SAN ANSELMO DE CANTERBURY (1033 - 1109): Del PROSLOGION
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CAPÍTULO I.
Exhortación a la contemplación de Dios.
¡ Oh hombre, lleno de miseria y debilidad!, sal un momento de tus
ocupaciones habituales; ensimísmate un instante en ti mismo, lejos del
tumulto de tus pensamientos; arroja lejos de ti las preocupaciones
agobiadoras, aparta de ti tus trabajosas inquietudes. Busca a Dios un
momento, sí, descansa siquiera un momento en su seno. Entra en el santuario
de tu alma, apártate de todo, excepto de Dios y lo que puede ayudarte a
alcanzarle; búscale en el silencio de tu soledad. ¡Oh corazón mío!, di con
todas tus fuerzas, di a Dios: Busco tu rostro, busco tu rostro, ¡oh Señor!
Y ahora, ¡oh Señor, Dios mío!, enseña a mí corazón dónde y cómo te
encontrará, dónde y cómo tiene que buscarte. Si no estás en mí, ¡oh Señor! ,
si estás ausente, ¿dónde te encontraré? Desde luego habitas una luz
inaccesible. Pero ¿dónde se halla esa luz inaccesible? ¿Cómo me aproximaré a
ella? ¿Quién me guiará, quién me introducirá en esa morada de luz? ¿Quién
hará que allí te contemple? ¿Por qué signos, bajo qué forma te buscaré?
Nunca te he visto, Señor Dios mío; no conozco tu rostro. ¿Qué hará, Señor
omnipotente, este tu desterrado tan lejos de ti? ¿Qué hará tu servidor,
atormentado con el amor de tus perfecciones y arrojado lejos de tu
presencia? Fatigase intentando verte, y tu rostro está muy lejos de él.
Desea acercarse a ti, y tu morada es inaccesible.
Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives. No suspira más que
por ti, y jamás ha visto tu rostro. Señor, tú eres mi Dios, tú eres mi
maestro, y nunca te he visto. Tú me has creado y rescatado, tú me has
concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco. Finalmente, he
sido creado para verte, y todavía no he alcanzado este fin de mi nacimiento.
¡Oh suerte llena de miseria! El hombre ha perdido el bien para el cual ha
sido creado. ¡Oh dura condición, oh cruel desgracia! ¡Ay! ¿Qué ha perdido y
qué ha encontrado? ¿Qué se le ha quitado? ¿Qué le ha quedado? Ha perdido la
dicha para la cual había nacido, ha encontrado la desdicha para la cual no
estaba destinado. Ha visto desvanecerse lejos de él las condiciones
necesarias de la felicidad, y no le queda más que una desdicha inevitable.
El hombre comía el pan de los ángeles, ahora tiene hambre y come el pan del
dolor, que ni siquiera conocía entonces. ¡Oh duelo público de la humanidad,
gemido universal de los hijos de Adán!
Este padre común gozaba en la abundancia, ahora gemimos en la necesidad;
mendigamos, y él estaba en la riqueza. Poseía felicidad; lo ha perdido todo
y vive en las angustias de la miseria; como él, estamos nosotros en la
necesidad y el dolor; formamos deseos sellados con el carácter de nuestros
sufrimientos y, ¡ay! , no son satisfechos.
Puesto que lo podía fácilmente, ¿por qué no nos ha conservado un bien cuya
pérdida debía sernos tan dolorosa? ¿Por qué nos ha cerrado el acceso a la
luz y nos ha rodeado de tinieblas? ¿Por qué nos ha quitado la vida para
condenarnos a muerte? ¡Desgraciados! ¿De dónde hemos sido arrojados? ¿Dónde
hemos sido relegados? ¿De dónde hemos sido precipitados? ¿En qué abismo
hemos sido sepultados? Hemos pasado de la patria al destierro; de la vista
de Dios, a la ceguera en que nos hallamos; de la dulce inmortalidad, a la
amargura y el horror de la muerte. ¡Funesto cambio! ¡Qué mal tan horroroso
ha reemplazado a tan gran bien! ¡Pérdida lastimosa, dolor profundo, terrible
reunión de miserias!
¡Cuán desgraciado soy, hijo infortunado de Eva apartado de Dios por el
crimen! ¿En qué empresa me he metido? ¿Qué es lo que he hecho? ¿Dónde iba?
¿A dónde he llegado? ¿Qué es lo que yo pretendía? ¿A qué término he llegado?
¿Quién suscita mis suspiros? He buscado la dicha, y la consecuencia ha sido
la agitación. Yo quería ir hasta Dios, y no he encontrado más que a mí
mismo. Buscaba el descanso en el secreto de mi soledad, y no he encontrado
en el fondo de mi corazón más que dolor y tribulación. ¿Quería alegrarme con
toda la alegría de mi alma? Me veo obligado a gemir con los gemidos de mi
corazón. Esperaba la felicidad, y no he encontrado más que una triste
ocasión de redoblar mis suspiros.
Y tú, Señor, ¿hasta cuándo nos olvidarás? ¿Hasta cuándo apartarás de
nosotros tu rostro? ¿Cuándo volverás hacia nosotros tus miradas? ¿Cuándo nos
escucharás? ¿Cuándo iluminarás nuestros ojos? ¿Cuándo nos mostrarás tu
rostro? ¿Cuándo accederás a nuestros deseos? Señor, vuelve tus ojos hacia
nosotros, escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Sin ti no hay para
nosotros más que desdichas; ríndete a nuestros deseos para que la dicha nos
venga de nuevo. Ten piedad de nuestros trabajos y de los esfuerzos que
hacemos para llegar hasta ti, sin cuyo socorro no podemos nada.
Tú nos invitas, ayúdanos. Señor, yo te suplico que la desesperación no
reemplace a mis gemidos; que la esperanza me permita respirar. Suplícote,
Señor; mi corazón está sumergido en la amargura de la desolación que lleva
en si; endulza su pena por tus consuelos. Señor, empujado por la necesidad,
he comenzado a buscarte; no permitas, te lo suplico, que yo me retire sin
quedar saciado. Me he acercado para apaciguar mi hambre; que no tenga que
volverme sin haberla satisfecho. Pobre como soy, imploro tu riqueza;
desgraciado, tu misericordia; que la negativa y el desprecio no sean el
efecto de mi oración. Y si suspiro por la llegada de ese precioso alimento,
que al menos no me falte después de la prueba. Encorvado como estoy, Señor,
no puedo mirar más que la tierra; enderézame, y mis miradas se dirigirán
hacia los cielos. Mis iniquidades se han alzado por encima de mi cabeza, me
rodean por todas partes y me oprimen como una carga pesada. Desembarázame de
estos obstáculos, descárgame de este peso; que no me encierren en sus
profundidades como en un pozo. Que me sea permitido volver los ojos hacia tu
luz desde lejos o del fondo de mi abismo.
Enséñame a buscarte, muéstrate al que te busca, porque no puedo buscarte si
no me enseñas el camino. No puedo encontrarte si no te haces presente. Yo te
buscaré deseándote, te desearé buscándote, te encontraré amándote, te amaré
encontrándote.
Reconozco, Señor, y te doy gracias, que has creado en mí esta imagen para
que me acuerde de ti, para que piense en ti, para que te ame. Pero esta
imagen se halla tan deteriorada por la acción de los vicios, tan oscurecida
por el vapor del pecado, que no puede alcanzar el fin que se le había
señalado desde un principio si no te preocupas de renovarla y reformarla. No
intento, Señor, penetrar tu profundidad, porque de ninguna manera puedo
comparar con ella mi inteligencia; pero deseo comprender tu verdad, aunque
sea imperfectamente, esa verdad que mi corazón cree y ama. Porque no busco
comprender para creer, sino que creo para llegar a comprender. Creo, en
efecto, porque, si no creyere, no llegaría a comprender.