Luigi y María Beltrame: Primer matrimonio beatificado
Un
abogado del Estado y una profesora han subido juntos a los altares igual que
lo hiceran a la basílica romana de Santa María Mayor el 25 de noviembre de
1905 para contraer matrimonio. Juan Pablo II ha manifestado su alegría pues,
«por primera vez dos esposos llegan a la meta de la beatificación». Luigi
(1880-1951) y María (1884-1965) Beltrame Quattrochi, originarios de Roma,
fueron un matrimonio feliz.
María era profesora y escritora de temas de educación, comprometida en
varias asociaciones (Acción Católica, Scout, etc.). Luigi fue un brillante
abogado que culminó su carrera siendo vice-abogado general del Estado
italiano. Estuvieron casados durante cincuenta años y tuvieron cuatro hijos:
Filippo (hoy padre Tarcisio), nacido en 1906; Stefania (sor Maria Cecilia),
nacida en 1908 y fallecida en 1993; Cesare (hoy padre Paolino), nacido en
1909; y Enrichetta, la menor, que nació en 1914. Dos de ellos, Filippo y
Cesare, se encontraban entre los sacerdotes que concelebraron la Misa de
beatificación con el Papa. La tercera, Enrichetta, se sentaba entre los
peregrinos que llenaron hasta los topes el templo más grande de la
cristiandad.
El Papa subrayó que la primera beatificación de un matrimonio llega justo
«en el vigésimo aniversario de la exhortación apostólica «Familiaris
Consortio», que puso de manifiesto el papel de la familia, particularmente
amenazado en la sociedad actual». Recién licenciado en Derecho, el joven
siciliano tuvo la suerte de descubrir a una muchacha florentina alegre y
decidida, que no dudaría en ejercer como enfermera voluntaria en la guerra
de Etiopía y en la Segunda Guerra Mundial. Luigi y María eran una familia
acomodada y a la vez generosa, que supo acoger en su casa romana a muchos
refugiados durante el último gran conflicto y organizar grupos de «scouts»
con muchachos de los barrios pobres de Roma durante la postguerra.
Pero eran, sobre todo, una pareja normal -con las aficiones típicas de la
clase media romana desde la política hasta la música-, que se apoyaban el
uno en el otro para sacar adelante a sus cuatro hijos. Por su cargo de
abogado del Estado, Luigi conoció a los grandes políticos de la postguerra
mientras que María fue profesora y escritora. No fundaron ninguna orden
religiosa, ni tuvieron experiencias místicas, pero convirtieron su trabajo
en servicio habitual a los demás y volcaron todo su cariño en la vida
familiar hasta la muerte de Luigi, en 1951 y de María en 1965. La santidad
de ambos creció en pareja pues, de hecho, antes de casarse, Luigi Beltrame
Quattrocchi no vivía su fe cristiana con especial fervor.
La
vocación religiosa prendió, en cambio, muy pronto en sus cuatro hijos, tres
de los cuales viven todavía y acudirán mañana a la ceremonia en la Plaza de
San Pedro. Según Tarsicio, sacerdote diocesano de 95 años, «nuestra vida
familiar era muy normal» mientras que Paolino, padre trapense de 92 años,
recuerda «el ambiente ruidoso y alegre de nuestra casa, sin beaterías o
ñoñerías». Enrichetta, que tiene 87 años y se consagró privadamente a Dios,
asegura que sus padres no discutieron jamás delante de los hijos. «Es lógico
que hayan tenido divergencias, pero nosotros nunca las vimos. Los problemas
los resolvían hablando entre ellos».
El heroismo de la pareja se puso a prueba cuando esperaban a Enrichetta, la
última de sus dos hijas, y los médicos diagnosticaron una complicación
gravísima que aconsejaba abortar. Uno de los mejores ginecólogos de Roma les
dijo que las posibilidades de supervivencia de la madre eran de un 5 por
ciento, pero ambos prefirieron arriesgar. Enrichetta nació en 1914 y
agradece a sus padres «aquel acto de heroismo cristiano».
Los dos nuevos beatos, explicó el Papa durante la homilía de la
beatificación, vivieron «una vida ordinaria de manera extraordinaria».
«Entre las alegrías y las preocupaciones de una familia normal, supieron
realizar una existencia extraordinariamente rica de espiritualidad. En el
centro, la eucaristía diaria, a la que se añadía la devoción filial a la
Virgen María, invocada con el Rosario recitado todas las noches, y la
referencia a sabios consejos espirituales».
«Estos esposos vivieron a la luz del Evangelio y con gran intensidad humana
el amor conyugal y el servicio a la vida --añadió el Santo Padre--.
Asumieron con plena responsabilidad la tarea de colaborar con Dios en la
procreación, dedicándose generosamente a los hijos para educarles, guiarles,
orientales, en el descubrimiento de su designio de amor».
En la historia hay otros casos de santidad de matrimonios reconocidos
oficialmente por la Iglesia. Es la primera vez, sin embargo, que la
ceremonia de beatificación se realiza de manera conjunta. La beatificación
se convirtió en el momento culminante de la fiesta de la familia que ha
organizado este fin de semana la Iglesia católica en Italia, al cumplirse
los veinte años de la publicación de la exhortación apostólica «Familiaris
Consortio», el documento sobre la vida matrimonial más importante escrito
por Juan Pablo II. En la tarde del sábado anterior, 50 mil personas se
habían congregado en la plaza de San Pedro para participar con el obispo de
Roma en un encuentro de fiesta, oración y testimonio. El pontífice pidió en
esa circunstancia «un decidido salto de calidad en la programación de las
políticas sociales» a favor de la familia y volvió a recordar que la familia
no puede ser equiparada a otro tipo de formas de convivencia.
La fiesta, sin embargo, quedó algo estropeada por una torrencial lluvia que
azotó la plaza de San Pedro con ráfagas violentas. Por este motivo, a última
hora, se decidió celebrar la misa en la Basílica del Vaticano. La fachada de
Maderno reservó en esos momentos un espectáculo único: miles de peregrinos,
que se resguardaban del aluvión tratándose de cubrir con sillas, entraron en
masa mojados hasta los topes en la gran basílica. Al final de la
celebración, antes de presidir la oración mariana del «Angelus», Juan Pablo
II condenó con palabras durísimas la violencia que ha tenido lugar estos
tres últimos días en Belén y presentó a la familia como un signo de
esperanza en este mundo atenazado por el miedo a los atentados y la
violencia. «La familia, de hecho --dijo--, anuncia el Evangelio de la
esperanza con su misma constitución, pues se funda sobre la recíproca
confianza y sobre la fe en la Providencia. La familia anuncia la esperanza,
pues es el lugar en el que brota y crece la vida, en el ejercicio generoso y
responsable de la paternidad