Grandes beneficios reportados por la venida de Jesucristo, con preciosas imágenes de su misericordia para con nosotros.
REVELACIÓN 6

Te maravillarás de que yo te enseñe tales y tantas cosas, pero advierte que no es por ti sola, sino también para la enseñanza y salud de los demás; porque el mundo, antes de hacerme yo hombre, era como una soledad y desierto, en donde no había más que un solo camino que conducía al grande abismo, en el cual había dos grandes senos: el primero de estos carecía de fondo, y el que en él se precipitaba, nunca de él salía: el otro no era tan horrible, pues todavía los que en él entraban, esperaban salir y ser ayudados; padecían tinieblas, pero no penas, y aunque sus deseos y esperanzas se dilataban, no tenían miseria. Los moradores de este segundo seno daban incesantemente voces hacia una magnífica y cercana ciudad, abundante de todos bienes y deleites, y daban voces con rigor, porque sabían el camino para ir a ella. Clamaban, pues, de esta manera: ¡Oh Dios, venid y dadnos ayuda, mostradnos el camino é iluminadnos, porque estamos esperandoos! En Vos sólo está nuestra salud. Este clamor subía al cielo hasta mis oídos, y me movió a misericordia.

Persuadido yo con tantos ruegos, vine como peregrino a la soledad de este mundo; mas antes que diese paso ni comenzase a trabajar, oyóse una voz que dijo: Ya está el hacha puesta junto al árbol. ¿Qué voz fué esta sino la de Juan Bautista, que enviado al desierto delante de mí, clamaba diciendo: Ya está el hacha puesta junto al árbol? Como si dijera: Esté apercibido el hombre, que ya está preparada el hacha. Y vino como arreglando el camino para la ciudad y destruía todos los obstáculos.

Luego vine yo, y trabajé de sol a sol, esto es, desde mi Encarnación hasta la muerte de cruz, obrando siempre la salud de los hombres, y al principio cuando entré en la soledad del mundo, huí por la persecución de mis enemigos, que fueron Herodes y sus gentes. Fuí tentado del demonio, y padecí persecuciones de los hombres y muchas clases de trabajos. Comía, bebía, y sustentaba mi cuerpo sin rastro de pecado, para instruir a los hombres en la fe y hacerles ver que era verdadero hombre. Como preparese después el camino para la ciudad celestial, y desarraigara todos los estorbos que se habían formado, punzaron mi cabeza agudísimas púas y espinas, y enormes clavos llagaron mis pies y manos. Mi divino rostro tuvo muy malos tratamientos. Pero sufriéndolo yo todo con paciencia no retrocedí, sino que continué con mayor fervor, como león ardiente, que al ver al hombre que le tiende la lanza, se arroja a ella por el ansia de cogerlo, y cuanto más el hombre introduce la lanza en las entrañas del animal, tanto más se va el animal metiendo en la lanza, hasta quedar atravesadas en ella todas sus entrañas y todo su cuerpo. Así yo, tuve por las almas un amor y una caridad tan ardiente, que a pesar de ver y de sufrir todos los acerbísimos tormentos que me dieron, cuanto más se empeñaban los hombres en quitarme la vida, tanto más vehemente era mi deseo de padecer por la salud de las almas y de abalanzarme a ellas para salvarlas. De esta manera caminé por el desierto del mundo, y preparé el camino con mi sudor y mi sangre. Y bien podía llamarse desierto y soledad el mundo, porque no existía en él virtud alguna, sino la maleza de los vicios, y sólo había en él un camino, por el cual se iban todos al infierno; los malos, condenados a tormentos, y los buenos, sólo a las tinieblas. Y así, acogí con misericordia el deseo de salvarse que por tanto tiempo habían tenido los hombres, y vine a trabajar como peregrino, escondiendo mi poder y mi Divinidad, y preparando el camino que lleva al cielo.

Viendo ya mis amgos este camino abierto, y las dificultades y trabajos que con alegría había yo padecido para conseguirlo, con gran contento me siguieron muchos por largos años. Mas ya cesó la voz que decía: Estad preparados. Mi camino está ya de otra suerte; han vuelto a crecer las zarzas y espinos, y han dejado los hombres de caminar por él. Mas el camino del infierno bien ancho y abierto está, y muchísimos hombres caminan por él.

Con todo, a fin de que mi camino no se olvide y se cierre por completo, transitan todavía por él unos cuantos amigos míos, deseosos de la patria celestial; van saltando como las aves de zarza en zarza, y me sirven como a escondidas y llenos de temor, porque a todos les parece ya dicha y goce el ir por el camino del mundo. Y porque mi camino es estrecho y el del mundo ancho, doy voces en la soledad del mundo a mis pobres siervos, que quiten del camino que va al cielo las espinas y abrojos, y abran de nuevo paso; y pues está escrito: Bienaventurados los que no me vieron y creyeron, también lo serán los que oyeren mis palabras y las pusieren por obra. Yo soy como la madre, que saliendo al encuentro del hijo que se había perdido, le lleva luz para que vea el camino, va por trochas y atajos impulsada por su amor para llegar más pronto, y al acercarse a él, le da el parabién y lo abraza. Así saldré yo con grande amor al encuentro de los que se volvieren a mí y a mis siervos, y les alumbraré el corazón y el alma para que entiendan la sabiduría divina, y los abrazaré en presencia de toda la corte celestial, donde no hay cielo arriba ni tierra abajo, sino todo es ver a Dios, donde no hay comida ni bebida, sino gusto divino. Pero los malos que no se quisieren volver a mí, abierto hallarán el camino del infierno, de donde no saldrán nunca; carecerán de toda gloria y contento, y estarán llenos de miseria y afrenta sempiterna. Por consiguiente, para que escapen de tanta desventura, les digo con gran amor que se vuelvan a mí, y me reconozcan por su Creador, del cual se han olvidado.