REGLA DE SAN BENITO CAPÍTULO VII: LOS DOCE GRADOS DE LA HUMILDAD
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Vea también de San Bernardo:
Los grados de humildad y orgullo
para sus monjes, será muy útil que todo
cristiano confronte su manera de pensar
con la del santo.
Jesús mismo se presenta como manso y humilde de corazón
para que
aprendamos de él.
Aquí se ofrecen sugerencias concretas para imitarlo.
¿Cuáles cree que puede aplicar en su vida? ¿Todas?
Quizás será muy útil ver también los grados de orgullo de San Bernardo.
De la Regla de San Benito Cap. 7:
1 Clama, hermanos, la divina Escritura diciéndonos: "Todo el que se
ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado". 2 Al decir
esto nos muestra que toda exaltación es una forma de soberbia. 3 El
Profeta indica que se guarda de ella diciendo: "Señor, ni mi corazón fue
ambicioso ni mis ojos altaneros; no anduve buscando grandezas ni
maravillas superiores a mí." 4 Pero ¿qué sucederá? "Si no he tenido
sentimientos humildes, y si mi alma se ha envanecido, Tú tratarás mi
alma como a un niño que es apartado del pecho de su madre".
5 Por eso, hermanos, si queremos alcanzar la cumbre de la más alta
humildad, si queremos llegar rápidamente a aquella exaltación celestial
a la que se sube por la humildad de la vida presente, 6 tenemos que
levantar con nuestros actos ascendentes la escala que se le apareció en
sueños a Jacob, en la cual veía ángeles que subían y bajaban. 7 Sin duda
alguna, aquel bajar y subir no significa otra cosa sino que por la
exaltación se baja y por la humildad se sube. 8 Ahora bien, la escala
misma así levantada es nuestra vida en el mundo, a la que el Señor
levanta hasta el cielo cuando el corazón se humilla. 9 Decimos, en
efecto, que los dos lados de esta escala son nuestro cuerpo y nuestra
alma, y en esos dos lados la vocación divina ha puesto los diversos
escalones de humildad y de disciplina por los que debemos subir.
10 Así, pues, el primer grado de
humildad consiste en que uno tenga siempre delante de los ojos el
temor de Dios, y nunca lo olvide. 11 Recuerde, pues, continuamente todo
lo que Dios ha mandado, y medite sin cesar en su alma cómo el infierno
abrasa, a causa de sus pecados, a aquellos que desprecian a Dios, y cómo
la vida eterna está preparada para los que temen a Dios. 12 Guárdese a
toda hora de pecados y vicios, esto es, los de los pensamientos, de la
lengua, de las manos, de los pies y de la voluntad propia, y apresúrese
a cortar los deseos de la carne. 13 Piense el hombre que Dios lo mira
siempre desde el cielo, y que en todo lugar, la mirada de la divinidad
ve sus obras, y que a toda hora los ángeles se las anuncian.
14 Esto es lo que nos muestra el Profeta cuando declara que Dios está
siempre presente a nuestros pensamientos diciendo: "Dios escudriña los
corazones y los riñones". 15 Y también: "El Señor conoce los
pensamientos de los hombres", 16 y dice de nuevo: "Conociste de lejos
mis pensamientos". 17 Y: "El pensamiento del hombre te será manifiesto".
18 Y para que el hermano virtuoso esté en guardia contra sus
pensamientos perversos, diga siempre en su corazón: "Solamente seré puro
en tu presencia si me mantuviere alerta contra mi iniquidad".
19 En cuanto a la voluntad propia, la Escritura nos prohíbe hacerla
cuando dice: "Apártate de tus voluntades". 20 Además pedimos a Dios en
la Oración que se haga en nosotros su voluntad. 21 Justamente, pues, se
nos enseña a no hacer nuestra voluntad cuidándonos de lo que la
Escritura nos advierte: "Hay caminos que parecen rectos a los hombres,
pero su término se hunde en lo profundo del infierno", 22 y temiendo
también, lo que se dice de los negligentes: "Se han corrompido y se han
hecho abominables en sus deseos".
23 En cuanto a los deseos de la carne, creamos que Dios está siempre
presente, pues el Profeta dice al Señor: "Ante ti están todos mis
deseos".
24 Debemos, pues, cuidarnos del mal deseo, porque la muerte está
apostada a la entrada del deleite. 25 Por eso la Escritura nos da este
precepto: "No vayas en pos de tus concupiscencias".
26 Luego, si "los ojos del Señor vigilan a buenos y malos", 27 y "el
Señor mira siempre desde el cielo a los hijos de los hombres, para ver
si hay alguno inteligente y que busque a Dios", 28 y si los ángeles que
nos están asignados, anuncian día y noche nuestras obras al Señor, 29
hay que estar atentos, hermanos, en todo tiempo, como dice el Profeta en
el salmo, no sea que Dios nos mire en algún momento y vea que nos hemos
inclinado al mal y nos hemos hecho inútiles, 30 y perdonándonos en esta
vida, porque es piadoso y espera que nos convirtamos, nos diga en la
vida futura: "Esto hiciste y callé".
31 El segundo grado de humildad
consiste en que uno no ame su propia voluntad, ni se complazca en hacer
sus gustos, 32 sino que imite con hechos al Señor que dice: "No vine a
hacer mi voluntad sino la de Aquel que me envió". 33 Dice también la
Escritura: "La voluntad tiene su pena, y la necesidad engendra la
corona." 34 El tercer grado de
humildad consiste en que uno, por amor de Dios, se someta al
superior en cualquier obediencia, imitando al Señor de quien dice el
Apóstol: "Se hizo obediente hasta la muerte".
35 El cuarto grado de humildad
consiste en que, en la misma obediencia, así se impongan cosas duras y
molestas o se reciba cualquier injuria, uno se abrace con la paciencia y
calle en su interior, 36 y soportándolo todo, no se canse ni desista,
pues dice la Escritura: "El que perseverare hasta el fin se salvará", 37
y también: "Confórtese tu corazón y soporta al Señor". 38 Y para mostrar
que el fiel debe sufrir por el Señor todas las cosas, aun las más
adversas, dice en la persona de los que sufren: "Por ti soportamos la
muerte cada día; nos consideran como ovejas de matadero". 39 Pero
seguros de la recompensa divina que esperan, prosiguen gozosos diciendo:
"Pero en todo esto triunfamos por Aquel que nos amó". 40 La Escritura
dice también en otro lugar: "Nos probaste, ¡oh Dios! nos purificaste con
el fuego como se purifica la plata; nos hiciste caer en el lazo;
acumulaste tribulaciones sobre nuestra espalda". 41 Y para mostrar que
debemos estar bajo un superior prosigue diciendo: "Pusiste hombres sobre
nuestras cabezas". 42 En las adversidades e injurias cumplen con
paciencia el precepto del Señor, y a quien les golpea una mejilla, le
ofrecen la otra; a quien les quita la túnica le dejan el manto, y si los
obligan a andar una milla, van dos; 43 con el apóstol Pablo soportan a
los falsos hermanos, y bendicen a los que los maldicen.
44 El quinto grado de humildad
consiste en que uno no le oculte a su abad todos los malos pensamientos
que llegan a su corazón y las malas acciones cometidas en secreto, sino
que los confiese humildemente. 45 La Escritura nos exhorta a hacer esto
diciendo: "Revela al Señor tu camino y espera en Él". 46 Y también dice:
"Confiesen al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia".
47 Y otra vez el Profeta: "Te manifesté mi delito y no oculté mi
injusticia. 48 Dije: confesaré mis culpas al Señor contra mí mismo, y Tú
perdonaste la impiedad de mi corazón".
49 El sexto grado de humildad
consiste en que el monje esté contento con todo lo que es vil y
despreciable, y que juzgándose obrero malo e indigno para todo lo que se
le mande, 50 se diga a sí mismo con el Profeta: "Fui reducido a la nada
y nada supe; yo era como un jumento en tu presencia, pero siempre estaré
contigo".
51 El séptimo grado de humildad
consiste en que uno no sólo diga con la lengua que es el inferior y el
más vil de todos, sino que también lo crea con el más profundo
sentimiento del corazón, 52 humillándose y diciendo con el Profeta: "Soy
un gusano y no un hombre, oprobio de los hombres y desecho de la plebe.
53 He sido ensalzado y luego humillado y confundido". 54 Y también: "Es
bueno para mí que me hayas humillado, para que aprenda tus
mandamientos".
55 El octavo grado de humildad
consiste en que el monje no haga nada sino lo que la Regla del
monasterio o el ejemplo de los mayores le indica que debe hacer.
56 El noveno grado de humildad
consiste en que el monje no permita a su lengua que hable. Guarde, pues,
silencio y no hable hasta ser preguntado, 57 porque la Escritura enseña
que "en el mucho hablar no se evita el pecado". 58 y que "el hombre que
mucho habla no anda rectamente en la tierra".
59 El décimo grado de humildad
consiste en que uno no se ría fácil y prontamente, porque está escrito:
"El necio en la risa levanta su voz".
60 El undécimo grado de humildad
consiste en que el monje, cuando hable, lo haga con dulzura y sin reír,
con humildad y con gravedad, diciendo pocas y juiciosas palabras, y sin
levantar la voz, 61 pues está escrito: "Se reconoce al sabio por sus
pocas palabras".
62 El duodécimo grado de humildad
consiste en que el monje no sólo tenga humildad en su corazón, sino que
la demuestre siempre a cuantos lo vean aun con su propio cuerpo, 63 es
decir, que en la Obra de Dios, en el oratorio, en el monasterio, en el
huerto, en el camino, en el campo, o en cualquier lugar, ya esté sentado
o andando o parado, esté siempre con la cabeza inclinada y la mirada
fija en tierra, 64 y creyéndose en todo momento reo por sus pecados, se
vea ya en el tremendo juicio. 65 Y diga siempre en su corazón lo que
decía aquel publicano del Evangelio con los ojos fijos en la tierra:
"Señor, no soy digno yo, pecador, de levantar mis ojos al cielo". 66 Y
también con el Profeta: "He sido profundamente encorvado y humillado".
67 Cuando el monje haya subido estos grados de humildad, llegará pronto
a aquel amor de Dios que "siendo perfecto excluye todo temor", 68 en
virtud del cual lo que antes observaba no sin temor, empezará a
cumplirlo como naturalmente, como por costumbre, 69 y no ya por temor
del infierno sino por amor a Cristo, por el mismo hábito bueno y por el
atractivo de las virtudes. 70 Todo lo cual el Señor se dignará
manifestar por el Espíritu Santo en su obrero, cuando ya esté limpio de
vicios y pecados.
Notas del Capítulo VII
1. Lc
10. Sal 35,2; cf. Sal 100,3.
13. Sal 13,2.
14. Sal 7,10.
15. Sal 93,11.
16. Sal 138,3.
17. Sal 75,11.
18. Sal 17,24.
19. Eclo 18,30.
20. Cf. Mt 6,10.
21. Prov 16,25; cf. Prov 14,12; Mt 18,6.
22. Sal 13,1.
23. Sal 37,10.
25. Eclo 18,30.
26. Prov 15,3.
27. Sal 13,2.
29. Cf. Sal 13,3.
30. Sal 49,21; Eclo 2,3.
34. Fil 2,8.
36. Mt 10,22.
37. Sal 26,14.
38. Sal 43,22; Rom 8,36.
39. Rom 8,37.
40. Sal 65,10-11.
41. Sal 65,12a.
42. Cf. Mt 5,39-41; Lc 6,29.
43. Cf. 2 Cor 11,26; cf. 1 Cor 4,12; Lc 6,28.
45. Sal 36,5.
46. Sal 105,1; 117,1.
47-48. Sal 31,5.
49. Cf. Lc 17,10.
50. Sal 72,22-23.
52. Sal 21,7.
53. Sal 87,16.
54. Sal 118,71.73.
57. Prov 10,19.
58. Sal 139, 12.
59. Eclo 21,23.
65. Lc 18,13; Mt 8,8.
66. Sal 37,7-9; 118,107.
67. 1 Jn 4,18.