Santo Tomás de Villanueva Arzobispo: Biografía
22 de Septiembre
Año 1555
Gracias Señor por estos santos tan admirables.
El que ayuda al pobre, presta a Dios,
y Dios le recompensará (Proverbios).
Diez reglas para servir a Dios doc
Explicación de las bienaventuranzas doc
Este inmenso predicador que fue llamado por sus oyentes "el divino Tomás",
nació en España en 1488 y su sobrenombre le vino de la ciudad donde se educó
y creció.
Sus padres no le dejaron riquezas materiales en herencia, pero sí una
herencia mucho más importante: un profundo amor hacia Dios y una gran
caridad hacia los demás.
Hizo sus estudios con gran éxito en la universidad de Alcalá y en 1516 pidió
y obtuvo ser admitido en la comunidad de los padres agustinos, en Salamanca.
En 1518 fue ordenado sacerdote y luego fue profesor de la universidad.
Poseía una inteligencia excepcionalmente lúcida y un criterio muy práctico
para dar opiniones sobre temas difíciles. Pero tuvo que ejercitarse
continuamente para adquirir una buena memoria y luchar mucho para que las
distracciones no le alejaran de los temas que quería tratar.
Sentía una predilección especial por atender a los enfermos y repetía que
cada cama de enfermo es como la zarza ardiente de Moisés, en la cual se
logra encontrar uno con Dios y hablar con Él, pero entre las espinas de
incomodidad que lo rodean.
Fue nombrado Provincial de su comunidad y en 1533 envió a América los
primeros Padres Agustinos que llegaron a México.
Frecuentemente mientras celebraba la Santa Misa o rezaba los Salmos, le
sobrevenían los éxtasis y se olvidaba de todo lo que lo rodeaba y sólo
pensaba en Dios.
En esos momentos el rostro le brillaba intensamente.
Cierto día mientras predicaba fuertemente en Burgos contra el pecado, tomó
en sus manos un crucifijo y levantándolo gritó "¡Pecadores, mírenlo!", y no
pudo decir más, porque se quedó en éxtasis, y así estuvo un cuarto de hora,
mirando hacia el cielo, contemplando lo sobrenatural. Al volver en sí, dijo
a la multitud que estaba maravillada: "Perdonen hermanos por esta
distracción. Trataré de enmendarme".
El emperador Carlos V le había ofrecido el cargo de arzobispo de Granada
pero él nunca lo había aceptado. Entonces un día el emperador le dijo a su
secretario: Escriba: "Arzobispo de Valencia, será el Padre...", y le dictó
el nombre de otro sacerdote de otra comunidad. Cuando fue a firmar el
decreto leyó que el secretario había escrito: "Arzobispo de Valencia, el
Padre Tomás de Villanueva". "¡Pero este no fue el que yo le dicté!", dijo el
emperador. "Perdone, señor" – le respondió el secretario. "Me pareció
haberle oído ese nombre. Pero enseguida lo borraré". "No, no lo borre, dijo
Carlos V, el otro era el que yo pensaba elegir. En cambio este es el que
Dios quiere que sea elegido". Y mandó que lo llamaran para dar el
nombramiento.
Tomás se negó totalmente a obedecer al emperador en esto. El hijo del
gobernante (el futuro Felipe II) le rogó que aceptara, pero tampoco quiso
aceptar. Solamente cuando su superior de comunidad le mandó bajo voto de
obediencia, entonces sí aceptó tan alto cargo.
Llegó a Valencia de noche, en medio de terrible aguacero, acompañado
solamente por un religioso de su comunidad. Pidió hospedaje de caridad en el
convento de los Padres Agustinos, diciendo que le bastaba una estera en el
suelo para dormir (Cuando los frailes descubrieron quién era él se
arrodillaron a pedirle su bendición). Antes de posesionarse del arzobispado
hizo seis días de retiro de oración y penitencia en el convento. Quería
empezar bien preparado para su difícil oficio.
Al posesionarse de su cargo de Arzobispo, los sacerdotes de la ciudad le
obsequiaron 4,000 monedas de plata para hospital diciendo: "los pobres
necesitan esto más que yo. ¿Qué lujos y comodidades puede necesitar un
sencillo fraile y religioso como soy yo?".
Algunos lo criticaban porque usaba una sotana muy vieja y desteñida, y él
respondía: "Lo importante o es una sepultura. Lo importante es embellecer el
alma que nunca se va a morir".
El emperador Carlos V al oírle predicar exclamaba: "Este Monseñor conmueve
hasta las piedras". Y cuando estaba en la ciudad, el emperador nunca faltaba
a los sermones de Monseñor Tomás. Sus sermones producían cambios
impresionantes en los oyentes, y aun hoy día conmueven profundamente a
quienes los leen. La gente decía que Tomás de Villanueva era como un nuevo
apóstol San Pablo, enviado por Dios para transformar a los pecadores.
Lo que más le interesaba era transformar a sus sacerdotes. A los menos
cumplidores se los ganaba de amigos y poco a poco a base de consejos y
peticiones amables los hacía volverse mejores. A uno que no quería cambiar,
lo llamó a su palacio y le dijo: "Yo soy el que tengo la culpa de que usted
o quiera enmendarse. Porque no he hecho penitencias por su conversión, por
eso no ha cambiado". Y quitándose la camisa empezó a darse fuetazos a sí
mismo hasta derramar sangre. El otro se arrodilló llorando y le pidió perdón
y desde ese día mejoró totalmente su conducta.
Dedicaba muchas horas a rezar y a meditar, pero su secretario tenía la orden
de llamarlo tan pronto como alguna persona necesitara consultarle o pedirle
algo. A su palacio arzobispal acudían cada día centenares de pobres a pedir
ayuda, y nadie se iba sin recibir algún mercado o algún dinero. Especial
cuidado tenía el prelado para ayudar a los niños huérfanos. Y en los once
años de su arzobispado no quedó ninguna muchacha pobre de la ciudad que en
el día de su matrimonio no recibiera un buen regalo del arzobispo. A quienes
lo criticaban por dar demasiadas ayudas aun a vagos, les decía: "mi primer
deber es no negar un favor a quien lo necesita, si en mi poder está el
hacerlo. Si abusan de lo que reciben, ellos responderán ante Dios".
A los ricos les insistía continua y fuertemente acerca del deber tan grave
que cada uno tiene de gastar en dar limosnas todo lo que le sobre, es vez de
gastarlo en lujos y cosas inútiles. Decía a la gente: "¿En qué otra cosa
puedes gastar mejor tu dinero que en pagar tus culpas a Dios, haciendo
limosna? Si quieres que Dios oiga tus oraciones, tienes que escuchar la
petición de ayuda que te hacen los pobres. Debes anticiparte a repartir
ayudas a los que no se atreven a pedir".
Algunos le decían que debía ser más fuerte y lanzar maldiciones contra los
que vivían en unión libre. Él respondía: "Hago todo lo que me es posible por
animarlos a que se pongan en paz con Dios y que no vivan más en pecado. Pero
nunca quiero emplear métodos agresivos contra nadie". Si oía hablar de otro
respondía: "Quizás lo que hizo fue malo, pero probablemente sus intenciones
eran buenas".
En septiembre de 1555 sufrió una angina de pecho e inflamación de la
garganta. Mandó repartir entre los pobres todo el dinero que había en su
casa. Hizo que le celebraran la S. Misa en su habitación, y exclamó: "Que
bueno es Nuestro Señor: a cambio de que lo amemos en la tierra, nos regala
su cielo para siempre". Y murió. Tenía 66 años.
cortesía: ewtn.com