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VITA CHRISTI: El Nacimiento del Salvador

Fray Luís de Granada

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En aquel tiempo, dice el evangelista que mandó el emperador César Augusto que todas las gentes fuesen a sus tierras a escribirse. Por cuya causa la sagrada Virgen caminó de Nazaret a Betlem a cumplir este mandamiento; donde, cumplidos los nueve meses, parió su Hijo, y, como dice el evangelista, lo envolvió en pañales y recostó en un pesebre, porque no tenía otro más conveniente lugar en aquella posada.

Aquí puedes primeramente considerar el trabajo que la Virgen pasaría en este camino, pues el tiempo era tan contrario al caminar, y ella era tan delicada, y la despensa y provisión para el camino tan pobre. Camina, pues, tú con el espíritu en esta santa romería, y sigue estos pasos piadosos, y sirve en lo que pudieres a estos santos peregrinos, y mira cómo en todo este camino unas veces hablan de Dios, otras van hablando con Dios, unas veces orando, otras dulcemente platicando: y así alternando los ejercicios, vencían el trabajo del caminar.

Pon luego los ojos en la sacratísima Virgen, y mira con qué amor y reverencia abrazaría aquel santo Niño, como lo adoraría, con que devoción lo arrimaría a sus pechos y le daría su leche, y cuáles serían allí las alegrías de su corazón, cuántas las lágrimas de sus ojos, viéndose madre de tal Hijo, viéndose abrazada en tal tesoro, y viéndose finalmente parida sin dolor ni menoscabo de su pureza virginal.

Mira luego con cuánta devoción y compasión lo acostaría en aquel pesebre: donde hallarás maravillosos ejemplos de humildad, pobreza, aspereza y caridad del Hijo de Dios. ¿Qué mayor humildad que nacer en un establo? ¿Qué mayor pobreza que los pañales en que fue envuelto? ¿Qué mayor aspereza que ser en tan tierna edad reclinado en un pesebre? ¿Qué mayor caridad que ponerse a padecer todos éstos trabajos por nuestra causa el Señor de todo lo criado? Y mira como las cosas mas bajas escogió Dios: por do parece que éstas deben ser las mejores, aunque todo el mundo lo contradiga.

También tienes aquí que mirar, demás de aquellas dos resplandecientes lumbres Madre y Hijo, las lágrimas y alegría del santo Josef, los cantares de los ángeles, y particularmente la devoción de los pastores. Y si tú quieres que te quepa alguna parte de esta fiesta como a ellos, trabaja por imitar la simplicidad, la humildad, la pobreza y las vigilias de ellos, y serás visitado de los ángeles y cercado de luz como ellos. No seas doblado, ni malicioso, ni ambicioso: conténtate con las riquezas de la simplicidad, vive según naturaleza, y luego este Niño, amador de simples y de niños, te hará participante de estos misterios.

En cabo de todo esto mira cómo la sacratísima Virgen meditaba y confería todos estos misterios en su corazón, como dice el evangelista, para que por aquí veas cuán alto y cuán divino ejercicio sea la consideración de la vida de Cristo, pues aquella que fue consumadísimo dechado de toda perfección y contemplación, tan a la continua se ejercitaba en él.

La Circuncisión del Señor

Pasados ocho días, dice el evangelista que fue circuncidado el Niño, y le fue puesto por nombre Jesús: el cual nombre fue declarado por el ángel antes que en el vientre fuese concebido.

Acerca de este misterio puedes primeramente considerar el dolor que padecería aquella delicadísima y ternísima carne con este nuevo martirio; el cual era tan grande, especialmente al tercero día, que algunas veces acaecía morir de él. Por donde verás lo que debes a este Señor, que tan temprano comenzó a padecer tan graves dolores y hacer tan dura penitencia por las demasías y torpezas de tus culpas. Y mira como el primer día de su nacimiento derramó lágrimas, y el octavo, sangre: para que veas como no se cansa la caridad de Cristo, y como le va constando el hombre de cada vez más.

Considera también el dolor y lágrimas del santo Josef, que tan tiernamente amaba este Niño, que por ventura fue el ministro de esta circuncisión, y mucho más de su sacratísima Madre, que mucho más le amaba, y mira la diligencia que pondría en arrullar y acallar el Niño, que como verdadero niño, verdadero Dios, lloraba, y con que reverencia recogería aquellas santas reliquias y aquella preciosa sangre, cuyo valor ella tan bien conocía.

Mira también cuán tarde comenzó el Hijo de Dios a predicar, y cuán temprano a padecer, pues a los treinta años comenzó la predicación, y a los ocho días padeció la circuncisión y comenzó a hacer oficio de redentor. Mira cómo aquel esposo de sangre comienza ya a derramar sangre por su esposa la Iglesia. Mira como el segundo Adán, salido del paraíso de las entrañas virginales, comienza ya a saber de bien y de mal, y mira como aquel caudaloso mercader y redentor del linaje humano comienza ya a dar señal de la paga advenidera, derramando ahora esta poquita de sangre en prendas de la mucha que adelante derramará. Por aquí verás con que deseos viene al mundo, pues tan temprano comenzó a dar por el hombre este tesoro. Adora, pues, oh ánima mía, adora y reverencia esta preciosa gota de sangre, en la cual está todo el precio de tu salud, la cual sola bastara para nuestro remedio, si la superabundante misericordia de Dios no quisiera tan superabundantemente satisfacer por nuestras culpas.

Mira también como hoy le ponen por nombre Jesús, que quiere decir Salvador, para que si la señal de pecador te desmayaba, te esfuerce este dulcísimo y eficacísimo nombre de Salvador. Adora, pues, oh ánima mía, abraza y besa ese dulcísimo nombre, más dulce que la miel, más suave que el olio, más medicinable que el bálsamo, y más poderoso que todos los poderes del mundo. Este es el nombre que deseaban los patriarcas, por quien suspiraban los profetas, a quien repetían y cantaban los salmos y todas las generaciones del mundo. Este es el nombre que adoran los ángeles, que temen los demonios, y de quien huyen todos los poderes contrarios, y con cuya invocación se salvan los pecadores.

 

 


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