Catequesis del Papa Francisco sobre la Oración
9. La oración de Elías
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Retomamos hoy las catequesis sobre la oración, que interrumpimos para hacer
las catequesis sobre el cuidado de la creación y ahora retomamos; y
encontramos a uno de los personajes más interesantes de toda la Sagrada
Escritura: el profeta Elías. Él va más allá de los confines de su época y
podemos vislumbrar su presencia también en algunos episodios del Evangelio.
Aparece junto a Jesús, junto a Moisés, en el momento de la Transfiguración
(cfr. Mt 17, 3). Jesús mismo se refiere a su figura para acreditar el
testimonio de Juan el Bautista (cfr. Mt 17, 10-13).
En la Biblia, Elías aparece de repente, de forma misteriosa, procedente de
un pequeño pueblo completamente marginal (cfr. 1 Re 17, 1); y al final
saldrá de escena, bajo los ojos del discípulo Eliseo, en un carro de fuego
que lo sube al cielo (cfr. 2 Re 2, 11-12). Es por tanto un hombre sin un
origen preciso, y sobre todo sin un final, secuestrado en el cielo: por esto
su regreso era esperado antes del advenimiento del Mesías, como un
precursor. Así se esperaba el regreso de Elías.
La Escritura nos presenta a Elías como un hombre de fe cristalina: en su
mismo nombre, que podría significar “Yahveh es Dios”, está encerrado el
secreto de su misión. Será así durante toda la vida: hombre recto, incapaz
de acuerdos mezquinos. Su símbolo es el fuego, imagen del poder purificador
de Dios. Él primero será sometido a dura prueba, y permanecerá fiel. Es el
ejemplo de todas las personas de fe que conocen tentaciones y sufrimientos,
pero no fallan al ideal por el que nacieron.
La oración es la savia que alimenta constantemente su existencia. Por esto
es uno de los personajes más queridos por la tradición monástica, tanto que
algunos lo han elegido como padre espiritual de la vida consagrada a Dios.
Elías es el hombre de Dios, que se erige como defensor del primado del
Altísimo. Sin embargo, él también se ve obligado a lidiar con sus propias
fragilidades. Es difícil decir qué experiencias fueron más útiles: si la
derrota de los falsos profetas en el monte Carmelo (cfr. 1 Re 18, 20-40), o
el desconcierto en el que se da cuenta que “no soy mejor que mis padres”
(cfr. 1 Re 19, 4). En el alma de quien reza, el sentido de la propia
debilidad es más valioso que los momentos de exaltación, cuando parece que
la vida es una cabalgata de victorias y éxitos. En la oración sucede siempre
esto: momentos de oración que nosotros sentimos que nos levantan, también de
entusiasmo, y momentos de oración de dolor, de aridez, de pruebas. La
oración es así: dejarse llevar por Dios y dejarse también golpear por
situaciones malas y tentaciones. Esta es una realidad que se encuentra en
muchas otras vocaciones bíblicas, también en el Nuevo Testamento, pensemos
por ejemplo en San Pedro y San Pablo. También su vida era así: momentos de
júbilo y momentos de abatimiento, de sufrimiento.
Elías es el hombre de vida contemplativa y, al mismo tiempo, de vida activa,
preocupado por los acontecimientos de su época, capaz de arremeter contra el
rey y la reina, después de que habían hecho asesinar a Nabot para apoderarse
de su viña (cfr. 1 Re 21, 1-24). Cuánta necesidad tenemos de creyentes, de
cristianos celantes, que actúen delante de personas que tienen
responsabilidad de dirección con la valentía de Elías, para decir: “¡Esto no
se hace! ¡Esto es un asesinato!” Necesitamos el espíritu de Elías. Él nos
muestra que no debe existir dicotomía en la vida de quien reza: se está
delante del Señor y se va al encuentro de los hermanos a los que Él envía.
La oración no es un encerrarse con el Señor para maquillarse el alma: no,
esto no es oración, esto es oración fingida. La oración es un encuentro con
Dios y un dejarse enviar para servir a los hermanos. La prueba de la oración
es el amor concreto por el prójimo. Y viceversa: los creyentes actúan en el
mundo después de estar primero en silencio y haber rezado; de lo contrario
su acción es impulsiva, carece de discernimiento, es una carrera frenética
sin meta. Los creyentes se comportan así, hacen muchas injusticias, porque
no han ido antes donde el Señor a rezar, a discernir qué deben hacer.
Las páginas de la Biblia dejan suponer que también la fe de Elías ha
conocido un progreso: también él ha crecido en la oración, la ha refinado
poco a poco. El rostro de Dios se ha hecho para él más nítido durante el
camino. Hasta alcanzar su culmen en esa experiencia extraordinaria, cuando
Dios se manifiesta a Elías en el monte (cfr. 1 Re 19, 9-13). Se manifiesta
no en la tormenta impetuosa, no en el terremoto o en el fuego devorador,
sino en el «susurro de una brisa suave» (v. 12). O mejor, una traducción que
refleja bien esa experiencia: en un hilo de silencio sonoro. Así se
manifiesta Dios a Elías. Es con este signo humilde que Dios se comunica con
Elías, que en ese momento es un profeta fugitivo que ha perdido la paz. Dios
viene al encuentro de un hombre cansado, un hombre que pensaba haber
fracasado en todos los frentes, y con esa brisa suave, con ese hilo de
silencio sonoro hace volver a su corazón la calma y la paz.
Esta es la historia de Elías, pero parece escrita para todos nosotros.
Algunas noches podremos sentirnos inútiles y solos. Es entonces cuando la
oración vendrá y llamará a la puerta de nuestro corazón. Un borde de la capa
de Elías podemos recogerlo todos nosotros, como ha recogido la mitad del
manto su discípulo Eliseo. E incluso si nos hubiéramos equivocado en algo, o
si nos sintiéramos amenazados o asustados, volviendo delante de Dios con la
oración, volverán como por milagro también la serenidad y la paz. Esto es lo
que nos enseña el ejemplo de Elías.
Saludos:
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Por intercesión de
Nuestra Señora del Rosario, el Señor nos conceda crecer en nuestro camino de
oración, para vivir en intimidad con Él, y haga que, en medio de este tiempo
de pandemia, nuestra vida sea un servicio amoroso a todos nuestros hermanos
y hermanas, en especial a quienes se sienten abandonados y desprotegidos.
Que Dios los bendiga a todos.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Reanudamos hoy las catequesis sobre el tema de la oración, reflexionando
sobre la figura del profeta Elías. El Antiguo Testamento lo presenta como
alguien sin un origen preciso y sin un final, pues su historia se cierra
cuando es arrebatado, en un carro de fuego, al cielo. Pero a Elías lo
encontramos también en el Evangelio, en el momento de la Transfiguración,
hablando con Jesús, junto a Moisés. Además, Jesús mismo se refiere a Elías
para confirmar la misión y el testimonio de Juan el Bautista.
La Sagrada Escritura nos dice que Elías era un hombre íntegro, de fe
cristalina, incapaz de compromisos mezquinos. Y no obstante las pruebas
difíciles que tuvo que afrontar, permaneció siempre fiel a Dios. La oración
era su fuerza vital: ésta le permitió defender el primado de Dios ante los
falsos profetas de Baal, en el Monte Carmelo; y lo hizo también consciente
de sus propias fragilidades. Elías era un contemplativo, pero sin
desentenderse de las situaciones concretas de su tiempo. Él nos enseña que
en la vida de oración no puede existir separación: el fruto de la intimidad
con el Señor en la oración, no puede ser otro que el amor concreto a los
hermanos y hermanas, a los que Jesús nos envía. La oración y la caridad
hacia el prójimo van de la mano.
La vivencia de Elías nos revela que la oración pasa por un camino de
crecimiento, que a él lo condujo a la experiencia de un encuentro personal
con Dios, que se le manifestó en el signo humilde del «murmullo de una brisa
suave», y le devolvió la calma y la paz a su corazón cansado.