Tú, hija mía, has de ser como una esposa muy obediente que está tras de una cortina, siempre muy dispuesta para cuando la llamase su Divino Esposa, y servirle en todo según su voluntad. Esta cortina es el cuerpo que cubre al alma, el cual continuamente se ha de limpiar, reconocer y experimentar: es como un jumento, que tiene necesidad de moderada comida y no demasiada, para que no se haga lujurioso; necesita trabajar con discreción, porque no se ensoberbezca, y estar sujeto al látigo, para que no se haga torpe y haragán.
Has de estar cerca de esta cortina, que es el cuerpo, y no en él; porque no has de hacer caso de los deseos de la carne, sino sólo de lo que necesariamente ha menester tu cuerpo; porque el que le quita lo superfluo y le da lo necesario, habita junto a su cuerpo y no en él. Has de estar detrás de la cortina, porque has de menospreciar todos los deleites del cuerpo y de la carne, haciendo en honor de Dios todo cuanto hicieres, y empleándote toda en su servicio. De esta manera estuvieron todos aquellos que arrojaban sus cuerpos por el suelo, para ser pisoteados, y se hallaban siempre prontos para hacer la voluntad de Dios, e ir a él en cualquier tiempo que los llamase; porque no se les podía hacer largo el camino que siempre tuvieron presente, ni se les hacían grave carga los trabajos, porque todo lo menospreciaban, y sólo con el cuerpo vivían en el mundo. Y así, libremente y sin impedimento volaron al cielo, porque nada les impedía, sino una cubierta seca y muy bien disciplinada, desprendida la cual, consiguieron lo que deseaban. Esta persona que te he mostrado, cayó peligrosamente, levantóse con prudencia, defendióse varonilmente, peleó con constancia, y perseveró con firmeza, y por esto se halla coronada para siempre en presencia de Dios.
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