando amare, soy casta, cuando le tocare, soy limpia, cuando lo recibiere,
soy virgen. Ni faltarán hijos de aquestas bodas, en las cuales hay parto sin
dolor, y la fecundidad de cada día es acrecentada». Esto dice santa Inés,
como quien probaba la suavidad de este celestial desposado. Porque
confusión, y no pequeña, es para la doncella que se llama esposa de Cristo,
no gustar más de las condiciones y suavidad de su esposo que si fuera un
extranjero. ¡Oh cuántos dolores ahorra la virginidad, y cuántos cuidados y
desasosiegos! Unos, que por fuerza los trae el mismo estado de matrimonio de
carne; otros, que de la mala condición del marido suelen nacer. Más acá, los
hijos son gozo, caridad y paz, con otros semejables que cuenta San Pablo; el
esposo, bueno, pacífico, rico, sabio y hermoso, y, según la esposa dice en
los Cantares, todo para desear.
¿No os parece, pues, que hace este rey gran merced a quien toma no sólo para
esclava, o sirvienta, más para esposa? ¿No os parece buen trueco, parto con
dolor por parto con gozo, hijos de cuidado con hijos de descanso, y que
ellos traen consigo la paz y la honra? Por cierto, como San Hierónimo dice,
hablando a una madre de una doncella: «No sé por qué tienes por mal que tu
hija no quiso ser mujer o esposa de caballero por ser esposa del rey, y que
te hizo a ti suegra de Cristo». No resta, pues, doncella, sino que así os
alegréis con el estado que el Señor por su sola bondad os dio, que tengáis
cuidado de ser la que debéis, y así temáis de vuestra flaqueza que confiéis
en el Señor que acabará en vos lo que ha comenzado; para que así ni la
merced fecha os dé alegría liviana, ni el temor de lo mucho que debéis os
derribe. Mas entre temor y esperanza caminéis hasta que el temor se quite
con el perfeto amor que en el cielo obra, y la esperanza, cuando tengamos
presente, y sin temor de perder, aquello que aquí en ausencia esperamos.
2. Hermosura del alma
Mucho nos hemos apartado de la pregunta que preguntamos: ¿De dónde viene
hermosura al ánima, para que Dios la codicie? Y ha sido la causa, porque no
pensemos que lo había este rey por la hermosura del cuerpo. Agora tornemos a
nuestro propósito.
a) EL PECADO AFEA EL ALMA
Habéis de saber que, para ser una cosa del todo hermosa, cuatro cosas se
requieren: la una, cumplimiento de todo lo que ha de tener; porque, faltando
algo, ya no se puede decir hermosa, como faltando una mano, o pie, o cosa
semejante; la segunda, es proporción de un miembro con otro, y, si es imagen
de otra cosa ha de ser sacada muy al proprio de su dechado; lo tercero, ha
de tener viveza de color; lo cuarto, suficiente grandeza, porque lo pequeño,
aunque sea bien proporcionado, no se dice del todo hermoso.
Pues, si consideramos todas estas condiciones en el ánima pecadora,
hallaremos que ni una sola de ellas tiene. No cumplimiento, porque
faltándole la fe, o la caridad, o dones de Espíritu Santo, los cuales había
de tener, no se puede decir hermosa a quien tantas cosas le faltan. No tiene
proporción entre sí, porque ni obedece la sensualidad a la razón, ni la
razón a Dios, mayormente que, siendo el ánima criada a imagen de Dios, como
lo es en su ser natural; pues, siendo Dios bueno y el ánima mala, Dios
limpio y ella sucia, Dios manso y ella airada, y ansí en lo demás ¿cómo
puede haber hermosura en imagen que tan desconforme está a su dechado? Pues
lo tercero, que es una luz espiritual de gracia y conocimiento, que avivan
la hermosura del ánima como los colores al cuerpo, también le falta, porque
ella anda en tinieblas, y queda denegrida más que carbones, como lo llora
Jeremías. Pues menos tiene lo cuarto, pues no hay cosa más poca ni más chica
que ser pecadora, que es nada. De manera que, faltándole todas las
condiciones para ser hermosa, sin duda será fea. Y porque todas las ánimas
de los cuerpos que de Adán vienen son criadas, ordinariamente son pecadoras,
síguese que todas son feas.
Y esta fealdad de pecado es tan dificultosa, o por mejor decir, es tan
imposible de ser quitada por fuerzas de criaturas que todas juntas no pueden
hermosear una sola ánima fea. Lo cual denota el Señor por Jeremías diciendo:
Si te lavares con salitre, y con abundancia de jabón, todavía estás manchada
en mi acatamiento; quiere decir: que para quitar esta mancha, ni aprovecha
el salitre de reprehensiones de los profetas, ni recios castigos de la Ley
Vieja, ni tampoco la blandura de los halagos y prometimientos que Dios
entonces hacía. Manchados estaban los hombres entre los castigos y entre las
consolaciones, y entre amenazas y promesas. Porque por las obras de la Ley
Vieja ninguno era justificado delante los ojos de Dios, como dice San Pablo,
y por eso no podía haber hermosura para ser codiciada de Dios, pues no había
justificación, que es causa de la hermosura. Y, si en la ley y sacrificios
dados por Dios no podía darse hermosura, claro es que menos la habría en la
ley de naturaleza, pues no tenía tantos remedios contra el pecado como la de
Escriptura.
b) EL VERBO DE DIOS HERMOSEA NUESTRA FEALDAD
Considerad, pues, qué cosa tan fea, es y cuanto se debe huir la fealdad y
mancha del pecado. Pues que, una vez recebida en el ánima, ni pudo lavar con
todas las fuerzas humanas ni con tanto derramamiento de sangre que por
mandamiento de Dios se ofrecía en su templo. Y si el hermoso Verbo de Dios,
dechado de hermosura, no viniera a hermosearnos, para siempre la fealdad, en
que por nuestra culpa incurrimos, nos durara. Mas, viniendo el Cordero sin
mancha, pudo y supo y quiso lavar nuestras manchas. Y amando a los feos,
destruyóles la fealdad y dióles la hermosura.
Y para que veáis cuán razonablemente el Hijo de Dios, más que el Padre y el
Espíritu Santo, convenía que hermosease lo feo, considerad que así como los
santos doctores atribuyen al Eterno Padre la eternidad, y al Espíritu Santo
el amor, así al Hijo de Dios, en cuanto Dios, se le atribuye la hermosura,
porque El es perfetísimo, sin defeto alguno, y es imagen del Padre, tan al
proprio que, por ser engendrado del Padre, es semejable del todo al Padre y
tiene la mesma esencia del Padre. De manera que quien a Él ve, ve al Padre,
como Él mismo dice en el santo Evangelio. Pues proporción tan igual del Hijo
e imagen con el Padre, cuyo es imagen con razón se le atribuye la hermosura
pues tan bien es sacado. Esta luz no le falta, pues que se llama Verbo, que
es cosa engendrada del entendimiento y en el entendimiento, y por eso dice
San Joan que era luz verdadera, y confesamos que es Dios de Dios, y lumbre
de lumbre. Pues grandeza no le falta, teniendo como tiene su inmensidad
infinita, y por eso convino que este hermoso, por quien fuimos hechos
hermosos, cuando no erramos, viniese a repararnos después de perdidos. Y se
vistiese de carne, para en ella tomar las cargas de nuestra fealdad, y dar
en nuestras ánimas la lindeza de su hermosa.
Y aunque ni el ser nosotros castigados ni halagados, no nos podía quitar
nuestra mancha, fue de tanto valor para nosotros el ser castigado el hermoso
que, cayendo sobre sus hombros el recio salitre de su pasión, cayó sobre
nosotros el blanco jabón de su blancura. Y aunque Dios dice al pecador:
Aunque tú te laves con salitre e yerba de jabón no serás limpio, mas, dando
a entender que había de enviar remedio para esta mancha, dice en otra parte:
Si fueren vuestros pecados como la grana, serán blanqueados como la nieve. Y
si fueren bermejos como sangre con que tiñen carmesí, serán blancos como
lana blanca. Muy bien creía esto David cuando decía: Rociarme has con
hisopo, Señor, y seré limpio, lavarme has y seré emblanquecido más que la
nieve. Hisopo es una yerba pequeña y un poco caliente, y tiene propiedad
para purgar los pulmones por do resollamos. Y esta yerba juntábanla con un
palo de cedro como vara, y atábanlos con una cuerda de grana dos veces
teñida, y a todo junto decían hisopo, con el cual, mojado con sangre y agua,
y otras veces con agua y ceniza, rociaban al leproso y al que había tocado
cosa muerta, y con aquello era tenido por limpio. Muy bien sabía David que
la yerba ni el cedro, ni la sangre de pájaros y animales, ni el agua ni
ceniza, no podían dar limpieza en el ánima, aunque lo figuraban. Y por eso
no pide a Dios que tome en su mano este hisopo y le rocíe con él, mas dícelo
por la humanidad y humildad de Jesucristo nuestro Señor, la cual se dice
yerba, porque nacía de la tierra de la bendita Virgen María, y porque nació
sin obra de varón, como la flor nace en el campo sin ser arada ni sembrada.
Y por eso dice: Yo soy flor del campo. Esta yerba se dice pequeña, por la
bajeza que en este mundo tomó hasta decir: Gusano soy y no hombre, deshonra
de hombres y desprecio del pueblo. Esta carne humillada es remedio contra el
viento de nuestra soberbia, porque no hay soberbia tan loca que no sea
curada con tanta humildad. Si el hombre mira, verá que no es razón que se
ensalce el gusano, viendo abatido el rey de la majestad, y se olvida que el
hisopo es caliente, porque Cristo, por el fuego de amor que en sus entrañas
ardía, se quiso abajar para nos purgar, dándonos a entender que, si el que
es alto se abaja, cuanta razón es el que tiene tanto para se abajar no se
ensalce. Y si Dios es humilde, que el hombre lo debe ser. Esta carne
medicinal fue juntada al palo del cedro, fue puesta en la cruz, y atada con
delgada hebra de grana dos veces teñida, porque aunque duros y gruesos, y
largos clavos le tenían fijados con ellas los pies y las manos, mas, si su
abrasado hilo de amor no lo atara a la cruz, queriendo Él entregar su vida
para matar nuestra muerte, poca parte fueran los clavos para lo tener. De
manera que no ellos, más el amor le tenía. Y este amor es doblado, como
grana dos veces teñida, porque, por satisfacer a la honra del Padre, que por
los pecados era ofendida, y por amor de los pecadores, padeció Él.
e) LA SANGRE DE JESUCRISTO
La ropa que el sumo pontífice se vestía en la ley había de ser grana teñida
dos veces, porque la santa humanidad de Cristo, que es su vestidura, se
había de teñir en sangre por amor de Dios y del prójimo. Esta carne, puesta
en la cruz, es el velo que Dios mandó hacer a Moisés de hiacinto y carmesí,
y grana dos veces teñida, y de blanca y retejida holanda, hecho con labores
de aguja, y tejido con hermosas diferencias, porque esta santa humanidad es
teñida con sangre como el carmesí; es abrasada con fuego significado en la
grana según hemos dicho; es blanca como la holanda con castidad en
inocencia, y es retejida, porque no fue muelle ni relajada, mas apretada
debajo de toda disciplina virtuosa y de muchos trabajos, y es también
significada e el hiacinto, que tiene color de cielo, porque es formada por
obra sobrenatural del Espíritu Santo, y por eso se llama celestial, con
otras mil lindezas y virtudes que tiene formadas por el saber muy sutil de
la sabiduría de Dios. Y este velo manda que se cuelgue delante cuatro
columnas que lo sustenten, que quiere decir que en cuatro brazos de cruz fue
puesto Cristo, y cuatro evangelios ponen y predican manifiesto delante del
mundo.
Pues, como el real profeta David fuese tan alumbrado profeta en saber los
misterios de Cristo que habían de venir, viéndose afeado con aquel feo
pecado, cuando tomó la ovejita y mató al pastor, temiendo la ira del
Omnipotente, con la cual estaba amenazado por boca del profeta Natán,
suplica a Dios que le hermosee su fealdad, no con hisopo material, pues que
el mismo David dice a Dios: No te deleitarás con sacrificio de animales, mas
pide ser rociado con la sangre y carne de Jesucristo, atado con cuerdas y
lazos de amor en la cruz, confesando que, aunque su fealdad sea mucha, será
emblanquecida más que la nieve con la sangre que de la cruz cae. ¡Oh sangre
hermosa de Cristo hermoso, que, aunque eres colorada más que rubíes, tienes
poder para emblanquecer más que la leche! ¿Y quién viera con cuánta
violencia eras derramada por los sayones y con qué amor eras derramada del
mismo Señor? ¡Cuán de buena gana, extiendes, Señor, tus brazos y pies, para
ser sangrado de brazo y tobillo, para remediar nuestra soltura tan mala que
en deseos y obrar tenemos! ¡Gran fuerza ponen contra ti tus contrarios, mas
muy mayor fuerza te hizo tu amor, pues que te venció! Hermoso llama David a
Cristo sobre todos los hijos de los hombres. Mas este hermoso sobre hombres
y ángeles quiso disimular su hermosura y vestirse en su cuerpo, y en lo de
fuera, de la semejanza de nuestra fealdad, que en nuestras ánimas tenemos,
para que así fuese nuestra fealdad absorbida en el abismo de su hermosura,
como lo es una pequeña pajita en un grandioso fuego, y nos diese su imagen
hermosa, haciéndonos semejables a Él.
d) POR HERMOSEARNOS, EL HIJO DE DIOS ESCONDE SU HERMOSURA A LOS OJOS DEL
CUERPO
Y si bien miramos las condiciones ya dichas que se requieren para ser uno
hermoso, todas las cuales están excelentemente en el Verbo divino,
hallaremos que todas las disimuló y escondió, para que, siendo escondidas en
él, se manifestasen en nosotros. ¡Cuán entero, acabado y lleno es el Verbo
de Dios, pues ninguna cosa le falta ni puede faltar, y quita él la falta a
todas las cosas! Mas a este tan rico en el seno del Padre, miradle hecho
hombre en el vientre y brazos de su Madre. Id por todo el discurso de su
vida y muerte, y veréis cuántas veces le faltó el comer y el beber en toda
su vida: cuán falto de cama para se echar, cuando le puso la Virgen en el
pesebre, porque ni cama ni lugar tenía en el portal de Belén; cuántas veces
le faltó con qué remediar su frío y su calor, y no tenía sino lo que le
daban. Y si en la vida no tenía a dónde reclinar su cabeza, como él lo dice,
¿qué diréis de la extrema pobreza que en su muerte tuvo? En la cual menos
tenía donde reclinar su cabeza, porque o la había de reclinar en la cruz, y
padecer extremo dolor por las espinas que más se le hincaban en ella, o la
había de tener abajada en vago, no sin grave dolor. ¡Oh sagrada cabeza, de
la cual dice la esposa que es oro finísimo, por ser cabeza de Dios, y cuán a
tu costa pagas lo que nosotros contra tu amor nos declinamos en las
criaturas, amándolas y queriendo ser amados y alabados de ellas, haciendo
cama de reposo en lo que habíamos de pasar de camino hasta descansar en ti!
Y dinos, ¿para qué pasas tanta falta y pobreza? Oyamos a San Pablo que dice:
Bien sabéis, hermanos, la gracia que nos hizo nuestro Señor Jesucristo, que,
siendo El rico, se hizo pobre por nos, para que, con la pobreza, fuésemos
nosotros ricos.
Veis aquí, pues, disimulada muy por entero la primera condición de
hermosura, que es ser cumplido, pues le falta tanto en el suelo al que en el
cielo es la misma abundancia. Pues, si miráis a la otra condición del
hermoso Verbo de Dios, como es perfetísima imagen del Padre, igual a Él y
proporcionado con Él, hallaréis que no menos que la primera la disimula en
la tierra. Decidme, ¿qué es el Padre sino fortaleza, saber, honra,
hermosura, bondad, gozo, con otros semejantes bienes? Pues poned de una
parte este admirable dechado, glorioso en sí y adorado de ángeles, y
acordaos de aquel paso que había de pasar y traspasar a lo más dentro de
nuestras ánimas, de cuando la hermosa imagen del Padre, Jesucristo nuestro
Señor, fue sacado de la audiencia de Pilato, cruelmente azotado y vestido
con una ropa colorada, y con corona de escarnio en los ojos de los que lo
vían, y de agudo dolor en el celebro de quien la tenía. Las manos atadas, y
una caña en ellas; los ojos llenos de lágrimas, que de ellos salían, y de
sangre, que de la cabeza venía; las mejillas amarillas y descoloridas,
llenas de sangre y afeadas con salivas. Y con este dolor y deshonra fue
sacado a ser visto de todo el pueblo diciendo: Mirad el hombre. Y esto para
que a Él le creciese la vergüenza de ser visto de ellos, y ellos hobiesen
compasión de Él, viéndole tal, y dejasen de perseguir a quien tanto vían
padecer. Mas, ¡oh cuán malos ojos miraron las penas de quien más se penaba
por la dureza de ellos que por sus proprios dolores!, que, en lugar de
apagar el fuego de su rabiosa malquerencia con el agua de sus deshonras,
ardíoles más y más como fuego de alquitrán que arde en el agua, y no
escucharon la palabra a ellos dicha por Pilatos: Mirad el hombre, mas no
queriendo verle allí, dicen que lo quieren ver en la cruz.
e) «ECCE HOMO»
Ánima redimida por los dolores de Cristo, escuchad vos y escuchemos todos
esta palabra: Veis ahí el hombre; Mirad el hombre, porque no seamos ajenos
de la redención de Jesucristo, no sabiendo mirar y agradecer sus dolores.
Cuando quieren sacar alguna cosa para ser vista, suelen ataviársela lo mejor
que pueden, para que enamore a los que la vieren. Y cuando quieren sacar
otra para que sea temida, cércanla de armas y de cuantas cosas pueden, para
que haga temblar a los que la vieren. Y cuando quieren sacar una imagen,
para hacer llorar, vístenla de luto y pónenle todo lo que incita a tristeza.
Pues, decidme, ¿qué fue el intento de Pilato en sacar a Cristo a ser visto
del pueblo? No, por cierto, para ser amado ni temido, y por eso no lo
hermoseó y cercó de armas y caballeros, mas sacólo para aplacar los
corazones crueles con la vista del Redemptor, y esto no por amor, que bien
sabía que entrañablemente le aborrecían, mas a poder de sus grandes
tormentos, y a propria costa de su delicado cuerpo. Y por eso atavió Pilato
tan ataviado a Cristo de tormentos tales y tantos que pudiesen obrar
compasión en los corazones de los que lo viesen, aunque muy mal lo
quisiesen. Y, por tanto, es de creer que lo sacó él más afligido y abatido y
deshonrado que él pudo, reveyéndose en afearlo, como se revén en una novia
para ataviarla, para que por esta vía aplacase la ira de los que le
desamaban, pues no podía por otras que había intentado.
Pues decidme, si salió Cristo tal que bastaba a apagar el fuego de la
malquerencia en los corazones de los que le aborrecían, ¿cuánta razón es que
su vista y salida encienda fuego en los corazones de quien lo conoce por
Dios y le confiesa por Redemptor? Mucho tiempo antes que esto acaeciese vio
el profeta Esaías este paso y, contemplando al Señor, dijo: No tiene lindeza
ni hermosura. Mirámosle y no tenía vista; y deseámosle despreciado y el más
abatido de los hombres, varón de dolores y que sabe de penas. Su gesto fue
como escondido y despreciado, y, por tanto, no le estimamos. Verdaderamente
Él llevó nuestras enfermedades, y El mismo sufrió nuestros dolores; y
nosotros estimámosle, como a leproso y herido de Dios y abajado.
Si estas palabras de Esaías quisiéredes mirar una por una, veréis cuán
escondida estaba la hermosura de Cristo en el día que trabajó para
hermosearnos. Dice la esposa en los Cantares, hablando con Cristo: Hermoso
eres y lindo, amado mío y aquí dice Esaías que no tiene lindeza ni
hermosura; y aquel en cuya cara se revén los ángeles, y la desean mirar,
aquí dice que no tiene vista. Y en aquel que, cuando entró en este mundo,
fue por mandado del Padre adorado de todos los ángeles, agora que sale del
mundo, despreciado de muy viles hombres. Dice David de Cristo que es
ensalzado sobre todas las obras de las manos de Dios. Y dice Esaías que está
el más abatido de todos los hombres. Y si esto fuera, comparándolo con los
que eran buenos, no fuera tanto el desprecio. Mas, ¿qué diréis, que, siendo
cotejado con Barrabás, matador y alborotador y ladrón, les parece mejor que
Cristo, que es dador de la vida, hacedor de las paces del Padre y del mundo;
y está tan lejos de tomar lo ajeno, que, como David, pagó lo que no tomó.
Cristo no tenia por qué tener dolor, pues la causa de él es el pecado, que
en Él nunca cupo; mas llámale aquí Esaías varón de dolores. Y aunque nunca
supo por experiencia de malos deleites, es varón que sabe de penas, porque
las experimenta, y en tanta abundancia que diga Él por boca de David: Muy
llena de penas está la mía ánima.
Cristo se llama luz, porque con sus admirables palabras y obras alegraba y
sacaba de tinieblas al mundo; mas esta luz dice Esaías que tiene su gesto
como escondido, porque, si solamente es mirado con ojos del cuerpo, no se
vio quien le pudiera conocer por el rostro, por mucho que antes le hobiera
tratado, lo cual no es mucho de maravillar, porque, aunque la Virgen para
siempre bendita y en aquel día lastimada, lo parió y envolvió, y se remiraba
en su cara como en espejo luciente, mas con todo esto creo que, si allí
estaba presente en este paso de tanto dolor, miraba y remiraba, con cuanta
atención las lágrimas de los ojos y el dolor del corazón le daban lugar, si
era aquél su bendito hijo, que tan de otro color y manera estaba, que antes
le había conocido. Y si los que miraban creyeran que todo esto pasaba el
Señor, no porque lo debiese, mas porque amaba a los que lo debíamos, ser
alivio a la peni de Cristo. Mas, ¿qué diremos, que dice Esaías que le
tuvieron por herido de Dios y abatido?, porque pensaban que Dios lo abatía
así por sus pecados, y que merecía aquello y mucho más, y que por eso
pidieron que fuese puesto en la cruz. De manera que en lo de fuera quitaban
sus ojos de mirarle, porque habían asco como de un leproso, y en el corazón
lo tenían por malo y digno de aquello y mucho más. Cosa era para mirar y
llorar, que, si lo miraban escupían hacia Él, y, si no le miraban, hacían
grandes ascos, como de cosa muy fea. Lo que de Él hablaban eran injurias que
tanto lastimaban como los dolores, y con todo decían que aún no tenía lo que
merecía, mas que lo pusiesen en cruz.
¿Quién no se maravillará y dará mil alabanzas a Dios por su saber infinito,
que por modo tan extraño quiso remediar el mundo perdido, sacando los
mayores bienes de los mayores males que los hombres hicieron? ¿Qué cosa peor
en el mundo se ha hecho ni se hará que deshonrar y afear, y atormentar y
crucificar al Hijo de Dios? ¿Mas de cuál otra cosa tanto provecho vino al
mundo como de esta bendita pasión? Pensaba Pilato, cuando ataviada a este
desposado con atavíos de muchos dolores, que para los ojos de aquel pueblo
no más le ataviaba. Y atavíalo para ser visto de los ojos del mundo
universo, sirviendo en esto, aunque él no lo sabía, a lo que Dios tanto
antes había prometido, diciendo: Verá todo hombre la salud de Dios. Esta
salud Jesucristo es, al cual dijo el Padre: en poco tengo que despiertes a
servirme los tribus de Jacob, y que me conviertas las heces de Israel, yo te
di en luz de las gentes, para que seas salud mía hasta lo postrero de la
tierra.
Jesucristo predicó en persona a las ovejas que habían perecido de la casa de
Israel no más, y después, sus santos apóstoles, en el mismo pueblo de
Israel, comenzaron a predicar y convertiéronse no todos los judíos, mas
algunos. Y por eso dice las heces. Mas no paró la salud del Padre, que es
Cristo, en el pueblo de los judíos, mas salió cuando fue predicado por los
apóstoles en el mundo, y agora lo es, acrecentándose cada día la predicación
del nombre de Cristo a tierras más lejos, para que así sea luz no sólo de
los judíos, que creyeron en Él, y a los cuales fue enviado, mas también a
los gentiles, que estaban en ceguedad de idolatría lejos de Dios. Y esto es
lo que aquel santo cisne Simeón cantó, ya que se quería morir, diciendo:
Agora dejas, Señor, a tu siervo en paz, según tu promesa; porque vieron mis
ojos a mi salud, la cual pusiste ante el acatamiento de todos los pueblos,
lumbre para los gentiles y honra para tu pueblo Israel. Si miramos que
Cristo fue puesto por mano de Pilato a ser visto de aquel pueblo en su
propria casa, y después en el alto de la cruz en el monte Calvario, claro es
que, aunque de todo estado y linaje, y naturales y extranjeros, que habían
venido a la Pascua había gran copia de gente, mas no fue Cristo puesto en el
acatamiento de todos los pueblos, como dice Simeón. Y, por tanto, es Cristo,
puesto en el acatamiento y vista de todos los pueblos, cuando es predicado
en el mundo por los apóstoles y sus sucesores, de los cuales dice David; que
en toda la tierra salió su sonido y hasta los fines de la tierra sus
palabras. Y Cristo predicado es luz entonces y agora para los judíos que le
quisieren creer; porque grande honra es para ellos venir de ellos, y
principalmente a ellos, el que es Salvador de todo el mundo y verdadero Dios
y hombre.
Pues miremos cuán de otra manera lo ordenó Dios de como lo pensaba Pilato.
Él pensaba que ponía a Cristo en acatamiento de aquella gente no más, y
dijo: Veis ahí el hombre, y pensó que, cuando no quisieron que fuese suelto,
mas pidieron que lo crucificase, ya no había Cristo de ser más visto de
nadie. Mas, porque vio el Padre eterno que tal espectáculo como aquel de su
unigénito Hijo, e imagen de su hermosura, no era razón que tan pocos ojos lo
mirasen, ni que a corazones tan duros se presentase, ordenó que se diese
otra voz muy mayor que sonase en el mundo, y por boca de muchos y muy santos
pregoneros, que dijesen: Mirad este hombre, porque la voz de Pilato sonaba
poco, y era uno y malo, y lleno de temor, por lo cual crucificó a Cristo y
no merecía ser el pregonero de esta palabra: Mirad a este hombre, y por eso
lo manda Dios pregonar a otros, y tan sin temor, que antes quisieron y
quieren morir que ni un solo punto dejen de predicar y confesar la verdad
que es Cristo. Pilato era sucio, porque era infiel y pecador, mas los
pregoneros de esta voz: Mirad a este hombre, profetizó Isaías diciendo: Cuán
hermosos son los pies, sobre los montes, de los que predican nuevas buenas
de paz y de bienes, y que dicen: Sión, reinará tu Dios.
El Dios de Sión es Jesucristo, en cuya persona dice David: Yo soy
constituido rey, de mano de Dios, sobre Sión, monte santo suyo, predicando
su mandamiento. Y este rey que predica el mandamiento del Padre, que es la
palabra del santo Evangelio, comenzó a reinar en Sión, cuando fue recebido
el domingo de Ramos por rey de Israel en el templo que estaba puesto en el
monte de Sión. Y, para dar a entender que este reino había de ser en las
cosas espirituales, se dice en David ser constituido rey sobre el monte de
Sión, que es monte donde estaba el templo, en que a Dios se ofrecía su
divino culto. Y después, cuando este Señor envió en el mismo monte Sión el
Espíritu Santo sobre los creyentes, y fue predicado públicamente en medio de
Jerusalén, y en las orejas de los pontífices y fariseos, entonces se
acrecentaba su reino; y, cuando se convirtieron del primer sermón de san
Pedro casi tres mil hombres, crecía este reino; y, cuando más gente se
convertía, predicaban los apóstoles a Sión: Reinará tu Dios. Como quien
dice: Aunque agora es conocido de pocos, mas siempre irá creciendo su reino,
hasta que, al fin del mundo, reine en todos los hombres, galardonando con
misericordia a los buenos, castigando con vara de hierro de rigurosa
justicia a los malos. Ésta es la voz de los predicadores de Cristo, que
dice: Reinará tu Dios. Y porque en el corazón del hombre sucio no reinará
Cristo, pues reina el pecado, no es razón que predique a los otros el reino
de Cristo el que en su ánima no consiente reinar a Cristo. Y por eso dice
Esaías que son hermosos los pies de los que predican la paz. Porque en los
pies son significados los deseos del ánima, que han de ser hermosos. Y por
eso no quiere Cristo que se cubran con zapatos los pies de los predicadores
por la parte de arriba, porque lo hermoso de ellos lo pone Dios en público
para ejemplo de muchos. Mas mire mucho quien tiene limpios los pies, no
piense que Él se los alimpió, mas dé gracias a aquel que lavó el jueves
santo los pies a los discípulos con agua material, y lava las ánimas de
todos los lavados con su sangre bendita. No era pues razón que tan limpio
rey como Cristo fuese anunciado con boca tan sucia como la de Pilato, ni que
para espectáculo de tantas maravillas había que mirar cómo sea a Cristo,
cuando salió a ser visto del pueblo, y hobiese un pregonero no más, y que
tan poco sonase. Y si Pilato pensó que ya no había de haber memoria de
Cristo, ni quien de Él hobiese compasión, ordenó Dios que, en lugar de los
pocos que le escupían, hobiese, y haya, y habrá, muchos que con reverencia
le adoren y, en lugar de los que no querían mirarle de asco, haya muchos más
que se revean en mirar aquella bendita cara como en espejo muy luciente, y,
en lugar de los que pensaban que lo que padecía lo merecía, haya tantos que
confiesen que ningún mal hizo por que padeciese, sino que ellos pecaron y Él
padeció por amarlos. Y si la crueldad de ellos fue tanta que no hubieron de
Él compasión, mas pidieron que fuese muerto en la cruz, quiere Dios que haya
muchos que deseen morir por Cristo y digan con toda su ánima: Heridas tenéis
amigo y duelen vos, ¡yo las tuviese por vos! No piense Pilato que atavió a
Cristo en balde, aunque no pudo mover a compasión a los que allí estaban,
pues que tantos, acordándose de estos trabajos de Cristo, han compasión
tanta de Él que están azotados y coronados y crucificados en el corazón con
Él.
Y pues esto ha sido así, y es y será en tantas personas, trabajad, doncella,
en ser vos una de ellas, para que no seáis vos de los duros que aquella voz
oyeron en balde, mas de los que el oírla fue causa de su salvación. No seáis
de aquellos que no supieron estimar al que presente tenían; mas de los que
dice Esaías: Deseamos verle, porque muchos reyes y profetas desearon ver la
cara y oír la voz de Cristo nuestro Señor. Oíd doncella esta voz y mirad a
este hombre, que por un indigno pregonero de Cristo os es pregonado. Mirad a
este hombre, para oír sus palabras. Este es el maestro que el Padre nos dio.
Mirad a este hombre, para imitar su vida, porque no hay otro camino para ser
salvos, si él no. Mirad a este hombre, para haber compasión de él, pues
estaba tal que bastaba mover a compasión a los que mal lo querían. Mirad a
este hombre, para llorar, porque nosotros le paramos tal cual está por
nuestros pecados. Mirad a este hombre, para le amar, pues padece tanto por
vos. Mirad a este hombre, para os hermosear, porque en él hallaréis cuantas
colores quisierdes, con que os hermoseéis; bermejo de las bofetadas que
recientes le han dado, y colorado de las que rato ha, y en la noche pasada,
le dieron; amarillo, con la abstinencia de toda la vida y trabajos de la
noche pasada; blanco, de las salivas que en la cara le echaron; denegrido,
de los golpes que le habían magullado su sagrada cara; las mejillas
hinchadas, y de cuantos colores las quisieron pintar los sayones, porque,
según estaba profetizado por Esaías en persona de Cristo: Mis mejillas di a
los que las arrancaban, y mi cuerpo a quien lo hería. ¡Qué matices, qué
aguas, qué blanco, qué colorado hallaréis aquí para os hermosear! Mirad,
pues, doncella a este hombre, porque no puede escapar de muerte quien no lo
mirare, porque así como alzó en un palo Moisés la serpiente en el desierto,
para que los heridos mirándola viviesen, y quien no la mirase muriese, así
quien a Cristo puesto en el madero de la cruz no mirare, morirá para
siempre, y así como arriba os dije que hemos de suplicar al Padre, diciendo:
Mira señor en la haz de tu Cristo, así nos manda el Eterno Padre diciendo:
Mira, hombre, la haz de tu Cristo, y si quieres que mire yo a su cara para
te perdonar él, mira tú a su cara, para me pedir perdón por él. En la cara
de Cristo nuestro mediador se junta la vista del Padre y la nuestra. Allí
van a parar los rayos de nuestro creer y amar, y los rayos de su perdonar y
hacer mercedes.
Cristo se llama Cristo del Padre, porque el Padre lo engendró y le dio lo
que tiene, y llámase Cristo nuestro, porque se ofreció por nos, dándonos
todos sus merecimientos. Mirad, pues, en la haz de vuestro Cristo, creyendo
en Él, confiando en Él, amando a Él y a todos por Él. Mirad en la faz, de
vuestro Cristo, pensando en ti y cotejando vuestra vida con Él, para que en
Él, como en espejo, veáis vuestras faltas y cuán lejos vais de Él, para que,
conociéndoos por fea, toméis de sus lágrimas y de su sangre, que por su cara
hermosa veréis correr, y alimpiéis vuestras manchas. Mirad vuestro Cristo, y
conoceréis quién sois vos, porque tal cual está Él de fuera, tal érades vos
de dentro, que por eso se vistió de nuestra fea semejanza, para destruirla y
darnos su imagen hermosa. Y así como los judíos quitaban sus ojos de Cristo,
porque le veían tan mal tratado, así Cristo quita sus ojos de la ánima mala
y la abomina como a leprosa, mas, después que la ha hermoseado con sus
trabajos, pone sus ojos en ella, diciendo: ¡Cuán hermosa eres, amiga mía,
cuán hermosa eres! Tus ojos son de paloma, sin lo que está escondido de
dentro. Dos veces dice hermosa, porque ha de ser en cuerpo y en ánima. De
dentro en deseos y de fuera en obras. Y porque ha de ser más lo de dentro
que lo de fuera, por eso dice: sin lo que de dentro está escondido. Y porque
la hermosura del ánima, como dice San Augustín, consiste en amar a Dios, por
eso dice: Tus ojos son de paloma. En lo cual se denota la intención sencilla
y amorosa que a solo agradar a Dios mira, sin mezcla de interese proprio.
Mirad, pues, a Cristo, porque os mire Cristo. Vos veréis a vos en Él, y Él
verá a sí en vos, porque ni era propria de Él la imagen que tenía de tanta
afeción, ni es propria del ánima la imagen hermosa que tiene, y así como no
habíades de pensar que Él había hecho alguna cosa por la cual mereciese
tomar sobre sí imagen de feo, así no penséis que habéis vos merecido la
hermosura que ti os ha dado de gracia, que no de deuda se vistió de nuestra
fealdad, y de gracia y sin deuda nos vistió de su hermosura, y a los que
piensan que la hermosura que tiene en su ánima la tienen de sí, dice Dios
por Ezequiel: Perfeta eras con hermosura que había puesto sobre ti, y
teniendo fiucia en tu hermosura, fornicaste en tu nombre, y pusiste tu
fornicación a cualquiera que pasaba, para ser hecha suya. Esto dice Dios.
Porque, cuando una ánima atribuye a sí misma la hermosura que Dios le dio,
es como fornicar consigo misma, pues quiere gozar de sí misma en sí, y no de
Dios, que es su verdadero marido, del cual le viene el ser hermosa, y quiere
más gloriarse en su nombre, que es fornicar en su nombre, que gloriarse en
Dios, que le dio lo que tiene, y por eso quítale Dios su hermosura, pues se
le quería alzar con ella. Y como ese vano y mal aplacimiento en sí mismo es
soberbia y principio de todo mal, por eso dice: Pusiste tu fornicación a
todo cualquier que pasaba, porque el soberbio, como tiene por arrimo a sí
mismo, que es vanidad, a cualquier viento es llevado, y es hecho captivo de
cualquier pecado que pasa, y con mucha razón, pues no quiso abajarse para
permanecer en ser guardado de Dios. Mirad, pues, este hombre en sí, y
miraldo en vos. En sí, para ver quien sois vos; en vos, para ver quién es
él. Sus deshonras y abatimientos vos los merecíades, y por eso aquello es
vuestro. Lo bueno que en vos hay suyo es, y, sin merecerlo vos, se os ha
dado.
f) CRISTO HERMOSO A LOS OJOS DE LA FE
Sabed, pues, mirar a este hombre con ojos de fe y de amor, y aprovecharos ha
más que si lo viérades con ojos de cuerpo. A los ojos de cuerpo parecía
Cristo afeado; mas a los de la fe muy hermoso. A los del cuerpo dice Esaías
que estaba su gesto como escondido; mas a los de la fe, no hay cosa que se
le esconda. Mas con ojos de lobo cerval, que ven tras paredes, así traspasan
lo que parecen de fuera, y debajo de aquella flaqueza humana hallan
fortaleza divina, y debajo de la fealdad y desprecio, hermosura con honra. Y
por eso lo que dijo Isaías: Vímosle, y no tenía hermosura, díjolo en persona
de los que lo miraron con ojos del cuerpo no más.
Mas, tomad, doncella, la luz de la fe, y mirá más adentro, y veréis cómo
este que sale en semejanza de pecador es justo y justificador de pecadores,
éste, que es muerto, es inocente como cordero; éste, que tiene la cara muy
amarilla, es en sí muy hermoso, y por hermosear a los feos se para tal. Y,
pues, mientra el esposo más pasa por la esposa y más se abaja, más lo debe
ella ensalzar; y mientras más sudando viene, y con heridas y sangre, por
amor de ella, más hermoso le parece, mirando el amor con que se puso al
trabajo, claro es que, mirando la causa de tomar Cristo esta fealdad,
parecerá más hermoso mientra más afeado. Decidme si la primer condición de
hermosura escondió, cuando de rico y abundante se abajó a que le faltasen
muchas cosas, ¿qué fue la causa, si no porque a nos ningún bien faltase? Y
si fue hecho al parecer desemejable a la imagen del Padre hermoso, no fue
sino porque ordenó el Padre de no darnos hermosura, sino tomando su Hijo
nuestra fealdad. Y si escondió lo tercero, que es la luz o color, cuando
aquella sagrada cara estaba amortiguada y escurecida, y aquellos ojos
lucientes se escurecían, ya que quería morir y después de muerto, ¿por qué
fue esto, sino por dar luz y color vivo a nuestras escuridades?, según él
mismo lo figuró, cuando de su saliva, que significa a él en cuanto Dios, y
de la tierra, que significa la humanidad, hizo lodo, que significa su
abatida pasión, y con aquella bajeza recibió vista el ciego, que significa
el género humano. Y si lo cuarto, que es el ser grande, escondió cuando se
hizo hombre y el más abatido de todos los hombres, ¿por qué fue sino para
conformarse con los chicos y pegarles su grandeza?, según fue figurado en el
grande Eliseo, que, para resucitar el mochacho chico, se encogió y midió con
él, y así le dio vida. Pues si San Augustín dice que, amando a Dios somos
hechos hermosos, claro es que en la obra de mayor amor más somos hermosos.
Pues, ¿en qué cosa tanto demostró el grande amor que Jesucristo tenía al
Padre, como padecer por su honra como él dijo porque conozca el mundo que
amó al Padre, levantaos, y vamos de aquí? Mas, ¿adónde iba? Claro es que a
padecer. Y mientra una es mejor obra tanto es más hermosa, porque lo bueno
es hermoso y lo malo feo. Claro está que cuanto Cristo más padecía mejor
obra era; y por tanto, mientra más abajado y afeado, más hermoso es a los
ojos de quien conoce que quien lo pasó no lo debía, más pasólo por honra del
Padre y provecho de nosotros.
Estos son los ojos con que habéis de mirar a este hombre, para que siempre
os parezca hermoso, como lo es, y para que sepa Pilato allá en el infierno,
donde está, que pone Dios unos ojos al mundo, con los cuales, mirando a
Cristo, tanto más hermoso parezca cuanto él más afeado lo quiso. Agora oíd
cómo todo esto dice San Augustín: «Amemos a Cristo, y si algo feo en él
halláremos, no le amemos, aunque él halló en nosotros muchas fealdades, y
nos amó. Y si halláremos en él algo feo no le amemos, porque el estar
vestido de carne, por lo cual se dice de él: Vímosle, y no tenía hermosura,
si considérares la misericordia con que se hizo hombre, allí también te
parecerá hermoso, porque aquello que dijo Isaías: Vímosle, y no tenía
hermosura, en persona de los judíos lo decía. Mas ¿por qué le vieron sin
hermosura? Porque no le miraban con entendimiento; mas a los que entienden
al Verbo hecho hombre, gran hermosura les parece. Y así dijo uno de los
amigos del desposado: No me gloríe yo en otra cosa sino en la cruz de
Jesucristo, nuestro Señor. ¿Poco os parece, San Pablo, no haber vergüenza de
las deshonras de Cristo, si no que aun os honráis de ellas, porque no tuvo
Cristo crucificado hermosura, porque Cristo crucificado es escándalo para
los judíos, y parece necedad a los infieles gentiles? Mas ¿por qué Cristo
tuvo en la cruz hermosura? Porque, lo de Dios, que parece necedad, es más
lleno de saber que lo sabio de todos los hombres. Y lo de Dios, que parece
flaco, es más fuerte que lo más fuerte de todos los hombres. Y pues así es,
parézcaos Cristo esposo hermoso. Siendo Dios es hermoso, Palabra acerca del
Padre. Hermoso también en el vientre de la Madre, adonde no perdió la
divinidad y tomó la humanidad. Hermoso el Verbo nacido infante, porque
aunque él era infante que no hablaba, cuando mamaba, cuando era traído en
los brazos, los cielos hablaron, los ángeles cantaron alabanzas, la estrella
trujo a los Reyes magos, fue adorado en el pesebre, como manjar de animales
mansos. Hermoso, pues, es en el cielo, hermoso en la tierra, hermoso en el
vientre de la Madre, y hermoso en los brazos de ella, hermoso en los
milagros, hermoso en los azotes, hermoso convidando a la vida, hermoso no
teniendo en nada la muerte, hermoso dejando su ánima cuando expiró, hermoso
tornándola a tomar cuando resucitó, hermoso en la cruz, hermoso en el
sepulcro, hermoso en el cielo, hermoso en el entendimiento, la suma y
verdadera hermosura, la justicia es. Allí no le verás hermoso, adonde le
hallares no justo. Y pues en todas partes es justo, en todas partes es
hermoso». Esto todo dice San Augustín.
Y cierto, si con esos ojos miráredes a Cristo, no os parecerá feo, como a
los carnales, que en su pasión le despreciaban; mas con los santos apóstoles
que en el monte Tabor le miraron, pareceros ha su cara resplandeciente como
el sol, y sus vestiduras blancas como la nieve, y tan blancas, que, como
dice San Marcos, ningún batanero sobre la tierra los pudiera emblanquecer,
tan bien, lo cual significa que nosotros, que somos dichos vestidura de
Cristo, porque le rodeamos y ataviamos con creerle y alabarle, y amarle,
somos tan blanqueados por Él, que ningún hombre sobre la tierra nos pudiera
dar la hermosura que Él nos dio. Parezcaos Él como el sol, y las almas por
Él redimidas blancas como la nieve. Aquéllas, digo, que confesando y
conociendo y aborreciendo su propria fealdad, piden ser hermoseadas y
lavadas en esta piscina de sangre del Salvador, de la cual salen tan
hermoseadas por Él que basten para enamorar a Dios, y que le sean cantadas
con gran verdad las palabras ya dichas: Deseará el Rey tu hermosura.
Impreso en la florentísima Universidad de Alcalá de Henares, en casa de Juan
de Brocar, que santa gloria haya, año 1556.