Felices los que lloran, porque el Padre los consolará
Capítulo 4: Tercera Bienaventuranza
“¡Recoge mis lágrimas en tu odre, Dios mío!” (Salmo 55, 9)
Esta bienaventuranza, como la segunda se encuentra también reflejada en las palabras de Jesús: "Venid a mí todos los que estáis fatigados (kopiontes) y agobiados, y yo os daré descanso (anapáusin.) (Mateo 11, 25-30)
1. El llanto de Jesús
1) Algunos piensan que estas lágrimas a las que se refiere Jesús en esta Bienaventuranza, son las del que llora sus pecados. Por ejemplo las de Pedro (Mateo 26,75; Lucas 22,62) Esto es verdad pero no es todo ni lo más hondo. Porque el modelo de las lágrimas bienaventuradas es Jesús. Y Jesús no lloró por sus propios pecados sino por los ajenos, especialmente por los de Jerusalén y de su propia casa y pueblo.
2) Si observamos cuándo llora Jesús y por qué comprenderemos mejor cuál es el llanto bienaventurado al que se refiere. Aparte del episodio de la muerte de Lázaro, donde Jesús llora (Juan 11,35) y que nos lo muestra conmovido por su afecto de verdadero hombre y amigo, vemos a Jesús llorando sobre Jerusalén, conmovido por su amor de verdadero israelita pero también de verdadero Dios: "Al acercarse y ver la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: ¡Si también tú conocieses en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita" (Lucas 19,41).
3) Jesús está llegando a Jerusalén para su Pasión y sabe lo que le espera, sin embargo, su corazón no está ocupado por su propia suerte sino por la de la ciudad que lo va a rechazar y por cuya salvación viene a ofrecerse. La carta a los Hebreos nos lo presenta como intercediendo con llanto y lágrimas por los pecadores: "El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente." (Hebreos 5,7)
4) Así se comprende la escena del Via Crucis: a las mujeres que lloran a su paso, al verlo cargado con su Cruz rumbo al calvario, les corrige el motivo del llanto, confiándoles lo que a él le aflige más que su propia Pasión: "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: dichosas las estériles y las entrañas que no engendraron y los pechos que no amamantaron. Y dirán a los montes: ¡caed sobre nosotros! Y a las colinas ¡cubridnos! Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?" (Lucas 23, 28-31)
2. Los justos sufrientes
5) Los justos que lloran, los piadosos afligidos (penthountes), ya eran conocidos en el Antiguo Testamento que los llama: oniyyim, termino cercano al que ya hemos visto anawim, pobres. Oniyyáh, designa la aflicción que produce la pobreza y el despojo de los inocentes que sólo tienen a Dios por defensor y a Él se acogen confiadamente pidiendo justicia en su inocencia avasallada."Si quieres servir al Señor, prepara tu alma para la tribulación... porque en el fuego se purifica el oro y los que aman a Dios en el horno de la humillación." (Eclesiástico 2, 1.5) La historia de Ruth es un ejemplo de que los antepasados del Mesías fueron pobres y afligidos. (Puede verse el capítulo "Ungido contra Ungido" en nuestro libro: "Mujer: ¿por qué lloras? Gozo y tristezas del creyente en la civilización de la acedia" Ed. Lumen, Bs. As., 1999)
6) En el Nuevo Testamento se trata primero de María y de los Apóstoles a los que la Pasión va a separar de Jesús y más tarde de los cristianos, que padecerán persecuciones hasta su venida gloriosa. "seréis odiados de todos por causa de mi nombre" (Marcos 13,13) "Pero cuando os lleven para entregaros no os preocupéis de qué vais a decir; sino hablad lo que se os comunique. Porque no seréis vosotros los que hablaréis sino el Espíritu Santo." (Marcos 13, 11)
3. Serán consolados por Dios
7) A esta aflicción y llanto propia de la vida cristiana, que acompañará a los discípulos y que es propia de los hijos del Padre en un mundo que tiene por padre al demonio (Juan 8,44) se le promete el consuelo que da Dios mismo, enviando su Espíritu Santo.
8) "Serán consolados" se dice en griego paraklethésontai, del verbo parakaleo, consolar, que es la acción del Espíritu Santo "consolador", o Paráclito.
9) Las promesas contenidas en las Bienaventuranzas son expresadas en voz pasiva: "serán consolados", "se les dará". Estas expresiones son modos de expresarse bíblicas, son hebraísmos reverenciales, que evitan, usando la voz pasiva, nombrar a Dios como agente de la acción. Hay que traducirlas como: "Dios los consolará, el Padre, el Espíritu Santo consolador, los consolará". Y lo mismo hay que decir en cada una de las Bienaventuranzas que siguen.
10) La consolación no es algo distinto del amor divino, sino la misma relación amorosa de los Hijos con el Padre, de los hermanos entre sí, es la comunión divino humana en la caridad. El gozo y la paz no son sino frutos de la caridad. Y es ese gozo de la caridad, el que hace fuertes en la tribulación.
11) El Apocalipsis nos presenta la consolación definitiva y final como obra de Dios que se hace presente para consolar, y en cuya presencia amorosa consiste el gran consuelo para los que lo amaron: "El Cordero que está en medio del trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y dios enjugará toda lágrima de sus ojos." (Apocalipsis 7, 17) "Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios con ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos." (Apocalipsis 21, 3b-4)
4. El llanto de los discípulos y la promesa del Consolador
12) En la última cena, Jesús le anuncia a los discípulos esta misma Bienaventuranza. Les advierte que llorarán pero les promete que serán consolados: "vosotros lloraréis y os afligiréis y el mundo se alegrará, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo" (Juan 16, 20) "Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy no vendrá a vosotros el Paráclito, el Consolador, pero si me voy, os lo enviaré." (Juan 16,7)
13) Jesús enseña que la tristeza de los discípulos es santa en medio de los gozos del mundo. La Iglesia y el mundo tienen gozos y tristezas opuestas. Y este hecho lo explicará Pablo: "La carne tiene apetitos contrarios al Espíritu y el Espíritu apetitos contrarios a la carne, como que entre sí son opuestos." (Gálatas 5, 17)
5. El llanto y consuelo de María
14) Esta tristeza santa de los discípulos, que desemboca en consuelo, fortaleza y gozo, es una tristeza propia de la Iglesia peregrina tiene su prototipo en la tristeza y consolación de María a los pies de la cruz.
15) Jesús, en la última cena, parece aludirla por adelantado cundo dice, hablando de la aflicción de los discípulos en términos que hacen pensar que ya preveía también la de su Madre: "la Mujer cuando da a luz está triste porque le ha llegado su hora, pero cuando el niño le ha nacido, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo.
También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os podrá quitar vuestra alegría." (Juan 16, 21-22)
16) "Al señalar a Juan desde la cruz y darlo como hijo a María: "Mujer ahí tiene a tu hijo", Jesús se señala a sí mismo ante María, la remite a sí mismo, no tal como lo ve crucificado en su Hora, sino tal como lo debe ver glorificado en los suyos, en los que el Padre le ha dado como gloria que le pertenece. Y la remite a ella misma: no según su apariencia de Madre despojada de su único Hijo, humillada Madre del malhechor ajusticiado, sino según su verdad: primeriza de su Hijo verdadero, nacido en la estatura corporativa -inicial, es verdad, pero ya perfecta- de Hijo de Hombre.
17) María como nueva Eva, esposa del Mesías es constituida como Madre de una humanidad nueva de Hijos de Dios. El apelativo Mujer, que Jesús le da desde la Cruz, revela la identidad de María. Por un lado, la revela como la Nueva Eva que nace del costado del Nuevo Adán, abierto en la cruz por la lanza del soldado. Como nueva Eva ella celebra a los pies de la cruz un misterioso desposorio con el nuevo Adán, que la hace Esposa del Mesías en las Bodas del Cordero. Allí por fin, Jesús la hace y proclama madre, parturienta por los mismos dolores de la redención que fundan su título de corredentora. Madre de una nueva humanidad, de la cual Juan será el primogénito y el representante de todos los creyentes". (tomado de "La figura de María a través de los evangelistas" Ed. Paulinas, Bs. As. En Internet: http://ar.geocities.com/ mariaevangelios/)
18) En medio de sus mismas lágrimas, María recibe el consuelo divino. La Espada atraviesa su alma, pero abre camino a todos hacia su corazón.
6. El llanto y consuelo de la Iglesia
19) El paso de la aflicción al consuelo caracteriza los encuentros de los discípulos con Jesús resucitado. Así la Magdalena pasa de las lágrimas al gozo: "María estaba llorando fuera, junto al sepulcro... le dice Jesús: Mujer ¿por qué lloras?... le dice: María... ella lo reconoce y le dice: Maestro mío." (Juan 20,11) "Los discípulos se alegraron de ver al Señor." (Juan 20,20) Y los de Emaús sentían que "estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras." (Lucas 24, 32) Lo que les explicaba Jesús con las Escrituras en la mano, era que el Mesías debía padecer todas esas cosas para entrar en su gloria. Es decir, la misma bienaventuranza y la misma promesa cumpliéndose, primero, en Jesús.
20) San Pablo da testimonio de la verdad de esta promesa: "Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones." (2 Cor 7, 4) "Y ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, a favor de su Cuerpo, que es la Iglesia." (Colosenses 1,24)
Sugerencias para la oración con la tercera Bienaventuranza
"Felices los que lloran, porque el Padre los consolará."
Me pongo en oración y le pido a Jesús que me ilumine acerca de mi estado en relación con la tercera Bienaventuranza. Le pido al Espíritu Santo que me ilumine para comprender cómo la vivió Jesús. Y le pido al Padre que me engendre a imagen y semejanza de su Hijo Jesús, para que pueda vivirla como Él la vivió y pueda entrar en el Reino de los Hijos. Que pueda recibir el Consuelo que viene del Padre y que no es Otro que su Espíritu Santo. Pueden ayudarme algunas preguntas como las que siguen. Pero recordaré que las Bienaventuranzas no son leyes o mandamientos, ni se trata de hacer un examen moral, sino de pedir conocimiento interno de mi estado espiritual de hijo y de motivarme para pedir.
El llanto de Jesús. Pido caer en la cuenta del motivo o motivos del llanto de Jesús. Conviene volver a él y preguntarme: ¿Me he asombrado de tanto amor y desprendimiento del Señor? ¿Le he agradecido? Es saludable, aunque me avergüence, contrastar su testimonio con mi egoísmo y superficialidad. Mediré mi celo apostólico con la medida de su celo por la casa del Padre y por la suerte de su amada ciudad Jerusalén. Su entrega por los demás con las veces que antepongo mi comodidad al bien de los prójimos, sintiendo incluso que debía hacer lo contrario.
“Parece que no nos mueve a pena la multitud de almas que se lleva Satanás" (Sta. Teresa de Jesús) ¿Cuánto me mueve y conmueve la gloria del Padre que desea tener su casa llena de hijos y cuánto hago por ayudar al retorno de esos hijos?
¿Qué es preferible: quedarse fuera de su casa, con las manos llenas de bienes que fenecen a la muerte, o pobres y desprendidos, y aún mendigos como Lázaro, entrar lleno de gloria en el cielo? ¿Cuál es mi opción en el apostolado, sin dejar de atender la obra de misericordia: dar pan al hambriento, agua al sediento, vestir al desnudo, visitar al preso, etc.?
¿Cuáles son los motivos de mi llanto? ¿Lloro más por mí que por los demás? ¿Soy de auto-compadecerme o me complace que me compadezcan? ¿Me quejo de cansancio, soledad, incomprensiones, calumnias, problemas en el trabajo? ¿Creo que si acepto con amor gozoso de hijo del Padre, lo glorifico? ¿Creo que Él me consolará, deseando que me abandone en sus manos? ¿Enseño esto mismo a los que veo llorar por motivos similares?
¿Cuáles son los males ajenos que más me afligen? ¿Tengo la misma percepción que Jesús de cuáles son los males verdaderos y más graves?
¿Busco al Espíritu Santo y creo que ora en mi interior y que es la fuente de todo consuelo? ¿Sigo en esos u otros momentos sus inspiraciones o me hago sordo, por comodidad, pereza, falta de amor, por miedo al riesgo o al qué dirán?
Sea que esté casado, consagrado o soltero
¿miro confiadamente mi propia vida, sabiendo que el Padre colmará mis deseos de integridad, dedicación, entrega o me abrumo por cuanto en el entorno milita contra mi estado de vida?
¿Soy diligente en poner los medios que de mí dependen para tener esta consolación que el Padre promete o por el contrario lento y perezoso, dejo que la granizada de la desolación destruya el sembrado de la gracia divina? ¿Me doy cuenta que sufren quiebra los "intereses de Jesús" (Flp 2,
21) cuando, por mi descuido, pierdo el consuelo divino para obrar totalmente por su honra y gloria?
¿Pido con insistencia y cuido, cuando el Señor me lo da, el gozo en medio de la tribulación? "Nos dará el ciento por uno en esta vida con tribulaciones." (Mc. 10.30)