Hija, le dice santa Inés, ama a la que es Madre de misericordia, pues es semejante a la planta llamada espadaña, de figura muy parecida a la espada, la cual planta tiene muy agudas ambas extremidades y una punta delgada, y su flor es más ancha y más alta que las demás. Del mismo modo, la Virgen María es la flor de las flores, flor que creció en el valle y se propagó por todos los montes; flor que se crió en Nazaret y se extendió hasla el Líbano; flor más alta que todas las flores, porque esta bendita Reina del cielo excede a todas las criaturas en dignidad y en poder. Tuvo también la Virgen María dos filos o extremidades agudísimas: la tribulación del corazón en la Pasión de su Hijo, y la constancia en la lucha contra las acometidas de sus cruelísimos dolores, y así, profetizó bien aquel anciano que dijo:
Un cuchillo atravesará tu corazón , pues recibió espiritualmente tantas heridas, cuantas fueron las llagas que preveía y veía después en su Hijo. Tuvo además la Virgen María mucha anchura, esto es, misericordia, porque fué y es tan compasiva y misericordiosa, que sufrió todas las tribulaciones con tal de salvar las almas.
Pero ahora que está unida a su Hijo, no se olvida de su inmensa bondad, sino que extiende su misericordia a todos, aun a los muy malos, para que como con el sol se alumbran todas las cosas, así por la dulzura de esta soberana Madre, no haya persona alguna que si la pide, no alcance piedad por medio de ella. Tuvo también esta Señora una punta delgada, que es la humildad con que agradó al ángel, respondiendo que era esclava, la escogida para Señora; por esta humildad concibió al Hijo de Dios, porque no quiso a los soberbios, y por esta humildad subió al más alto trono del cielo, porque no amó nada tanto como al mismo Dios. Ve, pues, a saludar a la Madre de misericordia, que ya viene.
En esta ocasión se apareció nuestra Señora y dijo: Inés, pues has comenzado, di lo que te resta. Si digo, contestó santa Inés, que sois hermosísima o virtuosísima, a nadie compete esto por derecho sino a vos, que sois Madre de la salud de todos. Y respondió la Virgen: Bien has dicho en que yo soy la más poderosa de todos, pero te resta echar el sello con decir que soy la canal por donde distribuye las gracias el Espíritu Santo.
Y tú esposa de mi Hijo, dijo a santa Brígida, estás muy pesarosa del adagio que es común entre los hombres: Vivamos según nuestro gusto, porque fácilmente se aplaca Dios: gocemos, mientras podamos del mundo y de sus honras, porque para los hombres se hizo el mundo. Cierto es, hija, que este modo de hablar no procede de amor de Dios, ni encamina a él ni lo atrae. Pero, sin embargo, no se olvida Dios de su amor, sino que a todas horas paga con su piedad la ingratitud de los hombres, porque es semejante al artífice que hace una obra maravillosa, y para ella unas veces calienta los hierros, y otras los enfría. Así Dios, supremo artífice que de la nada hizo este mundo, manifestó su amor a Adán y a sus descendientes, pero enfriáronse tanto los hombres, que sin cuidarse nada de Dios, cometieron abominables pecados. Por tanto, después de mostrar misericordia y precediendo una benigna amonestación, manifestó Dios su justicia por medio del diluvio. Con posterioridad a éste hizo Dios alianza con Abraham y le mostró señales de su amor, y a su descendencia la libró con maravillosos prodigios: dióle al pueblo la ley con su propia boca, y con evidentísimos milagros confirmó sus palabras y preceptos. Mas a pesar de tantas mercedes, volvieron a enfriarse en el amor de Dios los hombres, y llegaron a tal desatino, que adoraban ídolos; por lo que queriendo Dios con su infinita misericordia animar a los fríos, envió al mundo a su propio Hijo, para que enseñase el verdadero camino del cielo, y fuese dechado y ejemplo de la verdadera humildad.
Mas hoy en día está muy olvidado y desatendido por muchos el Hijo de Dios, aunque todavía muestra y hace patentes las palabras de su misericordia; pero no todas las cosas que envía a decir con sus amigos se cumplirán juntas y enseguida, como tampoco se cumplieron antiguamente. Pues antes de venir el diluvio, fué amonestado el pueblo y se le avisó que hiciese penitencia; y así también, antes que entrase Israel en la tierra de promisión, fué probado y las promesas se prorrogaron para otro tiempo; pues aunque hubiera podido Dios sacar del desierto al pueblo en cuarenta días y no en cuarenta años, la justicia del Señor exigía que se echase de ver la ingratitud de su pueblo, y se manifestase la misericordía de Dios, y con esto se humillase tanto más el pueblo cristiano, que había de suceder al israelítico.
Ysi alguno se pusiese a pensar por qué Dios castigó a su pueblo, o por qué deben existir las penas eternas, no pudiendo ser eterna la vida para pecar, sería tan grande atrevimiento, como el del osado que por la razón y por el cálculo quisiese entender y comprender cómo Dios es eterno. Dios, pues, es eterno e incomprensible, y en él existe eterna justicia y recompensa, y una misericordia superior al alcance de los hombres. Y para manifestar la justicia con que todo lo juzga con equidad, castigó a los primeros ángeles; así como para manifestar su bondad y su inmenso y perfecto amor, usó por segunda vez de su misericodia criando al hombre y librándolo con infinitas maravillas. Luego por ser Dios sempiterno, es también sempiterna su justicia, en la cual no hay diminución ni aumento, como tampoco lo hay en el hombre que resuelve hacer su obra tal día y de tal modo. Pero cuando Dios ejerce su justicia o su misericordia, al concluir es cuando la manifiesta y la notan los hombres, porque en lo que respecta a Dios, desde la eternidad conoce todas las cosas pasadas, presentes y futuras.
Deben, pues, los amigos de Dios, permanecer con paciencia en el amor de tan buen Señor, y no inquietarse, aunque vean prosperar a los pecadores; porque Dios es como una prudente madre de familia que pone entre las olas el lienzo sucio, para que con el movimiento del agua se purifique y blanquee; pero cuida muy bien de que con el oleaje no se sumerja el lienzo. Del mismo modo pone Dios en el mundo a sus amigos entre las oleadas de la pobreza y de la tribulación, a fin de que se purifiquen para ir a la vida eterna; pero los cuida mucho, para que no se sumerjan con demasiada tristeza o con insufrible tribulación.
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