Bendiciones que María santísima da a Jesús, y cómo Jesús contesta a su dulce Madre, prometiéndole que puede alcanzar misericordia para los que padecen en el purgatorio y los que aún viven en la tierra. Notable doctrina sobre el purgatorio.
REVELACIÓN 36

Bendito sea tu nombre, Hijo mío, dice la Virgen a Jesucristo, bendito seas sin fin con tu divinidad, que es sin principio ni fin. Tres cosas admirables hay en tu divinidad: potencia, sabiduría y virtud. Tu potencia es como un fuego abrasador, que para él no hay cosa fuerte o dura, y todo lo consume como si fuera paja. Tu sabiduría es como el mar, que a causa de su magnitud no puede agotarse, y cuando crece y sale fuera, anega valles y montes; del mismo modo tu sabiduría no puede comprenderse ni investigarse. ¡Cuán sabiamente creaste al hombre y lo pusiste sobre todas tus criaturas! ¡Cuán sabiamente colocaste las aves en el aire, las bestias en la tierra, los peces en el mar, y diste a cada cual su tiempo y su orden! ¡Cuán admirablemente das a todos la vida y se la quitas! ¡Cuán sabiamente das a los ignorantes tu sabiduría y la quitas a los soberbios! Tu virtud es como la luz del sol, que resplandece en los cielos y llena la tierra con su claridad; así tu virtud se extiende hacia arriba y hacia abajo y todo lo llena. Por tanto, bendito seas, Hijo mío, que eres mi Dios y mi Señor.

Tus palabras, queridísima Madre, le dice Jesucristo, me son muy dulces porque salen de lo íntimo de tu alma. Tú eres como la aurora serena al nacer. Tú alumbraste todos los cielos, y tu luz y serenidad supera a todos los ángeles. Tú atrajiste a ti con tu serenidad al verdadero sol, que es mi divinidad, hasta tal punto, que viniendo a ti el sol de mi divinidad, se fijó en ti, y con su calor quedaste más que todos encendida en mi amor, y con su resplandor quedaste más que todas las criaturas iluminada en mi sabiduría. Ahuyentas las tinieblas de la tierra y alumbras todos los cielos. En verdad te digo, que tu pureza, que me agradó más que la de todos los ángeles, atrajo a ti mi divinidad, para que fueses inflamada con el calor de Espíritu Santo, en virtud del cual encerraste en tu vientre al verdadero Dios y Hombre, alumbraste a los hombres y diste alegría a los ángeles. Por tanto, bendecida seas por tu bendito Hijo. Así, pues, no me pedirás nada que no alcances, y por tu mediación todos los que pidan misericordia, con propósito de la enmienda, alcanzarán perdón. Tú eres cual copiosísima fuente de la que mana la misericordia para los desventurados.

Désete toda gloria, virtud y alabanza, Hijo mío, dice la Virgen. Tú eres mi Dios y la misma misericordia: de ti procede todo el bien que tengo. Tú eres como la semilla que no fué sembrada, y con todo creció y dió cientos y miles de frutos. De ti dimana toda misericordia, que por ser innumerable y sin poderse explicar, se significa por el número ciento, en el cual se nota la perfección, porque de ti proviene toda perfección y aprovechamiento.
Con razón, Madre mía, dice Jesucristo, me comparaste con la semilla que no fué sembrada, y sin embargo, creció, porque con mi divinidad vine a ti, y mi humanidad no fué sembrada por obra de varón, y a pesar de eso creció en ti, de quien dimanó a todos la misericordia, por lo cual bien dijiste. Ahora, pues, porque con las dulcísimas palabras de tu boca dispones de mi misericordia, pide lo que quieras y se te dará.

Hijo mío, contesta la Madre, porque he alcanzado de ti misericordia, pido ahora misericordia y auxilio para los desgraciados. Cuatro, pues, son los lugares. El primero es el cielo, en el cual los ángeles y las almas de los santos no necesitan de nada sino de ti, al cual poseen, y tienen en ti todo bien. El segundo lugar es el infierno, y sus moradores están llenos de malicia y excluidos de toda misericordia; por lo que no puede llegar a ellos ningún bien. El tercer lugar es el purgatorio, y los que en él están, necesitan tres géneros de misericordia, porque son afligidos de tres modos. Padecen en el oído, porque no oyen sino dolores, penas y miserias; padecen en la vista, porque no ven sino su miseria, y son afligidos en el tacto, porque sienten el calor de un fuego que les atormenta de una manera cruel e intolerable. Por mis ruegos, Señor e Hijo mío, concédeles tu misericordia.
De muy buena gana, dice Jesucristo, les concederé por causa tuya tres géneros de misericordia. Primeramente, en sus oídos se les aliviará el tormento, el de la vista se mitigará y la pena será más ligera y suave: además, los que en esta hora se hallan en la más grave pena del purgatorio, pasarán a la mediana, los de la mediana irán a la más leve, y los de la más leve pasarán a descansar.

Désete todo honor y alabanza, Señor, contestó la Madre y continuó diciendo: El cuarto lugar es el mundo, y sus moradores necesitan tres cosas, contrición por los pecados, satisfacción por sus culpas y fortaleza para obrar bien. Y respondió el Hijo:
A todo el que invocare tu nombre y tuviere esperanza en ti, con propósito de enmendar sus culpas, se le darán esas tres cosas, y además el reino de los cielos; porque tienes para mí tanta dulzura en tus palabras, que no puedo negar lo que pides, porque quieres lo mismo que yo quiero. Eres, por último, como una llama lúcida y ardiente, con la cual se encienden las hachas apagadas y adquieren fuerza las que no ardieron; así, por tu caridad, que subió a mi corazón y me atrajo a ti, revivirán los que están muertos en sus pecados, y los tibios y negros como el humo convalecerán en mi amor.