Evagrio Póntico (356?-400?) : Sobre los ocho vicios malvados
1. La Gula
Lo que hoy llamamos gula, Evagrio llamaba gastrimargía, literalmente "locura
del vientre".
Capítulo I
El origen del fruto es la flor y el origen de la
vida activa ["Vida activa" es la traducción más
cercana a "praktiké"], la disciplina espiritual que según Evagrio se
encuentra al principio del proceso de conformación con el Señor Jesús y que
tiene como fin purificar las pasiones del alma humana. A esto dedica Evagrio
su "Tratado Práctico", es la templanza [Enkráteia],
es un concepto mucho más rico que el término "templanza" si por éste se
entiende solamente la virtud contraria a la gula. Por la raíz krat, que
significa "fuerza" o "poder", esta virtud implica "dominio de sí" o "señorío
de sí"]; quien domina el propio estómago hace disminuir las pasiones, al
contrario, quien es subyugado por la comida incrementa los placeres.
Como Amalec es el origen de los pueblos, así la gula lo es de las pasiones.
Como la leña es alimento del fuego así la comida es alimento del estómago.
La mucha leña alienta una gran llama y la abundancia de comida nutre la
concupiscencia. La llama se extingue cuando hay menos leña y la penuria en
la comida apaga la concupiscencia.
Aquel que tiene dominio sobre la mandíbula desbarata a los extranjeros y
disuelve fácilmente las ataduras de sus manos. De la mandíbula arrojada
fuera brota una fuente de agua y la liberación de la gula genera la práctica
de la contemplación.
El palo de la tienda, irrumpiendo, mató la
mandíbula enemiga y la sabiduría de la templanza mata la pasión[Se trata de
una comparación oscura, pero el mensaje es claro].
El deseo de comida engendra desobediencia y una deleitosa degustación arroja
del paraíso. Sacian la garganta las comidas fastuosas y nutren el gusano de
la intemperancia que nunca duerme.
Un vientre indigente prepara para una oración vigilante, al contrario un
vientre bien lleno invita a un sueño largo.
Una mente sobria se alcanza con una dieta muy magra, mientras que una vida
llena de delicadezas arroja la mente al abismo.
La oración del ayunante es como el pollito que vuela más alto que un águila
mientras que la del glotón está envuelta en las tinieblas. La nube esconde
los rayos del sol y la digestión pesada de los alimentos ofusca la mente.
Capítulo II
Un espejo sucio no refleja claramente la forma que se le pone al frente y el
intelecto, obtuso por la saciedad, no acoge el conocimiento de Dios.
Una tierra sin cultivar genera espinas y de una mente corrompida por la gula
germinan pensamientos malignos.
Como el fango no puede emanar fragancia tampoco en el goloso sentimos el
suave perfume de la contemplación.
El ojo del goloso escruta con curiosidad los banquetes, mientras que la
mirada del temperante observa las enseñanzas de los sabios.
El alma del goloso enumera los recuerdos de los mártires, mientras que la
del temperante imita su ejemplo.
El soldado bellaco retiembla al son de la trompeta que preanuncia la
batalla, igualmente tiembla el goloso a los llamados de la templanza.
El monje goloso, sometido a las exigencias de su
vientre, exige su tributo cotidiano. El caminante que camina con ahínco
alcanzará pronto la ciudad y el monje glotón no llegará a la casa de la paz
interior [El término que usa Evagrio es Apátheia, que en su
espiritualidad equivale al estado de plenitud espiritual, alcanzado mediante
el dominio de las pasiones y el silenciamiento del interior].
El húmedo vapor del sahumerio perfuma el aire, como la oración del
temperante deleita el olfato divino.
Si te abandonas al deseo de la comida ya nada te bastará para satisfacer tu
placer: el deseo de la comida, en efecto, es como el fuego que siempre
envuelve y siempre se inflama. Una medida suficiente llena el vaso, mientras
un vientre desfondado jamás dirá " ¡basta!". La extensión de las manos puso
en fuga a Amalec y una vida activa elevada somete las pasiones carnales.
Capítulo III
Extermina todo lo que sea inspirado por los vicios y mortifica fuertemente
tu carne. Que de cualquier manera, en efecto, sea matado el enemigo, éste no
te producirá más miedo, así un cuerpo mortificado no perturbará al alma. Un
cadáver no nota el dolor del fuego y menos aún el temperante siente el
placer del deseo extinguido.
Si matas a un egipcio [El "egipcio" es el nombre que los padres
del desierto daban a un demonio especialmente feroz en la tentación],
escóndelo bajo la arena, y no engordes el cuerpo por una pasión vencida: así
como en la tierra engordada germina lo que está escondido, así en el cuerpo
gordo revive la pasión.
La llama que languidece se reenciende si se le agrega leña seca y el placer
que se va atenuando revive con la saciedad de la comida; no compadezcas el
cuerpo que se lamenta por la carestía y no lo halagues con comidas
suntuosas: si en efecto lo refuerzas se te volverá en contra llevándote a
una guerra sin tregua, hasta que esclavice tu alma y te haga siervo de la
lujuria.
El cuerpo indigente es como una caballo dócil que jamás desensillará al
caballero: éste, en efecto, dominado por el freno, se somete y obedece a la
mano de quien sujeta las riendas, mientras el cuerpo, domado por el hambre y
las vigilias, no reacciona por un pensamiento malo que lo cabalga, ni
relincha excitado por el ímpetu de las pasiones.
2. La Lujuria
Capítulo IV
La temperancia genera la mesura, mientras la
gula es la madre del desenfreno; el aceite alimenta la luz de la lámpara y
el frecuentar mujeres atiza la llamarada del placer.
La violencia del oleaje se desencadena contra el
mercader mal anclado como el pensamiento de la lujuria sobre la mente
intemperante. La lujuria acogerá como aliada a la saciedad, le dará
licencia, se juntará a los adversarios y combatirá finalmente del lado de
los enemigos.
Permanece invulnerable a las flechas enemigas
aquel que ama la tranquilidad [Se
refiere a la paz interior, la tranquilidad del recogimiento o la soledad, en
el caso del monje],
quien en cambio se mezcla con la multitud recibe golpes continuamente.
Mirar a una mujer es como un dardo venenoso,
hiere el alma, nos inocula el veneno y cuanto más perdura, tanto más arraiga
la infección. El que busca defenderse de estas flechas se mantiene lejos de
las multitudinarias reuniones públicas y no divaga con la boca abierta en
los días de fiesta; es mucho mejor quedarse en casa pasando el tiempo orando
en vez de hacer la obra del enemigo creyendo que se honra las fiestas.
Evita la intimidad con las mujeres si deseas ser
sabio y no les des la libertad de hablarte ni confianza. En efecto, al
inicio tienen o simulan una cierta cautela, pero seguidamente osan hacerlo
todo descaradamente: en el primer acercamiento tienen la mirada baja, pían
dulcemente, lloran conmovidas, el trato es serio, suspiran con amargura,
plantean preguntas sobre la castidad y escuchan atentamente; las ves una
segunda vez y levanta un poco más la cabeza; la tercera vez se acercan sin
mucho pudor; tú has sonreído y ellas se han puesto a reír desaforadamente;
seguidamente se embellecen y se te muestran con ostentación, su mirada
cambia anunciando el ardor, levantan las cejas y rotan los ojos, desnudan el
cuello y abandonan todo el cuerpo a la languidez, pronuncian frases
ablandadas por la pasión y te dirigen una voz fascinante al oído hasta que
se apoderan completamente el alma.
Sucede que estas trampas te encaminan a la
muerte y estas redes entretejidas te arrastran a la perdición; por tanto no
te dejes ni siquiera engañar de aquellas que se sirven de discursos
discretos: en éstas, en efecto, se oculta el maligno veneno de las
serpientes.
Capítulo V
Acércate al fuego ardiente antes que a una mujer
joven, sobre todo si tú también eres joven: en efecto, cuando te acercas a
la llama y sientes una buena quemazón, te alejas rápidamente, mientras que
cuando eres seducido por las charlas femeninas, difícilmente logras darte a
la fuga.
La hierba crece cuando está cerca al agua, como
germina la intemperancia frecuentando a las mujeres.
Aquel que repleta el vientre y hace profesión de
sabiduría se parece a quien afirma que frena la fuerza del fuego con paja.
Como efectivamente es imposible apagar el mutable agitarse del fuego con la
paja, así es imposible colmar en la saciedad el ímpetu inflamado de la
intemperancia.
Una columna se apoya en una base y la pasión de
la lujuria tiene sus cimientos en la saciedad.
La nave presa de las tempestades se apresura en
llegar al puerto y el alma del sabio busca la soledad: una huye de las
amenazadoras olas del mar, la otra de las formas femeninas que traen dolor y
ruina.
Un semblante embellecido de mujer hunde más que
un oleaje marino: aún así, éste te da la posibilidad de nadar si quieres
salvar la vida, mientras que la belleza femenina, tras el engaño, te
persuade de despreciar incluso la vida misma.
La zarza solitaria se sustrae intacta a la llama
y el sabio que sabe mantenerse alejado de las mujeres no se enciende en la
intemperancia: como el recuerdo del fuego no quema la mente, así ni siquiera
la pasión tiene vigor si falta la materia.
Capítulo VI
Si tienes piedad para con el enemigo éste será
siempre tu enemigo, y si concedes a la pasión ésta se te revelará.
La vista de las
mujeres excita al intemperante, mientras empuja al sabio a glorificar a
Dios; pero si en medio de las mujeres la pasión está tranquila no le des
crédito a quien te anuncia que has alcanzado la paz interior[Apátheia].
El perro justamente menea la cola cuando se lo
deja en medio de la multitud, pero cuando se aleja, muestra su maldad. Sólo
cuando el recuerdo de la mujer surja en ti privado de pasión, entonces
considérate cerca de los confines de la sabiduría. Cuando en cambio su
imagen te empuja a verla y sus dardos cercan tu alma, entonces considérate
fuera de la virtud.
Pero no debes mantenerte así en esos
pensamientos ni tu mente debe familiarizarse mucho con las formas femeninas,
la pasión es en efecto reincidente y tiene al peligro junto a sí.
Como sucede efectivamente que una apropiada
fundición purifica la plata pero si se prolonga la destruye fácilmente, así
una insistente fantasía de mujeres destruye la sabiduría adquirida: no
tengas, por tanto, familiaridad prolongada con un rostro imaginado para que
no se te adhieran las llamas del placer y no queme la aureola que circunda
tu alma: así como la chispa, si permanece en medio de la paja, desencadena
las llamas, así el recuerdo de la mujer, persistiendo, enciende el deseo.
3. La Avaricia
Philargyria, o amor al oro,
al dinero. Evagrio le da especial importancia a este vicio, y presenta su
demonio como particularmente astuto, pues presenta al monje una serie de
razonamientos que hacen aparecer la acumulación de bienes como un acto de
sensatez y prudencia.
Capítulo VII
La avaricia es la raíz de todos los males y
nutre como malignos arbustos a las demás pasiones y no permite que se sequen
aquellas que florecen de ésta.
Quien desea hacer retroceder a las pasiones, que
extirpe la raíz; si efectivamente podas para el bien las ramas pero la
avaricia permanece, no te servirá de nada, porque éstas, a pesar de que se
hayan reducido, rápidamente florecen.
El monje rico es como una nave demasiado cargada
que es hundida por el ímpetu de una tempestad: tal como una nave que deja
entrar el agua es puesta a prueba por cada ola, así el rico se ve sumergido
por las preocupaciones.
El monje que no posee nada es en cambio un
viajero ágil que encuentra refugio en todos lados. Es como el águila que
vuela por lo alto y que baja a buscar su alimento cuando lo necesita. Está
por encima de cualquier prueba, se ríe del presente y se eleva a las alturas
alejándose de las cosas terrenas y juntándose a las celestes: tiene
efectivamente alas ligeras, jamás apesadumbradas por las preocupaciones.
Sobrepasa la opresión y deja el lugar sin dolor; la muerte llega y se va con
ánimo sereno: el alma, en efecto, no ha estado amarrada por ningún tipo de
atadura.
Quien en cambio mucho posee se somete a las
preocupaciones y, como el perro, está amarrado a la cadena, y, si es
obligado a irse, se lleva consigo, como un grave peso y una inútil
aflicción, los recuerdos de sus riquezas, es vencido por la tristeza y,
cuando lo piensa, sufre mucho, ha perdido las riquezas y se atormenta en el
desaliento.
Y si llega la muerte abandona miserablemente sus
tenencias, entrega el alma, mientras el ojo no abandona los negocios; de
mala gana es arrastrado como un esclavo fugitivo, se separa del cuerpo y no
se separa de sus intereses: porque la pasión lo aferra más que lo que lo
arrastra.
Capítulo VIII
El mar jamás se llena del todo a pesar de
recibir la gran masa de agua de los ríos, de la misma manera el deseo de
riquezas del avaro jamás se sacia, él las duplica e inmediatamente desea
cuadruplicarlas y no cesa jamás esta multiplicación, hasta que la muerte no
pone fin a tal interminable premura.
El monje juicioso tendrá cuidado de las
necesidades del cuerpo y proveerá con pan y agua el estómago indigente, no
adulará a los ricos por el placer del vientre, ni someterá su mente libre a
muchos amos: en efecto, las manos son siempre suficientes para satisfacer
las necesidades naturales.
El monje que no posee nada es un púgil que no
puede ser golpeado de lleno y un atleta veloz que alcanza rápidamente el
premio de la invitación celeste.
El monje rico se regocija en las muchas rentas,
mientras que el que no tiene nada se goza con los premios que le vienen de
las cosas bien obtenidas.
El monje avaro trabaja duramente mientras que el
que no posee nada usa el tiempo para la oración y la lectura.
El monje avaro llena de oro los agujeros,
mientras que el que nada posee atesora en el cielo.
Sea maldito aquel que forja el ídolo y lo
esconde, al igual que aquel que es afecto a la avaricia: el primero en
efecto se postra frente a lo falso e inútil, el otro lleva en sí la imagen [Para
Evagrio, el apasionado posee en el corazón la imagen del objeto que lo
domina] de
la riqueza, como un simulacro.
4. La Ira
Capítulo IX
La ira es una pasión furiosa que con frecuencia
hacer perder el juicio a quienes tienen el conocimiento, embrutece el alma y
degrada todo el conjunto humano.
Un viento impetuoso no quebrará una torre y la
animosidad no arrastra al alma mansa.
El agua se mueve por la violencia de los vientos
y el iracundo se agita por los pensamientos alocados. El monje iracundo ve a
uno y rechina los dientes.
La difusión de la neblina condensa el aire y el
movimiento de la ira nubla la mente del iracundo.
La nube que avanza ofusca el sol y así el
pensamiento rencoroso embota la mente.
El león en la jaula sacude continuamente la
puerta como el violento en su celda cuando es asaltado por el pensamiento de
la ira.
Es deliciosa la vista de un mar tranquilo, pero
ciertamente no es más agradable que un estado de paz: en efecto, los
delfines nadan en el mar en estado de bonanza, y los pensamientos vueltos a
Dios emergen en un estado de serenidad.
El monje magnánimo es una fuente tranquila, una
bebida agradable ofrecida a todos, mientras la mente del iracundo se ve
continuamente agitada y no dará agua al sediento y, si se la da, será turbia
y nociva; los ojos del animoso están descompuestos e inyectados de sangre y
anuncian un corazón en conflicto. El rostro del magnánimo muestra cordura y
los ojos benignos están vueltos hacia abajo.
Capítulo X
La mansedumbre del hombre es recordada por Dios
y el alma apacible se convierte en templo del Espíritu Santo.
Cristo recuesta su cabeza en los espíritus
mansos y sólo la mente pacífica se convierte en morada de la Santa Trinidad.
Los zorros hacen guarida en el alma rencorosa y
las fieras se agazapan en el corazón rebelde.
El hombre honesto huye de las casas de mal vivir
y Dios de un corazón rencoroso.
Una piedra que cae en el agua la agita, como un
discurso malvado el corazón del hombre.
Aleja de tu alma los pensamientos de la ira y no
alientes la animosidad en el recinto de tu corazón y no lo turbes en el
momento de la oración: efectivamente, como el humo de la paja ofusca la
vista así la mente se ve turbada por el rencor durante la oración.
Los pensamientos del iracundo son descendencia
de víboras y devoran el corazón que los ha engendrado. Su oración es un
incienso abominable y su salmodia emite un sonido desagradable.
El regalo del rencoroso es como una ofrenda que
bulle de hormigas y ciertamente no tendrá lugar en los altares asperjados de
agua bendita.
El animoso tendrá sueños turbados y el iracundo
se imaginará asaltos de fieras. El hombre magnánimo que no guarda rencor se
ejercita con discursos espirituales y en la noche recibe la solución de los
misterios.
5. La Tristeza
Capítulo XI
El monje afectado por la tristeza no conoce el
placer espiritual: la tristeza es un abatimiento del alma y se forma de los
pensamientos de la ira.
El deseo de venganza, en efecto, es propio de la
ira, el fracaso de la venganza genera la tristeza; la tristeza es la boca
del león y fácilmente devora a aquel que se entristece.
La tristeza es un gusano del corazón y se come a
la madre que lo ha generado.
Sufre la madre cuando da a luz al hijo, pero,
una vez alumbrado se ve libre del dolor; la tristeza, en cambio, mientras es
generada, provoca largos dolores y sobreviviendo, después del esfuerzo, no
trae sufrimientos menores.
El monje triste no conoce la alegría espiritual,
como aquel que tiene una fuerte fiebre no reconoce el sabor de la miel.
El monje triste no sabrá cómo mover la mente
hacia la contemplación ni brota de él una oración pura: la tristeza es un
impedimento para todo bien.
Tener los pies amarrados es un impedimento para
la carrera, así la tristeza es un obstáculo para la contemplación.
El prisionero de los
bárbaros está atado con cadenas y la tristeza ata a aquel que es prisionero [Evagrio
utiliza el término Aikhmálotos, que significa "prisionero de guerra", pero
al mismo tiempo hace referencia a la aikhmálosia, que en su teoría
espiritual es el estadio final de esclavitud del alma a los demonios, que
llega como consecuencia de dejarse vencer sistemáticamente por ellos] de
las pasiones.
En ausencia de otras pasiones la tristeza no
tiene fuerza como no la tiene una atadura si falta quien ate.
Aquel que está atado por la tristeza es vencido
por las pasiones y como prueba de su derrota viene añadida la atadura.
Efectivamente la tristeza deriva de la falta de
éxito del deseo carnal porque el deseo es connatural a todas las pasiones.
Quien vence el deseo vencerá las pasiones y el vencedor de las pasiones no
será sometido por la tristeza.
El temperante no se entristece por la falta de
alimentos, ni el sabio cuando lo ataca una disolución desquiciada, ni el
manso que renuncia a la venganza, ni el humilde si se ve privado del honor
de los hombres, ni el generoso cuando incurre en un pérdida financiera:
ellos evitaron con fuerza, en efecto, el deseo de estas cosas: como
efectivamente aquel que está bien acorazado rechaza los golpes, así el
hombre carente de pasiones no es herido por la tristeza.
Capítulo XII
El escudo es la seguridad del soldado y los muros lo son de la ciudad: más
segura que ambos es para el monje la paz interior [Apátheia].
De hecho, frecuentemente un flecha lanzada por
un brazo fuerte traspasa el escudo y la multitud de enemigos abate los
muros, mientras que la tristeza no puede prevalecer sobre la paz interior.
Aquel que domina las pasiones se enseñoreará
sobre la tristeza, mientras que quien es vencido por el placer no fugará de
sus ataduras.
Aquel que se entristece fácilmente y simula una
ausencia de pasiones es como el enfermo que finge estar sano; como la
enfermedad se revela por la rojez, la presencia de una pasión se demuestra
por la tristeza.
Aquel que ama el mundo se verá muy afligido
mientras que aquellos que desprecian lo que hay en él serán alegrados por
siempre.
El avaro, al recibir un daño, se verá atrozmente
entristecido, mientras que aquel que desprecia las riquezas estará siempre
libre de la tristeza.
Quien busca la gloria, al llegar el deshonor, se
verá adolorido, mientras el humilde lo acogerá como a un compañero.
El horno purifica la plata de baja ley y la
tristeza frente a Dios libra el corazón del error; la continua fusión
empobrece el plomo y la tristeza por las cosas del mundo disminuye el
intelecto.
La niebla diminuye la fuerza de los ojos y la
tristeza embrutece la mente dedicada a la contemplación; la luz del sol no
llega a los abismos marinos y la visión de la luz no alumbra el corazón
entristecido; dulce es para todos los hombres la salida del sol, pero
incluso de esto se desagrada el alma triste; la picazón elimina el sentido
del gusto como la tristeza sustrae al alma la capacidad de percibir. Pero
aquel que desprecia los placeres del mundo no se verá turbado por los malos
pensamientos de la tristeza.
6. La
Acedia
Capítulo XIII
La acedia es la debilidad del alma
que irrumpe cuando no se vive según la naturaleza ni se enfrenta noblemente
la tentación. En efecto, la tentación es para un alma noble lo que el
alimento es para un cuerpo vigoroso.
El viento del norte nutre los
brotes y las tentaciones consolidan la firmeza del alma.
La nube pobre de agua es alejada
por el viento como la mente que no tiene perseverancia del espíritu de la
acedia.
El rocío primaveral incrementa el
fruto del campo y la palabra espiritual exalta la firmeza del alma.
El flujo de la acedia arroja al
monje de su morada, mientras que aquel que es perseverante está siempre
tranquilo.
El acedioso
aduce como pretexto la visita a los enfermos [En
la tradición de los monjes del desierto, el abandonar la celda era una de
las principales tentaciones de la acedia. Visitar enfermos era, por tanto,
la manera de encubrir bajo el manto de la caridad el deseo de huir de la
soledad. Para los cristianos del mundo representaría la alienación, el huir
de la cruz y del sufrimiento], cosa que garantiza su propio objetivo.
El monje acedioso es rápido en
terminar su oficio y considera un precepto su propia satisfacción; la planta
débil es doblada por una leve brisa e imaginar la salida distrae al
acedioso.
Un árbol bien plantado no es
sacudido por la violencia de los vientos y la acedia no doblega al alma bien
apuntalada.
El monje giróvago, como seca brizna
de la soledad, está poco tranquilo, y sin quererlo, es suspendido acá y allá
cada cierto tiempo.
Un árbol transplantado no
fructifica y el monje vagabundo no da fruto de virtud. El enfermo no se
satisface con un solo alimento y el monje acedioso no lo es de una sola
ocupación.
No basta una sola mujer para
satisfacer al voluptuoso y no basta una sola celda para el acedioso.
Capítulo XIV
El ojo del acedioso se fija en las
ventanas continuamente y su mente imagina que llegan visitas: la puerta gira
y éste salta fuera, escucha una voz y se asoma por la ventana y no se aleja
de allí hasta que, sentado, se entumece.
Cuando lee, el acedioso bosteza
mucho, se deja llevar fácilmente por el sueño, se refriega los ojos, se
estira y, quitando la mirada del libro, la fija en la pared y, vuelto de
nuevo a leer un poco, repitiendo el final de la palabra se fatiga
inútilmente, cuenta las páginas, calcula los párrafos, desprecia las letras
y los ornamentos y finalmente, cerrando el libro, lo pone debajo de la
cabeza y cae en un sueño no muy profundo, y luego, poco después, el hambre
le despierta el alma con sus preocupaciones.
El monje acedioso es flojo para la
oración y ciertamente jamás pronunciará las palabras de la oración; como
efectivamente el enfermo jamás llega a cargar un peso excesivo así también
el acedioso seguramente no se ocupará con diligencia de los deberes hacia
Dios: a uno le falta, efectivamente, la fuerza física, el otro extraña el
vigor del alma.
La paciencia, el hacer todo con
mucha constancia y el temor de Dios curan la acedia.
Dispón para ti mismo una justa
medida en cada actividad y no desistas antes de haberla concluido, y reza
prudentemente y con fuerza y el espíritu de la acedia huirá de ti.
7. La
Vanagloria
El término
Kenodoxía deriva de kenós "vacío, vano" y dóxa, "opinión": una imagen de sí
que se proyecta a los demás en base a valores inexistentes o insignificantes
por su trivialidad.
Capítulo XV
La vanagloria es una pasión
irracional que fácilmente se enreda con todas las obras virtuosas.
Un dibujo trazado en el agua se
desvanece, como la fatiga de la virtud en el alma vanagloriosa.
La mano escondida en el seno se
vuelve inocente y la acción que permanece oculta resplandece con una luz más
resplandeciente.
La hiedra se adhiere al árbol y,
cuando llega a lo más alto, seca la raíz, así la vanagloria se origina en
las virtudes y no se aleja hasta que no les haya consumido su fuerza.
El racimo de uva arrojado por
tierra se marchita fácilmente y la virtud , si se apoya en la vanagloria,
perece.
El monje vanaglorioso es un
trabajador sin salario: se esfuerza en el trabajo pero no recibe ninguna
paga; el bolso agujereado no custodia lo que se guarda en él y la vanagloria
destruye la recompensa de las virtudes.
La continencia del vanaglorioso es
como el humo del camino, ambos se difuminarán en el aire.
El viento borra la huella del
hombre como la limosna del vanaglorioso. La piedra lanzada arriba no llega
al cielo y la oración de quien desea complacer a los hombres no llegará
hasta Dios.
Capítulo XVI
La vanagloria es un escollo
sumergido: si chocas con ella corres el riesgo de perder la carga.
El hombre prudente esconde su
tesoro tanto como el monje sabio las fatigas de su virtud.
La vanagloria aconseja rezar en las
plazas, mientras que el que la combate reza en su pequeña habitación.
El hombre poco prudente hace
evidente su riqueza y empuja a muchos a tenderle insidias. Tu en cambio
esconde tus cosas: durante el camino te cruzarás con asaltantes mientras no
llegues a la ciudad de la paz y puedas usar tus bienes tranquilamente.
La virtud del vanaglorioso es un
sacrificio agotado que no se ofrece en el altar de Dios.
La acedia consume el vigor del
alma, mientras la vanagloria fortalece la mente del que se olvida de Dios,
hace robusto al asténico y hace al viejo más fuerte que el joven, solamente
mientras sean muchos los testigos que asisten a esto: entonces serán
inútiles el ayuno, la vigilia o la oración, porque es la aprobación pública
la que excita el celo.
No pongas en venta tus fatigas a
cambio de la fama, ni renuncies a la gloria futura por ser aclamado. En
efecto, la gloria humana habita en la tierra y en la tierra se extingue su
fama, mientras que la gloria de las virtudes permanecen para siempre.
8. La
Soberbia
El término Hyperephanía proviene del
superlativo hypér y phaíno, "lo que aparece": aquello que aparece como más
de lo que es, arrogancia, altanería.
Capítulo XVII
La soberbia es un tumor del alma
lleno de pus. Si madura, explotará, emanando un horrible hedor
El resplandor del relámpago anuncia
el fragor del trueno y la presencia de la vanagloria anuncia la soberbia.
El alma del soberbio alcanza
grandes alturas y desde allí cae al abismo.
Se enferma de soberbia el apóstata
de Dios cuando adjudica a sus propias capacidades las cosas bien logradas.
Como aquel que trepa en una
telaraña se precipita, así cae aquel que se apoya en sus propias
capacidades.
Una abundancia de frutos doblega
las ramas del árbol y una abundancia de virtudes humilla la mente del
hombre.
El fruto marchito es inútil para el
labrador y la virtud del soberbia no es acepta a Dios.
El palo sostiene el ramo cargado de
frutos y el temor de Dios el alma virtuosa. Como el peso de los frutos parte
el ramo, así la soberbia abate al alma virtuosa.
No entregues tu alma a la soberbia
y no tendrás fantasías terribles. El alma del soberbio es abandonada por
Dios y se convierte en objeto de maligna alegría de los demonios. De noche
se imagina manadas de bestias que lo asaltan y de día se ve alterado por
pensamientos de vileza. Cuando duerme, fácilmente se sobresalta y cuando
vela los asusta la sombra de un pájaro. El susurrar de las copas de los
árboles aterroriza al soberbio y el sonido del agua destroza su alma. Aquel
que efectivamente se ha opuesto a Dios rechazando su ayuda, se ve después
asustado por vulgares fantasmas.
Capítulo XVIII
La soberbia precipitó al arcángel
del cielo y como un rayo los hizo estrellarse sobre la tierra.
La humildad en cambio conduce al
hombre hacia el cielo y lo prepara para formar parte del coro de los
ángeles.
¿De qué te enorgulleces oh hombre,
cuando por naturaleza eres barro y podredumbre y por qué te elevas sobre las
nubes?
Contempla tu naturaleza porque eres
tierra y ceniza y dentro de poco volverás al polvo, ahora soberbio y dentro
de poco gusano.
¿Para qué elevas la cabeza que
dentro de poco se marchitará?
Grande es el hombre socorrido por
Dios; una vez abandonado reconoció la debilidad de la naturaleza. No posees
nada que no hayas recibido de Dios, no desprecies, por tanto, al Creador.
Dios te socorre, no rechaces al
benefactor. Haz llegado a la cumbre de tu condición, pero él te ha guiado;
haz actuado rectamente según la virtud y él te ha conducido. Glorifica a
quien te ha elevado para permanecer seguro en las alturas; reconoce a aquel
que tiene tus mismos orígenes porque la sustancia es la misma y no rechaces
por jactancia esta parentela.
Capítulo XIX
Humilde y moderado es aquel que
reconoce esta parentela; pero el creador [Evagrio utiliza el término
Demioyrgós, que en la tradición griega equivalía al trabajador manual o a la
divinidad que creaba el mundo a partir de una materia preexistente. Parece
ser que acá lo quiere utilizar en el sentido de Dios creador, aunque esta
acepción no queda totalmente clara] lo creó tanto a él como al soberbio.
No desprecies al humilde:
efectivamente él está más al seguro que tú: camina sobre la tierra y no se
precipita; pero aquel que se eleva más alto, si cae, se destrozará.
El monje soberbio es como un árbol
sin raíces y no soporta el ímpetu del viento.
Una mente sin jactancia es como una
ciudadela bien fortificada y quien la habita será incapturable.
Un soplo revuelve la pelusa y el
insulto lleva al soberbio a la locura.
Una burbuja reventada desaparece y
la memoria del soberbio perece.
La palabra del humilde endulza el
alma, mientras que la del soberbio está llena de jactancia.
Dios se dobla ante la oración del
humilde, en cambio se exaspera con la súplica del soberbio.
La humildad es la corona de la casa
y mantiene seguro al que entra.
Cuando te eleves a la cumbre de la
virtud tendrás necesidad de mucha seguridad. Aquel que efectivamente cae al
pavimento rápidamente se reincorpora, pero quien se precipita de grandes
alturas, corre riesgo de muerte.
La piedra preciosa se luce en el
brazalete de oro y la humildad humana resplandece de muchas virtudes.
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