Escuela de Oración - Catequesis de Benedicto XVI: La oración va unida a la caridad. Oración en Hechos de los Apóstoles
25 de abril de 2012
"Si los pulmones de la oración y la palabra de Dios no alimentan la
respiración de nuestra vida espiritual, corremos el riesgo de asfixiarnos en
medio de miles de cosas todos los días: la oración es la respiración del
alma y de la vida. Y hay otro valioso llamado que me gustaría destacar: en
la relación con Dios, en la escucha de su Palabra, en el diálogo con Dios,
incluso cuando estamos en el silencio de una Iglesia o en nuestra
habitación, estamos unidos en el Señor con muchos hermanos y hermanas en la
fe, como un conjunto de instrumentos que, a pesar de su individualidad,
elevan una única y gran sinfonía de intercesiones a Dios, de acción de
gracias y de alabanzas".
Queridos hermanos y hermanas:
En la última catequesis, mostré que la Iglesia desde el inicio de su
recorrido, ha debido afrontar situaciones imprevistas, cuestiones nuevas y
situaciones de emergencia a las que ha tratado de responder a la luz de la
fe, dejándose guiar por el Espíritu Santo. Hoy quisiera detenerme a
reflexionar sobre otra de estas situaciones, un problema serio que la
primera comunidad cristiana de Jerusalén tuvo que enfrentar y resolver, como
san Lucas narra en el sexto capítulo de los Hechos de los Apóstoles,
referido al ministerio de la caridad ante las personas solas y necesitadas
de asistencia y ayuda. La cuestión no es secundaria para la Iglesia y
amenazó en ese momento con crear divisiones dentro de la misma; el número de
discípulos, de hecho, fue en aumento, pero los de lengua griega comenzaron a
quejarse contra los de lengua hebrea, porque sus viudas eran desatendidas en
la distribución diaria (cf. Hch. 6,1). Frente a esta emergencia relacionada
con un aspecto esencial en la vida de la comunidad, es decir, la caridad con
los débiles, los pobres, los indefensos y la justicia, los apóstoles
convocaron a todo el grupo de discípulos. En este tiempo de emergencia
pastoral sobresale el discernimiento hecho por los apóstoles. Ellos se
enfrentan a la exigencia primordial de proclamar la palabra de Dios de
acuerdo con el mandato del Señor, pero aún siendo esta la primera exigencia
de la Iglesia, consideran igualmente en serio el deber de la caridad y la
justicia, es decir, el deber de ayudar a las viudas, a los pobres, de
proveer con amor a las necesidades en que se encuentran los hermanos y
hermanas, para responder al mandato de Jesús: amaos unos a otros como yo os
he amado (cf. Jn. 15,12.17 ).
Así, las dos realidades que se deben vivir en la Iglesia: la predicación de
la palabra, la primacía de Dios, y la caridad práctica, la justicia, están
creando dificultades y se debe encontrar una solución, para que ambas puedan
tener su lugar, su relación justa. La reflexión de los apóstoles es muy
clara, dicen, como hemos escuchado: "No está bien que nosotros abandonemos
la palabra de Dios por servir a las mesas. Por tanto, hermanos, buscad entre
vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de saber, y
los pondremos al frente de esta tarea; mientras que nosotros nos dedicaremos
a la oración y al ministerio de la palabra" (Hch. 6, 2-4).
Hay dos cosas que aparecen: en primer lugar, existe desde aquel momento en
la iglesia, un ministerio de la caridad. La Iglesia no solo debe proclamar
la palabra, sino también cumplir la palabra, que es amor y verdad. Y, en
segundo lugar, estos hombres no solo deben gozar de buena reputación, sino
que deben ser hombres llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, es decir,
que no pueden ser solo organizadores que saben cómo "hacer" sino que deben
"hacer" según el espíritu de la fe con la la luz de Dios, en la sabiduría
del corazón; y por lo tanto su función --si bien es sobretodo práctica--, es
sin embargo una función espiritual. La caridad y la justicia no son solo
acciones sociales, sino son acciones espirituales realizadas a la luz del
Espíritu Santo. Así que podemos decir que esta situación se enfrenta con una
gran responsabilidad por parte de los apóstoles que toman esta decisión: son
elegidos siete hombres; los apóstoles oran para pedir la fuerza del Espíritu
Santo; y luego les imponen las manos para que se dediquen de manera
particular a este servicio de la caridad. Por lo tanto, en la vida de la
iglesia, en los primeros pasos que realiza, se refleja en un cierto modo lo
que sucedió durante la vida pública de Jesús, en casa de Marta y María en
Betania. Marta estaba abrumada con el servicio de ofrecer hospitalidad a
Jesús y a sus discípulos; María, sin embargo, se dedica a la escucha de la
palabra del Señor (cf. Lc. 10,38-42). En ambos casos, no se oponen los
momentos de oración y escucha de Dios, con la actividad diaria, con el
ejercicio de la caridad. El llamado de Jesús: "Marta, Marta, te preocupas y
te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola.
María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada" (Lc. 10,41-42), así
como la reflexión de los apóstoles: "Nosotros nos dedicaremos a la oración y
al ministerio de la Palabra" (Hch. 6,4), muestran la prioridad que debemos
darle a Dios; yo no entraría ahora en la interpretación de esta perícopa
Marta-María. En cualquier caso, no se condena la actividad por el prójimo,
por el otro, pero se subraya que debe ser penetrada interiormente también
por el espíritu de la contemplación. Por otro lado, san Agustín dice que
esta realidad de María es una visión de nuestra situación en el cielo, por
lo que en la tierra nunca podremos tenerlo toda, pero un poco de la
anticipación sí debe estar presente en toda nuestra actividad. Debe estar
presente también la contemplación de Dios. No debemos perdernos en el
activismo puro, sino siempre dejarnos penetrar en nuestras actividades de la
luz de la palabra de Dios y así aprender la verdadera caridad, el verdadero
servicio a los demás, que no necesita de tantas cosas --necesita sin duda de
las cosas necesarias--, pero sobre todo tiene necesidad del afecto de
nuestro corazón, de la luz de Dios.
San Ambrosio, comentando el episodio de Marta y María, exhorta de este modo
a sus fieles y también a nosotros: "Buscamos tener también nosotros, aquello
que no se nos puede quitar, dándole a la palabra del Señor una diligente
atención, no distraída: ocurre también con las semillas de la palabra
divina, que se pierden si se plantan a lo largo del camino. Te estimule
también a ti, como a María, el deseo de saber: este es la más grande, la
obra más perfecta" Y añade también que: "el cuidado por el ministerio no
distraiga la atención de la palabra divina", por la oración (Expositio
Evangelii secundum Lucam, VII, 85: PL 15, 1720). Los santos, por lo tanto,
han experimentado una profunda unidad de vida entre la oración y la acción,
entre el amor total a Dios y el amor a los hermanos. San Bernardo, que es un
modelo de armonía entre la contemplación y la actividad, en su libro De
consideratione, dirigido al papa Inocencio II para ofrecerle algunas
reflexiones sobre su ministerio, insiste precisamente en la importancia del
recogimiento interior, de la oración para defenderse de los peligros de una
actividad excesiva, cualquiera que sea la condición en la que se encuentra y
la tarea que se esté llevando a cabo. San Bernardo dice que las muchas
ocupaciones, una vida frenética, a menudo terminan endureciendo el corazón y
hacen sufrir el espíritu (cf. II, 3).
Es un valioso recordatorio para nosotros hoy, acostumbrados a evaluar todo
con el criterio de la productividad y de la eficiencia. El pasaje de los
Hechos de los Apóstoles nos recuerda la importancia del trabajo --sin duda
se crea un verdadero ministerio--, del compromiso en la actividad diaria que
se lleva a cabo con responsabilidad y dedicación, pero también nuestra
necesidad de Dios, de su orientación, de su luz que nos da fortaleza y
esperanza. Sin la oración diaria fielmente vivida, nuestra acción se vacía,
pierde su alma profunda, se reduce a un simple activismo sencillo que con el
tiempo nos deja insatisfechos. Hay una hermosa invocación de la tradición
cristiana para ser recitada antes de una actividad, que dice: «Actiones
nostras, quæsumus, Domine, aspirando præveni et adiuvando prosequere, ut
cuncta nostra oratio et operatio a te semper incipiat, et per te coepta
finiatur», es decir, "Inspira nuestras acciones, Señor, y acompáñalas con tu
ayuda, para que todo nuestro hablar y actuar, tenga siempre en ti su
principio y en ti su cumplimiento". Cada paso de nuestra vida, cada acción,
incluso en la iglesia, debe estar realizada ante Dios, a la luz de su
palabra.
En la catequesis del pasado miércoles, había subrayado la oración unánime de
la primera comunidad cristiana frente a la prueba y cómo, justamente en la
oración, en la meditación de la sagrada escritura, ha podido entender los
acontecimientos que estaban ocurriendo. Cuando la oración se nutre de la
palabra de Dios, podemos ver la realidad con nuevos ojos, con los ojos de la
fe y el Señor, que habla a la mente y al corazón, da una nueva luz al camino
en todo momento y en cualquier situación. Creemos en el poder de la palabra
de Dios y en la oración. Incluso la dificultad que estaba experimentando la
Iglesia frente al problema del servicio a los pobres, a la cuestión de la
caridad, viene superada a través de la oración, a la luz de Dios, del
Espíritu Santo. Los apóstoles no se limitan a ratificar la elección de
Esteban y de los demás hombres. Sino "habiendo hecho oración, les impusieron
las manos" (Hch. 6,6). El evangelista recordará estos gestos de nuevo en la
elección de Pablo y Bernabé, donde leemos: "Después de haber ayunado y
orado, les impusieron las manos y los enviaron" (Hch. 13,3). Confirma una
vez más que el servicio práctico de la caridad es un servicio espiritual.
Ambas realidades deben ir juntas.
Con el gesto de la imposición de las manos, los apóstoles confieren un
ministerio particular a siete hombres, para que se les diera la
correspondiente gracia. El énfasis de la oración, "después de haber rezado",
es importante porque pone de relieve la dimensión espiritual del gesto; no
se trata simplemente de asignar un encargo como en una organización social,
sino que es un acontecimiento eclesial en que el Espíritu Santo toma
posesión de siete hombres escogidos por la iglesia, consagrándolos en la
Verdad que es Jesucristo: Él es el protagonista silencioso, presente en la
imposición de las manos para que los elegidos sean transformados por su
poder y santificados para hacer frente a los desafíos prácticos, los
desafíos pastorales. Y el énfasis en la oración nos recuerda también que
solo por la relación íntima con Dios, cultivada todos los días, nace la
respuesta a la elección del Señor y se le confían todos los ministerios en
la iglesia.
Queridos hermanos y hermanas, el problema pastoral que llevó a los apóstoles
a elegir y a imponer las manos sobre siete varones encargados del servicio
de la caridad, para dedicarse ellos a la oración y a la proclamación de la
Palabra, nos señala también a nosotros, la primacía de la oración y de la
palabra de Dios, que, sin embargo, produce luego también la acción pastoral.
Para los pastores esta es la primera y más valiosa forma de servicio a la
grey a ellos confiada. Si los pulmones de la oración y la palabra de Dios no
alimentan la respiración de nuestra vida espiritual, corremos el riesgo de
asfixiarnos en medio de miles de cosas todos los días: la oración es la
respiración del alma y de la vida. Y hay otro valioso llamado que me
gustaría destacar: en la relación con Dios, en la escucha de su Palabra, en
el diálogo con Dios, incluso cuando estamos en el silencio de una Iglesia o
en nuestra habitación, estamos unidos en el Señor con muchos hermanos y
hermanas en la fe, como un conjunto de instrumentos que, a pesar de su
individualidad, elevan una única y gran sinfonía de intercesiones a Dios, de
acción de gracias y de alabanzas.