San Juan Bautista de La Salle: Pedagogo de la Vida Interior
por Luis Fernando Figari
Explicación del Método la Oración doc
San Juan Bautista de La Salle
No sólo fundador de una de las más importantes congregaciones educativas
católicas, sino también un autor espiritual y maestro de oración, resultó
ser aquel primogénito de Luis de La Salle, rico y considerado magistrado, y
de Nicolasa Moët, de familia noble, que nacía en la villa de Reims el 30 de
abril de 1651.
Juan Bautista de La Salle desde pequeño muestra signos de estar llamado por
Dios para ser consagrado sacerdote. Según las costumbres de la época,
recibió la tonsura cuando sólo tenía once años de edad. Pocos años después,
en plena adolescencia, es provisto como canónigo de Nuestra Señora de Reims.
El Cabildo de la ciudad, que hacia 1654 había sido testigo de la
consagración real de Luis XIV, era uno de los más eminentes de Francia.
Canónigos de Reims fueron San Bruno (1030-1101), tres pontífices, 23
cardenales, 21 arzobispos y 10 obispos. En esa ilustre sede cantará Juan
Bautista las tres horas mayores —maitines, laudes y vísperas— hasta su viaje
a París, en 1670, para estudiar la teología.
Hacia San Sulpicio
Habiendo culminado sus estudios de artes, teniendo licencia del Cabildo, que
pierde así temporalmente uno de sus sesenticuatro miembros, se dirige al
Seminario de San Sulpicio, centro de reforma sacerdotal y foco difusor de la
espiritualidad francesa. Por ese entonces la obra fundada por Juan Jacobo
Olier (1608-1657), tenía como director al gran sistematizador de los
exámenes particulares y del método de oración sulpiciano, Louis Tronson
(1622-1700). En este periodo, La Salle, realiza también estudios en la
Sorbona.
La muerte de su madre (julio de 1671) y posteriormente la de su padre (abril
de 1672), trunca su permanencia en París, obligándole a regresar a Reims
para hacerse cargo de sus hermanos. Continúa sus estudios en Reims, siendo
ordenado sacerdote secular el 9 de abril de 1678.
Su vida va transcurriendo con el cumplimiento de sus deberes sacerdotales,
las responsabilidades de canónigo y la administración de los bienes
familiares.
Despertar de una vocación
Conoció La Salle al «Hermano Adrián» (Adrián de Nyel) en la cuaresma de
1679. Nyel dirigía en Ruán cuatro escuelas de caridad para niños pobres.
Traía a Reims el proyecto de constituir una escuelita semejante a las que ya
había establecido. Para ello requería, según las disposiciones de la época,
del apoyo de un párroco que hiciera suyo el proyecto. Juan Bautista ayudó en
la tarea de convencer a Nicolás Dorigny, párroco de San Mauricio, quedando
establecida la escuela en abril de 1679. A esta escuela se sumará
posteriormente una segunda.
El problema de la subvención de los maestros lleva al canónigo de Reims a
interesarse administrativamente por su situación. Junto a su propia casa
alquila a fines del setenta y nueve una casa para los maestros,
ofreciéndoles alimento bajo su propio techo. Así, poco a poco se ve
introducido en el apasionante mundo de la educación.
Nyel le propone al canónigo protector que financie una tercera escuela, en
la zona parroquial donde vivían. Para octubre de 1680 el proyecto estaba
realizado. Antes de transcurrido un año invita a los maestros a la casa
donde habitaba con sus hermanos. Casi sin darse cuenta La Salle va
acercándose a la fundación de una asociación religiosa de vida comunitaria.
Mientras que con ayunos y oraciones el canónigo va adelantándose en la
entrega al servicio de educador cristiano, su familia se muestra cada vez
más reticente y hasta agresiva. El proyecto de las escuelas cristianas se
iba delineando, y maestros cristianos, conocedores de la obra, se van
acercando a ella. La casa familiar es vendida y el precio repartido entre
los hermanos de Juan Bautista. Los maestros con el canónigo, que de
protector va pasando a fundador, se trasladan a una casa alquilada, más
modesta que la residencia que habían dejado.
Cada vez más se van mostrando los caminos de Dios invitando a La Salle a
mayores purificaciones. A sus treinta y un años, resuelve renunciar a sus
propiedades y bienes, así como a la canonjía. Juan Bautista ha caído de
lleno en la dinámica de lo provisional. Como los maestros que viven con él,
no posee nada, excepto una pequeña renta que su consejero espiritual le pide
conservar para cumplir con las responsabilidades de su estado clerical.
En medio de la provisionalidad y la improvisación la comunidad de Reims ha
ido creciendo, y para 1686 ya se va haciendo necesaria una mayor
institucionalización. En vísperas de Pentecostés, una asamblea de los más
comprometidos va perfilando lo que será el Instituto de los Hermanos de las
Escuelas Cristianas. Juan Bautista de La Salle era el fundador de una
sociedad de laicos consagrados a Dios y dedicados a servir en la educación
cristiana de los pobres. Tanto para reforzar su identidad como para evitar
confusiones adoptan un uniforme o hábito que los distingue de los clérigos y
del común de las gentes.
Formación de los hermanos
Una vez que los planes de Dios aparecen claros, Juan Bautista se preocupará
por la formación de los hermanos de la nueva sociedad religiosa. Así, a
través de los años, sus esfuerzos consagrados a la formación se plasmarán en
numerosas directivas y escritos. Su contacto con los maestros había sido un
largo aprendizaje que le permitía constatar el calamitoso estado del
profesorado en Francia. Los problemas por los que tuvo que pasar con los
profesores, su amigo y director espiritual, el padre Nicolás Boué
(1621-1686), fundador del Instituto de los Hermanos de las Escuelas de
Caridad del Santo Niño Jesús, gravitaron en su propio recorrido.
Sus preocupaciones irán encaminándose a superar los graves vacíos de
formación de los maestros de primera enseñanza. Ante la anarquía y el
desorden de metas y programas propondrá una dirección con claros objetivos y
pautas comunes. Los problemas de la integración humana iluminarán sus
ensayos de respuesta a través de una vida comunitaria centrada en el Señor
Jesús.
París se convierte en el centro de la naciente comunidad. Corre el año de
1688 cuando los hermanos se instalan en la calle Princesa. Al año siguiente
Juan Bautista busca uniformar la metodología pedagógica del naciente
instituto, así como las pautas de vida comunitaria, para lo que recorre en
plan de aprendizaje, evaluación y enseñanza las diversas comunidades ya
establecidas: Guisa, Rethel, Laon, Reims. A su regreso a París, trae un
grupo de aspirantes, e inicia lo que será una fructífera práctica: retiro
espiritual en la casa de los carmelitas descalzos, en la calle Vaugirard.
Sus ideas se van afirmando cada vez más: «Los que componen esta Comunidad
son todos laicos, sin estudios superiores, y de cultura mediana. La
Providencia ha dispuesto que algunos que se presentaron para ingresar no
hayan durado gran cosa... los ejercicios de la comunidad y del empleo exigen
un hombre entero y verdadero». Esa idea se repetirá una y otra vez en Juan
Bautista: la escuela para ser un verdadero centro de formación requiere de
maestros que sean «hombres enteros».
Desde junio de 1698, inaugura un noviciado en la «Casa Grande», muy cerca de
la escuela de la calle Princesa. Le preocupa la perseverancia, pues la tarea
de maestro es sumamente dura y sometida a muchas desilusiones. De los
ingresos al noviciado sólo hay un veinte o veinticinco por ciento de
perseverancia. Desde el retiro espiritual de 1692, el santo fundador se
preocupa cada vez con mayor solicitud de las directivas comunitarias. Está
convencido de que al lado del indiscutible valor de la metodología, la
eficacia se centra en quien imparte la enseñanza: el maestro cristiano. Para
ello inicia una serie de textos breves con avisos, máximas, etc., que
recopila y publica como Colección de mis trataditos. También por entonces va
perfilando mejor las características de la comunidad volcándolas en las
Reglas y Constituciones, y en las pláticas de los retiros que da a los
hermanos.
Un hombre entero
El hermano que se dedica a la enseñanza cristiana respondiendo al llamado de
Dios, debería ser un hombre de Dios. «Lo primero que se debe hacer cuando
uno entra en comunidad, para ser en ello elegido de Dios, es aprender con
diligencia —sostiene De La Salle— a hacer oración y aplicarse en ella».
Desde su formación sulpiciana San Juan Bautista conocía y aceptaba la
importancia fundamental de la vida de oración. Hombre de oración era ya al
salir de San Sulpicio, creciendo su afición por los ejercicios espirituales
en su peregrinaje de fe. Es por eso que, resumiendo los grandes aciertos de
su propia espiritualidad, según su carisma elabora para los hermanos un
método de oración.
Ya por 1693, en la Colección se encuentra sucintamente expuesto un Método de
Oración (20 pp.). Pero a lo largo de los años, toda su enseñanza contendrá
referencias al tema, particularmente las Reglas y las Meditaciones. «Estimad
mucho el santo ejercicio de la oración, porque es fundamento y sostén de
todas las virtudes, y manantial de las luces y de las gracias que
necesitamos, tanto para santificarnos como para desempeñar bien nuestros
empleos».
El método lasaliano de orar es una respuesta particular ante la necesidad de
formar en la vida interior a los miembros de su comunidad, dotándoles de una
unidad de perspectiva al acercarse a ejercicio tan fundamental, y al mismo
tiempo evitar errores sobre el asunto difundidos por el jansenismo y el
quietismo.
Mientras se sumaban los centros educativos de pedagogía lasaliana —cerca de
sesenta habían de ser hasta la muerte del fundador—, se perfilaba su
ascética centrada en la presencia de Dios, la oración mental intensa y la
mortificación interior —«Prefiero una onza de mortificación interior
—repetía con frecuencia— que una libra de penitencia externa»—, y se
afirmaba el método de oración que quedaría didácticamente expuesto en
Explicación del método de oración, redactado en sus últimos años, y
publicado póstumamente en 1739. Murió en Ruán, en 1719, aquejado de diversas
enfermedades.
Se trata de un método propio, en el que Juan Bautista sintetiza las diversas
corrientes que se han ido fusionando en su propia espiritualidad. En él se
descubre con claridad la influencia sulpiciana. La parte correspondiente a
los ejercicios de presencia de Dios resulta ser la de mayor originalidad,
denotando, sin embargo, la huella de la Introducción a la vida devota de San
Francisco de Sales, particularmente en los actos, y la influencia del
capuchino Juan Francisco Dozet (m. 1660), conocido como «de Reims», a través
de su obra La verdadera perfección de este camino en el ejercicio de la
presencia de Dios, varias veces reimpresa. En ella se percibe la importancia
de la presencia de Dios, destacándose diversas manifestaciones en la
oración, la liturgia, la Santa Misa, el Oficio Divino y las creaturas.
San Juan Bautista pone en el núcleo de su espiritualidad la fe viva, la que
no se limita a confesar las verdades que enseña la Iglesia y propone el
Magisterio —en lo que manifestaba un especial cuidado— sino que se orienta a
la adhesión a la persona de Jesucristo, el Verbo Encarnado, y a sus
misterios. La existencia cristiana implica una dinámica de fe que mira a la
Trinidad y es el fundamento de la caridad, en especial de la caridad
fraterna. Entiende que la fe fue el don de Pentecostés, por lo que el hombre
que aspira a vivir su fe se debe abrir dócilmente a las mociones del
Espíritu Santo. El esfuerzo de la persona por experimentarse desde lo
profundo, por vivir la dimensión de «hombre interior», está ordenado a
corresponder a los movimientos del Espíritu Santo. En su método de oración,
a pesar de estar compuesto por numerosos actos que parecen no dar espacio a
la acción del Espíritu, el abandono a la conducción divina está presente
como un sustrato fundamental.
La clave de la vida interior es para el gran santo pedagogo el vivir en
presencia de Dios. Consecuentemente presta especial atención a la doctrina
de la presencia de Dios y al ejercicio de Su presencia. Precisamente en esa
perspectiva pone de relieve los ejercicios de presencia de Dios en la
primera parte de su método de oración. En todo esto se descubre la
experiencia de Juan Bautista como el crisol donde se han fusionado diversas
influencias.
El cuerpo, con su triple aplicación a la consideración de un misterio,
virtud o máxima, y la conclusión, reflejan la espiritualidad nacida de San
Sulpicio. La división en actos o momentos internos de la oración, eco sin
duda de su gran espíritu práctico, da una primera impresión de mecanización,
pero no resulta tanto cuando se penetra en el profundo sentido que como
reflejo de la famosa frase de Olier posee: Jesús, ante los ojos, Jesús en el
corazón y Jesús en las manos. Sin embargo, a una persona de nuestro tiempo,
acostumbrada a la sencillez de las actitudes en la oración, puede parecerle
sumamente compleja y hasta trabajosa la sucesión de actos, objetivos, y
matices del método de San Juan Bautista.
Se puede decir que el método lasaliano de oración interior responde con toda
claridad a la espiritualidad beruliano-sulpiciana, a la que su autor le da
una impronta sistemática, probablemente aprendida en el metódico Tronson,
hábilmente aprovechada por las virtudes pedagógicas de San Juan Bautista.
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Método de oración
según San Juan Bautista de La Salle
Preparación remota
l. Deseo de perfección: Necesitamos tener un íntimo y explícito deseo de
beneficiarnos de los Misterios, de recibir el espíritu, la gracia y el fruto
que Nuestro Señor mismo desea que recibamos.
2. Mortificación.
3. Hábito de recogimiento.
Preparación próxima
1. Lectura espiritual.
2. Selección de puntos (la tarde anterior).
3. Actitud recogida (desde la noche anterior hasta el momento de la oración
del día siguiente).
4. Pensar en la materia de la oración antes de acostarse.
5. Recordar el asunto sobre el que habrá de hacerse oración, proponiéndose
hacerla bien al despertar.
Preparación inmediata
I. Presencia de Dios
Recogimiento o preparación del alma para la oración mediante sentimientos de
fe basados en pasajes de la Sagrada Escritura, retirando completamente el
espíritu de la aplicación a las cosas exteriores y sensibles, aplicándose a
las espirituales e interiores por la presencia de Dios.
Se ofrecen tres modos distintos de dos ejercicios cada uno. En cada paso se
puede detener —el incipiente— con discursos y reflexiones múltiples; —el
proficiente— con reflexiones poco frecuentes pero prolongadas; o por simple
atención —el maduro—.
A las consideraciones siguen frutos prácticos y afectos. Las reflexiones
sólo deben referirse a un modo de presencia de Dios en cada oración; no se
deben mezclar inoportunamente.
1. Considerar a Dios presente en el lugar en que uno está:
a. Porque está en todas partes.
b. Porque está en donde están dos o más personas reunidas en su nombre.
2. Considerar a Dios presente en uno mismo:
a. Como estando en nosotros para hacernos subsistir, pues en El vivimos, nos
movemos y existimos.
b. Como estando en nosotros por su gracia y por su Espíritu.
3. Considerar a Dios presente en la iglesia (templo):
a. Porque la iglesia es la casa de Dios.
b. Porque Cristo Nuestro Señor está realmente presente en el Santísimo
Sacramento.
II. Primera parte o actos
Abriendo el espíritu a la presencia de Dios, se realizan los actos. Se
ofrecen tres series de tres actos cada una. Se pueden hacer los nueve actos
completos, o brevemente, o simplificados en un solo acto. Siempre con
referencia escriturística precedente.
1. Actos que se refieren a Dios
a. Acto de fe y reflexión. Se realiza el acto de fe en concordancia con el
modo y el ejercicio de la presencia de Dios efectuado. Así, por ejemplo,
«acto de fe sobre la presencia de Dios, considerándolo presente en el lugar
en que nos hallamos, por estar Dios en todas partes». Para la consideración
del acto se toma una cita escriturística alusiva, como puede ser el
siguiente pasaje del Salmo 139 (138): «¿Adónde iré lejos de tu aliento,
adónde escaparé de tu mirada? Si escalo el cielo, allí estás tú; si me
acuesto en el abismo, allí te encuentro» (vv. 7-8). Luego sigue una
reflexión sobre la materia del acto de fe.
b. Acto de adoración de Dios, Creador y Soberano.
c. Acto de acción de gracias por las bondades de Dios.
2. Actos que se refieren a nosotros mismos
a. Acto de humildad por la propia nada e indignidad.
b. Acto de confusión por haber pecado mucho.
c. Acto de contrición por los propios pecados.
3. Actos que se refieren a Nuestro Señor Jesús
a. Acto de ruego para la aplicación de los méritos de la Pasión de Nuestro
Señor a los frutos de la meditación.
b. Acto de unión con Nuestro Señor «en sus disposiciones internas cuando El
hacía oración», rogándole presente nuestra oración y nuestras necesidades al
Padre, como cosa suya.
c. Acto de invocación al Espíritu de Nuestro Señor, para que guíe nuestra
oración, renunciando a nuestros propios juicios y pensamientos.
Cuerpo de la oración
1. Actitud ante la materia. Manteniendo en la conciencia la realidad de la
presencia de Dios, se inicia la aplicación, «poniendo la mente en aquello
que enseña el Evangelio o propone la Iglesia» cuando se trata de un
misterio. Se trata de buscar profundizar en el Espíritu del misterio, en el
ejemplo de virtud o disposición que en él brilla, o en una máxima, mediante
una simple mirada de fe en aquello que creemos porque la Iglesia lo enseña,
o con reflexiones en torno al misterio, o a los puntos que tratan de él,
permaneciendo siempre en una actitud de reverencia, de respeto interior.
Ante un misterio es necesario aprovechar interiormente la meditación del
mismo, recibiendo su espíritu. Cada uno de los misterios tiene un espíritu
que le es propio y particular. Cada uno revela ciertas virtudes ejemplares
de Jesucristo. Por ejemplo: el espíritu del misterio de la Encarnación es la
caridad; el del Nacimiento es la infancia, el de la Transfiguración es el
espíritu de oración y meditación.
Ante una virtud o una máxima, debemos penetrarnos interiormente de su
necesidad o utilidad, ya sea por medio de un sentimiento de fe, haciendo
memoria de un pasaje de la Escritura, o con algunas reflexiones que ayuden a
convencer de la necesidad de su práctica, tratando de ahondar en lo que dice
la Escritura, fundándose así en la fe.
Cuando se trata del grado de simple atención se da un mantenerse en la
presencia de Jesucristo, quien enseña esa virtud, permaneciendo con un
sentimiento de adoración, sin discurso ni raciocinio, con atención simple,
respetuosa y afectuosa.
2. Actos aplicados a la materia de la meditación. No es indispensable
hacerlos todos en cada ocasión. Se pueden seleccionar algunos
preferentemente.
A. Actos que se refieren a Nuestro Señor
a. Acto de fe en el misterio, virtud o máxima practicada o enseñada por
Nuestro Señor. Es conveniente que sea algo extendido hasta compenetrarse con
el espíritu de lo meditado. Tienen lugar los piadosos afectos y conclusiones
prácticas. Los incipientes se pueden entregar a reflexiones múltiples; los
proficientes a reflexiones poco frecuentes, pero prolongadas; los maduros a
la simple atención. En cada caso puede traerse un pasaje de la Escritura que
enseñe o se aplique a lo meditado.
b. Acto de adoración a Nuestro Señor en la realidad del misterio, en cuanto
practica o enseña la virtud o máxima.
c. Acto de acción de gracias a Nuestro Señor, por el amor con que operó el
misterio, practicó y enseñó la virtud o la máxima.
B. Actos que se refieren a nosotros
a. Acto de confusión por no haber procurado como debía tomar el espíritu del
misterio, o por no practicar la virtud o la máxima. Se puede recordar las
principales ocasiones en que se ha faltado.
b. Acto de contrición por la culpa cometida en contraste con el espíritu del
misterio considerado, proponiendo un firme propósito de enmienda.
c. Acto de propia aplicación del espíritu del misterio, virtud o máxima,
considerando ante Dios la gran necesidad que se tiene de asumir el espíritu
del misterio, o de la máxima, y de practicar la virtud considerada.
Resolución actual, concreta y eficaz. Se trata de poner los medios propios y
particulares para conducirse según el espíritu del misterio.
C. Otros actos
a. Acto de unión adhiriéndose interiormente al espíritu con que Nuestro
Señor vivió la realidad meditada, y a las disposiciones interiores que El
tuvo, pidiéndole que nos haga partícipes de ese espíritu y de esas
disposiciones, suplicando nos conceda entrar en el espíritu del misterio y
practicar las virtudes que enseña.
b. Acto de petición al Padre, de súplica para poder vivir con espíritu de fe
aquello meditado, y las gracias que Nuestro Señor nos ha merecido.
c. Acto de invocación a los santos de nuestra devoción, o a aquellos que
fueron parte de lo contemplado en la meditación. Invocando con preferencia a
la Santísima Virgen, por ser nuestra Madre, a San José, al Angel Custodio y
a los Santos Patronos del Bautismo y la Confirmación.
Conclusión
1. Examen del desarrollo de la oración realizada, de cómo se ha procedido y
de lo que se ha hecho en ella.
2. Confirmar resoluciones. Si no se hubiesen tomado, debe hacerse en este
momento.
3. Acción de gracias por las luces y gracias recibidas.
4. Ofrecimiento de la oración realizada y de la resolución y actitudes.
5. Invocación a la Santísima Virgen poniendo bajo su protección lo resuelto,
y cuanto se ha hecho, para que se lo ofrezca a su Divino Hijo.
6. Rezar: «Bajo tu amparo...»
Después de la oración
1. Conservar en la memoria algunos buenos pensamientos de la oración mental
de la mañana, para alimentar, de cuando en cuando, el espíritu durante el
día.
2. Procurar hacer todas las acciones y obras con espíritu de oración.