El Itinerario del Ser (Resumen histórico)
Autor:
Lluís Pifarré,
Catedrático de Filosofía de I.E.S.
Capítulo
17: XV.- Consideraciones sobre el "Actus
essendi"
En el desarrollo de estas
reflexiones finales vamos a comentar algunas de
las cuestiones centrales de la filosofía
inspirada en el actus essendi de acuerdo con las
investigaciones realizadas hasta el resente en
este campo, con el objeto de poner nuevamente de
relieve la inagotable fecundidad que posee la
noción del acto de ser, cuyo redescubrimiento ha
aportado nuevas e iluminadoras luces de
incalculable potencialidad para la filosofía
actual como la del futuro.
Recordemos que
en Aristóteles la sustancia está constituida por
el par materia-forma (hyle-morfé) La materia
como elemento indeterminado está en potencia
respecto de la forma para que ésta la actualice
y le de su configuración. La forma es, entonces,
el acto de la materia indeterminada, a la que
determina y perfecciona, forjando junto con ella
a la sustancia. La forma hace que el ente sea lo
que él es, dándole una estructura inteligible y
específica. En su acto de forma no necesita ser
puesta por otra forma, ya que la forma es lo
supremo y la raíz última del ente. El ser del
ente indica lo que el ente es, a saber, su
esencia o lo que hace que el ente sea tal o cual
ente específico.
La filosofía tomista
asume este planteamiento aristotélico, pero no
se encierra en el, sino que lo desborda, al
discernir en el corazón de lo real la presencia
de otro principio constitutivo del ente,
principio que designa con el infinitivo del
verbo ser: el esse. En la precisión
terminológica actual, ens (ente) significa esse
habens: lo que tiene ser; que se deriva como
participio activo del verbo esse (ser) El ente
está siendo en virtud del mismo ser que ejerce,
distinguiéndose, por tanto, lo que la cosa es y
el acto de ser que le hace ser un ente. El acto
de ser por el cual el ente es, debe incluir ese
otro acto formal que le hace ser un ente
determinado, pues aunque las formas son actos no
todos los actos son formas.
Si merced a
la forma el ente es lo que es, merced al esse,
el ente es y existe. A partir de ese enfoque,
aunque la forma siga siendo la causa formal de
la esencia del ente al hacer que lo real sea lo
que es, no obstante ya no es la raíz última de
lo real, pues lo que constituye al ente en su
misma entidad es ahora el esse. La forma sigue
siendo el acto que actualiza a la materia, pero
ya no es el acto supremo del ente, pues más allá
de la forma y en otro orden, el acto de ser
(actus essendi) actualiza el ente y le otorga su
misma realidad de ser. Supremas en su orden, las
formas sustanciales siguen siendo acto primero
de sus sustancias, pero aunque no haya forma de
la forma, si hay un acto de la forma, puesto que
la forma es un acto de tal naturaleza que
permanece en potencia para otro acto, a saber,
el acto de ser. El ser es, por tanto, el acto
último del que todas las cosas pueden
participar, aunque él no participe de nada, es
la actualidad de todos los actos y la perfección
de todas las perfecciones. Esta distinción puede
considerarse como el acontecimiento más notable
desde la finalización de la filosofía
griega.
En el ente se dan así, dos órdenes de
actualidad. El primero es el de la forma, que al
actualizar a la materia hace que el ente sea tal
o cual ente y posea una esencia específica. El
segundo es el del esse, que al actualizar y
constituir a la esencia, hace que el ente sea.
La función de la forma es el de determinar a una
sustancia susceptible del acto de ser, el esse
es un acto de naturaleza distinta al de la
forma, ésta tiene un carácter únicamente
esencial al hacer que el ente sea lo que es; el
acto de ser tiene un carácter constitutivo, ya
que gracias a él, el ente es y existe. Para
Aristóteles lo real era la esencia compuesta de
materia y forma, que constituyen todo lo que se
puede decir del ente, y en este sentido la
esencia absorbía ontológicamente lo real, al ser
la forma el fundamento último de la esencia.
Superando este plano aristotélico, la filosofía
del actus essendi establece que el esse
constituye y actualiza a la materia y a la
forma, o sea, a la misma esencia, haciendo de
ella un ente real y existente. La esencia no
agota lo real, pues además de su materia y de su
forma, el ente implica su acto de ser. El ente
seguirá siendo, como lo fue en Aristóteles, el
objeto propio de la metafísica, pero ya no se
definirá como lo que es, un es que apunta
exclusivamente a lo que es tal o cual cosa, sino
que ahora se definirá como lo que tiene ser,
acentuando el acto de ser que el ente
ejerce.
La filosofía griega se detuvo en
el umbral del ser, pues su ontología de las
esencias le impidieron divisar el fundamento
último de lo real. La filosofía peripatética,
por ejemplo, versará solamente sobre lo que es,
sobre el sujeto portador del es, en cambio la
metafísica del acto de ser, sin desatender lo
que está siendo del ente, subraya con fuerza que
el ente es o está siendo, destacando el acto de
ser que el ente ejerce (enérgeia). El ente es
gracias al ser, que es su acto, y habita
íntimamente en el seno de "lo que" es.
De
estos dos principios que componen lo real, sólo
la esencia es conceptualizable, en tanto que el
esse es reacio al orden lógico, pues el esse no
es tal o cual cosa, sino el acto constitutivo
último de la cosa, no tiene esencia. Por ello
resulta inaprehensible conceptualmente (el
concepto permite visualizar la esencia de una
cosa). Esto no supone que no sea cognoscible e
inteligible, sino que tiene un carácter
trans-lógico, y hace que desborde el plano del
concepto por no poseer un "quid", por no ser
algo, pero esto no significa que no haya una
concepción metafísica del esse. Que pueda ser
inteligible, pero no conceptualizado, implica
que no podemos definir lo que significa para un
ente, su acto de ser. Tratamos de definir lo que
el ente es, su esencia, pero el esse que
actualiza a la esencia se sustrae a un
conocimiento quiditativo, pues si la esencia es
objeto adecuado del entendimiento, no así el
esse que la constituye.
Por el esse la
esencia es un ente, pero el esse mismo no es un
ente, sino aquello por lo cual el ente es. El
acto de ser respalda y funda el estar siendo del
ente, pero es mucho más que eso, ya que ha sido
concebido como el acto de la esencia (actus
essentiae) al actualizarla, haciendo de ella y
con ella un ente real y existente. Del esse del
ente no podemos tener, por tanto, una
intelección intuitiva, puesto que no nos resulta
cognoscible a partir de la percepción sensible
de la sustancia que él actualiza. En el seno del
ente aparece la presencia de un dato inefable en
virtud del cual los entes son.
Hemos
visto que el ente está constituido por dos
principios: la esencia (compuesta de materia y
forma) y el esse que la actualiza y la
constituye. Así todo ente creado está compuesto
de essentia y esse, y es una composición
efectiva y verdadera y no meramente mental. Al
tratarse de una composición de principios
distintos, la essentia no es el esse, ni el esse
la essentia, media entre ellos una distinción
real y metafísica. La esencia y su ser no pueden
darse aparte, se componen juntamente para
producir el ens. Egidio Romano se refirió a la
distinticón real como si fuera una distinción
inter res, es decir, una distinción de res y
res, cuando la verdadera distinción es entre
principios constitutivos de la res, por eso es
una distinción intra rem; en el seno de la cosa.
La realidad de la cosa no está hecha de
realidades diversas, sino de dos principios
complementarios que establecen su estructura
como tal Por eso hay que eliminar la visión
cosista de la estructura de la realidad. El ser
del ente se distingue realmente de la naturaleza
de la cosa y, por ello mismo, de su quididad,
escapando a su definición en cuanto ésta sólo
apresa y concierne a lo que la cosa es, no el es
de la cosa, ya que éste no pertenece al orden de
la esencia. El esse aunque puede estar en la
esencia, nunca es algo de la esencia. La forma
sólo constituye el ente en lo que es, establece
su esencia, pero el esse constituye el ente, no
sólo en su talidad (tal cosa o tal otra), sino
en su entidad misma. De la esencia depende la
talidad del ente, del acto que da el esse (actus
essendi) depende la entidad y realidad misma del
ente.
Platón y Aristóteles,
identificaron el ser de una cosa con su esencia.
En estas magnas filosofías el ser del ente se
diluye en la esencia, y no es algo distinto de
ella. Dado que la esencia agota ontológicamente
lo real, no hay en el ente más que lo que es. La
esencia absorbe toda la atención filosófica y se
afirma como el único ser del ente, resultando
necesario decir y pensar no lo que el ente es,
sino lo que él es. En la metafísica del actus
essendi, el esse del ens desborda los límites de
la esencia y sobrepuja su contenido, ya que es
realmente distinto de ella, componiéndose
realmente y metafísicamente con ella para forjar
la realidad existente. El ser del ente vuelve a
despuntar en el horizonte como el dato
filosófico de mayor envergadura, dado que
gracias a él todos los entes son. Por tal
motivo, el esse es el principio constitutivo de
mayor dignidad filosófica, pues de él depende la
realidad misma de lo real. Es el fundamento
primero de todo cuanto existe, pues sin él no
habría nada.
Esa exaltación del esse no
supone ninguna depreciación de la esencia, en
todo caso lo será para aquellos filósofos para
quienes la esencia lo es todo y el ser como
simple determinación de la esencia no se
distingue de ella. Es indudable que en el orden
inmediato sensible, sin la esencia no habría
esse, ambos son co-principios del ens, y el uno
no puede darse sin el otro. El ser hace que la
esencia sea, y ésta hace que el esse pertenezca
a tal o cual naturaleza. La esencia, por lo
tanto, limita y determina el esse, lo
circunscribe, le impone un contorno que deriva
del carácter participado de este esse. Sin este
límite el esse sería el ser sin más, en
absoluto, o sea, sería Dios, y no el esse de tal
o cual ente. Por ello, la esencia se comporta
como una potencia respecto al ser, pues aquella
no podría constituirse en ente, si el esse no la
actualizara. Pero la esencia por su parte
determina al esse, así como la forma determina a
la materia en la ontología aristotélica. No
obstante el esse como acto de la forma
constituye a la esencia, pero, y aquí está su
profunda diferencia, no la determina, sino que
resulta determinada por ella. Si todo es en
virtud del ser, entonces la esencia como
determinación del ser pertenece al ser, pues si
no perteneciera al ser, la determinación le
vendría al ser de algo que estaría fuera de él,
o sea, de la nada.
La esencia que
determina al ser no puede sustraerse al ser,
porque si no, no sería ni podría determinar
nada. Puesto que el esse incluye todo lo que es,
necesariamente debe abarcar también la esencia
como su propia determinación y limitación. El
esse del ente es tal o cual en virtud de la
esencia, que lo determina y especifica. La
esencia indica la manera en que el ente ejerce
el acto de ser, el modo específico que tiene el
ente de ejercer el esse, y lo ejerce según su
esencia, de acuerdo con una modalidad
determinada en cuanto es un esse parcial o
participado. El ser sigue a la esencia (forma
dat esse), porque donde no hay esencia no hay
algo que pueda ser: pero la esencia misma
proviene del ser participado.
En el
"Exodo", al preguntar Moisés a Dios su nombre,
el Señor le respondió "Yo soy El que soy. Así
responderás a los hijos de Israel". Si todo
nombre sirve para significar la naturaleza o
esencia de una cosa, el ser mismo es, entonces,
la esencia o naturaleza divina. San Agustín
reflexionando sobre este texto del Exodo, dirá
que Dios nos ha comunicado que es, pero no lo
que es. Sto. Tomás desde su óptica del esse,
intuye que Dios no ha dicho lo que es,
justamente porque no es algo, porque no es tal o
cual cosa, sino que simplemente es, sin estar
configurado por una determinada especie. Para
nuestro entendimiento es difícil concebir que se
pueda ser sin ser algo determinado, pues en el
orden de nuestra experiencia directa no se puede
ser sin ser una cosa, pero Dios es, sin ser nada
de lo que es. Dios es el esse mismo, el Ipsum
Esse en su absoluta pureza, el esse constituye
su misma esencia. Por tanto, la esencia de Dios
es su ser, su esencia está como absorbida por el
esse. Si la esencia de Dios es su ser, ello
supone su absoluta simplicidad y la ausencia de
composición. Dios es simple porque es el ser,
las cosas finitas que no son Dios no pueden ser
simples, sino que deben estar compuestas de ser
para existir, y de algo que contraiga y delimite
su ser, o sea su esencia.
Es evidente que
un ser finito no tiene por sí su ser, que su
esencia está en potencia respecto a su ser
actual. Esta doble composición de acto y
potencia lo distingue radicalmente de Aquel que
es el Ser: Dios como acto puro de ser. El acto
de ser que ejercen los entes está como
impurificado por la esencia que los limita y
contrae a ser tal ser. En cambio Dios no es más
que ser, nada limita ni restringe el esse
divino. Si no hubiera limitación conferida por
la esencia, no habría entes, por eso, la esencia
es la condición de posibilidad de seres que no
sean el acto puro de ser, permitiendo que
existan entes que sean distintos de Dios. El ser
divino ejerce el esse en su absoluta plenitud y
por ello resulta infinito. Los seres son finitos
en tanto que "tienen" ser, pero no lo son. Dios
lo "es" absolutamente.
Al decir que
Dios es sólo el ser, no se dice que Dios es el
ser universal en el que todas las cosas son como
por su forma, sino que Dios es el único en que
el ser es acto puro, radicalmente distinto de
los demás entes finitos. Desde esta concepción
del esse, la interpretación hegeliana de que el
ser es el más vacío de los universales ya no
tiene sentido, puesto que el esse, al ser el
acto supremo de ser no puede ser un universal, y
si esto es cierto en Dios, deberá serlo también
en las cosas. En los entes finitos el ser es el
acto mismo por el cual son entes actuales, cuyas
esencias pueden ser concebidas como universales
por medio de la abstracción
conceptual.
Decíamos que las cosas tienen
el ser, pero no lo son, participando del ser de
Dios, pero no como una parte participa del todo,
como sucede en el pensamiento de Platón, sino
como el efecto participa de su causa, superando
así la noción platónica formal de participación
por una noción existencial de participación como
derivación causal. Para Platón las cosas
sensibles participan de las esencias (ideas)
inmutables, para ser lo que son y tener una
determinada configuración eidética, y una
inteligibilidad adecuada. En la filosofía del
actus essendi los entes participan del esse, no
sólo para ser lo que son, sino primariamente
para poder ser. Ello significa que Dios es la
causa eficiente del ser de los entes. En este
contexto, participación y causalidad se
identifican, pues participar y ser causado son
una y la misma cosa. Decir que el ser creado es
el ser participado, significa decir que él es el
efecto propio del ser no causado, que es Dios.
El ser es per essentiam, las cosas son per
participacionem. Respecto a que la primera cosa
creada es el ser actual, no significa que el ser
actual sea el primer efecto de un principio
superior, que él mismo no-es como afirma
Plotino, sino que es el efecto primero del Acto
puro de ser.
Estas reflexiones adquiere
mayor claridad recurriendo a la idea de la
"creación". En efecto; participación, causalidad
y creación están íntimamente entrelazados,
puesto que si el ente participa del Esse al ser
causado por Dios, se debe a que el ser de los
entes ha sido creado por Dios como fuente del
ser (fons essendi). Crear significa dar el ser,
es un don gratuito del Esse, y el ser resulta lo
primero que Dios crea, es el primer y radical
efecto del acto creador. Aunque fueron los
filósofos árabes los primeros en discernir,
aunque de forma confusa, las implicaciones
metafísicas de la creación, no obstante es
indiscutible que es uno de los patrimonios más
notables de la filosofía cristiana, pues la idea
de la creación fue ignorada por la filosofía
griega, con lo que el problema del origen
radical del mundo fue extraño a sus
especulaciones, lo que les impidió alcanzar el
nivel de la causalidad metafísica eficiente,
nivel que se distingue claramente de la causa
motriz de Aristóteles. La causa motriz es una
causa física que mueve a las cosas, pero no
produce el ser. La causa eficiente es de cuño
metafísico, y su efecto no es simplemente un
movimiento, sino el ser mismo que el movimiento
produce y alcanza al ente en sus entrañas
mismas. La creación es el modelo de la
causalidad eficiente, ya que produce todo el ser
del efecto. También es correcto decir que en la
relación de causalidad eficiente algo del esse
de la causa se comunica a su efecto, lo que la
convierte en una relación de carácter
existencial. Hume tenía razón al negar las
relaciones causales como deducibles de las
esencias, como simples relaciones analíticas. Y
es que jamás surgirá de una esencia una
eficiencia causal. La relación causal se hace
ininteligible en un mundo de esencias abstractas
o posibles, en cambio es inteligible en un mundo
en que ser es actuar, porque los entes mismos
son actos.
Dios crea el ente mismo, la
sustancia concreta, compuesta de esencia y esse,
aunque el esse sea el primer efecto del acto
creador y todos los otros lo presupongan y
deriven de él. Dios crea al esse como acto, y la
esencia como una potencia constituída y
actualizada por el esse. La esencia resulta,
entonces, concreada por Dios, como sujeto
portador del esse. Dios crea el esse y concrea
la esencia como aquello que lo recibe y aminora.
Las esencias antes de ser creadas, como modos
finitos de su participación en su ser, no tienen
ningún status ontológico propio, no tienen un
ser propio, un esse essentiae con el cual
subsistirían como entes posibles como sostenía
Wolff. Fuera del ente creado, sólo Dios es, es
el Ipsum esse subsistens. Las esencias indican
la manera que el ente participa del Esse
increado, el modo finito que tiene de ejercer
esta participación. Sin el esse, la más alta de
las perfecciones formales no es nada. El acto de
ser constituye la unidad de la cosa: la materia,
la forma, la sustancia, los accidentes, las
operaciones, todo participa directa o
indirectamente de uno y el mismo acto de
ser.
El acto de ser como temporalidad no
es el incesante dispersarse ni el perpetuo
descomponerse del ente, sino su progresivo
acabamiento a través del devenir. Esta
progresiva perfección no es consecuencia de una
deficiente esencia, sino la de un ente que no
logra ser todavía en plenitud su propia esencia.
Al introducir este dinamismo en la metafísica
,se supera el dinamismo de la forma aristotélica
por el dinamismo del esse. Toda la panorámica
filosófica de la realidad se vuelve distinta. En
adelante los individuos gozarán de su ser
propio, poseerán el ser en
propiedad.