Catequesis del Papa Francisco sobre la Oración
30. La oración vocal
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La oración es diálogo con Dios; y toda criatura, en un cierto sentido,
“dialoga” con Dios. En el ser humano, la oración se convierte en palabra,
invocación, canto, poesía… La Palabra divina se ha hecho carne, y en la
carne de cada hombre la palabra vuelve a Dios en la oración.
Las palabras son nuestras criaturas, pero son también nuestras madres, y de
alguna manera nos modelan. Las palabras de una oración nos hacen atravesar
sin peligro un valle oscuro, nos dirigen hacia prados verdes y ricos de
aguas, haciéndonos festejar bajo los ojos de un enemigo, como nos enseña a
recitar el salmo (cfr. Sal 23). Las palabras esconden sentimientos, pero
existe también el camino inverso: ese en el que las palabras modelan los
sentimientos. La Biblia educa al hombre para que todo salga a la luz de la
palabra, que nada humano sea excluido, censurado. Sobre todo, el dolor es
peligroso si permanece cubierto, cerrado dentro de nosotros… Un dolor
cerrado dentro de nosotros, que no puede expresarse o desahogarse, puede
envenenar el alma; es mortal.
Por esta razón la Sagrada Escritura nos enseña a rezar también con palabras
a veces audaces. Los escritores sagrados no quieren engañarnos sobre el
hombre: saben que en su corazón albergan también sentimientos poco
edificantes, incluso el odio. Ninguno de nosotros nace santo, y cuando estos
sentimientos malos llaman a la puerta de nuestro corazón es necesario ser
capaces de desactivarlos con la oración y con las palabras de Dios. En los
salmos encontramos también expresiones muy duras contra los enemigos
—expresiones que los maestros espirituales nos enseñan para referirnos al
diablo y a nuestros pecados—; y también son palabras que pertenecen a la
realidad humana y que han terminado en el cauce de las Sagradas Escrituras.
Están ahí para testimoniarnos que, si delante de la violencia no existieran
las palabras, para hacer inofensivos los malos sentimientos, para
canalizarlos para que no dañen, el mundo estaría completamente hundido.
La primera oración humana es siempre una recitación vocal. En primer lugar,
se mueven siempre los labios. Aunque como todos sabemos rezar no significa
repetir palabras, sin embargo, la oración vocal es la más segura y siempre
es posible ejercerla. Los sentimientos, sin embargo, aunque sean nobles, son
siempre inciertos: van y vienen, nos abandonan y regresan. No solo eso,
también las gracias de la oración son imprevisibles: en algún momento las
consolaciones abundan, pero en los días más oscuros parecen evaporarse del
todo. La oración del corazón es misteriosa y en ciertos momentos se ausenta.
La oración de los labios, la que se susurra o se recita en coro, sin
embargo, está siempre disponible, y es necesaria como el trabajo manual. El
Catecismo afirma: «La oración vocal es un elemento indispensable de la vida
cristiana. A los discípulos, atraídos por la oración silenciosa de su
Maestro, éste les enseña una oración vocal: el “Padre Nuestro”» (n. 2701).
“Enséñanos a rezar”, piden los discípulos a Jesús, y Jesús enseña una
oración vocal: el Padre Nuestro. Y en esa oración está todo.
Todos deberíamos tener la humildad de ciertos ancianos que, en la iglesia,
quizá porque su oído ya no está bien, recitan a media voz las oraciones que
aprendieron de niños, llenando el pasillo de susurros. Esa oración no
molesta el silencio, sino que testimonia la fidelidad al deber de la
oración, practicada durante toda la vida, sin fallar nunca. Estos orantes de
la oración humilde son a menudo los grandes intercesores de las parroquias:
son los robles que cada año extienden sus ramas, para dar sombra al mayor
número de personas. Solo Dios sabe cuánto y cuándo su corazón está unido a
esas oraciones recitadas: seguramente también estas personas han tenido que
afrontar noches y momentos de vacío. Pero a la oración vocal se puede
permanecer siempre fiel. Es como un ancla: aferrarse a la cuerda para
quedarse ahí, fiel, suceda lo que suceda.
Todos tenemos que aprender de la constancia de ese peregrino ruso, del que
habla una célebre obra de espiritualidad, el cual aprendió el arte de la
oración repitiendo infinitas veces la misma invocación: “¡Jesús, Cristo,
Hijo de Dios, Señor, ten piedad de nosotros, pecadores!” (cfr. CIC, 2616;
2667). Repetía solo esto. Si llegan gracias en su vida, si la oración se
hace un día suficientemente caliente como para percibir la presencia del
Reino aquí en medio de nosotros, si su mirada se transforma hasta ser como
la de un niño, es porque ha insistido en la recitación de una sencilla
jaculatoria cristiana. Al final, esta se convierte en parte de su
respiración. Es bonita la historia del peregrino ruso: es un libro para
todos. Os aconsejo leerlo: os ayudará a entender qué es la oración vocal.
Por tanto, no debemos despreciar la oración vocal. Alguno dice: “Es cosa de
niños, para la gente ignorante; yo estoy buscando la oración mental, la
meditación, el vacío interior para que venga Dios”. Por favor, no es
necesario caer en la soberbia de despreciar la oración vocal. Es la oración
de los sencillos, la que nos ha enseñado Jesús: Padre nuestro, que está en
los cielos… Las palabras que pronunciamos nos toman de la mano; en algunos
momentos devuelven el sabor, despiertan hasta el corazón más adormecido;
despiertan sentimientos de los que habíamos perdido la memoria, y nos llevan
de la mano hacia la experiencia de Dios. Y sobre todo son las únicas, de
forma segura, que dirigen a Dios las preguntas que Él quiere escuchar. Jesús
no nos ha dejado en la niebla. Nos ha dicho: “¡Vosotros, cuando recéis,
decid así!”. Y ha enseñado la oración del Padre Nuestro (cfr. Mt 6,9).
Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos al Señor Jesús,
Palabra hecha carne, que nos enseñe a rezar como enseñó a sus discípulos,
para que, con la ayuda del Espíritu Santo, permanezcamos fieles a la oración
toda nuestra vida, y sepamos hacer concordar nuestras palabras con las
intenciones de nuestro corazón. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy meditamos sobre la oración vocal. La oración es diálogo con Dios, y en
el ser humano la oración se hace palabra, se hace invocación, canto, poesía.
Las palabras revelan lo que llevamos en el corazón, nacen de nosotros, pero
también nos modelan. Las palabras surgen de los sentimientos y, al mismo
tiempo, los forjan.
La Biblia nos instruye para que podamos comprender nuestra vida a la luz de
la Palabra de Dios. Sabemos que nuestro corazón no alberga únicamente buenos
sentimientos, sino también sentimientos malos y perniciosos. Por eso, todo
lo que forma parte de nuestra realidad humana, incluso los aspectos más
negativos, están incluidos en las Escrituras Sagradas. Esto atestigua que,
si frente a la violencia no existieran las palabras para contrarrestar los
malos sentimientos, para volverlos inofensivos, el mundo estaría hundido en
el mal. Guiados por la oración y la Palabra de Dios podemos enfrentar el
mal. Es por eso que la Sagrada Escritura nos enseña a rezar con palabras a
veces muy atrevidas.
La oración humana elemental es siempre vocal. Y aun cuando rezar no
signifique repetir sólo palabras, la oración vocal es parte de la oración
cristiana. No la podemos despreciar, pensando que se trate sólo de una
aburrida repetición de fórmulas. La oración del corazón es misteriosa y
muchas veces difícil de practicar. En cambio, la oración de los labios es
sencilla y simple, a nuestro alcance; forma parte indispensable de la vida
cristiana. A los discípulos, atraídos por la oración silenciosa de Jesús, Él
les enseñó una oración vocal: el Padrenuestro, dirigida al Padre Celestial,
que contiene todas las peticiones que Él quiere escuchar.