El Señor describe a santa Brígida cómo debe armarse para la guerra espiritual el verdadero soldado de Jesucristo.
REVELACIÓN 67

Todo el que quisiere pelear en la milicia espiritual, ha de ser magnánimo, levantándose si cayere, y confiando no en sus propias fuerzas, sino en mi misericordia. Porque quien desconfía de mi bondad y dice: Si intentare yo algo, como refrenar la carne con ayunos, o tener grandes vigilias, no podré perseverar, ni abstenerme de los vicios, porque no me ayudará Dios, este verdaderamente cae. Por tanto, el que quisiere pelear espiritualmente, ha de confiar en mí, y en que con la ayuda de mi gracia podrá salir adelante. Debe tener también deseo de hacer obras buenas, de apartarse del mal y de levantarse cuantas veces cayere, diciendo estas o semejantes palabras: Señor Dios Omnipotente, que a todos no encamináis al bien, yo, pecador, que por mis maldades me he apartado mucho de vos, os doy gracias porque me habéis vuelto al buen camino.
Por tanto, os ruego, piadosísimo Jesús, que tengáis misericordia de mí vos que en la cruz estuvísteis lleno de sangre y de tormentos, y os suplico por vuestras cinco llagas, y por el dolor que de vuestras rasgadas venas pasó a vuestro corazón, que os dignéis conservarme hoy a fin de que no caiga yo en pecado. Dadme también virtud para resistir los dardos del enemigo, y para levantarme varonilmente, si por desgracia cometiere algún pecado.

Y para que pueda perseverar en la virtud, mientras pelea podrá decirme: Señor Dios mío, a quien nada es imposible, y que todo lo podéis, dadme fortaleza para hacer buenas obras, y poder perseverar en el bien.
Ha de tener también el soldado la espada en la mano, que es una confesión pura, bien limada y resplandeciente; limada, para que con esmero examine su conciencia y vea cómo, cuánto y dónde hay pecado, y por qué causa; y ha de ser también resplandeciente, para que nada le cause vergüenza ni lo oculte, ni lo diga de diferente modo que pecó.

Esta espada ha de tener dos agudos filos, que son: propósito de no volver a pecar y resolución de obrar bien. La punta de esta espada es la contrición, con la cual se mata al demonio, cuando el hombre, que antes se holgaba con el pecado, le pesa ahora y gime, porque me enojó a mí, que soy su Dios. Debe esta espada tener también su empuñadura, que es la consideración de la gran misericordia de Dios, la cual es tanta, que no hay pecador por grande que sea, que no alcance perdón, si lo pidiere con propósito de enmendarse. Con esta intención de que Dios es misericordioso sobre todas las cosas, se ha de llevar la espada de la confusión; pero a fin de que no se hiera la mano con los filos de la espada, se ha de poner un hierro entre los filos y la empuñadura, y para que la espada no se caiga de la mano, debe llevar la empuñadura una guarnición. Igualmente, el que tiene la espada de la confesión y espera por la misericordia de Dios ser perdonado y que se purguen sus pecados, ha de estar alerta, no sea que caiga con la demasiada presunción. Por tanto, debe estar siempre temiendo que Dios le retire la gracia, por abusar de ella presumiendo.

Mas, para que no se lastime o se debilite la mano con el excesivo fervor del trabajo y con la indiscreción, ha de ponerse el hierro que hay entre las manos y los filos, esto es, la consideración de la equidad de Dios; porque aunque soy tan justo, que no dejo cosa alguna sin examinar y castigar, soy también tan misericordioso y equitativo, que no exijo más de lo que puede sobrellevar la flaca naturaleza, y por un buen deseo perdono un gran castigo, y por una corta enmienda, un gran pecado.

La loriga o coraza del soldado espiritual ha de ser la abstinencia, porque como la loriga está compuesta de muchos hierros, así la abstinencia ha de constar de muchas virtudes; de una gran guarda en la vista, y así de los demás sentidos; de abstinencia en cosas de comer y deleites carnales, de el vestido superfluo, y otras muchas cosas, que no debían hacerse según enseñé en mi evangelio. Pero ninguno puede ponerse a sí mismo esa loriga, sino que necesita el auxilio de otro; y para que se la ayude a poner, ha de invocar y honrar a mi Madre la Virgen María, porque fué verdadero dechada de vida y norma de todas las virtudes, y si se la invocare con constancia, le enseñará la perfecta abstinencia. El yelmo es la perfecta esperanza, el cual tiene como dos agujeros, por donde debe ver el soldado. El uno es la consideración de lo que ha de hacer, y el otro de lo que ha de dejar de hacer; porque todo el que espera en Dios, ha de estar siempre pensando qué debe hacer o dejar de hacer para agradar a Dios. El escudo es la paciencia, con que ha de sufrir de buena voluntad cuanto le sucediere.