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VITA CHRISTI: De la Anunciación de Nuestra Señora

Fray Luís de Granada

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Después que se cumplió el tiempo que la divina Sabiduría tenía determinado para dar remedio al mundo, envió el ángel san Gabriel a una virgen llena de gracia, la más bella y la más pura y escogida de todas las criaturas del mundo: porque tal convenía que fuese la que había de ser madre del Salvador del mundo. Y después que este celestial embajador la saludó con toda reverencia, y le propuso la embajada que de parte de Dios le traía, y le declaró de la manera que se había de obrar aquel misterio, que no había de ser por obra de varón sino por Espíritu Santo, luego la Virgen con humildes palabras y devota obediencia consintió a la embajada celestial: y en ese punto el Verbo de Dios omnipotente descendió en sus entrañas virginales, y fue hecho hombre: para que de esta manera haciéndose Dios hombre, viniese el hombre a hacerse Dios.

Aquí puedes primeramente considerar la conveniencia de este medio que la sabiduría de Dios escogió para nuestra salud, de la manera que en el preámbulo precedente está platicado, porque ésta es una de las consideraciones que más poderosamente arrebata y suspende el corazón del hombre en admiración de esta inefable sabiduría de Dios, que por tan conveniente medio encaminó el negocio de nuestra salud, dándole juntamente con esto gracias, así por el beneficio que nos hizo, como por el medio porque lo hizo, y mucho más por el amor con que lo hizo, que sin comparación fue mayor.

Después de esto pon los ojos en las virtudes excelentes de esta Virgen que Dios escogió para su templo y morada. Mira primeramente la pureza y gloria de su virginidad, pues ella fue la primera que trajo esta invención al mundo, haciendo voto de perpetua virginidad. Mira su clausura y recogimiento, cual convenía a tal propósito, y los ejercicios espirituales de oraciones y lágrimas en que gastaría las noches y los días en aquel su retraimiento. Mira el rigor de su silencio, pues entre tantas palabras como habló el ángel, habló ella tan pocas y tan necesarias. Mira también su humildad y obediencia en aquel final consentimiento que dio al ángel, diciendo: Ecce ancilla Domini (8), etc. La humildad, en llamarse sierva la que era escogida por madre; y la fe, en creer tan grandes misterios sin pedir señal, como Zacarías y como otros pidieron: y la obediencia, en resignarse y entregarse en las manos del Señor para lo que de ella quisiese hacer. Mas sobre todo esto es mucho más para considerar los movimientos, los júbilos y los ardores que en aquel purísimo corazón entonces habría con la supervención del Espíritu Santo, y con la encarnación del Verbo Divino, y con el remedio del mundo, y con la nueva dignidad y gloria que allí se le ofrecía, y con tan grandes obras y maravillas como allí le fueron reveladas y obradas en su persona. Mas ¿qué entendimiento podrá llegar a entender esto como ello fue?

La Visitación a Santa Elisabet

Como el ángel dijo a la Virgen que su parienta Elisabet en su vejez había concebido un hijo, dice el evangelista que se partió luego con gran prisa a visitarla. Y entrando en su casa y saludándola húmilmente, así como oyó Elisabet la salutación de María, saltó de placer el niño en su vientre. Y en este punto fue llena del Espíritu Santo Elisabet, y exclamó con una grande voz, diciendo: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. ¿Y de dónde a mí tan grande bien que la Madre de mi Señor venga a mí, etc. (9).

Tres personas tienes aquí en que poner los ojos: el niño, san Juan, su madre y la Virgen.

En el niño considera una tan extraña manera de movimiento y sentir miento como fue el que tuvo en la presencia de Cristo. Porque allí le fue acelerado el uso de la razón, y le fue dado conocimiento de quién era el Señor que allí venía. De lo cual fue tan grande el alegría que recibió en su voluntad, que vino a hacer aquella manera de salto y movimiento con el cuerpo, por la grandeza del alegría del espíritu. Donde podrás ver que tan grande sea el misterio y beneficio de la encarnación de Cristo, pues con tal manera de sentimiento y reverencia quiso el Espíritu Santo que fuese por este niño celebrado, y por consiguiente, qué es lo que debe hacer el que es ya hombre perfecto, pues este niño encerrado en las angosturas del vientre de su madre tal sentimiento tuvo.

Mas en la madre considera qué tan grande sería la admiración y alegría de esta santa mujer con el súbito resplandor de tan grande luz, que es con el conocimiento de tan grandes maravillas como allí le fueron reveladas, pues en aquel instante por una muy alta manera le fue hecha revelación cuasi de todo el discurso del evangelio. Porque allí conoció que aquella doncella que tenía delante, era Madre de Dios, y que había concebido del Espíritu Santo, y que el Hijo de Dios había encerrado en sus entrañas, y que el Mesías era ya venido, y que el mundo con su venida había de ser reformado: y finalmente allí conoció todo lo que el ángel con la misma Virgen había tratado. Pues si el estilo del Espíritu Santo es dar el sentimiento de la voluntad conforme a la lumbre que da al entendimiento, ¿cuáles serían los ardores y sentimientos de aquella santa voluntad, precediendo tal lumbre en el entendimiento? No hay palabras que basten para explicar esto como es: porque por aquí veas cuan grandes sean los dones y favores de Dios, aun en esta vida mortal, para con los suyos.

Entendido por esta vía el corazón de esta santa mujer, trabaja, como pudieres, por entender el corazón de la Virgen y las palabras de aquella maravillosa canción que allí cantó sobre este tan alto misterio. Mira cuan alabada es allí la humildad, cuán detestada la soberbia, y cuán encarecida la misericordia, la fidelidad y la providencia paternal de Dios para con los suyos. Oh bienaventurada Virgen, ¿qué sentía tu piadoso corazón cuando decías: Engrandece mi ánima a Dios, y mi espíritu se alegró en Dios, y hizo en mí grandes cosas el Todopoderoso? (10). ¿Qué grandezas y qué maravillas eran esas? No es dado a nosotros escudriñarlas, sino maravillarnos, y alegrarnos, y quedar atónitos con la consideración de ellas. ¡Oh, dichosa suerte la de los justos, pues tan altamente son a veces visitados y consolados de Dios!

La revelación de la virginidad de Nuestra Señora

Vuelta la Virgen a su casa, como el santo Josef la vió preñada, y no sabía de dónde esto fuese, dice el evangelista que no queriendo acusarla, se quiso ir y desampararla, hasta que el ángel de Dios le apareció en sueños y le reveló este tan grande misterio.

Acerca de lo cual primeramente considera la grandeza del trabajo que padescería la Virgen en este tiempo, viendo al esposo tan amado con tan grande turbación y aflicción como consigo traía: para que por aquí veas cómo a tiempos desampara el Señor a los suyos, y los ejercita y prueba con grandes angustias y tribulaciones para acrescentar su perfección.

Considera también la paciencia, y el silencio, y la confianza con que la Virgen padescería este trabajo, pues ni por eso perdió la paz de su consciencia, ni descubrió el secreto de aquel gran misterio, ni perdió la confianza de que el Señor volvería por su inocencia, sino puesta en continua oración, descubría y encomendaba al Señor su causa.

Piensa luego en la revelación hecha al santo Josef: para que por aquí entiendas cómo el Señor azota y regala, mortifica y da vida, derriba hasta los abismos y saca de ellos, y cómo finalmente es verdad lo que dice el Apóstol: Sabe muy bien el Señor librar a los justos de la tribulación (11).

Aquí puedes también considerar qué tan grande sería el alegría de este santo varón, cuando hallase inocencia en quien tanto deseaba hallarla, y qué tan grande sería el alegría de la Virgen viendo, por una parte, el esposo dulcísimo despenado, y vueltas sus lágrimas en alegría, y, por otra, considerando el socorro de la divina Providencia y la fidelidad que el Señor mantiene con todos aquéllos que fielmente esperan en Él. Pues ¿qué sería ver allí con cuántas lágrimas el esposo pediría perdón a la esposa de la sospecha pasada, y con qué ojos la miraría de ahí adelante, y con cuánta reverencia y acatamiento la trataría? Y ¿qué sería ver las lágrimas de la Virgen, y las alabanzas con que alabarían a Dios toda aquella noche por este tan grande beneficio?


Notas

8. Lc 1, 38. [Regresar]

9. Lc 1, 42. [Regresar]

10. Lc 1, 4647 y 49. [Regresar]

11. Sal 33, 7 Y 18: 2 Co 1, 4. [Regresar]

 

 


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