Ven, Espíritu Creador
CARTA
DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS SACERDOTES
CON OCASIÓN DEL JUEVES SANTO 1990
1. Con estas palabras la Iglesia ha rezado el día de nuestra Ordenación
sacerdotal. Hoy, cuando comienza el Triduo Pascual del año del Señor 1990,
recordamos juntos el día de nuestra Ordenación. Nos dirigimos al Cenáculo
con Cristo y los Apóstoles para celebrar la Eucaristía in cena Domini y para
encontrar las comunes raíces que unen en sí la Eucaristía de la Pascua de
Cristo y nuestro sacerdocio sacramental, heredado de los Apóstoles:
"Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre,
habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo" (Jn 13, 1).
¡Ven, Espíritu Creador!
2. En este Jueves Santo, al volver a los orígenes del sacerdocio de la nueva
y eterna Alianza, cada uno de nosotros recuerda, al mismo tiempo, aquel día
que está grabado en la historia de nuestra propia vida como comienzo de su
sacerdocio sacramental, como servicio en la Iglesia de Cristo. La voz de la
Iglesia, que invoca al Espíritu Santo en este día decisivo para nosotros,
hace mención de la promesa de Cristo en el Cenáculo: "Yo pediré al Padre
(por vosotros) y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para
siempre, el Espíritu de la verdad" (Jn 14, 16-17). ¡El Consolador, el
Paráclito! La Iglesia está convencida de su presencia salvífica y
santificadora. El "es el que da vida " (Jn 6, 63). "El Espíritu de la
verdad, que procede del Padre... que yo os enviaré de junto al Padre" (cfr.
Jn 15, 26), precisamente El ha engendrado en nosotros aquella nueva vida que
se Rama y es el sacerdocio ministerial de Cristo. El mismo dice: "El..
recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros" (Jn 16, 14). Así ha
sucedido concretamente. El Espíritu de la verdad, el Paráclito,"ha recibido"
de aquel único sacerdocio de Cristo y nos lo ha revelado como el camino de
nuestra vocación y de nuestra vida. Fue aquel el día en que cada uno de
nosotros se vio a sí mismo, en el sacerdocio de Cristo en el Cenáculo, como
ministro de la Eucaristía y, viéndose así, comenzó a caminar en esa
dirección. Fue aquel el día en que cada uno de nosotros, en virtud del
sacramento, vio este sacerdocio como realizado en uno mismo, como impreso en
la propia alma bajo la forma de un sello indeleble: "Tú eres sacerdote para
siempre, a semejanza de Melquisedec" (Heb 5, 6).
2. Todo esto se presenta de nuevo cada año ante nuestros ojos el día del
aniversario de nuestra ordenación, pero vuelve a presentarse también el día
del Jueves Santo. Hoy, en efecto, en la liturgia matutina de la Misa
crismal, nos reunimos, en nuestras respectivas Comunidades sacerdotales, en
torno a nuestros Obispos para fortalecer la gracia sacerdotal del Orden. Nos
reunimos para renovar, ante el pueblo sacerdotal de la Nueva Alianza,
aquellas promesas que desde el día de la Ordenación constituyen el carácter
específico de nuestro ministerio en la Iglesia. Y, al renovar estas
promesas, invocamos al Espíritu de la verdad, el Paráclito, para que conceda
la fuerza salvífica y santificadora a las palabras que la Iglesia pronuncia
en su himno de invocación:
"Visita las almas de tus fieles
y llena de la divina gracia
los corazones que tu mismo creaste".
¡Sí! Hoy abrimos nuestros corazones, estos corazones que El ha vuelto a
crear con su obrar divino. El los ha vuelto a crear con la gracia de la
vocación sacerdotal y en ellos actúa constantemente. El crea cada día; crea
en nosotros, siempre de nuevo, aquella realidad que constituye la esencia de
nuestro sacerdocio, que confiere a cada uno de nosotros la plena identidad y
autenticidad en el servicio sacerdotal, que nos permite "ir y dar fruto" y
que este fruto "permanezca" (cfr. Jn 15, 16).
Es Él, el Espíritu del Padre y del Hijo, que nos permite descubrir cada vez
con mayor profundidad el misterio de aquella amistad a la que Cristo nos ha
llamado en el Cenáculo: "No os llamo ya siervos.... a vosotros os he llamado
amigos" (Jn 15,15). Pues si el siervo no sabe lo que hace su amo, el amigo,
en cambio, conoce los secretos de su amigo. El siervo sólo puede ser
obligado a trabajar, mas el amigo se alegra de la elección hecha por aquel
que se le ha entregado y al cual también él se entrega, y se le entrega
totalmente. Hoy, por tanto, pedimos al Espíritu Santo que esté siempre
presente en nuestros pensamientos y en nuestros corazones. Su presencia es
condición necesaria para mantener la amistad con Cristo y nos garantiza
también un conocimiento cada vez más íntimo y conmovedor del misterio de
nuestro Maestro y Señor. Nosotros participamos de este misterio de un modo
singular: somos sus heraldos y, sobre todo, sus dispensadores. Este misterio
penetra en nosotros y, por nuestro medio, a semejanza de la vid, hace nacer
los sarmientos de la vida divina. Por consiguiente, ¡cuánto hemos de desear
el tiempo de la venida de este Espíritu que "da la vida"! ¡Cuán
profundamente debe estar unido a El nuestro sacerdocio para "permanecer en
la vida que es Cristo" (cfr. Jn 15, 5)!
3. ¡Ven, Espíritu Creador!
Dentro de unos meses estas mismas palabras del himno litúrgico inaugurarán
la asamblea del Sínodo de los Obispos, dedicada al sacerdocio y a la
formación sacerdotal en la Iglesia. Este tema surgió en la anterior asamblea
del Sínodo celebrada hace tres años, en 1987. Fruto de los trabajos de
aquella sesión sinodal ha sido la Exhortación Apostólica, Christifideles
laici, que en muchos ambientes ha sido acogida con gran satisfacción. Este
fue un tema obligado, y los trabajos del Sínodo, desarrollados con una
notable participación del laicado católico ?hombres y mujeres de todos los
continentes? se revelaron particularmente útiles de cara a los problemas del
apostolado en la Iglesia. Conviene añadir también que a las sugerencias
sinodales debe su origen el documento Mulieris dignitatem, que constituyó,
en cierto modo, el complemento del Año Mariano.
Pero ya entonces en el horizonte de aquellos trabajos estuvo presenté el
tema del sacerdocio y de la formación sacerdotal. "Sin los Presbíteros que
pueden llamar a los laicos a desarrollar su cometido en la Iglesia y en el
mundo, y que pueden ayudar en la formación de los laicos para el apostolado,
sosteniéndoles en su difícil vocación, faltaría un testimonio esencial en la
vida de la Iglesia". Con estas palabras un benemérito y experto
representante del laicado se expresó sobre lo que sería luego el tema de la
próxima asamblea sinodal de los Obispos de todo el mundo. Pero esta voz no
fue la única. Siente la misma necesidad el Pueblo de Dios, tanto en los
Países donde el cristianismo y la Iglesia existen desde hace siglos, como en
los Países de misión donde la Iglesia y el cristianismo están echando sus
raíces. Si en los primeros años después del Concilio se notó cierta
desorientación en este aspecto por parte de los laicos y de los pastores de
almas, hoy día la necesidad de sacerdotes es obvia y urgente para todos.
En esta problemática está implícita también la justa relectura de la misma
enseñanza del Concilio sobre la relación entre el "sacerdocio de los
fieles", ?que deriva de su fundamental, inserción, por medio del bautismo,
en la realidad de la misión sacerdotal de Cristo? y el "sacerdocio
ministerial", del cual participan ?en grado diverso? los Obispos, los
Presbíteros y los Diáconos (cfr. Const. dogm. Lumen gentium, 10 y 28). Esta
relación corresponde a la estructura comunitaria de la Iglesia. El
sacerdocio no es una institución que existe "junto" al laicado o bien "por
encima" del mismo. El sacerdocio de los Obispos y de los Presbíteros, igual
que el ministerio de los Diáconos, es "para" los Laicos y, precisamente por
esto, posee su carácter " ministerial", es decir, "de servicio". Este,
además, hace resaltar también el mismo "sacerdocio bautismal", es decir, el
sacerdocio común de todos los fieles: lo hace resaltar y al mismo tiempo
ayuda a que se realice en la vida sacramental.
Se ve así cómo el tema del sacerdocio y de la formación sacerdotal surge de
la misma temática del precedente Sínodo de los Obispos. Se ve también cómo
este tema, en ese sentido, es algo tan justificado y obligado como urgente.
4. Por tanto, conviene que el Triduo Pascual de este año, de manera especial
el Jueves Santo, sea un día clave para la preparación de la próxima asamblea
del Sínodo de los Obispos. Durante la fase preparatoria, que dura desde hace
casi dos años, se ha pedido a los Presbíteros diocesanos y religiosos que
intervengan activamente y presenten observaciones, sugerencias y
conclusiones. Aunque el tema atañe a la Iglesia en su conjunto, sin embargo
son los sacerdotes del mundo entero los que tienen el derecho y el deber de
considerar este Sínodo como "propio": verdaderamente, res nostra agitur.
Y ya que todo esto es, al mismo tiempo, res sacra, conviene entonces que la
preparación para el Sínodo se apoye no solamente sobre el intercambio de
reflexiones, experiencias y sugerencias, sino que tenga también un carácter
sacral. Es necesario rezar mucho por los trabajos del Sínodo. De ellos
depende mucho para un ulterior proceso de renovación, iniciado con el
Concilio Vaticano II. En este campo, mucho depende de aquellos operarios que
"el Dueño envíe a su mies" (cfr. Mt 9,38). Hoy, cercanos ya al tercer
Milenio de la venida de Cristo, quizás experimentamos de manera más profunda
la magnitud y las dificultades de la mies: "La mies es mucha"; pero vemos
también la escasez de obreros: "Los obreros son pocos" (Mt 9, 37). "Pocos":
y esto atañe no sólo a la cantidad, sino también a la calidad. De ahí pues
la necesidad de la formación. Por eso tienen un significado decisivo las
palabras del Maestro: "Rogar, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a
su mies" (Mt 9, 38).
El Sínodo al que nos preparamos debe tener un carácter de oración. Sus
trabajos deben transcurrir en una atmósfera de oración por parte de los
mismos participantes. Pero no basta. Conviene que estos trabajos estén
acompañados por la oración de todos los Sacerdotes de la Iglesia entera. Las
reflexiones que he propuesto en el Ángelus dominical, desde hace algunas
semanas, están encaminadas a suscitar esa oración.
5. Por esto, el Jueves Santo de 1990 ?dies sacerdotalis de toda la Iglesia?
tiene en este período preparatorio un significado fundamental. Desde hoy es
necesario invocar al Espíritu Santo que da la vida: ¡Ven, Espíritu Creador!
Ningún otro tiempo ayuda a percibir tan íntimamente la profunda verdad sobre
el sacerdocio de Cristo. Aquel, que con su propia sangre penetró en el
santuario una vez para siempre, consiguiendo una redención eterna" (cfr. Heb
9, 12), es el sacerdote de la nueva y eterna Alianza, que al mismo tiempo
"amó hasta el extremo a los suyos que estaban en el mundo" (cfr. Jn 13, 1).
Y la medida de este amor es el don de la Ultima Cena: la Eucaristía y el
Sacerdocio.
Reunidos en torno a este don mediante la liturgia de hoy, y en la
perspectiva del Sínodo dedicado al sacerdocio, dejemos actuar en nosotros al
Espíritu Santo para que la misión de la Iglesia siga madurando hasta llegar
a la plenitud en Jesucristo (cfr. Ef 4, 13). Que podamos conocer cada vez
más perfectamente "el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento" (Ef 3.
19). Que en El y por El podamos ser colmados "hasta la total plenitud de
Dios" (ibíd.) en nuestra vida y en nuestro servicio sacerdotal.
A todos los Hermanos en el sacerdocio de Cristo deseo manifestar mi estima y
mi amor con una especial Bendición Apostólica.
Vaticano, 12 de abril, Jueves Santo del año 1990, duodécimo de mi
Pontificado.
JUAN PABLO II