Otra vez te dije, esposa mía, que deseo el corazón de un animal y la sangre de un pez. ¿Qué es el corazón del animal sino esa alma querida e inmortal de los cristianos, la cual me agrada más que todo cuanto hay precioso en el mundo? ¿Qué es la sangre del pez sino el perfecto amor a Dios? Así, pues, el corazón se me ha de presentar con manos muy limpias, y la sangre en un vaso muy bien labrado, porque la limpieza agrada a Dios y a los ángeles; y como la piedra preciosa adorna el anillo, así la pureza es muy conveniente para todas las obras espirituales. Pero el amor de Dios debe presentarse en un vaso bien labrado, porque las almas de los gentiles, como si fueran un vaso, deben presentárseme luciendo y ardiendo con fervorosísimo amor a Dios, por el que tanto los fieles como los infieles convertidos, se unan a Dios, como el cuerpo a su cabeza.
Pero el que desea presentarme el corazón de un cristiano endurecido en el pecado, que es como un animal sin el yugo de la obediencia, que se deja llevar de los vicios y vive según sus malos deseos, ha de horadar sus manos con un agudo barreno, y entonces, ni las espadas ni los dardos, prevalecerán contra ellas. ¿Qué son las manos del justo sino sus obras corporales y espirituales? La mano corporal, que representa el trabajar y substentar el cuerpo, es necesaria; y la mano espiritual representa el ayunar, orar o cosas semejantes. Luego para que toda operación del hombre sea moderada y discreta, debe horadarse con el temor de Dios; pues a todas horas está el hombre obligado a pensar que Dios se halla presente a su lado, y debe temer que el Señor le quite la gracia que le ha concedido, pues sin la ayuda de Dios nada puede el hombre, y con el amor de Dios todo lo puede; y como el barreno prepara los agujeros para colocar alguna cosa, así el temor de Dios prepara y afirma el camino a la caridad divina, y atrae a Dios para que le ayude.
Por consiguiente, debe ser el hombre timorato y circunspecto en todas sus acciones; pues, aunque tanto el trabajo espiritual como el corporal son necesarios, con todo, sin temor de Dios y discreción no son útiles, porque la indiscreción y el orgullo todo lo corrompe y confunde, y quita el don de la perseverancia.
El que deseare vencer la dureza de este animal, ha de ser inflexible en sus obras con discreción, y perseverante en el temor y esperanza del auxilio divino, esforzándose cuanto pueda; y entonces le ayudará Dios, abatiendo el corazón endurecido.
Deben también mis amigos guarecer sus ojos con pestañas de ballena y muy fuerte betún. ¿Qué, pues, son los ojos del varón justo, sino las dos consideraciones que continuamente han de tener a la vista, a saber: la de los beneficios de Dios y la del conocimiento de sí mismo? Cuando piense en los beneficios de Dios y en su misericordia, considere su propio bien y cuán ingrato ha sido a estos beneficios de Dios. Pero cuando el alma conozca que merece el infierno, defiéndase los ojos de su consideración con pestañas de ballena, esto es, con la fe y esperanza en la bondad de Dios, de suerte, que ni se relaje pensando en la misericordia, ni desconfíe pensando en la severidad del juicio de Dios. Y como las pestañas de la ballena ni son blandas como la carne, ni duras como los huesos, así también el hombre ha de guardar un término medio entre la misericordia de Dios y su justicia, esperando siempre la misericordia, y temiendo con prudencia el juicio. También debe alegrarse a causa de la misericordia, y adelantar de virtud en virtud a causa de la justicia.
Por consiguiente, quien de continuo está entre la misericordia y la justicia con esperanza y temor, no tiene por qué temer los ojos del animal, ¿Qué son estos ojos sino la sabiduría mundana y la prosperidad temporal? La sabiduría del mundo, la cual se compara al primer ojo del animal, es como la vista del basilisco, porque espera lo que ve, y tiene su recompensa de presente, porque desea lo que es perecedero; mas la sabiduría divina espera lo que no ve, no estima las prosperidades del mundo, ama la humildad y la paciencia, y no busca recompensa en la tierra. El segundo ojo del animal, es la prosperidad del mundo, que apetecen los malos y la buscan olvidados de las cosas del cielo y endurecidos contra Dios.
El que desee, pues, la salud de su prójimo, una sus ojos con discreción a los del animal, esto es, a los del prójimo, y preséntele los beneficios de la misericordia de Dios y su justicia; rechace las palabras del mundo y admita las de la sabiduría de Dios; muestre a los hombres incontinentes una vida de perseverante continencia; dé de mano por amor de Dios a las riquezas y a los honores presentes, y predique esta doctrina, practicándola al mismo tiempo; porque la vida espiritual da vigor a las palabras, y los santos ejemplos aprovechan más que una pomposa elocuencia que carezca de obras. Los que conservan siempre en su memoria los beneficios de Dios y su justicia; los que continuamente tienen en sus labios las palabras de Dios y las cumplen, y esperan firmemente en la bondad de Dios, no son heridos por las espadas enemigas, que son los falaces artificios de los hombres del mundo, sino que irán adelantando, y por caridad convertirán al amor de Dios a muchos estraviados. Pero los que se ensoberbecen con la gracia del decir, y buscan ganar con su elocuencia, viviendo, están muertos.
A esos amigos míos se les debe poner también en el corazón una plancha de metal, porque siempre se debe tener delante de los ojos el amor de Dios, y pensar cómo Dios se hizo hombre y se humilló; cómo predicando su evangelio sufría el hambre y la sed y todas las fatigas; cómo fué clavado en una cruz y murió, resucitó y subió a los cielos. Esta plancha, que significa el amor, es ancha y llana, cuando el alma está dispuesta a sufrir con gusto todo lo que le sobrevenga, cuando no se queja de los juicios de Dios, ni se entristece con las tribulaciones, antes bien, su alma y su cuerpo, su voluntad y todo él se pone en las manos y disposición de Dios.
¡Oh hija!, yo fuí como el durísimo bronce, cuando clavado en la cruz, y como olvidado de mi Pasión y de mis llagas, rogué por mis enemigos.
Para hacer presa en este animal, también es necesario que vayan las narices y boca tapadas, porque como por las narices respira el hombre, y entra y sale el aire al corazón, así con los deseos entra la vida y la muerte en el alma, y tanto como de la muerte hay que precaverse de los malos deseos, para que no entren en el alma, o no hagan residencia en ella después de haber entrado. Por consiguiente, el que se propone vencer cosas arduas, observe con cuidado sus tentaciones, y precávase, no sea que por desordenados deseos se disminuya el verdadero celo por la honra de Dios; porque con el mayor deseo, con celo divino y con suma paciencia se ha de acudir al pecador, siempre que haya ocasión y aun buscándola, a fin de que se convierta; y cuando el justo no adelanta nada con palabras o amonestaciones, debe entonces emplear el mayor celo y orar con gran perseverancia.
Este animal ha de cogerse con ambas manos, y tiene dos oídos; con el uno oye lo que le agrada, y el otro lo tiene tapado para no oir lo que aprovecha a su alma. Así, también, le es conveniente al amigo de Dios tener dos manos espirituales, como antes las tuvo corporales, pero ha de tenerlas horadadas. Una mano ha de ser la sabiduría divina, con que muestre al pecador que todas las cosas de este mundo son caducas y deleznables; y el que se deleita en ellas, es seducido, y no tiene disculpa, porque todas las cosas fueron concedidas para el uso necesario, mas no para lo superfluo. La segunda mano debe ser el buen ejemplo y las buenas obras, porque el hombre bueno ha de practicar lo que enseña, a fin de que los oyentes se fortalezcan con su ejemplo, pues muchos enseñan y no obran según su doctrina, los cuales son semejantes a los que construyen sin cimientos, y al venir la tempestad se desploman los edificios.
La piel de este animal, que es dura como el pedernal, se ha de romper a martillazos y con fuego. La piel significa la ostentación y apariencia de justicia. Pues los malos, no quieriendo ser buenos, desean parecer lo que no son, y como desean ser alabados, pero no quieren vivir de una manera loable, aparentan una santidad exterior, y fingen una justicia que no tienen en su corazón; y así, con capa de santidad, se ensoberbecen y se ponen tan duros como el pedernal, en términos que no se ablandan ni con reprensiones ni con las razones más claras.
Por tanto, el siervo de Dios ha de valerse, a las veces, para estos del martillo de la severa reprensión y del fuego de la oración divina, para que se convenzan los malos con la fuerza de la verdad; poco a poco se vayan ablandando; se estimulen con la oración que por ellos se hace, y se enciendan en el conocimiento de Dios y de sí mismos, como hizo san Esteban, que no decía palabras gratas sino verdaderas; no blandas sino ásperas, y además pidió a Dios por sus enemigos, y aprovechó a muchos que se mejoraron por su causa.
Así, pues, a todo el que con temor de Dios horade las obras de sus manos, y fortalezca sus ojos con la templanza de la consideración, y proteja, además, su corazón con una plancha de bronce, y de este modo me presente el corazón del animal, yo, que soy su Dios, le daré un tesoro muy agradable, con cuyo placer no se cansa la vista, cuya dulzura no hastía, cuyo goce no harta el gusto, y cuyo tacto nunca hace sentir dolor, sino que el alma se inunda en gozo y en abundancia sempiterna.
El pez significa los gentiles, cuyas escamas son durísimas, porque están envejecidos en sus pecados y maldades; y como las escamas puestas unas sobre otras, defienden al pez é impiden que entre ni aun el viento, así también los gentiles, que se glorían de sus pecados y viven con vanas esperanzas, se hacen fuertes con grandes defensas contra mis amigos; porque prefieren sus sectas, multiplican los errores, y amenazan con la muerte a los que les enseñan otra doctrina. Por tanto, el que deseare presentarme la sangre de este pez, extienda sobre él su red, esto es, su predicación, la cual no debe ser de los hilos podridos de los filósofos y retóricos que hablen con suma elegancia, sino red hecha con sencillez de palabras y humildad de obras, porque en presencia del Señor de los cielos, la predicación sencilla de la palabra de Dios, es sonora como el bronce y fuerte para atraer hacia Dios los pecadores; así es, que no por maestros elocuentes, sino por hombres humildes y sin conocimientos, empezó y progreso mi Iglesia.
Cuide también mucho el predicador de que no le llegue el agua sino hasta las rodillas, ni siente el pie sino donde hubiere arena sólida, no sea que suban las rodillas las procelosas olas y se muevan los pies. ¿Qué es la presente vida sino agua instable y movediza, ante la que no ha de doblarse la rodilla de la fortaleza espiritual, sino para lo meramente necesario? Por consiguiente, el pie del afecto del hombre, debe fijarse en arena sólida, esto es, en la solidez del amor de Dios y en la consideración del porvenir; pues los que extienden los pies de sus afectos y su fortaleza a las cosas temporales, no son firmes para ganar almas, porque los sumergen las borrascas de los afanes del mundo.
Debe también el justo cegar el ojo que vuelve a este pez; porque hay dos ojos: uno humano, y otro espiritual. El ojo humano infunde temor, cuando al ver el hombre el poder y crueldad de los tiranos, reflexiona sobre su propia flaqueza y teme mucho el hablar. Este ojo del temor es el que se ha de cegar y arrancarse del ánimo, por medio de la consideración de la bondad divina, considerando y creyendo firmemente que todo el que pone su esperanza en Dios, y por amor de Dios procura ganar al pecador, tendrá al mismo Dios por su protector y amparo.
El ojo espiritual es el otro con el que ha de mirar el justo al pecador o a cualquier convertido a Dios, y ha de mirarlo, viendo cuidadosamente cómo deba sufrir, en lo posible, las tribulaciones, no sea que emprendiendo el pecador tareas inusitadas, sucumba con el trabajo, o a causa de esas mismas tribulaciones, se arrepienta de haber acometido mortificaciones muy austeras.
También ha de mirar mi siervo, cualquiera que sea, cómo subsiste corporalmente el infiel convertido a la fe, no sea que mendigue o se vea oprimido por la esclavitud, o privado de su preciosa libertad, y cuide mucho mi siervo de que este convertido sea instruído continuamente en la santa fe católica y en los santos ejemplos de todas las virtudes; pues es muy de mi gusto, que los paganos convertidos vean santas costumbres y oigan palabras de amor de Dios.
Por consiguiente, el que deseare agradarme yendo a convertir paganos, debe arrancarse primeramente el ojo del temor del mundo, y tener abierto el ojo de la compasión y de la inteligencia para ganar aquellas almas, no deseando sino morir por Dios, o vivir para Dios.
También debe tener el justo un escudo de bronce, que es la verdadera paciencia y perseverancia, para no apartarse del amor de Dios por palabras ni por obras, ni aun fatigado por las desgracias se ha de quejar nada de los juicios de Dios, porque así como el escudo proteje y recibe los golpes de los que acometen, del mismo modo la verdadera paciencia defiende al justo de las tentaciones, le aligera las tribulaciones y lo pone expedito para todo lo bueno. Este escudo de la paciencia no ha de estar hecho de cosas podridas, sino de durísimo metal; pues la verdadera paciencia debe formarse y probarse con la consideración de mi paciencia; porque yo fuí como un durísimo yunque, cuando quise más morir que perder las almas, y quise más oir todos los oprobios, que bajar de la cruz. Así, pues, el que deseare adquirir la paciencia, debe imitar mi constancia; porque si yo padecí siendo inocente, ¿qué es de extrañar que padezca el hombre pecador, digno de todo castigo?
Por tanto, todo el que estuviere armado con el escudo de la paciencia, que extendiere sobre el pez su red y que lo tuviere diez horas sobre el agua, tendrá la sangre del pez. ¿Qué son estas diez horas, sino los diez consejos que deben darse al hombre que se convierte?
El primer consejo es guardad los diez mandamientos que di al pueblo de Israel; el segundo, es recibir y honrar los Sacramentos de mi Iglesia; el tercero, es dolerse de los pecados cometidos, y tener propósito firme de no volver a pecar; el cuarto, es obedecer a mis amigos, aunque le mandaren algo que sea contra su voluntad; el quinto, es despreciar todas sus malas costumbres, que son contra Dios y contra razón; el sexto, es tener deseo de llevar a Dios todos cuantos pudiere; el séptimo, es mostrar verdadera humildad en todas sus obras, huyendo de los malos ejemplos; el octavo, es tener paciencia en las adversidades, sin quejarse de los juicios de Dios; el noveno, es no oir ni tener a su lado a los que se oponen a la santa fe cristiana; el décimo, es pedir a Dios, y procurar por su parte, la perseverancia en el amor divino.
Cualquiera, pues, que se convirtiere del mal y guardare estos diez consejos, morirá para el amor del mundo, y será vivificado por el amor de Dios. Y cuando el pez, esto es, el pecador extraído de las aguas de los placeres, se propusiere guardar estos diez consejos, han de abrirlo por el espinazo, donde hay abundante sangre. ¿Qué significa el espinazo sino las buenas obras hechas con buena voluntad? Esta debe ajustarse al beneplácito de Dios, porque muchas veces una acción parece buena a los hombres, pero no es buena la intención y voluntad del que la ejecuta.
Por tanto, el justo que deseare convertir a algun pecador, debe examinar con qué intención hace éste alguna obra buena, y con qué intención se propone perseverar; si encontrare en la buena obra del recién convertido afición carnal a sus deudos o a ganancias temporales, dese prisa a arrancarla del corazón; porque como la sangre mala es causa de enfermedad, comprime la entrada del corazón y quita las ganas de comer, así la mala voluntad y la depravada intención, expulsan el amor de Dios, incitan a pereza, cierra a Dios la entrada del corazón, y hace que cualquier obra, por buena que parezca, sea aborrecible a Dios.
Pero la sangre que yo deseo, ha de ser fresca y que dé vida a los miembros. Esta es la buena voluntad y el amor bien ordenado a Dios, que prepara la entrada a la fe, los sentidos para que entiendan y los miembros para que obren, y atrae a Dios, para que ayude.
Esta voluntad la previene e infunde mi gracia, la aumentan mis inspraciones y mi bondad, y se perfecciona con mi dulzura y con buenas obras.
De esta suerte, esposa mía, se me ha de presentar la sangre de este pez; y el que así me lo presentare, tendrá excelente paga; porque un torrente de incesante dulzura correrá por su boca; un perpetuo resplandor alumbrará su alma, y su dicha se estará renovando eternamente sin fin.
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