La vida del monje transcurre entre la oración y el trabajo, bien
intelectual (estudiando las ciencias eclesiásticas), bien manualmente,
cada uno de acuerdo con su especialidad y las necesidades del Monasterio. Pero
donde el monje se identifica realmente como tal es en la oración, recitada
siempre como canto, el Canto Gregoriano. Siete son las veces en las que el gregoriano inunda cada
rincón de la Abadía:
Maitines: Primera de las horas canónicas en la que se reza
antes del amanecer. Da comienzo a la vida del monje, sobre las seis de la mañana. Laudes: Parte del Oficio Divino que sigue a Maitines. Se realiza
aproximadamente a las siete y media. Tercia: Hora menor del Oficio Divino, después de la Eucaristía
en diario y a las diez y media en festivo. Sexta: Hora menor que sigue a la Tercia. Se ejecuta alrededor
de la una y cuarenta y cinco. Nona: Ultima de las horas menores antes de la Víspera.
Se canta alrededor de las cuatro de la tarde. Vísperas: Hora que precede a las Completas, en la que se canta
a las siete de la tarde. Completas: Ultima parte del rezo Divino, con el que se da fin a
las horas canónicas del día. Se realiza a las diez menos veinte
de la noche.
EL CANTO EN SILOS
Apropiadamente, algunos de los registros de Canto Gregoriano que más
emotivamente impresionan, son los realizados por los monjes de Silos y que los
cantan como parte de sus oficios religiosos diarios, y que con su armonía
y dulzura inundan cada rincón de la vieja Abadía. Sin duda, su
tono ligero y tranquilo añade un tinte peculiar que es ayudado por las
vocales redondeadas y consonantes suaves de su pronunciación hispana. Los monjes de la Abadía de Silos han contribuído
a llenar el catálogo de discos de Canto Gregoriano con obras intensas
y suaves. Particularmente cautivadoras son las frases finales que a menudo parecen
difuminarse en la nada, como absorbidas por los muros de piedra que rodean el
coro. Esto es inherente en la música que con frecuencia se va alejando
al final de cada frase, y de las palabras latinas siempre acentuadas en la penúltima
sílaba, dándole al canto un sentimiento de dilatada tristeza en
cada frase. En la colección gregoriana de Silos, el canto es viril, exacto
y estudiado e inevitablemente atractivo. La ornamentación y alargamiento
en las notas, junto con la obligada y nasal licuescencia, producen de inmediato
una gran sensación de paz, la paz espiritual que todo hombre alguna vez
buscamos en nuestro interior, dañado por el devenir de la vida diaria. Ahora, nos encontramos ante un fenómeno
sociológico difícil de evaluar. La popularidad de estos monjes
humildes y sencillos, ha traspasado nuestras fronteras dando la vuelta al mundo,
pero cuando todo vuelva a su cauce y la imposición de la moda le haga
caer en el olvido, el Canto Gregoriano seguirá ahí, como lo ha
hecho durante siglos, para servirnos de refugio espiritual, independientemente
de nuestras tendencias religiosas porque, como bien dice el Rvdmo. P. Abad Dom.
Clemente Serna, "la espiritualidad, no está reñida con la creencia".