Los
tropos están constituídos casi siempre por interpolaciones verbales
cantadas con la melodía litúrgica después o antes del texto
original. El procedimiento clásico consiste en cantar primero la pieza
litúrgica hasta el final de la primera vocalización que después
se reanuda superponiendo una sílaba por nota. Este procedimiento es clásico
para nosotros ya que es el de Sankt Gallen, pero hay otros que son por lo menos
igualmente antiguos. Los tropos del kyrie y del Gradual consisten a menudo en
una frase musical y verbal nueva, expuesta antes del texto litúrgico.
Ahora bien, los tropos del kyrie son muy anteriores a la carta de Nóckera.
Los tropos se encuentran en la mayor parte de las piezas de la Misa y del Oficio.
Los más extendidos son los del ordinario de la misa, kyrie, sanctus,
y agnus dei. Casi siempre en prosa, están extendidos entre las invocaciones
y son bastante breves. Si alcanzan una cierta dimensión, están
en verso. En el oficio nocturno, es el Benedicamus Domino el que recibe un tropo
y adopta la forma de un himno estrófico breve. Para la Misa, las secuencias
se limitan a la vocalización del Aleluya. En los oficios están
reservadas a los responsorios que terminan los nocturnos, terceros, sexto y
noveno entre los seculares, y son más cortos que en la Misa. Su composición
varía. La constante absoluta es la división del texto en estrofas
iguales, dos a dos, exactamente como si se tratara de alternar dos coros. La
melodía est igualmente repetida en dos estrofas y cambia al mismo tiempo
que la forma de estas. Esta alternancia no empieza siempre en el mismo principio
del poema. Se encuentra a menudo una primera estrofa impar que utiliza la forma
del mismo aleluya, partiéndolo en caso necesario, la primera mitad de
la palabra antes, la segunda mitad después del primer verso. Al principio,
las estrofas fueron asonantadas, en "a" por lo general, pero también
en "e". Después aparece la rima y los poemas toman una forma verbal afectada
e incluso decadente, forma esta que ha llegado hasta nuestros días.
CÓMO ESCUCHAR GREGORIANO
Es conocida la deuda contraída con la fundación monástica
de Solesmes donde, mientras la documentación gregoriana es custodiada
como en un museo de gran riqueza, continúan los estudios sistemáticos
y resuena a diario, al igual que en Silos, el canto vivo de la tradición.Este
breve excursus nos ha introducido, por lo menos en parte, en las pluriseculares
vicisitudes del Gregoriano. Sin embargo no se ha mencionado todavía lo
esencial de sus características: debemos atraer la atención sobre
las connotaciones musicológicas y especialmente sobre la identidad ritual
de la que brota su verdadera originalidad estética y espiritual, y por
este motivo asociar ambas perspectivas para tratarlas conjuntamente. El Gregoriano
no es un canto para la liturgia, sino la misma liturgia cantada. Todo cuanto
lo constituye, su sustancia sonora, movimiento rítmico, dibujo de intervalos,
sabor modal, técnica constructiva en consideración del equilibrio
de fraseo o de la expansión de las formas, corresponde a la plegaria
y al servicio del momento ritual específico en cuyo interior se colocan
texto y gesto. Fuera de tal horizonte hermenéutico los discursos sobre
el Gregoriano, sean de naturaleza sutilmente técnica o carcomidos de
retórica o de fantasía piadosa, se muestran incompletos o mistificadores.
Pero la propia experiencia de audición, más allá de un
horizonte que no contextualice todos los elementos ni valore todo el peso de
la relación canto-plegaria, resultarían poco pertinentes, por
no decir falaces. El Gregoriano es el modelo de canto puramente vocal y nadie piense en
un arcaísmo, en pobreza o en pauperismo, sino en un proyecto que sostiene
una espiritualidad concreta, bien definida por los padres de la Iglesia. El
organum por excelencia es el hombre, la persona hecha de corazón, mente
y voz. La comunicación personal entre lo divino y lo humano pasa a través
de la riqueza del desnudo don de sí. En la interpretación coral,
después, los fieles-litúrgicos plantean de modo simbólico
y actualizan existencialmente un recíproco perderse y reencontrarse,
como don de caridad y signo de unidad, despojada de oropeles. El Gregoriano se articula como flujo verbomelódico
prescindiendo de organizaciones métricas o rigor mensural, lo cual significa
lo contrario de melodía fastuosa en la que el texto podría convertirse
en "pretexto". El movimiento interv lico, tanto en el caso de utilizar una o
pocas notas por sílaba (estilo silábico o poco ornamentado), o
en el de la expansión melismática, se inspira siempre en la palabra
viva, en su nacer y agotarse, pasando por la intensidad de un acento, tónico
o patético. Y el movimiento rítmico, primero a nivel de unidades
sem nticas y después en el juego combinatorio en coherentes secuencias
de incisos y frases cada vez m s articuladas, produce la versión de una
"lectura" igualmente atenta a fragmentos, segmentos y secuencias, calibrada
y ofrecida con estudiado cálculo. Aquí se honra la plenitud de
la "palabra dada", tanto más desde el momento que una parte de los mensajes
son creídos y acogidos en la fe como Palabra divina y reveladora. La
Biblia es la esencial fuente literaria del Gregoriano. El estatuto de la comunicación
oral, típica para los libros sacros, sigue predominando, aunque partiendo
de antiguas himnodias más libres se haya llegado a la formalización
sonora esmerada de los textos, y por ello son también determinantes los
contextos, los rituales. La poesía sonora del gregoriano alcanza su máxima
expresividad cuando concuerda con todos los códigos de comunicación
ritual, ya que intenta imprimir en el hombre que escucha (y en Dios que es invocado,
si fuera posible) los estigmas de un diálogo amoroso. Elemento de identidad del Gregoriano es también su sabor modal.
Sus melodías no se estructuran siguiendo las reglas que presiden las
armonías y las escalas mayores o menores. La ortodoxia del sistema tonal
nos ha habituado únicamente a dos modos, afirmados desde el siglo XVII
y socializados después en la cultura europea. Pero el canto litúrgico,
configura cada paso como un modo, elemental o desarrollado, es decir, como una
individualidad internamente dotada de propias y características relaciones
a intervalos, sobre todo en razón de la posición del semitono.
Gradualmente, durante el renacimiento carolingio ya mencionado anteriormente,
se produjo una "sistematización" docta (inspirada en modelos griegos)
y funcional por su sencillo enlace entre fragmentos de canto (antífonas)
y salmodias. Nacieron los Tonarios, como compilaciones clasificadoras de todas
las melodías dentro de un esquema de ocho modos, denominado Octoechos.
El nuevo sistema se basó en cuatro modos denominados "auténticos"
y otros cuatro llamados "plagales" con motivo del desarrollo de los sonidos
en la región baja de la gama modal. El equilibrio melódico de
los fragmentos se reflejó sobre la calculada tensión entre las
notas bajas (finales) que son re, mi, fa, sol o sus transposiciones, y una línea
recitativa (que podría compararse a una "dominante"), aunque no siempre
correspondiera al quinto grado. Tal disgresión teórica terminó
remitiéndose a los valores que los antiguos percibían y amaban:
valores de naturaleza ética, identificados en la música helénica
(se consideraba que el ethos de los modos influía en los comportamientos
humanos) y sobre todo de naturaleza simbólica, muy importante para la
celebración. La elección modal colorea la pieza, le confiere una
suerte de hábito ceremonial, asocia un peculiar timbre melódico
a un comportamiento concreto de plegaria o a un determinado mensaje de revelación.
La repetitividad ritual juega con las múltiples variantes comunicativas
de las que se vale; el recorrido entre significantes y significado se simplifica
y se torna unívoco y seguro. Actualmente, sin embargo, lejos de un tipo de
conocimiento y de experiencia litúrgica, los modos suscitan más
bien la fascinación de atmósferas insólitas o exóticas:
lo que "ambientaba" peligra de percibirse como algo que "altera" aunque sigue
siendo encantador y agradable. Otro aspecto que confiere un gran valor al gregoriano
es su variedad y riqueza de formas musicales, derivadas tanto de determinados
comportamientos corales inducidos por los ritos, como de verdaderas dimensiones
de la plegaria, cuya verdad conserva en su base un valor antropológico. Aquel oyente que, carente de una iniciación
litúrgica y de la experiencia personal de una celebración auténtica,
con todo su empeño lúdico pero exigente, es capaz de captar el
Canto Gregoriano no sólo desde su exterior, sino desde su más
íntima expresión, se ver tentado de leerlo de un modo plano, con
el consiguiente riesgo de percibir (aunque inconfesadamente) la "monotonía"
de su melodía. Llegados a ese momento y ya en cierta medida, en el mismo
repertorio, existe un "exceso de música" que ha afectado objetivamente
a la peculiaridad de algunas actitudes oratorias, reducido las formas y planificado
las funciones, sin embargo, la apropiación subjetiva puede rescatar este
dato. No así la simple audición, y mucho
menos la audición de "interpretaciones" descontextualizadas. El canto
litúrgico es auténtico si se percibe y se experimenta en él,
alternativamente, el hombre que celebra -fragmentos iniciales-, que se alegra
-aleluya-, que se acalora y aplaude -aclamaciones-, que escucha como un discípulo
-lecciones-, que gime como afligido -lamentaciones-, que pide como un mendigo
-letanías-, que suspira o desea encauzar su camino "hacia otro lugar"
-procesionales-, que medita la Palabra de Dios -responsorios-, que come hambriento
esta Palabra -salmodia-... Todo ello queda encuadrado dentro de un drama participado
coralmente, incluso cuando intervienen distintas aportaciones ministeriales. Hace tiempo, un amigo me preguntaba con ocasión del éxito
mundial que obtuvo el CD del Coro de monjes de Santo Domingo de Silos: "¿Tú
crees que este repertorio sirve para aumentar el grado de cultura entre la gente
o es sólo un instrumento para vender más discos?". La respuesta
era evidente: el Canto Gregoriano hace "cultura", gracias a él hay una
serie de personas que conocen una "cultura" diferente a la suya, o por lo menos
se percibe de esta manera. Sólo el que busca y consigue captar su verdadera
identidad, por lo menos con su estudio y audición, podrá obtener
una valiosísima gratificación estética. Tan sólo
aquel que lo practica como una suerte de "coloquio-diálogo" con Dios
podrá incluso obtener una experiencia extática.