XII. Estación: Jesús muere
Jesús
clavado en la cruz, inmovilizado en esta terrible posición, invoca al Padre
(cf. Mc 15, 34; Mt 27, 46; Lc 23, 46). Todas las invocaciones atestiguan que
El es uno con el Padre. «Yo y el Padre somos una sola cosa» (Jn 10, 30); «El
que me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14, 9); «Mi Padre sigue obrando
todavía, y por eso obro yo también» (Jn 5, 17).
He aquí el más alto, el más sublime obrar del Hijo en unión con el Padre.
Sí: en unión, en la más profunda unión, justamente cuando grita: Eloí, Eloí,
lama sabachtani?: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15,
34; Mt 27, 46). Este obrar se expresa con la verticalidad del cuerpo que
pende del madero perpendicular de la cruz, con la horizontalidad de los
brazos extendidos a lo largo del madero transversal. El hombre que mira
estos brazos puede pensar que con el esfuerzo abrazan al hombre y al mundo.
Abrazan.
He aquí el hombre. He aquí a Dios mismo. «En El... vivimos y nos movemos y
existimos» (Act 17, 28). En El: en estos brazos extendidos a lo largo del
madero transversal de la cruz.
El misterio de la Redención.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.