Catequesis del Papa Francisco sobre la Oración
38. La oración pascual de Jesús por nosotros
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En esta serie de catequesis hemos recordado en varias ocasiones cómo la
oración es una de las características más evidentes de la vida de Jesús:
Jesús rezaba, y rezaba mucho. Durante su misión, Jesús se sumerge en ella,
porque el diálogo con el Padre es el núcleo incandescente de toda su
existencia.
Los Evangelios testimonian cómo la oración de Jesús se hizo todavía más
intensa y frecuente en la hora de su pasión y muerte. Estos sucesos
culminantes de su vida constituyen el núcleo central de la predicación
cristiana: esas últimas horas vividas por Jesús en Jerusalén son el corazón
del Evangelio no solo porque a esta narración los evangelistas reservan, en
proporción, un espacio mayor, sino también porque el evento de la muerte y
resurrección —como un rayo— arroja luz sobre todo el resto de la historia de
Jesús. Él no fue un filántropo que se hizo cargo de los sufrimientos y de
las enfermedades humanas: fue y es mucho más. En Él no hay solamente bondad:
hay algo más, está la salvación, y no una salvación episódica – la que me
salva de una enfermedad o de un momento de desánimo – sino la salvación
total, la mesiánica, la que hace esperar en la victoria definitiva de la
vida sobre la muerte.
En los días de su última Pascua, encontramos por tanto a Jesús, plenamente
inmerso en la oración.
Él reza de forma dramática en el huerto del Getsemaní —lo hemos escuchado—,
asaltado por una angustia mortal. Sin embargo, Jesús, precisamente en ese
momento, se dirige a Dios llamándolo “Abbà”, Papá (cfr. Mc 14,36). Esta
palabra aramea —que era la lengua de Jesús— expresa intimidad, expresa
confianza. Precisamente cuando siente la oscuridad que lo rodea, Jesús la
atraviesa con esa pequeña palabra: Abbà, Papá.
Jesús reza también en la cruz, envuelto en tinieblas por el silencio de
Dios. Y sin embargo en sus labios surge una vez más la palabra “Padre”. Es
la oración más audaz, porque en la cruz Jesús es el intercesor absoluto:
reza por los otros, reza por todos, también por aquellos que lo condenan,
sin que nadie, excepto un pobre malhechor, se ponga de su lado. Todos
estaban contra Él o indiferentes, solamente ese malhechor reconoce el poder.
«Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). En medio del
drama, en el dolor atroz del alma y del cuerpo, Jesús reza con las palabras
de los salmos; con los pobres del mundo, especialmente con los olvidados por
todos, pronuncia las palabras trágicas del salmo 22: «Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?» (v. 2): Él sentía el abandono y rezaba. En la
cruz se cumple el don del Padre, que ofrece el amor, es decir se cumple
nuestra salvación. Y también, una vez, lo llama “Dios mío”, “Padre, en tus
manos pongo mi espíritu”: es decir, todo, todo es oración, en las tres horas
de la Cruz.
Por tanto, Jesús reza en las horas decisivas de la pasión y de la muerte. Y
con la resurrección el Padre responderá a la oración. La oración de Jesús es
intensa, la oración de Jesús es única y se convierte también en el modelo de
nuestra oración. Jesús ha rezado por todos, ha rezado también por mí, por
cada uno de vosotros. Cada uno de nosotros puede decir: “Jesús, en la cruz,
ha rezado por mí”. Ha rezado. Jesús puede decir a cada uno de nosotros: “He
rezado por ti, en la Última Cena y en el madero de la Cruz”. Incluso en el
más doloroso de nuestros sufrimientos, nunca estamos solos. La oración de
Jesús está con nosotros. “Y ahora, padre, aquí, nosotros que estamos
escuchando esto, ¿Jesús reza por nosotros?”. Sí, sigue rezando para que Su
palabra nos ayude a ir adelante. Pero rezar y recordar que Él reza por
nosotros.
Y esto me parece lo más bonito para recordar. Esta es la última catequesis
de este ciclo sobre la oración: recordar la gracia de que nosotros no
solamente rezamos, sino que, por así decir, hemos sido “rezados”, ya somos
acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre, en la comunión del Espíritu
Santo. Jesús reza por mí: cada uno de nosotros puede poner esto en el
corazón, no hay que olvidarlo. También en los peores momentos. Somos ya
acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre en la comunión del Espíritu
Santo. Hemos sido queridos en Cristo Jesús, y también en la hora de la
pasión, muerte y resurrección todo ha sido ofrecido por nosotros. Y
entonces, con la oración y con la vida, no nos queda más que tener valentía,
esperanza y con esta valentía y esperanza sentir fuerte la oración de Jesús
e ir adelante: que nuestra vida sea un dar gloria a Dios conscientes de que
Él reza por mí al Padre, que Jesús reza por mí.
Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, que hay tantos. Al
finalizar estas catequesis sobre la oración, no olvidemos que Jesús no sólo
nos “amó” primero, sino que también “rezó” primero por nosotros. Por eso,
con nuestra oración y con nuestra vida demos gloria a Jesús y vivamos
seguros porque Él rezó y reza por cada uno de nosotros aún ahora delante del
Padre. Muchas gracias.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy terminamos las catequesis sobre la oración. Una de las características
más evidentes de la vida de Jesús es su diálogo con el Padre en la oración
y, como testimonian los Evangelios, este diálogo se hizo más intenso en la
hora de su pasión y su muerte. En el huerto de los Olivos, Jesús reza con
temor y angustia, y se dirige a Dios llamándolo “Abbá”, es decir, “Papá”,
una palabra aramea que expresa intimidad y confianza.
También en la oscuridad y el silencio de la cruz Jesús invoca a Dios como
Padre. En ese momento, en medio de atroces dolores, Jesús es el intercesor
absoluto. Pide por los demás, pide por todos, incluso por quienes lo
condenan. Suplica con palabras de los salmos, uniéndose a los pobres y
olvidados del mundo. Desahoga la angustia de su corazón de manera muy
humana, sin dejar de confiar plenamente en el Padre, consciente de su
filiación divina hasta el último respiro en la cruz, cuando entrega su
espíritu en las manos del Padre.
Para adentrarnos en el misterio de la oración de Jesús nos detenemos en la
que se llama “oración sacerdotal”, recogida en el capítulo 17 del Evangelio
de Juan. El contexto de esta oración es pascual. Jesús se dirige al Padre al
final de la Última Cena, en la que instituye la Eucaristía. En su oración va
más allá de los comensales, intercede y abraza al mundo entero, su mirada
nos alcanza a todos. Esto nos recuerda que, aun en medio de los más grandes
sufrimientos, no estamos solos, ya hemos sido acogidos en el diálogo de
Jesús con el Padre, en comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
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