Homosexualidad - Diario de Alejandro III: El encuentro conmigo mismo
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Hola a todos, ya a las puertas de la Navidad.
Retomando lo que os contaba hace unas semanas, me quedé en mi primer
encuentro con Elena. Lo cierto es que iba al 50%. Si, mitad curiosidad,
mitad esperanza.
Curiosidad por ver cómo alguien iba a entender mi situación y cómo podría
arreglar todo el desbarajuste que tenía en mi vida.
Uno siempre se cree que es el único y que nadie es tan complicado como uno
mismo.
Además como el tema a tratar en la terapia es algo… "complejo", uno cree que
el interlocutor va a escandalizarse. Y el plus de que sea una mujer parece
que te da más corte, pensando que va alucinar con la promiscuidad con la que
los homosexuales viven… (Una mujer tiene como diría yo "pulsos", estos son
más tranquilos que la de un hombre).
La verdad es que fue una conversación tranquila, comprensiva y con ausencia
total de juicios y eso que mis vivencias son muy intensas; lugares,
ambientes y personas. Fundamentalmente se trataba de darme a conocer.
Fui salvajemente sincero, uno ya no está para perder el tiempo o hacerlo
perder. Si no has tenido pudor para algunas acciones en tu vida, menos ahora
para contarlas.
Elena me fue preguntando cosas de mi vida personal y familiar. Como viví
todo esto, cómo lo fui integrando en mi vida y en mis sentimientos. Me
percaté de que sabía dónde tenía que ir, qué tenía que conocer. Igual que el
médico sabe donde abrir, qué ver y dónde reparar en la herida que te hace
daño.
Al día siguiente me envío un cuestionario bastante completo y algo duro de
rellenar. Tocaba temas de mi infancia, de mis relaciones con mis padres, de
mi vida afectiva y sexual.
Me tuve que tomar casi tres días para sacar muchas cosas que de mi vida y de
mi intimidad a la luz. Fue como echar alcohol en las heridas que uno cree
que están ya cicatrizadas, pero descubre que no están cerradas sino que
siguen latentes o falsamente cerradas, heridas que te perjudican desde
dentro sin darte cuenta.
Plasmarlo todo en un folio y leerlo fue ya todo un paso. Esto me ayudó a
quitarle ese tabú que nosotros mismos ponemos en algunas facetas o acciones
de nuestra vida. Pasé de ignorarlas a escribirlas, leerlas y además
comunicarlas.
Reflexioné sobre mis relaciones familiares; mis abuelos, mis padres y mi
relación con cada uno de ellos. Mi historial laboral, afectivo, sexual, como
me veía a mí mismo, mis ideales y qué objetivo quería alcanzar con la
terapia.
Me di cuenta de que muchas de las cosas que eché de menos en mi infancia y
adolescencia fueron carencias paternas más que maternas. La presencia
materna fue más intensa de lo que habitualmente es para un niño y además se
incrementó en mi adolescencia.
No tuve casi ninguna conexión afectiva con mi padre. Siempre la anhelé pero
nunca llegó, aunque en los dos últimos años de vida de mi padre si hubo algo
más. Mi padre fue prácticamente educado en un internado y eso se nota, uno
no puede dar afectivamente lo que previamente no ha vivido.
En mi adolescencia tuve varios episodios de complejo de Edipo - aquel que
quiere sustituir la figura del padre porque cree que uno cuidaría mejor de
su madre. He de afirmar que mis padres tenían una relación normal con sus
discusiones pero nada importante. Quedó patente el fuerte vínculo con mi
madre ya que el rol que a veces mi madre me daba fue el de ser su confidente
o consolador afectivo.
Analizamos también mi personalidad y mi temperamento. Aunque no puedo
definirme como hipersensible, si tengo más sensibilidad de lo común, gran
capacidad de observación y muy buena memoria fotográfica.
Esto me ha llevado ya desde pequeño, a darme cuenta de casi todo lo que me
rodeaba, no sólo de los hechos sino sobre todo los sentimientos con los que
los demás vivían los acontecimientos; sus sufrimientos, sus insuficiencias,
todo me hacía implicarme, pero desde el silencio. Pienso que sufría con más
intensidad la ausencia afectiva o social de mi adolescencia.
He tenido la suerte de ser muy positivo, vital y extrovertido y gracias a
esto he superado fácilmente problemas y sufrimientos a lo largo de mis
cuatro décadas.
¡No todo iban a ser hándicaps… también vengo con comodines!
Profundizamos también en la relación con los demás en el colegio. Reconozco
que esta parte de mi vida siempre ha sido sumamente dolorosa y nada
agradable de recordar. Hasta los catorce no tuve problemas con mis
compañeros pero cuando comenzó la pubertad todo se complicó.
Hubo un grupo que me miraba y apuntaba desde la distancia por ser rarito o
distinto de los demás. No sé si por ser más sensible, por ser algo amanerado
o más inmaduro, nunca lo he sabido. Así que me encerré en mi grupo de amigos
y en mi equipo de balonmano del colegio (era muy bueno) y esto me ayudó a ir
superando esos desprecios.
Recuerdo las primeras veces que estuve con chicos desnudos en los
vestuarios. Pienso que todos en esa edad y esa situación tuvimos
curiosidad-morbo. Para la mayoría no es más que una fase de descubrimiento
sexual y no le dan más importancia, enseguida pasan a fijarse en las chicas.
Pero para unos pocos como yo, esta situación transitoria se queda congelada,
estancada.
A los 17 años -con las hormonas a 500% - se echa el ancla y no dejas que de
forma natural pases a la fase de fijarte en sexo opuesto. Creo que este fue
mi caso porque aunque salía con mis amigos a discotecas y conocía chicas, yo
me sentía más seguro y más a gusto con mis amigos.
No es que fuese tímido al contrario, bailaba con las chicas y tenía buena
conversación pero…algo me paraba y no iba a más. Yo no era de los que
frecuentaban la zona de sofás con poca luz en las discotecas, sino más bien
era el rey de la pista y de la barra. Por algún motivo no sabía qué hacer
con una chica. Ahora entiendo que no era nada relativo al sexo sino a mi
falta de madurez y a que mis intereses estaban en otras cosas.
Salí con algunas chicas a los 18 años y estuvo bien pero sé que forcé las
situaciones para vivir la experiencia que todos vivían y así sentirme como
los demás.
Ahora bien, yo tuve suerte de que nadie viniese a decirme que mi atracción
por los chicos estaba bien y que debía trabajar en este sentido, aceptándome
y desarrollando estos sentimientos afectivos/sexuales.
Cada vez hay más personajes que aparecen en los colegios; no ayudan al
adolescente a encontrar su verdad, no les enseñan a enfrentarse con los
orígenes de la atracción al mismo sexo que puedan experimentar.
En vez de decirles que trabajen en cambiar, en darles las herramientas para
que puedan descubrir su masculinidad, les invitan a dejarse llevar por lo
que les apetece y sienten. Así que optan por afirmarse en esos sentimientos
homosexuales, sin más.
Estamos claramente en la época de dulcificar la vida de los jóvenes
quitándoles cualquier exigencia, trabajo o esfuerzo para alcanzar objetivos:
regalándoles los oídos.
En eso creo que fui exigente conmigo mismo y no dejé que ninguna lectura,
slogan o comentarios del ambiente se metiera en mi mente sin más. Siempre
exigí y busqué saber más allá de lo que me decían; tenía una sana
curiosidad.