CAMINOS LAICALES DE PERFECCION: 6. Oración, ayuno y limosna
José María Iraburu
Contenido
Materia de reglas y votos
Pobreza, obediencia y castidad
Tradición patrística y pastoral
Tres claves
decisivas para el crecimiento espiritual
Algunos ejemplos para
obligarse con Dios
Armas poderosas
para tiempos de grandes batallas
Materia de reglas y votos
El cristiano, personal o comunitariamente, puede comprometerse con Dios
mediante reglas y votos en una gran variedad de materias. Ya lo vimos antes,
al dar algunos ejemplos. En realidad, cualquier aspecto de la vida puede ser
sujeto a regla o voto. Sin embargo, estas obligaciones no suelen
establecerse en relación a aquellas obras -como el trabajo de cada día- que
ya vienen urgidas por el mismo mundo. En orden a la perfección espiritual,
esas obras habrán de ser bien hechas, pero no suele haber problema para que,
bien o mal, sean hechas.
En cambio, será muchas veces conveniente ayudar con regla y voto aquellas
obras que, siendo urgidas por Dios y no por el hombre, se quedan con
frecuencia sin hacer. Sobre éstas, pues, suelen versar las reglas y los
votos, tanto de religiosos como de seglares. Y como ya vimos, convendrá en
concreto obligarse establemente a aquellas obras buenas que, siendo
asequibles y muy convenientes a la persona, y habiendo signos de que Dios
quiere concedérselas, no acaban de salir adelante con una constancia
aceptable sin la ayuda de ley o voto.
Pobreza, obediencia y castidad
El campo normal de los votos en los religiosos son los tres consejos
evangélicos: pobreza, castidad y obediencia, éste último, el mayor y
principal. Tanta fuerza tienen estos tres consejos en la tradición eclesial
de los estados de perfección, que, de hecho, no pocas asociaciones de laicos
han buscado también la perfección evangélica, y no pocas veces la han
encontrado, estableciendo ciertos compromisos en estos mismos tres consejos
de Cristo.
No hay, por supuesto, en esto nada que objetar; aunque no se nos escapa que
esos tres consejos -que sin duda todo cristiano laico debe vivir en
espíritu- ofrecen ciertas dificultades al configurarse en compromisos
concretos para los laicos.
Oración, ayuno y limosna
Más conforme a la sagrada Escritura, a la Tradición y a la disciplina de la
Iglesia parece, sin embargo, buscar la materia de obligación espiritual para
los laicos en la tríada penitencial: oración, ayuno y limosna.
Enseña Pablo VI que la Iglesia ha visto siempre «en la tríada tradicional
oración-ayuno-caridad las formas fundamentales para cumplir con el precepto
divino de la penitencia» (const. apost. Poenitemini 1966, 60). En otras
palabras: la penitencia, es decir, la conversión de lo malo a lo bueno, y de
lo bueno a lo mejor, se produce en los cristianos fundamentalmente por el
camino de la oración, el ayuno y la limosna -los Padres a veces, en vez de
limosna, dicen caridad o misericordia-.
Ésta es la convicción que expresa la liturgia al orar: «Señor, Padre de
misericordia y origen de todo bien, que nos otorgas remedio para nuestros
pecados por medio del ayuno, la oración y la limosna, mira con amor a tu
pueblo penitente, y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos
bajo el peso de las culpas» (Or. 3 dom. cuaresma).
Nuestro Señor Jesucristo, no por casualidad, en el Sermón del Monte, que es
como el corazón de su evangelio, enseñó a todos sus discípulos cómo hay que
orar, cómo conviene ayunar y cómo se debe hacer limosna (Mt 6,1-18). Son las
tres dimensiones fundamentales de la vida espiritual según la Revelación
bíblica:«Buena es la oración con el ayuno, y la limosna con la justicia»
(Tob 12,8; +Jdt 8,5-6; Dan 10,3; Lc 2,37; 3,11). Y en el desierto, Nuestro
Salvador confirma esta tradición ascética, uniendo oración y ayuno durante
cuarenta días (Mc 1,13; +Ex 24,18).
Y en la Iglesia primera, oraciones, ayunos y limosnas vienen a formar el
marco fundamental de la vida cristiana (Hch 2,44; 4,32-37; 10,2. 4. 31;
13,2-3; 14,23; 1 Cor 9,25-27; 2 Cor 6,5; 11,27).
Tradición patrística y pastoral
Los Padres de la Iglesia y los concilios organizaron la vida del pueblo
cristiano precisamente con oraciones (misa dominical y rezo de Horas),
ayunos (días penitenciales) y limosnas (diezmos y primicias), considerando
que ese triple ejercicio establece el espacio espiritual más favorable para
el crecimiento de la vida en Cristo. Y aunque las explicaciones de la tríada
sagrada que hallamos en la tradición antigua no siempre coinciden, siempre
son convergentes y complementarias. Más o menos todas ellas enseñan que por
la oración el hombre se vuelve a Dios, por el ayuno se libera del mundo, y
por la limosna se vuelve en caridad y misericordia hacia los hombres.
Véase, por ejemplo, este hermoso texto de San León Magno: «Tres cosas
pertenecen principalmente a las acciones religiosas: la oración, el ayuno y
la limosna, que se han de realizar en todo tiempo, pero especialmente en el
tiempo consagrado por las tradiciones apostólicas [adviento, cuaresma],
según hemos recibido. Pues por la oración se busca la propiciación de Dios,
por el ayuno se apaga la concupiscencia de la carne, por las limosnas se
perdonan los pecados (Dan 4,24). Por todas estas cosas juntamente se
restaura en nosotros la imagen de Dios, si estamos siempre preparados para
la alabanza divina, si somos incesantemente solícitos para nuestra
purificación, y si constantemente procuramos la sustentación del prójimo.
Esta triple observancia, amadísimos, sintetiza los afectos de todas las
virtudes, nos hace llegar a la imagen y semejanza de Dios y nos hace
inseparables del Espíritu Santo. Porque en las oraciones permanece la fe
recta; en los ayunos, la vida inocente, y en las limosnas, la benignidad»
(Hom. 1ª sobre el ayuno en diciembre 4).
En la tríada sagrada, oración-ayuno-limosna no son, por supuesto,
exclusivamente penitenciales, sino que que son las tres obras principales de
la vida en el Espíritu Santo: en relación a Dios y al prójimo, por la
caridad (oración y limosna), y respecto al mundo (ayuno). Así San Pedro
Crisólogo (+450) dice: «Tres son, hermanos, tres las cosas por las cuales
dura la fe, subsiste la devoción, permanece la virtud: oración, ayuno y
misericordia. Oración, misericordia y ayuno son tres en uno, y se dan vida
mutuamente» (ML 52,320). Esta última afirmación -«se dan vida mutuamente»-
es una gran verdad, sobre la que he de volver en seguida.
Es cierto, en todo caso, que la triada penitencial produce la conversión
perfecta del hombre a Dios y la completa expiación por los pecados. Así
explica con razones profundas Santo Tomás la conversión del pecador a Dios
por esta triple vía: «La satisfacción por el pecado debe ser tal que por
ella nos privemos de algo en honor de Dios. Ahora bien, nosotros no tenemos
sino tres clases de bienes: bienes de alma, bienes de cuerpo, y bienes de
fortuna o exteriores. Nos privamos de los bienes de fortuna por la limosna;
de los bienes del cuerpo por el ayuno; en cuanto a los bienes del alma no
conviene que nos privemos de ellos, ni en cuanto a su esencia, ni
disminuyéndolos en cantidad, ya que por ellos nos hacemos gratos a Dios; lo
que debemos hacer es entregarlos totalmente a Dios, y esto se hace por la
oración» (STh Sppl 15,3).
Tres claves decisivas para el crecimiento espiritual
Ciertamente, si una persona asegura por la oración su relación con Dios, por
el ayuno su libertad del mundo, y por la limosna su caridad al prójimo, en
esa triple coordenada hallará el espacio de gracia más idóneo para su
crecimiento en Cristo. Siempre, por supuesto, considero aquí la tríada
sagrada para la conversión en un sentido muy amplio. Es la perspectiva en la
que se sitúa Juan Pablo II al hacer notar que «oración, limosna y ayuno han
de ser comprendidos profundamente. No se trata aquí sólo de prácticas
momentáneas, sino de actitudes constantes, que imprimen a nuestra conversión
a Dios una forma permanente» (14-III-1979; +21-III-1979).
—El ayuno es restricción del consumo del mundo, es privación del mal, y
también privación del bien, en honor de Dios. Hay que ayunar de comida, de
gastos, de viajes, de vestidos, lecturas, noticias, relaciones, televisión y
prensa, espectáculos, actividad sexual (1 Cor 7,5), de todo lo que es ávido
consumo del mundo visible, moderando, reduciendo, simplificando,
seleccionando bien. La vida cristiana es, en el más estricto sentido de la
palabra, una vida elegante, es decir, una vida personal, desde dentro, que
elige siempre y en todo; lo contrario, justamente, de una vida masificada y
automática, en la que las necesidades, muchas veces falsas, y las pautas
conductuales, muchas veces malas, son impuestas por el ambiente, desde
fuera. Es únicamente en esta vida elegante del ayuno donde puede
desarrollarse en plenitud la pobreza evangélica.
—La oración hace que el hombre, liberado por el ayuno de una inmersión
excesiva en el mundo, se vuelva a Dios, le mire y contemple, le escuche y le
hable, lea sus palabras y las medite, se una con él sacramentalmente,
celebre con alegría una y otra vez los misterios sagrados de la Redención.
Pero sin ayuno, sin ayuno del mundo, si se está cebado en sus estímulos y
atractivos, no es posible la oración. Es el ayuno del mundo lo que hace
posible el vuelo de la oración. Cualquiera que tenga oración sabe eso por
experiencia. Y a su vez, sin oración, sin amistad con el Invisible, no es
psicológica ni moralmente posible reducir el consumo de lo visible. Es la
oración la que posibilita el ayuno y lo hace fácil.
—La limosna, finalmente, hace que el cristiano se vuelva al prójimo, le
conozca, le ame, le escuche, le dé su tiempo y su atención, y le preste
ayuda, consejo, presencia, dinero, casa, compañía, afecto. Pero difícilmente
está el hombre disponible para el prójimo si no está libre del mundo y
encendido en el amor de Dios. El cristiano sin oración, cebado en el consumo
de criaturas, no está libre ni para Dios por el ayuno, ni para los hombres
por la limosna. Está preso del mundo, está perdido, está muerto.
Ya se ve, según esto, cómo oración, ayuno y limosna se posibilitan y exigen
mutuamente, forman un triángulo perfecto, en el que cada lado sostiene los
otros dos, un triángulo sagrado que abre la vida del cristiano a todas sus
dimensiones fundamentales. Por eso, digo, parece ser una doctrina
tradicional en la Iglesia que oración, ayuno y limosna son los tres consejos
evangélicos más adecuados para intensificar en los laicos su consagración a
Dios por el bautismo.
Algunos ejemplos para obligarse con Dios
Hay muchas formas diversas, inspiradas por la gracia divina, para establecer
determinados vínculos de compromiso obligatorio con Dios. Puede un cristiano
adherirse a una asociación en la que hay, sin más, un reglamento de deberes.
Puede afirmar con un voto su fidelidad a ese conjunto de deberes. Puede
comprometerse con un acto de consagración personal a cumplir los estatutos
de una asociación. Y si el cristiano no tiene la ayuda de una asociación,
puede establecer él solo o con su director espiritual una regla de vida
personal, comprometiéndose con voto a guardarla, o puede limitarse a
realizar uno o dos votos, con la intención de asegurar una o dos cuestiones
fundamentales de su vida espiritual. O tamabién puede integrarse en una
comunidad en la que todos sus miembros hacen ciertos votos, pero cada uno
los suyos propios, según su gracia y sus posibilidades.
Las posibilidades, evidentemente, son muy diversas; cada una tiene sus
ventajas e inconvenientes, y todas son buenas. En todo caso, cada laico
cristiano que aspire de verdad a la santidad debe plantearse en conciencia
la conveniencia de asegurar y estimular su vida espiritual con alguna de
esas fórmulas de compromiso moral.
Aunque las obligaciones espirituales, libremente establecidas, pueden
ordenarse útilmente de varios modos, como hemos visto, aquí sugiero algunas,
como ejemplo, en torno a la tríada sagrada de la conversión cristiana:
-Oración. Misa diaria, o al menos comunión diaria. Preparación o meditación
de la misa con un Misal de fieles. Confesión quincenal o mensual. Lectura
espiritual. Ciertos actos diarios de consagración o devoción personal. Rezo
del Angelus y del Rosario, si es posible en familia, Laudes y Vísperas.
Visitas al Santísimo, Adoración Nocturna. Dirección espiritual. Asistencia a
Retiros, primeros Viernes, Ejercicios espirituales anuales. Jaculatorias y
oración continua. Etc.
-Ayuno. Moderación total en comida, vestidos, sueño, cuidados corporales.
Limitar curiosidades vanas, en charlas, medios de comunicación, lecturas.
Uso de la televisión -no verla, no verla nunca solo, no ver sino lo elegido
previamente en programa-. Austeridad en gastos y adquisiciones, eliminación
de lujos, restricción o supresión de las ocasiones peligrosas -espectáculos,
revistas, bailes, piscinas y playas, ciertos viajes-. Alejarse de costumbres
mundanas -en planes de vacaciones, conducta entre novios-. Etc.
-Limosna. Dedicaciones de tiempo y de trabajo, en la familia, en el estudio,
en el centro laboral. Ayudas materiales -económicas, serviciales- al
prójimo. Posibles diezmos. Ayudas espirituales al prójimo, en casa, en
catequesis, en la parroquia y otras asociaciones. Colaboración con grupos
apostólicos o benéficos. Cuidado de ancianos y enfermos. Procura de familia
numerosa. Servicios al bien común de la sociedad civil, de la Iglesia. Etc.
Armas poderosas para tiempos de grandes batallas
Volvamos a lo ya dicho: si los religiosos, con la aprobación de la Iglesia,
buscan la perfección con la ayuda de reglas y votos, ¿podrán los cristianos
pretender la perfección sin ayudarse con alguna manera de reglamentos, votos
o vínculos semejantes? Cuando pueden acudir a estos medios -que no siempre
podrán, es cierto- ¿no será falsa su aspiración hacia la santidad, si no
quieren obligarse con Dios a nada, de ningún modo, aun siendo a veces bien
conscientes de que el hacerlo les ayudaría mucho?
Por lo que se refiere a nuestra sagrada tríada, bien sabemos hasta qué punto
la sociedad actual dificulta el ayuno, estimulando sin cesar al hombre a un
consumo de criaturas cada vez más ávido y cuantioso; cómo dificulta la
oración, cerrando el mundo secular a toda dimensión religiosa, captando la
atención del hombre de mil maneras, distrayéndole de Dios, y cebándole
obsesivamente en las criaturas; y cómo dificulta la limosna -por mucho que
hable de solidaridad y de fórmulas análogas-, al haber cegado sus fuentes,
que son la oración y el ayuno, y al estimular indefinidamente el consumo,
creando innumerables necesidades inútiles y perjudiciales.
Pues bien, «si alguno tiene oídos, que oiga» (Mc 4,23). No ha cambiado el
Señor de idea. La liberación de los cristianos quiere hacerla hoy
Jesucristo, como siempre, por el camino de la penitencia, es decir, por el
camino de la oración, el ayuno y la caridad. No hay otra vía para salir de
Egipto, atravesar el Desierto, y llegar a la la luz, la paz y la alegría
propias de la Tierra Prometida. No hay otra salida para los cristianos
empantanados en el mundo. Es la de siempre, la enseñada por Cristo.