VOCACIÓN del MATRIMONIO
La vocación
Encuentro y donación humana
Donación de sí y matrimonio
Ilustración y cultura de muerte
Notas
La Vocación
La vocación a la vida cristiana se hace concreta en diferentes estados y
condiciones de vida. Podemos encontrar una primera gran distinción en la
forma de vivir la vida cristiana, ya en el celibato[26] ya en el matrimonio.
En torno a esto ha habido muchos errores, que hoy felizmente se van
superando entre personas maduras en la fe. Sin embargo, no parece que se
esté libre de que los antiguos disparates se reaviven o surjan otros
nuevos[27]. Precisamente el secularismo y el consumismo, y más aún una
visión erotizada de la existencia presentan en no pocos ambientes una casi
compulsividad societal hacia el matrimonio o hacia sus inaceptables
sustitutos como son uniones extra-maritales, el llamado «amor» libre, la
poligamia u otras deformaciones que desconocen la gran dignidad del
matrimonio[28]. No seguir tales caminos suele convertir a la persona que así
procede en blanco de censuras. Y es que una de las trágicas características
de la cultura de muerte, lamentablemente predominante, es la erotización
extrema de la vida.
Por lo demás, dando testimonio de su opción radical por el ser humano y por
su dignidad, fruto de su adhesión a la verdad, la Iglesia que peregrina
tiene una recta visión de la sexualidad humana según el divino designio. Y
es en ese sentido que ayer como hoy ha valorado muy en alto la castidad[29]
así como el celibato por el Reino[30], y también, sin duda, lo seguirá
haciendo en el tiempo por venir, dada la naturaleza de tan alto don[31]. En
igual sentido es la Iglesia, maestra de humanidad, la que valora y defiende
la gran dignidad del matrimonio y de la familia[32]. Precisamente, ante todo
ello cabe reiterar con toda claridad que una forma como la otra son caminos
legítimos y muy necesarios para que los hijos de la Iglesia puedan cumplir
el designio de Dios en esta terrena peregrinación, según el llamado personal
de cada cual. Estas dos realidades, el sacramento del matrimonio y el
celibato por el Reino de Dios, vienen del Señor mismo. Es Él quien les da
sentido y quien concede, a quien en cada caso llama, la gracia indispensable
para vivir en ese estado conforme a su designio[33]. Escribiendo a los
Corintios, precisamente sobre estos temas del matrimonio y el celibato por
el Reino, San Pablo enseña: «cada uno ha recibido de Dios su propio don:
unos de un modo y otros de otro»[34] Así pues, la estima del celibato por el
Reino[35] y la estima por el sentido cristiano del matrimonio son
inseparables para el hijo del la Iglesia[36]. A tal punto es esto verdad que
denigrar uno es afectar seriamente a ambos, y valorar uno es también
apreciar al otro. Cada cual es camino adecuado para quien ha sido llamado a
él. Es pues asunto de vocación[37] divina.
Hay personas llamadas por Dios a consagrarse por entero a un valor que se
les presenta como fundamental y que conlleva una entrega de tal grado que
exige una disponibilidad plena en todo momento. Es una opción por una mayor
libertad e independencia para poder cumplir con la sublime misión de
servicio evangelizador que se experimenta como decisiva para cumplir con el
divino designio y alcanzar así la realización personal. Las características
de vida del Señor Jesús se presentan con una gran fuerza para quien como Él
acepta libremente responder, amorosa y obediencialmente, al Plan divino y
asumir las condiciones que un seguimiento de plena disponibilidad implica.
El celibato queda definido por la libre respuesta a la gracia del llamado de
seguir así al Señor Jesús, tornando disponible, a la persona que a él
responde, a una dedicación exclusiva a las responsabilidades y tareas que el
designio divino ponga delante de sí. Así, celibato y libre disponibilidad
para el servicio y el apostolado son conceptos vinculados muy cercanamente.
Las formas concretas que asume esta plena disponibilidad por el Reino son
diversas en la Iglesia[38].
Una concreción muy especial de la castidad perfecta por el Reino es la que
han de asumir los clérigos que se obligan a guardar el celibato perpetuo.
Esta continencia perfecta y perpetua por amor del Reino está vinculada en la
Iglesia latina en forma especial al sacerdocio, por graves razones que se
fundamentan en el misterio del Señor Jesús y en su misión. Al ponderar el
celibato eclesiástico, el Concilio Vaticano II señala que éste «está en
múltiple armonía con el sacerdocio. Efectivamente, la misión del sacerdote
está integralmente consagrada al servicio de la nueva humanidad, que Cristo,
vencedor de la muerte, suscita por su Espíritu en el mundo, y que trae su
origen no de las sangres, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad
del varón, sino de Dios (Jn 1,13)»[39].
Encuentro y donación humana
Así pues, se ve muy claro cómo se hace concreto aquel hermoso pasaje del
Concilio Vaticano II que tanto nos dice sobre la realidad de los dinamismos
profundos del ser humano como orientados al horizonte comunitario: «Más aún,
el Señor Jesús, cuando le pide al Padre que todos sean uno..., como también
nosotros somos uno[40], ofreciendo perspectivas inaccesibles a la razón
humana, sugiere cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la
unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza
muestra que el ser humano, que es la única criatura en la tierra a la que
Dios ha amado por sí misma, no puede encontrarse plenamente sino en la
sincera donación de sí mismo»[41]. Esta condición se encuentra firmemente
arraigada en lo profundo de la naturaleza humana. Estamos aquí ante una de
las verdades fundamentales de la antropología cristiana, una verdad
sólidamente teológica. El ser humano es una creatura abierta hacia el
encuentro. Desde su realidad fondal está impulsado al encuentro con Dios y
con los demás seres humanos. Esta es una realidad óntico estructural que se
manifiesta en múltiples formas. Lo fundamental es que el ser humano no está
hecho para encerrarse en sí mismo en un individualismo[42] fatal. Tal
individualismo es una anomalía. Sus dinamismos orientados al encuentro hacen
que la persona, que está invitada estructuralmente a la auto-posesión, se
posea cada vez más en la medida en que desenvuelve su acción en la dirección
a la que apunta su ser más profundo, esto es en la apertura al encuentro con
Dios Amor, y desde ese compromiso interior al encuentro con los hermanos.
Así, tenemos que el ser humano es menos persona y se posee menos cuando se
cierra en forma egoísta sobre sí que cuando se abre al encuentro con otros
seres humanos, en un dinamismo que sigue el impulso análogo a la aspiración
del encuentro definitivo con el Tú divino.
La donación de sí por el amor y el servicio, de la que es capaz el ser
humano y que lleva a la comunión de las personas, en unos casos pide un tú
específico al que se dirija la entrega personal y ser acogida por este tú
específico; en otros casos, esta donación personal está dirigida hacia
numerosas personas y pide ser acogida por ellas[43]. Esto nos pone ante un
universo relacional que nace de la estructura fundamental del ser humano y
que conduce a la comunión de personas.
Donación de sí y matrimonio
La modalidad de la donación de sí en el matrimonio responde a este
dinamismo. Yendo más allá de un mero aglomeramiento de dos
individualidades[44], el matrimonio es un proceso íntimo de integración
personal en el amor mutuo de los cónyuges. Se trata de un tipo especial de
amistad entre el hombre y la mujer que se donan recíprocamente el uno al
otro con la explícita intención de hacer permanente esa donación y se ponen
uno a disposición del otro en respeto profundo, reconocimiento de lo
singular e individualmente valioso del tú al que se donan, y lo expresan en
una concreción espiritual y corporal construyendo un nosotros de amor como
pareja, conformada por un hombre y una mujer abiertos a traer nuevas
personas al mundo como fruto concreto de su amor.
Esta realidad del matrimonio, que como tal responde al designio divino desde
la primera unión[45], está, también por ese mismo designio, consagrado por
su condición de sacramento, y es, como lo enseña LeónXIII, «en cuanto
concierne a la sustancia y santidad del vínculo, un acto esencialmente
sagrado y religioso[46]. El dinamismo santificador del sacramento del
matrimonio llega al esposo y a la esposa en su experiencia de donación y
entrega en el amor y el servicio, experimentando la fuerza del amor divino
que los mueve a acercarse más y más al Señor, así como entre sí, madurando
como personas, poseyéndose cada vez más, siendo cada vez más libres y
creciendo en el amor a Dios y entre sí, y sobreabundando en amor hacia sus
hijos, tornándose la familia un cenáculo de amor. Un santuario de la vida y
de los rostros del amor humano que en él se viven[47], en el que en la
medida de la fidelidad cristiana de los esposos y la vida en el Señor de los
hijos, se sienten impulsados los miembros de la familia al anuncio de la
Buena Nueva que viven en el hogar. Obviamente esto sucede en la medida en
que se acepta la gracia amorosa que el Espíritu derrama en los corazones y
se ponen los medios correspondientes para cooperar con el designio divino.
No pocas veces el ideal descrito, sin embargo, no es alcanzado, pues las
personas que no avanzan por el camino de su felicidad no llegan a comprender
que la vocación matrimonial es un camino de vida cristiana que lleva anejas
todas las exigencias que el seguimiento del Señor Jesús implica.
Santo Domingo lo dice muy hermosamente: «Jesucristo es la Nueva Alianza, en
Él el matrimonio adquiere su verdadera dimensión. Por su Encarnación y por
su vida en familia con María y José en el hogar de Nazaret se constituye en
modelo de toda familia. El amor de los esposos por Cristo llega a ser como
Él: total, exclusivo, fiel y fecundo. A partir de Cristo y por su voluntad,
proclamada por el Apóstol, el matrimonio no sólo vuelve a la perfección
primera sino que se enriquece con nuevos contenidos[48]. El matrimonio
cristiano es un sacramento en el que el amor humano es santificante y
comunica la vida divina por la obra de Cristo, un sacramento en el que los
esposos significan y realizan el amor de Cristo y de su Iglesia, amor que
pasa por el camino de la cruz, de las limitaciones, del perdón y de los
defectos para llegar al gozo de la resurrección[49].
Así pues, el matrimonio cristiano es un ideal muy hermoso en el que el mismo
amor del esposo y la esposa, puesto ante todos de manifiesto en la alianza
sacramental, expresa como público símbolo el amor de un hombre y una mujer
que han aceptado el Plan divino, tornándose testimonio de la presencia
pascual del Señor[50], y que se comprometen establemente a donarse a sí
mismos y constituir una comunidad de amor, una Iglesia doméstica en la que
se forja una parte irremplazable del destino de la humanidad y en la que se
concreta una nueva frontera del proceso de la Nueva Evangelización[51].
A Dios gracias, hay familias que, como dice el Documento de Santo Domingo,
«se esfuerzan y viven llenas de esperanza y con fidelidad el proyecto de
Dios Creador y Redentor, la fidelidad, la apertura a la vida, la educación
cristiana de los hijos y el compromiso con la Iglesia y con el mundo[52].
Pero lamentablemente son también muchos, demasiados, los que desconocen «que
el matrimonio y la familia son un proyecto de Dios, que invita al hombre y
la mujer creados por amor a realizar su proyecto de amor en fidelidad hasta
la muerte, debido al secularismo reinante, a la inmadurez psicológica y a
causas socio-económicas y políticas, que llevan a quebrantar los valores
morales y éticos de la misma familia. Dando como resultado la dolorosa
realidad de familias incompletas, parejas en situación irregular y el
creciente matrimonio civil sin celebración sacramental y uniones
consensuales[53].
Ilustración y cultura de
muerte
En verdad estas situaciones de carácter negativo que amenazan al matrimonio
y a la familia, no sólo como casos aislados y como defectos de las personas
en ellos involucradas sino como un fenómeno cultural concretado en lo que
conocemos como cultura de muerte[54], parecen tener su origen en la
Ilustración. Al menos ya a mediados del siglo XVIII se percibe una muy grave
inquietud por el fenómeno que está ocurriendo. Así se expresaba ya el Papa
Benedicto XIV[55] en la encíclica Matrimonii, en el primer año de su
pontificado: «Los hechos que se nos refieren atestiguan el menosprecio en
que se tiene al matrimonio... Por lo cual no existen lágrimas ni palabras
aptas para expresaros toda Nuestra preocupación, y el dolor tan acerbo de
Nuestro espíritu de Pontífice»[56]. No vamos a abundar en la historia de
cómo la Ilustración y el proceso naturalista, racionalista y subjetivista
que la acompaña van afectando socio-culturalmente al matrimonio y a la
familia. Seguir los documentos pontificios puede dar una idea bastante
aproximada de la extensión y malignidad de ese proceso. Baste en esta
ocasión señalar su existencia y apuntar que el problema de hoy hunde sus
raíces en un proceso de pérdida de identidad de no pocos hijos de la
Iglesia. Precisamente de allí la inmensa trascendencia de la Nueva
Evangelización que se nos presenta hoy como horizonte.
NOTAS
[26] Es muy importante distinguir el celibato o
virginidad por el Reino de la simple situación de no casado, soltero (ver p.
ej. Mulieris dignitatem 20g; Catecismo de la Iglesia Católica 1618ss. y
1658; Carta a las familias 18f).
[27] Los Padres en Santo Domingo ubican el tema
del matrimonio y la familia en el campo de promoción humana, considerándolo
un desafío de especial urgencia, precisamente por los graves problemas que
hoy amenazan a esa célula base de la vida social y venerable institución
querida por Dios desde el principio.
[28] Ver Gaudium et spes 47b.
[29] Todos los hijos de la Iglesia están llamados
a una vida casta, cada uno según su estado de vida. Existe castidad para los
no casados, así como existe otra, diversa, para quienes viven el estado
matrimonial. Esta última implica la unión conyugal según los sagrados fines
y características cristianas del matrimonio. Ver Catecismo de la Iglesia
Católica 2348-2350.
[30] Puede verse algunos ejemplos: Mt 19,11ss.;
1Cor 7,25ss. y 38-40; Concilio de Trento, c. 10, sesión XXIV; Sacra
virginitas; Lumen gentium 42c; Presbyterorum ordinis 16; Perfectae caritatis
12a; Optatam totius 10a; Evangelica testificatio 13-15; Novo incipiente 8-9;
Redemptoris Mater 43c; Redemptoris missio 70; Mulieris dignitatem 20s.;
Redemptionis donum 11; Medellín 11,21; 12,4; 13,12; Puebla 294; 692; 749;
Santo Domingo 85ss.; Catecismo de la Iglesia Católica 915; 922; 2053; 2349.
[31] Ver el comentario del Papa Juan Pablo II a
Mt 19,10, en el que menciona cómo el Señor Jesús «aprovecha la ocasión para
afirmar el valor de la opción de no casarse en vistas del Reino de Dios»
(Carta a las familias 18f).
[32] Son numerosísimos los pronunciamientos del
Magisterio sobre el matrimonio y la familia. Entre ellos están: de Pío XI,
la encíclica Casti connubii; del Papa Pío XII, la serie de mensajes
conocidos como Familia y sociedad (20/9/49), Familia humana (1951: 18/9,
29/10, 27/11), Familias numerosas (20/1/58), Mensaje al Congreso Mundial de
la Familia (10/6/58); de S.S. Juan XXIII, Santidad del matrimonio
(25/10/60); Gaudium et spes, segunda parte, cap. 1 (47ss.); de S.S. Pablo
VI, Dignidad de la familia a la luz de la fe cristiana (20/6/73), El
programa de los esposos cristianos (13/4/75); de S.S. Juan Pablo I, La
familia cristiana (21/9/78); de S.S. Juan Pablo II, Familiaris consortio y
Carta a las familias. También Medellín, Puebla y Santo Domingo traen
valiosas referencias a estos temas.
[33] Ver Mt 19,3-12.
[34] 1Cor 7,7b.
[35] Es importante señalar acentuadamente que la
vocación a la castidad perfecta por el Reino implica, como enseña el Papa
Pío XII, «que Dios comunique desde arriba su don», y el libre ejercicio de
la libertad (Sacra virginitas III, a).
[36] Ver Catecismo de la Iglesia Católica 1620.
[37] Cabe precisar que vocación proviene del
latín vocatio, vocationis, que significa "acción de llamar", llamar.
[38] En el Código de Derecho Canónico se pueden
ver enumeradas las principales manifestaciones concretas que asume este
desarrollo de la gracia bautismal en el celibato por el Reino de los Cielos.
Ver Libro II, Parte III; también ver el c. 277 <185 1.
[39] Presbyterorum ordinis 16b. Ver también p.ej.
S.S. Pío XI, Ad catholici sacerdotii; S.S. Pablo VI, Sacerdotalis
caelibatus; S.S. Juan Pablo II, Redemptor hominis 21d; Pastores dabo vobis
44; Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis 48; Congregación para el
Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros 57-60.
[40] Jn 17,21-22.
[41] Gaudium et spes 24c.
[42] Ver Carta a las familias 14e.
[43] Para este pasaje me he inspirado en las
reflexiones del Cardenal Karol Wojtyla, tomadas de Person and Community.
Selected Essays, Peter Lang, Nueva York 1993, p. 322.
[44] Ver el radiomensaje del Papa Pío XII, Unión
de familias, 17/6/45.
[45] P. ej., Santo Domingo recuerda que tanto el
matrimonio como la familia «en el proyecto original de Dios son
instituciones de origen divino y no productos de la voluntad humana» (Santo
Domingo 211).
[46] » Ci siamo, Carta sobre el matrimonio civil
en el Piamonte (Italia).
[47] En Puebla (583), en relación a la familia,
se habla de cuatro rostros del amor humano que las familias cristianas han
de vivir. La nupcialidad, la paternidad y maternidad, la filiación y la
hermandad serían esas experiencias fundamentales, análogas a las
experiencias de amor del Señor Jesús por su Iglesia, de Dios como Padre, de
«hijos en, con y por el Hijo», y de Cristo Jesús como hermano.
[48] Ver Ef 5,25-33.
[49] » Santo Domingo 213. Ver también Puebla 585.
[50] Ver Puebla 583.
[51] Ver Santo Domingo 210a. Ver también S.S.
Juan Pablo II, Discurso Inaugural en Santo Domingo 18; y Familiaris
consortio 86e.
[52] » Santo Domingo 214. Ver también Puebla 579.
[53] » Santo Domingo 217. Ver también Puebla
571-578; 94; Medellín 3,1ss.
[54] Si bien el término «cultura de muerte» es ya
de uso común e incluso personalmente lo utilizo con frecuencia, cabe señalar
sin embargo que estrictamente hablando el sentido neutro de «cultura» se
suele inclinar hacia lo positivo y, como es evidente, una cultura calificada
por muerte tiene un enfoque contrario. Esta reflexión ha surgido al leer en
el Documento de Santo Domingo (219c) la expresión «anticultura de la
muerte», que refleja el sentido negativo y anticivilizado de lo que
usualmente llamamos «cultura de muerte». En su Carta a las familias (13i),
el Papa Juan Pablo II utiliza un término análogo: «anticivilización».
[55] Nacido en Bolonia en 1675, fue elegido Papa
en 1740 hasta 1758, fecha de su tránsito.
[56] Matrimonii, 11 de abril de 1741. Y esto
ocurría buen tiempo antes de Freud y del subsecuente proceso de erotización
de la cultura que hoy se sufre.