Felices los que obran la paz, porque el Padre los llamará: hijos míos
Capítulo 8: Séptima Bienaventuranza
“Tuvo a bien Dios [el Padre]... reconciliar por Él [Jesús] todas las cosas consigo, obrando por la sangre de su cruz la pacificación de todas ellas, así las del cielo como las de la tierra” (Col 1,20)
“Procurad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Heb 12, 14)
1. El Dios de la paz y la paz de Dios
1) En el Antiguo Testamento, Dios aparece dando la paz: "El Señor bendecirá a su pueblo con paz" (Salmo 29, 11). "Se llamará su nombre... príncipe de la paz" (Isa 9, 6); "gente que conserva la paz porque en ti ha confiado" (Isa 26, 3).
"Señor, tú nos darás la paz porque todas nuestras empresas nos las realizas Tú" (Isa 26, 12); "Yo soy el Señor y no hay ningún otro Dios, Yo formo la luz y creo las tinieblas, obro la paz y creo la adversidad. Solo yo, el Señor, soy el que hago todo esto" (Isa 45, 7); "Paz, paz para el que está lejos y para el que está cerca», dice el Señor" (Isa 57, 19); "Así dice el Señor: ‘He aquí que yo extiendo sobre ella (sobre Jerusalén) la paz como un río y las riquezas de las naciones como un torrente que se desborda; y mamaréis, en los brazos seréis traídos y sobre las rodillas seréis mimados. Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén recibiréis consuelo´" (Isa .66,12). "Los mansos heredarán la tierra y se recrearán con abundancia de paz" (Salmo 37, 11).
2) La primera vez que aparece la palabra paz, shalom, en el Antiguo Testamento, es en la Promesa a Abraham: "Tú, en tanto, te reunirás en paz con tus padres y serás sepultado en buena vejez" (Génesis 15, 15). Es una promesa de vida eterna.
3) En numerosos pasajes del Nuevo Testamento se lo llama "Dios de la paz" (Rom 15, 33; Flp 4,9); sobre todo en los saludos y despedidas. La paz que da es "la paz de Dios que supera todo conocimiento" (Flp. 4,7). "El Dios de paz aplastará muy pronto a Satanás bajo vuestros pies" (Romanos 16, 20).
2. "Los que obran la paz"
4) La expresión "los que obran la paz", en griego eirenopoioi, significaría literalmente traducida: los obradores de paz, o hacedores de paz, los pacificadores. No aparece en ningún otro lugar de la Sagrada Escritura sino sólo aquí en Mt 5,9. En la literatura rabínica, la expresión hebrea ‘oséh shalom’, el que hace la paz, aplica a los que se empeñan en reconciliar a las personas y a pacificar los espíritus.
5) Puede pensarse que se trata de lo que San Pablo llama "el ministerio de la reconciliación" (2 Cor 5,18), que prolonga la obra de reconciliación universal de Jesucristo, llevada a cabo con la sangre de su Cruz, en su Pasión, donde reconcilió todas las cosas (Ef 2, 14-18). Reconcilió a Dios con los hombres, a los hombres con Dios y a los hombres entre sí, derribando los muros de separación. Esta reconciliación une a los que antes estaban separados en una sola fraternidad: para los que están en Cristo, para los que ya son hijos de Dios, ya no hay judío y pagano, libre y esclavo, hombre y mujer, rico y pobre, noble y plebeyo, doctos e ignorantes... todos son ahora hijos del Padre y hermanos entre sí. Se ha establecido la paz de una comunión (común unión) familiar.
3. Jesús ministro del Padre: reconciliador y pacificador
6) Jesús lleva a cabo la obra pacificadora por misión del Padre. Es un enviado y ministro del Padre que desea hacer obra de paz por medio de Él: "Pues el Padre tuvo a bien hacer que habitara en él toda la plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz." (Col 1, 19-20)
4. Jesús el gran pacificador
7) Como siervo sufriente, Jesús cumple la profecía de Isa: "Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo", (Isa 53,5). Pablo dirá que "pacificó todas las cosas con la sangre de su Cruz"
8) Jesús nos pacificó con Dios: "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Romanos 5,1).
9) Jesús es el gran obrador de paz, el gran pacificador: "Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos [judíos y paganos] hizo uno solo [la Iglesia], derribando el muro que los separaba [la Ley de Moisés], aboliendo en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo de los dos un solo Hombre nuevo, haciendo la paz, y mediante la cruz, reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, dando en sí mismo muerte a la enemistad. Vino a anunciar la buena nueva de paz: ‘a vosotros que estabais lejos y a los que estáis cerca´ [Isa 57, 19], porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre" (Ef 2, 14-18).
10) En la última cena, Jesús promete la paz a sus discípulos como una herencia que va a dejarles: "La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da" (Jn 14, 27). Así como su Reino no es de este mundo, su paz tampoco es como la que el mundo llama así.
11) Jesús, en su oración sacerdotal, ruega al Padre para sus discípulos, el don de la unidad, que es el de la paz: "Que sean uno como Tú y Yo somos uno" (Jn 17, 11.21.22).
12) Jesús nos da la paz comunicándonos su Espíritu Santo entre cuyos frutos se cuenta la paz: "Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley" (Gal 5, 22)
13) Shalom, Paz, es el saludo del Resucitado cuando se aparece a sus discípulos llenándolos de gozo (Jn 20, 19-20)
14) Por todo esto Jesús merece el título de Príncipe de la Paz que Isa le confiere al Mesías (Isa 9,5)
5. Paz y reconciliación
15) Jesús llevó a cabo una obra de pacificación que los textos presentan como obra de reconciliación universal. Cuando Jesús envía a sus discípulos a predicar, hacer milagros, expulsar demonios y anunciar la llegada del Reino de Dios, los envía también a anunciar la paz: "En la casa en que entréis decid: paz a esta casa, y si hay en ella un hijo de la paz, vuestra paz reposará sobre él, y si no, se volverá a vosotros" (Lc, 10, 5).
16) Pablo es ministro de esa obra reconciliadora que la Iglesia continúa a través de los siglos: "Todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación: Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en él" (2 Cor 5, 18-21).
17) Dios quiere reconciliarse con los hombres que lo han ofendido. Él es el ofendido y sin embargo viene a suplicar al hombre que se reconcilie con él. El pecado, en efecto, consiste a veces, quizás más frecuentemente de lo que parece, en que el hombre, en lugar de reconocer que ha ofendido a Dios y que necesita perdón, guarda agravios y rencores hacia Dios y no quiere perdonarlo. Reconciliar a los hombres con Dios, consiste a veces en proclamarles el perdón de Dios, y otras veces consiste, aunque parezca mentira en moverlos a perdonar a Dios. Por eso Dios Padre, en Cristo, se acerca a la humanidad como suplicando reconciliación.
18) Pablo viene: "calzados los pies con el celo por anunciar el evangelio de la paz" (Ef 6, 15). Y se pone a sí mismo como ejemplo de esta siembra de paz: "Lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros" (Flp. 4, 9).
6. Paz, unión, comunión
19) Paz y unidad, o unión de los ánimos, van juntos y son casi sinónimos. Jesús todo lo pacifica porque derribando los muros que separan, restaura la unidad entre lo que estaba separado y dividido. Por eso, de su obra debe derivar la unión y la paz entre los miembros de la comunidad. Pablo ve la paz como un vínculo que une y mantiene unidos. El Espíritu Santo une, el malo separa (Diábolos = Separador).
20) "Yo, pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados: con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, procurando mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz: un solo cuerpo y un solo Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos y por todos y en todos" (Ef 4,3-6). Pablo parece hacer un juego de imágenes entre su prisión y sus cadenas, con el vínculo de la paz y de la unidad.
7. Se los llamará hijos de Dios
21) Los hijos de Dios han de ser, por lo tanto, pacificadores y reconciliadores. Pero han de serlo según el modelo del Padre, del Hijo, movidos por el Espíritu, como Pablo y los grandes santos pacificadores.
22) Se los llamará Hijos de Dios porque se parecerán a su Padre, Dios de la Paz (2 Tes 3,6) y a su Hijo que es "nuestra paz" (Ef 2,13). Los profetas habían anunciado al Mesías como príncipe de la Paz (Isa 9, 5) y la era mesiánica sería de paz universal (Isa 11, 6-9). La Paz aparecía como un nombre de la salvación mesiánica escatológica y de sus bendiciones divinas en los tiempos finales, escatológicos.
23) No se trata de una tarea de reconciliación social puramente profana, aunque estén siempre dispuestos a desempeñarla también: "en lo posible y en cuanto de vosotros dependa, estad en paz con todos los hombres" (Romanos 12, 18). Pero no se trata de que se conviertan o se conforme con ser sólo ‘facilitadores´ de acuerdos y mediadores de conflictos, mediante técnicas de análisis transaccional y dinámica de grupos. Si los discípulos de Jesús deben ser portadores y heraldos de la paz (Lc 10, 5ss) deberán vivir en paz entre ellos y consigo mismos, como lo indica el Sermón de la Montaña explícitamente: (Mt 5, 21-26 y 38-47). Santiago dirá de la obra pacificadora de los cristianos: "Frutos de justicia se siembran en la paz para los que procuran la paz" (Sant. 3, 18)
24) Jesús rechaza explícitamente convertirse en juez de la partición de una herencia entre dos ‘hombres´: (Lc 12, 13). Lo que traen en primer lugar sus discípulos, como hijos del Padre celestial, es la comunión divino eclesial, mediante la reconciliación y la paz entre Dios y los hombres.
25) Esta "koinonía" o comunión divino humana, divino eclesial, dimana de su condición de hijos de Dios. Y por eso, su condición de pacificadores sobre el modelo de Jesucristo, los hace reconocibles como hijos de Dios y acreedores a ser llamados con ese nombre.
26) De la paz de Dios debe derivar nuestra paz entre nosotros y con todos: "El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. El que de esta manera sirve a Cristo, agrada a Dios y es aprobado por los hombres. Por lo tanto, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación" (Romanos 14, 17-19). "A vivir en paz nos llamó Dios" (1 Cor 7,15). "Dios no es Dios de confusión sino de paz" (1 Cor 14, 33)
27) A su vez, la paz entre los hermanos, atrae la paz divina: "sed de un mismo sentir y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros" (2 Cor 13,11). Entre los corintios, en efecto, las divisiones, partidos y discusiones eran una tentación tenaz que Pablo combate en la primera carta a los corintios. La falta de paz y la división es un grave mal de la Iglesia, que aflige al Padre, que desea la unión de los Cristianos. Pablo insiste a menudo: "Tened paz entre vosotros" (1 Tes 5, 13).
28) ¿Cuál es el secreto de la paz cristiana? Lo revela una misteriosa palabra de Jesús, que parece contener el secreto de la paz: "Tened sal en vosotros y tendréis paz entre vosotros" (Mc 9, 50).
29) ¿Qué sal es esta que asegura la paz entre las personas? El contexto alude a la sal de la alianza que según la ley del Levítico no debía faltar en ningún sacrificio (Lev 2, 13). Esa sal, que daba sabor al sacrificio en la Antigua Ley, era el amor de la Alianza, la fidelidad a Dios, la obediencia al Señor. Sin ese amor, los sacrificios no agradaban al Señor: "Son mías todas las fieras de la selva, las bestias por millares en mis montes, conozco las aves de los cielos y son mías las bestias de los campos. Si tuviera hambre, no te lo diría, porque mío es el orbe y cuanto contiene. ¿Voy a comer la carne de los toros, o a beber la sangre de los machos cabríos? ¡ofrecedme un sacrificio de alabanza!" (Salmo 49, 10-14).
30) En el Nuevo Testamento Jesús se refiere sin duda a otra sal. ¿Cuál? Jesús enseña que la sal a la que él se refiere es la sabiduría de la Cruz, es decir la del amor sufriente. El dicho sobre la sal, en Mc 9, 50, está en el centro de la sección del camino, que abarca los capítulos 8 al 10 y va desde la curación del ciego de Betsaida a la curación del ciego de Jericó. En esta sección hay tres solemnes anuncios de la Pasión, que los discípulos no quieren oír ni comprender.
31) Por estar sordos para el anuncio de la Cruz que Jesús les viene haciendo por el camino, están ciegos para ver el camino a Jerusalén como un camino hacia la cruz. Y debido a esa ignorancia o resistencia ante la sabiduría de la Cruz, estos tres capítulos están dominados por las discusiones: Pedro le discute a Jesús, los discípulos discuten entre sí, con los fariseos, y de nuevo entre sí, o discuten con los que hacen milagros pero no vienen con ellos, los esposos se separan, o los discípulos riñen a los niños.
32) No pueden entender ni ver el camino del Siervo sufriente que va a dar la vida en la Cruz para pacificar todas las cosas. Lo que da sentido y sabor al sacrificio del Hijo, es hacer la voluntad del Padre y entregarse por amor a todos los hombres. Ese amor que sabe sacrificarse es la sal que sazona el sacrificio y lo hace acepto y agradable a pesar de su terribilidad. Sufrir por amor es el secreto de la paz del alma y el secreto de la paz en la Iglesia, en la familia creyente, en la sociedad y el mundo.
33) Por eso Jesús dirá en el Sermón de la Montaña: "Vosotros sois la sal del mundo, si la sal pierde el sabor ¿con qué se salará?" (Mt 5, 13). Esta sal preserva de la corrupción de la discordia, porque sabe sacrificar por amor, para pacificar y reconciliarlo todo, como hizo el Hijo. Y por eso, los pacificadores serán llamados, con razón, Hijos de Dios.
Sugerencias para la oración con la séptima Bienaventuranza
Felices los hacedores de la paz, porque el Padre los llamará: ‘hijos míos’
Me pongo en oración y le pido a Jesús que me ilumine acerca de mi estado en relación con la séptima Bienaventuranza. Le pido al Espíritu Santo que me ilumine para comprender cómo la vivió Jesús. Y le pido al Padre que me engendre a imagen y semejanza de su Hijo Jesús, para que pueda vivirla como Él la vivió y pueda entrar en el Reino de sus Hijos, que no es otra cosa que la condición filial. Que pueda recibir y tener la pureza de Corazón que imprime el Espíritu puro y santo que viene del Padre. Pueden ayudarme algunas preguntas como las que siguen. Pero recordaré que las Bienaventuranzas no son leyes o mandamientos, ni se trata de hacer un examen moral, sino de pedir conocimiento interno de mi estado espiritual de hijo y de motivarme para pedir.
Hacedores de paz: ¿Contribuyo a la paz y armonía entre mis prójimos, a la reconciliación de las partes o me hago instrumento de irritabilidad y discordia, con mis murmuraciones, críticas, juicios temerarios, alejándome para no complicarme la vida, para que no se rían de mí?¿Omitiendo el ayudar a sobrenaturalizar las situaciones y los hechos?
¿Pacto con la falta de paz en mi espíritu por poco o largo tiempo, resistiendo y menospreciando ese fruto del Espíritu Santo, o al decir de Pablo, al mismo Jesús, porque "Él es nuestra paz"?(Ef. 2,14). Por el contrario, ¿acudo a la oración, a la alabanza, a la súplica, al examen de conciencia y a la penitencia, para recobrarla y sembrarla alrededor? La sal impide la corrupción y da sabor.
¿Soy un discípulo "sabroso" o "soso" por falta de sal evangélica: mal humor, agrideces, malas palabras o cualquier otro insulto, poco dominio de mí? O por el contrario, vivo contento y feliz saboreando el amor de Dios que se manifiesta tanto "en lo próspero como en lo adverso"? (Rom. 8, 28)
¿Vivo el gozo de llamarme hijo de Dios por la obediencia y el amor sufriente? "Saber sufrir un poco por amor de Dios sin que lo sepan todos" STJ.