Escuela de Oración - Catequesis de Benedicto XVI: El 'pequeño' Pentecostés. Oración en Hechos de los Apóstoles
18 de abril de 2012
"Frente a las persecuciones sufridas por causa de Jesús, la comunidad no
sólo no tiene miedo y no se divide, sino que está profundamente unida en la
oración, como una sola persona, para invocar al Señor. Esto, creo, es el
primer prodigio que se produce cuando los creyentes son desafiados a causa
de su fe: la unidad se refuerza, en lugar de verse comprometida, ya que está
sostenida por una oración inquebrantable".
Queridos hermanos y hermanas:
Después de las grandes fiestas, reanudamos las catequesis sobre la oración.
En la audiencia antes de Semana Santa, nos centramos en la figura de la
Beata Virgen María, presente entre los Apóstoles en oración, cuando
esperaban la venida del Espíritu Santo. Una atmósfera de oración acompaña
los primeros pasos de la Iglesia. Pentecostés no es un episodio aislado, ya
que la presencia y la acción del Espíritu Santo guían y animan de manera
constante el camino de la comunidad cristiana. En los Hechos de los
Apóstoles, de hecho, san Lucas, además de contar la gran efusión que tuvo
lugar en el Cenáculo cincuenta días después de la Pascua (cf. Hch 2, 1-13),
informa de otras irrupciones extraordinarias del Espíritu Santo, que vuelven
en la historia de la Iglesia. Hoy quiero centrarme en lo que se ha llamado
el "pequeño Pentecostés", que tuvo lugar en la culminación de una etapa
difícil en la vida de la Iglesia naciente.
Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que, después de la curación de un
paralítico a la entrada del Templo de Jerusalén (cf. Hch 3, 1-10), Pedro y
Juan fueron arrestados (Hch 4, 1) porque anunciaban la resurrección de Jesús
a todo el pueblo (cf. Hch 3, 11-26). Tras un juicio sumario, fueron puestos
en libertad. Regresaron con sus hermanos y les contaron cuanto habían
sufrido debido al testimonio de Jesús resucitado. En ese pasaje dice san
Lucas que "todos unánimemente elevaron su voz a Dios" (Hch 4, 24). Aquí San
Lucas registra la mayor oración de la Iglesia que encontramos en el Nuevo
Testamento, al final de la cual como hemos escuchado "tembló el lugar donde
estaban reunidos; todos quedaron llenos del Espíritu Santo y anunciaban
decididamente la Palabra de Dios" (Hch 4, 31).
Antes de considerar esta hermosa oración, se observa una actitud subyacente
importante: ante el peligro, la dificultad, la amenaza, la primera comunidad
cristiana no trata de hacer un análisis sobre cómo reaccionar, encontrar
estrategias de cómo defenderse a sí mismos, o qué medidas tomar, sino que
ante la prueba empiezan a rezar, se ponen en contacto con Dios.
¿Qué característica tiene esta oración? Se trata de una oración unánime y
que coincide con toda la comunidad, que se enfrenta a una situación de
persecución por causa de Jesús. En el original griego, san Lucas utiliza el
vocablo homothumadon "todos juntos" “de acuerdo ", un término que aparece en
otras partes de los Hechos de los Apóstoles, para enfatizar esta oración
perseverante y unida (cf. Hch 1, 14, 2, 46). Esta concordia es el elemento
fundamental de la primera comunidad y debería ser siempre fundamental para
la Iglesia. No sólo es la oración de Pedro y Juan, que se encontraban en
peligro, sino de toda la comunidad, porque lo que viven los dos apóstoles,
no se refiere y afecta solo a ellos, sino a toda la Iglesia. Frente a las
persecuciones sufridas por causa de Jesús, la comunidad no sólo no tiene
miedo y no se divide, sino que está profundamente unida en la oración, como
una sola persona, para invocar al Señor. Esto, creo, es el primer prodigio
que se produce cuando los creyentes son desafiados a causa de su fe: la
unidad se refuerza, en lugar de verse comprometida, ya que está sostenida
por una oración inquebrantable. La Iglesia no debe temer las persecuciones
que en su historia se ve obligada a soportar, sino que debe confiar siempre,
como Jesús en Getsemaní, en la presencia, en la ayuda y el poder de Dios,
invocado en la oración.
Demos un paso más: ¿Qué es lo que pide la comunidad cristiana a Dios en este
momento de prueba? No pide la seguridad por vida frente a la persecución, ni
que el Señor castigue a los que han encarcelado a Pedro y a Juan; piden
solamente que se les conceda "proclamar con toda libertad" la Palabra de
Dios (cf. Hch 4,29). Pide no perder la valentía de la fe, el coraje de
anunciar la fe. Pero antes trata de comprender en profundidad lo que ha
sucedido, trata de leer los acontecimientos a la luz de la fe y lo hace
precisamente a través de la Palabra de Dios, que nos permite descifrar la
realidad del mundo.
En la oración que se eleva al Señor, la comunidad, ante todo, recuerda e
invoca la grandeza y la inmensidad de Dios: "Señor, tú que creaste el cielo
y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos" (Hechos 4, 24). En la
Invocación al Creador, sabemos que todo viene de Él, que todo está en sus
manos, este es el conocimiento que nos da confianza y el coraje de que todo
viene de Él, de que todo está en sus manos. A continuación, pasa a reconocer
cómo Dios ha actuado en la historia. Comienza con la creación y continúa en
la historia. Cómo ha estado cerca de su pueblo, mostrándose un Dios
interesado en el hombre, que no se retira, que no abandona al hombre, y aquí
se menciona explícitamente el Salmo 2, a la luz del cual viene leída la
situación de dificultad que está viviendo en aquel momento la Iglesia.
El Salmo 2 celebra la entronización del rey de Judea, pero se refiere
proféticamente a la venida del Mesías, contra el cual nada podrán hacer la
rebelión, la persecución, ni las injusticias de los hombres: «¿Por qué se
amotinan las naciones y los pueblos hacen vanos proyectos? Los reyes de la
tierra se rebelaron y los príncipes se aliaron contra el Señor y contra su
Ungido». (Hch 4, 25) Es lo que nos dice proféticamente el Salmo sobre el
Mesías. Y en toda la historia vemos esta característica rebelión de los
poderosos contra el poder de Dios. Justo leyendo la Sagrada Escritura, que
es Palabra de Dios, la comunidad puede decirle a Dios en su oración:
«realmente se aliaron en esta ciudad..., contra tu santo servidor Jesús, a
quien tú has ungido. Así ellos cumplieron todo lo que tu poder y tu
sabiduría habían determinado de antemano». (Hch 4, 27).
Lo que ha sucedido se lee a la luz de Cristo, que es la clave para
comprender también la persecución, la cruz que es siempre la clave para la
Resurrección. La oposición contra Jesús, su Pasión y Muerte, se releen a
través del Salmo 2, como actuación del proyecto de Dios Padre por la
salvación del mundo. Y aquí se encuentra también el sentido de la
experiencia de persecución, que la primera comunidad cristiana está
viviendo; primera comunidad que no es una simple asociación, sino una
comunidad que vive en Cristo; por lo tanto, lo que le sucede forma parte del
diseño de Dios. Como le sucedió a Jesús, también sus discípulos encuentran
oposición, incomprensión, persecución. En la oración, la meditación sobre la
Sagrada Escritura a la luz del misterio de Cristo ayuda a leer la realidad
presente dentro de la historia de salvación que Dios actúa en el mundo,
siempre a su modo.
Precisamente por este motivo, la solicitud que la primera comunidad
cristiana de Jerusalén dirige a Dios en la oración no es la de ser
defendida, ni de que se le ahorre la prueba, o la de lograr éxito, sino
solamente la de poder proclamar con «parresia» es decir con franqueza, con
libertad, con valentía, la Palabra de Dios (cfr Hch 4,29).
El ruego añade luego el que este anuncio esté acompañado por la mano de
Dios, para que se realicen curaciones, signos y prodigios (cfr Hch 4,30),
para que sea visible la bondad de Dios, es decir, una fuerza que trasforme
la realidad, que cambie el corazón, la mente, la vida de los hombres y
traiga la novedad radical del Evangelio.
Cuando terminaron de orar --anota san Lucas- «tembló el lugar donde estaban
reunidos; todos quedaron llenos del Espíritu Santo y anunciaban
decididamente la Palabra de Dios». (Hch 4, 31). Tembló el lugar, es decir
que la fe tiene la fuerza de transformar la tierra y el mundo. El mismo
Espíritu que habló por medio del Salmo 2 en la oración de la Iglesia,
irrumpe en la casa e inunda el corazón de todos aquellos que han invocado al
Señor. Éste es el fruto de la oración coral que la comunidad cristiana eleva
a Dios: la efusión del Espíritu, don del Resucitado que sostiene y guía el
anuncio libre y valiente de la Palabra de Dios, que impulsa a los discípulos
del Señor a salir sin miedo para llevar la buena nueva hasta los confines
del mundo.
También nosotros, queridos hermanos y hermanas, debemos saber presentar los
acontecimientos de nuestra vida cotidiana en nuestra oración, para buscar su
significado profundo. Y así como la primera comunidad cristiana, también
nosotros, dejándonos iluminar por la Palabra de Dios, a través de la
meditación sobre la Sagrada Escritura, podemos aprender a ver que Dios está
presente en nuestra vida, presente aun en los momentos difíciles, y que todo
–también las cosas incomprensibles– forma parte de un diseño de amor
superior, en el que la victoria final sobre el mal, sobre el pecado y sobre
la muerte es verdaderamente la del bien, de la gracia, de la vida, de Dios.
Así como a la primera comunidad cristiana, la oración nos ayuda a leer la
historia personal y colectiva en la perspectiva más justa y fiel, la de
Dios. Y también nosotros queremos renovar el pedido del don del Espíritu
Santo, que caliente el corazón e ilumine la mente, para reconocer cómo el
Señor realiza nuestras invocaciones según su voluntad de amor y no según
nuestras ideas. Guiados por el Espíritu de Jesucristo, seremos capaces de
vivir con serenidad, valentía y alegría en cada situación de la vida y, con
san Pablo gloriarnos «de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la
tribulación produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la
virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedará defraudada, porque
el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5, 3-5). Gracias.