Viendo santa Brígida alzar el Santísimo Sacramento, se le apareció un demonio muy feo, y le dijo: ¿Crees tú, que esa cortecita de pan es Dios? Mucho tiempo hace, que estaría consumido, aunque hubiese sido el mayor de los montes. No creyó semejante cosa, ninguno de los sabios judíos, a quienes Dios comunicó su sabiduría.
Apareciósele enseguida el ángel bueno y le dijo: Hija, no respondas al necio según su necedad, pues el que se te ha aparecido es el padre de la mentira; pero disponte, porque ya está cerca nuestro esposo.
Y en esto aparecióse nuestro Señor Jesucristo y dijo al demonio: ¿Por qué inquietas a esta hija y esposa mía? Llámola hija, porque la crié; y es mi esposa porque la redimí y la junte conmigo por mi amor.
Hablo, dijo el demonio, porque tengo de ti permiso para ello, y deseando que se resfríe en tu servicio.
Dime, demonio, le dice el Señor, cuando la vara se convirtió en serpiente, ¿se verificó esto por orden de Moisés, o por mandato de Dios, o porque Moisés fué santo, o porque así lo dispuso la palabra de Dios?
¿Quién era Moisés, respondió el demonio, sino un hombre flaco por sí, aunque justo por Dios, con cuya palabra mandada y proferida por Dios, la vara se convirtió en serpiente, por mandato de Dios, y siendo Moisés un ministro obediente? Porque antes del mandato y palabra de Dios, la vara era vara; mas cuando Dios lo ordenó, la vara se convirtió en verdadera serpiente, de tal modo, que hasta se llenó de terror el mismo Moisés.
De este manera, esposa mía, dijo el Señor a santa Brígida, sucede en el altar; pues antes de las palabras de la consagración, la hostia puesta en el altar es pan; pero dichas por el sacerdote las palabras: Este es mi cuerpo, se hace Cuerpo de Jesucristo, el cual toman en sus manos y reciben, así los buenos como los malos, así uno como mil, con la misma verdad, pero no con el mismo efecto; porque a los buenos les sirve para su salvación, y a los malos para su condención.
Tocante a lo que el diablo dijo de que ningún sabio de los judíos creyó esto, te respondo que los infelices están como los que han perdido los dos ojos; y carecen de ambos pies espirituales, por lo cual son ignorantes, y lo serán hasta que se reconozcan. Por esto no hay que extrañar que el demonio ciegue y endurezca sus corazones y les persuada cosas impúdicas, y las que son contra la fe.
Por tanto, siempre que se te viniere a la mente algún pensamiento de esa clase acerca de mi Cuerpo, refiérelo a tus amigos espirituales, y permanece firme en la fe, teniendo por ciertísimo que este Cuerpo mío que tomé de la Virgen mi Madre, y fué crucificado y ahora reina en el cielo, este mismo está en el altar, y lo reciben buenos y malos.
Y como me aparecí en forma extraña a mis discípulos que iban a Emmaus, siendo no obstante verdadero Dios y verdadero hombre, y como entré donde estaban mis discípulos con las puertas cerradas; del mismo modo me muestro en una forma extraña a los sacerdotes, para que tenga mérito su fe y se haga más patente la ingratitud de los hombres.
Mas no hay que admirarse de esto, porque yo soy ahora el mismo que con terribles señales manifesté el poder de mi divinidad, y sin embargo, dijeron entonces los hombres: Hagamos dioses que nos dirijan. Yo también manifesté a los judíos mi verdadera Humanidad, y la crucificaron. Cada día estoy en el altar, y dicen los malos: Náuseas y tentación nos causa este manjar.
¿Qué mayor ingratitud puede haber que querer comprender a Dios por la razón, y atreverse a juzgar los ocultos juicios y misterios que tiene encerrados en su propia mano? Así, pues, con un efecto invisible y con forma visible quiero manifestar a los ignorantes y a los humildes, qué sea la forma visible del pan sin pan y sin substancia, ó por qué sufro en mi cuerpo tan indignos y tan indecorosos tratamientos, para ensalzar a los humildes y confundir a los soberbios.
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